Margarita Maza

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LA CORRESPONDENCIA ENTRE BENITO JUÁREZ Y MARGARITA MAZA JOSÉ HERRERA PEÑA Patricia Galeana, La correspondencia entre Benito Juárez y Margarita Maza, Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, 2006, 170 p.

PARTES DE LA OBRA El libro se divide en dos partes: el estudio llamado Margarita Maza, una mujer liberal, de la Dra. Patricia Galeana, 25 páginas, y Documentos y correspondencia de Margarita Maza Parada y Benito Juárez, 145 páginas.

MARGARITA MAZA, UNA MUJER LIBERAL En la primera parte, la Dra. Galeana ubica el marco histórico en que ocurrieron los hechos. Nos habla de la larga época en que se unificó España en torno a la religión católica, expulsando a musulmanes y judíos. La conquista la fundó en el catolicismo, sin tolerancia de ningún otro credo religioso. Y alrededor de esta misma religión unificó a los pueblos mesoamericanos asentados sobre el territorio de la Nueva España. De este modo, el principio de la intolerancia religiosa imperó en México desde el siglo XVI hasta el triunfo del liberalismo. Fue una época en la que prevaleció la sociedad patriarcal. La mujer se limitó a jugar un papel vinculado a la reproducción. El modelo a seguir era la virgen María. La mujer no podía vivir más que como santa o como prostituta. No había término medio. De este modo, vivía entre la exaltación virginal o el menoscabo social, entre la abnegación o el pecado. Su vida nunca trascendió a lo público. Se limitó al ámbito de lo privado: la casa familiar o las casas de Dios, “las de recogimiento o las de mancebía”. “Pocas pudieron romper el cerco y trascender. Sor Juana Inés de la Cruz lo hizo, pero no dejó de sufrir las consecuencias”. El tránsito de la cultura dogmática a la de la tolerancia fue largo y tortuoso. “Pasar después de la tolerancia al respeto a la diferencia es un proceso que aún no ha concluido en nuestro tiempo”. Margarita Maza Parada, la esposa de Benito Juárez, vivió durante los últimos años de la vieja época y los primeros de la nueva; pero no disfrutó de los beneficios de la reforma liberal. Al contrario: sufrió en carne propia la resistencia al cambio. Nació el 29 de marzo de 1826 y fue adoptada por una familia oaxaqueña adinerada, formada por Antonio Maza y Petra Parada, en la que la hermana de Benito Juárez


trabajaba como cocinera; así que éste, que había llegado a los doce años, ya tenía diecinueve cuando la vio nacer. Margarita y Benito contrajeron matrimonio el 31 de julio de 1843, cuando ella tenía diecisiete y él más de treinta y seis. Juárez había tenido antes relaciones con una dama llamada Juana Rosa Chagoya, con la que había tenido dos hijos: Tereso y Susana. De él se sabe que llegó a ser comandante de un batallón durante la guerra de Reforma y se dice que acompañó a Juárez al norte de la República durante la intervención francesa. El caso es que, según unos, falleció joven, y según otros, a la muerte de Juárez se presentó a reclamar su herencia; pero todo parece indicar que éste fue un suplantador. Por lo que se refiere a su hija Susana, sufrió una enfermedad mental y estuvo a cargo de la familia Castro en Oaxaca. Juárez se ocupó durante toda su vida de sus gastos y en el juicio testamentario recibió su parte de la herencia. El matrimonio Juárez-Maza duró veintisiete años, durante los cuales procreó doce hijos en total, nueve mujeres y tres varones; de los cuales cinco murieron: tres niñas y dos niños. Los primeros diez años de su matrimonio residieron en Oaxaca y tuvieron nueve hijos, ocho niñas y un niño, Pepito, “el negrito”. La carera política ascendente de Juárez se vio enturbiada por el fallecimiento de dos niñas que no rompieron la barrera de los dos años de edad. Juárez no vio nacer a sus últimas hijas, unas gemelas, cuando en 1853 fue arrancado de su hogar y del Instituto Científico y Literario de Oaxaca, del que era rector, por los esbirros de Santa Anna, quienes lo mantuvieron confinado seis meses, hasta embarcarlo rumbo a La Habana. De allí viajó a Nuevo Orleáns, donde vivió un año y medio. Margarita, durante este tiempo, hostigada por el oficial santanista José Ma. Cobos, tuvo que refugiarse en Etla, y a pesar de ser señora de grandes caudales, cosió ropa y vendió pan no sólo para mantener a sus hijos sino también para enviar remesas a su marido desterrado. Al regresar Juárez en 1855, vivió en Acapulco en calidad de secretario particular del general Juan Álvarez, y en Cuernavaca, como ministro de Justicia, Instrucción Pública y Negocios Eclesiásticos del gobierno provisional del mismo general. En 1856 regresó a Oaxaca como gobernador del Estado y en 1857 nació su décimo vástago, un niño. Al final del año, Juárez se trasladó a México para tomar posesión como presidente de la Suprema Corte de Justicia, y al empezar 1858, se hizo cargo de la presidencia de la República. Al iniciarse la guerra de reforma, el gobierno de Juárez se instaló en Veracruz y Margarita viajó desde Oaxaca con sus hijos para reunirse con su marido. Un año después, en 1859, nació su onceavo descendiente: una niña, la cual también moriría dos años después.


En 1861, al triunfo de la guerra de Reforma, el matrimonio Juárez-Maza se instaló en la ciudad de México. Los problemas no habían terminado: apenas comenzaban. Durante la siguiente década, Margarita viviría en constante zozobra. En enero de 1862, declaradas las hostilidades entre México y Francia, estaba en Puebla gestionando recursos para los hospitales de sangre, actividades que tuvo que suspender en julio de ese año por el fallecimiento de la última de sus hijas. En diciembre Margarita regresó a México para estar al lado de su esposo; pero los azares de la guerra contra los franceses los separaron nuevamente y antes de un año, en noviembre de 1863, Juárez estaba en San Luis Potosí, y su familia, en Saltillo, hasta que lograron reunirse en Monterrey. Un año después, en 1864, nació su último hijo varón, y el 12 de agosto, mientras Juárez iba rumbo al desierto, Margarita estaba en Nueva York. Juárez y Margarita vivieron separados tres años, durante los cuales ella perdió en Estados Unidos a dos de sus hijos, ambos varones: el décimo, Pepito, “el negrito”, que tenía ya siete años de edad, y el último, que había nacido en 1864, y que tampoco pasó la barrera de los dos años. Juárez en El Paso del Norte y Margarita en Nueva York sufrieron desgarradoramente estas pérdidas. La señora enfermó. Madre e hijos sobrevivientes regresaron a México en julio de 1867. En 1868 hicieron crisis los padecimientos de Margarita; al finalizar diciembre de 1870 entró en agonía, y el 2 de enero de 1871 falleció. Juárez le sobrevivió dieciocho meses y medio. DOCUMENTOS Y CORRESPONDENCIA DE MARGARITA MAZA PARADA Y BENITO JUAREZ La segunda parte del libro está compuesta por 113 documentos, de distintas clases, desde el acta de bautizo de Margarita en 1826 y el acta de matrimonio entre ésta y Benito Juárez en 1860, hasta el juicio de intestado de ambos y el cuerpo de bienes de dicho matrimonio. No hay ninguna carta entre ellos de 1843 a 1853, porque vivieron juntos, pero tampoco de 1854 a 1855, lo cual no deja de ser lamentable, porque fueron dos largos años en los que Margarita y Juárez estuvieron separados por el confinamiento, la persecución y el destierro. No dejaron de escribirse, por supuesto; pero no se sabe qué pasó con su correspondencia. Lo único que se sabe es que, en el destierro, Juárez, desde Nueva Orleáns, informaba a Melchor Ocampo, que residía en Brownsville, que su familia estaba bien, y que había recibido a su cuñado. Como se dijo antes, en 1856 y 1857, el matrimonio volvió a hacer vida en común en Oaxaca, y de 1858 a 1861, a reunirse en Veracruz, y luego, en la ciudad de México. Tampoco hay correspondencia durante este tiempo. Sin embargo, a partir de su nueva y larga separación en 1862 y, sobre todo, de 1863 a 1868, Margarita y Juárez


cruzaron una de las correspondencias más emotivas y dramáticas que hay en la historia de la literatura amorosa y política de México en el siglo XIX. La pérdida de Pepito, por ejemplo, y meses después, la del pequeño Antonio, desbordó su dolor. Juárez supo que el primero estaba enfermo y presintió su muerte. El 26 de enero de 1865, desde Chihuahua, escribió a su yerno Santacilia: “Mi amado Pepe ya no existe, ¿no es verdad? Un hijo que era mi orgullo, mi encanto, mi esperanza. Pobre Margarita, estará inconsolable… la mala suerte ha descargado sobre nosotros”. Un mes después, el 23 de febrero, le confesó: “Apenas tengo energía para sobrellevar esta desgracia que me agobia y que casi no me deja respirar… Ahora me aflige la salud de Margarita, que no es buena”. El 10 de noviembre, Margarita escribió a Juárez, desde Nueva York: “Mi estimado Juárez: […] la falta de mis hijos me mata. Desde que me levanto los tengo presentes recordando sus padecimientos y culpándome siempre y creyendo que yo tengo la culpa de que se hayan muerto; este remordimiento me hace sufrir mucho y esto me mata; no encuentro remedio y sólo me tranquiliza, por algunos momentos, que me he de morir y prefiero mil veces la muerte a la vida que tengo; me es insoportable la vida sin ti y sin mis hijos. Tú te acuerdas el miedo que le tenía a la muerte, pues ahora es la única que me dará consuelo. No culpo que muchas personas se maten cuando pierden la esperanza de volver a tener tranquilidad; si yo fuera de más valor ya lo hubiera hecho hace un año, ese tiempo tengo de llorar día y noche… Me queda otra esperanza y es que tú te reúnas con nosotros; será para mí un gran consuelo” El 29 de noviembre agregó: “El día 8 de diciembre va a ser un año que murió mi hijo Pepe y lo tengo tan presente como si hubiera sido ayer… lo único que me tranquilizaría sería estar contigo, (pero) eso no es posible, no hay remedio para mi mal”. Juárez la tranquiliza y aún la reprende: “Déjate de tonterías y no te estés calentando la cabeza con falsas suposiciones”. Margarita sigue añorándolo: “Mi estimado viejo… Dios me dé vida para volverte a ver… Aunque tú me desapruebes… siempre me gusta que tú me lo digas… Cada día que pasa me parece un siglo”. Juárez la calma y le da esperanzas infundadas de se reunirán en breve; pero ella lo duda: “El triunfo no será tan pronto como tú crees…, (y) no nos volveremos a ver hasta que no triunfemos”. Margarita era republicana y liberal. El 13 de abril de 1866, respecto al catolicismo de la madre y la tía de Matías Romero –embajador de México en Washington-, comenta: “La familia no piensa más que en confesarse y ayunar y hablar de jubileo, de indulgencias y una porción de beatitudes que yo me hago esfuerzos para creer y no puedo. La pobre señora es muy buena, y su hermana; pero muy cerradas creyendo que los protestantes se condenan y sólo los fanáticos, como ellas, se van al cielo. Yo las envidio porque si yo pudiera tener la fe que ellas tienen, sería feliz, no que estoy en un estado que nada creo y esto me hace más desgraciada, porque si yo creyera que mis hijos eran felices y que estaban en el cielo, no sufriría tanto como sufro”.


Además, conocía bien a los amigos de Juárez, lo alertaba y lo regañaba: “Ellos no tienen la culpa sino tú, que no te vuelves a acordar de lo que te hacen”. Le decía que los que iban a Nueva York, en lugar de cumplir con su deber, se dedicaban a pasear. “Da vergüenza… toda su fortuna es no saber inglés, porque si no, sería peor. Para volver por nuestro honor perdido, manda una persona capaz de algo y no sigas mandando auxilios inútiles… Ya te he quitado bastante tiempo con mis sandeces, que te entrarán por un oído y te saldrán por el otro”. Más tarde le advertía: “Te conozco que eres tú un confiado y no te han de faltar enemigos que tú no conozcas por tu buen corazón y porque nunca crees a nadie capaz de hacer un mal… Cuídate, tú eres mi único consuelo”. La prensa comentó su visita a Washington. Su presencia causó sensación. El 8 de julio de 1866 escribió a Juárez con gran sencillez: “Dicen que estuve yo elegantemente vestida y con muchos brillantes. Eso no es cierto. Toda mi elegancia consistió en un vestido que me compraste en Monterrey… No tenía más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo, porque mis demás cositas las tengo en Nueva York. Te digo esto porque no vayan a decir estando tú en El Paso con tantas miserias, yo esté aquí gastando lujo…” En esta correspondencia entre Juárez y Margarita, relativamente breve, campean el amor y el dolor. Un gran amor en todas sus formas, como el que sienten los enamorados entre sí, los padres por sus hijos y los patriotas por su patria. Y un gran dolor, como el que sufren los seres fuertemente unidos que son obligados a vivir separados, los padres que padecen la pérdida de sus hijos queridos, y los mexicanos bien nacidos que ven vulnerados los derechos de la nación. Por las razones expuestas, nadie puede, nadie debe dejar de leer este pequeño gran libro. Morelia, Mich., 14 de octubre de 2006.



LA CORRESPONDENCIA ENTRE BENITO JUÁREZ Y MARGARITA MAZA JOSÉ HERRERA PEÑA Patricia Galeana, La correspondencia entre Benito Juárez y Margarita Maza, Secretaría de Cultura del Gobierno del Distrito Federal, 2006, 170 p.

PARTES DE LA OBRA El libro se divide en dos partes: un estudio llamado Margarita Maza, una mujer liberal, de la Dra. Patricia Galeana, 25 páginas, y Documentos y correspondencia de Margarita Maza Parada y Benito Juárez, 145 páginas. MARGARITA MAZA, UNA MUJER LIBERAL En la primera parte, la Dra. Galeana ubica el marco histórico en que ocurrieron los hechos. Nos habla de la larga época en que se unificó España en torno a la religión católica, expulsando a musulmanes y judíos. La conquista la fundó en el catolicismo, sin tolerancia de ningún otro credo religioso. Y alrededor de esta misma religión unificó a los pueblos mesoamericanos asentados sobre el territorio de la Nueva España. De este modo, el principio de la intolerancia religiosa imperó en México desde el siglo XVI hasta el triunfo del liberalismo. Fue una época en la que prevaleció la sociedad patriarcal. La mujer se limitó a jugar un papel vinculado a la reproducción. El modelo a seguir era la virgen María. La mujer no podía vivir más que como santa o como prostituta. No había término medio. De este modo, vivía entre la exaltación virginal o el menoscabo social, entre la abnegación o el pecado. Su vida nunca trascendió a lo público. Se limitó al ámbito de lo privado: la casa familiar o las casas de Dios, “las de recogimiento o las de mancebía”. “Pocas pudieron romper el cerco y trascender. Sor Juana Inés de la Cruz lo hizo, pero no dejó de sufrir las consecuencias”. El tránsito de la cultura dogmática a la de la tolerancia fue largo y tortuoso. “Pasar después de la tolerancia al respeto a la diferencia es un proceso que aún no ha concluido en nuestro tiempo”. Margarita Maza Parada, la esposa de Benito Juárez, vivió durante los últimos años de la vieja época y los primeros de la nueva; pero no disfrutó de los beneficios de la reforma liberal. Al contrario: sufrió en carne propia la resistencia al cambio. Ella nació el 29 de marzo de 1826 y fue adoptada por una familia oaxaqueña adinerada, formada por Antonio Maza y Petra Parada, en la que la hermana de Benito


Juárez trabajaba como cocinera; así que éste, que había llegado a los doce años, la vio nacer cuando ya tenía diecinueve. Margarita y Benito contrajeron matrimonio el 31 de julio de 1843, cuando ella tenía diecisiete y él más de treinta y seis. Juárez había tenido antes relaciones con una dama llamada Juana Rosa Chagoya, con la que tuvo dos hijos: Tereso y Susana. De él se sabe que llegó a ser comandante de un batallón durante la guerra de Reforma y se dice que acompañó a Juárez al norte de la República durante la intervención francesa. El caso es que, según unos, falleció joven, y según otros, a la muerte de Juárez se presentó a reclamar su herencia; pero todo parece indicar que éste fue un suplantador. Por lo que se refiere a su hija Susana, sufrió una enfermedad mental y estuvo a cargo de la familia Castro en Oaxaca. Su padre, Benito Juárez, se ocupó durante toda su vida de sus gastos y en el juicio testamentario recibió su parte de la herencia. El matrimonio Juárez-Maza duró veintisiete años, durante los cuales procreó doce hijos en total, nueve mujeres y tres varones; de los cuales cinco murieron: tres niñas y dos niños, cuatro de ellos, antes de los dos años de edad. Los primeros diez años de su matrimonio residieron en Oaxaca y tuvieron nueve hijos, ocho niñas y un niño, Pepito, “el negrito”. La carera política ascendente de Juárez se vio enturbiada por el fallecimiento de dos niñas que no rompieron la barrera de los dos años de edad. Juárez no vio nacer a sus últimas hijas, unas gemelas, cuando en 1853 fue arrancado de su hogar y del Instituto Científico y Literario de Oaxaca, del que era rector, por los esbirros de Santa Anna, quienes lo mantuvieron confinado seis meses, hasta embarcarlo rumbo a La Habana. De allí viajó a Nuevo Orleáns, donde vivió un año y medio. Margarita, durante este tiempo, hostigada por el oficial santanista José Ma. Cobos, tuvo que refugiarse en Etla, y a pesar de ser señora de grandes caudales, cosió ropa y vendió pan para mantener a sus hijos, y gestionó y obtuvo créditos para enviar remesas a su marido desterrado. Al regresar Juárez en 1855, vivió en Acapulco en calidad de secretario particular del general Juan Álvarez, y en Cuernavaca, como ministro de Justicia, Instrucción Pública y Negocios Eclesiásticos del gobierno provisional del mismo general. En 1856 regresó a Oaxaca como gobernador del Estado y en 1857 nació su décimo vástago, un niño. Al final del año, Juárez se trasladó a México para tomar posesión como presidente de la Suprema Corte de Justicia, y al empezar 1858, se hizo cargo de la presidencia de la República. Al iniciarse la guerra de reforma, el gobierno de Juárez se instaló en Veracruz y Margarita viajó desde Oaxaca con sus hijos para reunirse con su marido. Un año después, en 1859, nació su onceavo descendiente: una niña. En 1861, al triunfo de la guerra de Reforma, el matrimonio Juárez-Maza se instaló en la ciudad de México. Los problemas no habían terminado: apenas comenzaban. Durante la siguiente década, Margarita viviría en constante zozobra.


En enero de 1862, declaradas las hostilidades entre México y Francia, estaba en Puebla gestionando recursos para los hospitales de sangre, actividades que tuvo que suspender en julio de ese año por el fallecimiento de la última de sus hijas, antes de que cumpliera los dos años. En diciembre Margarita regresó a México para estar al lado de su esposo; pero los azares de la guerra contra los franceses los separaron nuevamente y antes de un año, en noviembre de 1863, Juárez estaba en San Luis Potosí, y su familia, en Saltillo, hasta que lograron reunirse en Monterrey. Un año después, en 1864, nació su último hijo varón, y en agosto, mientras Juárez iba rumbo al desierto, Margarita se encaminaba a Nueva York. Juárez y Margarita vivieron separados tres años, durante los cuales ella perdió en Estados Unidos a dos de sus hijos, ambos varones: el décimo, Pepito, “el negrito”, que tenía ya siete años de edad, y el último, que había nacido en 1864, y que tampoco pasó la barrera de los dos años. Juárez en El Paso del Norte y Margarita en Nueva York sufrieron desgarradoramente estas pérdidas. La señora enfermó. Madre e hijos sobrevivientes regresaron a México en julio de 1867. En 1868 hicieron crisis los padecimientos de Margarita; al finalizar diciembre de 1870 entró en agonía, y el 2 de enero de 1871 falleció. Juárez le sobrevivió dieciocho meses y medio. DOCUMENTOS Y CORRESPONDENCIA DE MARGARITA MAZA PARADA Y BENITO JUAREZ La segunda parte del libro está compuesta por 113 documentos, de distintas clases, desde el acta de bautizo de Margarita en 1826 y el acta de matrimonio entre ésta y Benito Juárez en 1860, hasta el juicio de intestado de ambos y el cuerpo de bienes de dicho matrimonio. No hay ninguna carta entre ellos de 1843 a 1853, porque fueron años en los que vivieron juntos, pero tampoco de 1854 a 1855, lo cual no deja de ser lamentable, porque fueron los dos largos años en los que Margarita y Juárez estuvieron separados por primera vez por el confinamiento, la persecución y el destierro. No dejaron de escribirse, por supuesto; pero no se sabe qué pasó con su correspondencia. Lo único que se sabe es que, en el destierro, Juárez, desde Nueva Orleáns, informaba a Melchor Ocampo, que residía en Brownsville, que su familia estaba bien, y que había recibido a su cuñado. Como se dijo antes, en 1856 y 1857 el matrimonio volvió a hacer vida en común en Oaxaca, y de 1859 a 1861, a reunirse en Veracruz, y luego, en la ciudad de México. Tampoco hay correspondencia durante este tiempo. Sin embargo, a partir de su nueva separación en 1862 y, sobre todo, de 1863 a 1868, Margarita y Juárez cruzaron una de las correspondencias más emotivas y dramáticas que hay en la historia de la literatura amorosa y política de México en el siglo XIX.


La pérdida de Pepito, por ejemplo, y meses después, la del pequeño Antonio, desbordó su dolor. Juárez supo que el primero estaba enfermo y presintió su muerte. El 26 de enero de 1865, desde Chihuahua, escribió a su yerno cubano Santacilia: “Mi amado Pepe ya no existe, ¿no es verdad? Un hijo que era mi orgullo, mi encanto, mi esperanza. Pobre Margarita, estará inconsolable… la mala suerte ha descargado sobre nosotros”. Un mes después, el 23 de febrero, le confesó: “Apenas tengo energía para sobrellevar esta desgracia que me agobia y que casi no me deja respirar… Ahora me aflige la salud de Margarita, que no es buena”. El 10 de noviembre, Margarita escribió a Juárez, desde Nueva York: “Mi estimado Juárez: […] la falta de mis hijos me mata. Desde que me levanto los tengo presentes recordando sus padecimientos y culpándome siempre y creyendo que yo tengo la culpa de que se hayan muerto; este remordimiento me hace sufrir mucho y esto me mata; no encuentro remedio y sólo me tranquiliza, por algunos momentos, que me he de morir, y prefiero mil veces la muerte a la vida que tengo; me es insoportable la vida sin ti y sin mis hijos. Tú te acuerdas el miedo que le tenía a la muerte, pues ahora es la única que me dará consuelo. No culpo que muchas personas se maten cuando pierden la esperanza de volver a tener tranquilidad; si yo fuera de más valor, ya lo hubiera hecho hace un año, ese tiempo tengo de llorar día y noche… Me queda otra esperanza y es que tú te reúnas con nosotros; será para mí un gran consuelo” El 29 de noviembre agregó: “El día 8 de diciembre va a ser un año que murió mi hijo Pepe y lo tengo tan presente como si hubiera sido ayer… lo único que me tranquilizaría sería estar contigo, (pero) eso no es posible, no hay remedio para mi mal”. Juárez la tranquiliza y aún la reprende: “Déjate de tonterías y no te estés calentando la cabeza con falsas suposiciones”. Margarita sigue añorándolo: “Mi estimado viejo… Dios me dé vida para volverte a ver… Aunque tú me desapruebes, siempre me gusta que tú me lo digas… Cada día que pasa me parece un siglo”. Juárez la calma y le da esperanzas infundadas de se reunirán en breve; pero ella lo duda: “El triunfo no será tan pronto como tú crees…, (y) no nos volveremos a ver hasta que no triunfemos”. Margarita era republicana y liberal. El 13 de abril de 1866, respecto al catolicismo -o fanatismo- de la madre y la tía de Matías Romero –embajador de México en Washington-, comenta: “La familia no piensa más que en confesarse y ayunar y hablar de jubileo, de indulgencias y una porción de beatitudes que yo me hago esfuerzos para creer y no puedo. La pobre señora es muy buena, y su hermana; pero muy cerradas, creyendo que los protestantes se condenan y sólo los fanáticos, como ellas, se van al cielo. Yo las envidio, porque si yo pudiera tener la fe que ellas tienen, sería feliz, no que estoy en un estado que nada creo y esto me hace más desgraciada, porque si yo creyera que mis hijos eran felices y que estaban en el cielo, no sufriría tanto como sufro”. Además, conocía bien a los amigos de Juárez, lo alertaba contra algunos de ellos que lo habían traicionado, y lo regañaba: “Ellos no tienen la culpa sino tú, que no te vuelves a acordar de lo que te hacen”. También criticaba a los que iban a Nueva


York, porque en lugar de cumplir con su deber, se dedicaban a pasear. “Da vergüenza… toda su fortuna es no saber inglés, porque si no, sería peor. Para volver por nuestro honor perdido, manda una persona capaz de algo y no sigas mandando auxilios inútiles… Ya te he quitado bastante tiempo con mis sandeces, que te entrarán por un oído y te saldrán por el otro”. Más tarde, al saber que otros le habían dado la espalda, le advertía: “Te conozco que eres tú un confiado y no te han de faltar enemigos que tú no conozcas por tu buen corazón y porque nunca crees a nadie capaz de hacer un mal… Cuídate, tú eres mi único consuelo”. La prensa comentó su visita a Washington. Su presencia causó sensación. El 8 de julio de 1866 escribió a Juárez con gran sencillez para aclarar las cosas: “Dicen que estuve yo elegantemente vestida y con muchos brillantes. Eso no es cierto. Toda mi elegancia consistió en un vestido que me compraste en Monterrey… No tenía más que mis aretes que tú me regalaste un día de mi santo, porque mis demás cositas las tengo en Nueva York. Te digo esto porque no vayan a decir estando tú en El Paso con tantas miserias, yo esté aquí gastando lujo…” En esta correspondencia entre Juárez y Margarita, relativamente breve, campean el amor y el dolor. Un gran amor en todas sus formas, como el que sienten los enamorados entre sí, los padres por sus hijos y los patriotas por su patria. Y un gran dolor, como el que sufren los seres fuertemente unidos que son obligados a vivir separados, los padres que padecen la pérdida de sus hijos queridos, y los mexicanos bien nacidos que ven vulnerados los derechos de la nación de la que forman parte. Por las razones expuestas, nadie puede, nadie debe dejar de leer este pequeño gran libro. Morelia, Mich., 14 de octubre de 2006.


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