La resistencia republicana en Michoacán

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José Herrera Peña

La resistencia republicana en Michoacán

Morelia 2012


JOSÉ HERRERA PEÑA

Copyright © 2013 José Herrera Peña All rights reserved ius.jh@gmail.com Los avances de esta obra fueron publicados en: La resistencia republicana en las entidades federativas de México, Patricia Galeana, Siglo XXI Editores, 2012. ISBN-13: 978-1475064698 ISBN-10: 1475064691

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Índice 1.

De principio a fin…………………………….

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2.

Fuentes………………………………….......

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3.

Autoridades republicanas………………….

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4.

La entrega de Morelia……………………..

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5.

Modalidades de entrega……………………

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6.

Defección, traición y reacomodo…………..

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7.

Pueblos y guerrillas………………………….

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8.

Maximiliano y Carlota……………………….

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9.

Reorganización del Ejército del Centro……

43

10.

La renuncia del Prefecto Imperial…………

47

11.

La segunda renuncia………………………..

51

12.

Tercera y cuarta renuncias…………………

55

13.

Tacámbaro y Zitácuaro……………………..

59

14.

Uruapan y Cerro Hueco ……………………

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Las ejecuciones de Uruapan ………………

69

16.

Canje de prisioneros ………………………..

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17.

La respuesta de Juárez …………………….

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18.

Operaciones finales …………………………

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El autor

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1. DE PRINCIPIO A FIN Desde 1860 —todavía no decidida la suerte de la Guerra de Reforma— Melchor Ocampo, Secretario de Relaciones del Presidente Benito Juárez, había considerado que la intervención europea en México era inminente e inevitable. Por eso orientó sus negociaciones diplomáticas con Robert McLane, embajador de Estados Unidos en México (que concluyeron en el llamado Tratado McLane-Ocampo) hacia una alianza no sólo comercial sino también militar entre los dos países, que los fortalecieran frente a las amenazas que ensombrecían su futuro común.1 Al terminar la guerra con el triunfo del Gobierno liberal, el prócer fue secuestrado de su rancho Pomoca —cerca de Maravatío, Michoacán—, por las gavillas conservadoras de Leonardo Márquez y Ramón Méndez, acusado de traición a la patria, y asesinado el 3 de junio de 1861. En su testamento, escrito minutos antes de morir (mediante el cual legó su biblioteca del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, de la que han desaparecido las dos terceras partes de sus libros), aclaró: Muero creyendo que hice en defensa de mi país cuanto creí en conciencia que era bueno. 2 Dos semanas después, el 17 de junio de 1861, la Décima Primera Legislatura Constitucional de Michoacán declaró Benemérito a Melchor Ocampo y dispuso que el Estado lleve su nombre.

1

Patricia Galeana, El Tratado McLane-Ocampo. La comunicación interoceánica y el libre comercio. México, ed. Porrúa, 2009, y José Herrera Peña, "El Tratado McLane-Ocampo", en Estudios de Historia del Derecho y las Instituciones, Coord. Oscar Cruz Barney et al, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, 2009, pp. 235 y sigs. 2

José Herrera Peña, La biblioteca de un reformador, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, 2006, p. 256.

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En todo caso, para los michoacanos no fue ninguna sorpresa ver que las naves de la convención tripartita (Inglaterra, España y Francia) arribaran a Veracruz. Los batallones de la división Michoacán —al mando de su Gobernador Epitacio Huerta— tomaron parte en las acciones de guerra que se librarían en 1862 contra los invasores en las batallas de las Cumbres de Acultzingo, de Puebla —Loreto y Guadalupe— y de Barranca Seca. Al año siguiente, 5 de mayo de 1863, el michoacano Antonio Florentino Mercado, Procurador General de la República, fue el orador oficial del acto para celebrar el primer aniversario de la batalla de Puebla. Mercado recordó el

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telegrama que Ignacio Zaragoza, fallecido de tifo el 8 de septiembre anterior, enviara al Presidente Juárez, según el cual “las armas francesas de batieron con valor, pero con torpeza”, y “las armas nacionales se cubrieron de gloria”.3 Más tarde, el gobernador Epitacio Huerta fue hecho prisionero en el sitio de Puebla (marzo a mayo de 1863) y deportado a Francia. Durante su gobierno no había vacilado en aplicar las leyes de Reforma en Michoacán, entre ellas, la nacionalización de los bienes eclesiásticos, la separación de la iglesia y el estado, y la libertad de cultos. Lo que le ocurriría después, desde su captura hasta su regreso a México en 1867, lo publicaría en Apuntes… de los defensores de Puebla conducidos a Francia. 4 A partir de 1862, pues, y aun desde antes, el Estado de Michoacán se había ido preparando gradualmente para lo inevitable.

3

Antonio Florentino Mercado, El 5 de mayo, Tipografía de Nabor Chávez, México, 1863. 4

Epitacio Huerta, Apuntes para servir a la historia de los defensores de Puebla que fueron conducidos prisioneros a Francia, México, Imprenta de Vicente G. Torres, 1868 (Reimpresión: Comisión Nacional para las Conmemoraciones Cívicas, 1963).

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Epitacio Huerta

En 1863 se concedieron facultades extraordinarias al Gobernador en todos los ramos; se dispuso que se armara a la población y se entregara un fusil a cada habitante; se declaró a Morelia en estado de sitio; se establecieron penas a los que promovieran o favorecieran la rebelión; se ordenó que continuara organizado el Poder Judicial conforme a la Constitución, a pesar del estado de sitio; que se redujeran la planta y los sueldos de los empleados del gobierno; que se impusieran contribuciones extraordinarias; que se colectaran

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donativos para gastos de guerra y hospitales de sangre; que se secuestraran los bienes de los que directa o indirectamente sirvieran a los invasores, y que se trasladaran los Poderes del Estado a Uruapan, que fue declarada capital del Estado.5 El 27 de noviembre de 1863 resonaron los primeros disparos en la línea divisoria entre Michoacán y el Estado de México, y no cesaron sino hasta mayo de 1867, tres años y cinco meses más tarde, sin que hubiera una semana —ni siquiera un día— de tregua, salvo del 1 al 10 de diciembre de 1865 (en que se suspendieron las hostilidades y ninguna tropa nacional o extranjera recorrió los caminos entre Morelia y Tacámbaro), para llevar a cabo el intercambio de prisioneros acordado entre el mariscal François Achille Bazaine, comandante en jefe del Ejército Francés, y el general Vicente Riva Palacio, jefe del Ejército del Centro de la República Mexicana y Gobernador de Michoacán.

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Index. Disposiciones jurídicas expedidas en Michoacán, 1824-2010, en proyecto.

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2. FUENTES Numerosos escritores nacionales y extranjeros se han ocupado de la historia del Ejército del Centro, del que formaba parte la comandancia general de Michoacán, basados en los documentos del imperio o en los del cuerpo expedicionario francés. La misma obra monumental México a través de los siglos, tomo V, no ha bebido en otras fuentes. Esto es así, porque los documentos oficiales republicanos de Michoacán, la correspondencia particular de los jefes y los periódicos mismos, se perdieron. Los archivos públicos eran incendiados, la correspondencia del general José María Arteaga, jefe del Ejército del Centro, fue destruida parcialmente en la amarga derrota de Jiquilpan, y el resto, en la siniestra batalla de Cerro Hueco y en la dolorosa catástrofe de Santa Ana Amatlán; el general Nicolás de Régules se quedó sin un solo papel en la deplorable sorpresa de Tengüecho, y eran tan frecuentes las derrotas, los reveses y los desastres de las columnas armadas michoacanas, que no lograron guardar nada. Afortunadamente, el licenciado Vicente Riva Palacio conservó su nutrida correspondencia, y el licenciado Eduardo Ruiz, su secretario —quien fue testigo presencial de los acontecimientos—, sus apuntes. Con base en estas fuentes primarias, este último publicó treinta años después la Historia de la guerra de Intervención en Michoacán.6 De esta obra se han tomado los datos más importantes que se reproducen en estas páginas.

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Eduardo Ruiz, Historia de la Guerra de Intervención en Michoacán, Secretaría de Fomento, Gobierno de México, 1896.

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3. AUTORIDADES REPUBLICANAS El Ejército del Centro estaba formado por las fuerzas armadas de los Estados de Jalisco, Michoacán, Colima, Guanajuato, Querétaro y el Estado de México (distritos 1 y 3). Su comandante era el general moreliano José María López Uraga, a la sazón de 53 años de edad, mientras que el gobernador de Michoacán lo era el general Santiago Tapia, quien ejerció su cargo del 7 de febrero al 17 de julio de 1863. Santiago Tapia había reemplazado a Epitacio Huerta y sería sustituido, a su vez, por el licenciado Luis Couto, del 18 de julio al 17 de septiembre de ese año, y a partir de esta fecha, López Uraga se hizo cargo directamente del gobierno del Estado; pero el 30 de octubre siguiente, el Presidente Juárez nombró gobernador al ingeniero y general Felipe Berriozábal, de 36 años, siendo reemplazado casi cinco meses después, el 21 de marzo del año siguiente por José Caamaño, de 26 años. El 12 de junio de 1864, Caamaño encomendó provisionalmente el gobierno al general Carlos Salazar, de 32 años, mientras se dirigía al Estado de Jalisco, adonde había sido llamado por López Uraga, pero las circunstancias determinaron que Salazar se mantuviera más tiempo en dicho cargo. El michoacano Santiago Tapia (nacido en Aguililla), comandante en jefe de la batalla de Barranca Seca —por instrucciones del Ignacio Zaragoza—, había sido gobernador de Puebla el 5 de mayo de 1862, mientras las tropas atacaban esta ciudad, y participado en su defensa. Después de dejar el gobierno de Michoacán en septiembre de 1863, siguió combatiendo contra los franceses hasta caer prisionero en Oaxaca y conducido a Puebla.7 Liberado en 1865 gracias a las gestiones de Vicente Riva Palacio y Porfirio Díaz, y nombrado gobernador de Tamaulipas en 1866, moriría del Cólera en el sitio de Matamoros, a los 46 de edad, sin alcanzar a ver su triunfo, que representaría el

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Santiago Tapia, Diario de un prisionero (18641865), introducción de Oliva Castro Morales, Instituto Poblano de Antropología e Historia, Puebla, 1970.

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principio del fin del imperio.8

Santiago Tapia

El licenciado Luis Couto, hijo de Zitácuaro, no gobernó Michoacán más que dos meses, durante los cuales hizo gala de prudencia, sin dejar de someter a los "Lanceros de la Libertad", que se rebelaron, y lograr la unificación de los grupos políticos que rechazaban la intervención. Al entregar el gobierno, se retiró a su "hacienda del bosque", distrito de Zitácuaro, desde la cual seguiría prestando innumerables servicios a la resistencia republicana. 8

El archivo de Santiago Tapia se encuentra en la Universidad de Texas, en Austin, con el título “Santiago Tapia Papers, 1823-1856”, formando parte de The Nettie Lee Benson Latin American Collection.

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Y el general Felipe Berriozábal, nativo de Zacatecas y egresado de la Escuela Nacional de Ingenieros, héroe de la batalla de Puebla, había sido prisionero de los franceses y logrado evadirse. Después de dejar el gobierno de Michoacán en 21 de marzo de 1864, sería secretario de Guerra del Presidente Juárez y en el curso de su vida seguiría ocupando altos cargos en la administración pública federal, hasta morir en su cama en enero de 1900. Durante los cinco meses en que Berriozábal fue gobernador de Michoacán, su actividad fue asombrosa: puso a dicha entidad en estado de defensa y ordenó que la lucha se iniciara en el momento mismo que apareciera el enemigo; que los prefectos de los departamentos en que estaba dividido el Estado, declararan el estado de sitio tan pronto como aparecieran los invasores; que les disputaran su autoridad con las armas en la mano, y que en caso de que la cabecera de su distrito fuera ocupada, no abandonaran sus cargos, sino que se situaran en los lugares más inmediatos, continuaran las hostilidades y siguieran atendiendo la administración civil de sus demarcaciones. Además, estableció métodos eficaces para que las oficinas de rentas recaudasen los impuestos, aún en puntos ocupados por el enemigo. Por otra parte, además de reorganizar y pertrechar a la milicia regular, sentó las bases de la organización de las guerrillas, que tan brillante y heroico papel desempeñarían durante toda esa época, de suerte que las fuerzas expedicionarias tendrían que batirse no sólo contra el ejército mexicano de Michoacán, sino también contra los temibles chinacos. Las providencias anteriores se observarían todo el tiempo que duró la ocupación, de suerte que nunca dejarían de funcionar las autoridades civiles y militares republicanas.

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En todo caso, desde el 27 de noviembre de 1863, en que las tropas del mayor Billot cruzaron la línea divisoria del Estado, el Gobierno de Michoacán declaró que no reconocería ningún acto legislativo, administrativo o judicial, ni en el ámbito estatal, ni en el municipal, ni en ningún otro, de las fuerzas interventoras, y ordenó a la población que no

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obedeciera ninguna disposición dictada por éstas. Desde ese inicial saludo hasta el final, los michoacanos nunca dejarían de defender lo suyo. El periodo de la comandancia de López Uraga, que corrió de noviembre de 1862 a junio de 1864, quedó marcado por la errática y equívoca conducción del Ejército del Centro, quien desde el punto de vista político, lejos de apoyar a los gobernadores republicanos y liberales como Tapia, Couto o Berriozábal, los hostilizó para que presentaran su renuncia, lo cual produjo no pocas suspicacias y mucha desconfianza, y ésta aumentó cuando se iniciaron las hostilidades en Michoacán. Ya en 1862, como jefe del Ejército de Oriente, había negociado su entrega con las fuerzas interventoras, antes de ser sustituido por el general Ignacio Zaragoza. Ahora, en su calidad de jefe del Ejército del Centro, la primera de sus disposiciones fue entregar Morelia al enemigo sin disparar un tiro, y la siguiente, recuperarla cuando ya éste se había fortificado en ella. Era una táctica parecida a que había utilizado el general Antonio López de Sana Anna en 1847 en la guerra contra Estados Unidos —según lo denunciara infatigablemente Melchor Ocampo—, consistente en ordenar la retirada cuando una batalla estaba ganada, para que las tropas mexicanas quedaran desmoralizadas, y al ataque cuando estaba perdida, para que fueran exterminadas.

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José María López Uraga

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4. LA ENTREGA DE MORELIA De este modo, López Uraga ordenó a Berriozábal que evacuara Morelia y se instalara en Pátzcuaro, así que el 28 de noviembre de 1863 los franceses tomaron posesión de la capital del Estado. “Preciso es confesar —dice Zamacois— que la recepción estuvo muy lejos de tener el colorido entusiasta de San Juan del Río, Querétaro y otras partes”. Al contrario. Según un testigo francés, "se manifestó más bien hostil”. Y el periódico La Sociedad de la ciudad de México reconoce que “los vecinos de Morelia fueron parcos en sus demostraciones de júbilo”. Algunos zuavos se aventuraron a recorrer la ciudad, pero su imprudencia les costó cara. Uno de los oficiales —el conde de La Mothe— y tres soldados, aparecieron muertos a puñaladas. Durante los funerales —que se hicieron en la iglesia de San Agustín—, un oficial francés leyó la hoja de servicios que el conde había prestado al ejército. Por la noche, dicho jefe convocó a los vecinos más notables y les dijo que la intervención no tenía otro objeto “que cimentar la paz en México; que en Morelia quedaba de prefecto el general José de Ugarte (quien había sido gobernador de Michoacán nombrado por el Presidente Santa Anna) y de jefe de armas y gobernador del Estado, el general Leonardo Márquez, “el tigre de Tacubaya”, haciendo notar que “ambas personas eran de honrosos y humanitarios antecedentes”, palabras que los asistentes escucharon incrédulos, viéndose unos a otros. El 17 de diciembre siguiente, López Uraga ordenó que se recuperara Morelia. Hasta esa fecha, la ciudad jamás había sido tomada a viva fuerza. Podía ser destruida a cañonazos, pero medianamente defendida, resultaba muy difícil vencer sus defensas. Pues bien, esta vez, a pesar de que los republicanos no la destruyeron, la tomaron, no obstante lo cual, López Ugarte ordenó la retirada.

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Ex Seminario Tridentino de Valladolid, hoy Palacio de Gobierno de Michoacán en Morelia

Santiago Tapia y Carlos Salazar no lo creían. ¿Retirarse en el momento en que las banderas republicanas ondeaban en la plaza de armas? No era posible. Sin embargo, así fue. La retirada se hizo en buen orden, pero los defensores aprovecharon la oportunidad para causar a los atacantes pérdidas no despreciables. En las calles quedaron regados más de mil cadáveres, la mayor parte republicanos. Las campanas repicaron, la guarnición se regocijó y el pueblo se mantuvo al margen. Márquez subió a una azotea para contemplar la retirada, oyó silbar una bala y cayó al suelo con el rostro chorreando

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sangre. La herida, aunque escandalosa, no fue grave, y una vez cerrada, siguió dictando órdenes. Al día siguiente, el Tigre de Tacubaya ordenó que todos los prisioneros republicanos fueran ejecutados. Morelia estaría ocupada del 28 de noviembre de 1863 al 13 de febrero de 1867, es decir, por espacio de mil ciento cuarenta días.

Leonardo Márquez

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5. MODALIDADES DE ENTREGA La vía para avanzar a Uruapan quedó libre. Declarada capital del Estado semanas antes, esta ciudad tampoco fue defendida. Cayó el 1 enero de 1864 y las tropas se dedicaron al pillaje. Durante los tres meses siguientes, la suerte fue adversa a las armas republicanas, pero los pueblos supieron cómo enfrentarla, a partir del ejemplo de Zitácuaro, el cual vale la pena reseñar. El coronel Vicente Riva Palacio, nombrado gobernador del Estado de México y comandante militar de los distritos 1 y 3 por el Presidente Juárez el 24 de septiembre anterior, es decir, cuando todo su territorio (incluido el Estado de Morelos, que por entonces no existía) ya estaba totalmente ocupado por los franceses, se había desplazado a Zitácuaro, sin que el jefe político del lugar le prestara ninguna ayuda. Sin embargo, se ganó la simpatía de los pobladores poco a poco y estos empezaron a apoyarlo, hasta que surgieron de allí algunos de los cuadros más valiosos que hicieron crecer su fuerza, al grado de que, sin desatender su meta principal, esto es, recuperar el distrito 1 del Estado de México —con sede en Toluca—, sus hechos de armas los viviría principalmente en Michoacán. Pues bien, ya que la táctica del general López Uraga había sido entregar las poblaciones sin disparar un tiro, el 28 de marzo de 1864, Zitácuaro no ofreció resistencia alguna a las tropas de ocupación, con una diferencia. En Morelia, Uruapan y otros puntos, la población había quedado asegurada y vigilada por fuertes guarniciones militares; pero en Zitácuaro, los franceses no encontraron a nadie. La ciudad estaba vacía. Todos sus habitantes se habían ido a las montañas circunvecinas, protegidos por la pequeña guarnición republicana. El parte del coronel Clinchant al general Márquez señala: A las once de hoy ocupé esta plaza y no encontré en ella ni tropas ni familias. A mi llegada todos habían huido a la

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montaña. Es inútil permanecer en este pueblo abandonado y me retiro por Maravatío. No se necesita la venida de usted y puede volverse a Morelia.9 Al retirarse las tropas de ocupación, los habitantes volvieron a tomar posesión del lugar. La lección fue aprendida. El 10 de mayo, en Paracho ocurrió lo mismo. Cuando llegaron las fuerzas de la intervención, no encontraron más que a un pueblo fantasma; por consiguiente, estas se dedicaron al saqueo y se retiraron al día siguiente sin pena ni gloria. Esta actitud decididamente hostil de las poblaciones convirtió la lucha entre el ejército de ocupación y el ejército republicano, en una lucha más amplia entre el ejército enemigo y las poblaciones, con su trágica y pavorosa cauda de destrucción de bienes y pérdida de vidas humanas, como ocurrió un año después en la misma Zitácuaro. Aunque se multiplicaron los reveses republicanos durante la jefatura de López Uraga —que estableció su cuartel general en Jalisco—, al grado de que el enemigo ocupó las ciudades más importantes del Estado, entre ellas, Morelia, Maravatío, Puruándiro, La Piedad, Zamora y Pátzcuaro, nunca faltaron las victorias. Por ejemplo: el 14 de mayo de 1864, las guerrillas de Riva Palacio, compuestas por quinientos hombres, derrotaron en toda la línea a las tropas francesas del general Morel, haciéndole más de seiscientos prisioneros. Esto levantó la moral de los patriotas. En julio siguiente, las tropas intervencionistas también fueron derrotadas en Zacapu y en Coalcomán. Y así sucesivamente…

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Citado por Ruiz, Historia, p. 77.

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Vicente Riva Palacio

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6. DEFECCIÓN, TRAICIÓN Y REACOMODO A fines de mayo de 1864, al desembarcar Maximiliano en el puerto de Veracruz, el general López Uraga, quien ya había hecho renunciar a Berriozábal del Gobierno de Michoacán, convocó en Jalisco a sus oficiales más cercanos, entre ellos, don Antonio Huerta —hermano de Epitacio, el gobernador desterrado—, José Caamaño, a quien acababa de nombrar gobernador de Michoacán, y a otros; los invitó a afiliarse al ejército imperial, y todos aceptaron, excepto Caamaño, quien titubeó, y cuando se decidió por el imperio, ya era tarde: sería olvidado por unos y por otros. Al mismo tiempo, López Uraga empezó a dar órdenes tortuosas, que el general José María Arteaga se negó a obedecer. Arteaga, de 32 años, nacido en la ciudad de México, había sido en 1857 gobernador de Querétaro, postulado a Santos Degollado a la Presidencia de la República y organizado una coalición de Estados con Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Aguascalientes, Zacatecas y Querétaro para sostener la Constitución Política. El 22 de septiembre de 1859 recibió la ciudadanía michoacana, por acuerdo del Congreso del Estado; en 1862 combatió a los franceses en las Cumbres de Acultzingo; fue gravemente herido en una pierna, lesión que le haría sufrir toda la vida, y prohibió a sus oficiales el 3 de julio de 1863 que aplicaran la pena de muerte contra cualquier enemigo, de cualquier nacionalidad que fuese, incluyendo a los mexicanos, a menos que mediara sentencia de la autoridad judicial, política que seguiría hasta el fin de sus días. Pues bien, ahora, a principios de junio de 1864, en calidad de Gobernador de Jalisco, además de desobedecer al general López Uraga, lo declaró traidor, y éste, ante la fría actitud de sus tropas, que simpatizaron con las posiciones de Arteaga, se vio forzado a dejar el mando el 21 de ese mes. El 12 de julio siguiente, el Presidente Juárez nombró al mismo general Arteaga, Jefe del Ejército del Centro, lo revistió de facultades omnímodas en todos los ramos en los

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Estados de Jalisco, Michoacán, Guanajuato, Colima, Querétaro y los distritos 1 y 3 del Estado de México, y éste, entre otras cosas, nombró o ratificó a los gobernadores de Michoacán y del Estado de México, generales Carlos Salazar y Riva Palacio, respectivamente.

José María Arteaga

López Uraga, por su parte, quien estaba, según Saligny, “completamente desprovisto de moral, esclavo de sus pasiones y de sus necesidades”; que había recibido del Presidente Juárez, a título gratuito, la concesión de las Islas Marías, y que iba “siempre adonde consideraba que estaba su beneficio”, se entrevistó con Maximiliano en el Estado de Guanajuato, se pasaría a sus filas y llegaría a ser jefe de la

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escolta de la emperatriz Carlota, al viajar ésta a Europa en busca de apoyo. Al triunfo de la República se acogería a la Ley de Amnistía del Presidente Juárez y regresaría a México, pero al final de su vida se exiliaría en Estados Unidos y fallecería en febrero de 1885 en San Francisco, California. Y el gobernador de Michoacán, Carlos Salazar, había ascendido a coronel por su participación en las batallas de Puebla y de Barranca Seca. Al caer la ciudad al año siguiente había estado a punto de caer prisionero, pero lograría regresar a México y formaría parte de la escolta que protegió la retirada del Presidente Juárez, quien en San Luis Potosí le concedió el grado de general. Reapareció al mismo tiempo que Santiago Tapia en la batalla de Morelia, habiendo llegado con éste hasta la plaza principal; para dejarla a la postre en manos del enemigo por órdenes de López Uraga.

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7. PUEBLOS Y GUERRILLAS Si muchos traicionaron la causa de la República, otros surgieron con una integridad de hierro, como Nicolás Romero, hidalguense de 37 años, veterano de la batalla de Puebla, que fue a buscar a Vicente Riva Palacio a Zitácuaro, “nido de águilas y guarida de leones”, al decir de Eduardo Ruiz; hombre legendario, modelo de chinaco; terrible en el combate y generoso con los vencidos; con la reata, sin igual, y con la lanza, temible. En septiembre de 1864, el “león de la montaña” o el “camisa roja de los bosques”, como era llamado Nicolás Romero, recibió la orden de tomar prisionero al capitán Becker, quien había salido de México a Morelia con pliegos e instrucciones verbales de Bazaine, y sin temer la superioridad del enemigo, ejecutó puntualmente la orden; trató a su prisionero con caballerosidad y deferencia; lo entregó a Riva Palacio, y éste lo dejaría en libertad después de obtener la información deseada. Un mes después, Becker escribía a Riva Palacio: “Le repito mis muy expresivas gracias por la cortesía y consideración con que he sido tratado en Zitácuaro”. 10 Los michoacanos no se contentaron con ver pelear a las tropas de línea, es decir, a los soldados profesionales, sino también se organizaron en cuerpos de chinacos, debidamente registrados ante las autoridades michoacanas respectivas. Normalmente eran campesinos, comerciantes, rancheros o artesanos; pero en sus tiempos libres se convertían en guerrilleros. El mejor y más eficaz sistema de guerra empleado por los republicanos —dice Eduardo Ruiz— era el de las partidas sueltas, intangibles cuando se les perseguía, imponentes y terribles cuando atacaban por sorpresa. Desde antes de emprender el ataque, sabían el punto en que debían reencontrarse. Si el enemigo era poderoso, les bastaba 10

Ruiz, Historia, p. 210.

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sembrar el desorden y el pánico en sus filas. Si no, le causaban enormes daños. Aquellos hombres estaban siempre en vela, como si la noche se hubiese hecho para emprender las marchas más difíciles y provocar los combates más sangrientos. Se habían acostumbrado a dormir en el caballo y cuando era preciso recorrían inmensas distancias, apareciendo repentinamente en donde menos se les esperaba.

Nadie como ellos para poner una emboscada, dar una sorpresa o proteger una retirada. Si era necesario, asistían a las grandes batallas; pero en su vida común y cotidiana, su táctica consistía en pequeñas escaramuzas y, sobre todo, en

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grandes sorpresas. Minuciosos conocedores del terreno, llegaban hasta el enemigo sin ser sentidos, y ya en el lugar, se mezclaban entre sus contrarios y sembraban la muerte a golpes de lanza. Otras veces simulaban huir y en el momento oportuno daban media vuelta, sin que nada ni nadie pudiese contener su empuje. Cuando todo hacía creer que empeñaban combate, desaparecían en admirable dispersión. Cualquiera creería que habían quedado deshechos, pero horas después repetían el ataque brusco, inesperado, sangriento, rápido, fantástico. Cuando las tropas enemigas se ponían en marcha, los guerrilleros las molestaban por todo el camino, saliéndole unas veces a la vanguardia, otras por los flancos y en ocasiones por la retaguardia, sobre todo cuando atravesaban los bosques o seguían caminos quebrados. Desgraciado el francés que se apartaba de sus filas: en un instante se veía lazado y arrastrado. La reata era el arma que más temían los invasores y por esto el imperio prohibió su uso, bajo penas severas, y no podía portarse sino bajo licencia escrita de las autoridades de ocupación. En todo caso, aunque perdieran batallas, los chinacos nunca dejaban descansar al enemigo, y entre derrota y derrota, lo fueron desgastando poco a poco. Por eso cantaban: “México perdiendo, gana. Si no es hoy, será mañana”.11 Conforme pasaron los meses, los franceses empezaron a desesperar. A pesar de sus numerosas victorias militares y de sus diez mil hombres en Michoacán, la campaña era fatigosa e interminable. Como había sucedido con los españoles durante la guerra de independencia, los franceses no eran dueños más que del terreno que pisaban. Tenían que dejar guarniciones en todas partes, constantemente hostilizadas por guerrillas y difícilmente toleradas por la población. Las 11

tropas

regulares

republicanas,

en

cambio,

Ruiz, Historia, p 177.

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deshechas un día, reorganizadas el siguiente, no tenían necesidad de cuidar a los pueblos, porque estos se cuidaban solos, así que andaban por todas partes. Derrotadas hoy, reaparecían mañana en lugares lejanos, precedidas, acompañadas o seguidas por las guerrillas de chinacos, más temibles que nunca. El historiador militar francés Gustave Léon Niox dice que Maximiliano exigía al mariscal Bazaine que enviara a Michoacán un poderoso destacamento francés que pacificara el Estado, pero pregunta: ¿Cómo pacificar un país en el que los liberales estaban seguros de encontrar en cada casa un abrigo, y en cada habitante, un amigo? 12

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Gustave Léon Niox, Expédition du Mexique 1861-1867, J. Dumain, Paris, 1874, p. 622.

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8. MAXIMILIANO Y CARLOTA

El 11 de octubre, Maximiliano y Carlota hicieron su entrada en Morelia, él, vestido de charro, color blanco, botonadura de plata y corbata roja, montado en caballo negro con silla vaquera.

A su llegada, dio sobradas muestras de desprecio hacia los reaccionarios, a los que llamaba “cangrejos”, se mostró indiferente hacia los conservadores y cortejó públicamente a

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los liberales. A su llegada, una comisión del clero lo invitó a catedral, en donde estaba preparado un Te Deum, pero Maximiliano se excusó por estar muy cansado. Dice un moreliano: “Los mochitos nos tragamos ese desaire”. No concedió audiencia a Leonardo Márquez, comandante militar de Michoacán, y días después, para quitárselo de encima, lo envió a Constantinopla (Márquez, por cierto, regresaría en 1866 para participar en las últimas batallas del imperio; en 1867 estaría en las batallas de Querétaro, Puebla y México, y al triunfar la República lograría huir a La Habana, en donde fallecería en 1913). Por lo pronto, la pareja imperial, a pesar de la fatiga de su viaje, aceptó el banquete que le ofrecieron en una casa céntrica las buenas familias de la ciudad, las cuales organizaron a sus partidarios para que le gritaran vivas en la calle. “Decididamente, el emperador es más chinaco que su traje”, dice el observador moreliano. Más tarde se diría que este hombre era más mexicano que los mexicanos, más liberal que los liberales, más católico que los católicos y más juarista que Juárez; el caso es que nunca dejó de ser quien era. Los otros seis días que pasó en Morelia, la población se mostró fría e indiferente. Maximiliano removió del gobierno al “cangrejo” santanista José de Ugarte y nombró Prefecto Imperial de Michoacán (cargo equivalente al de Gobernador del Estado) al caballeroso y distinguido Antonio del Moral, dueño de la hacienda de Pedernales, conservador de 40 años de edad, buen abogado y mejor ciudadano. Morales se resistió a aceptar el cargo, porque dijo que un gobernante no debe gobernar para un partido, sea el que fuere, sino para todos los habitantes, con base en lo que establece el Derecho, y dudó que el gobierno de su majestad respetara tal línea. Maximiliano le aseguró que su gobierno sería nacional e incluyente, libre de influencias partidistas y sujeto a la ley, pero que para ello necesitaba el concurso de todos los mexicanos honestos y patriotas de todos los

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partidos. Del Moral aceptó y nombró secretario a Alejandro Ortega, exaltado clerical, pero jurista inteligente, ilustrado, de un profesionalismo acrisolado y de una honradez a toda prueba. Carlota adelantó su partida y decidió esperar al emperador en Toluca. Maximiliano abandonó Morelia el 18 de octubre de 1864.

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9. REORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO DEL CENTRO En esos días, los franceses acantonados en Guadalajara emprendieron una ofensiva contra el general Carlos Arteaga, jefe del Ejército del Centro, hasta desalojarlo de Jalisco, por lo que éste tuvo que refugiarse en Jiquilpan, Michoacán. El 22 de noviembre siguiente, las fuerzas imperiales también lo sorprendieron en Jiquilpan, dispersaron sus tropas y tuvo que huir, abandonando hasta sus equipajes y archivos. La batalla de Jiquilpan fue un desastre total. Enfermo y con los pocos hombres que le quedaban, se retiró a Tacámbaro. Acompañaba a su estado mayor la amazona Ignacia Riechy, vestida de hombre —quien era jefa de un escuadrón—, y un contingente de alumnos del Colegio Militar de Guadalajara. Lo ocurrido en Jiquilpan no entusiasmó a los partidarios del Imperio. Según la carta que un conservador de Morelia envió a uno de sus parientes en México, era doloroso, triste e inexplicable que, después de un año de haber sido ocupado Michoacán y de tantas víctimas y tanta sangre, no hubiera seguridad para los intereses y la vida de los vecinos; no precisamente de los pueblos y haciendas lejanos, sino de los de la propia capital. Según el mismo documento, el triunfo de Jiquilpan, a pesar de su importancia, no tardaría en convertirse en un problema, porque lo que se había arrebatado allí a las fuerzas republicanas, éstas lo tomarían con usura de otros pueblos y haciendas. La razón, la filosofía, la política y hasta el buen sentido — concluye el texto— exigen que se obre ya con actividad y con constancia, si no se quiere que este departamento (como se llamaba al Estado) desaparezca del mapa del imperio mexicano.13 El gobernador Carlos Salazar y los comandantes Manuel García Pueblita, Nicolás Régules y Vicente Riva Palacio — los jefes más distinguidos del ejército republicano en 13

Ruiz, Historia, p. 254.

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Michoacán—, fueron convocados por general Arteaga en Tacámbaro. A García Pueblita, nativo de Pátzcuaro, de 42 años de edad, lo nombró gobernador y comandante militar de Querétaro; a Riva Palacio, nacido en México, de 34 años, lo ratificó como gobernador del Estado de México y le ordenó que tomara Toluca; al gobernador Carlos Salazar, tamaulipeco de 32 años, que recorriera el sur de Michoacán, y a Régules, español nacionalizado mexicano, de 38 años, que amagara el norte de la entidad michoacana, incluyendo Morelia. En enero de 1865, el comandante Arteaga recibió informes de que el gobernador Salazar lo criticaba por sus constantes crisis de epilepsia, sus mal cuidadas heridas de pierna y otros padecimientos que lo incapacitaban para seguir ejerciendo el mando. Arteaga había sido seriamente lesionado en la pierna durante la batalla de Acultzingo, el 28 de abril de 1862, que fue el primer enfrentamiento que hubo entre el ejército mexicano y las tropas francesas, antes de la batalla de Puebla. Régules, aparentemente, coincidía con las apreciaciones de Arteaga. Tomando en cuenta la imperiosa necesidad de fortalecer la unidad del mando, Arteaga destituyó a Salazar y el 11 de ese mes nombró gobernador de Michoacán a Vicente Riva Palacio. Los generales Salazar y Régules reconocieron al nuevo gobernador, pero se negaron a cederle sus tropas y se retiraron a hacer la guerra en Jalisco y Colima. Riva Palacio ordenó a Nicolás Romero que los sometiera, lo que no fue muy del agrado del guerrillero, porque teniendo al frente tantos franceses y traidores, le disgustaba pelear contra patriotas liberales.

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En este desempeño, el “león de la montaña” fue sorprendido por las tropas imperiales, trasladado a México y condenado a muerte. El capitán Becker —que había sido su prisionero— no omitió medio alguno para obtener el indulto de Maximiliano, pero éste le dijo que no estaba en sus manos, sino en las de Bazaine, y que el mariscal era inflexible. El 18 de marzo siguiente, el legendario guerrillero fue ejecutado. Riva Palacio rogó a Arteaga que en lugar de castigar la indisciplina de Salazar, lo invitara al orden y le permitiera seguirse batiendo con sus leales en el territorio de Michoacán. Al saber que Arteaga había aceptado la propuesta, Régules se separó de Salazar y regresó de

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inmediato a Michoacán, pero Salazar no lo hizo sino hasta mediados de febrero. El día 20 de ese mes, Salazar fue nuevamente sorprendido por los franceses en Los Reyes, pero lejos de ser vencido, los hizo prisioneros, les dio por cárcel el pueblo de Tancítaro, bajo palabra de honor de que no intentarían escapar, sino gestionar ellos mismos un canje por prisioneros mexicanos. Los franceses, empezando por el general barón Naigre, violaron su palabra y escaparon. Cuando Salazar se presentó a Arteaga, éste lo comisionó al cuartel general, es decir, lo retiró del mando y sumó sus tropas a las suyas.

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10. LA RENUNCIA DEL PREFECTO IMPERIAL En esos días, el general Benigno Canto, gobernador y comandante militar republicano de Guanajuato, y su numeroso estado mayor —que no contaban con un solo soldado—, fueron hechos prisioneros en Coeneo. Al saberlo, Antonio del Moral, prefecto imperial de Michoacán, pidió al barón Neigre que respetara la vida de esos hombres, porque no eran guerrilleros, ni chinacos, ni malhechores, sino militares de alto rango, y ni siquiera combatientes, sino prófugos. El barón Neigre, que ya había girado la orden de ejecución, obsequió sus deseos, dio contraorden y dispuso que los reos fueran trasladados a Morelia.

Barón Neigre

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El objetivo fundamental de Francia en México era no sólo sostener el imperio de Maximiliano sino también sustraer Sonora a la soberanía mexicana, explotar sus minas y convertir la provincia en un estado francés. Preocupado por alcanzar tal objetivo, el mariscal Bazaine dio por pacificado el territorio de Michoacán y ordenó a gran parte de sus tropas que se desplazaran al norte del país. En cuanto sus soldados desalojaban un espacio del territorio michoacano, éste era inmediatamente ocupado por las fuerzas republicanas. Enterado del hecho, el 10 de marzo de 1865, el prefecto del Moral presentó su renuncia al emperador. Las inmensas ventajas adquiridas en dos meses de campaña a fuerza de sacrificios, de actividad y de extraordinarios esfuerzos, se han perdido en un solo día. Las poblaciones ocupadas por las armas del imperio y que con sinceridad y entusiasmo se acogieron a su bandera, están cayendo en poder del enemigo, y las autoridades perseguidas, y los propietarios arruinados, y las familias errantes y fugitivas, se dirigen por diversos conductos a esta Prefectura, reclamando la protección que demandan el decoro del gobierno, los compromisos contraídos con ellos y la humanidad misma. Igual solicitud y con los mismos títulos elevan las poblaciones que se encuentran en peligro próximo, como Puruándiro, La Piedad, Purépero, Pátzcuaro y Zamora, y no sabiendo que contestar a tan justa demanda, he decidido nombrar una comisión compuesta de los tres señores portadores de esta nota, para que acercándose a vuestra majestad, le manifiesten con lealtad y con desnuda franqueza, la deplorable situación del departamento, las verdaderas causas que la producen y la urgente necesidad de apelar al gran pensamiento de su majestad… 14 Este gran pensamiento era el de procurar la reconciliación entre todos los mexicanos, sean del partido 14

Ruiz, Historia, p. 277.

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que fueren, obstaculizado por la obstinada ceguera de gobernar en beneficio de unos, haciendo daño a otros. Maximiliano no aceptó la renuncia.

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11. LA SEGUNDA RENUNCIA Al disgustarse el prefecto imperial por la forma en que el gobierno de su majestad atropellaba la ley, presentó en mayo por segunda vez su renuncia. Reprochó al emperador algunas providencias dictadas por el comisario imperial durante su visita a Morelia, entre ellas, la de remover a los jueces de paz, por cangrejos, es decir, por reaccionarios, y le aclaró que el problema no era determinar si los jueces eran cangrejos o no, sino si las remociones estaban legalmente justificadas o no. Si los liberales republicanos habían respetado su investidura, no entendía por qué las autoridades imperiales debían vulnerarla. Por consiguiente, le preguntó si las órdenes del comisario habían de ser obedecidas por las autoridades y habitantes del departamento, aun cuando no tuviera facultades para ello; si debían ser cumplidas, aun cuando fueran contrarias a la ley, y si los michoacanos debían callar, aun cuando callar no fuera conforme a la conveniencia pública. El ministerio de gobernación de su majestad le contestó que el emperador se había servido aprobar la separación de los jueces y le ordenó que hiciera nuevos nombramientos; pero del Moral no aprobó la separación, ni nombró a nadie, para no atropellar la ley que él había jurado cumplir y hacer cumplir.15 El prefecto imperial entendía que, independientemente de las convicciones de los súbditos en uno u otro sentido, las autoridades estaban obligadas a garantizar el goce y ejercicio de los derechos fundamentales de todos, así en la guerra como en la paz. Cuando el coronel francés conde de Potier, a la sazón jefe militar del imperio en Michoacán, le ordenó que detuviera a las familias de los generales republicanos Arteaga, Salazar y García Pueblita, que vivían en Morelia desde hacía años, 15

Ruiz, Historia, p. 315 y sigs.

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del Moral se negó por tres razones: porque esa comisión era extraña a sus facultades, porque era incompatible con el decoro de su autoridad y porque detenerlas sería altamente alarmante para los habitantes de Michoacán, ya que en ese atropello verían subvertido, de golpe, el orden legal, y amenazadas, en consecuencia, sus garantías.

Conde de Poitier

Si tenía interés en detener esas familias, le manifestó que las detuviera él mismo, en caso de que contara con facultades para ello, o que se las encomendara a la policía,

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“si bien —le aconsejó— la autoridad judicial procedería con más circunspección y tino en casos tan graves.” Al insistir el conde francés en que cumpliera la orden, porque las condiciones de guerra así lo exigían, del Moral le respondió que por crítica que fuese la situación, él no podía, ni debía traspasar la línea de sus facultades, ni dar el escándalo de atropellar la ley, debiendo ser el primero en respetarla, y le advirtió que seguiría presentando su renuncia hasta que se le admitiera, pero que si consideraba conveniente removerlo, dejaría encargado de gobierno al prefecto municipal. El conde de Potier era un hombre tan especial, que propuso la barbarie de que se fusilara el cónsul de Prusia en México, por suponerlo proveedor de plomo y pólvora a los republicanos de Michoacán. Reconocía que el Prefecto del Moral “era un hombre honrado en cuestión de dinero, pero miedoso de los republicanos”. No podía contarse con él, ya que para hacer méritos con ellos —debido a su condición de hacendado—, debía atribuirse el de no haber entregado ninguno a la justicia francesa. El conde también comentaba que a la policía se le pagaba muy mal, que no arrestaba nunca a nadie y que lo más probable es que diera aviso a los culpables cuando estaban en peligro para que pudieran escapar, razón por la cual los oficiales republicanos pasaban sus vacaciones en Morelia.16 El caso es que, a pesar de las prevenciones del Prefecto de Michoacán, el conde de Potier envió a prisión a las familias de los generales arriba citados, así como a la esposa del comandante Jesús Ocampo, y las incomunicó, con centinelas de vista, a pesar de que no habían cometido ningún delito, salvo el de ser esposas e hijos de los jefes republicanos, y de 16

Carta s/f del coronel Le Potier al mariscal Bazaine, Archivos de la Secretaría de la Defensa, Castillo de Vincennes, París, Francia, Fondo Expedición de México, número 202-IX, publicada con el título “Michoacán, 1865 o la pesadilla de los franceses”, notas de Jean Meyer, en Revista Relaciones, Estudios de Historia y Sociedad, v. VIII, n. 30, 1987, pp. 115124.

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paso, ordenó que se moliera a palos a dos distinguidos partidarios del imperio que supuso amigos de la guerrilla. Uno de ellos, Jesús Marmolejo, chorreando sangre, llegó a Tacámbaro y se convirtió en republicano. Por otra parte, el gobierno imperial ordenó al Prefecto del Moral que cesara a su secretario, por suponerlo responsable de su actitud altiva y vertical, estrictamente sujeta a la ley; pero se negó a hacerlo. Al recibir de su secretario su renuncia con carácter de irrevocable, se vio obligado a aceptarla y nombró al licenciado Francisco Lama, que también era cangrejo, lo que no fue aprobado por el emperador, porque prefería a un liberal. Del Moral contestó al emperador el 5 de mayo de 1865 que la única razón de haber nombrado a Lama había sido acercar el imperio a uno de los pocos amigos que le quedaban en Michoacán; pero que dicho funcionario iba a quedar separado de su cargo, en cuanto aceptara la renuncia que le había presentado por segunda vez, y que su sucesor tenía la atribución de nombrar y remover libremente a su secretario. Sin aceptar la renuncia, el emperador le insistió en que removiera a Lama, pero el Prefecto se negó a abdicar de sus facultades y dejó asentado: aténgase a lo previsto por la ley.

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12. TERCERA Y CUARTA RENUNCIAS Lo importante, según del Moral, no era el antagonismo entre liberales y conservadores, como lo pensaba el emperador, sino entre republicanos y partidarios del imperio, y dicho conflicto no se resolvía con favoritismos hacia uno u otro lado, sino con buen gobierno, es decir, con el ejercicio de una autoridad que respetara los derechos de todos. Sobre estos principios había aceptado la Prefectura Imperial, pero al no aplicarse, preveía su ruina. No queriendo quedar sepultado bajo sus escombros, del Moral dirigió a Maximiliano su tercera renuncia, en los siguientes términos: Señor, es ya de todo punto inútil mi permanencia en la Prefectura. Desde que tomé posesión de ella, he estado manifestando sin cesar, por todos los ministerios, con especialidad por los de Gobernación y Guerra, y a vuestra majestad directamente, los inmensos males que afligen al Departamento y no se remedian. He dirigido repetidos informes sobre los varios ramos de la administración pública y no se me escucha. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa? No lo comprendo… De cualquier manera, ni la conveniencia, ni el honor, me permiten permanecer en un puesto en que nada puede hacerse en bien de la sociedad. Suplico por lo expuesto a vuestra majestad, y se lo suplico por tercera vez, se sirva admitirme la renuncia que tengo hecha de la Prefectura política… 17 Hago consultas en negocios graves y no se resuelven. Hablo, en fin, y no se me contesta o se me dan tardías y lastimosas contestaciones.

17

Ruiz, Historia, p, 378, y José María Vigil, México a través de los siglos, t. V, México-Barcelona, 1884-1889, p. 705.

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Por último, el 5 de junio de 1865, del Moral planteó a su majestad la caótica situación política de Michoacán en toda su crudeza; señaló la fuerza y legitimidad de los valores que animaban a los republicanos, admitidas por el propio soberano; advirtió que la errática política imperial, en lugar de fomentar la conciliación, había profundizado las diferencias; que su gobierno estaba siendo cada vez más debilitado por sus propias

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contradicciones internas, y al presentarle nuevamente su renuncia, le anunció su trágico final: Señor, la política que vuestra majestad ha tenido a bien imprimir a su gobierno, no ha correspondido a los altos fines que, sin duda, se propuso vuestra majestad al adoptarla. Bien al contrario, los pueblos la han visto con suma desconfianza y la revolución con marcado desdén. Extinguido el entusiasmo de los primeros, han caído en la indiferencia, de la que luego pasarán al odio. La revolución, reconocidos sus títulos por vuestra majestad de un modo explícito y solemne, desprecia las concesiones, porque está autorizada competentemente para estimarlas como justas reparaciones de legítimos derechos. Marcha a su fin. Nada la detiene y triunfará tal vez en este departamento. Y no es que sea fuerte por el poder de las armas. Su fuerza consiste en la debilidad del gobierno. No tiene ese pensamiento fijo, no hay acuerdo en sus disposiciones, faltan en todo la oportunidad y la unidad de acción, en suma, señor, se echan de menos la inteligencia superior que dirija, la voluntad firme que decida y la mano vigorosa que ejecute. El caos, por tanto, es la consecuencia necesaria. Tal es la situación de Michoacán. Cumple a mi deber como autoridad, y a mi lealtad como caballero, manifestarlo con franqueza a vuestra majestad, al insistir por cuarta vez en la renuncia que hago de la Prefectura. Ruego a vuestra majestad se digne admitirla, para librarme al menos del ridículo, que es la suerte que está reservada a los funcionarios públicos de esta desventurada entidad.18 Al terminar el mes de julio de 1865, el emperador admitió su cuarta renuncia, porque a pesar de su carácter 18

Ruiz, Historia, p. 379, y Vigil, México, p. 706.

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confidencial, fue publicada por un periódico. Esto lo puso furioso y comentó que era una vil traición, así que ordenó a Antonio del Moral que se trasladase a la capital a dar cuenta de sus actos. Aunque se pretendió llevarlo ante los tribunales, la defensa del ex prefecto fue tan contundente y brillante, que demostró que él no había filtrado su renuncia a los medios, ni sido desleal al imperio, y no pudo acusársele de nada.

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13. TACÁMBARO Y ZITÁCUARO El jurista, escritor y poeta Vicente Riva Palacio, combatiente de la batalla de Barranca Seca y del sitio de Puebla, había acompañado al Presidente Juárez hasta San Luis Potosí y recibido allí el nombramiento de gobernador del Estado de México, pero no había podido ejercerlo en su territorio, pese a todas sus tentativas y sus frecuentes incursiones a Toluca, Vale de Bravo y otros lugares. Como gobernador de Michoacán sería diferente. Hizo a Tacámbaro de Codallos la sede de su gobierno, a reserva de radicarlo en Uruapan, declarada capital del Estado por el Congreso y ocupada en esos días por los franceses. Codallos era un venezolano, soldado de Bolívar, que había sido uno de los primeros en proclamar el federalismo en Michoacán, y fue fusilado en Pátzcuaro por los centralistas el 11 de julio de 1831. Mientras tanto, la división belga llamada “regimiento de la emperatriz”, al mando del teniente coronel Van der Smissen, se acantonó en dos lugares: Tacámbaro y Zitácuaro.19 En Tacámbaro, los republicanos le cedieron la plaza y se retiraron, pero la familia del general Nicolás de Régules, que era originaria y vecina de ese lugar, se quedó allí. Pues bien, Soledad Solórzano y sus tres hijos Fidel, Juana y Teresa, fueron inmediatamente detenidos, como si hubieran cometido algún delito Indignado Régules y autorizado a regresar, pidió apoyo a los hombres de todos los lugares circunvecinos; en un abrir y cerrar de ojos puso a más de dos mil hombres sobre las armas, y el 11 de abril de 1865 atacó la guarnición belga.

19

Laura O’Dogherty Madrazo, “La Guardia de la emperatriz Carlota: su trágica aventura en México, 1864-1867”, en Estudios de Historia moderna y contemporánea de México, UNAM/IIH. v. 28, doc. 321. http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc28/331.html, consultado el 22 de enero de 2012.

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Nicolás de Regules

En los momentos críticos del combate, los belgas pusieron a la familia de Régules sobre una cerca de piedras para que los chinacos no se atrevieran a avanzar, pero Régules ordenó que se prosiguiera el ataque. A pesar de que el encuentro fue encarnizado, los chinacos rescataron a la familia ilesa y a partir de ese momento nadie los detuvo.

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Ch. Loomans, quien era suboficial de la legión belga, relata que los chinacos que estaban pecho a tierra, al ver que los belgas hacían ondear bandera blanca, se levantaron, y que un jinete republicano se acercó a parlamentar, pero un belga le disparó, y aunque no lo mató, provocó la furia de sus compañeros. Al quedar acorralados, los belgas comprendieron que estaban muertos. Repentinamente —dice Loomans—, imprevisto como una visión, un hombre a caballo apareció en medio del humo, los escombros convertidos en brasas: audaz, pero tranquilo…, envuelto en un sarape de color rojo escarlata… Llevaba la espada inclinada hacia el suelo y el sombrero en la mano.20 Era Régules. Les dijo que era mejor que se entregaran a que fueran devorados por las llamas. Los belgas aceptaron y al mostrarse ante los chinacos, estos gritaron venganza. Estaba entre ellos la esposa del general, y cuando ella pidió hablar, todos callaron. Entonces rogó públicamente a su marido que protegiera la vida de los soldados extranjeros. Como por encanto, la tropa se calmó y gritó vivas a la República, a Régules y a su esposa. Sin embargo, hubo un chinaco, el coronel Jesús Gómez, que se acercó al médico belga, apellidado Lejeune, el cual había ordenado que se utilizara a la familia Régules como escudo humano y le preguntó cuál era la forma más rápida de matar a un hombre. Al responderle que un tiro de revólver en la cabeza, el chinaco desenfundó el suyo y le voló el cráneo en pedazos. Fue un inesperado acto de barbarie que no pudo ser evitado por nadie y por el cual el chinaco fue severamente castigado. En todo caso, Arteaga, que era un caballero, ordenó que se condujera a los doscientos prisioneros a Huetamo.

20

Ch. Loomans, Ocho meses de cautividad entre los indios de México, Bouges, Daveluy, 1873, en Ruiz, Historia, p. 347.

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En cambio, a diecinueve oficiales heridos así como a cuatro soldados ilesos a los que encargó que asistieran a sus jefes, los destinó a Tancítaro y les dio el pueblo por cárcel, siempre que se comprometieran bajo palabra de honor que no escaparían cuando sanaran. A pesar de ello, escaparon, falleciendo en el intento el mayor Tydgat a consecuencia de sus heridas. La otra parte de la legión belga, la que estaba acantonada en Zitácuaro en lugar de la guarnición imperial francesa — que había sido destruida—, fue hostilizada permanentemente por los chinacos para mantenerla siempre fatigada, hasta que ésta empezó a incendiar las haciendas, rancherías y pueblos de los alrededores, a confiscar todo el ganado y a tomar prisioneros a todos los varones para privar de apoyos a la guerrilla; pero como el hostigamiento no cesara, el 15 de abril de 1865 entregó la propia ciudad a las llamas, sin dejar en pie más que dos casas, que eran las que ocupaban los jefes. El capitán Eduardo Devaux se indignó en tal forma que pidió al jefe de la división belga que se le diera de baja, y al no complacerse su petición, desertó y se incorporó a las fuerzas de Riva Palacio. La archiduquesa Carlota, al saber que Zitácuaro había sido entregado a las llamas, envió tres mil pesos para indemnizar a las familias que más lo necesitaran, pero ninguna quiso recibir un solo centavo. El comandante Méndez convocó a unas señoras para que recibieran esa suma y la distribuyeran como mejor les pareciera. Al no aceptarla, le dijeron que consideraban su pérdida como un sacrificio por la patria. Entonces les rogó que le indicaran a quiénes podría repartir el dinero; pero ellas expresaron que no conocían más que a personas dignas a las que no se atreverían a ofender con la suposición de que aceptarían tal limosna. Ante tal actitud, Méndez publicó avisos en las esquinas de los escombros e invitó a los indigentes a que recibieran el apoyo, pero ni un alma se presentó.

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Quiso dejar el dinero a un distinguido vecino para que hiciera el reparto, pero éste se rehusó. Así que se tuvieron que devolver a Carlota los tres mil pesos, lo que le produjo a ésta mucho miedo… 21

21

Ruiz, Historia, p 405.

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14. URUAPAN Y CERRO HUECO En junio de 1865, tras una encarnizada batalla, Uruapan cayó en poder de los republicanos. Los prisioneros, cerca de quinientos, fueron conducidos a la plaza principal. El comandante Arteaga había prohibido a sus oficiales que se aplicara la pena de muerte contra nadie. Sin embargo, se le hizo saber que Lemus, jefe de la guarnición, había formado el cuadro de fusilamiento de Melchor Ocampo, y que Isidro Paz y Florencio Gutiérrez se habían pasado al enemigo en Uruapan y Parácuaro, respectivamente. Se les sometió a un juicio sumario, se les sentenció a muerte y los tres fueron inmediatamente ejecutados. El 23 de junio de 1865, al acercarse las fuerzas imperiales, se retiraron las republicanas, así que cuando llegó García Pueblita a la cita que le había dado Arteaga, no lo encontró, pero tampoco pudo salir, porque en ese momento los franceses al mando del coronel Clinchant empezaron a entrar en la ciudad por todas partes, dieron muerte a algunos hombres de su escolta e hicieron prisioneros a los demás. El gobernador republicano de Querétaro se escondió tan bien, que nadie pudo hallarlo. “Quisiera que mi pluma —dice Eduardo Ruiz— no tuviese motivo para escribir las siguientes líneas. Después de treinta años, aún se desliza de mis ojos una lágrima brotada con la intensidad del recuerdo”.22 Al cabo de varias horas, un zuavo preguntó a una mujer si sabía dónde estaba García Pueblita. Ella alzó los ojos y lo vio asomándose por un tejado. El zuavo levantó el fusil, le clavó una bala en la frente y su cuerpo se precipitó al vacío.

22

Ruiz, Historia, p. 401.

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Manuel García Pueblita

Al retirarse los franceses, el cuerpo de este gran soldado republicano, nativo de Pátzcuaro, que había formado parte del Batallón Matamoros formado por Melchor Ocampo para repeler al ejército norteamericano en 1847, y que tan destacados servicios prestara a la causa liberal durante la Guerra de Reforma, y a la República durante la intervención, quedó tirado en la calle…

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El 16 de julio se presentó el enemigo en Tacámbaro. Los republicanos se retiraron y al ser perseguidos, formaron su frente de batalla en Cerro Hueco. El combate empezó a las doce y antes de las dos concluyó en un espantoso desastre. La derrota republicana fue total. Arteaga desapareció y se le dio por muerto, pero reapareció en Turicato muy maltrecho. Al caer su caballo sobre él, se le habían reabierto sus antiguas heridas, así que se retiró a Huetamo para convalecer. Diez días después, el barón Van der Smissen, jefe de la legión belga y nuevo comandante militar del imperio en Michoacán, invitó a Arteaga a Morelia y le ofreció sus médicos. Al mismo tiempo, le rogó que tuviera a bien enviarle la lista de los oficiales y soldados belgas muertos, así como de sus oficiales, sargentos y soldados prisioneros, para informárselo a sus familias. Y le propuso un canje de prisioneros. El comandante Arteaga contestó un mes más tarde y agradeció los ofrecimientos del barón, pero no los aceptó, dado que al decidir defender la República, así como las leyes y las instituciones mexicanas, había decidido como caballero, como soldado y como mexicano sufrir todas las peripecias de la guerra; agradeció el permiso concedido a los oficiales prisioneros mexicanos para que le escribieran y le hicieran saber que habían sido tratados con las consideraciones del caso, y le envió dos listas, la de los prisioneros, y la de los muertos y heridos belgas, sin pedirle las de los muertos y prisioneros mexicanos. Al mismo tiempo, aceptó que se iniciaran negociaciones en Acuitzio para el canje de prisioneros.

las

Sin embargo, a fines de agosto, al ser ascendido Ramón Méndez a general y conferírsele la jefatura militar de Michoacán, el barón Van der Smissen regresó a México y las negociaciones concluyeron.

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Barón Van der Smissen

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15. LAS EJECUCIONES DE URUAPAN Habiendo quedado deshecho el ejército de Arteaga y confinado éste en Huetamo, causó estupor verlo reaparecer en Uruapan el 9 de octubre siguiente al frente de un nuevo ejército que desfiló gallardamente por las calles de la ciudad entre las aclamaciones de la multitud, el tañer de las campanas y las roncas voces de la artillería. Una parte se dirigió a Jalisco, al mando de Arteaga, y otra a Pátzcuaro y Morelia, al de Riva Palacio. Cuatro días después, Méndez salió de Pátzcuaro, y en lugar de esperar a Riva Palacio, se propuso interceptar a Arteaga. El día 18 de octubre lo sorprendió en Santa Ana Amatlán, lo capturó con los miembros de su plana mayor, amarró a todos, los hizo regresar a pie a Uruapan y ordenó que el comandante en jefe Arteaga y el general Salazar, así como los coroneles Villada, Díaz y Villagómez, fueran puestos en capilla; pero Villada fue sustituido a última hora por Juan González, que era clérigo, y al amanecer del 21 de octubre, los cinco fueron fusilados en la plaza de armas, con fundamento en la terrible ley de 3 de ese mismo mes, expedida por Maximiliano, que condena a muerte a quienes pertenezcan a bandas o reuniones armadas, con o sin pretexto político, los cuales deben ser juzgados sumariamente, sin recurso ulterior.

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“De hoy en adelante —señala el decreto— la lucha será sólo entre hombres honrados de la nación y las gavillas de criminales y bandoleros”.23 A partir de entonces, los chinacos empezaron a cantar: “Desnudos y con hambre, pero erguidos, sólo ante Dios doblegan la rodilla. Si es bandido, Señor, quien no se humilla, pertenezco desde hoy a los bandidos”.24

Ramón Méndez

23

El texto íntegro del decreto del 3 de octubre es publicado en Vigil, México, t. V, p. 726. 24

Ruiz, Historia, p. 321.

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De este modo, este noble hombre, el general Carlos Arteaga, liberal y patriota, quien fuera gobernador de los Estados de Querétaro y Jalisco así como jefe del Ejército del Centro, y ordenara que no se fusilara a nadie, a menos que fuera ordenado por la autoridad judicial (con la excepción de un asesino y dos desertores traidores), cayó acribillado por las balas de un traidor como Ramón Méndez —quien dejó los cuerpos insepultos—, con base en el decreto de un archiduque extranjero liberal, que el 3 de octubre de 1865 declaró la guerra al pueblo de México, faltando a su compromiso de gobernarlo y descendiendo al nivel de jefe de banda. Antes de morir, el general Carlos Arteaga escribió a su madre: Hoy he caído prisionero y mañana seré fusilado. Muero a los treinta y tres años de edad. En esta hora suprema, es mi consuelo legar a mi familia un nombre sin tacha. Mi único crimen consiste en haber peleado por la independencia de mi país; pero el patíbulo, madre mía, no infama, no, al que cumple con su deber y con su patria.25 El 24 de ese mes, Maximiliano confesó a Méndez que “su corazón latía de placer” por haber revelado “tanto heroísmo” en “hechos tan gloriosos”, como el de Uruapan, y por su victoria “sobre los enemigos declarados del orden y de la civilización”. 26 Más tarde, Napoleón III lo condecoraría con la Legión de Honor.27

25

Vigil, México, t. V, p. 734.

26

Carta de Maximiliano dirigida a Ramón Méndez desde el Palacio de México, 24 de octubre de 1865, en Ruiz, Historia, p. 469. 27

Ruiz, Historia, p. 512.

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Mientras tanto, Riva Palacio había amagado a Pátzcuaro sin trabar batalla y el 12 de octubre, al llegar a Morelia a las tres de la tarde, sorprendió a los retenes, penetró tranquilamente por sus calles y después de hacer el mayor daño que pudo y de tomar prisioneros a algunos franceses, se retiró, no sin antes arrancar los ejemplares de la nefasta ley de 3 de octubre fijados en las esquinas. Al regresar a Tacámbaro el día 20 de ese mes, se enteró de la derrota de Santa Ana Amatlán así como de la captura del estado mayor del Ejército del Centro, incluido su jefe, y la noche del 22, de su dolorosa e injusta ejecución. Al día siguiente, en junta de guerra, se aclamó unánimemente a Vicente Riva Palacio como nuevo general en jefe del Ejército del Centro, mientras el gobierno de Juárez decidía lo conveniente. El nuevo jefe expresó que los trescientos prisioneros belgas y franceses que estaban en su poder merecían ser ejecutados, en represalia; pero que habiendo muchos prisioneros en Morelia y Pátzcuaro, era mejor obrar con prudencia y cautela para rescatarlos, porque las autoridades imperiales eran capaces de dar aplicación retroactiva al decreto de Maximiliano del 3 de octubre, sin mencionar el hecho de que podía fusilarse a los cientos de prisioneros recién hechos en la derrota de Santa Ana Amatlán. Así que, antes de que se desatara la guerra sin cuartel en toda su crudeza, su primera disposición fue la de que se vigilara estrechamente a los prisioneros confinados en Huetamo y Zirándaro, no por temor a que se evadieran, sino de que fueran objeto de ultrajes o represalias por parte de sus soldados.

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16. CANJE DE PRISIONEROS Los prisioneros belgas, al enterarse “con horror y consternación” de los asesinatos de Uruapan, “con violación al Derecho de Gentes”, dirigieron desde Huetamo una carta al emperador en la que le expusieron: En todos los países civilizados se respeta la vida de los prisioneros de guerra. El ejército liberal se ha mostrado mucho más celoso del respeto a la ley que los condotieri [mercenarios] de vuestras huestes; nosotros también somos prisioneros de guerra y hemos sido respetados, desde el general al soldado. Si no estuviéramos en poder de un ejército republicano, el acto del coronel Méndez podría provocar una sangrienta represalia, y nosotros, belgas, que hemos venido a México únicamente para servir de escolta a nuestra princesa, hubiéramos expiado con nuestra sangre el delito de ese hombre. Esperamos, señor, que este acto de barbarie no quedará impune, y que en lo sucesivo haréis respetar la ley consagrada por el Derecho de Gentes. Nosotros protestamos con el más intenso fervor contra ese acto indigno, y confiamos que el nombre belga no se mezclará por mucho tiempo en esta guerra inicua.28 Las damas conservadoras de Pátzcuaro, por su parte, dirigieron una carta a la emperatriz, por intermedio del Dr. Francisco Menocal, que residía en México, en la que le ruegan que no se ejecute a los prisioneros republicanos, y éste, al entregarla de inmediato a su destinataria, obtuvo del emperador la orden de suspender la ejecución; el doctor envió la orden a marchas forzadas al Lic. Manuel Alvírez, con casa en Morelia, pidiéndole que se la entregara a Méndez donde se hallara, concluyendo: “Dios salve a esos infelices”.

28

Ruiz, Historia, p. 513. Vigil, México, t. V, p. 736.

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El coronel Villada no había sido ejecutado en Uruapan porque los soldados de Méndez, a muchos de los cuales había perdonado la vida, se negaron a obedecerle. Pues bien, el 28 de octubre, el mismo Villada dirigió una carta a Riva Palacio desde la prisión de Pátzcuaro, informándole que el emperador había aceptado, o un canje de prisioneros, o que se les ejecutara, y que ahora, por consiguiente, su suerte dependía de él, aclarándole que si consideraba que debían ser sacrificados, “no seré yo el que exhale ni una sola queja”.29 Al mismo tiempo, todos los oficiales del ejército republicano pidieron a Riva Palacio que aceptara el canje, pero éste no accedió, a menos que se aceptaran sus condiciones. Una de ellas, que la liberación se hiciese extensiva al general Porfirio Díaz, quien había vuelto a caer prisionero en Puebla, sin saber que el 20 de septiembre anterior ya se había fugado nuevamente (en esos días Tacámbaro no estaba comunicado por telégrafo); así que Díaz, al agradecerle su atención, le rogó que incluyera en sus gestiones a los generales Santiago Tapia y Juan Ramírez, que también habían sido capturados y seguían presos en Puebla. Riva Palacio obsequió sus deseos. Otra de sus condiciones fue no intercambiar a unos individuos por otros del mismo nivel y jerarquía, como lo exigía Méndez, sino a todos los prisioneros por todos, independientemente de su número y grado.

29

Ruiz, Historia, p. 527.

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Vicente Riva Palacio

Y la última, no tratar el asunto con Maximiliano y menos con Méndez, sino con Bazaine, de soldado a soldado.30

30

Ruiz, Historia, pp. 528, 540-547.

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El 26 de noviembre, el mariscal Bazaine le informó que aceptaba sus condiciones; designó al señor Bocarmé como representante suyo y éste llegó a Morelia escoltado por una compañía belga. En Tacámbaro hubo un pequeño incidente que entorpeció momentáneamente la operación. Numerosos oficiales belgas se negaron a ser canjeados porque querían quedarse en Huetamo y Zirándaro, y cuando fueron obligados a ello por los republicanos, sus propios compañeros de armas los dejaron en libertad para que tomasen la determinación que quisieran, y así lo hicieron constar en el acta. Casi todos abrazaron la causa republicana. A los pocos días, unos desde Tacámbaro, soldados del imperio, y otros desde Morelia-Pátzcuaro, soldados de la República, los prisioneros se dirigieron a Acuitzio, custodiados por las tropas respectivas de ambos bandos, y el 5 de diciembre llegaron a los extremos opuestos de la población.31 Sólo entraron primero los jefes de ambos ejércitos, se saludaron, intercambiaron breves mensajes, y a una señal, avanzaron los prisioneros de uno y otro lado. Al encontrarse en el centro de la población estos rudos hombres de guerra, sin conocerse unos a otros, se abrazaron, lloraron, y en una emotiva ceremonia en la que ondearon las banderas enemigas y se escucharon los himnos nacionales de las tropas enemigas, los mexicanos buscaron a los suyos y los extranjeros a los de ellos, ante miles de espectadores que se habían dado cita en Acuitzio. Soldados y prisioneros mexicanos y extranjeros comieron juntos, bebieron, cantaron, rieron, y al terminar el encuentro, ambos ejércitos se retiraron en paz por donde habían llegado.32

31

Ruiz, Historia, p. 542.

32

Ruiz, Historia, p. 642.

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La ley del 3 de octubre, lejos de fortalecer a las fuerzas imperiales, las debilitó, porque muchos oficiales y soldados de la legión belga empezaron a desertar y a sumarse con sus armas a las filas republicanas, con la sola condición de que se les respetara su grado. Riva Palacio no sólo aceptó su petición sino los ascendió al grado inmediato superior y oportunamente encargó a uno de sus capitanes, el ahora teniente coronel Eduardo Devaux, que formara la legión extranjera, compuesta por más de doscientos franceses y belgas.

Francois Achille Bazaine

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17. LA RESPUESTA DE JUÁREZ El general Régules, que había caído enfermo después de una vertiginosa campaña, recibió al restablecerse una división con mil quinientos hombres bisoños que Riva Palacio había organizado para él, con instrucciones de emprender una nueva expedición y amagar a todas las plazas fuertes imperiales de Michoacán, sin presentar batalla, dada la inexperiencia de sus tropas. Al mismo tiempo, aceleró la reorganización del Ejército del Centro y ordenó que se intensificara la guerra de guerrillas en Michoacán, México, Jalisco, Colima, Guanajuato y Querétaro. Su actividad fue tal, que transcurridos apenas dos meses de la catástrofe de Santa Ana Amatlán, el Ejército del Centro ya contaba con cuatro mil hombres; varias de sus columnas se habían batido con éxito en siete u ocho lugares distintos y su gobierno civil en Michoacán empezaba a funcionar regularmente, principalmente en el ramo hacendario. Aunque no hubiera ningún triunfo militar, ordenó que no pasara una semana sin que se librara un combate contra el enemigo. El 23 de febrero llegó un despacho del Presidente Juárez, por el que hizo saber que había nombrado Jefe del Ejército del Centro al general Nicolás Régules. La noticia dejó helados a los miembros del estado mayor, no porque tuvieran desconfianza del nuevo jefe, sino porque Juárez no les había tenido confianza, al no ratificar a Riva Palacio en el mando, a quien ellos habían electo y apoyaban. La situación se puso muy tensa.

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Sin embargo, Riva Palacio fue el primero en disciplinarse, ordenó a los demás que hicieran lo mismo, y el día en que Régules tomó posesión de su cargo, le pidió licencia para visitar al general Juan Álvarez, antiguo soldado de su abuelo Vicente Guerrero, que residía en su hacienda La Providencia, cerca de Acapulco, y de paso, para recuperarse de sus enfermedades; licencia que le fue concedida de inmediato, siendo suplido en el gobierno de Michoacán por el licenciado Justo Mendoza. El 17 de marzo, Régules fue completamente derrotado y su ejército desarticulado en Tengüecho; los escasos sobrevivientes tuvieron que huir a pie, y poco faltó para que el mismo comandante en jefe fuera capturado. Méndez lo persiguió durante más de un mes, hasta que el 28 de abril el prófugo el jefe republicano se refugió en el Estado de Guerrero, pero regresó a los pocos días y aprovechó los meses de mayo y junio para reorganizar a sus fuerzas, mientras que por el lado de Zitácuaro no cesaba la lucha contra el general Aymard. El 8 de julio, Riva Palacio informó a Régules, desde Huetamo, que habiéndose recuperado de sus malestares, estaba listo para tomar posesión del distrito 1 del Estado de México, que el Presidente Juárez le había encomendado, si es que no había inconveniente alguno, y le pidió que designara el punto de reunión para recibir sus órdenes. Régules le ordenó que se dirigiera a Luviano, población situada en el Estado de México, a ponerse al frente de fuerzas recién formadas que estaban luchando por la República. Entendiendo Riva Palacio que no quería confiársele el mando de las tropas que antes había comandado, sino de otras de procedencia desconocida, pensó —según lo revela su secretario Eduardo Ruiz— en renunciar al Estado de México, retirarse de Michoacán y trasladarse a Oaxaca a ponerse a las órdenes de Porfirio Díaz.

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Sin embargo, en esos días recibió una carta del Presidente Juárez informándole que al enterarse de la ejecución del general Arteaga, había nombrado de inmediato a Régules para que lo sustituyera; que no habiendo éste asumido el mando, había hecho bien en tomarlo, y le pidió que continuara en él, en tanto aquél no lo ejerciera. Al mismo tiempo, Régules le informó que la fuerza que le encomendó no había podido dirigirse a Luviano, así que le pidió que se presentara en su cuartel general para girarle sus instrucciones. Por el momento estaba en Zitácuaro, pero pronto se trasladaría a Tacámbaro. Riva Palacio tuvo que prolongar su estancia en Huetamo, hasta nueva orden. Sin tropas, ni armas, Riva Palacio aprovechó el tiempo para batirse con la pluma y publicó en Huetamo un periódico al que llamó El Pito Real, para pitorrearse de todos los personajes de la corte de Maximiliano. Se le llama Pito Real a un ave de la familia de los pájaros carpinteros (Picus viridis), pero Riva Palacio dio ese nombre a su impreso para “pitorrearse” de sus enemigos Pitorrear o pitorrearse significa guasearse o burlarse de alguien. En todo caso, cada vez que Méndez lo leía, se enfermaba. Pues bien, al recibir un papelito enrollado que le envió un amigo suyo desde Zitácuaro, el rostro del general se transfiguró. En breves palabras, el mensaje decía: Ya no hay imperio en la frontera. Escobedo vencedor. La emperatriz se ha ido a Europa a pedir socorros. Aymard abandona Zitácuaro. Mientras llega usted, reuniré a los amigos. José María Alzati.33

33

Ruiz, Historia, p. 649.

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Al ordenar Napoleón III la evacuación de sus tropas desde enero de ese año, Carlota se había embarcado en Veracruz el 13 de julio anterior para gestionar su permanencia. Jamás regresaría a México. Moriría en Bélgica en 1927. El caso es que, al comprender Riva Palacio que esas gestiones eran inútiles y que todo había terminado para el imperio, se dirigió a su prensista y le pidió que publicara las siguientes estrofas: Alegre el marinero, con voz pausada canta, y el ancla ya levanta con extraño rumor; la nave va en los mares botando cual pelota; adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor. De la remota playa, te mira con tristeza la estúpida nobleza del mocho y del traidor; en lo hondo de su pecho ya sienten su derrota: adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor. Acábanse en Palacio tertulias, juegos, bailes; agítanse los frailes en fuerza de dolor; la chusma de las cruces gritando se alborota: adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor. Murmuran sordamente los tristes chambelanes; lloran los capellanes y las damas de honor; el triste Chuchu Hermosa, canta con lira rota: adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor. Y en tanto los chinacos, que ya cantan victoria, guardando tu memoria sin miedo ni rencor, dicen mientras el viento tu embarcación azota: adiós mamá Carlota, adiós mi tierno amor...34

34

Ruiz, Historia, p. 647.

83


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El 21 de junio del año siguiente, a manera de réquiem, treinta mil gargantas de chinacos cantarían las estrofas de esta canción, convertida en himno, mientras veían a Maximiliano avanzar hacia el patíbulo en el Cerro de las Campanas.

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18. OPERACIONES FINALES En un nuevo encuentro entre Régules y Méndez ocurrido en Uruapan, en agosto de 1866, la matanza fue espantosa por ambos lados; los campos quedaron sembrados de miles de cadáveres; los dos tocaron a retirada; el republicano perdió a sus mejores combatientes, y el imperial regresó a Morelia con menos de la mitad de sus hombres, abatido y debilitado. Al poco tiempo, Régules ya contaba nuevamente con una fuerza respetable con la que reinició sus campañas y ordenó a Riva Palacio que volviera a Zitácuaro y asumiera el mando de los distritos 1 y 3 del Estado de México. La pasmosa rapidez con que Régules rehacía cuerpos de varios millares de hombres, cuando la víspera se le creía agotado, aniquilado, da idea de los recursos que le ofrecían aquellas provincias.35 Sin embargo, el 30 de septiembre, dos coroneles republicanos se pusieron de acuerdo en Huetamo para desconocer a Régules y reconocer a Juan Álvarez como comandante en jefe. Riva Palacio pidió al viejo general guerrerense que no diera oídos a los sublevados y Álvarez le contestó que ya les había dicho que rechazaba tal mando. Entonces los descontentos hicieron preso a Régules y a su plana mayor, y aunque al día siguiente lo liberaron, ofrecieron al general Álvarez el territorio de la Tierra Caliente michoacana para que la anexara al Estado de Guerrero, pero éste les replicó que no aceptaba un acto, porque implicaba una violación a la ley fundamental de la República.

35

Niox, Expédition, p. 622.

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Dada la situación, Régules nombró provisionalmente a Riva Palacio jefe del Ejército del Centro, mientras él estaba fuera del Estado de Michoacán, pero al poco tiempo reconsideró su salida, revocó sus órdenes y el 23 de octubre le informó que había reasumido el mando, así que Riva Palacio no pensó sino en hacer la campaña en el Estado de México, como se le había ordenado en noviembre de 1866; pidió a algunos amigos de Zitácuaro que lo acompañaran a su nueva aventura, se le sumaron más de mil quinientos, se despidió de Michoacán, libró algunas batallas en su nuevo territorio con distinta suerte, entró a Toluca, abandonada por las armas imperiales, y no tardó en apoderarse de toda la entidad, a la que no dejó sino únicamente para sumarse al sitio de Querétaro. Al final de la contienda hizo dimisión de su espada de general. Moriría en 1896, en Madrid, siendo embajador de México en España y Portugal. Régules tomó Zamora el 5 de febrero de 1867, aniversario de la promulgación de la Ley Fundamental de la República, mientras los franceses, con Bazaine a la cabeza, salían de México con rumbo a Veracruz. Ese día concluyó en Michoacán la guerra de intervención. El 17 de ese mes, las tropas republicanas entraron en Morelia, abandonada por Méndez, y el 18, el gobernador Justo Mendoza ordenó que se publicara el decreto que restablece a esta ciudad como capital del Estado. En mayo, todo el territorio estaba limpio de enemigos.

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Justo Mendoza

El general Ramón Méndez, por su parte, después de evacuar Morelia, participó en la defensa de Querétaro; pero el 19 de mayo de 1867, a los tres días de que los republicanos tomaran la ciudad, fue capturado, y al día siguiente, fusilado.

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Al final, como al principio, las tropas michoacanas estuvieron presentes en todas las batallas con las que se cerró esta etapa de la historia. Régules estuvo en Querétaro; una de sus divisiones se desplazó a Puebla, hasta la caída de esta ciudad, y otra a México, hasta que también fue tomada. Este general hispano-mexicano, que formó su familia en Tacámbaro, murió en la capital de la República en 1895. Morelia, Michoacán/Senado de la República, 26 de enero de 2012.

En el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México

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EL AUTOR

Licenciado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; doctor en Ciencias Históricas por la Universidad de la Habana; Profesor de la División de Estudios de Posgrado de dicha Facultad y autor de varios libros, entre ellos: La caída de un virrey. Soberanía, representación nacional e independencia en 1808 Una nación, un pueblo, un hombre: Miguel Hidalgo y Costilla Maestro y discípulo: Hidalgo y Morelos Morelos ante sus jueces Morelos. Polémica sobre un caso célebre

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Políticos, corsarios y aventureros en la guerra de independencia de México El libro de los códigos de Antonio Florentino Mercado Exilio y poder La biblioteca de un reformador Santos Degollado. Rector, Gobernador, Secretario de Estado, Ministro de la Suprema Corte La retirada de los seis mil. Ignacio Zaragoza Michoacán. Historia de las Instituciones Jurídicas. 17862010 Y otros…

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