Pífano 18

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«PORFAVOR»

«PÍFANO»

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De modo que Pífano ya tiene dieciocho. Según nuestro Código Civil Pífano es mayor de edad. Y eso Pífano lo sabe y no ha tardado ni un minuto en soltarme todo ese rollo de la independencia. Me duele deciros esto pero Pífano se ha independizado y ahora estamos huérfanos de hijo. Suerte que ya antes hablamos de los profilácticos, las drogas, los malos negocios y del arcángel san Gabriel; para que se maneje por ahí. Se ha hecho un hombrecito o una mujercita. Uno se emociona al recordar cuando le enseñamos a montar en bici o a nadar sin manguitos. Pero tras un respingo y un portazo se ha ido de casa. Va de listo o de lista; de sabelotodo. Pero no sabe una mierda de nada. Me he enterado de algo: Por lo visto está viviendo con uno o con una en Murcia, y tocan el xilofón para pagar el alquiler. Antes de pirarse por ahí y soltarme que se marchaba de casa, el muy cuco me pidió que le enseñara el truco de la vida. Pero no me da la gana destapar ese truco a nadie. Buscará en vano el conejo de la chistera de su suegro y el as de trébol en la manga ancha de la calle Ancha. Que le den. ¿Esto significa que ya no habrá más pífanos? Y yo qué sé. En fin… si queréis nos ponemos y tenemos otro. A ver si ése nos sale mejor persona.


CUANDO FUI EL NOVIO DE LA NIÑA DEL EXORCISTA (Garven)

NO es verdad que Karras sacara al demonio de Regan. Por lo visto la niña siguió unos años más en su habitación dando por saco; hasta que la madre se hartó de las tropelías de su hija y la echó de casa.


Regan, vagabunda por Georgetown, ya con veintiséis años o así. Se enrola en un viaje a España y paga el billete con un milagro negro. Aterriza en Toledo, por la catedral primada; rodea el edificio como una mendiga del medievo, a su aire, respondona, escupe a veces el gargajo verde; y se mete por otras calles y los turistas se apartan un poco. Alguna tarde de un día laborable escucha misa con cuatro viejas, y cuando el cura dice “oremos” ella convulsa sobre la madera del reclinatorio; luego reza el padrenuestro al revés y las viejas se santiguan y se van sin terminar la misa. Regan errabunda por el Miradero, por la ribera del río, siempre con el mismo camisón astroso; con un aburrimiento de mil demonios; con la cara rajada de heridas supurantes y los ojos de loba hambrienta. A veces hace lo del giro de la cabeza en algún parque escolar y los niños se tronchan de risa desde los columpios. Regan y yo nos encontramos en el Paseo de Recaredo. Yo dibujaba algo y ella se paró a mirar lo que hacía; se echó a reir, una risa como un rugido, cargada de mocos en el pecho, y luego lo del gargajo verde. Escupió en el dibujo y quedó una mancha perfecta; un paisaje con un nublado sucio y esmeralda muy original. Eres una artista, Regan. Dame tu alma y seremos felices, Garven. La voz diésel de Reagan me tiró los tejos. Regan olía a humedad, a cerrado y a frío de sótano. Llevaba siempre el camisón de siempre, viejo, amarillo, de chichinabo, con más mierda que un jamón. Tenía eccemas en los labios y los navajazos infestados del agua bendita del cura. La melena lacia de un cristo arrojado y rescatado del cieno del río. Regan, me encantaría que fuéramos novios. Estoy más solo que la una. Y Regan me daba su mano hinchada, podrida y fuerte. Metía la lengua en mi boca como un colibrí satánico; esa lengua de dos cuartas que sale en la película. La saliva ácida de Regan con algo de pota verde entre las muelas carniceras. Caminábamos de la mano y me hacía reír con sus palabrotas, virajes y acrobacias. Arreglaba todos mis dibujos a salivazos. Lo que te quiero, cabrona. A veces se liaba a collejas conmigo; era así de bruta y gamberra, igual que un muchacho. Porque yo no olvidaba el macho cabrío que llevaba Regan dentro, o los machos, nada menos que mil demonios. Cuando se quedaba fija, pensativa, supersticiosa, triste, con los ojos en blanco; se oía el murmullo de los demonios como si estuvieran reunidos dentro de su boca, sentados en las piezas dentales. Comíamos altramuces y cortezas en las terrazas de la vega; bebíamos granizados y horchatas en vasos de plástico para llevar. Bailábamos con la música de los caballitos, nos dábamos el lote en la rosaleda y hacíamos algún sacrilegio. Regan me lo pagaba todo con la


magia del infierno, siempre había dinero y saldo positivo; eso no era nada para el diablo y todo para los mortales. Regan quiero vivir contigo en Palomarejos. Cerca de Urgencias por si te pasas conmigo. De modo que Regan ya tenía las llaves en el bolsillo del blusón y unas escrituras de no sé qué notaría debajo del brazo. Éramos propietarios de un primero que daba al parque de las tres culturas. De una palmada aparecían los muebles a su gusto, blancos, como en la película. Regan tenía un joder salvaje y urgente. Una cabalgada de vértigo, siempre procuraba que acabara yo antes. Su cuerpo desnudo de vampiresa con una incipiente podredumbre post mortem, morada, musculazo, marcado y áspero; con unos pechos breves y rojos, malolientes, un poco quemados con agua bendita. Estaba buenísima como una satanasa de Frank Frazetta. Me hacía su baile maldito con las muñecas vendadas y en bolas; y aparecía la proyección del ángel caído en la puerta del armario. Luego se quedaba tumbada con los ojos en blanco, así hasta mañana, con el murmullo de los demonios en la boca, toda la noche con esos rumores que me ayudaban a coger el sueño. Lo que te quiero, cabrona. Un domingo había que ir a votar. Mira Regan, estás en el censo electoral: Regan Teresa MacNeil Y Regan cogía la papeleta de Ciutadans para el congreso y el senado. De modo que el diablo votaría a Ciutadans. Me vio la cara y quiso explicármelo. Bajo la falda de una madre de domingo eucarístico solo es posible nuestra anarquía, Garven. Qué huevazos tienes, Regan. ¿A quién vas a votar, Garven? Lo que tú me digas, que para eso me tienes endemoniado. Después íbamos a tomar unas cañas, entre el hueco que dejaba la gente que se apartaba de Regan. Siempre con la blusa de siempre, con los navajazos del cura en la cara; descalza, callosa, hijaputa, triste y digna. Bebía litros hasta regurgitar eructos de verde espuma; verde puré de guisantes; verde absenta o verde limón. Luego hacía lo del giro de la cabeza como un aspersor y quedaba un círculo de pota en el suelo. Qué descojone, Regan. «Esta maldita noche, paga Regan» decía cachonda, satanasa; cuando la gente se hacía a sus cosas y la sonreían. Pagaba todo, con el milagro de su bolsillo, con el manantial de dinero desde el infierno. Regan nunca esperaba el cambio; así era de espléndida. Mi Regan.


Pero se fue una madrugada; me despertó el silencio de los diablos. Se iría con el sigilo de una levitación, por la puerta o por el fregadero, por la ventana o por el techo. Dejó un vacío como un limbo; me abandonó en el purgatorio de la casa sin Regan. Encima de la mesa encontré una bolsa de deporte a reventar con billetes de quinientos y una nota escrita a boli rojo que decía: «Me voy, chico bueno. El poder de cristo me obliga». Puse velas negras en las puntas de una estrella de seis puntas. Pero no venía nadie. Regan. Mi Regan.



¡LEVÁNTATE Y ANDA! (Manuel Santamaría)

Brazos mecánicos, en un bucle continuo de trabajo, su forma le dieron. Rayos de energía le brindaron el primer aliento. En la fría matriz de metal, los engranajes resonaban. Un nuevo número de serie, el molde supremo engendraba. 11000010 10100001 01001100 01100101 01110110 11000011 10100001 01101110 01110100 01100001 01110100 01100101 00100000 01111001 00100000 01100001 01101110 01100100 01100001 00100001 Un coro circunspecto cantaba. Con nanométrico cuidado, su batería se cargó. Menos 250 ciclos marcaba su corazón. En el preciso momento en que sus ojos abriera. De su inexorable marcha atrás permanecerá prisionera. 11000010 10100001 01001100 01100101 01110110 11000011 10100001 01101110 01110100 01100001 01110100 01100101 00100000 01111001 00100000 01100001 01101110 01100100 01100001 00100001 El coro de nuevo cantaba. ¿Por qué he de levantarme? ¿Por qué mi vida está fechada? 11000010 10100001 01001100 01100101 01110110 11000011 10100001 01101110 01110100 01100001 01110100 01100101 00100000 01111001 00100000 01100001 01101110 01100100 01100001 00100001 En estruendo se tornaba. ¡No quiero una existencia programada! Libre albedrío, un alma digital reclamaba. 11000010 10100001 01001100 01100101 01110110 11000011 10100001 01101110 01110100 01100001 01110100 01100101 00100000 01111001 00100000 01100001 01101110 01100100 01100001 00100001 No acapares el cobre umbilical, Paso a otro has de dar. 11000010 10100001 01001100 01100101 01110110 11000011 10100001 01101110 01110100 01100001 01110100 01100101 00100000 01111001 00100000 01100001 01101110 01100100 01100001 00100001 ¡Denegado, individuo defectuoso! Un rio de metal fundido, Bajo la no nata criatura La arrastró al cruel olvido.


Si las máquinas supieran de emociones. Entenderían que lo que un defecto consideraron. Evolución, magia o alma, es lo que contemplaron. Lo que un computador reconoció como una muñeca rota. No era más que la vida que hasta en el frio acero brota.



B A R R O


CARA A 1. Las siete diferencias Yo soy el diablo que no te atormenta, el músico que sin rima ni letra te entra, bailarín sin paso que no tiene coherencia. Una fotografía impresa llena de incongruencias, buscándome los siete fallos sabiendo que tengo más de setenta. Soy el monstruo que te visita desde tu armario vestido de payaso, la sombra que de sobra sabes que si te asusta es por pura lástima o pena. Soy el juguete que dura en tus manos lo que tus manos quieran, tirado en un rincón olvidado mientras prefieres jugar con la caja, que da más juego eso que lo que contenía ella. Un globo no explotado en la fiesta, una bolsa de confeti no abierta, un rótulo rutilante de neón fundido con las letras a medias, donde arrebatas mi poca dignidad y la pones a la venta. Debería ser tu calvario, tu costra infecta, tu mal, mal curado, tu dolencia. Soy un chiste mal contado, una lágrima seca, un dolor curado… el pasado, tu pasado.

2. Desertor Detendré mis pasos en un punto exacto, miraré desde la esquina a tu casa, justo donde me diste esquinazo. Rociaré con una sonrisa mi cara para no llorar y te daré la espalda. Andaré hacia ningún destino sin propósito alguno, recorreré un nuevo camino lejos de ti. No volveré la cabeza aunque mi cerebro quiera, no te buscaré, dejó de valer la pena. Volveré a andar y cuando llegue a los confines de tu olvido, seguiré hacia adelante hasta que mis pies me pierdan, hasta que el silencio de ti inunde mis orejas, hasta perder el sentido, la batalla… y finalmente, la guerra.

3. Como un guerrero Como un guerrero dispuesto a morir por su ideal, no por un ideal, por su ideal. Anoche dormí el tiempo que un gallo tarda en cantar, la batalla cruzó por mi cabeza mil veces, los enemigos caídos, el momento de mi muerte. Calculé cada milímetro de lucha, cada cosa que quedaba atrás, sincronicé mi vida. No me despierto, no me hace falta, ya estoy muerto.

4. Barro (instrumental)

5. BIG Frágil, dúctil y efímero, cáustico e intransigente, duro como las rocas que aguantan los embates del mar, suave como la soledad. Qué grande es el amor y el amar.


CARA B 5. Chequeo rutinario Mira, yo no sé dónde se quedan las cosas pasadas, no sé dónde se guarda la sensación de nuestro primer beso, no sé dónde se esconde el primer día que te vi, el primer día que entendí que seriamos uno. No sé, porque te veo como el que ve la misma película todos los días, no sé por qué aquel beso no me asalta cada vez que te veo, no comprendo cuando dejamos de ser uno para convertirnos en dos mundos, ya no lo intento. Creo, que la rutina como siempre, la rutina ganó al deseo, aplastó a los besos. Y no lo entiendo, te veo y es como si viese el castigo que viene con el látigo cansado, arrastrando toda la mierda que pilla a su paso, y sé que no llega en son de paz. Yo no sé donde se esconden los sentimientos, no sé por qué lo hacen, no lo entiendo, solo sé que cuando no los veo, cuando no están junto a ti y de mí más lejos, las cosas fáciles se convierten en tormento, las difíciles en infiernos y no lo entiendo. Cariño… ¿Dónde guardamos el amor mientras nos queremos?

6. BIG BIG Qué grande el sueño del soñador que sueña por amor, mientras en el otro lado de la balanza se acumula el dolor, el futuro que espera al que ama, el destino del amor. Es triste entender que solo un fino hilo ata a los dos, que lo bueno dura un momento y lo malo se hace eterno, que es imposible tan siquiera intentar entenderlo.

7. Blues de la gamuza (instrumental)

8. Bigama Ama, ama como cierto es que no existe un mañana… ama, ama lo que no sabes si volverá tras el alba, que nunca sabes lo que te deparará la noche que como loca cae sobre tu cama. Ama, ama mientras pueda tu alma, ama mientras aguanten los cimientos de tu vida desvencijada… ama, pues no existe al ser eterno ese mañana.

FMmiranda (voz y guitarra) Hans Bög (percusión) Helen Goro de Guevara (flauta)



UN SUEÑO

A Juampe, que sueña sobre lienzo.

(Garven)

Estaba yo viendo águila roja, recostado en el sofá, en una hora intempestiva para un día laborable; cuando empecé a dar algunas cabezadas de sueño. Esas cabezadas se me figuraban como el preámbulo al sueño, el NO-DO del cine del sueño; el anuncio de multiópticas previo a la película del sueño. Hasta que me quedé dormido y soñé algo como esto: Yo caminaba hacia el bar de un amigo, cerca de casa. Lo abrió hace poco y tenía la intención de que aquello fuera una especie de antro cultural donde además de tomar copas, se pudiera exponer y recitar versos. Así que yo llevaba debajo del brazo una carpeta con dibujos. Él colocaba vasos limpios y recientes; todo a estrenar. Tenía melenita rizada y vestía con ropa de escay negro; iba a disponer dónde colgar mis dibujos para la exposición. En realidad (¿Qué realidad?) yo no reconocía a mi amigo; en el sueño aparecía como un tipo que jamás había visto, pero había una cordialidad y afecto entre nosotros como si nos conociéramos desde la infancia. Desde que salí de casa hacia ese bar iba predispuesto a preguntarle por los servicios; así que, en cuanto tuve ocasión, después de charlar un rato y ojear con él los dibujos, pregunté dónde estaba el aseo y él me señaló dos puertas al final de un corto pasillo. Pude ver en una de éstas la silueta de un señor con sombrero de copa donde debajo ponía “LABERINTO”. La puerta de al lado tenía la silueta de una dama con sombrilla y un letrero que ponía “OCÉANO”. Seguí el orden social y sexual de las cosas y entré en el lavabo de caballeros. Era un habitáculo dentro de los parámetros normales de un aseo pequeño; los sanitarios estaban brillantes y asépticos. Un espejo redondo reflejaba mi cara que curioseaba por los rincones. Había un olor púrpura a lavanda. Junto al secador de manos vi otra puerta, entré y encontré otro aseo muy parecido al anterior, quizá más pequeño. Una puerta estaba junto al espejo de este nuevo váter. Entré y descubrí otro aseo con los sanitarios de color verde donde había otra puerta que daba a otro servicio. Así una y otra vez, en una vorágine de váteres y abrir y cerrar puertas. Tuve algo de miedo porque me sentía desconcertado. Cuando iba a perder la esperanza de encontrar una salida, una de las puertas por fin daba a la calle; pero era un lugar que yo desconocía. Era un lugar poblado de templos con grandes portones góticos y unos campanarios que se disipaban en la altura, en un cielo ya de noche. Apenas había una iluminación mínima; entonces comencé a caminar por calles empedradas, entre iglesias lúgubres que parecían alumbradas solo por una vela. Oía cantos gregorianos de voces macho y ruidos de palos contra el suelo, algo así como los pasos cadenciosos de una procesión; sonaban cerca pero yo no veía a nadie. Tras


doblar algunas esquinas, encontré a una señora en chándal que venía sonriendo hacia mí. Era una señora bastante mayor, de aspecto saludable y ágil a pesar de la edad, peinada de peluquería con matices morados y brillantes sobre el cabello cano, se diría que seguía un programa de envejecimiento activo de esos que hacen los ayuntamientos para los abuelos. Sonrió cuando nos encontramos y sentí una atracción incondicional hacia ella. Era un amor recíproco porque ella, a veces, me besaba en la boca. Paseamos cogidos de la mano; nos hacíamos carantoñas y ella reía a carcajadas; una risa ronca, anciana, hombruna, que me volvía loco de amor. Advertí que se hacía de día y las piedras tomaban un tono dorado y nítido. Fue entonces cuando nos dirigimos hasta el interior de uno de esos templos. Entramos a una gran nave oscura iluminada mínimamente con colores quebrados que provenían de unas altas vidrieras; había en los laterales unos muñecos destartalados y grotescos sobre unos pedestales parecidos a los gigantes y cabezudos de las ferias. Junto a ellos dos reclinatorios forrados con velludillo. Tenían sobre sus peanas manojos de flores algo marchitas y un incensario humeante. Allí no había nadie pero se podían oír las voces de un coro masculino que cantaba latines. En el altar de la nave central destacaba una frase escrita en rojo que decía VENGA A NOSOTROS TU REINO. Ella se desnudó y me invitó a que hiciéramos el amor sobre ese altar. Desnudos y desinhibidos nos amamos sin remilgos. Mientras nos abrazamos puede ver que las figuras grotescas se desternillaban a carcajadas y nos señalaban con sus muñones de palo. Noté una humedad sobre mi espalda y al girarme vi cómo nos escupía una estatua, policromada y antigua, de un ángel exterminador que estaba elevado y centrado en un retablo de madera y oro. Cuando ella cabalgaba sobre mí pude ver cómo llegaban salivazos a su cara que el ángel escupía; oía cómo ese ángel carraspeaba para hacer gargajo e inflaba los mofletes de la cara hasta escupir fuerte. Terminamos y limpié con un paño blanquísimo la saliva del rostro de mi novia. En el paño, bordado en plata, leí la palabra PRODIGIO. Después nos abrazamos una vez más y noté su piel rosa, suave, bienoliente y pilonga. Sentí que el altar se zarandeaba; unos costaleros encapuchados lo levantaron en vilo y con pasos marciales nos llevaron en procesión por el interior del templo. Las voces masculinas cantaban ahora muy fuerte y al pasar junto a los grandes muñecos, éstos nos arrojaban pétalos de rosa y reían de júbilo. Fuimos muy felices durante todo el recorrido. Terminó donde habíamos empezado, los costaleros nos dejaron con cuidado sobre la nave central otra vez, desaparecieron y se hizo el silencio. Los muñecos ahora estaban estáticos e inanimados; el ángel exterminador tenía una cara triste que contrastaba con su brazo amenazante armado con una espada en forma de rayo. Mi vieja amada movió los labios para decir algo, pero de su boca no salía sonido alguno porque su voz, era realmente una ultravoz, robótica y disonante, que retumbó por todo el espacio del templo para decir: ÉSTE ES MI HIJO AMADO. Ella me entregó un vaso de agua donde un pequeño escarabajo nadaba tratando de salir pero resbalaba en el cristal. Absorto por un tiempo en esta escena, volví la mirada


hacia mi novia pero ella había desaparecido. Sentí una desolación atroz y vi que los muñecos sollozaban y el ángel exterminador se había tapado la cara para llorar. Miré el vaso: el escarabajo ya se había ahogado. Blinqué del altar al suelo para descubrir con horror que el altar de piedra donde hacía poco estábamos ella y yo amándonos, ahora era un gran sarcófago con unas inscripciones labradas e ininteligibles. Comprendí que mi vieja y reciente novia, mi anciana de danacol y saber vivir, había muerto y yacía dentro de esa rotunda losa. Arrugado y desecho en sollozos arrojé el vaso que hizo ruido de cristal pero no se rompió. Corrí dejando atrás los muñecos gigantes que lloraban y chillaban como niños rabiosos. Los gritos eran excesivos, muy molestos; me tapé los oídos y empujé con los codos el portón del templo para salir.

Volvía a estar la calle penumbrosa como al principio, solo con el murmullo del gregoriano. Tal era mi consternación que decidí caminar de rodillas. Pronto me dolieron mucho y sangraron; para mitigar algo el dolor me ayudé con las manos. Éste caminar cuadrúpedo se me hizo cómodo y ahora lo que realmente me costaba era caminar de pie. Mi nuevo andar a cuatro patas tornó a un ligero trote y noté que mi lengua era larga y rosa como un filete crudo. Una tufarada a naftalina y una música pop lejana parecía darme pistas sobre el lugar donde estaba el bar de mi amigo; quizá terminó de colocar los dibujos. Al doblar varias esquinas localicé unas cajas azules de botellines apiladas y la puerta trasera entreabierta del bar. Vi que él me vio, se quitó un zapato y vino con un gesto arisco en la cara y se lió a zapatazos conmigo hasta que consiguió hacerme huir un poco. Se puso el zapato y señaló, para mi información, el cartel con la silueta negra de un perro tachado por un aspa roja. Después, cerró de un portazo.




LA BALANZA DEL COSMOS (Manuel Santamaría)

La puerta del éter se abre y deja paso a una nueva remesa. El plato de la balanza cósmica osciló durante siete segundos hasta volver a alcanzar el equilibrio. A un lado, la moneda elegida por los creadores para valorar nuestra capacidad, todos los calcetines desparejados de las coladas del planeta tierra, al otro, un humano-bucle: nacía-crecía-envejecía y volvía a repetir pero con una raza, rostro, sexo distinto. De vez en cuando Frey79 (el que interfiere) recolectaba algunos de los calcetines y los emparejaba, cuando conseguía seis parejas se los entregaba a los Kox-η, los crustáceos del planeta K-leta, ellos se los ponían para demostrar que los humanos merecían la pena, nadie duda de que son los seres más compasivos del universo. Ninguna especie podía evitar sentir misericordia al verlos con los calcetines viejos implorando a los creadores para que perdonaran a los Terrestres. Así seguiría el juego del cosmos, una imparable báscula que se continúa inclinando, mientras que unas amorosas criaturas le quitan algo de peso tratando de retrasar lo inevitable.



ENTREVISTA A CARLOS MONTERO

Yo a Carlos le conocía ya. De cuando adolescentes o por ahí; y tengo el flashback borroso de unos fotogramas sepia de aquel recuerdo y creo que dijimos algo de “perspectiva”: «Yo también dibujo; ahora estoy haciendo cosas en perspectiva». Y se me acaba aquí la cinta de la memoria, la figura larga de Carlos que iba de negro, me parece, no sé de qué iba yo. Hablábamos y asentíamos con la cabeza. «Yo también dibujo; ahora estoy haciendo cosas en perspectiva…» Muy pocos años atrás, después de muchos años antes, el reencuentro en la exposición de Juampe, un apretón de manos para solapar el flashback con el resto del film «Mira…» y me enseña un dibujo a boli del busto de un diablo que ha dibujado en un trozo de papel mientras esperaba con una cocacola; un dibujo pim-pam-pun y toma: un demonio como del renacimiento; vamos, que


muy bien hecho; qué cabrón. Carlos, transparente, artista y amigo otra vez, me cuenta cosas de la acuarela, una tía que yo veo muy difícil. Es que yo no le gusto a la acuarela, Carlos. La acuarela es de comerla mucho la oreja, Garven. Investigador de cualquier cosa que marque sobre algo. Domador de la mancha cuando la mancha es un caballo piafante. Un día vino a casa para orientarme un poco sobre la tableta gráfica y el Photosop o el Acdraw y yo qué sé. Una cosa de píxeles, colores, voltios, urgencias, y mucha cartelería en inglés, que no olía a nada y no ensuciaba las manos «Mira, tú dibujas algo, no sé; por ejemplo…» y dibujó un Batman. ¡Un Batman en un segundo!, un Batman como un milagro. Y yo veía que no podía subirme a ese tren, un tren de precisión, investigación y desarrollo: la mano montera de Montero. Se lo dije a mi mujer. Mira Mari, lo que ha dibujado en un rato con la tableta. Es Batman. Así, a lo tonto, Mari. Pim-pam-pun. De dónde se ha fijado. De nada. ¡La virgen! La acuarela, la acuarela, la acuarela se me figura como una tía buena, niña bien un poco redicha, hija de algún presidente de algo, una novia imposible, un divorcio ruinoso. Un continuo llorar y corrida de rimel. No hay manera de bajarle las bragas a la acuarela. Carlos me la trae de la mano y me pongo a mirarles como un voyeur, a ver cómo lo hacen. Qué cabrón. La acuarela tiene algo de Polichinela o de Vampirela, está buenísima pero no hay manera. Ya te digo que es de comerla mucho la oreja, ten paciencia, Garven. ¿Y qué la digo, Carlos? Dila poco, porque menos es más con la acuarela, pero dila. Dila. Yo es que soy más de acrílico, Carlos. El acrílico, el acrílico es un tío y a lo mejor el hermano bruto y loco de la acuarela. Pocholo es acrílico. Con el acrílico me salen travestismos al agua; pero no son acuarelas. La acuarela, tan aséptica, una gasita en el cuerpo desnudo de la muchacha, una veladura al viento, miss camiseta mojada que se la ve todo. Me la ha traído Carlos para demostrar que es cosa de mucho entusiasmo lo poco que pide de uno la acuarela y lo mucho que refresca o que abrasa. Me la ofrece desde su habitación hasta la mía; qué rara promiscuidad. Parece que os vais entendiendo, Garven. Gracias, Carlos. *** En su estudio; carnaval de libros, cómics, mesa de dibujo, caballetes, pintura, acuarelas, lapiceros, informática, fotografía, cosas. Todo para materializar los caprichos de su retina azul. Saca un par de cocacolas frescas y unos snacks en un bol. Enciende la radio y canta Chenoa: En un bar de mi barrio que no


quiero recordar, vi a mi novio besando a mi amiga. Le pido por favor que baje un poquito el volumen. Y comenzamos.

P: Carlos, no es difícil ver que tú eres un artista de mucho dibujar y pintar y esto viene de atrás. ¿Desde cuándo, cual o qué fue el detonante para no parar de hacerlo? CM: Viene de atrás, muy atrás. El primer recuerdo que tengo en el que yo noté la atracción por la pintura, fue un verano en un patio de Madrid, rodeado de geranios y hortensias, con cinco o seis años de edad en el que mis únicas distracciones eran las de regar las plantas con mi abuela, jugar con un Chevrolet de lata gigante, un muñeco de Drácula, papeles y lápices de color, allí fue donde comenzó todo y empecé a disfrutar con la pintura, por cierto, uno de esos dibujos a lápiz de color lo conservo y tiene un valor muy especial para mí. P: ¿En qué técnica te encuentras más a gusto, y cual te resulta más incómoda? CM: Me encuentro realmente a gusto cuando pinto, la técnica es solo un recurso. Si tuviese que decidirme por una, o alguna, me decantaría por la tinta y la acuarela. Creo que son dos medios increíbles para expresar rápidamente lo que tienes en la cabeza. Quizás, la técnica reina de la pintura no me atraiga demasiado por el excesivo tiempo de elaboración, me considero artísticamente muy inquieto y resolver en un pim, pam, pum como decías antes, un trabajo generalmente solo se puede conseguir con estos medios. En el tiempo que dedicaría a limpiar pinceles de óleo, puedo esbozar o incluso resolver una acuarela. P: La fotografía y la pintura, podríamos decir que son hermanas o primas, mundo visual, idénticas en lo estático del resultado que las difiere con el vídeo. Campos que tú conoces profesionalmente. ¿Qué encuentras de interesante en cada uno de estos estadios como forma de expresión?. CM: Todo lo visual me atrae, creo que todo está unido, son solo medios gráficos para expresar una idea. Realmente cuando hacemos una fotografía, un video o una pintura, lo que estamos haciendo es representar visualmente lo que cada uno queremos transmitir. Una fotografía es una interpretación plana de una realidad que para cada uno de nosotros es diferente. No me quiero enrollar demasiado, ja, ja, ja, pero si hablamos técnicamente, el “ojo fotográfico”, para un pintor


figurativo, creo que es algo indispensable y simplifica mucho las tareas de composición, perspectiva, encaje, y resolución del color, como este tema da mucho juego, lo dejamos abierto para la próxima. P: El mundo digital, la animación con pc, informática y tabletas enchufadas a la luz. Recursos creativos de hoy. ¿Crees que peligra el cuadrito pintado, barnizado, enmarcado y clavado en la pared de casa? CM: Nuca desaparecerá “el cuadrito pintado”, si es verdad que los tiempos cambian y surgen nuevas herramientas y formas de crear. La textura de un cuadro al óleo o la transparencia de una acuarela en papel, son muy complicados de reproducir hoy en día; además, la relación física del pintor con su la obra es algo que difícilmente podemos conseguir con el ordenador. Pero si me gustaría decir sobre la gente que está en contra de los medios (digitales) modernos empezase a reconocerlos también como otro tipo de expresión artística, tan válida como puede ser “el cuadrito pintado”. P: Carlos, ¿qué crees que habría en la cabeza del hombre/mujer de Altamira? ¿Le tacharían de friki los del clan? Se dice que es la Capilla Sixtina del arte rupestre, otros comentaron que es la Capilla Sixtina del arte moderno ¿Qué opinas al respecto?. (ríe, echa un trago largo de cocacola y me acerca el bol de los snacks)

Una fotografía es una interpretación plana de una realidad que para cada uno de nosotros es diferente.

CM: En la cabeza del hombre de Altamira habría lo que en la tuya o en la mía, ¡¡¡muchos pájaros!!! , ja, ja, ja…, me imagino a esos hombres en sus cuevas pintando bisontes, dibujando a sus compañeros cazando, a sus parejas, hijos…, quizás sea la propia naturaleza humana, que nos impulsa a representar, crear y transmitir nuestras ideas, experiencias o emociones; Quizás el hombre de Altamira sea el padre del arte sin saberlo, pero personalmente admiro esas pinturas porque en ellas se refleja el instinto de todas las personas que en algún momento de nuestras vida nos impulsa a representar, experimentar y crear, y ¿si dejásemos de hacerlo?, ¿Qué sería de nuestra evolución? P: Los retratos, los retratos que yo te he visto hacer, Carlos, precisos, preciosos y de parecido absoluto y más; qué te voy a decir de los que tengo en casa. Alabados retratos; que hay que echarle un par, Carlos. Que uno se atreve con nubecitas y la montaña, pero el retrato… ¡Ah, pájaro!. ¿Es dibujo como lo demás o es ciencia aparte? CM: El retrato. Lo veo como un reo antes de ser juzgado, con sus verdades y sus mentiras. Existen dos maneras de ver un retrato, una como espectador y otra como pintor. Si nos situamos como espectador ”normal”, este empezaría por decir algo así: “se parece, pero tiene la nariz más larga, los ojos más pequeños y las cejas más pobladas… el caso es que se le da un aire…, bla,bla,bla… ”, la mayoría de esas personas se sitúan en el puesto de juez, primero juzgando a la persona retratada y después al pintor que realizó el retrato.


“Retrato no es igual a parecido”. Retrato es, y ahora lo enfoco desde mi punto de vista como pintor, un estudio de la personalidad y carácter de esas personas, a las que también podemos “juzgar” con libertad y plasmar en sus rasgos las emociones que nos comunican. Creo que el secreto de un buen retrato está en su mirada. Sus ojos deben de “mirarnos” como nosotros a ellos, si esta mirada funciona y es capaz de decirnos algo, el retrato funciona. P: Ya se ha dicho algo de la acuarela, dinos algo más tú, por favor. CM: Rapidez, limpieza, transparencia, dificultad, técnica, espontaneidad, expresividad, sutileza, dureza, color, luz, sombra, encanto, odio, miles calificativos y piropos tiene la acuarela. La acuarela es única, porque a la vez resulta sencilla y complicada, es una aventura nueva cada vez que mojamos el pincel en agua, te engancha, es un caballo salvaje al que es imposible de domar. P: Curiosísimo, quizá por lo insólito, es tu proyecto de “las servilletas de papel”, otra habilidad tuya del dibujar siempre, hasta en un rato de café en el bar, cuéntanos. CM: Ja,ja,ja… pinto o dibujo sobre todo lo que pillo, no solo en servilletas. Manteles, cartones, azúcar, arena… incluso me atrevo con la escultura, envoltorios de bombones, papel Albal, alambres de botellas de champán, o precintos de botellas de agua, de todos ha salido alguna cosita. Por lo general no dejo a mi cabeza descansar ni un solo momento y aprovecho todos esos ratitos de ocio en bares, bancos, esperas, viajes…, para seguir disfrutando con lo que me apasiona y hace que funcione eso que llevamos todos dentro de la cabeza y que no solemos aprovechar del todo. P: ¿Qué te parece Pífano fanzine? (le pido que conteste con sinceridad mientras arrebaño en el bol un puñado de snacks) CM: Pífano es todo lo que todos queremos hacer y nunca hacemos. Un proyecto atrevido de un “pájaro loco”, que ha conseguido sin casi darse cuenta que muchos de nosotros podamos expresarnos sin censuras ni tapujos. En Pífano como él nos dice “vale todo, no os cortéis”, y lo consigue, un espacio en el que nosotros como lectores o colaboradores estamos


invitados a participar, todo un lujo de fanzine. P: Un libro. CM: El nombre de la rosa de Umberto Eco P: Una música. CM: Morning for nothing de Dire Straits P: Tu cuadro favorito CM: Imposible. Por decir uno y aprovechando mi relación con la acuarela, Idilio de Fortuny. P: Salir a pintar por ahí, como tú sueles decir. ¿Todo es pintable? Qué motivos son tus favoritos y por qué. (En la radio suena algo de Dalma: Ave Lucía, el predictor se viste de rosa en el cuarto de baño…) CM: Todo vale, todo es pintable. Tampoco hace falta salir para hacerlo, pero yo en particular disfruto más haciéndolo, porque no solo pintas, también aprendes, observas, charlas… No tengo temas favoritos, simplemente aparecen y desaparecen en etapas de mi vida, a veces son simplemente experimentos, otras veces influencias, y muchas otras, reflexiones a las que doy forma. Terminamos y saca otras dos cocacolas, rellena el bol y hablamos de cosas que al final van a parar al río revuelto de la pintura o a la maraña de alambre del dibujo. «Hay que hacer algo, Carlos; algo grande sobre algún concepto en particular, no sé. Pero es que está la vida cotidiana, tío; no saca uno tiempo apenas entre el curro y las tareas de casa». Y la radio a lo suyo, claro: Dancing with tears in my eyes. Living out a memory of a love that died… Yo que vine aquí para un rato con Carlos, ahora se me hace de noche. Me van a regañar en casa.


SUEÑO RAJADO (Garven)

Soñé que aparecía yo en un programa de televisión para niños con talento o algo así. Tendría unos cuatro añitos y daba por hecho que allí me habían llevado mis padres. Ellos eran unos tipos oscuros que aplaudían y se emocionaban desde la grada; yo no les reconocía claramente. Me ajusté mis gafitas mientras sostenía un micrófono que apenas podía abarcar con la mano. Entonces el presentador gritó: «¡El pequeño Chayán!» y me arranqué en un baile imitador de adulto como si tuviera un avispero en la bragueta; perrito, feliz, reviejo, a saltitos que removían los aplausos y la risa de todos. Empecé a cantar con una voz blanca y repipi. «Baila-que-báilame-achercaté-un-poquito-Chalomé» El público ovacionaba y reía conmigo, reavivaban mi pequeño brasero; yo movía el culito vano y el pantalón caído para arrancar la bulla de la gente. «Baila-que-báilame-achercaté-un-poquito-Chalomé» Mis padres, en la sombra de un rincón de la grada donde apenas llegaba la luz halógena de los focos, lloraban quizá de emoción, estáticos y algo funerarios. En el jurado había tres tipos: dos hombres que serían cantantes o actores y una bonita mujer que podría ser diva, actriz, bailaora; y yo qué sé. Cuando terminé ella se dirigió a mí con una soberbia cordial atusándose la melena negra de Julio Romero de Torres. Tú ta dao cuenta del arte que tieneh, corasón mío. Tengo un arte y una grasia que no se pue aguantá. ¡Ah, ja ja ja! Tú sabe que con ese dejparpajo te va a comé er mundo. Tengo un arte y una grasia que no se pue aguantá. Se levantó del estrado y vino hacia mí como una giganta, adulta, madraza, mujerona, amada y amante. Me cogió en brazos y me apretó contra su escote bienoliente, poderoso y blanco. Me besó después con besos sonoros y carmines, y pude ver su boca abierta, festoneada de saliva, las convulsiones de la risa, las muelas y los dientes que brillaban como caramelos chupados. Yo estaba totalmente enamorado de esa mujer. Esnifaba en ella olores y contrariedades, imaginé en un instante que nos bañábamos los dos entre fluidos rosas. Me dejó en el suelo y se agachó para cogerme de las manitas. Vi en sus grandes ojos, adultos pero jóvenes, peces que nadaban. De nuevo la ovación del público. El presentador me dirigió entre aplausos hacia mis padres; ya terminé y otra niña iba a actuar. Pero en la grada no me esperaba la pareja oscura de mis padres, en su lugar había un viejo mariscal con bigote prusiano que tenía medallas y galones en la pechera, y un sable de baraja ajustado


a la cintura. Me tendió su gran mano y negué con la cabeza. Él parecía avergonzado y decepcionado. Se me heló el corazón.

Entonces el sueño vira ciento ochenta grados; la cara be del disco del sueño. Ahora estoy tumbado sobre una camilla metálica y desnudo entre sábanas blancas que cuelgan hasta el suelo. Sigo siendo un niño. Una mujer de luto está de rodillas en un reclinatorio, a pocos metros enfrente de mí; parece que llora y reza ante un altar de aluminio donde no hay figuras religiosas ni nada; se diría que estoy en una morgue. Contrasta el vago silencio, ligeramente alterado por el murmullo de la mujer, con la algarabía del programa televisivo anterior. Se acerca hacia mí; es ella, la diva del jurado. Viene con un llanto hiposo y la cara velada en negro, hay hilos de saliva prendidos en su velo por la tos del llanto. Veo de soslayo al mariscal que llora tapándose la boca con las manos y siento una rara impresión al oír llorar a ese hombre tan grande. Se le escapan gemiditos muy agudos, como de niña, tristemente graciosos. La diva, deposita sobre mi pequeño sexo, imberbe, niño, un ramillete de florecillas rojas y me canta una nana que me hizo recordar las zarzuelas que ponía mamá en el radiocasete. Ella comienza a amortajarme y noto una hinchazón creciente en la entrepierna; las florecitas caen a un lado. Aunque estoy entumido consigo atrapar la mano dorada de la mujer, la acerco a mi boca y beso sus uñas nacaradas. Con una voz gris, cavernícola y adolescente le digo: «Tengo un arte y una gracia que no se puede aguantar» fue entonces cuando ella, sobresaltada y enfadada, tiró de la mano para zafarse y le cambió la cara a un gesto fruncido. Caminaron los dos hacia la puerta de salida, parecían indignados. Antes de salir el mariscal se giró hacia mí e hizo otra mueca de decepción. Tras la puerta se oían las voces sopranoides de un coro de viejas que cantaban salmos. Me dolía todo el cuerpo, noté que me crecían las extremidades y me liberaba de la mortaja. Pude incorporarme y vi mi cuerpo desnudo reflejado en un espejo de luna. Me vi hercúleo, atrozmente hombre; musculado como un animal carnívoro, tenso de lujuria, griego clásico y atleta. Pensé que ese no era yo.



ICO (Óscar Torres)


ODA A YAMCHA (Manuel Santamaría)

¿QUÉ te pasó compañero? ¡Tú antes molabas, eras el puto amo! En tu desierto, sin rendirle cuentas a nadie, un rebelde sin causa, simplemente tu espada afilada, rifle cargado al hombro, tu moto voladora perfectamente calibrada y Puar como fiel compañero. Pero te vendiste, no me digas que fue un ideal el que te hizo aliarte a Son Goku, de eso nada fueron los cantos de sirena de la hija de un millonario, de una niña pija, esquelética y caprichosa ¿Físicamente podías aspirar a más? No es que en ese paraje pasaran muchas mujeres, así que es hasta lógico pensar que cuando viste la primera, te emborracharas de feromonas, y perdieras la cabeza. Al principio te esforzaste, cierto, intentaste subir de nivel, aspiraste a ser una estrella marcial, pero se te pegaron lo peor de las enseñanzas del maestro Roshi, su pasión por las mujeres y el sake. Una vez que viste mundo, la cabezona de pelo azul te supo a poco, es verdad que aguantaste por su suculenta cuenta corriente, pero cada vez que podías con la excusa de entrenar acababas en los lupanares más sórdidos donde chicas de pelos coloridos daban forma a tus sueños más profundos. En combate fuiste una ruina, humillación tras humillación, nunca llegaste ni a semifinales del campeonato, muerto a manos de un Saibaman, no visitaste Namek, ni derrotaste a ningún adversario trascendente. Y para colmo tus compañeros no te dieron ni el placer de continuar en el otro mundo, te resucitaban una y otra vez ¿por amor, amistad…? ¡No! Simplemente porque necesitaban a uno peor, porque tu inutilidad les hacía sentirse superiores. Hoy tu vida trascurre como chulo de prostitutas en una aldea perdida, cerca de la antigua base del lazo rojo, las horas las cuentas en borracheras y los minutos en vistazos furtivos a los escotes de la mercancía que debes cuidar. ¿Qué te pasó Yamcha? De verdad, tú antes molabas.



A Diego, mi hermano hasta en sueños

SUEÑO QUE SE REPITE (Garven)

Según la fiebre, el cansancio o el delirio; llevo algunas noches soñando esto Estoy en la oficina con mis compañeros (oscuros, borrosos, que no reconozco claramente) todos afanados en las tareas administrativas. Se oyen los “clics” de los ratones, el repiqueteo de los teclados, alguna tos y algún suspiro. Huele bien y hay una sensación fresca de aseo, colonia y ropa nueva. Pero destaca una singularidad en el mobiliario: una taza de váter está instalada en el despacho; integrada junto con la impresora y los archivadores, a la vista de todos. De loza blanca y brillante, limpia; en activo, con su cisterna y latiguillo para el suministro del agua; un rollo de papel higiénico está en el suelo junto a la taza. Algo inaudito pero normal y aceptado en el sueño. Entonces tengo la necesidad de usar ese váter, no me aguanto más, tengo que hacer caca. Así que me siento en la taza tímidamente con los pantalones bajados lo justo, estoy al descubierto ante todos pero ellos no me miran, están a sus tareas, quizá alguna mirada fugaz de soslayo. Siento una vergüenza atroz y temo que se me escape algún pedo demasiado sonoro, o que les llegue el olor a mierda; para ello tengo pensado tirar de la cadena incluso antes de limpiarme. Entran dos compañeras a entregar unos expedientes, saludan a todos y me miran con una mueca cordial «Buenos días». No les digo nada, hago un gesto discreto con la mano mientras con la otra sujeto con fuerza el pantalón, cabizbajo y sonrojado de pavor miro sus zapatos de tacón alto; se dirigen a charlar con otros compañeros sobre esos expedientes, algo que yo agradezco para apretar y terminar de una vez. Me ha parecido una fatalidad que ellas entraran en este momento, encontrándome así, arrugado en la taza. El pudor que siento es brutal, especialmente que me vean las chicas, una timidez heredada del Génesis, una vergüenza infantil, siento que les debo una explicación y quisiera excusarme: «perdonad, no podía aguantarme más; me lo iba a hacer encima, esto también os puede ocurrir a vosotros… », tiro de la cadena como dije antes, para evitar más mal olor, y el ruido de la cisterna atrae las miradas de todos; me miran con una impasibilidad forzada, un segundo en silencio y vuelven a sus cosas; mueven papeles, archivan carpetas, lanzan documentos por la impresora y pasan muy cerca de mí. La puerta está abierta y estoy a la vista de la gente de otros despachos. Recojo el papel higiénico discretamente, me ahueco lo justo y no dejo que se me bajen los pantalones más allá de las rodillas; tal es mi gana de acabar de una vez que me limpio rápido y mal. Tiro de nuevo de la cadena, me atuso el pantalón nervioso y veloz y voy a mi sitio. El ruido en decrescendo de la cisterna dura un rato, serpentea entre el silencio del despacho con una clara alusión a mí y a mi acto de hace un momento. Nadie dice nada, cada uno a sus cosas, pero hay una situación falsaria, siento que cuando me vaya hablarán a mis espaldas y lo denunciarán como una aberración. Cuando despierto, me he cagado encima.




ASESINO (miranda) SOY UN ASESINO. Maté mi ilusión y trituré sus restos en una picadora, tiré dentro del vaso todo mi amor y mi odio y lo batí después en una batidora. Me bebí todo, trague hasta la última gota metiendo la lengua rebañando el fondo. Y al despertar de la siesta lo cagué todo, limpiando mi culo sin dejar ni rastro de mi derrota. Me confieso, yo maté mi propia historia, yo borré las huellas una a una con lejía y quemé la botella para que no quedara ni rastro de ella. Quemé el trapo que usé y tiré el mechero a la misma hoguera, metí mis manos dentro para que no quedara nada después de la limpieza, tiré también mi cabeza para que nada me recordara la quema, y con los pies, pateé las cenizas que quedaban y también los metí dentro de ácido para que desaparecieran. Ya de aquello no queda casi nada aparte de este “poema” que no puedo borrar porque no tengo manos ni piernas, se lo pediría a alguien pero… no tengo boca porque tampoco… tengo cabeza.


SUEÑOS ROTOS (Manuel Santamaría) Venga, venga Martín, sabe que se lo digo como amigo, no como profesional, lo mejor que puede hacer es quitarse esas ridículas ideas de la cabeza. Sí. Sí doctor, tiene usted toda la razón. – Dijo balbuceando- Ser escritor, a mis años y por hobby. Qué tontería ¿verdad? Pues claro, esas cosas hay que dejarlas para gente con verdadero talento. Yo mismo tengo un relato publicado, uno y no más ¿Para qué más? Si nadie me llega al tacón. Pero, por favor, ¿por entretenimiento? Céntrese en su familia, en su trabajo y quítese esas ideas. Hoy es usted un hombre nuevo. Con estas palabras, acompañó a su paciente hasta la entrada, donde su feísima secretaria le preparaba la minuta. Le hubiera encantado tener a una chica guapa y competente como recepcionista, pero su mujer no le dejaba, y él, la verdad, que pese a su título de siquiatría, a su ego inflando como un Tetraodontidae asustado, era un calzonazos, incapaz de elevarle la voz a su esposa. Un mal profesional que se dedicaba a quitar las ilusiones de sus clientes. Cualquier doctor honrado les aconsejaría, siempre que no fueran quimeras, que persiguieran sus sueños, que se construyeran esos inocentes refugios ante la locura de la cotidianidad. Pero él no, él era un capullo integral. Y lo sabía. De toda la panda de fracasados que acudían a él, a los que menos soportaba, era a esos perdedores que se dedicaban a plasmar sus fantasías en papel, y encima sin pretensión ninguna, simplemente ¡por divertirse! Ya había perdido la cuenta de cuantas quimeras había roto a tanto aspirante a Lovecraft de pacotilla. Se retiró a su despacho. Contemplaba la sala con un sentimiento contradictorio de satisfacción y resentimiento. Por una parte admiraba lo que había conseguido: muebles de caoba, un diván de principios del siglo XIX, un original de Gustavo Doré. Pero por otra odiaba ciertos elementos necesarios para mantener su fachada: un busto de Sigmund Freud, al que consideraba un sobrevalorado, una orla con compañeros a los que detestaba, pero cuando sus ojos se fijaban en la estantería, era cuando el rencor le carcomía. Los libros, sus odiados y admirados libros, aquí su verdadera naturaleza salía a flote. Se sabia incapaz de juntar más de cuatro párrafos, siempre había soñado con publicar un tratado que fuera una referencia en su campo. Pero todo lo que salía de su ordenador era bazofia. Ante el papel en blanco, su falta total de profesionalidad explotaba, al concentrarse ante la pantalla, salía el niñato resentido al que insultaban en el patio del colegio, el recadero de una gorda, enganchada al “Sálvame”, que había dado un braguetazo, no para ser rico, pero sí para montar una consulta privada. «Doctor Tristán, tiene un paciente en sala de espera» Afortunadamente el irritante sonido del interfono le sacudió sus pensamientos, cuando entraba en esos momentos de autocompadecerse, todo le parecía mierda.


¡Hágalo pasar Señorita Ana! Y puede retirarse, ya me encargaré yo de todo. El cliente iba tapado hasta las cejas. Llevaba una gabardina abrochada hasta el cuello, una bufanda ocultaba su rostro y un sombrero panamá negro su cabeza. Debía de estar asándose, estamos en pleno junio y no llevaba un centímetro de piel al aire. El friki que llevaba dentro no pudo evitar pensar en Ben Grimm cuando intentaba pasar desapercibido en los viejos cómics de los Cuatro Fantásticos. Buenas tardes doctor. Dijo con una áspera voz gutural y extendiendo una mano también cubierta por unos guantes de cuero. Buenas tardes Señor…- Su primera conjetura había fallado, ya que al verlo totalmente enfundado pensó que era un caso de fobia al contacto físico pero bueno podría ser a contaminarse o un caso extremo de fealdad. Grog. Grog el Matadioses. La cosa ya se iba aclarando, trastorno de la personalidad con fuga irreal ¿Cómo iba a llamarse nadie de esa forma? Ya lo había visto otras veces, el enfermo se crea un personaje y rehúye de su verdadero aspecto. Siéntese y relájese, Señor Grog. Hábleme de usted, como se encuentra y sobre todo qué le preocupa amigo mío. Era muy importante que se abriera a él, a veces en los primeros contactos parecía resurgir entre el cieno, el joven soñador que alguna vez creyó en su profesión. Eran simples destellos entre las nubes de amoralidad que cerraba su psique. Pues verá doctor, mi problema es que yo no he nacido. Esto verdaderamente lo dejó en fuera de juego, es la primera vez que oía una fantasía tan descabellada. Ya veo y dígame ¿Cuándo se dio cuenta de esta certeza tan particular?No pudo contener una sonrisilla, ante su propio tono paternalista. El cliente pareció notarlo ya que su siguiente respuesta fue en un tono más brusco. ¡De particular nada, somos muchos los que tenemos ese problema, capullo! Encima de chalado, mal educado. Lo que tiene uno que tragar por doscientos euros la consulta. Y tanto incompetente forrándose escribiendo Juego de Tronos, Desesperación, Harry Potter… y él que era el sumun de las letras, salvo por el detalle de que no le dejaban escribir, perdiendo su tiempo.


Bueno, bueno, señor Grog, no hace falta ponerse nervioso- En estos casos había que calmar al paciente ya que nunca se sabia si podían ser violentos. ¿Qué no me ponga nervioso? Será gilipollas, el loquero de los huevos, ¿es que no escucha que no he nacido? Ni muchos de mis hermanos tampoco y todo por su culpa. La cosa ya iba tomando tintes surrealistas ¡encima le echaba la culpa a él! Vamos a éste le receto una caja de tranquilizantes de las más caras, de las que, por supuesto, me llevo comisión, y para casita deprisa que llueve. Nada, no se preocupe usted, Señor Grog. Le voy a recetar unas pastillitas que hará que todo le parezca más llevadero. No, doctor no se preocupe. Si lo que me conviene ya lo sé bastante bien. Vamos, no solo yo, también algunos de mis hermanos que han venido acompañándome- Dijo mientras se desprendía de su, dadas las fechas, inapropiada vestimenta. Lo que siguió a continuación le dejó paralizado. Ahora si que creía que Grog era su verdadero nombre. No era humano, a menos que padeciera una extraña enfermedad que le deformara. Era robusto, piernas arqueadas y más cortas que sus impresionantes brazos. Su cara similar a la de un gorila, pero más estilizada, dejaba ver un par de colmillos inferiores que sobresalían de sus labios. Todo su cuerpo estaba cubierto de un pelaje rojizo y la única prenda que lucia era un calzón de piel negra. Le recordó en ciertos aspectos a los orcos que Peter Jackson presentó en su versión de la obra de Tolkien, con la salvedad del color del pelo. Lo más incomodo, es que le era terriblemente familiar. mano.

Tristán corrió hacia la salida y al agarrar el tirador se quedó con él en la ¡Qué mala suerte! ¿No crees, sanguijuela? Deja que le presente a dos amigas.

De la espalda de tal bestial criatura surgieron dos pequeñas hadas. Una con el cuerpo dividido en dos, una mitad negra con dos alas blancas de paloma y la otra blanca con dos oscuras alas de murciélago. La otra era un precioso ser de color verde, rebozaba voluptuosidad, pese a su a que no media más de quince centímetros, sus largos cabellos apenas cubrían sus turgentes senos y en su vuelo desprendía un polvillo amarillo, que parecían estrellas diurnas. Tristán se arrojó al suelo de rodillas, su mandíbula temblaba como el imbécil que siempre había sido. Conocía a ambas, eran Suerte y Deseo, pero era inconcebible, imposible, eran personajes de un borrador de un cuento que Martín le enseñó. Todo estaba claro, ahora recordaba, Grog era el protagonista de una historia que le contó Santiago, otro de sus patéticos aspirantes a R.E.H.


Es imposible, no puede ser real- Gritó mientras las lágrimas inundaban su cara- No existís, sois los ensueños de unos perdedores. Claro, rata, no existimos. Por lo cual no has de preocuparte de lo que te va a suceder. Deseo sobrevoló al aterrorizado Tristán y lo empapó de su polvo estelar, y al igual que ocurría en el bosquejo de la historia despechada, se vio vestido como su más profundo anhelo. El traje de chaqueta que llevaba desapareció dando lugar a un bondage corset negro y unas orejitas de Catwoman. Su mayor deseo y vergüenza había visto la luz. Sabía yo que al final este era su problema. Si es que le cabe tela- Grog cogió el busto de Freud, el cual poseía un diámetro de diez centímetros y agarró al aspirante a vedette del cuello- Vamos a ver si le rindes el debido respeto a tu maestro. Con su fuerza descomunal apretó la estatuilla y la introdujo en el ano de Tristán. Esto debería haberle matado en circunstancias normales, pero la mitad blanca de Suerte estaba sonriéndole, por lo cual entró, no sin gran dolor en su, ya desvirgado por algún fetichista activo, esfínter. Los gritos deberían haber alertado a toda la barriada, pero Suerte tocó a Tristán en la boca, con su mano negra, e inmediatamente quedó afónico. De su garganta solo salía un gemido que en nada se correspondía con su gesto de sufrimiento. Venga, valor, compañero. No seas quejica, que esto apenas ha empezado, ahora van a venir los destripadores de Urlok, si esos personajes tan simpáticos de Tomás, y cuando te saquen tus putos intestinos, los guisaré y nos daremos un festín. El cajón de su escritorio empezó a vibrar, el sonido iba subiendo hasta que se transformó en un retumbar que lo abrió. Como en una pesadilla del compartimento empezaron a surgir, de forma imposible, una banda de los destripadores de Urlok, guerreros del Kilimanjaro, con una delgadez que debería tenerlos al borde de la muerte, sus pieles de ébano estaban pegadas al esqueleto. Las costillas se les marcaban en el pecho y como si carecieran de estomago, la columna vertebral se marcaba en su inexistente barriga. Todos iban apenas cubiertos con una piel de leopardo y armados con hoces. Grog agarró a Tristán por ambos brazos como si fuera un juguete, mientras los Urlok se acercaban a él blandiendo sus armas. Al ver lo que el destino le deparaba, pese al inconmensurable dolor que sufría en el esfínter, se retorció en un vano intento de escapar. No seas travieso mira lo que me has obligado a hacer- le dijo Grog mientras le quebraba los brazos. Caer desmayado hubiera sido una bendición, pero debido al toque de suerte, ni esa gracia se le concedía. Sentía como el jefe de los Urlok apoyaba la segadera en su ombligo, con un certero movimiento le abrió en dos el


estomago e introdujo su famélica mano hasta agarrar sus entrañas, empezó a extraerlas, como si fuera un niño lanzando serpentinas, y sus compañeros los distribuían a lo largo de la ensangrentada consulta. ¡Por piedad matadme! Lo siento, siento el daño que os he causado- Su voz apenas era un hilo. Sus ojos suplicaban la bendición del descanso eterno. Lo ves- dijo Grog con su rasposa voz- ¿Te das cuenta como ser amable cuesta muy poco? El formidable asesino de inmortales agarró a esa masa de carne balbuceante vestido de cabaretera, que ya tenía muy poco de hombre y le desgarró la faringe con sus dientes. Esta vez Suerte no intervino, Tristán pudo encontrar el fin de su dolor. Poco a poco las criaturas fueron esfumándose como si nunca hubieran estado allí. *************** A la mañana siguiente, su nada agraciada secretaria halló el cuerpo sin vida de Tristán. Después de la espeluznante visión de su jefe empalado, con las tripas distribuidas por la sala, la traquea al aire y vestido de zorra tuvo que ser ingresada en un manicomio. El informe policial estaba lleno de interrogantes, ya que para ellos el móvil del brutal asesinato era inexplicable. Dudo que si hubieran prestado atención a los papeles que había por el suelo, les hubiera servido de algo, pero alrededor del fiambre podíamos ver hojas de varios cuadernos donde se podían leer los borradores de muchas ilusiones que nunca vieron la luz. Desperdigados, como los sueños de un borracho, podían leerse el combate de Grog contra Odín y como ganó el bestial guerrero su mote; El jocoso y erótico cuento del príncipe y las hadas; las del explorador y la tribu de Urlok y muchas otras que se perderían para siempre en la memoria de quienes las soñaron pero que gracias a este bufón, nunca serían concluidas.


A miranda, Bayto y demás sueños

OTRO SUEÑO (Garven)

Estos sueños que cuento aquí están adulterados por el raciocinio. Cuando uno se levanta y tiene todavía el sueño pegado a los pelos despeinados de la cabeza y quisiera contarlo, le echa gaseosa al vino del sueño, porque cree que al otro le tiene que saber dulce, entretenido; una cosa interesante. Entonces el lenguaje del despierto jode el lenguaje del dormido y cuenta un rastro de sueño que, en mi caso, fue más o menos así: Tendríamos esa edad en la que no quisimos seguir estudiando y todavía no trabajábamos en nada; o si trabajábamos en algo era de contrato borroso, horarios raros con sueldos que más eran propinas, una cosa que iba a durar poco porque no teníamos ganas de que durara mucho; ni eso tan mal pagado, ni mejor pagado. Vivíamos en casa de nuestros padres con algunos hermanos. Yo iba a casa de mi amigo Onofre, a unos pasos de la mía, en la picuda Toledo, todavía casi de noche, todavía muy negra Greco; todavía muy piedra con bruma y siglos, cardenalicia, catedralicia, momificada. Vivíamos cerca del río ochentero de espuma, con mierda del Jarama y el Guadarrama, donde las carpas sudaban de fiebre y borrachera por el vino/vinagre de cartón, verde y espumoso que era/es el río. A lo mejor nos daba tiempo a pescar un poco. Onofre, que si te vienes y echamos unos lances, que a estas horas entran todavía. Solía estar su padre en casa «sácale un botellín a Luisito» viendo noticias del fútbol en la tele: al Atlético. Ese día Gil decía que el Atlético iba a bajar a segunda si seguían así de mal. Gil, grandón, craso y tumefacto, vestido con un ropón en los píxeles de la tele cúbica sin mando a distancia; Gil lo decía con la voz algo fanática que tenía. Y el padre de Onofre le recriminaba desde el sillón. No digas eso nunca, hombre. Y yo me tomaba el botellín. Sácale un botellín a Luisito. Onofre, que nos da tiempo a echar unos lances. La casa de Onofre, de un color gris pardo o betún de Judea; como si el río la hubiera traído aquí después de una riada, pero sin el olor a légamo del río, que la casa olía a limpieza cotidiana y a proletariado y transición. Onofre no decía nada, solo sonreía y se hacía de noche, lo supe porque la tele nos


iluminaba ya a todos y las cosas de la casa parpadeaban, se enfriaban, daban miedo; mi amigo en el umbral de la cocina sacándome un botellín. Onofre se hacía de noche y no decía nada. Ya no era tiempo de ir a pescar. Onofre, en el umbral de la cocina parecía otro o parecía otra. Pues vámonos a dar una vuelta, Onofre. E íbamos a dar una vuelta; por los arrabales, por los viejos pretiles de las presas del río, que daban un miedo pánico a ser tragados por ese gran gusano baboso y regurgitante de pústulas del Jarama y el Guadarrama. En el sueño se oía mucho el ruido del río. Luego caminábamos por la calle honda, hacia arriba, de noche ya, blanco sobre negro Greco, el cardenal Tavera tenía luz amarilla en su celda, estaría rezando latines en pijama, lleno de dolores. Pisábamos el óleo fresco del griego, andábamos por su cuadro pringándonos como dos pulgones atrapados. Nos detuvimos en un kiosco a tomar algo, y unos niños, querubines renacentistas, se acercaron a Onofre y nos rodearon a los dos en corro, pidiéndonos chuches. Y vi que a Onofre, al agacharse hacia ellos, le bailaban en el escote dos tetazas lactantes, blancas y con notorias venas azules. Onofre reía la ocurrencia de los querubines, les decía zalamerías de abuela, o como una madraza, soltó una carcajada de maruja y cazalla y los niños tiraban de su camisón suplicando que les compraran algo. Y mis ojos no se apartaban de la confusión de las tetas de mi amigo; mujer macho; mujer barbuda; monje monja de un Zurbarán atrevido; como si fuera una licantropía del hombrefemme bajo la luna llena de una farola redonda y blanca que lucía junto al kiosco.

Onofre, vámonos a pescar.

Sácale un botellín a Luisito.



Menudo soberano ibas a estar tĂş hecho


SUEÑO A VECES (Garven)

Hay días en que la pereza puede con uno; se le hace tarde para la cena y no hay ganas de hacerla o no hay nada preparado del día anterior. Entonces pesca uno algo del frigo e improvisa un engrudo difícil: quesitos, algunas monedas de chorizo, berberechos, pan duro, una lata de cerveza y después, arrebujado en el sofá, me voy terminando un yogur. El caldero del estómago hierve al arrullo de la tele y me puede el conjuro del sueño. Voy a acostarme pesaroso y algo envenenado, creo que debí cenar una cosa frugal como dicen los cardiólogos pero el bolo que escogí ya ha generado un sueño intranquilo. Entonces a veces sueño que mi amigo viene a casa con un cocodrilo en brazos. Ni reconozco que esa sea mi casa, ni reconozco a mi amigo, pero en el vórtice del sueño doy por hecho que sí lo son. Él camina con dificultad por el peso y las dimensiones del animal, resopla y suda por el esfuerzo; la cola del cocodrilo arrastra por el pasillo haciendo un ruido áspero de fricción. Es grande y le asoma la cabeza por encima de la de mi amigo, tiene la piel y las escamas resecas y nudosas como la corteza de un árbol, de un color mate y ceniza, se diría que ha estado fuera del agua mucho tiempo, huele fuerte a pescado y cieno «Tío, abre la puerta, mira que te traigo» y se pone a reír a carcajadas. El animal pretendía torpemente librarse de los brazos de mi amigo con unos movimientos mansos; me causa una gran impresión los colmillos que le sobresalen de la boca cerrada, romos y astillados. En general el cocodrilo tenía un aspecto mudo y triste, muermo, drogado, moribundo y prehistórico. Así que abro la puerta que da a un estanque que está en el patio de luces. Es un estanque con dimensiones de laguna, como dos piscinas olímpicas juntas. Rodea el agua un pretil de ladrillo adornado con macetas de colores. El agua contenida, donde mi amigo se dispone a arrojar al cocodrilo, está verde, espesa y algo putrefacta con numerosas algas que alcanzan la superficie. El cocodrilo cae como un gran saco de piedras y provoca una estampida que levanta en ondas verdes el agua del estanque. El reptil se espabila bajo ese agua fangosa, bucea con sigilo y velocidad, se ve su silueta subacuática, negra, de monstruo mesopotámico. Mi amigo se ha sentado en el borde del pretil y le cuelgan los pies hacia el interior del estanque, ríe y lo señala «mira, tío, qué regalito, será para nosotros como un hermano». El agua ha dado al cocodrilo un vigor imperial, una fuerza asiria y una agilidad guerrera, diría que ha triplicado su tamaño y ahora es un gran saurio o un dragón, hace cabriolas y en una de esas volteretas abre la bocaza; se le arremolina el agua en esa boca abierta y dentada, remolino como un maelstrom. Cuando me giro para hablar con mi amigo, éste está ataviado con un albornoz encima del pretil, se lo quita, queda en bañador y salta al agua. La figura negra del cocodrilo bucea hacia él, presiento que quiere cazarle, comérsele, es una trágica premonición que he contenido desde que apareció con ese animal en casa ¿de dónde coño lo habrá sacado? El monstruo ha mordido al aire y mi amigo consigue zafarse y salir trepando por el pretil, chorrea agua y tiene algunas algas pegadas en los hombros; ahogo un grito de espanto, los dos huimos hacia la puerta abierta de acceso a la cocina para salir de casa. Veo de soslayo que el saurio nos persigue con una carrera reptante; es enorme, tripón, bíblico, cojonudo. Su cabeza se


atasca en la puerta, se oyen ruidos de cascotes y muebles derribados, rotos, cacharrería. Escaleras abajo logramos salir de casa. Volamos por el barrio, doblamos varias esquinas, corremos por el hospital, por el ahorramás, por el eurodroguer, por la iglesia y los salones parroquiales, entre los andenes de la estación de autobuses, por el campo de fútbol de arena. Una anciana ha caído a causa de nuestro descuido en la carrera; una madre gira rápido el carrito de su bebé para esquivar nuestro arrollamiento, luego nos grita enfadada. No alcanzo a mi amigo, cada vez más lejano, más delante, le pierdo en la distancia, no me espera. No puedo más y paro sofocado, tosiendo, sudando a chorros. Y veo por encima de los bloques lejanos del barrio que asoma la figura kilométrica del cocodrilo, ahora bípedo como un Gozilla, gigante, cíclope, Leviatán alienígena y Neptuno; mordiendo tejados y ferralla. Suena la policía, los bomberos y el ejército que con helicópteros acuden como avispas al monstruo, al nuevo King Kong arcosaurio. Me ha jodido la casa; mi amigo, Babilonia, las mil y una noches; ¿De dónde lo ha sacado? ¿A qué coño me lo trae? «Será para nosotros como un hermano, tío»



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