PÍFANO_22

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Nº 22

Juampe  Garven  Manuel

 Paco  miranda


PÍFAÑO NUEVO IGUALMENTE…


ALF, DÓNDE ESTÁS. (Manuel Santamaría) Dicen que los 80 están de moda de nuevo, volvemos a ver a un David Hasselhof post Coche Fantástico-Vigilante de la Playa y por supuesto post comiendo hamburguesa borracho. Vemos a gunnies casposos reproducidos clónicamente, Star Wars en su pleno apogeo para onanismo friki mientras un sucedáneo narigón de Darth Vader maneja sables de luz… y yo a todo digo: ¡Y una mierda! Sin ti Alf, sin ti no hay vuelta ¿Dónde estás? Dicen que eras un muñeco, dicen que dentro había un actor enano y que ha muerto, dicen que la imposibilidad se debe a un vergonzoso video orgiástico de sexo gay y crack por parte de Willy. Yo no me creo nada, tú estabas por encima de todo, tú no eras un actor. ¡Muchos sabemos la verdad! Algunos sabemos que eras realmente un Melmakiano, y que cualquier día contactareis con nosotros, y ese día sí que será terrible, más que cuando Niburu por fin acierte en una carambola universal que lleva fallando años. Yo leo, escucho rumores y tengo pistas de que aun andas entre nosotros: gatos que desaparecen, trozos de pelo en los árboles, o incluso el sonido estridente de tu risa en medio de un temporal. Porque tú eras todo y más, pero por pena, por amor incondicional a la raza humana te hiciste pasar por una mera pantomima, no querías humillarnos con tu tecnología superior, nuestro pobre intelecto no comprendía tu genio… Pero ahora vuelven los 80 y sin ti todo está gris… ¿Dónde estás Alf?


CARI, ESE SHORT TE ESTÁ MUY JUSTO. SE TE VEN LOS CARRILLOS


JURÁSIC WORLD (Garven) He visto en el cine la de los dinosaurios; la última, la buena, la muy bien hecha. Con animación digital y todo eso. En fin, lo de ahora. Que parece que están ahí, que van a pisotear las butacas. Sí, la vi en un pase sin demasiada gente y cerca de la pantalla, lo que me la hacía más jurásica y atroz. Pienso fascinado cómo esos seres habitaron la Tierra: peces como camiones hundidos; moscas como pianos; pétalos como lonas de circo. Me pregunto si era cierto que los dinosaurios emitieran esos potentes gritos guturales que salen en la película; si los cocodrilos (los cocodrilos son los abuelos de los dinosaurios) no chillan ni rugen así. (Un amigo me dice que los dinosaurios están

más cerca de la familia de las aves; o sea que a lo mejor sí chillaban). Trato de imaginar una visita a aquel tiempo jurásico de días largos y mares rebosantes. Mucho antes que todos los diablos y todos los dioses estaban los monumentales dinosaurios. Eran los pistoleros del precámbrico en el far west del mesozoico. Brutos y trágicos, un poco imbéciles y chulos; mojados con la lluvia de las grandes gotas y travestidos con horrendos colores quebrados. Tenían que nacer con armas de ferretería, acorazados y militares: que si unos cuernos en la cola; que si grandes colmillos aserrados; que si una cabeza como un yunque, y así. Era la vida un drama, todo el día a dentelladas y toda la noche con un ojo abierto. Pienso en el preferido de los niños, el T-rex, claro. Tiranosaurio contigo hablo. Te veo con la tristeza de los gigantes, torpón, sosón. Nada de tirano ni de rey (en el jurásico no había tiranías, eso vendrá después, con las ratas) buscas corrupciones y carroña de tus hermanos caídos. Ladrón del trabajo de otros más avezados que tú. Patizambo y culón como una muchacha de Robert Crumb, con un caminar de abuela de anchas caderas; te veo resbalando por el barro de los ríos primeros, calamitoso y acomplejado por esas manitas de delante, un vestigio evolutivo que está recurrido en los tribunales de la Creación, un cachondeo que no te merecías porque tu gran mano es la boca (la boca es el tacto de los perros, oí decir un día) tu boca festoneada de dientes como un catálogo de navajas en las estanterías de tu gran cabeza. Pobre Tiranosaurio, descalabrado por los meteoritos, jodido por el frío y el calor; ya en lo último salieron de sus huras las ratas con sus sucias gabardinas y sus mensajes falsos y pacifistas. Ellas, mamonas y mamíferas, traen ya manías del futuro, buenos negocios y proyectos de fin de obra. Moribundos dinosaurios, acostados en sábanas de helechos entre cortinas boreales. Puedo verte morir, Tiranosaurio; preparándote una pose para una buena escultura fósil a mandíbula batiente, me acerco a ti y veo que tienes mucho de perro y culebra (no te veo parecido a las aves, bueno, las patas son como las de un pollo gigante; a lo mejor es eso), dejas que las ratas te husmeen por encima, han ganado las miniaturas. Al salir del cine los chavales corren y rugen con los bracitos encogidos y los dedos índice y corazón estirados, imitan las garras inútiles del T-rex. Mientras sus padres, mansos y tranquilos como diplodocus, se los llevan al laberinto de un burguer. Cuando llego a casa veo las sombras de dos salamanquesas bajo el vierteaguas de la ventana (las salamanquesas son las sobrinas de los dinosaurios) y parecen echar de menos a sus tíos. Confunden las zancadas de los dinosaurios con mis pasos, y sus rugidos con el motor diesel del coche, ellas pretenden colarse en casa. En mi casa, que precisamente no es nada jurásica, se van a decepcionar.


NEGOCIAZO EN EL JURÁSICO

LO SIENTO CHICOS… NECESITÁIS TODOS BRACKETS.


YA NO ROMPO (miranda) Ya no rompo palabras que no me suenan, que no me alegran ni me apenan, solo cuento cuentos que ni siquiera me desvelan. Luchas por las que no luchar, victorias envueltas en miserias mundanas y vanas, revueltas con más vueltas de las que no volví. No peleo por la justicia que nunca podrá existir, no rompo mis nudillos ante injusticias que nos envuelven y no queremos ni ver, solo porque no puede ser. Pierde el mundo por goleada, todos contra todos y nadie contra las injusticias que ahogan nuestra vida adinerada. Ya no rompo lanzas ni flechas, que se joda todo aquel que con gusto lo quiera, ¿de este mundo que nos espera? Y desespera, la paz que sueña con ser cierta, desespera hasta la guerra, sabiendo que todo se va a la mierda. Me hace gracia oír que el mundo es así desde hace mucho, que nada cambiará, todo siempre será igual. Es fácil que lo que escribo en un futuro no muy lejano, será algo críptico y olvidado, oxidado por la memoria que como apisonadora pasara apisonando. El futuro está ya apisonando, el pasado esta apisonado, vivimos en la penumbra de la decadencia que nos come a tortazos, apretándonos con la garra del idiota descuidado, exprimiéndonos con la facilidad del que se deja apretar sin oponer resistencia a cambio. Me da igual, mi vida desde que nací se está acabando, lo que escribo es un vacio que nunca debió ser descifrado, lo que pienso es un negro augurio de sabor amargo, un trago largo, un olor que habíamos olvidado y todo, se sale de su zapato, se llena de chinas que nos detienen cada cuatro pasos y nos vamos, dejamos atrás las luchas miserables de las que salimos siempre ilesos y eso, no avanzamos, porque nunca nos movimos.



Dragones Mentales (Por JP Martínez) ENFIELD EYES, CONDADO DE WAYNE, CAROLINA DEL NORTE, EEUU. En la oficina del Sheriff, los dos agentes del FBI interrogan a uno de los 13 detenidos por los sucesos de los últimos dos días…

-Por supuesto que lo hice, y lo volvería a hacer sin dudarlo.- Dough Parris era totalmente sincero con los agentes.

-Debió ser muy difícil acabar con los tres… - Bueno, sí, pero al fin y al cabo eran monstruos, animales… Los animales no son tan inteligentes como nosotros, los americanos. -Comprendo, pero cuéntenos, cuéntenos todo desde el principio, ¿cómo y cuándo se dio cuenta de lo que ocurría? -Verá, al principio solo eran rumores… - Parris se hizo el interesante a la vez que se percibía a sí mismo como un salvador patriótico, digno de la medalla del Congreso… Historias viejas contadas por los vecinos de otros pueblos, rumores sin una base real. Decían que siempre ocurría en verano, en la semana más calurosa… -Como en Depredador… -No veo muchos documentales… -Depredador, la película… -No me suena; hablaban de apariciones diabólicas que se metían en la gente y las transformaban en monstruos. Decían que los ojos les brillaban, como en esa película de Schwarzenegger y aquel marciano. Aquí nunca había pasado nada semejante, nadie había sido testigo de un hecho parecido, solo eran leyendas, cuentos de otros. Aquel día, ya había oscurecido y la avioneta de Haskins regresaba de fumigar su cosecha, y es raro, porque siempre termina de día. Yo volvía del trabajo, estaba abriendo la verja de la parcela y, de repente, un resplandor muy luminoso asomó por allí, detrás de Hill Eyes, la colina que hay atrás de mi casa. Todo se quedó iluminado durante unos segundos y, mientras miraba como embobado, dos bolas luminosas salidas de esa luz atravesaron la colina y se metieron por el techo de mi casa, y toda esa luz que cegaba salía para todos lados y por las ventanas… Y lo primero que pensé en voz alta lo dije: “ ya están aquiiiiii… “, como en esa peli de la niña y la tele… -Poltergeist… -No, esa no, otra. Y claro, entré corriendo deprisa gritando: Ay, mi casa ¡¡¡, Ay, mi casa ¡¡¡. La encontré toda iluminada y aquellas bolas subían y bajaban las escaleras


por las dos plantas, como si buscasen algo… De repente fue como si se dieran cuenta que había entrado, como si tuvieran ojos… -Parece que todo ocurría de repente… -Si, si… de repente se me acercaron, flotaron como a un metro de mí y después salieron disparadas hacia arriba, atravesaron los techos y puff, se fueron… la casa se quedó a oscuras pero enseguida se encendieron todas la luces, como si me las hubiera dejado yo todas encendidas, ya ve usted. El caso es que me disponía a apagar algunas para no gastar electricidad en demasía, cuando escuché cacharrear en la cocina; y se me ocurrió, a ver si es una de las esferas que se ha quedado para cenar jejejejejeje. -Nos sorprende que tuviera esa reacción… -Es que mi sentido del humor salta solo, sobre todo cuando estoy cagado de miedo… Total, que me acerco despacito y con mucho sigilo, igualito que esos de las pelis que van de negro y tiran estrellitas… -Los ninjas… -No, no, esos no, otros… el caso es que me asomo a la puerta de la cocina y veo a esa cosa tan fea cogiendo mi cuchillo de cortar las cosas. – Parris recreó en su cabeza la escena como si la estuviese viviendo otra vez, gesticulando cada movimiento igual que hizo ante la bestia… - Y de repente me amenaza con él y me pregunta que de

dónde vengo, que qué horas son estas de llegar a casa, me dice… -Y cuando le habló, ¿cómo reaccionó usted? -Pues imagínese, al principio me quedé patitieso sin poder moverme, pero enseguida

reaccioné y cogí el sable del General Lee. Siempre supe que esa reliquia estaba destinada a hacer algo grande por la patria… -¿El sable del General Lee?- Los dos miembros del FBI preguntaron intrigados… - Sí, del General Robert E. Lee, el más grande patriota que ha dado este glorioso país… -Sí, bueno… eh, prosiga, ¿cómo era la bestia?, descríbanosla… -Pues era… no sé, así como un conejo grande despellejado puesto a dos patas y estirado a lo largo para arriba, y con los ojos rojos, ¿sabe usted?… El caso es que cogí el sable y arremetí contra él sin dudarlo; desde luego que me alegré de haberlo afilado unos días antes, la hoja cortaba carne y hueso del monstruo como si fuera papel, y el jodido chillaba a espanto y sangraba a borbotones; la sangre también era roja por lo que, estoy casi seguro, que el monstruo era comunista… -Ya… ¿y qué hay de las otras dos bestias? – Los agentes cada vez alucinaban más con la historia de Dough Parris.


- Claro, las otras dos estaban en la planta de arriba y en cuanto escucharon el jaleo bajaron por las escaleras muy rápido; casi no me da tiempo a reaccionar, pero inconscientemente salió mi entrenamiento en los Boy Scouts… - De nuevo los agentes se miraron de reojo. – En el momento supe lo que tenía que hacer… - ¿Estas eran igual que el monstruo de la cocina? - No, eran más pequeños, pero igual de feos y desagradables; los corté en rebanadas según bajaban, sólo podían chillar como bestias inmundas… Me quedé muy a gusto, la verdad sea dicha… Los dos agentes de la Oficina Federal de Investigación repasaron las notas escritas sobre la increíble declaración de Dough Parris, vecino de Enfield Eyes…

-Bueno, señor Parris, eso es todo, ahora vendrán a hacerle un chequeo médico… Queremos asegurarnos de que no ha sido infectado con algún virus, gracias por su colaboración…- Los dos agentes se levantaron para salir de la sala de interrogatorios de la oficina del Sheriff, en el último momento se pararon al unísono y comenzaron a cuchichear antes de salir de la habitación; Dough Parris los miraba curioso, todavía alterado por lo que había sucedido; de repente se volvieron hacia él…

- Señor Parris, ¿qué sabe de su mujer y sus dos hijos?- A Parris le sorprendió la pregunta…

-Están en casa de mi suegra pasando unos días, vuelven mañana, ¿por qué lo preguntan? -Señor, su mujer y sus hijos volvieron a su casa ayer por la tarde… -No… ¿Me están diciendo que esos monstruos mataron a mi mujer y mis hijos?? No puede ser… Dios mío, oh Dios mío… -Parris comenzó a sollozar – Dios mío… Esos hijos de puta!! -Verá, no es eso lo que queremos decir, ¿recuerda la avioneta que vio antes de llegar a casa? -Sí, claro… -Al señor Haskins lo asesinaron hace tres días… -Vaya… no lo entiendo, ¿entonces mi mujer y mis hijos están bien??!! -Sentimos decirle esto, parece ser que un grupo terrorista utilizó la avioneta del señor Haskins para fumigar la zona con un gas modificado genéticamente provocando alteraciones en la conducta; cuando usted llegó a casa, el efecto del gas le provocó alucinaciones tan reales que creyó que su mujer y sus hijos eran monstruos y bueno, como consecuencia… ellos han fallecido; lo sentimos mucho. Los dos agentes del FBI abandonaron la estancia dejando a Dough Parris sentado cabizbajo; el pobre hombre se quedó con la mente en blanco intentando asimilar lo


ocurrido y, probablemente, jamás se recuperaría del shock, no obstante, merecía conocer la verdad, al igual que los otros doce detenidos a los que los agentes del gobierno habían interrogado con anterioridad, escuchando sus increíbles historias sobre monstruos, dragones y alienígenas…

FIN



UNGIDOS (Garven)

Una anciana corría por el interior de la iglesia hacia el despacho del párroco: ¡Padre!... me persigue un hombre desnudo. Los dos salieron de la sacristía escudriñando cada rincón de aquel templo; vacío y oscuro a esas horas. El cura palideció persignándose y la vieja no daba crédito. En el retablo del altar mayor el Cristo no estaba en la cruz.



SANDRA (Garven)

Varias noches en vela por unos golpes que daban en algún lugar del bloque de pisos donde vivo. Eran como porrazos a las paredes, patadas a los cimientos o puñetazos en una puerta; a veces eran ruidos metálicos. Solía ocurrir a eso de las cuatro de la madrugada. No todos los días pero casi todos. También gritos y palabrotas «Quiero dormir… Coño» «Toda la noche en danza… Joder…». Pensé en los vecinos de los portales contiguos; una concretamente tenía a su madre muy mayor, quizá perdió la cabeza y la hija le reñía. O una obra clandestina y el vecino que protesta; algún enfermo terminal que agoniza. No, no había nada de eso. Algunos también lo oían, otros sentían lejanamente un rumor. Pero nosotros, los del ala sur lo sufríamos bastante. Entonces un viernes, al entrar en el portal para subir a casa, allí, en el piso bajo golpeaban. El piso bajo vacío desde hace mucho y que sabíamos que lo habían comprado hace poco pero de momento parecía que no lo habitaban. Sale de aquí, me dije. Llamé y abrió ella.

Se asomó como un animalillo asustadizo, sin abrir del todo, me dijo que se llamaba Sandra. ¿Qué edad podría tener; treinta, cuarenta? Disculpa, es que se oyen golpes y parece que salen


de aquí. Sandra tenía los ojos grandes llenos de nublados grises y el rímel corrido como una actriz de la desgracia. La de los gritos soy yo, y los golpes también; es que oigo pasos y alguna lavadora por ahí arriba, sufro crisis de ansiedad. Abrió más la puerta y vi su jersey de lana granate y sus leggins negros. Pelo rizado caoba, revuelto y algo lacio; zapatillas azules de estar por casa. Pero Sandra ¿Crees que así solucionas algo, a golpes? Yo no oigo lavadoras y menos por la noche, mujer. Sandra tenía algo de inmaculada concepción fallida, de muchacha que dijera no a aquel ángel del señor antes que la Virgen; y entendí enseguida que su jersey granate crecía con ella como la túnica de Cristo. Del pasillo oscuro tras ella salían olores húmedos y fríos; terrores infantiles. Pregunté si ella había comprado el piso y negó con la cabeza. Sandra bajó los ojos, como si se escurrieran por el barro rosa de su cara noctámbula. Cerró despacio la puerta mientras decía que no lo iba a hacer más. Pero lo hizo otra vez.

WASAP DE LA PRESIDENTA DE LA COMUNIDAD A LOS PROPIETARIOS DEL BAJO A. Buenos días, soy Mariángeles, la presidenta de la comunidad de vecinos del piso que ustedes han comprado. Desde hace unos días hay una persona en su piso que no hace más que dar golpes y gritos por la noche, un vecino ha hablado con ella y se lo ha reconocido. Se lo digo porque la situación es insufrible. Antes de llegar a denunciar les ruego si pueden poner remedio a esto. También decirles que como son ustedes nuevos propietarios necesito sus datos para el tema de la comunidad. A su disposición para cualquier duda. Un saludo.

WASAP DE LOS PROPIETARIOS DEL BAJO A. Buenas tardes, gracias por la información. Dejaba a mi amiga el piso pero no sabía que se comportaba así. Soy la hija del dueño y en breve queremos hacer reforma para irnos a vivir allí. Le comentaré a mi padre lo de las cuotas y tomaré medidas de inmediato. Siento mucho las molestias causadas. Gracias. Pero las medidas tardaban y decidí una noche bajar e intentar que Sandra no diera la noche otra vez. Es que estáis con los pasos y los electrodomésticos; mira, pasa y escucha; verás que no te miento. Pasé con miedo a quedar atrapado en una telaraña donde quizá habría más Sandras insectívoras y fatales. Sandra tenía una voz femenina y viril que me fascinaba un poco, ella arrastraba al andar jirones de aburrimiento y cansancio por el suelo. Descubrí su inframundo donde hebras de una antigua familia, alegre y proletaria, colgaban por el techo. Olía a merienda de antes y a niños del pasado. Yo no oigo nada, estás como una regadera, chica (me tomaba libertades que no la enfadaban). Tenía todas las persianas echadas y solo encendido el fluorescente febril de la cocina donde se presuponía habitarían las cucarachas, que quizá trabajasen para ella, sicarias de Sandra, atrozmente apostadas en los sucios motores del frigorífico. Junto al fregadero había una hamburguesa mordida y un vaso con un culito de lo que seguro sería coca-cola. A veces venían sopores de ropa de los vecinos que vivieron allí mucho antes, ropa lavada con detergentes audaces de marcas contundentes. Sandra decía que


aquí también había fantasmas que ponían la lavadora. El sol falsario y crepuscular del fluorescente daba una luz liviana de sábana blanca al salón donde había un televisor culón muy antiguo con la imagen borrosa de Narciso Ibáñez Menta pirograbada en la pantalla. Sandra, quieta y alucinada me señalaba el techo como diciéndome que por allí martilleaba alguna máquina; ruidos que hacíamos nosotros según me decía. No oigo nada, mujer; ves al médico que creo tienes acúfenos. Fuimos a oír a las habitaciones, más oscuras, como cuevas de Polifemo donde tropezábamos con su calavera monóculo; pero en la suya llegaba la luz miserable del fluorescente que siempre tenía encendido según pude comprobar otras noches. Pasamos junto al váter (qué ganas de escribir sobre el váter, eso daría para otro cuento) oscuro como una galaxia con olor a tarjea y jabón; la astronomía de loza y gres por la que pilotar con el culo al aire. Mira, escucha… Nada; Sandra, creo que oyes el silencio, que es el peor de los ruidos a veces. Y ella daba puñetazos en la pared. Te vas a hacer daño, hija. Mira cómo tengo las manos, señaladas por los picos del gotelé. Y me enseñaba sus nudillos temblones y colorados.

RESPUESTA TELEFÓNICA DE LA POLICÍA LOCAL Si los ruidos son por música o aparatos eléctricos acudimos y medimos con un decibelímetro, si supera las cotas se actúa en consecuencia. Pero por lo que usted me comenta, en este caso, por posible enajenación o incivismo de una persona, tiene que hacer denuncia y un juez es el que decide si allí se acude con la policía, ambulancia social y un forense. Hablen de nuevo con los propietarios y la inquilina, aunque estaría bien que la comunidad preparase la denuncia por escrito en el caso de que sigan igual.

Sandra, hemos llamado a la policía local; tu amiga dice que tomará medidas de inmediato; y el otro día llamó a tu puerta la presidenta y no la abriste. Sandra se acostó vestida en la cama, que era como una cama enferma e insomne también. Sus ojos abiertos eran orejas de gata negra que se empinaban buscando el ruido que no había. Me senté junto a ella en una silla a juego con los muebles viejos que en su día fueron nuevos e ilusionantes para una familia de siglos pasados. Parecía yo el médico que tomaba el pulso a madame Bobary, necrosada ya por el veneno. Las cosas de Sandra languidecían por las estanterías, a toda la casa también se le corría el rímel negro de la noche y sus puñetazos se me figuraban la tos de las paredes, heridas de nicotina, cancerosas del tabaco de entonces. Otra vez el fluorescente de la cocina era un hilo de esperanza, la cuerda de luz donde agarrarse y continuar por las galeras domésticas donde sospeché que Sandra me había encerrado. Ella se movía, rebufaba, esnifaba, se sentaba y volvía a acostarse; y a veces daba manotazos en el larguero metálico de la cama para


espantar sus miedos y aplacar su delirio. Sandra, que así haces pagar a los vecinos inocentes una culpa que no tienen. Nos estás cabreando a todos. De dónde vienes ¿Eres enfermera? A lo mejor estás de interina en el ambulatorio, o seguro que te estás preparando una oposición. Pero Sandra no respondía a mis preguntas suasorias y todo esto me daba ya un poco de miedo y frío. Sandra, arriba están los followers y las ametralladoras de los videojuegos, los deberes y los partidos de la champions; arriba están las risas, los azotes en el culo y los telediarios; arriba está la meteorología y las duchas después del amor; las facturas azules del agua y las verdes de la Iberdrola; las cagaleras y los aniversarios; los espejos que no te reflejan. Incluso a este nivel, al nivel del mar de este piso bajo están los colegios y el tanatorio; las ferreterías y las decepciones. Los tragos en los bares y los niños felices con un gato en casa. El dolor negro de los dientes y las gasas rojas que repletan los cubos de los hospitales… Sandra se tiró un cuesco pero ninguno de los dos reímos. Vinieron olores rancios de cripta donde negrearían los huesos de una muerta anónima. Ella escuchaba el fragor de sus visiones y yo seguía amodorrado por lo tarde que era, desengañándome de ella; odiándola un poco. Sandra, a lomos de qué giganta has venido; de qué grupo de falsas vampiras te has descolgado; porqué reniegas de la hura que te protege del hurón taimado de los días laborables. Hay en tus labios besos de hombres que luego se casaron con otras. Cómo serías de niña: arisca; buscadora de sombras por los recreos, apartada de todos y siempre trágica; callada y científica hurgarías con un palito en la madriguera del gusano. Extrañamente brillante leyendo en voz alta y buena caligrafía aunque en tus cuadernos la profesora anota con un rotulador rojo que hay demasiados borrones y churretes. Pienso en tu madre, preñada de ti, ilusionante, poniéndote nombres y caras; riendo en la consulta de la obstetricia, apilando ropitas rosas y sobres de análisis en una carpeta. Tú, pequeña boxeadora, oirías sus canciones y carcajadas por ahí arriba; las toses de tu padre. Y ya entonces, en la goma del vientre de mamá, dabas patadas y puñetazos hasta que en el escándalo del parto viniste para no dormir nunca. Me fui modorro y cansado, dejándola con sus males solitarios; y al irme pisé libros y cosas blandas por el suelo que rezumaron líquidos grises. Sandra no había echado el cerrojo y cuando cerré, el pestillo hizo un ruido cruel que no puede evitar. La luz de la escalera me dañaba los ojos y mi casa parecía enfadada conmigo. Me puse el pijama, me arropé y dormí pensando que ya era sábado, un sábado verde inframundo. Los wasap de la presidenta me despertaron a mediodía «La del bajo se va hoy, me lo ha dicho la dueña». De modo que vi a Sandra por la ventana; oí la carraca de su maletita rodante, una maleta de ropa y tinieblas encerradas con cremallera. Me extrañó que el sol no la hiriese; que


ella no buscara la sombra en la otra acera. Se iba tan pancha, tirando del carro que botaba por los adoquines, no pude verla la cara pero adiviné por la melena un ceño de mala hostia quizá por su vida errante en busca del dormir. Sandra, quise ser en vano confidente de tus alucinaciones; de tus sueños muertos a dentelladas. Ahora has dejado aquí cardenales y gangrenas que subirán por las paredes hasta el vecino del tercero; lo malo es que no hay pintura que tape esto. Nos has matado el piso, Sandra. Cuando dobló la esquina dejé de verla, y al poco el zumbido de la maleta también se disolvió.



WALKING (CASI)-DEAD (Manuel Santamaría) -

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¿Pero tú estás tonto, Paco? ¿Cómo vas a ir al Centro Comercial un miércoles de marzo a las diez de la mañana? Pero Mari, ya sabes que por mi trabajo no tengo los mismos ritmos que el resto, hoy estoy libre y me parece un día tan bueno como cualquier otro ¿O es algo especial? No, por supuesto que no es especial, y ese es el problema, es un día anodino, en horario de colegio y de trabajo ¿Acaso sabes lo que te puedes encontrar en unos grandes almacenes en un día tan corriente? ¡Jajajajaja! Venga mujer, no seas así, me voy y así estiro las piernas, además quiero descambiar esta sudadera que me regaló tu madre, valiente horterada, lo hace para jorobarme, además me llevo al peque y así se distrae.

Aparqué la ranchera en el subterráneo de los grandes almacenes, las únicas plazas que estaban ocupadas supongo que eran de empleados y algún madrugador como yo. Cuando me disponía a salir del vehículo, un extraño olor me embriagó, una mezcla de diesel con aceite de fritanga, una amalgama de “Voltadol” y anís del mono… un hedor inconfundible, la de una bestia sin redención… un autobús de excursionistas jubizombilados. Normalmente pasan de la gente como yo, no les prestamos atención cuando nos hablan en el médico, ignoramos las fotos de la graduación de sus nietas… pero en cuanto el transporte los vomitó por sus puertas adaptadas… todos se volvieron hacia mi choche, lentamente empezaron a dirigirse hacia mí, un sudor frio recorrió mi espalda, y lo comprendí todo… ¡en el coche estaba lo que más adoraban los jubizombilados! ¡Un bebé! Ellos suspiraban por pellizcarlos, babearlos, dejarle marcas de pintalabios y decir que les parecía que comía poco. Necesitaba salir de allí como fuera, eso podría traumatizar al pequeñín de por vida, pero no podía abandonar el centro comercial, era el último día para descambiar ese horrendo jersey. Agarré fuerte el volante, aceleré mi coche y metí tercera, salí disparado contra esa horda. Me llamaron catastrofista cuando reforcé el parachoques delantero, cuando prácticamente transformé la aparte delantera de mi Ford en un ariete, hoy al ver jubizombilados salir disparados contra él, supe que se estaba amortizando. El limpiaparabrisas no daba abasto, menos mal que siempre le añado un poco de “Antiviscericol” al agua, lo mejor para que no se peguen sangre y órganos. Para que mentir estaba disfrutando como un enano, hasta que el coche se caló en seco, viendo los últimos viejales que arrollé no me extraña que un taca-taca se quedara pillado en la transmisión, y todo esto a escasos diez metros de la puerta de acceso. Debía llegar a ella, tenía que descambiar la puta sudadera, y una vez dentro los jubizombilados nos dejarían en paz, ya que se lanzarían a por las muestras gratuitas.


Solo había una opción, me pasé al asiento de atrás y reclinándolo accedí al maletero donde, como todo buen ciudadano de bien, guardaba una moto-sierra, cogí al pequeño y me lo puse a la espalda en el portabebés, abrí de un empujón la puerta apartando bruscamente a los “dentro de nada-muertos” que se agolpaban contra ella, lo que siguió solo puedo denominarlo como una orgia de sangre y vísceras, yo estaba a medio camino de Ash y el Nómada de Marvel (por lo del peque a la espalda, el que no lo coja que busque en Google) … pero al final lo conseguí y aquí estoy delante de usted señorita por lo que espero que comprenda que pese a tener las etiquetas colocadas, la mierda de sudadera esta tenga alguna mancha de sangre.


CON UN ADÁN BIZARRO AÚN SEGUIRÍAMOS EN EL PARADAIS…

CARI, COMAMOS LA MANZANA DEL ÁRBOL DE LA CIENCIA.

CON LOS JABALINES QUE HAY AQUÍ EN ESO ESTOY PENSANDO YO… EN MANZANAS…JA, JA, JA. COSAS TIENES, CORDERA.


COMO UNA RÉMORA QUE TODO APLASTA A SU PASO, dejas de sentir lo que se fundamente fuera de tu mundo y mas fuera de tu vida y de tu mente. Contemplas con lejanía las vidas insignificantes que desfilan ante ti dentro de la tele, sin que ningún sentimiento te llegue. Exterminas las imágenes según las consumes, deshechas y trastornas de forma ordenada todo aquello que no te llena los bolsillos porque no vale para nada. Desamparas con tu indiferencia lo que te rodea, puesto que todo ese horror se encuentra fuera de tu vida de opulencia, y masticas entre dientes con una desafortunada sonrisa, el miedo y el odio que te producen los pobres que sufren de esa manera - algo o nada habrán hecho para merecer esa vida de mierda- y apagas la tele para que no te enturbie la mente percibir esa pobreza. Y rezas, antes de acostarte una plegaria a tu dios pidiéndole que no sea tu familia a la que eso le suceda, que todo sea prospero y que siga aumentando el dinero en la cuenta. Que... a ti, banquero avaro, a ti, ricachón podrido, vivos por fuera pero por dentro muertos. En plétora espero, y sé que cuanto más tenéis, más dueño de vosotros, es vuestro dinero.

miranda vs bayto



EL BAR DEL PUERTO

(Manuel Santamaría)

¿Habéis conocido un puerto? No hablo de una visita escolar, no hablo de ver los barcos a pie de muelle… Me refiero a entrar en las naves que suministran a los buques, pasear por los almacenes donde se reparan las redes de pesca, donde el olor hace pensar a las moscas que se encuentran en el paraíso. Pues a veces cuando penetráis en esa trinchera al mar que son los puertos, esos trozos de frontera de las ciudades que más que marcar límites son tierra de nadie, podéis encontrar un bar perdido entre lonjas y secaderos. Bares por los que no pasan las fechas, da igual que en la ciudad se celebren carnavales o navidades, el tiempo, al igual que sus parroquianos, está conservado en alcohol. Rudos marineros que combaten el agua que inunda sus venas con licor, pescadores con el estomago tan destrozado que la comida les hace vomitar lo que la mar no les saca, gente necesaria para que el mundo gire, mientras este siente vergüenza por su estatus quo y se empeña en esconderlos. Así es el bar del puerto, el que nunca aparece en la guía de tu ciudad, pero si alguna vez te decides a entrar, cállate y escucha sus historias de silencio… ¡Pero cuidado! Al igual que las sirenas pueden atraparte y tal vez nunca salgas de allí.


LOS LUNNES

(Juampe Martínez)



UN CANARIO NEGRO (Garven) Cuando Marta y yo llegamos, el certamen de canarios ya había terminado. La sala estaba repleta de curiosos y el personal encargado de la exposición colgaba los precios en las jaulas de los pajaritos que no tuvieron premio. Eran como pelotitas de colores que botaban entre barrotes metálicos. Había mucho escándalo de trinos y yo a veces hurgaba con el dedo entre los alambres atraído por una tonta ternura. Nos íbamos pero ella vio de soslayo que en una esquina oscura de la sala, descartado y solo, en una jaulita grotesca de maderas viejas había un pajarillo negro. Estaba quieto y apenas eran perceptibles sus ojillos brillantes y su pico ceniciento. No tenía alpiste ni agua, parecía un grajo enano o un gorrión tiznado artificialmente. Alguien había escrito -quizá con un rotulador o con la misma pintura con la que tintaron al canario- en el cartón del suelo de la jaula el siguiente mensaje en mayúscula que pudimos mal leer entre cagadas y lamparones malolientes: “ESPÍRITU SANTO DEL MAL”. Como Marta y yo somos muy vintage nos interesamos por el precio (ya que no estaba marcado como los otros) con el fin de comprarlo. Pero nadie sabía nada, incluso nos aseguraron que ese pájaro no estaba identificado en el certamen. Un poco contrariados salimos con la jaula del edificio y la echamos al coche con la molesta sensación de haberlo robado. Entendimos que aquello pudo haber sido un abandono; una broma sin la conciencia de que aquel parajillo podría morir de hambre y sed; así que nos alegramos tanto por el plano solidario como por el estético. Hablamos de lo gótico que era nuestro pájaro; era como una greguería de Ramón, como un cuento noir, como un regalo que apareciera encima de un tipo asesinado por la mafia. Ya en casa, lo acoplamos sobre la máquina Singer que heredamos de mamá, un bonito poliedro de madera que tenía en sus entrañas aquella clásica cosedora. Había que darlo de comer y beber. Había que ponerlo un nombre, había que sustituir aquel sucio cartón y quizá, en el nuevo, reponer ese mensaje inquietante; estaría bien, Marta. No le pondremos ningún nombre, no tener nombre es tener el mejor nombre de todos, que es el silencio. Qué literaria eres, Marta. Tiré a la basura aquella pestilente y marcada cartulina con ese mensaje tétrico y lo sustituí por un trozo de cantón de una caja vacía de chocapic. Y ahora compraremos el alpiste y esos tubitos que venden para el agua. El pájaro seguía quieto, ni se inmutó al meter la mano cuando le instalé su nuevo y limpio suelo, se diría que estaba disecado de no ser por su respiración agitada. Fuimos a por las chaquetas para comprar la vitualla tanto para él como para nosotros, volvimos al salón con las llaves para salir y cuando miré la jaula se me heló el corazón, porque si tú no has sido, Marta; quién coño ha sido. De nuevo aparecían las letras negras, como escritas con prisa, en el envés de la cartulina de los chocapic, ese texto ahora tan terrorífico de verdad «ESPÍRITU SANTO DEL MAL». Empezamos con taquicardia, cuidado que esto es magia, magia negra y de la buena. ¿Y si aquel mensaje pasaba de lo literario


a lo certero, de la estética al asesinato? ¿Y si ese pájaro lastimero era el mismísimo demonio que comenzaba su conquista del mundo abrasando a dos hermanitos huérfanos del distrito norte? Fuera había un nublado repentino y la ropa tendida bailaba con un viento que acababa de llegar; atronó y comenzó a llover granizo. Marta y yo nos miramos buscándonos soluciones en la cara. Mamá y nosotros íbamos siempre a misa los domingos, murió mamá y murieron las misas. Qué tontería, me dije. Pero ese pajarillo falsario tomaba dimensiones de cuervo; de águila; de arcosaurio volador. Crecía demasiado deprisa y mutaba en una especie de bicho malvado que babeaba sucias viscosidades. La jaula vibraba, los barrotes crujían y creo que la casa también. Mis alpargatas rondaban por ahí abajo, así que me armé de valor y me lie a zapatillazos contra aquello para solo hacer ruido y encender aún más a ese pecado mortal que iba a estallar la jaula. Recordamos aquellas películas de vampiros y sugestionados por una fe dormida, fuimos a por un cristo crucificado que tenía mamá en el aparador; Marta gritó «¡A mí la cruz!». Un fulgor amarillo nos cegó y al momento el salón se iluminó del sol laboral de casi todos los días. La ropa colgaba inmóvil en el tendedero y el suelo del balcón estaba seco. En la jaula saltaba y piaba, con un trino bien templado, un pequeño canario de un amarillo limón muy bonito. Nos acercamos y pudimos ver escrito en el cartón de la caja de chocapic la palabra «PIOLÍN»


LA SERVILLETA DE BANDU (Paco García)

Más chistes en facebook: “LA SERVILLETA DE BANDU” ©Paco García


NO HACE FALTA, PADRE. LE HE PUESTO LA APP DEL PERDÓN DE LOS PECADOS.


TRAS LAS VIÑETAS (Manuel Santamaría)




SUEÑO, RÍO, ROMA Y EL CIRCO (Garven)

TOLETUM. Los romanos; los romanos de la provincia de Hispania. Pienso en esto cuando paseo por el circo romano. Entre el esqueleto del circo; entre el costillar de las gradas que han destapado los arqueólogos; podrían haber dicho que era la osamenta de un gran titán romano y les hubiéramos creído. Mi amado circo; mi amada Roma. Pero la Roma de mi barrio. Cómo era el río en el siglo uno. Tagus, río Tagus le decían los romanos, con esa “u” tan del latín; Tagus. Imagino que en un descuido de Wells me acoplo en su máquina del tiempo y voy al siglo uno de mi barrio. A la algarabía del circo festoneado de esculturas y águilas doradas. Entre mis vecinos toletanis trato de colarme al circo porque no tengo denarios con qué pagar la entrada pero los guardias (iguales que en las películas de romanos solo que con más mierda en los metales del uniforme) me miran desconfiados. Me ven como un forastero de vaqueros y camiseta marrón con el logo azul de multiópticas que trata de colarse; ellos no saben que soy su paisano del futuro, decido dejarlo y me voy pesaroso de no ver el circo por dentro ni a Ben-Hur correr. Ellas tienen bonitos tocados en el pelo, y ellos llevan barba y toga o unas camisolas ajustadas con fíbulas de bronce. Ellas orinan de pie abriendo un poco las piernas y ellos echando a un lado el trapo. Hablan algo y sus frases terminan en “-ae” y en “-um”, incluso en “-is”. Las hispanorromanas se ríen; ellos no esconden sus erecciones y también carcajean. Me voy al río. El camino al río está decorado con setos de boj y zócalos con grecas talladas exquisitamente. Paso a través de un arco de medio punto en el que hay labradas letras latinas, pero alguien ha escrito encima con un espray en rojo: “NADA ES PARA SIEMPRE” también hay un dibujo grotesco de la típica picha con pelos. Pienso que ya había gamberros que no respetaban el patrimonio; un viejo de aspecto asténico y descuidado está junto al arco, ve mi cara de disgusto y dice: «Hay gente pa to». Comentan los arqueólogos que Tagus estaba más cerca del circo antes que ahora. El río tenía otra ruta en el siglo uno. El río se acercaba a los romanos por mojarles un poco las piedras. Y efectivamente he llegado pronto al río adolescente del siglo uno. Qué joven, Tagus; todavía sin pelos en los sobacos pero con unos cojonazos de río machorrón. Un niño río que ya menstrua a pesar de lo imberbe de sus riberas. He llegado al verde Tagus sin saber él que será el gris Tajo mañana. Los pescadores arrojan redes que rápido se hunden y sacan pescados con teselas brillantes en sus escamas. Hay bañistas, todos con el culo en pompa. Algunos hacen el amor sobre la hierba de la orilla, cabalgan hasta que eyaculan fuera, toda la leche en la nalga, en el muslo o en la arena. Aquí el sexo es una cordialidad, un rutinario placer a ojos vistos en el que se aplica la propiedad conmutativa. Pero cuidado romanos, vendrá un solo dios para hablaros de la vergüenza, que os hará flagelaros para bajaros el feo colgajo y


secaros la almeja. Os dirán que la “mancha” está permitida a oscuras con el solo fin de la procreación. Vendrán los profetas para derribar vuestros dioses cachondos, y a lo vuestro lo llamarán “puterío y mariconismo” y por supuesto ¡A tomar por culo el circo! Sus piedras feroces para el templo de las voces. Soy testigo de que en mi barrio del siglo uno hubo un campus sexual; el río circula entre mamadas y besos en el cuello, entre opiáceos y vino tinto; donde la jodienda no tuvo enmienda. Me desnudo y el río refleja un cuerpo blando y desodorante, nada que ver con los herrumbrosos romanos que llevan la verga como el gato lleva el rabo, ellas se abren camino en el agua a rodillazos. Hispanorromanos que pueden morir mañana ensartados por una espada. Mi cuerpo no se integra en la orgía del río adolescente del siglo uno. Me veo mal reflejado en las corrientes cristalinas, además tengo frío. Me faltan los cojones que ellos arrastran por el barro, impunes, sin pecado concebidos. Yo he llegado tarde a mi barrio del siglo uno; vengo picardeado por los smartphones y la Iberdrola. Traigo los prejuicios del siglo veintiuno y ahora caigo en que los telediarios me han engañado toda la vida. Me visto y tiro piedras al río Tagus; no me sale el salto de la rana. Ellos no esconden sus erecciones y ellas orinan de pie arqueando un poco las piernas. Escucho que dicen cosas que terminan en “-ae”, “-um”, incluso en “-is”. Al irme oigo un pedo. Veo que cerca hay un romano agachado que caga y se le hacinan moscas de colores metálicos en el zurullo. Bajo el brazo sujeta un casco y al lado está una joven trenzando flores en sus cabellos. El joven romano se incorpora y se coloca en la cabeza su casco metálico que tiene las orejas y el hocico de Mickey Mouse, se acerca a la chica y se abrazan, la ñorda queda como una pieza de orfebrería con incrustes de piedras preciosas, móviles y volantes. Mientras retozan en la postura del misionero observo que él tiene un pelotón de moscas perreras en el culo. El río trae la filosofía húmeda del Imperio. Me voy buscando la máquina de Wells para regresar, oigo chapoteo de agua; miro para atrás y veo que la chica se ha colocado el casco de Mickey y hace ruiditos agudos como imitando los grititos de un ratón, encoge los brazos y pone las manos en forma de garras, él ríe y ahoga las moscas en el río; se salpican, pelean graciosamente, ríen a carcajadas, y puedo oír que dicen cosas que terminan en “-ae”, “-um”, incluso en “-is”. Qué lejos el César de la Roma de mi barrio. Por los sones de tubas y tambores, gritos y aplausos del circo, deduzco que las carreras han terminado y ya hay un campeón. Desde lo alto de las gradas un niño me señala con una espada de madera; puedo ver que tiene serigrafiado en el pecho de su pequeña toga la palabra “NEFANDO” en rojo. Alguien le coge en volandas y el crío desaparece entre la cornisa del circo donde ondean banderines de colores. Se repletan los vomitorios de gente que sale. Creo que es una buena ocasión para colarme y ver el circo por dentro, así que consigo entrar librando la masa del público que baja. Entre las roderas que los carros han dejado en la arena hay un tipo desnudo con una máscara dorada de minotauro que enviste a un anciano, éste trata de zafarse pero el minotauro le alcanza y le patea derribándole sin esfuerzo. Creo reconocer al


viejo que vi antes junto al arco. Observo que se ha vaciado completamente el circo y solo estamos esos dos tipos y yo en la arena. El viejo babea agotado y el que hace de minotauro le enviste una y otra vez. Llamo a gritos al abuelo y extiendo el brazo para hacerle ver que quiero ayudarle a escapar, pero él, con una horrenda expresión sufriente en el rostro me dice: «Más cornás da el hambre» y sigue recibiendo golpes. Voy con la máquina de Wells hacia la ruina del circo de hoy. Durante el viaje me pongo a llorar.


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