«PIFASÍ»
Juampe – Manuel – miranda – Garven – Avo – Paco - Frank
GUANTAZO DE REALIDAD (Manuel Santamaría)
Martín era anciano, a sus 80 años se encontraba solo en la vida, la que fuera su mujer hace años que falleció y sus hijos ni se acordaban de él, le echaban en cara no haber estado en su infancia. Él había sido marino, siempre se encontraba fuera para que a ellos no les faltara de nada, pero les faltó lo más importante: un padre. Pasaba los días en casa, asomado a su balcón que miraba al mar, encontrando su único consuelo en la compañía de las gaviotas que acudían puntuales a la cita mañanera, Martín les ponía un plato de fiambre que devoraban posadas en el reposabrazos. Y Martín soñaba con ser como ellas y volar libre por su amado mar, que tanto le dio, pero que le quitó mucho más. Un día, cuando estaba cambiando una bombilla Martín se cayó desde la escalera rompiéndose la cadera. Martín lloraba desconsolado, no tenia móvil y los vecinos pasaban de los gritos, como ignoraban el saludo que les ofrecía en el ascensor. Allí yacía, abandonado, pero se acercaba la hora en que sus únicas amigas vendrían a visitarlo, poco a poco las gaviotas fueron posándose en el balcón y miraban al anciano suplicante que las amaba y alimentaba a diario… y poco a poco fueron marchándose viendo que no había nada que comer, dejando al quejumbroso abuelo desconsolado.
A los tres días Martín murió de sed, al mes los bomberos que forzaron la entrada ante las quejas de los malos olores, descubrieron lo que quedaba del abuelo, allí estaba el cadáver podrido acompañado de las gaviotas que se daban un festín con su carne.
¿Qué esperabais, que las aves buscaran ayuda? ¿Qué el anciano se transformara en una? Lo siento esto es la realidad, aquí no estaba contando un cuento de hadas.
VIEJOS SUEÑOS (miranda)
El frío suelo me da los buenos días antes de despuntar el alba, al salir de la cama quedan frías la sabana y la manta, aguardando a que vuelva en cuanto pueda para rellenarlas. El frío en el cuarto de baño despereza mis pocas ganas, el espejo me devuelve la mirada, cada día más viejo, cada día con más canas. Siento cómo la vida escapa, igual que por el sumidero huye el agua. Seco mis arrugas con la fría toalla, la cuelgo en su gancho hasta mañana, y quedo desnudo en el centro de mi casa, expuesto a las maliciosas sonrisas que por la tele se escapan, satisfechos por ver, que hoy llegó aquel prometido mañana. Me voy vistiendo en silenciosa ceremonia pensando en cosas que a mi mente se le escapan, intentando recordar cuando se torció mi plan, cuando me convertí en un robot que no hace nada fuera del esperado final, ¿cuánto queda para ese final? ¿dónde quedó la rebelde sensación de querer cambiarlo todo? ¿cuando terminó la vida? la que creías vivir, la que querías vivir. miranda to bayto
MEMORIAS DE SAFONT (Garven) Los ríos no saben su nombre. -Ramón Gómez de la Serna-
En una fuente rodeada de verdura los niños gastan fríos chorros. El agua sobrante, que es mucha, hace pequeños regatos donde ellos juegan a marineros; a ingenieros de canales y puertos; a constructores de Venecias o al octubre rojo. Hasta que se van a otra parte con un balón, y dejan a las hormigas llorando a sus ahogados donde quizá una hormiga evangelista quede escribiendo el apocalipsis de los hormigueros. Estas culebrillas de agua se encauzan hasta el murete que limita el parque con la carretera, y hacen charco junto al pie de un columpio. Parecen ríos a escala, pantanos a vista de pájaro, Amazonas de juguete o una maqueta del origen de la Tierra, con sus glaciares, deshielos y catástrofes.
Mientras mi hija hacía café (barro) en el arenero, recordé cuando de chico yo iba al río.
El río podría ser como una herida abierta; una raja sangrante de un navajazo asestado a la Tierra por otro planeta envidioso y criminal. El maelström de un Poe castellano. Los remolinos como manos bailadoras del agua que palmeaban a algún ahogado, porque cómo iba a saber el río que los humanos sólo aguantamos vivos un minuto buceando. Mis hermanos mayores se bañaban en el río cuando era un animal manso y bueno; pero a mí me tocó conocerlo ya feroz, picardeado por el mal, dejado y sudado, tacaño de flores, marrón, cerúleo y petróleo. El río lamía todos mis suspensos y oxidaba el metal de mis aprobados. El río nunca era el mismo ni yo tampoco. Había que hurgar con un palo entre el hediondo cieno, había que enredar entre las gotas, y apedrear la espuma de los icebergs blandos y grises de una Antártida industrial. Ir a pescar al río. Una vez picó algo gordo que se llevó todo el sedal y partió la caña; qué era aquello que me peleaba desde el abismo negro del fondo. Era el mismo río que había picado. El río como entidad monstruosa y kilométrica había mordido el señuelo o se le había enganchado en la panza negra, en el intestino enfermo. Y claro, a ver quién lo saca a la orilla con la cola en Albarracín y la cabeza en Lisboa.
A veces era el escondrijo viscoso de los indecisos y el paseo de los que creen que van a hacer algo en la vida. Hacíamos catas de arqueología en el Egipto del río, en la orilla de ese otro Nilo, manigua de restos. Porque la mano del río nos
dejaba a los niños paseantes cosas entre los zapatos; por ejemplo alguna revista porno, seca y arrugada ya del bolsillo mojado del río; cópulas y desnudos que lejos de excitarnos nos asustaban un poco. O un bote sin etiqueta con extrañas píldoras, medicina sobrante que ya no servía para el muerto; o una estatuilla mutilada del Sagrado corazón, sin corona ni dorados, como un cristo proletario que predicara el movimiento obrero. Porque, claro; venían cristos a Toledo y se encontraban ya las iglesias ocupadas por los cristos con plaza de siempre, ya no había oposiciones para cristos, se amortizaban cristos. Y quedaban desahuciados, encogidos, paganos, cristos en paro. Te los encontrabas allí, entre el légamo y los juncos; con una ganadería de fochas y ratas de agua, en el refugio del río; reinventando otra devoción para subir mañana y probar suerte; aunque sea de interinos, aunque sea a media jornada, aunque sea una cruz para dos.
No me lo puedo beber, hija, es barro. Mira, hago que me lo bebo; ¡uhm, qué rico! Pero a la boca no, caca, caca. Venga, vamos a hacer más café. Yo fui pescador de caña. El pescador de caña da la espalda a los telediarios, hija; da la espalda a todo, solo afronta el mar del río y la noticia de los peces. El pescador de orilla está huérfano de barco y de barca. Se arrima a línea del agua y a las primeras gotas del río. Recuerdo al pez gato sobre los tejados abismales del río. Tejados inversos, boca abajo, que protegían al río del núcleo de la Tierra, contra la lluvia de lava, contra las inclemencias del fondo. El pez gato, viscoso y blando como una víscera con un puñal en la espalda que se pescaba profundo con mucha plomada; eran los peces del infierno o los pokémones de entonces (mucho mejores, claro), los gatos respetaban a los peces gato, hermanos submarinos. Tras de mí Toledo como el ojo ciego de Polifemo, ya quemado por Ulises, con la costra picuda de la herida del griego, rodeado de la lágrima verde y crepitante del río. Antes las madres preguntaban: ¿Dónde está Luisito, y Juanín, y Pedrito? Estarán en el río, están en el río, se habrán ido al río. Y regresábamos sucios, con dolor de cabeza, con olor a desgracia y a tierra negra, dejando una estela de limo en casa. Porque el río nos infectaba dulcemente, era un gigante bueno y enfermo que nos podía pegar la gripe sin saberlo él, el pobre. Debería llevarte al río, hija mía; pero no a echar pan duro a los patos, no te creas ese cuento de que los animales son nuestros amigos y agradecen tus gestos. Los patos mendigan nuestras sobras y nos odian; esperan su revolución de octubre para picotearnos los ojos. Vamos a ir al río a buscar lombrices y calamidades, a pescar un poco. A tirar algo y ver cómo se lo lleva la corriente. Tu guitarra rota de juguete, por ejemplo, que ya no tiene arreglo. La vamos a tirar al río para que se convierta en una aventura, hija.
(Berlín 1929. Espectáculo del ventrílocuo Reichdener con su muñeco Max en el Konzerthaus. Tras su finalización hubo abucheos y reclamaciones a la gestora del teatro. Se esperaba el humor ácido habitual de Max. Reichdener aseguró que «todo fue obra del diablo». Se transcribe aquí la grabación del monólogo.)
El sol ganó la batalla a la luna como venía sucediendo desde hacía milenios, pero aquella vez algo fue diferente. La cueva brillaba en una amalgama sanguinolenta de tonos carmesí, parecía una inspiración victoriosa y ceremonial del acoso y derribo del día anterior. Así que arrancó los ojos y los cuernos del hijo de Medusa y el Minotauro para iluminar la travesía por la laguna y poder pilotar la barca hasta las puertas del Averno. En el río de los sueños los peces se me arriman. Espero el despertar del nuevo día para ir corriendo al lago con la esperanza de que los "peces sol" cumplan con su promesa nocturna y se acerquen a mí sin temor, confiados, como si fuera uno de ellos, uno más dentro del cardumen. Pero solo uno de ellos se atreve a acercarse, el resto permanece apartado, expectante, miles de ojos fijos en la escena. Alargo la mano y acaricio al valiente, no huye, al contrario, se acerca más y baila a mi alrededor, me empuja, me ofrece su cola como invitándome a seguirlo. Pero no puedo hacerlo.
(el muñeco hace una pausa y mueve la cabeza como oteando al público; después mira a Reichdener y continúa) Según los informes del consejo, tu última reunión ocurrirá esta noche; es una pena que la mayor parte de los archivos se perdieran en aquella implosión neutrónica y los que quedaron resultaron tan dañados que operar sería demasiado arriesgado. Intentaré acercarme al que parece más viejo, el líder trata le trata de una forma un tanto especial, como si éste tuviera un retraso. No será difícil intimar con él sin levantar sospechas, pero debo hacerlo antes de Despertar. Es decir: cerrar los ojos. No sé si os dije que yo despierto cuando vosotros dormís. Cómo es eso de dormir, os envidio porque dormís. Yo navego entre dos mundos de los que no sé en cuál de ellos nací un día.
ÁGUILA HECHA POLVO.
EL OSO CON ÍNFULAS DE CALIMERO
EL CABALLO QUE SUSURRABA A LOS HOMBRES
PECES DE TIERRA.
LA ARAÑA QUE MATÓ A ESPÍDERMAN
MACARENA (Manuel Santamaría)
“Pues sí señor Ramírez, estoy sulfuradísima, un disgusto, un soponcio”.- Así entró la Doña Rosario, en el despacho, sin tan siquiera dar los buenos días, como un torbellino de sudor y colonia de vainilla de mercadillo, que saturó el pequeño cubículo del abogado. Se sentó en la silla barata del Ikea y empezó a narrarle, o más bien a dispararle, su apesadumbrada historia. Mi Arnaldo, ¡no es que fuera el mejor marido del mundo! ni de lejos se acercaba, pero era mío ¡Mío y se marchó! Y todo por culpa de esa pécora. Es verdad que yo le daba poco, ¿Sexo? Usted bromea, por favor, a los 40 y con dos hijos eso ya ni se piensa. ¡Pero no me interrumpa más por favor! Que son las cinco de la tarde y a las seis abren el bingo. No es que ese día el pobre lo tuviera fácil, había llegado de trabajar ¿le he dicho que se pega dos horas de coche para entrar a las 8 de la mañana? Después de la semana acababa destrozado, y claro el viernes, yo no sé si tenía un marido o un figurante de Walking Dead. Estábamos sentado en la mesa, los niños gritando que no querían comer, el mayor protestaba ya que quería ver Pokemon en tele, el pequeño arrojándole lentejas, muy buenas que me salen, a ver si me acuerdo y le traigo un tupper, y llorando por la patrulla canina, y mi bendita madre, una santa en vida, echándole en cara que su trabajo era una mierda y el marido de mi hermana, su yerno favorito, era funcionario de la Junta de Andalucía. Pero el detonante no fue todo esto, ¡El bendito (o cabrito según se mire) estaba acostumbrado! O eso creía yo, el causante fue la puta lata de Coca Cola. Le pedí que me trajera un refresco de la cocina y cuando llega se queda parado en el comedor con ojos de sapo mirando la lata. Al cabo de cinco minutos y, un “¿Estas carajote o que te pasa? Por parte mía, y un afectuoso “Este yerno mío está tarado, no como Paquito el marido de tu hermana” de mi madre, dejó la lata en la mesa, cogió la cartera y el abrigo y se fue. Lo último que supe de él es que se había ido con la camarera del bar donde desayuna, una rubia 10 años mayor que él, adicta al sado-cosplay, que le hace sentir como un Erasmus. Por cierto el nombre de la insurrecta es Macarena, el mismo que tenía escrito la latita de los cojones. -
Entiendo señora, entonces supongo que está aquí por la demanda de divorcio.
-
¿Demanda? ¿Para qué? Si ese desgraciado se fue con lo puesto, si encima todo estaba a mi nombre, ¡De eso nada! Lo que quiero es que demandemos a Coca-Cola, que ya no puedo ni ver las dichosas latitas.
EL MUNDO SIN BUD SPENCER (Garven)
Estamos huérfanos de Bud. Ayer pensé en esto de que Bud murió no hace mucho. Así que abofeteé a un oso grande de peluche que tengo en el sofá y el oso rodó blando y silencioso por el suelo; nada parecido a los hombres arrojados a hostias por los tejados de Bud. Lo hice como un bonito homenaje para él; como un sketch a modo de elegía para él. Pero me quedó un abuso idiota a un osezno nacido muerto. Nada que ver con Bud. Bud tenía la tristeza de los gigantes que dijo el poeta. Pienso que hoy, en el cielo, tiene que haber escándalo de plumas como copos de una intensa nevada, porque Bud estará repartiendo hostias con la mano abierta a los ángeles, y éstos quedan con los ojos haciendo aspas en los tejados azules del cielo. Allá dios ríe a carcajadas y los ángeles ofrecen otra vez la cara a la mano de Bud por ver al todopoderoso doblarse de la risa, y puede que Bud esté ya un poco cansado y enfadado por esto y mire mal al gordo, cano y barbudo dios, que es un tipo parecido a él. En las guerras de Bud no moría nadie; todos eran graciosamente derribados; abatidos en lo alto de las casas; un vaquero enemigo caía en la bañera del ático donde una señora en pelotas gritaba y corría hacia un primer plano, con el brazo cubriéndose el pecho y la otra mano en la entrepierna. En las emboscadas de Bud, alguien escupía algunos dientes, pero nada más; nada que un Espidifen no pueda aliviar. Bud Spencer de la mano de Terence Hill como un Obélix y Astérix italianos. Ellos respetaban a los malos con bofetadas y vodeviles, les daban la oportunidad de pensar en el tejado frotándose la cara por el escozor. La mano de Bud como logo en todas las banderas, justicia amiga sin pena capital. Jamás se mancharon de sangre las manos calientes de Bud. Echo de menos tus tortas en el cine (y a lo mejor fuera del cine) Bud. Ahora todo huele a colonia cara y pistola nueva, se lleva admirar héroes cuadrados y muchachas con metales de gimnasio. Un montón de mierda, Bud. Banana Joe, Dos granujas en el Oeste. Recuerdo aquel abuelo en Colorado o por ahí, muy malito; y apareciste tú y te viste en la tesitura de decir que eras el doctor, ¿recuerdas?, no sé si la hija del abuelo te suplicaba que curaras al viejo. Y vas tú y haces un mejunje con un poco de aguardiente y pólvora que sacas de una bala, y se lo das al abuelo. Y va éste y empieza a tirarse unos cuescos como un demonio y la casa tiembla y la chica te abraza llorando y agradecida de ver al abuelo blincar por la alcoba, jajaja. Qué puntazo, Bud. Todo esto amenizado con tipejos volando por ahí, redimidos con las palancas de tus brazos. Me he reído mucho con tus pelis, Bud, con la metáfora de tus tortas que respetaban la vida y abrían el conocimiento a los golpeados. Pienso si alguna vez me he pegado con alguien; sí, recuerdo ahora; y fue desagradable, Bud. Nada que
ver contigo; hubo empujones, agarrones de la pechera, algunas patadas, gafas en el suelo y muchos insultos, pero ni un puñetazo; qué curioso, si habíamos visto tanto wéstern por qué insistíamos en una menestral lucha griega. Luego, una vez que un par de amigos se entrometían para separarnos (algo que estábamos deseando), los dos rivales llorábamos con una aparente rabia y esto nos daba mucha vergüenza. Sí, creo que en el fondo nos compadecíamos uno del otro. Nada que ver contigo, Bud.
TRES TIEMPOS (miranda)
EL PRESENTE, es un invisible hilo que nos separa DEL FUTURO y DEL PASADO como si realmente, ni antes ni después, nada existiera, solo el presente. Y sin querer, el futuro, solo existe ya que es la antesala del presente y descanso almacenado del pasado, porque queremos que el presente sea el único y real. No nos interesa esa mierda que nos espera afilando sus garras sobre nuestros pechos, eso que sin existir nos da tanto miedo, que tarda tan poco de ser algo importante a ser un simple recuerdo o ni siquiera eso. Ese ¿quién sabe dónde?, ese que miedo me das… que miedo te tengo. Ese que no deja vivir a los ignorantes como yo, que hacemos de él algo tan importante, como incierto. El futuro, ese mismo que no tengo y que no quiero, que odio por lo que trae y solo cuando lo machaco me quedo satisfecho, perfecto o con defecto, congela mis pensamientos antes de tenerlos, destruye día a día mi mundo in-perfecto. No quiero saber qué traes para mañana ni para el mes entero, simplemente no te quiero, no me da la gana que conviertas mis buenos momentos en recuerdos, que transformes los malos en años enteros, a partir de ahora no tendré futuro, paso de él como de comer mierda con los dedos. Solo tendré pasado, lleno de los buenos aunque pasados recuerdos, llenaré mi vaso de cerveza retando al tiempo, liaré un porro de dos papeles en honor a lo muerto, y después de hacerlo, me sentaré al borde de mi vida disfrutando de lo que fue tan bello. Daré el último trago y la última calada y… lanzaré mi cuerpo a mi merecido infierno.
EL MUNDO SIN LA PRINCESA LEIA (Garven)
Dije antes que estamos huérfanos de Bud; ahora digo (tras enterarme por los telediarios) que también estamos huérfanos de Leia, la princesa Leia, la dama de Elche. Creo que estamos jodidamente huérfanos de muchos, hasta que alguien o algo también esté huérfano de nosotros. El mundo es un bucle de orfandades. Ha muerto Carrie Fisher (nombre que he copiado del google) la señora que no he sabido que era la actriz que hacía de Leia hasta hoy. Pero Leia tiene diecinueve eternos añitos en mis películas VHS. Leia era otra de las mujeres que se corporeizaban en mi almohada. Leia me daba unos planos y yo los echaba a un lado y poníamos los cuernos a Han Solo. Luego yo iba diciendo por la calle que Luck Skywalker era mi cuñao, de modo que me incorporaba al reparto galáctico como si Star Wars la hubiera dirigido Mariano Ozores. Leia Organa tenía una belleza de muchacha de mi barrio, algo moruna y nada aria, podría ser una de las mujeres de mi casa; tenía algo de Pipi Calzaslargas del universo y un aire de joven profesora de ciencias que no quería ser princesa. Lo que me queda claro es que Leia ya estuvo en la Tierra; en Elche concretamente. Era la dama de Elche que trajo los planos de la death star a los íberos pero no hubo manera. Luego un escultor malo le hizo el busto que no se le parece nada más que en el peinado. Leia cogida de las trenzas por las ancas torturantes del sapo Java; Leia en volandas en los brazos negros de Dark Wader; Leia en la playa con el ombligo al aire; Leia con la pistola láser echándole un par. Leia conmigo en la habitación de casa me contó lo de Elche y nos reímos un rato. Después del amor, despatarrados en la cama sin almohada (porque la almohada era ella, claro) tomándonos un nesquik la pregunté por qué la Tierra no participaba en la guerra de las galaxias; me respondió con una bonita voz de doblaje de nena madrileña «Oh, no; aquí tiráis a matar» Sus ojos, si son ya algo tristes de por sí, miraron al suelo. «Pero Leia, amor» y la besé en la frente.
LA SERVILLETA DE BANDU
(Paco García)
UN MUNDO EN SUS MANOS (Manuel Santamaría)
Kalius Zor estaba feliz, merecían la pena los días sin dormir, había logrado reproducir la creación de un mundo en una esfera, de apenas medio metro de diámetro, sometida a un campo de antigravedad. Sus semejantes se asombraban ante esa maravilla científica, atmósfera gaseosa, una superficie de roca, tierra y metales, todo alimentado con un núcleo de pseudo magma que aportaba calor. Una belleza que permitiría estudiar las terroríficas fuerzas que actuaban en un cosmos primigenio. Estudiarla con el micro-telescopio era onírico. Las tormentas eléctricas precipitaban las reacciones químicas. En la inhóspita superficie se formaron mares de hidrogeno en la y nubes de Helio coronaban orgullosas el rosado cielo. En cuestión de minutos las primeras moléculas complejas danzaban. Debería parar antes de que hubiera la posibilidad de que se iniciase vida. ¿Pero acaso la ciencia ha de ser restringida?, ¡NO! la sabiduría está por encima de la moral y de los temores. Los aminoácidos evolucionaron en segundos formando complejas cadenas de ARN. Igual que en cientos de mundos del cosmos en los océanos empezaba a surgir los primeros indicios de vida. Primero virus y bacterias, a las treinta horas se unieron en organismos complejos, pequeños moluscos y protopeces. No podía apartar la vista del instrumental. Tenía los ojos enrojecidos y doloridos por la tensión a la que le sometían la falta de sueño y las lentes de los microscopios panorámicos. Pero era un espectáculo hipnótico estaba viendo la creación… ¡Su propio génesis! El reloj de la existencia avanzaba inexorable, ajeno a ser meramente un juego dentro de un vitriolo, extraños peces poblaban los mares. A las cuarenta horas, abandonaron tímidamente el agua, cinco horas más tarde estaban plenamente adaptados a la vida en la anaranjada tierra. Sus pulmones facilitaron el camino a líquenes que transformaron el aire… a los cuatro días los primeros homínidos se alzaron erguidos, se miraron unos a otros, adquirieron consciencia… contemplaron su cielo y allí lo vieron… Dos orbes sanguinolentos les escrutaban impasibles. Su padre, su amo, su DIOS. Se postraron para mostrarle pleitesía, justo cuando la religión, el elemento más anti-ciencia arraigaba en los pequeños humanoides, la fatiga pasó factura. Kalius Zor se derrumbó contra el campo del planetoide. Al interferir la capa de antigravedad ciclones magnéticos, terremotos, tsunamis… acabaron en segundos con su creación. Kalius Zor fue Alpha y Omega, el génesis y el apocalipsis. Agotado y envenenado por la exposición a la Esfera Zor, pasó sus últimas horas llorando por sus hermosos hijos y dejando como legado un laboratorio destrozado.
TUVE DINERO DE SOBRA HASTA LO DE LA GUERRA.
(Garven) Cuando la dependienta me cobró dos euros por poner una pila al reloj, pensé en hacer la broma. El caso es que la hice y deposité en el mostrador, con un golpe no demasiado seguro, el envoltorio de un chicle que aún conservaba en el bolsillo, para que se cobrara. En esto que va ella y lo coge, abre la caja registradora y me devuelve el cambio (unas monedas). Me fui un tanto pasmado, el papel era tan grotesco y además no tenía el color del dinero precisamente. Pensé que el burlado fui yo pero entendí que quizá estaba viviendo un milagro. Y así fue, la cosa funcionó con normalidad para los demás y fortuna para mí; pagaba mis cafés con boletos no premiados que recogía de las papeleras; pagaba el autobús con tiques pisados y usados del autobús. Me arreglé la boca pagando con viejos folletos de ofertas del Alcampo. Miraba a los ojos de la gente por ver qué telaraña les cegaba; qué veían cuando les pagaba con basura de papel. Me llenaba los bolsillos de publicidad que el cartero comercial dejaba en la puerta de los pisos. Tenía en casa las más caras tarifas, todos los canales, navegaba por todas las fibras y lucían las luces mejores sin que saltaran los plomos; todo era pagado con transferencias de tiras rectangulares de papel de periódicos pasados y viejos catálogos de complementos que tenía mi madre (cantidades indefinidas que por lo visto siempre eran más que suficientes). Y ya dije que encima van y me daban el cambio en euros verdaderos que también me valían y que depositaba en un bol. De modo que pronto dejé el trabajo, sin finiquito, para qué, y me hice escritor para entretenerme y para responder cuando alguien preguntaba por mi oficio, publicando mis cosas en una autoedición que pagaba con la billetera de un cuaderno viejo. Y mis propios libros en papel también eran billeteras (siempre llevaba alguno conmigo) que iba deshojando para abonar las consumiciones. Compré un Mini y viajé por Europa, con programas de cines del verano pasado me llenaban el depósito; con dos ejemplares de un libro mío viví de lujo en Marsella; con las páginas de un Quijote que había en casa compré un discreto bungaló en Mazagón; mi padre estaba en la mejor residencia para mayores y los mendigos hacían aspavientos agradecidos cuando les arrojaba tiras cuadradas de unos recortes de cualquier papel mojado. Pude comprarlo todo y hacer esas inversiones nudosas y potentes que hacen los ricos; pero eso no iba conmigo. Yo tenía papel por todas partes y una buena vida que sabía racionar. De modo que un día; viviendo feliz de esa mágica estafa que yo no busqué sino que me encontró, paseando por la avenida quise recoger un puñado de panfletos dejados en un pretil, pero una mano feroz se adelantó. Era un tipo con cierta ambición en la mirada; se fue y yo seguí el paseo. Poco después vi como un grupo de muchachos abría con violencia y escandalera un
contenedor de papel reciclado. Tras de mí corrían dos señoras con carpetas colmadas de mustios papeles. Sin duda más gente había descubierto la nueva “moneda” y les funcionaba como a mí pagar con basura de celulosa. Pronto todo fue un contagio del que no había vacuna. Y he aquí que hoy estamos en guerra mundial.
LIS (miranda)
En el reino de mi niña no existe el odio ni la mentira… ni la media verdad. En el reino de mi niña no puede existir el mal, solo y todo es fiel felicidad. La soledad no tiene sitio en el reino de mi niña, siempre hay un brazo pegado a su cara, acariciando amorosamente con la mano, amansando el dolor de la vida que pasa, que destruye las células de la carne cansada. En el reino de mi niña no conviven la hora, el día ni la semana; solo el segundo exacto con precisión exacta. Vive mi niña la vida sabiendo que tras el luego no hay nada, que lo pasado no mueve molino ni agua, que el beso no se debe porque lo regala, que mi mano acariciándola no tiene precio ni se paga. En el reino de mi niña nunca sale ni se pone el sol, porque no hay ayer, ni hay mañana.
miranda to Lis
LOS LUNNES Juampe Martínez
MIS GAFAS (Garven) Resulta que hago versos al río, dibujos de nubes, toledos bonitos, historias de misterio sin misterio. Y no reparo nunca en mis gafas. Todas las mañanas la mano/cangrejo acude a la busca de las gafas, tirando cosas por la mesilla hasta que la pinza captura el crustáceo dormido que son mis gafas. Me las pongo y puedo ver que el cangrejo es mi mano de nécora adulta; y puedo leer la hora de todos los relojes mañaneros que hay tras los escaparates de mis gafas. Otras veces son dos vasos de agua para la sed de la mirada, para las dos gargantas secas de la cara. Mis gafas: dos peceras donde bogan dos bogas negras. Ellas hacen por mostrarme el raciocinio de la calle. De modo que voy en la urna de las gafas como en una cabina, como en la película de “la cabina” pero de la que puedo salir sin que se encasquille la puerta. Si me las quito no oigo, y si me las pongo hablo mal. Soy del proletariado de los gafosos. La nave espacial que es mi cabeza lleva dos pilotos gelatinosos y alienígenas que manejan tras los cristales graduados a modo de parabrisas. Una vez, al quitármelas, se me quedaron los ojos pegados en los cristales y me los arranqué de cuajo, y quedé así un buen rato sentado en un banco del parque, chorreando viscosidades por la cara con los ojos guardados en la funda de las gafas. Los gorriones anidaron en mis cuencas y se cagaban por mis mejillas. Luego, los muchachos los espantaban a balonazos y tuve que ponerme el conjunto ojos-gafas e irme de allí. Me dio pena por los pájaros. Pienso en las que tuve desde niño, se me iban muriendo como mascotas metálicas. Una vez, en el colegio se cayeron rotas al suelo, aun así me las puse con los cristales rajados; y cuando cantamos en formación el “venid y vamos todos con flores a María” yo pedía a la virgen que su hijo hiciese el milagro de los panes, peces y gafas o una resurrección a lo Lázaro para mis gafas que se desangraban en dioptrías. Pero no hubo manera y se me murieron en la cara; me quedé con el esqueleto de la montura como otra calavera por fuera de la mía. Luego tuve más, la de los cristales grises con sol y normales con sombra, las de pasta en la adolescencia, y las más recientes con metales de colores. Todas revueltas en un cajón llevan mi vida ordenada cronológicamente; supongo que charlarán de mí, de mis cinco o seis yoes gafosos. Juampe cuenta en otro Pífano que cuando el Greco nos retrató a todos para lo del entierro del Conde, pidió que nos quitáramos esas “cosas que lleváis en la cara”, y tuvimos que arrojarlas a una bandeja metálica como si fueran pistolas descubiertas en el control de un aeropuerto. Así que desarmados ya de gafas nos pintó el griego. O sea que los bueyes de mis ojos tiran de mí por la mañana con el yugo de las gafas. Para el amor tengo que quitármelas; para que no se manchen con los besos, para que no se doblen con la fuerza de los abrazos. Entonces veo vidrios rojos y esmerilados, rosa difuminado. Entelerido con una criatura que me devora y que no veo claramente sin mis gafas. Hay cisnes en la cama, vapor de balneario y humo de incienso entre las sábanas. Rosa y naranja que extiendo con los dedos, puntos de verdura negra como líquenes en un árbol de carne. Después del amor me pongo las gafas para confirmar que es ella. Para dormir me las quito, claro; y quedan otra vez en la mesilla hasta que
la mano/cangrejo vuelva a por ellas mañana desde el arrecife de las mantas. Tumbado bocarriba caen mis ojos como dos bolas de acero al pin-ball del cráneo y comienza la partida de los sueños. En el sueño aparezco con gafas pero sin ojos, como ya dije los ojos de acero están en la máquina de flipper, donde juego con mi propia cara: mis orejas son las palancas que los golpean y trato de meter mis ojos/bola en los agujeros de las cuencas para puntuar alto, la nariz es un obstáculo resorte que puntúa poco, y la boca es el pozo donde la bola se pierde y puede terminar la partida si también se cuela el otro ojo/bola. Si esto ocurre demasiado pronto, me despierto; y hay que echar otra vez la moneda del dormir. Mis gafas están seguras en la mesilla, con las patillas dobladas como un perrito que descansa o como la cigala dormida que van a capturar mañana los cangrejos de mis manos. Sus cristales graduados reflejan por la noche las luces sumadoras del pin-ball.
FUEGO DE HIELO (miranda)
UNA llama que no quema es como un hielo que no enfría, es una noche luminosa y un beso sin amor. La felicidad de llorar sin temor, la pena profunda de sonreír sin ganas. El antagónico sentido de la soledad rodeado de gente, de morir pletórico de ganas de vivir. El silencio a pleno grito y el pasado grabado en la retina, perdida y adormecida, reteniendo el tiempo que nunca será utilizado, alargando la sombra cubierta de luz que sin poder evitarlo, sin remedio, se convertirá en olvido.
bayto vs miranda
YO FUI SECRETARIA DE UN DIRECTOR GENERAL (Garven)
Yo fui secretaria de un director general; un alto cargo de un trozo importante del país con sede en una oficina regionalista. Don Oswaldo era mi director y el general de todo aquello. O era en general, director «Donoswaldo está reunido; donoswaldo no viene hasta el viernes; déjemelo y se lo paso a donoswaldo». Así que yo era Garvena, la chica de la antesala y el prefiltro para donoswaldo «A las doce viene gente importante, Garvena; por favor, prepare las carpetas» Y a las doce llegaban tres trajes elegantes, tres mujeres gestoras de un edificio negociador; dos algo mayores y una joven, las tres cordiales y educadas. Traían carteras donde yo adivinaba redacciones con huecos para las firmas. Donoswaldo que ya están aquí. Que dice que pasen. Firme aquí y firme allá, maquíllelo, maquíllelo. Un espejo de cristal, y mírese, y mírese. El despacho del director era como el director general de los despachos; grandote y uniformado de rojo burdeos y un Mac como una corbata negra para la mesa que era como un pecho poliédrico. El despacho de donoswaldo trufado con tres banderas, cada una con su himno y su escudito dentro. Se supone que una era la madre de las otras dos (las banderas, digo) pero las hijas eran ya autónomas, jefazas, respondonas, que sisaban a mamá bandera y la daban con sus trapos de colores en el viejo mástil para derribarla. Qué cabronas, pensaba yo, cría banderitas para esto. Pero donoswaldo se debía precisamente a una de estas banderitas hija, que él decía que era ya trapo madre y pronto daría a luz despachitos descentralizados. Qué lio, donoswaldo. Es que tú eres un poquito facha, Garvena. Y se echaba a reír, el granuja. A veces venía la prensa, con su carga de máquinas; con los cables trenzados en las chaquetas, ofreciendo el micro como para dar a probar el helado negro de la noticia. Donoswaldo solía decir lo mismo sin perder la sonrisa «Estamos trabajando en ello». Yo pensaba que era bonito esto de trabajar en “ello”. ¿Dónde trabajas, Garvena? Estoy trabajando en “ello” y la verdad, me pagan bien; pero cuando acabemos “ello”, cuando “ello” sea ya un gran proyecto terminado, habrá que buscar otro curro. A veces teníamos conversaciones más informales para humanizarnos un poco. ¿Dónde va usted este puente, Garvena? Voy a un lugar donde Paco dice que se puede ver Cuenca, donoswaldo. Será Belmonte o Tarancón. No sé, es una sorpresa, donoswaldo. Por entonces yo veía “Yo soy Bea”, Bea la fea, otra secretaria en su monjía; otro topicazo de protocolos y mitos románticos, una tontería, pero bueno. De modo que yo coleccionaba historias de secretariados y quise consagrarme a esa intendencia de preparar recepciones para el sancta sanctorum de algún territorio con muchos donoswaldos. Hoy ya no estamos ni donoswaldo ni yo; pero “ello” sigue, se conoce que es una obra imprecisa y extenuante. Lo oigo en las noticias
Estamos trabajando en ello.
LA SERVILLETA DE BANDU (Paco García)
TRAS LAS VIÑETAS (Manuel Santamaría)
SUEÑO EN VERSO LIBRE (Garven)
Tengo vueltos los ojos. Quiero decir que miran para adentro. Muestran lo blanco afuera, y esto da miedo para el que me vea así. Pero dejadme, estoy durmiendo. Me miro por dentro, a ver si encuentro otra vida dentro de mi vida: He viajado a alguna parte con mi doscientoscinco (en los sueños voy con un doscientoscinco blanco, como en una nave de los sueños) me estoy duchando en un plato donde no hay mampara ni cortinas, junto a una joven que borda un trapo. Es de día y la ventana empañada de vaho alumbra su labor. ¿Dónde estamos? En un poliedro de alguna parte, allí huele a día laborable y a jabón de lagarto. Trato de frotarme el ojete con la esponja, un poco escorado por vergüenza, la espuma se arremolina en el sumidero como hielos blandos y calientes; no quiero que ella me mire; pero se ha desnudado y viene hacia mí riendo a carcajadas. Con sus manos que han tenido agujas y dedales me abre los carrillos, y mira por mi ano. (Tú, oh diosa, no desprecies a quien con humildad se arrepiente) Entonces mis ojos vueltos de dormido se encuentran con su ojo verde, siento que ella se sobresalta y me cierra el culo como si juntara dos cortinas de una indiscreta ventana «Rápido, vístete; mi marido nos está viendo» Mientras me visto veo afuera una tormenta de arena que cubre el coche. Mi ojos giran y vuelven a la mirada de los despiertos. En la tele está la escena en la que Rambo es lavado vilmente con un chorro de agua a presión.
STORM
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