UN PREMIO POR PERDERSE

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UN PREMIO POR PERDERSE Un nuevo libro en SoopBook

ELBA GERTRUDIS MAZZEO


Sobre este libro Este es un libro creado en SoopBook.es Si quieres ver el libro en formato web y poder disfrutar de las opciones ampliadas como comentarios, mapa de navegaci贸n, etc. puedes hacerlo a trav茅s del siguiente enlace: UN PREMIO POR PERDERSE Licencia: cc-by-nc-nd Edici贸n 2 - 20 diciembre 2012

Autor:

ELBA GERTRUDIS MAZZEO ESCRITORA POESIA Y NOVELAS,PROFESORA PIANO,MAESTRA JARDIN INFANTES,COMERCIANTE,JUBILADA.

DE DE


Presentaci贸n Es un libro de relatos y cuentos basados en p茅rdidas o perdidos, que dejan un recuerdo.


UN PREMIO POR PERDERSE-a UN PREMIO POR PERDERSE Mis ojos seguían el sendero y a los zapatos que se movían a mi alrededor, quedando abstraida en la línea que habían marcado un camino de hormigas.De vez en cuando daba unos saltitos para escuchar el sonido del pedregullo bajo mis piés, tan similar al de las hojas secas del otoño. En los jardines del bosque, la brisa tibia esparcía el aroma de las flores y fue cuando descubrí el color. El césped, atrajo a mis dedos pequeños en una suave caricia, descubriendo así la fresca humedad que el rocío o alguna lluvia reciente dejara en el lugar. Tan absorta estaba, que no advertí que aquellos zapatos ya no estaban cerca de mí.Tan sólo veía los árboles y aquellos jardines, a los que se sumaba una música lejana, como parte del paisaje. ¿Dónde estaba mi mamá? Y los demás, ¿se habrían escondido acaso? ¿en qué lugar me encontraba? Vi los senderos angostos bordeados de flores y continué mi marcha por cualquiera de ellos como sonámbula, sin entender. Por un instante levanté mi vista y todo el susto se apoderó de mí. Llamé a mi mamá pero no me respondió.Sobre mi cabeza, inmensas ramas de árboles parecían querer agachrse para atraparme, mientras un pájaro enorme se moría de risa con sus graznidos. Estaba sola, perdida en un bosque embrujado. Una mata de flores amarillas como el sol me hizo olvidar que no encontraba a mi mamá y las mariposas me hicieron reir


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viéndolas revolotear sobre ellas, pero duró poco mi alegría cuando recordé que me estaba pasando y lloré desconsolada. Así me halló una pareja que me alzó en brazos. Ella parecía un ángel de ojos serenos y claros. Blanca, suave …con dulce voz me hacía preguntas que yo no sabía responder. El hombre a su lado sonreía.Sentí terror cuando me subieron a un escenario, un gran tablado al aire libre en un campo de esparcimiento, mientras la mujer trataba de tranquilizarme diciendo que ya vendría mi mamá. Detuvieron la música y con el micrófono, el hombre dijo con voz clara y potente : “Tenemos a una niña perdida que busca a su mamá, por favor a los padres, acercarse al escenario”.Creo que no terminó de hablar cuando mis padres ya estaban ahí. Lo primero que ví fueron las zapatillas a cuadros de mi papá, levanté los ojos y su rostro y el de mi madre, fue como para recordarlos el resto de mi vida. “Desapareció en un segundo”, dijo mamá entre lágrimas, “¡estos chicos!”protestó mi papá.”Acá no pueden perderse”, agregó la señora con cara de ángel mientras mi madre me tomaba entre sus brazos.Recuerdo mi suspiro de alivio a pesar de los rezongos de mis padres. No sé como, pero sentí un despertar a la vida, mis tres o cuatro años quedaban atrás, haciéndome ver con nitidez la diferencia entre la fantasía o la realidad. “¿Qué tenés en la mano?” , me preguntó papá y le respondí que la “señora” me había regalado un carameloAl llegar al grupo de parientes con quienes compartíamos un día deesparcimiento, mis primos y primas comenzaron a saltar a mi alrededor burlándose de mí. “¡Se perdió la tonta, se perdió!”Lentamente comencé a quitarle un papelito de colores al caramelo que traía en la mano, para introducirlo en mi boca. Curiosos se acercaron para ver y me preguntaron “¿de dónde lo sacaste?”Los miré disfrutando el sabor dulce, para luego decirles con la más pura inocencia, “me lo regalaron de premio porque me perdí”


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Ví que el bosque ya no estaba tan oscuro …El sol del mediodía llegaba a las mesas y todos estaban felices. Descubrí que sobre el río cercano brillaban mil estrellas y también una blanca nube como de algodón. Lo mejor fue ver como el ángel que me había encontrado, emergía en un destello de luz hacia el cielo saludándome con la mano. Aquel suceso aún lo guardo en mi corazón. Fue … un premio por perderme, descubriendo lo hermoso de la vida.

ELBA MAZZEO

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LAS PERLAS Violeta es una mujer madura ya. En su vida conoció alegrías y pesares, como les pasa a todos los mortales. En su juventud era muy bonita, coqueta. Poco a poco fue teniendo adornos que realzaban su belleza, pero cuando su novio le regaló aquel hermoso collar con cinco vueltas de perlas, quedó deslumbrada. Era un collar muy fino, su broche mostraba pequeñas marquesitas que lo cerraban con seguridad, siendo la envidia de muchas mujeres, cuando lo veían resplandecer en su blanco cuello. Lo usó por años cuando salía de paseo. Nadie podía dudar que tal joya era para tan bella mujer. Por años, de su cuello siempre volvía a la cómoda de su dormitorio, guardado con prolijidad dentro de su estuche. Cuando perdió a su madre, otro collar de perlas semejante, pero con sólo dos vueltas quedó en sus manos. Violeta amaba esas joyas, tal vez, más por el significado de cada una que por el adorno en sí. El collar de su madre porque era eso, de su mamá y, el suyo, por el recuerdo de aquellos años de noviazgo, donde su amado le entregara con él, su más pura demostración de amor. La vida de Violeta siguió su curso. La de su esposo, aquel único amor de su vida, terminó también prematuramente. En el cajón de su cómoda quedaban los dos collares de perlas, como un mensaje mudo. Su esposo y su mamá, quedaban en el recuerdo… En su soledad ya no quería lucir esas joyas, algún día tal vez… según se diera la ocasión. Pocas personas entraban a su casa, algún familiar y una doméstica, que no pisaban el dormitorio. Tampoco guardaba objetos de gran valor monetario, recuerdos… amores perdidos…


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Cierto día surgió una reunió donde Violeta quiso volver a ponerse linda. Al menos lo más linda posible y fue en busca de su collar de cinco vueltas de blancas perlas. Quería sentirlo sobre su pecho como una caricia perdida… Y no lo encontró. Ni ese ni el de su madre estaban en el cajón donde guardaba sus adornos de fantasías. No podía creer… Revisó, revisó… aquí, allá… no, no aparecía ninguno de los dos. Alguien se había hurtado los collares a sus espaldas. ¿Por qué esos dos y no otros coleccionados con los años? Esos eran su premio y ahora estaban perdidos para siempre. Y pasan los años para Violeta sin poder olvidarlos. Sabe que en algún lado lejano están… adornando otros cuellos… o tal vez, escondidos como trofeo en algún estuche desconocido. ¿Hurto? ¿Venganza? ¿Envidia…? Violeta perdió sus perlas, esposo y madre. Tal vez algún ángel travieso los llevó hacia el cielo para acompañarlos.

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LA PERDIDA

MAGIA

Era muy pequeñita cuando comenzó a escudriñar los sonidos del piano que había en su casa. Debió escucharlo sonar desde el tiempo que estuvo dentro del vientre materno. Dicen que los bebés oyen mientras se van formando, albergados por el líquido amniótico y el cordón umblical conectado a la placenta. La mamá de Liliana era profesora de piano y, si bien no se dedicaba a la enseñanza, cada día de su vida tenía unos momentos para practicar las bellas obras de los famosos clásicos. Cuando Liliana cumplió seis años, le dijo a su mamá que quería aprender a ser pianista como ella. Su madre la miró con ternura y asombro, ya había notado que su pequeña tocaba de oído algún tema que le gustaba, con un sólo dedo. Después de mirarla y pensar por un segundo, se tomó la paciencia de explicarle que el estudio de un pianista era muy sacrificado, que requería disciplina, encierro de largas horas, concentración… tal vez, cuando fuese grande, optaría por otra carrera más productiva, tanto en lo intelectual, como en lo monetario. -No… me gusta mami, déjame estudiar con una profesora por favor… Y Liliana comenzó con sus clases de piano. Madre y padre hicieron todo lo posible para que su niña tuviese su mejor profesora. Y resultó casi una niña prodigio a los tres meses de estudio tocando el piano. La casa se llenaba ahora con sus melodías de principiante, alternando con las interpretaciones de la madre, que siempre encontraba un ratito para “mover los dedos”, como solía decir. ¡Si hasta llegaron a tocar a cuatro manos!


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Se fueron sucediendo los exámenes de Liliana, que crecía en técnica y estatura, siendo admirada por su talento y belleza. La niña ya era una preciosa jovencita. Así los profesores del conservatorio organizaron un pequeño concierto con tres de los mejores alumnos, entre ellos, Liliana. Su repertorio se componía de tres partituras, entre ellas, el vals del minuto de Federico Chopín. -Tengo miedo mami… tengo que tocar de memoria… ¿y si me olvido…? -Como vas a olvidarte si siempre te hacen aprender de memoria y tienes un cerebro privilegiado. -Si… pero no… puede pasarme si habrá tanta gente escuchando, me pongo nerviosa. -Hija… no te juegas la vida. Con tu capacidad sabrás dominarte. Y sucedió tal cual lo dijera, la noche del concierto, una pérdida de memoria súbita distrajo su ejecución… nadie lo advirtió, sólo los profesores y su madre. Tal vez algún otro entendido de música. La jovencita no se detuvo, improvisó la variación más rápido que el minuto de aquel vals y su premio por perderse, fueron una ovación de aplausos. Nunca más dedicó su tiempo al piano. La magia de su niñez estaba perdida en un esfuerzo vano, que nunca debió emprender.

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LA CAJA ROSADA Había quedado sola en aquel caserón. Todos habían salido a cumplir con sus obligaciones diarias y ella, la abuela que estaba de visita, no tenía más remedio que deambular esperando el regreso de la familia. No le resultaba muy de su agrado tanta soledad. Una perra de pelo largo, blanco y negro, la seguía por todas partes, mirándola con ojos interrogativos, la llamaban Lara. A Manuela no le gustaba mucho que se le echara encima pretendiendo jugar con ella, pero para el pobre animal, su presencia era también llenar sus espacios vacíos. Lara solía seguirla hacia donde fuera, pero la familia le tenía prohibido salir al camino, por reglas del barrio cerrado. El caserón se hallaba en medio de parques inmensos poblados de arboledas, mostrando espaciadas casas residenciales y solitarias también. Para Manuela era difícil encontrar en que ocupar sus horas, amén de dedicarse a ordenar un poco la casa o preparar comida para cuando alguno llegase. Los días tibios aún de aquel otoño, la invitaban a caminar por un sendero hasta el puentecito, donde solía sentarse con Lara a sus pies. Se dejaba estar contemplando el verde seco de los prados, los matices dorados y rojizos de los árboles y el ir y venir de pájaros silvestres, que ignoraban la palabra hogar y soledad. Desandando el camino, observó una puerta abierta en una vivienda semioculta entre los árboles. Tentada por encontrar con quien dialogar unas palabras, se acercó batiendo sus manos. Lara tironeó de su ropa como quien avisa haberse equivocado de casa, pero Manuela la sujetó contra una verja de la correa con que la llevaba atada. Nadie respondió a su llamado. Curiosa, se atrevió a entrar a la sala que aparecía en penumbras. Adaptándose a la falta de luz, advirtió que el lugar estaba


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vacío de amoblamientos, era una casa abandonada, o a la espera de ser habitada por nuevos dueños. Caminó entre paredes que supuso blancas, recorriendo los ambientes. Apenas si entraba algún destello del sol por los ventanales sin cortinas y con sus persianas bajas. Era una hermosa vivienda. Paso a paso llegó a una habitación alejada y, al abrir su puerta, un aroma a rosas la envolvió. A tientas buscó la llave de luz y una bombilla colgando del techo iluminó el ambiente. Sus paredes estaban empapeladas de un color rosado con diminutas flores. “Debió ser el cuarto de una niña.” Pensó observando el placard empotrado en la pared. Con decisión abrió una de sus puertas. Nada por supuesto. No quedaban ni rastros de quien pudo habitar aquel lugar, pero… ¿qué era eso…? Asomaba en un estante superior, casi inalcansable para Manuela. Curiosa, se estiró todo lo que pudo hasta alcanzarlo y tomarlo entre sus manos. “¿Cómo habían olvidado esa caja rosada tan bonita?” Se preguntó observando sobre su tapa comba, que le daba forma de un pequeño baul, un hermoso moño de raso blanco y chispas plateadas. “La casa está deshabitada, por lo tanto este cofre no tiene dueño, me lo llevo.” Dijo para sus adentros segura de no cometer delito, además, la puerta estaba abierta, no había violado ningúna privacidad. Con cierto cargo de conciencia salió presurosa, topándose con una jovencita que descendiendo de un automóvil, corrió a su encuentro. -¿Cómo la encontró? Creí haberla perdido en la mudanza, en esa caja guardo las tarjetas que me regalaron cuando cumplí mis quince años ¿sabe? Son todos buenos deseos… pero al poco tiempo murió mi mamá y no pudimos seguir viviendo en este lugar. Fue triste empacar… gracias señora por haberla encontrado, para mí es un premio recuperar algo que creí perdido…


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Manuela sonrió con un dejo de tristeza… “Pobre niña…” pensó sintiendo mil sensaciones recorriendo su cuerpo. Con Lara sujeta a su mano, retomó el regreso a la casona solitaria esperando a su familia.

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