1 La Angustia De Otros Nombres Al golpear el cristal con el puño, no parecía que algo tan grave acabara de suceder, tal vez porque no se trataba del puño esperado. Trevor no sabría decir qué había esperado exactamente, expuesto como estaba en un momento tan crucial, a que su puerta se abriera y fuera extraído sin piedad, arrojado sobre el pavimento o vilmente pateado como un muñeco. Aún quedaba gente que confiaba en él después de todo lo sucedido. Nadie podría decir sin resultar extravagante que por muy repetidos que fueran sus accidentes en el pasado y con otros autos, no tuvieran un origen inesperado. Antes de acabar con las preguntas y de ser introducido en la ambulancia pasó un tiempo precioso, en el que hubiera preferido estar solo, sin tanto público por un motivo tan deprimente. Le desagradaba, más allá de todo lo físico que le pudiera haber ocasionado el golpe, la sensación de sentirse protagonista, y la expresión que reflejaba en su cara, la decaída flaccidez de los pómulos, los ojos hundidos y boca apretada pero aún sin náusea; todo ello le desagradaba. De los últimos años desde su divorcio y su jubilación, ausente de obligaciones y compromisos se reafirmaba en sus expresiones de fortaleza, es su ira, en los insultos y en la furibunda reacción en contra de extraños, que habían cometido el único pecado de contrariarlo al cruzarse en su camino. Habría entonces anunciado que se trataba de la vacuidad y el desamparo al que sometía a sus emociones, y que esa posición antinatural del día a día, era lo que lo llevaba a semejantes reacciones, pero no, no podía justificarse ante desconocidos, y mucho menos ante aquellos que le habían demostrado tanta animadversión. En cuanto llegó al hospital, Trevor empezó a frotarse las manos con la intranquilidad que le caracterizaba. Y no era que no aceptara que quería someterse a las órdenes de médicos y enfermeras, o que deseara salir corriendo, pero, sin poder hacer nada por evitarlo, había algo de provisional en aquella situación que le provocaba la desazón a la que deseo referirme. Permaneció aún un rato deseando preguntar a la enfermeras si aquello iba a durar mucho, sin embargo, no le pareció una pregunta apropiada, porque otros muchos habrían preguntado lo mismo en situaciones parecidas, y ellas habrían desarrollado un número suficiente de respuestas, debidamente ordenadas y estructuradas en su memoria, para poder contestar sin decir nada, con evasivas o ponderados cambios de conversación que atrajeran la atención del enfermo sobre aspectos importantes del daño causado, a la vez que eludían dar más información de la que necesitaba. Greta era su mejor amiga y también estaba jubilada. En cuanto supo lo del accidente acudió para estar con él en aquellos momentos iniciales. No se trataba de una entrometida, ni de una fisgona en busca de alguna noticia inquietante con la que poder montar fantasías y suposiciones que contar a todo el mundo, incluso a los desconocidos. Al menos ella se consideraba su amiga, y a pesar de no verlo con frecuencia, siempre aparecía en momentos muy especiales; en las fiestas y en los problemas. No era especialmente divertida, y eso a Trevor le parecía lo mejor de sus visitas. Y además, le le gustaban los coches, ese era justo el punto en común que les hacía entenderse mejor. Se podía decir que, en otro tiempo, habían compartido aficiones con la intensidad de dos adolescentes que empiezan a desarrollar sus primeras aptitudes, pero en su caso eso había sucedido ya pasados los cincuenta. Intentó explicarle que de camino para el hospital había pasado por el taller 1
para ver el coche, y que no se trataba de nada grave, algunos desperfectos en los focos y en la chapa, pero con el radiador a salvo. Reconoció que no había podido resistir pasar primero por el taller y añadió que eso no quería decir que no lo apreciara lo suficiente. Sabía que la iban a hacer esperar mientras le hacían pruebas y por eso tomó aquella decisión. Además, estaba segura que se trataba de una información que a él le gustaría recibir. Sobre todo lo anterior añadió que esperaba que sus golpes tuvieran la misma liviana consistencia que los recibidos por el auto, y que la perspectiva de sanación fuera tan rápida como la que auguraba el mecánico. Por mucho que nos esforzáramos en intentar comprender el efecto de la visita en su estado de ánimo, no llegaríamos a la mecánica que inspiraba tanto positivo comentario. Podríamos evitar describir la felicidad cuando resulta fácil, por el bien de todos lo digo. Probablemente, la felicidad fácil es la menos real de las emociones, y la que más ajenos a la realidad nos vuelve. Así que, cuando Pelopeixe entró en la habitación y los encontró de tan buen humor, les llevó la corriente, pero sin el menor convencimiento. Nos hace felices ver felices a otros disfrutando de su libertad, aún cuando no tengan en cuenta lo cara que resulta esa victoria si nos queda poco tiempo, si la enfermedad, a la que los enfermeros como Pelopeixe, anda por el medio. No le faltaba al enfermero abierta comprensión, era sensible a la urgente necesidad de poner los hospitales al servicio de una nueva alegría, hasta, si lo apuraban, del gozo evocador de tiempos mejores en los enfermos sin fuerzas para levantarse; esto no quería decir que no sintiera la aspereza de una muerte siempre presente, injusta, demoledora y audaz con los optimistas. Incluso en los peores momentos, en lo peor de su oficio, debía reconocer que la arrogante prepotencia de la muerte tiene límites, y que no debemos ceder en su horror, ni mucho menos convertir el mundo en la sombra de sus desmanes. Que los hombres sigan recibiendo cada primavera con la alegría de la sangre que se renueva, es un desafío, una forma de poner freno a la intención sombría de la muerte de convertir el mundo en su tiranía de resentimiento. Todo lo que de ánimo devolvía la vida a los enfermos le pesaba por lo que podía tener de inconsciente, y sin embargo sabía que era necesario. Podía quedarse de pie delante de la puerta durante minutos, con algo que hacer dentro de la habitación pero incapaz de interrumpir, Escuchando conversaciones ajenas como un intruso casual y casi por obligación. Si lo hubiesen invitado a sentarse y participar, no se hubiese atrevido, había cosas que tenía que hacer afrontándolas como el deber cumplido, pero nada le impedía la demora en días inestables. Observaba como se desenvolvían “sus” enfermos, como argumentaban sin ser capaz de seguirlos en ocasiones que desconocía los detalles o la relación de los personajes de iban apareciendo. Eran conversaciones necesarias, torpemente construidas, pero indispensables por el interés cotidiano que las convocaba. Para Trevor, la mirada de Pelopeixe no significaba nada especial, ni el desencanto por la forma en que la muerte influye en la alegría de vivir, ni ninguna otra cosa tan difícil de comprender. Aceptaba que cuando quedaba en silencio, observando las conversaciones que él tenía con Greta, parecía considerar lo superficial de sus gestos y no lo que se tuvieran que decirse. No parecía interesado en entrar en los detalles de sus vidas, ni en permitir influencias de tantos pormenores desvelados allí y en otras habitaciones. El auto quedaría bien, le había dicho Greta. Sin embargo, él sabía que nunca volvería a ser el mismo. Había pasado muchas horas en talleres y tiendas de automóvil buscando las piezas, los accesorios y los embellecedores. Sabía donde encontrar ese tipo de suministros y esos viejos locales de dueños capaces de encontrar cualquier cosa por antigua que fuera. Bajo ese punto de vista, el auto era casi una obra de arte; al menos hasta el momento en que lo golpeó. Podía pasarse horas, que se convertían en días y meses, leyendo e investigando sobre viejos modelos, sobre sus creadores y utilidades, sobre sus características, premios en congresos, y, en los casos de participar en competición historial de carreras y triunfos. Si era capaz de pasar horas viendo escaparates de piezas y cromados, sólo puede pensar una cosa, es un hombre con suerte, y sobre todo, es un hombre normal con una afición que le cuesta privarse de otras cosas que también le gustan, pero que le ofrece la satisfacción de seguir buscando y mostrar a todos el resultado de su dedicación. A 2
algunos de sus amigos les horroriza pensar que le demuestra más aprecio y le ofrece más cariño a ese auto, de lo que hizo con su mujer antes de su divorcio. Ya lo había visto otras veces, esas personas capaces de desentenderse de sus coches después de un accidente y olvidarse de ellos hasta el extremo de permitir que la podredumbre los invada. En todas las ciudades del mundo hay hombres así de incoherentes, de crueles e inconstantes. Coches hermosos, viejos tesoros capaces de resistir todas las modas y adelantos tecnológicos, coches que se han convertido en leyenda en manos de hombres que no los valoran. Ante ellos nada se puede hacer más que lamentar que la protección de la propiedad privada les permita abandonar lo que en otro tiempo fueron sus juguetes, hasta convertirlos en chatarra debajo de un gran árbol a un lado de viejas casas de campo. Permitía que Pelopeixe lo tranquilizara, se habían hecho amigos y una vez fuera del hospital lo llamaba y lo acompañaba para poner o sacar algunos tornillos de la carrocería del coche. En ese tiempo el enfermero vivía solo y tenía mucho tiempo libre, llevaba una vida tranquila y le resultaba muy conveniente compartir las aficiones y aspiraciones de Trevor. Además, era más que suficiente admitir que la idea de presentar el auto en una concentración anual de clásicos le parecía muy a su medida. Evitaba que pareciera evidente que siempre había tenido amigos jubilados y que a algunos de ellos los había estado viendo desaparecer sin poder remediarlo. No pensaba en eso cuando le cogía aprecio a los personajes más estrafalarios de la planta más delicada y con más riesgo de muerte por las infecciones más comunes. Ni se atrevería a llevar la cuenta, pero morían ancianos a diario en aquellas habitaciones. De nuevo, le había tomado aprecio a uno de aquellos enfermos, y era absurdo dejar de visitarlo por pensar que podía caer enfermo en cualquier momento, más pronto que tarde como ya le había sucedido. De hecho, en cuanto a su salud, tenía muy presente que él mismo podía encontrarse, en la situación más difícil en cualquier momento, y entonces le tocaría a sus viejos amigos llorar por una desaparición temprana e inesperada. Todo parecía encajar, y Trevor le permitía bajar al garaje sin objeciones. No tardó en comprobar que la ayuda que pudiera ofrecer era bienvenida, y al menos podía pasar la manguera después de una buena enjabonada. El trabajo no consistía en hacer grandes progresos sino en pasar el rato poniendo en ello la dedicación necesaria. Alrededor del auto había todo tipo de herramientas, un gato hidráulico bien grande y en una caja piezas de recambio (desde pilotos, hasta un mechero eléctrico), también había dos sillones delanteros que había cambiado por unos nuevos y de los que le daba pena deshacerse. La puerta estaba abierta y en el jardín ladraba la perra de pelo rubio que lo miraba con extrañeza. No le cansaba el trabajo, ni siquiera se inmutó cuando Trevor secó el coche con un paño y le propuso darle cera; era asombroso lo que aquel hombre parecía sentir por su coche. Se disponía a recoger y quitarse los guantes, cuando el anfitrión apareció con dos cervezas frías y se sentaron en la escalera de piedra fuera del garaje ajenos a los ladridos de Mónic la Centolla, tal y como llamaban a la perra. Permaneció expectante un rato y al fin dejó de ladrar y se acercó tumbándose a los pies de su amo. También en ese día, unos meses después de la recuperación total de Trevor, el enfermero se demoró en su vuelta a casa. No le resultaba fácil encontrar un significado a su propia forma de actuar. No parecía destinado a llevar una vida normal, ni a rodearse de gente de su edad, eso estaba claro. Cuando pensaba en ello, de las relaciones humanas que se le ocurrían, apenas podía decir que de unas cuantas celebraciones, actos sociales de confraternidad, asistencia a actos de despedida por respeto a familiares, cenas de empresa, citas a ciegas, vacaciones reservadas, eventos culturales y de ocio dominguero, mitines, reuniones de vecinos, cenas de antiguos alumnos y domingos en el club de Karting con los amigos del Pub (nada de asistencia a templos religiosos), apenas un porcentaje que no llegaba al uno, podía declararlo satisfactorio. Eran momentos de los cuales podría prescindir reduciendo su vida a tres o cuatro movimientos mecánicos del día a día, lo que tendría que ver con coger el transporte público, parar a comprar para llenar la despensa, bajar la basura y el resto de cosas hacerlas de casa. Podía comprender perfectamente lo que estaba pensando e intentar darle un valor a pesar del rechazo de lo social que representaba, y bueno si a todo ello le añadía su amistad 3
con Trevor y Greta, y sus nuevas aficiones, tales como desafiar, aflojar y mancornar tuercas rebeldes o darle agua al polvo acumulado en el auto, tal vez eso dejaba claro que no era un tipo tan defraudado por otros compromisos. Por lo que a Greta respectaba, se trataba de darle a cada cosa la importancia necesaria y la ayuda de Pelopeixe podía ser una contribución interesante para llegar a tiempo al congreso de coches clásicos. Le parecía que ese año todo estaba dispuesto para optar a una buena posición y obtener una valoración superior a la de otras veces, tratándose hasta donde conocía, de que su principal competidor había encontrado comprador y se trataba de un obstáculo menos. Así fue como argumentó en favor de cumplir la inscripción y comprometió a los dos hombres en la aventura, y utilizando todo tipo de razonamientos, algunos bizarramente inventados, parciales y desesperados, consiguió ofrecer una sensación optimista hasta el punto de resultar irresistiblemente valorada en todo cuanto ofrecían sus sueños. Para muchos de nosotros es perfectamente comprensible que después de una edad, sin familia cercana, tal y como era el caso de Trevor y Greta, centremos toda nuestra energía en aficiones que, de forma general, no suelen encajar en las vidas cotidianas de familias muy establecidas. Sin embargo, para los que encuentran un escape, o evasión si prefieren, para llenar las horas del día, no deja de suponer reducir el efecto relajante de la jubilación llenándose de nuevas preocupaciones. Y todas esa elegantes y acomodadas familias que tienden a ahogar en su aparente burguesía cualquier otra distracción, se contentan con creer que no tienen los miedos de decrepitud que aquellos que nos ocupan, pero no es cierto. Pretender semejante fantasía conduce a perder el control, y una vez ocurrido, ponerse en manos del destino para que la vida social y laboral, las tremendas capacidades sólo mitigadas por la velocidad de nuestro tiempo, no terminen por arrinconarlos, y en ocasiones olvidarlos. Desde luego que no, nadie está a salvo de la soledad una vez jubilado, con aficiones o sin ellas, rodeado de familias numerosas, o creyéndose afortunados de que no sea así. Durante más tiempo del que hubiese sido posible Trevor evitó hablarle a su amigo el enfermero, acerca de su vecino el señor Herbungmutter. Al elegir dedicarse a su auto en el garaje de su casa ya había calculado que sería imposible no hablar de él, y que por un motivo o por otro, más tarde o temprano, Pelopeixe sabría que existía y haría preguntas incómodas acerca de él. La casa de al lado estaba separada de la de Trevor por un seto, y tenía una calidad del césped parecida justo delante de la entrada. Parterres y un par de camelios completaban la escena delante de la puerta. Las ventanas eran muy grandes, y eso daba idea de habitaciones muy luminosas y sin humedades, en las que se podría disfrutar de un ambiente templado incluso en pleno invierno, en los días de sol. Además de esto, llamaba la atención que sobresalía en altura debido a un ático con una de esas protuberancia con forma de teja que tienen una ventana al frente. Todo parecía muy normal, pero la relación de Trevor con Herbungmutter era tensa sin un motivo claro que lo justificara, la normal, cordial y cínica antipatía de vecinos en competencia. Trevor debería haber confesado que cada vez que devolvía el saludo encantador de su vecino con un gruñido, en realidad el mundo se le estaba viniendo encima. No se trataba de una excepción a tantas malas relaciones sin motivo entre antiguos conocidos, incluso familiares. Intento sugerir que, en ocasiones, no hay culpables, pero puede existir delito; y entonces admitir que no deseo ponerme del lado de un personaje que tanto cuesta construir, y al que vamos descubriendo paso a paso. Atribuirle a Trevor la razón absoluta y la victoria moral en todos sus conflictos sería demasiado, aunque otros han construido personajes capaces de hacer vibrar por el ansia de justicia, y exponiendo a los lectores que si se creen en la razón, deben luchar hasta las últimas consecuencias. Encontraremos, si aceptamos esa idea, que no hay salida, que la lógica de la guerra y de cualquier pequeña discusión doméstica, consiste en convertir a nuestro adversario en un demonio y creernos nosotros mismos los paladines de la justicia universal. Esa idea trasciende en mí hasta rechazar a los personajes tipo, los que encarnan el bien y siempre vencen. Nada de eso, la vida nos va a enfrentar con un espejo de nuestra propia tensión, no son monstruos, pero tampoco tenemos porque aceptar que estén en posesión de la verdad. Se trata de una escena convencional, Trevor se encontraba en el 4
jardín de su casa cuando su vecino Herbengmutter doblaba la esquina con su enorme coche nuevo, reluciente, recién encerado, pesado, potente y rápido, un modelo de gama alta, que haría sentirse satisfecho a cualquiera de su adquisición, de su conducción y de sus más tecnológicas prestaciones. Hubiese deseado no haberlo visto llegar así de triunfante, sino descubrirlo un día aparcado delante de la casa de al lado, sin más, pero el efecto del triunfador deslizándose delante de sus narices sin que pudiera hacer otra cosa que bajar la cabeza, se había producido. Trevor miró su viejo coche e intentó hacer una comparación, y eso fue un gran error. Con todo, se dispuso a hacerlo relucir como nunca, se armó de todo tipo de productos de limpieza y se puso manos a la obra, no había tiempo que perder. Tal vez resulta imposible para algunos de nosotros explicarnos, por qué se puede convertir en un problema que nuestro vecino se compre un coche mejor que el nuestro, al fin y al cabo somos personas independientes que no necesariamente tenemos que compartir nuestros sueños. El instinto debería pararnos cuando nuestras obsesiones se convierten en un problema, y la razón conducirnos por caminos de conversión inteligente, no de huida pero sí de ampliar horizontes en la búsqueda de la autoestima. Mientras enceraba su coche, Trevor seguía rumiando su desesperación, y calculando en qué momento su vecino se había convertido en una amenaza para sus sueños. Debía intentar controlar sus miedos y atemperar sus nervios, y al menos, seguir frotando con su gamuza la chapa vieja de su coupé, parecía mitigar los efectos del desafío. Aquella tarde, al salir de su trabajo, Pelopeixe decidió darse una vuelta para ver como se encontraba su amigo, lo encontró sentado en su garaje con una cerveza en la mano, afligido por algún motivo que entonces el enfermero desconocía, y dejando que la perra le lamiera las manos mientras mantenía la vista, en la pared de enfrente, impertérrito, sin parpadear, incapaz de contestar inmediatamente a pregunta alguna. Allí estaban, dos soñadores insensatos respondiendo a la imprudencia de las horas y sus convicciones, por atreverse a la vida y sus consecuencias. Pero mucho peor que sentirse como esos hombres que se encierran por miedo a la vida (algunos de ellos se dedican a escribir) eran aquellos que por efecto de ambiciones y desafíos implican a todos en sus aventuras sin avisar del derrumbe. Sólo podemos asumir que Pelopiexe y sus amigos soñaban juntos y se asistían en ese sueño. Dado que las relaciónes entre gente de edad parece incomprensible para los más jóvenes, Pelopeixe no intentó explicarse que la llegada de Greta aquella tarde adquiriera tintes tan maternales, o al menos el así lo quiso ver. Estaba claro el carácter especial de aquella relación, así que cuando ella tomó de la mano al viejo y le dijo que tocaba baño, Pelopeixe se dijo que Trevor no era una persona que se aseara a menudo, y que eso chocaba con el interés desmedido por tener su coche siempre bien fregado. Sin dudarlo un momento, Greta lo trasladó al cuarto de baño grande y lo desnudó, con sumo cuidado le ayudó a entrar en la bañera y después le pidió que no se moviera. Con un gesto de dolor en su cara, él consintió que le dejara caer el agua sobre la cabeza, y de ahí al resto del cuerpo. En el sentido más humano de su expresión le faltó decir al anciano que se aprovechaban de su debilidad, pero sus intentos por quejarse fueron reprimidos por la mano diestra de su amiga, armada de esponja y jabón que lo cubría con energía desde la cabeza a los pies, se introducía en sus orejas y lo hubiese hecho en su boca si no la hubiese cerrado a tiempo. Posteriormente a la escena descrita, Trevor se dejó secar, le pusieron un pijama y dijo encontrarse mal, fue en ese momento cuando Greta comprendió que estaba deprimido y lo dejó tumbarse en la cama y dormitar el resto de la tarde. La importancia de seguir soñando con el Congreso de Automóviles Antiguos, encontraba en ellos la receptividad de las mentes inclinadas a las fantasías, pero, sin duda, se trataba de una especie de encantamiento que Trevor ejercía sobre Greta y Pelopeixe. Le buscaba el sentido al final de cada día lleno de una vida que irradiaba y entregaba sin pedir nada a cambio, y es posible que fuera eso lo que los mantenía tan cerca de él. Era previsible, y a pesar de su mal humor en días nublados, no se enojaba sin motivo, y eso también era de valorar.
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2 Soñadores Imprudentes En Las Horas Insensatas Al día siguiente, al terminar su turno, justo después de mediodía, el enfermero volvió a visitar a Trevor para comprobar si había mejorado. Al abrir la puerta del jardín se encontró de frente con una jovencita en shorts y sudadera dándole un manguerazo a Monic la Centolla. La perra tenía las orejas caídas y los ojos cuestionaban bajo sus cejas arqueadas, como si se estuviera preguntando que aquello de enjabonarse y regarse de aquella forma fuera saludable. Pelopeixe, inevitablemente hizo un ejercicio de relación que lo llevó a un cuestionable razonamiento: “la gente lava lo que ama. Unos sus coches, otros sus perros y otros sus hijos o sus mayores”. La imperceptible mirada de Srina buscaría penetrar en su pecho hasta descubrirlo, pero no se atrevía a tanto y eso duró un segundo. Los párpados buscaban el suelo y de ningún modo conseguía parecer distraída o parpadear con naturalidad. Acerca del aspecto del enfermero cabe precisar que no se trataba de una imagen capaz de impresionar por su finura, sino más bien lo contrario. De hecho parecía cómodo dejándose observar cuando caminaba por la calle con toda su desparramada materia removiéndose, y balanceándose a cada paso. No le resultaba digno de aprecio cuidarse hasta tal punto que tuviera que renunciar a las comidas y los vinos que le gustaban, y eso tenía un precio. Se dijo que jamás le importaría que lo juzgasen por su aspecto, y lo que todo ello traslucía. Sin dudar, dio un paso al frente y saludó obteniendo una sonrisa por respuesta. Preguntó por su amigo y pasó hasta el garaje. En su obsesión por perder de vista a su vecino, Trevor cerraba puertas y ventanas e intentaba no salir al jardín a las horas que sabía que volvía del trabajo. Este aislamiento era el resultado de sus fobias y su falta de superación, de sus frustraciones y sus limitaciones psicológicas. Dicho así, parece que hablamos de un enfermo, o que lo culpamos a él de una mala relación de vecindad, tan corriente como vecindarios existen. Desde luego, no podemos considerarlo culpable por buscar el aislamiento, en todo caso, tenía el aspecto del sufridor que se pliega y por lo tanto adoptaba la fórmula de las víctimas. Fue en esa ocasión cuando Trevor decidió hablarle de su vecino y del inconcebible sufrimiento que podía causarle sin apenas parpadear. Le confesó que había pensado en una solución sin continuidad, convencido de poder causarle el peor de los daños, agredirlo, o aún peor, arrojar su coche nuevo a un barranco. En cuanto soltó todo lo que pensaba sobre su situación se sintió limpio, renovado y dispuesto a vencer la angustia que lo afligía. ¿Se creía realmente capaz de las hazañas y las maldades que prometía contra su rival? Todo parecía un artificio de psique para liberarse, una respuesta a la necesidad de diluir tanta tensión. A pesar de tanta acritud Pelopiexe no creía que su amigo pudiera seguir indefinidamente maldiciendo y creando estrategias de venganza. Nadie lo hace, nadie se entrega indefinidamente a la agotadora actividad de exacerbar el rencor y regocijarse en las frustraciones, a menos que esté perdiendo la razón sin poder evitarlo. Intentando cambiar de conversación le preguntó por la chica que acababa de ver lavando a Monic la Centolla, y le respondió que se trataba de la hija de su exmujer, que se había enfadado con su madre y que iba a pasar un tiempo en su casa, pero que no era su hija biológica. Además de sus ataques de nervios, lo que posiblemente terminaría por afectar a su hipertensión, cada vez que le preguntaban si le habían quedado secuelas de su accidente, le gustaría responder que sus secuelas eran de antes del accidente, pero decía sin demasiada atención que se encontraba bien. Intentaba olvidar sus dolores reumáticos, sus toses y las migrañas que 6
asociaba a sus pulmones, y no es menos cierto que aquel viejo truco de distraer sus dolores con charlas de bar y alguna copa de licor no le iba mal. Se levantaba con dificultad, y las simples tareas diarias como vestirse o ponerse el pijama, se convertía en una auténtica aventura. Y aún con todo, no terminaba por considerar suficientes sus dolencias como para ponerlas en manos de un profesional, y mientras estuviera en el hospital no se había referido a ellas; y tampoco era necesario porque suponía que todos allí deberían saber que nadie cumple tantos años sin rodearse de esos pequeños amigos: los dolores y los achaques. Desde el garaje Pelopeixe observa a la hijastra y decide que no se parece en nada a Trevor, y no tendría por qué desde un punto de vista extrictamente genético, si embargo, la convivencia suele compartir gestos y manías. Habiendo comenzado tan ardua tarea, no era extraño que se hubiese puesto ropa cómoda y sin embargo sobre aquellos hombros estrechos de niña, una enorme cabellera se recogía sobre la nuca, y un excesivo maquillaje de adulta cubría sus ojos. Nunca había asistido a una imagen semejante, tan excitante y tan merecedora de respeto a la vez. Le hubiese gustado tener una cámara fotográfica cerca para inmortalizar aquel momento. Cruzó algunas palabras con ellas, se presentó como amigo del padrastro y hablaron de Monic la Centolla como si hablaran de un niño dócil y respetuoso con las órdenes de sus mayores, lo que no era en absoluto cierto. No era necesaria una larga conversación para que los dos comprendieran que se habían caído bien. Aquella chica era lo bastante joven para no necesitar demasiadas referencias de sus amigos. Pertenecía a esa clase de jóvenes que convierten la confianza en virtud, una juventud que dominaba el mundo porque estaban siempre en movimiento y aceptaban abiertamente la colaboración y los buenos de sentimientos, incluso de los extraños. Los malos momentos de la vida habían dejado lagunas, me refiero a la separación de sus mayores que la había puesto más de una vez en situaciones de inseguridad y cubierta de incertezas. En algunos jóvenes, a pesar de su fortaleza, sus sueños y sus ilusiones, las que parecen poder con todo, la devastación interior se revelaba en algunos comentarios, desaprobaciones del mundo adulto y resentimiento, pero no parecía ser el caso Srina, sus traumas familiares aún no habían llegado tan hondo. De vuelta a casa intentó resumir qué cosas le habían llamado la atención aquella mañana hasta el punto de sentirse más optimista de lo habitual, no era difícil. Se consideraba una persona abierta pero no demasiado alegre, esa era la verdad, pero confiaba en sus posibilidades y que esa amargura, entre otras cosas, pudiera cambiar. En aquel momento le resultaba difícil reprimir la imagen de la muchacha regando a la perra con la manguera, escurriendo la espuma del champú canino con un enorme esponja de lavar autos, y decidir que si aquella imagen persistía debía ser porque de algún modo tenía fe en sí mismo. De camino a casa, bajo el cielo plomizo de una tarde detenida como la de un domingo, se demoró algún tiempo rodeando calles sin sentido; como si temiera el silencio de la vuelta. Después de haber visto barcos, gaviotas y jóvenes haciendo acrobacias con sus bicicletas, se detuvo en las escaleras de una catedral y se dispuso a fumar sin prisa. Se dijo que no estaba muy animado a asistir al congreso de autos antiguos, entre otras cosas porque debía vestirse con ropas de la época del auto presentado, y nunca antes se había disfrazado por ningún motivo, ni siquiera por alguna fiesta a la que fuera invitado en carnavales. Tal y como sus amigos le habían contado, ellos ya estuvieran allí en otras ocasiones, y todo eran alabanzas y concluir en que sería muy fácil a pesar de tener que estar de pie muchas horas. De acuerdo con las posibilidades que Trevor había calculado, ese año, por ausencia de grandes competidores más que por los grandes méritos que él no podía aportar, era posible que obtuviera algún premio, o como mínimo una mención honorifica. Tal vez debería repensar algunas cosas, y empezar a sopesar la idea de que Srina lo sustituyera sentada en el auto, mientras pasaban todo tipo de curiosos haciendo preguntas, no estaría de más. Posiblemente Trevor y Greta permanecieran de pie fueran del coche, incluso ellos mismos se dedicarían a dar vueltas entre otros coches comparándolo con el suyo. Cuando se había comprometido con Trevor en acompañarlos no conocía la dimensión real del evento y las condiciones de estar representando a uno de los autos. Le había parecido bien entonces, casi le había hecho ilusión, pero a medida que se 7
acercaba el momento todo parecía más y más duro y capaz de fatigarlo sólo de pensar en ello. Lo que no parecía muy justo de todo era intentar implicar a Srina sólo por liberarse de su compromiso, así que debería hablar con ella antes de proponer a Trevor el cambio, o se buscaría problemas. No podía olvidar a su nuevo amigo durante el tiempo que pasara en el hospital, aunque no había pasado allí demasiado tiempo ni había estado sometido a graves dolencias. ¿Era posible que en tan poco tiempo hubiera cambiado hasta sentirse tan diferente? Se afianzaba en hacer positiva su fortaleza y juventud. Parecía como si el enfermo hubiese sido él en su pesimismo. Ahora se sentía plenamente capaz, animaba a su amigo contra su vecino, y si para eso era necesario insultar a aquel al que no conocía de nada, lo hacía. De cualquier forma, nadie podría decir que aún siguiera siendo aquel tipo anodino sin sueños ni proyectos. Había demasiadas cosas en su vida que no podía controlar, pero ninguna de ellas tenía que ver con sus recientes actividades. Los nuevos cambios también servían para hacerle olvidar viejas promesas incumplidas y fracasos de románticas expectativas y cuando le habló a Trevor de eso también se sintió apoyado. En resumen, le complacía cada mañana o cada tarde que pasaba en el garaje con sus nuevos amigos, al menos no le hablaban del trabajo, ni lo asolaban contándoles sus problemas y dolencias. Siempre contaba que sus pacientes eran los mejores, pero Trevor había estado lleno de ideas y ganas de hablar. Tal vez había sido esa verborrea paranoica de coches, carreras y exposiciones lo que le había sacado de la autocompasión. Pelopeixe creía que todos los que trabajan con enfermos, incluidos los médicos, eran hipocondríacos, y si él lo era, había conseguido distraerlo hasta el punto de apenas pensar en su trabajo cuando cerraba su turno. Pero, había algo que le preocupaba más que su salud y eso era el vecino de Trevor. Después de lo último que había conocido de los problemas que creaba, estaba claro que no haría falta más que una chispa para provocar el desastre. Para él nadie debía someterse por miedo, pero el peligro de una discusión podía terminar en graves problemas de salud para el viejo. Ya no se trataba de esperar nuevas provocaciones encubiertas por una habitual normalidad, en el momento menos esperado Trevor podía empezar a dar gritos, a tirar cosas por el aire, y lo que sería peor, que se dejara en evidencia atacando el auto nuevo del otro. En ese caso todos lo condenarían por envidia y mal vecino. Lo veía dirigirse a la valla que separaba las dos propiedades y plantarse como un resentido muchos minutos muertos viendo al otro lado. Seguro de que algún día aquel hombre que se lo hacía pasar tan mal tendría que pagar por su arrogancia. También jugaba en todo aquello la inminente fecha del congreso de automóviles clásicos que parecía moverse sobre el calendario a una velocidad inesperada. No demoraré decir que Pelopeixe se tranquilizó la mañana que llegó a la casa de su amigo y contempló con sus propios ojos como un camión de mudanzas abierto de par en par engullía todos los muebles que unos operarios iban sacando de la casa del vecino. Debo decir que el enfermero conocía que su amigo tenía el corazón delicado y que había temido una discusión que rompiera todos los límites de la cordura pudiera llevarlo a un ataque cardíaco y después por una lenta intervención de las ambulancias, o de aquellos que se demoraran en llamarlas, no le diera tiempo a llegar al hospital con vida. ¿Cómo no ser especialmente sensible a estas cosas cuando asistía cada día a desenlaces fatales que nadie podía esperar ni haber previsto? Empezó a resultar evidente que sus ojos no podían dejar de posarse en del cuerpo de Srina. No lo iba a reconocer, pero buscaba los momentos en que los dos quedaban a solas para hablar con ella. Su conversación empezaba a ser cada vez más atrevida y la muchacha podía notarlo, pero no era la inocente criatura que le había parecido. Debió de pensar mucho en ella en ese tiempo porque empezó a multiplicar sus visitas hasta el garaje hasta el punto de aprovechar los pequeños descansos de una hora, que antes empleaba en hacer pequeños recados, para aparecer por allí. No podía explicar abiertamente a que se debe aquella insistencia si después de todo se lo pasa jugando con Monic la Centolla o hablando con Srina, aunque era posible que todos empezaran a imaginar que se sentía atraído por la joven. Entonces empezó a plantear que ella debía ocupar su lugar dentro del disfraz de conductor clásico, y hablaba sin pasión pero quizás pensaba que era una forma de retenerla por un tiempo, si bien, las fechas se acercaban mucho. Había que escucharlo sin imaginar a donde quería ir a parar, pero todos estuvieron de acuerdo siempre que anduviera cerca el día de la 8
inauguración. Así que todo quedó arreglado, y el que auto recibió algo de pintura en los lugares más afectados por el paso del tiempo, apreció más reluciente que nunca. Aquellos días en que estaba más animado, aprovechando que Greta y Trevor habían salido a comprar cera para el coche, se decidió a pedirle a Srina que lo acompañara a comer. De ninguna manera estaba dispuesto a mostrar su euforia, y cerraba su boca con un gesto de mal humor que estaba muy lejos de la realidad. La melancolía tan habitual en él quedaba muy lejos, todos los dolores que genera el cansancio habían desaparecido. La ligereza de sus piernas le sugerían coger a la chica en brazos y llevarla él mismo sin dejar de correr hasta llegar al restaurante. Al fin llegó el momento y después de un corto paseo (no hizo falta más que una amena conversación para que lo acompañara) estuvieron sentados el uno frente al otro. Estaba tan crecido que en lugar de sentirse como el mediocre enfermero de siempre, si le hubiesen dicho que era un mesías lo hubiese aceptado sin objeciones. Si se hubiese visto llegar en una nube con una túnica blanca y una aureola dorada sobre la coronilla, justo antes de descender por una escalera dorada y sentarse enfrente de la hijastra de su amigo, no se habría extrañado. Había pasado por momentos de ilusión muy parecidos con otras chicas, pero por algún motivo que debía tener que ver con las altas expectativas que ponía en sus relaciones, fallaba, se detenía y esas relaciones no solían durar más de un año. Y que estuviera pensando prematuramente en compromisos era signo de la inmadurez de sus emociones. La miró a través de un vaso alto de cristal con dos flores sin apenas moverse. Intentó ponerse cómodo y se frotó los ojos porque no acababa de creerse lo que estaba haciendo. Pocas mesas ocupadas y no parecía que fuera a llenarse, pero los que estaban hablaban animadamente. Había pedido una botella de vino y olvidó preguntarle lo que quería, fue un acto reflejo y cuando el camarero llegó, sacó el corcho con un ruido obvio y se lo ofreció para que ella lo probara, él debería haber señalado que era muy joven y que quizás quisiera un refresco, pero no lo hizo. Se trataba de uno de esos lugares sencillos donde uno apenas sabe donde dejar su abrigo, con cuatro ventanas cubiertas con visillos y fotos familiares en las paredes. Cuando el camarero se acercó para entregar la carta dejó una cesta de mimbre con pan sobre el mantel de cuadros rojos y blancos. Cuando detenían la mirada sobre el mantel les mareaba, y entonces comprendían que no quedaba más remedio que mirarse y hablar de cosas intrascendentes. Para terminar de apreciar un día en el que todo parecía destinado a salir bien, le hubiese gustado ir a un sitio caro, pero aquel restaurante era acogedor y al que solía ir cuando no comía algo en casa cocinado por el mismo. Los dos empezaban a sentirse cómodos, y mientras tomaban el primer vaso de vino hicieron algunos chistes y se rieron juntos. Al fin, se llenó más de lo esperado y comieron animadamente. Pelopeixe creyó sentir los pies de su amiga jugando con los suyos bajo la mesa en un par de ocasiones, y cuando esto sucedía la miraba y ella se reía nerviosa como si hubiese cometido una travesura. ¿Qué debía esperar de ella? Apenas la conocía y no sabía como tratarla. Le hubiese gustado poder levantar la vista del mantel de cuadros rojos y blancos y observar a alguna camarera exuberante y seguirla con la vista en su enorme espalda mientras se alejaba, pero una vez más su imaginación jugaba con él, porque el camarero era un hombre mayor, con prominente barriga y una calva surcada en horizontal por cuatro pelos grasientos en busca de la oreja opuesta. En realidad, si lo analizamos con frialdad. No había nada de malo en la invitación que un amigo de su padrastro le hacía a la nena. Para los dos representaba la mejor forma de pasar unas cuantas horas ante la ausencia de Trevor. Al principio concibieron aquellos juegos de risas y comentarios jocosos sobre el camarero como la mejor forma de pasar la mañana. Un par de años antes, Srina había empezado a jugar con sus posibilidades para seducir, todas las chicas de su edad lo hacían, y no veía maldad en ello, era una distracción como otra cualquiera. No se podía decir que fuera una de esas muchachas rígidas que si tienen que compartir el asiento de un coche con un chico en un viaje largo, se pasa todo el camino intentando no rozarle ni el brazo ni la pierna; desde luego, ella no tenía ese tipo de problema, de hecho le gustaba que la tocaran. La respuesta se manifestó después de comer porque hacía un día de sol difícil de eludir y Pelopiexe no pude rehusar el deseo de Srina de bajar al parque. Para ella parecía sencillo, no había 9
pensado en otra cosa, En cierto modo lo obligó a sentarse en la hierba, y aquel problema en aparentemente incapaz de resolver fue tomando forma definida. En el futuro, cada vez que se recordara allí sentado en la hierba, mirándola mientras ella intentaba liar un pitillo de marihuana, pensaría que esos eran los buenos momentos del pasado, no había nada que objetar al respecto. Se recordaría en silencio alimentado su miedo a la vejez, poniéndose a la altura del humor de Srina, pero poseído por su profesión y todos los cuerpos enfermos a los que se enfrentaba cada día. Ya no podía acercarse a más, se sentía como si todo se redujera a una tarde de diversión para ella, y no quería ser eso. Le bastaba con un poco de romanticismo de película italiana antigua, y creía que intentaba ser amable y de alguna forma pagarle por haberse fijado en ella e invitarla a comer. A pesar de todo creía que podía seguir tumbado en la hierba, a su lado, sin moverse, indefinidamente, sólo con que ella no se moviera tampoco podría suceder esa quietud. No era la primera vez que le pasaba algo parecido, esa necesidad de tener una chica joven al lado no duraba. Se traicionaba a sí mismo con planes que más que una bendición parecían una venganza. Representaba todas las fantasías de los tipos que aún no son viejos pero que notan sin reparos que han dejado de ser jóvenes. Desde luego no era el mismo de tan sólo un par de años antes, cuando hubiese aceptado cualquier proposición para pasar la noche bailando y riendo. En un futuro en el que no se reconocía completamente evocaría aquella tarde y otros momentos parecidos, ciertamente turbado, echando de menos las locuras que poco a poco vamos dejando de hacer. Entonces, se dijo que los mejores ejemplos de grandes hombres del pasado a los que había recurrido como la estaca de equilibrio necesario, ya no le servían, ya no leía la vieja enciclopedia de los grandes hombres. ¿De donde habría salido aquel libro? Era un regalo de infancia, sin duda, pero no conseguía recordar quién se lo había regalado. De niño quería ser como ellos, conseguir grandes cosas, convertir su vida en un acontecimiento mundial, ¡menudo fraude! Lo cierto es que se conformaba con estar media hora más dormitando y viendo patos entrar y salir de un lago insano. En un momento tomó un par de calmantes que llevaba en el bolsillo y todo empezó a moverse con un desplazamiento cósmico. Srine le preguntó qué era aquello que se había metido en la boca, y la engañó diciéndole que se trataba de pastillas para la digestión porque tenía un problema de estómago. Pero ella notó que se quedaba ensimismado, sonriendo con un tono de estupidez y sin gana para contestar a sus preguntas, así que lo dejó con sus remordimientos, se levantó y sin apenas despedirse se fue alejando para volver al garaje de Trevor.
3 Sin Suelo Contra Sí Mismo Salvo algún que otro momento excitante a la hora dela comida, o algún viaje para sacar fotos de turista, la tarde que pasó con Srina era su recuerdo más notable de aquel año. Tardó algún tiempo en volver por el garaje, Trevor lo llamó por teléfono y se inventó algunas excusas que tenían que ver con su trabajo. Pasó más o menos un mes, el tiempo suficiente para establecer distancia, y un día apareció por allí. No había mucho interés en conocer demasiadas cosas sobre sus ocupaciones, y si había decidido hacer sus visitas más esporádicas, incluso, si había decidido ir desapareciendo, nadie le iba a preguntar al respecto. Solamente los buenos amigo comprenden esto, no se precisan excusas cuando la vida nos estrecha su lazo, cuando cierra todas nuestras expectativas y ya sólo nos 10
dedicamos a superar el día a día. Le llevó a Trevor una caja de herramientas de automóvil que había visto en una tienda de ese tipo de productos a buen precio, y que según le había dicho el dependiente, con aquellas llaves no quedaría un tornillo ni una tuerca en el coche que no se pudiera mover. Antes de decidir pasar aquel día por el garaje, se preguntó si deseaba volver a ver a Srina, y la respuesta era que sí, que estaba rabiando por verla, aunque no se atreviera a dirigir una sola mirada sus ojos sin sentirse avergonzado. Solamente cuando se percató de que no andaba por allí, y que la presencia de Monic la Centolla enredando en lugar de estar a su lado, supuso que no andaba cerca y se atrevió a preguntar por ella. Trevor le dijo que había vuelto con su madre pero que volvería para asistir al congreso del automóvil. Era el final del verano y nadie podía hacer nada contra los cambios que suponía. Pelopeixe se sumaba a esa energía que lo revolucionaba todo a su paso. No hacía tanto que lo habían cambiado de destino en el trabajo y ya no estaba a diario con ancianos a punto de expirar. Había estado ocupado, y eso lo había tenido distraído, pero había sido premeditado no pensar en Srina, cada vez que sus pensamientos lo llevaban a ella, buscaba algún tipo de ocupación. Había recibido unas visitas de antiguas amigas que no esperaba, y le habían propuesto hacer un viaje a Perú. Eso estaba muy lejos, y el programa era para más de un año, tendría que pedir una excedencia en el trabajo, así que les dijo que lo pensaría. Trevor lo había llamado por teléfono más o menos por esa época, y le había hecho recapacitar sobre lo radical que había sido al cortar sus visitas, por eso decidió ir hasta su casa aquella mañana, Trevor le pidió que volviera el domingo a primera hora y así lo hizo. Salieron a dar una vuelta en el coche, lo que era un gesto de confianza que no esperaba; Trevor no solía mover el coche más que en ocasiones especiales, o los domingos por la mañana a primera hora, apenas con la primera luz del día, que se daba una vuelta por la ciudad con las calles vacías. Era acerca de lo que quería decir en su conversación lo que tenía a Pelopeixe pensativo y a Trevor hablando como nunca lo había hecho. Se daba en su discurso como si tuviera una segunda interpretación nada fácil de extraer. Supuso tres o cuatro cosas que creía que podía intentar decir, y cada una de ellas fue rechazada mientras seguía escuchando. Le hablaba de lo que necesitaba y de que la familia era un santuario, pero que él no había tenido suerte. Al montar en e auto, no podía imaginar que Trevor llevara tantas cosas en la cabeza y que pudiera comunicarlas con un tono tan afectivo y bondadoso, como si se lo debiera. No atinaba a imaginar que parte de sus últimas visitas había creado aquella reacción en el anciano, o si había sido el espaciamiento de sus visitas y la suposición de que se estaba distanciando para siempre, lo que no iba mal pensado. De cualquier modo sabía que aquel discurso podía no tener la repercusión esperada, ni influir en su vida en absoluto, pero no lo olvidaría nunca. La conducción del auto se producía lenta, pero llamaba la atención lo estético y seguro que parecía, incapaz de disputar un semáforo en una hora punta, pero dueño de la calle un domingo madrugador. No se conocían desde hacía mucho tiempo, no habían pasado por grandes experiencias y aventuras que los pusieran a prueba, apenas sabían suficiente el uno del otro, y la reserva que se tiene con los amigos recientes cuando, por ejemplo, se intenta hacer visitas cortas para no molestar, esa reserva persistía, y a pesar de todo se hablaban con una franqueza difícil de encontrar en nuestros tiempos y que sólo deseaba ayudar, aliviar el peso de otras vidas que no podían sentir ajenas. Pelopeixe, a pesar de todo lo expuesto, y además de todo lo demás, podía notar en el tono de su voz una amabilidad sincera. A ambos lados, con aquella luz dulzona del amanecer, veía pasar lentamente los árboles del paseo, acompañados de asientos de piedra semicirculares clavados en sus raíces, que ocupaban su mente intentando escapar de ideas absurdas acerca de la posibilidad de cambiar de vida. Trevor gozaba moviendo sus manos sobre el volante, parecía una experiencia mística para él: cambiar de marcha, volver a colocar el espejo retrovisor, bajar el volumen de la radio, todo se trataba de gesto lentos y estudiados, mil veces repetidos, sobreactuados, carentes de cualquier magia, y, sin embargo, estaba disfrutando. Pelopixe creía saber lo suficiente de la vida para rechazar cualquier consejo. Había pasado por tanto como tantos otros, y suficiente para tomar las decisiones sin ayuda de nadie. Tal y 11
como él lo veía, no se trataba de un estúpido orgullo -eso le habían dicho que podía ser-, tenía su propia teoría al respecto. Los hombres, según creía, cada uno de ellos tenía realidades y posiciones diferentes, experiencias diferentes y necesidades diferentes, y era ridículo andar pasándose soluciones los unos a los otros. Aún así valoraba la buena intención de su amigo. Dado que su estado anímico se veía ampliamente cubierto por sus miedos, y como parecía que todos los que lo rodeaban estaban pendientes de hasta el mínimo detalle de sus carencias, se dijo que nunca hubiese sido un buen jugador de póquer. En la medida que el descubrimiento le parecía interesante enseguida lo relacionó con Srina y la pobre impresión que debió llevarse de él. Por otra parte, a muchos de sus amigos les parecería repugnante que se dedicara a tontear con una muchacha a la que le doblaba la edad. Y se abandonaba a tan atroces y nuevas reflexiones a las que lo habían llevado los consejos del viejo. Estaba claro, todos lo consideraban indeciso y solitario por su incapacidad de asumir compromisos; no podía ser de otra forma. Ni siquiera estaba convencido de que pudiera pasar por el congreso ni de visita, pero un compromiso era un compromiso, o debía serlo. Conocía la importancia que le daban sus amigos a ese evento, ya no quedaba mucho tiempo y debía tomar una decisión, aunque todo anunciaba que esperaría al último minuto para estar o no en aquel lugar. Recordó que Srina le había pedido que fuera, y ese tenía que ser un motivo para no ir. Era de ese tipo de personas que eluden sus crisis volcándose en el trabajo, y en otras ocasiones le había servido de punto de estabilidad. A veces en su día libre le gustaba pasar por el bar de la empresa y tomar algo allí con los compañeros, y le hubiese resultado fácil cambiar algunas fechas y horarios buscando una excusa para aquellos días, pero eso no era lo que se esperaba de él, ni lo que él podía esperar de sí mismo; no solía echar mano de trucos de presencia tan débil. No podía despedirse de Trevor sin dejar de pensar en su vejez, en sus accidentes de coche y en sus enfrentamientos con un nuevo vecino, al que tendría que acostumbrarse porque, como suele suceder, hacen bueno al que se va. Lo veía sometido a cualquier accidente casero del que Greta no supiera ponerlo a salvo, y finalmente lo veía en una habitación blanca sobre una mesa de aluminio mientras lavaban su cuerpo, viejo, deforme y tieso como si lo hubiesen congelado. Quisiera que las cosas no fueran así, que no hubiera que temer constantemente a la muerte y a los accidentes, pero su trabajo estaba tan cerca de tantas mutilaciones, enfermedades inesperadas y sueños terminales, que cada vez que se había separado de alguien en su vida temía que en poco tiempo le dieran la noticia de un accidente o una enfermedad en la que él ya no pintaba nada. Para Pelopiexe, no había nada más sublime que los seres capaces de comprometerse “hasta las cejas”, a cualquier precio, dispuestos a salvar todos los muros. La potencialidad de personas así era desconocida y digna del reconocimiento de los otros, de los cobardes como él, huyendo, salvándose, eludiendo salir a escena, ser protagonista y aguantar el dolor de su pérdida más querida mientras el mundo sigue dando vueltas a su alrededor. Algunos pensaban que su actitud era conmovedora, que respondía a una niñez no superada, pero no deseaba ir a un psicólogo para que le dijera eso. Sí, la imagen del cuerpo de Trevor sobre la mesa de aluminio convertido en un trozo de carne limpia, recién lavada, justo antes de una autopsia, era una demostración más de su carácter, tan sólo comprometido con los enfermos o con los muertos, con los que no necesitan códigos, los que ya no necesitan hacer vida social ni enfadarse con su vecino porque se ha comprado un coche nuevo. No más ceremonias, ni bodas ni bautizos, no tenía motivos para celebrar nada. La asociación de coches antiguos tenía una oficina no muy lejos de su casa, lo que era realmente sorprendente. Hasta donde pudo averiguar se encargaban de contratar el palacio de congresos, que les salía casi gratis porque andaba el alcalde por medio. Había conocido otras personas que gustaban de coches antiguos en el pasado, pero no sabía que existiera aquella oficina hasta que el lunes se dirigió hasta allí para obtener un poco de información. Durante todos aquello años había visto reseñas en las noticias de la tele y había pensado que todo aquello lo organizaban desde el extranjero, que se trataba de una exposición itinerante a la que se sumaban autos locales, y en parte así era. En aquella ocasión conoció al señor Pendermer, del que había oído hablar a Trevor y su 12
actitud, es justo reconocerlo, no fue del todo desagradable. Le dirigió una mirada de cansancio en cuanto lo vio entrar por la puerta, y después de preguntarle que deseaba le dio todo tipo de referencias y algunos trípticos de propaganda del evento. Dudaba que aquello avivara su interés por aquellos aventureros de la rehabilitación de lo viejo, pero se conformó y decidió que si no iba en aquella ocasión a ver como Trevor triunfaba en el apartado de “rehabilitación sin retoques”, ya no lo haría nunca. Compró un par de entradas y le preguntó si llegado el momento podría quitar fotos dentro del recinto, a lo que Pendermer respondió que estaba permitido el uso de cámaras de todo tipo, y que opinaban que cualquier reportaje en una revista, por pequeña que fuera, ayudaría a la difusión del mundo de los coches clásicos. Pelopixe respondió que no se trataba de una revista pero que le quedarían unas bonitas fotos de recuerdo. Después resultó que Pendermer conocía a Trevor y la conversación e tornó más amable. Hablaron de la cuestión estética, y de que los beneficios no animaban a realizarla cada año, pero lo volvían a hacer porque sólo el arte compensaba tanto trabajo. No era agradable no tener ni una reseña en las cadenas generalistas, pero con eso y todo, nadie podría sacarle la satisfacción glamurosa de los asistentes. Y así, concentrándose en esa conversación y otras que iban surgiendo colateralmente, Pendermer le pidió que lo acompañara uno de aquellos días para ver como marchaban las labores de acondicionamiento de la nave que acogería los stands sobre los que se colocarían los coches. Dijo que sí casi inmediatamente y se llenó de optimismo hasta que unos días después estuvo en aquel lugar en obras, cubierto de polvo, de operarios moviendo y clavando moquetas, y carpinteros montando rampas y escaleras. Considerar a Pendermer una persona servicial sobrepasaba cualquier expectativa, tampoco se podía decir que fuera un hombre capaz de amistades instantáneas, y puesto que su amabilidad en todo lo relacionado con su trabajo era indudable, Pelopeixe supuso que el ego jugaba algo en su visita. Era como un político presumiendo de la marcha de una obra descomunal, a la que pronto tendría que acudir vestido de gala para inaugurarla. Pasaban entre los trabajadores mientras el anfitrión le hacía consideraciones técnicas de tal o cual cosa, y es verdad que algunos hombres se sienten en sus trabajos como Napoleón debía sentirse entre su tropas, adulados, consentidos, admirados, reconocidos, importantes e incapaces de huir de esa cárcel, compelidos al éxito, pero sobre todo disfrutando cada día de haberse enamorado de si mismos. Pelopeixe, a pesar de todo, no se sintió impaciente, aunque sí algo cansado después de un par de vueltas por las monumentales instalaciones. Como si lo hubiese notado, Pendermer propuso tomar algo en la cafetería anexa, y en ese momento confesó que él también tenía un coche clásico, un Alfa Romeo Carabo, y que eso era como viajar al futuro volviendo al pasado sin haber pasado por su época, como si nunca hubiese existido. Cuando aquella generación que no conoció guerra y que soportó las crisis sin renunciar a sus sueños, encontró que ponía sus afinidades en nuevas formas de sentir lo que era bello y lo que no, no supieron desproveerse también de sus ambiciones. Bajo ese punto de vista no era fácil encontrar seres afines para los que conservaban la sensibilidad como prioritaria, ante la destrucción de las viejas ideas de la integridad familiar. Trevor le había aconsejado que formara una familia, pero el mundo empezaba a funcionar superando las antiguas angustias de los que creen que es natural aspirar a llegar a viejos, y hacerlo en esa integridad, parte indisoluble y núcleo, resistencia ante la idea que algunos han puesto de moda, acerca de que nos enfrentamos solos a la muerte, en una residencia de ancianos, en un hospital o reconfortados por el aliento familiar. Todo se reducía para él, a un deambular, a pasar de una afición a otra, a conocer gente, y a dejar que el tiempo se consumiera sin prisa, pero los fundamentos de su fe en la familia no tenían la dimensión necesaria para asumir semejante reto. Sus padres le habían enseñado a no despreciar ni la ayuda ni la compañía de extraños, y se complacían en sus avances cuando comprobaban que su hijo confiaba en la gente sin recibir a cambio grandes decepciones. Lo mismo hubiese sucedido, posiblemente, si ni siquiera esa educación hubiese existido porque su naturaleza parecía inclinarlo a conocer gente, a hablar con desconocidos y a aceptar que podía ayudar en empresas ajenas por un tiempo. En lo tocante a su 13
incapacidad para pertenecer a grupos de amigos de forma permanente, o la aceptación de gente mayor en periodos cortos de diferentes actividades, tal vez deberíamos llegar a a conclusión que era una modelo que se salía de la norma, uno de los tipos humanos difíciles de catalogar. Dada la escurridiza relación que mantenía por cortos periodos de tiempo y las amistades que iniciaba sin continuidad, era de esperar que no volviera a ver a Pendermer después de ver y darse un paseo en su Alfa Romeo. No se trataba de que no apreciara los gestos y las invitaciones que le ofrecían, era su forma de enfrentarse a sus antiguas obsesiones. Pelopeixe no podía achacar su pesimismo a las reacciones de otros. Srina acudió como había prometido al encuentro anual de coches antiguos, pero esta vez lo hizo acompañada de un joven rockero, que se mantenía a cierta distancia mientras ella se subía al stand y se apoyaba en el capó con su ropa años veinte. La conclusión a la que llegó el enfermero en su habitual falta de esperanzas y optimismo, fue que estaba de más allí. Los había visto entrar juntos y pararse en el ropero para besarse, y eso había sido suficiente para pensar que debía salir de allí, lo que hubiese hecho si Pendermer no lo hubiese visto y no se hubiese acercado para saludarlo, Después aparecieron Trevor y Gloria y se sumaron a la reunión. Nada era tan grave, después de todo Srina estaba seductora con aquella ropa charleston que habían encontrado en una casa de empeños. Tampoco podía haber esperado que en cuanto lo viera saliera corriendo para darle dos besos de amistad infinita en sus blancas y fofas mejillas. Lo cual lo llevaba de nuevo a plantearse dar una vuelta entre el público para mirar otros coches y abandonar el lugar discretamente. Algunos meses después supo que Trevor, por una carta que éste le mandó, no había ganado en ninguna de las disciplinas, ni si quiera en la de “auto en mejor mantenimiento” y que tampoco le habían dado una mención especial por su insistencia que era lo menos que podían haber hecho si contaban con él para próximas citas. De cualquier forma el viejo no se desanimaba, al parecer estaba pensando en vender su viejo Ford, y comprar algo más asequible a su bolsillo. Una idea loca, según le habían dicho algunos de los mecánicos que frecuentaba para sus arreglos. En realidad, no importaba tanto un coche u otro, o al menos el así lo creía, porque lo que le gustaba era todo lo que se desprendía alrededor, la dedicación y las aspiraciones que le hacía albergar en forma de sueño con diploma. Nada es más tranquilizador que tener aspiraciones, eso convencía a Trevor de que aún tenía fuerzas para seguir “en el juego”.
4 Acerca De Un Admirable Subsistir Se pertenecían como se pertenecen las ideas, apoyándose o incapaces de encajar, pero incrédulos y hastiados como las palabras de un discurso. No se entusiasmaban con cada nueva carta, ni se tenían como enamorados sin conciencia, pero a ratos y de permiso, se les veía juntos. Y cuando se consolaban no hablaban de la guerra sino del futuro, porque para él, la guerra había sido cosa de apenas unos meses y unos cuantos tiros antes del armisticio. “Llego tarde a todo”, solía decir a su vuelta. La madre de Srina tenía la costumbre de entrar en su habitación como un inesperado vendaval, y hasta para decirle alguna cosa sin importancia, hacía eso. Lo habían hablado alguna vez, pero no se daba por enterada, o tal vez, entraba en un estado de confusión difícil de entender para los que tenían facilidad de comunicación y no sólo hablaban, sino que también escuchaban. Así conoció a Raamírez, abrió la puerta de golpe y allí estaba aquel chico, con su uniforme militar y un macuto que debía pesar más que él, al pie de la silla en la que se encontraba sentado. No dijo nada al 14
principio, hizo como que se le había olvidado el motivo de entrar de aquella manera tan ruda, y después saludó al chico con unas palabras acerca de lo horrible de la guerra y salió disparada para el trabajo. A primera vista, la madre de Srina, complacía, en principio, a los que gustaban de ver fuertes complexiones, cuerpos magros pero contenidos, el cuerpo de una mujer enérgica y carnosa como parte de cualquier otro merecido reconocimiento. No parecía capaz de exagerar en eso, era, en todo, una exquisita naturalidad de formas y gestos, porque dejarse llevar con moderación por los apetitos y todo lo que se derivaba de tal actitud en la vida, sólo podía verse como virtud. Si sabía que no era del tipo de persona y cuerpo que pasaba desapercibido, entonces tenía que vivir en la contención, porque nadie en su sano juicio aceptaría más que llenarse de orgullo de la sorpresa generada a su paso. Era decidida y capaz, pero también inteligente. De lo último que recordarían de ella sería acerca de esa combinación de inteligencia sometida a la energía que generaba tanta atracción en hombres y mujeres, y de la sencillez con que lo asumía. Insistía la madre en convencerla de evitarse males mayores, e intentaba explicar con ejemplos y detalles que el mundo era cruel, y que tal y como parecía, a ella no le había ido demasiado bien. La vida, según ella, no daba oportunidades pero ofrecía desafíos a cada momento, y añadía que los jóvenes podían equivocarse porque disponían de tiempo de rectificar, pero ella ya no. Debía intentar convencerla de no ponérselo fácil a la vida, que tal y como se le iban a poner las cosas todo tendía a empeorar con el tiempo y los caminos se cerraban para los pusilánimes. La vida es un abuso, decía consternada, los malos tiempos siempre llegan hasta para los que nadan en la abundancia. Y cada vez que repetía su discurso ponía dos ejemplos cinematográficos, dos de sus películas favoritas, “Esplendo en la hierba” y “La gata sobre el tejado de zinc”. Había algo en aquellas películas con las que pretendía ilustrar su discurso, y tal vez fueran los padres fracasados cuando se creían en la cima de su éxito. Y ese resentimiento femenino también se manifestaba contra el patriarcado, a pesar de que Srina no se lo tomaba demasiado en serio. “No dependas de nadie”, y añadía, “la vida te va a pedir cuentas, aprovecha el tiempo”. Después la muchacha salía corriendo, y la emprendía con Raamírez que no comprendía su enfado. Lo insultaba, todo lo que hiciera o dijera le parecía mal, y se sentía traicionada, y sólo se calmaba cuando al final le confesaba, “mi madre odia a los hombres”. Eve cantaba en el coro de la iglesia y se tomaba los ensayos muy en serio. Tal y como Srina lo veía, después de tanta dedicación debería haber despuntado como una excelente voz hacía algún tiempo, sin embargo, ella se mantenía entre las otras voces sin ningún interés por destacar. No resultaba tan relevante su excelente voz como su imagen desbordante, eso estaba claro, pero su forma de ser la hacía conducirse como si no se enterarse de algunas cosas le pudieran parecer más o menos vulgares, así que no solía ponerse condiciones al arreglarse sólo porque hubiese notado algunas miradas de más ese día. El comandante Jeremita tenía buen oído para las voces nuevas y se permitía hacerle sugerencias a Jones, el director del coro acerca de tal o cual voz, que ocasionaba algún disturbio en tal o cual parte de según que pieza. Y además de buen oído tenía una vista excelente a pesar de sus años, lo que lo llevaba a acercase para charlar e invitar a Eve siempre que podía. Cada vez que él encontraba que alguna voz no funcionaba conforme a lo esperaba iba corriendo a contárselo al director, y ya de paso que subía al lugar desde donde se ejercitaban, aprovechaba para continuar sus comentarios con la madre de Srina. Durante aquel tiempo de juventud, Srina tenía mucho tiempo libre, no sólo por su rechazo a los estudios, a tomárselos en serio y dedicarle la atención necesaria, sino también por las muchas ocupaciones de su madre que parecía confiar lo suficiente en ella para dejarla sola en casa durante muchas horas. En el límite de sus fuerzas las distracciones llegaban cuando salía de aquellas cuatro paredes de su cuarto. El número de jóvenes que se interesaban por ella, además de Raamírez, era limitado, y ninguno la atraía demasiado, por su constitución, demasiado obesos o demasiado flacos, de pieles desiguales, abruptas, aceitosas, cubiertas de granos o sudorosas. Y a pesar de todo el interés 15
mostrado, de la dulzura y alegría que pretendían obsequiar, esa misma gratuidad, aquellas incipientes barbas mal afeitadas y aquellos pelos cubiertos de grasa, la ponían a la defensiva. En ocasiones, en la soledad de su habitación la había atacado una dulzura melancólica hasta hacerlo llorar, y eso no era propio de ella siempre dura y áspera como un zarzal. Había que estar muy en el límite de la atracción física, para tener la paciencia que Raamírez tenía con ella. Para reconocerle algún valor añadido, además de la insensible fuerza que ponía en rechazar a los pocos chicos que se interesaban por ella. Tal vez, la magia que lo cautivaba tenía que ver con ese rechazo que sabía que en cualquier momento podía llegar, sin percibir más distancia que la que la contracción de sus pupilas le permitía. Nadie debería asombrarse ya de que existan este tipo de jóvenes en los que reside un atractivo tan sólo sostenido por sus rechazos. No disimulaba ni intentaba ningún tipo de comprensión ni moderación, todo lo que le molestaba estaba en guerra con sus entrañas, y solía decir, “no soporto esto” o “no soporto aquello”, y creer que eso la mantenía pura frente a un mundo que había hecho demasiadas concesiones a la impureza. Y, debemos decirlo, las aproximaciones sexuales eran para ella tan transitorias que necesitaba lavarse a fondo después de cada uno de aquellos roces y penetraciones. Eve desconocía por completo estos extremos acerca de la íntima naturaleza de la piel y la carne de su hija, y, al menos lo parecía, prefería que todo siguiera siendo así. Pero no debemos pensar que todos fuimos una vez así, cada uno lo sabe, nuestras posibilidades de entregarnos al estremecimiento sensual, nuestras exploraciones y aprendizajes ha sido posiblemente diferente del de Srina, y también diferentes de todos los demás. ¿Por qué no pensar en vidas diferenciadas como lo son cada una de las facciones de nuestra cara? Después de todo, las historias se construyen basándose en estas diferencias, a veces sorprendentes y a veces nos resultan familiares, pero no iguales. Y cuando Srina hiere a sus admiradores con su indiferencia, con su gesto duro y, cuando se expone en el límite de la crueldad, con sus desprecios, lo hace con una habilidad diferente a otras chicas que se sienten igual de molestas con el mundo y el rol que les dedica. Los temores de Eve eran fundados e iban dirigidos en lo que se refería a las travesuras de su hija, si así las queremos llamar. Srina, si bien tenía unos horarios irregulares, guardaba las formas y no se ausentaba de noche de la casa, eso complacía a su madre que a pesar de todos los quebraderos de cabeza que le daba, la seguía considerando una chica responsable. Esto unido a que la acompañaba los domingos al servicio religioso era suficiente para seguir permitiendo aquella vida de aparente estudio, pero que en realidad iba perdiendo sentido. En el fondo de sus pensamientos, Srina no quería hacer daño a nadie, no pretendía hacer lo que no debiera o desafiar la forma de vida en la que había crecido, sus reacciones eran por pura asfixia y en eso tampoco era tan diferente a las otras chicas. Pertenecía pues a una generación de padres que harían cualquier cosa por sus hijos, y que creían que luchar hasta la extenuación por ellos los convertía en mejores personas. Eve creía que era su obligación mantener su trabajo como cocinera en el restaurante en el que trabajaba, el mejor de de sus destinos laborales de los últimos años, y eso la hacía esforzarse al máximo y ser competitiva. ¿Qué podía saber su hija de todos los desvelos que le había provocado desde que naciera? De la última época en que sus padres vivieran juntos, a pesar de las discusiones, guardaba algunos recuerdos agradables. Recuerdos sobre que con el tiempo iban perdiendo el sentido que les había querido dar. Eve durante años intentó convencerla de que lo tenía idealizado, y de que los hombres no siempre tienen motivos admirables para comportarse con un mínimo de responsabilidad. Él había trabajado mucho para darles una posición, de hecho apenas lo veían porque pasaba más tiempo en la oficina que en su propia casa y eso no era tan admirable como parecía. Había logrado darle a su familia “una posición” y Srina por aquel tiempo se había sentido elevada por encima de sus compañeras de clase. Entonces no era nada más que una niña de séis o siete años, pero ya era capaz de entender esas cosas. El desafío de Eve había estado en convencer a Srina de que los desvelos de su padre no habían sido motivados por su familia, y que eso había quedado demostrado cuando las abandonó, sino que, todo aquel monumental esfuerzo había consistido en demostrarse sí 16
mismo y al mundo de que era capaz de afrontar empresas de forma que otros no podían ni imaginar. Estuvieron juntos disfrutando de aquella “posición” durante unos años en los que compraron una casa, un coche caro y salieron de vacaciones a los sitios más caros, y Eve empezó a sospechar que existía una forma de megalomanía asequible a los dedicados y esforzados trabajadores. Ella lo acompañaba en sus delirios y él fumaba puros, se compraba ropa elegante y hablaba como un emperador capaz de las más grandes conquistas. Tal vez nunca antes lo había escuchado, pero cuando él empezó a hablar de sus proyectos, de sus sueños de grandeza y de sus aspiraciones multinacionales, Eve comprendió que no había sitio para ellas en ese maremagnum de ilusiones desbordadas ni en su corazón. Srina algunos años más tarde, al fin entendió a lo que se refería su madre, y por qué la separación se había producido en los términos de totalidad que a él y a su orgullo le llevaron a no volver a verlas jamás. Srina lo había pasado muy mal, durante los primeros años había creído que nadie podía ponerse en su piel y sufrir como ella lo había hecho. Pero salió adelante, aprendió a mentir y a hacer como que nada le importaba, cuando en realidad no hacía otra cosa que representar el papel más brillante al que jamás una actriz se haya enfrentado. Otras compañeras suyas tenían otro tipo de problemas la mayoría tenían que ver con sus miedos a las primeras relaciones amorosas y sus derivadas, el enfrentamiento con sus padre, el desamor, los embarazos no deseados..., pero Srina no solía hablar de ese tipo de cosas porque lo que le preocupaba era volver a casa con el vacío que provocara la huida de su padre, sentarse frente a su madre y sentirse como dos mujeres tristes y rechazadas. Había también en la reacción de familia rota a dos, un encierro de palabras, una abundancia de silencios que le conferían una nueva personalidad. El énfasis que las chicas con problemas ponen en los silencios lo deben de interpretar como una forma de castigar al mundo, sin embargo, Eve aprendió a convivir con ese bajo nivel de comunicación, y hasta podríamos decir que apreciaba aquella casa malamente habitada con ruidos de aparatos pero pocas voces. Raamírez le dijo que se iba al otro lado del mundo un día antes de partir. Por lo que sabemos, debido a la falta de confianza que le merece su relación con Srina no lo hizo antes. Algunas discusiones se habían producido el último mes, y no sabía si el hilo que aún los mantenía en comunicación soportaría una noticia semejante, así que decidió sorprenderla a “toro pasado”. Comunicar algo de este modo, ejerce la fuerza de lo inevitable y predispone al que escucha hacía la comprensión y la aceptación. Algunos creerán que hacer así las cosas era la mejor forma de pegarle un tiro de gracia a lo que quedaba de su relación, pero Raamírez creyó que era la mejor forma de evitar una nueva discusión, aunque se pasó todo el viaje en el barco hacia tierras extrañas pensando en ello, y más preocupado por lo que dejaba atrás que por lo que se iba a encontrar cuando desembarcara. No debemos darle más vueltas a la forma de actuar de Raamírez, ni traer a cuenta nuevas interpretaciones de sus carencias emocionales o de sus delirios, porque simplemente a veces actuaba por impulsos y sin conocer sus motivos. En relación de los motivos que lo llevaron a enrolarse, baste decir que no todos ellos tuvieron un origen en su necesidad de tomar distancia con todo lo que en su vida se desmoronaba. Tal vez, en su forma de entender el patriotismo estaba empujándo el miedo a quedarse atrás, a no decidir a tiempo y parecer un cobarde, pero eso tampoco lo sabremos. En ausencia del chico Srina disponía de mucho más tiempo y eso llegó a preocupar a su madre, que en ese momento intentó convencerla para que hiciera algunas tareas en casa y algunos recados fuera de ella. Pero los sueños de Srina estaban tan lejos de todo eso como de la posibilidad de cumplirlos algún día, y si sus caprichos la hacían un día intentar aprender a tocar el piano, renunciaba en pocos días, al poco tiempo la hacían ponerse ropa de su abuela y pasearse como una actriz por las cafés alrededor del teatro, donde los actores solían tomar un reconstituyente después de actuar. Todos esos cambios significaban algo, pero, de forma más específica, lo de pasearse afectadamente como los actores era casi tan poco enriquecedor como la forma en la que se lucían los burgueses. Intentar parecer lo que no se es, es ese punto donde empiezan nuestros sueños y sólo prescindiendo de toda presunción y poniéndose manos a la obra podremos mantenerlos. Creo que está demasiado extendida la creencia de superioridad de que, los que no aspiran a un estatus 17
superior son unos fracasados, y por eso son tantos los que viven por encima de sus posibilidades, los que lo hacen de las apariencias o los que se creen señoritos sinceramente y se comportan como patéticos aspirantes a la nada. Como suele suceder en estos casos, la falta de previsión de Eve la llevó aceptar ser cortejada por otros hombres algún tiempo después de su divorcio. No había pensado que entrar en otra relación estuviera a su alcance, así que salía ocasionalmente con hombres sin compromisos y de intachable trayectoria, con el único fin de pasar el rato. No se fiaba de ninguno de ellos, pero al menos se conocía a sí misma, sabía que soportaría la presión, y eso era suficiente. Quería al menos disfrutar de los años que le quedaban de madurez independiente sin encerrarse en casa, sin dejar de saber lo que hacía la gente que se divertía los fines de semana y cuales eran sus costumbres y sus conversaciones, lo que hasta ese momento había sido un misterio para ella acostumbrada a una vida más familiar. En eso, su hija fue mucho más comprensiva de lo que había imaginado, y llegó a la conclusión de que también le agradaba la idea de que algún sábado por la noche quedara la casa sólo para ella. Pero apenas un año después supo que su madre se había prometido con un hombre mucho mayor, y eso ya no le gustó tanto, aunque debemos ser justos con ella y decir que todas reticencias se desvanecieron cuando conoció a Trevor, porque le pareció muy adecuado para su madre y porque era el tipo de persona que encajaba perfectamente en sus vidas.
5 Falsa Sensación De Seguridad Antes de instalarse su nueva casa, Eve quiso saber que iban a estar cómodas y vivir con la necesaria libertad a pesar de la entrega que supone cada nuevo compromiso. Apenas habían transcurrido unos meses de su estancia en la casa de Trevor que las dos empezaron a echar de menos pequeñas cosas y caras de su viejo barrio. Lo cierto es que se habían dado tanta prisa en mudarse que apenas nadie lo notó hasta que las echaron en falta y eso debió suceder bastante tiempo después. Los cambios que tuvo que hacer Trevor para instalarlas le parecieron de lo más natural y adecuado, y no le molestó en absoluto que Eve pareciera tener tan claro lo que quería. Poco a poco, la relación iba ganando en confianza, e incluso le compró un perro labrador a su hijastra (en realidad era una perra y la llamaron Monique); eso contribuyó a que se sintiera más cómoda, pero Trevor fue la única relación de su madre con la que nunca se sintió a disgusto, y también la única con la que se siguió relacionando incluso cuando pasados unos años la pareja decidió separa sus destinos. Concluyendo, con la opinión que su madre tenía de los hombres vivir con Trevor fue una oportunidad para cambiar algunos patrones de pensamiento muy incómodos para la hija y que no deseaba heredar. Para ella, que necesitaba un margen en el que poder escribir sus sueños, todos los misterios podían ser reconocidos, o al menos desinflados de puro desinterés. Todo el mundo hace planes, pero la juventud lo necesita como se necesita el agua para la vida. La vitalidad que en ellos se manifiesta con la efusión volcánica de dolores y aspiraciones, llevan consigo la necesidad de poder probarse que merecen todo el interés que reclaman. La mudanza se realizó en tiempo record, con eficacia y 18
sin pensar que podía no ser definitiva. Todos ayudaron y se daban aliento como hacen los equipos del deporte nacional en la televisión. Faltó poco para que Trevor renunciara al equipo contratado y los mandara con su furgoneta de vuelta antes de tiempo y antes de terminar el trabajo. También descubrieron lo fisgones que pueden ser algunos vecinos, o al menos para Srina era un descubrimiento; los adultos ya conocen estos extremos de la inquietud humana. Desde la casa de al lado los miraban descargar sus cosas sin perder detalle y eso le pareció que era entrar en su intimidad porque hubo algo de descaro en aquella posición detrás de un muro infranqueable, de comidillas y comentarios. Trevor les espetó que no se trataba de un pase de modelos y el vecino más próximo, ofendido y indefenso. al fin, se metió para dentro de su casa y echo la persiana de la ventana que daba al patio. Como las mudanzas no son una condición menor, o lo van a ser, en la convivencia que debe armonizar costumbres. Posiblemente aquellos vecinos hubiesen buscado todo tipo de informes, hubiesen intentado acudir al vecindario del que procedían aquellas personas, e incluso, según creían, deberían exigir un certificado de buena conducta para mudarse a un barrio tan selectivo. Pero, después de todo la mudanza lo era sólo en parte y deberíamos mejor llamarle acoplamiento, porque Trevor, el propietario de la vivienda no se iba, seguiría viviendo allí para establecer que nada cambiaría tanto, y eso lo cambiaba todo. En tales circunstancia se acababan las exigencias vecinales, y si alguien tenía alguna crítica que hacer, también se la harían a él, y por eso algunos tuvieron que morderse la lengua y acudir para dar la bienvenida algunos días después, armados de flores y pasteles. La acogida estaba servida y eso tampoco lo olvidaría Srina en el futuro, lo que se uniría a otros buenos recuerdos que guardaría de Trevor. Aquella fue una etapa sin sobresaltos, eso también debía atribuirlo al carácter de Trevor, que se ponía nervioso con facilidad con asuntos de tráfico, pero a ellas las consentía mucho. Por la calidad de sus recuerdos, sabía que además de todo lo bueno que les ofreció, a ella le ayudó a pensar sin exagerar, lo que, conociéndola, ya era mucho. Por un tiempo le dejó de doler la espalda, lo que se le había presentado como su condena particular y se levantaba por las mañanas sin dificultad, y me atrevo a decir que con cierto optimismo. Era apenas una niña entonces y aún no había conocido a Raamírez, pero ya se entregaba a todo tipo de conjeturas acerca de su futuro y si algún día podría llegar a ser miembro en el coro de la iglesia como su madre. Fue sometida a algunas pruebas de oído y durante un tiempo asistió a clase de música pero le aburrió y lo dejó sin miramientos. Era como si cada vez que veía en alguien alguna actitud, afinidad o afición que le parecieran admirable, ella también quisiera tomar partido. Y lo intentaba, probó con los coches, con la pintura, con el coro, quiso ser actriz y poeta, y todo ello sin demasiado convencimiento. Era, sobre todas las cosas, su energía dirigida a la necesidad de querer ser algo la que la hacía saltar de una cosa a otra, pero renunciaba sin miramientos en cuanto comprendía que en cada una de ellas se le exigía un cierto esfuerzo y compromiso. La vida a su edad de entonces, formaba parte de un proyecto general que ni apreciaba, que no se paraba un segundo. Cada voz, cada expresión era analizado en su cabecita de forma inconsciente pero eficaz. Imitaba lo que le gustaba de los mayores, pero rechazaba sin enmiendas a aquellos que no le gustaban. Alrededor de la casa de Trevor y de su garaje, donde pasaba la mayor parte de su tiempo, el mundo giraba con placidez y siempre lo recordaría así. Se sentaba en el patín de la entrada viendo entrar y salir mecánicos que le ayudaban al nuevo marido de su madre, a montar un coche viejo. Allí pasaba muchas horas dejándose acariciar por el sol en otoño, y comiendo helados en verano. Aislada del mundo, como suele suceder a las hijas únicas que además se empeñan en su timidez, repentinamente, de un salto, abrazaba a Monic y jugaba con ella dando pequeños gritos, riendo y empujándola entre ladridos y caídas. Su madre nunca pudo explicarle los motivos que la llevaron a separarse de aquel hombre tan bueno y paciente. Los adultos sabemos que la paciencia puede llegar a ser insoportable en las personas que queremos si esperamos de ellas una reacción, pero esa estabilidad era todo lo que Srina pedía. Pasaron un pocos años maravillosos; pocos. Eve empezó a preguntarse con cierta frecuencia como 19
iban a volver a su vida sólo de dos. El mundo nunca lo pone fácil, pero no se sentía integrada en la vida de su pareja. Trevor ni se daba cuenta, seguía con sus aficiones y viajes, y no creía que desatendiese ninguna de sus necesidades, pero obviamente no era así. Sin embargo, el día que llegó a saber lo que realmente pensaba Eve, se sintió tranquilizado de algún modo, porque ella había tenido reacciones bruscas con él antes de aquel momento, que no le habían parecido, por decirlo de algún modo, correctas. Eve, finalmente intentó explicarle sus motivos, pero no los entendió del todo. Para Trevor, ella no era feliz, y eso era suficiente, no había que darle más vueltas ni ponerse dramáticos. De vuelta a su antigua vida monótona de paseos inesperados, tardes de coro y cocina ligera, Srina conoció a Raamírez cuando su cuerpo había terminado de formarse y en ella subsistía la llamada de todo lo desconocido. Él le preguntó si podía acompañarla a casa y ella estuvo conforme, porque lo conocía discretamente y se lo habían presentado, pero es cierto que hasta que empezaron aquellos retornos desde el instituto, apenas habían hablado. Ella no tenía prisa por llegar porque a esa hora Eve salía a hacer visitas, y no le gustaba estar tan temprano sola en casa. Regateaba la última conversación los dos parados en la esquina en la que debían separarse, daba igual el tema de sus animados circunloquios, al final se tiraban entre quince y veinte minutos, un día y otro, pegados a un semáforo que estuvo a punto de adoptarlos. Ignoraban los verdaderos motivos que los llevaban a estar juntos y si había en ello o no una atracción física -posiblemente el deseo es la fuerza más constante y capaz, pero el inconsciente no siempre lo reconoce como motor de nuestras decisiones-. Tuvieron que pensar, al menos al principio, que si tenían que volver a casa acompañados, aquella debía ser una buena idea y mejor hacerlo con un compañero de estudios. La rutina escolar se produjo durante un par de años en los que avanzaron en su amistad, y además de los escarceos eróticos a los que se iban entregando, ambos pensaban con cierta ecuanimidad que su postura ante el romanticismo era fría y equilibrada, lo que les ofrecía entrar a valorarse sin espejismos. Después de cientos de discusiones, interpretaciones, malentendidos, de llevarse la contraria a capricho y de histerias considerable que imposibilitaban ponerse de acuerdo, podían decir que habían entrado en el estado de confianza que dos jóvenes de clase social parecida necesitan para sentirse como amigos muy unidos. De haber sido uno de los dos, un buen estudiante con pretensiones burguesas, posiblemente se dedicaría a jugar esperando un partido mejor, pero ese no era su caso, por sus expedientes académicos se iban a convertir a dos preciosos mediocres sin ambiciones, y por sus vidas familiares sin la posibilidad de brillantez de la que otros alumnos presumían, se podía decir que iban a necesitar apoyo mutuo durante mucho más tiempo del que cabía imaginar. En algún momento impreciso de sus dilatados paseos Srina debió invitar al chico a subir a su apartamento, que en realidad lo era de su madre. Después de algunos preliminares que ella había imaginado en su soledad de otras tardes, lo haría pasar hasta su habitación para dar forma a los rituales eróticos de juventud, sin olvidar que disponían de apenas una hora antes de que Eve se pasara por casa para arreglarse y salir a sus clases de canto y oración. Al principio fue muy divertido, y aquellos encuentros se multiplicaron sin dar cuenta a nadie del motivo de sus ausencias al instituto, ni porque cuando uno faltaba la otra también lo hacía. Pero con el tiempo aquello empezó a no ser igual de estimulante, y pasaron a espaciar sus encuentros. Srina, por algún motivo que no comprendía, al mirarse al espejo se encontraba más ordinaria y menos excitante que nunca. Ella que siempre había luchado por establecer alguna diferencia que la destacara entre las otras chicas, ahora se encontraba con que nada de eso era real, y que hacía las mismas cosas y se movía por los mismos estímulos. Perdía fuerza a pesar de su juventud, su constitución se sometía a los pastelitos que la engordaban, sus pechos se desinflaban y había manchas en su cara que no eran acné y que no sabía como atacar. El amor había tocado techo, ya no había nuevos retos ni versos, y los primeros largos encuentros en el parque ya no les satisfacían. No podían volver a lo de antes, a las charlas sin sentido y soportar los caprichos y los enfados sin darles mayor importancia, y tampoco podían seguir adelante, porque no había una respuesta en las fuerzas del destino. 20
Los dos empezaron a sentir que necesitaban cambiar algunas cosas que les produjera una sacudida emocional. Bajo esa perspectiva él encontró una propaganda en una revista para alistarse y lo peor de todo es que las condiciones no parecían malas. Una oportunidad para hacer dinero rápido, estar en la guerra dos o tres años y volverse con una buena cantidad ahorrada. Con suerte estaría en la reserva y apenas pisaría el frente. Había algo más, y eso era su orgullo, no podía estar más tiempo pensando que no era nadie. Las últimas semanas antes de partir para aquel país extranjero y después de tres meses de academia, todo se iba volviendo más y más triste. El tiempo que pasó lejos de su país, Raamirez sobrevivió no sólo a las incomodidades propias de las marchas y las noches a la intemperie en mitad de las selvas y de desiertos, se trataba de necesitar menos que ninguno, hacer un aliado de la escasez y conservar las pocas fuerzas que le permitía la actividad incesante de avanzar y retroceder. En el campamento ocupaban barracones con una letrina en cada uno de ellos y escasas provisiones si la logística no estaba a tiempo. Todo lo que le que le rodeaba parecía creado para animarlos a la depresión, la vegetación, los pequeños insectos venenosos y las infecciones. Cualquier deseo estaba prohibido, no se podía ansiar otra cosa que sobrevivir y la comida era insulsa a propósito -o con el propósito de disponer de un placer que los distrajera de su deber, no podían concebir otra interpretación-. No existía la alegría y la risa era impostada, pero había momentos de consuelo cuando hablaban entre ellos, cuando recibían correo o algo de licor. Todo lo que podemos registrar como guerra y forma de vida de los soldados no es nada nuevo, las privaciones suelen ser las mismas o parecidas, el horror sistemático y los heroísmos escasos o casuales. En una primera aproximación, visto desde la comodidad del primer mundo, no parecen existir esos momentos de calidad entre camaradas, esa amistad a prueba de contradicciones, y esa entrega que al volver sobrevive a la condición social de cada uno, y sin embargo, existe. Si dos soldados en el frente sobreviven al apoyarse, nada romperá ese hilo de comunicación en el retorno, ni siquiera que uno duerma en la calle y el otro en un palacio. Hay una extraordinaria espiritualidad en arriesgar la vida en grupo, y marca sobre el hombre un peso excesivo de concordia que ya sólo esa misma muerte, algún día se encargará de detener. La desolación que representan los recuerdos de los cuerpos mutilados, la amenaza real de muerte en bombardeos que duran días o la frialdad de matar a un enemigo desarmado a sangre fría, sin duda debe de permanecer en los sueños de por vida, y sólo ser entendido por otro hombre que haya tenido las mismas experiencias. El cambio se produjo en Raamírez, nadie que lo conociera lo podría negar, y Srina lo notó especialmente. Por una parte admiraba sus recientes silencios, su alma torturada, y la madurez triste en un cuerpo tan joven, por otra parte, la asustaba. Cada vez que el soldado ya retirado evocaba los peores momentos de aquel terrible destino, con clara exactitud se representaban ante sus ojos escenas que lo privaban de toda alegría y sosiego. Compartir algunas horas con Eve, salir de casa y pasar por el parque en que otro tiempo se fumaban las clases, lo aliviaba. Cuando lo invadían los fantasmas la llamaba y ella siempre estaba. Cuando partió tenía una idea muy superficial de lo que se iba a encontrar en el otro lado del mundo, sabía que iba a ser duro, pero imposible calcular hasta que punto le iba a afectar. Por fortuna su enganche de cuatro años duró apenas la mitad porque el armisticio se produjo antes de lo que todos habían calculado. A diferencia de otras chicas, Srina creyó una suerte quedarse en estado; iba orgullosa y segura, con paso firme por la calle en cuanto lo supo, pero aún le faltaba algún tiempo para que se le notara. Un agrado incontenible, casi como una venganza la lleva a decírselo a su madre sin preparación alguna, soltándoselo como si fuera lo normal, lo que se había estado esperando de ella durante mucho tiempo. Peculiarmente maquillada, con ojos ennegrecidos, cara sonrosada y preparada para sus visitas matinales, Eve no sale de su asombro, le hace preguntas, quiere saber todos los pormenores y lo que piensa hacer. Está muy claro, Srina quiere tener a su bebé y si su madre no puede ayudarla tendrá que acudir a la asistencia social. El cabello encanecido por una vida sin suerte, no vacila en gritar, en desesperarse, en preguntar, “¿qué va a ser de nosotras ahora?” La insistencia de sus preguntas no parecen impresionar a su hija, pero ya ha dejado de disfrutar con la 21
noticia y la sorpresa que deseaba y que nunca pensó que llegara a causar ese efecto en Eve.
6 La Insistencia Humana Fue un momento muy tenso. Srina se preguntaba qué podía hacer para aliviar el dolor que estaba causando a todos, también a Raamírez con el que había discutido y al que hacía tiempo que no veía. Su madre intentaba seguir con su vida, atender todas sus habituales ocupaciones porque si se dejaba afectar se metería en la cama y no se levantaría hasta que Srina lo hubiese solucionado por sí misma, o al menos eso le había dicho. La muchacha recordó todo lo que la unía a Trevor y por alguna razón desconocida pensó que podría ayudarla. No dijo al viejo que estaba embarazada, pero le pidió pasar una temporada en su casa, mientras ponía su cabeza en orden; algo así como una vacaciones pero sin moverse de su casa más que unas cuadras. Trevor, tal y como lo recordaba, se tomaba con pasión todo lo que hacía y por eso no podía comprometerlo en sus problemas. Él tenía sus propios problemas, como a todo el mundo le pasa, pero tenía la solvencia necesaria para ir solucionándolos sin escandalizar, a veces, sin que nadie notara sus maniobras para poner las cosas en orden. Durante los días que pasó en casa de Trevor su madre no dejó de llamarla para que volviera a casa, y allí conoció a un tipo, al parecer enfermero y amigo de Trevor que la invitó a comer. Además le pidieron que concurriera con ellos a la exposición de autos antiguos vestida años veinte, y todo fue muy divertido. Hizo las paces con Raamírez y todo parecía que iba solucionándose cuando llegó lo de su insomnio. Había empezado a pensar que sólo estaba en paz cuando estaba en situaciones extrañas y que no podía controlar. También creyó que de todas las posibles enfermedades de la mente que no permitían dormir a la gente; la de ella tenía que ver con la opinión que su inconsciente tenía de sus rarezas, de la chica que actuaba y, a veces, no sabía por qué hacía algunas cosas. El inconsciente no aceptaba algunas cosas que hacía o había hecho en el pasado, porque sus valores la hacían criticarlo en otras personas pero era indulgente si se trataba de sí misma. Tampoco podía ponerse violenta con el inconsciente, o intentar intimidarlo con amenazas tal como hacía con algunas personas, eso con él no servía. No había un fondo destructivo en su conducta. Parecía capaz de complicar la vida de todas las personas que la querían pero no era así, sabía detenerse a tiempo, humillarse, pedir perdón si era preciso. Llevaba algunas marcas perennes de un dolor antiguo que era incapaz de superar, pero no iba a volver a complicarse la vida por eso. A los oídos de su madre nunca había llegado una queja más grave que su falta de interés por los estudios. En su estimada conducta, la madre, no podía por menos que dedicarle algunas críticas, censuras y correcciones a la de su hija. Por lo pronto había provocado su huida, pero no duró mucho. El resto del mundo, por su parte, era muy libre de creerse al margen de tantas inseguridades, pero lo cierto es que en aquel barrio de tradición católica, todos estaban con un pie en la beneficencia. Los callejones lóbregos conteniendo la basura de los comercios el fin de semana, los pequeños edificios de tres plantas de fachada de ladrillo y sin ascensor era como un emblema de precariedad, las ventanas de las plantas bajas enrejadas pero cubiertas de macetas con plantas de perejil y hierbabuena, las papeleras desfondadas y los jóvenes cantando en grupo en las escaleras de los edificios oficiales, eran otro signo del consentimiento que las autoridades tenía con los vecinos, y en tales circunstancias, que una muchacha a punto de cumplir los dieciocho se quedara en estado no era ninguna novedad para los que no cabían en el sermón del domingo. Los barrios populares son cuestiones de costumbres, y sólo saber introducirse y serpentear en esas 22
costumbres sirve de consuelo. El que nunca haya vivido en uno de ellos, habitado su mugre y los intentos por el equilibrio de las damas mayores, la ropa de domingo con zapatos de semana y la política del clero, podrá nunca imaginar sus evasiones. Hay militares que se redimen con exiguos retiros de su soltería alcohólica de última hora, sin experimentar vergüenza alguna por su terrible destino. Son, entonces, gentes como las demás, aunque se hayan pasado la vida intentando reconducir y reprimir sus fronteras y sus vicios. Deberíamos imaginar a sus propios barrenderos deslizando unas monedas en el bar más deprimido para tomar una cerveza antes de retomar la tarea, enfermeras conscientes de su tuberculosis soñando con un clima más aceptable, y, con frecuencia, prostitutas volviendo a casa después de haber colocado los peores instintos en otros barrios más afortunados porque en el suyo nadie paga una tarifa con la que poder subsistir. A Raamírez ni siquiera le va a quedar una pensión por sus secuelas psicológicas, por los gritos a media noche y por el insomnio. Cuando Eve salió de casa tomó una dirección prefijada, un itinerario repetido en otras ocasiones por otros motivos pero igual de ineludibles. El hospital estaba cerca y a buen ritmo no tardaría más de cinco minutos en ponerse allí; no había necesidad de tomar un taxi. Tropezó en cuanto puso el pie en la calle, y estuvo a punto de ir al suelo, eso le hizo ser más prudente y pensó que si quería conocer a su nieto esa tarde debería conservar su integridad física. La acompañaba Trevor, que de alguna forma se enteró de que la chica había entrado en el hospital por su propio pie, y por su propia decisión. Posiblemente lo llamó ella misma, y él se puso en contacto con Eve porque no quería resultar un intruso. A Eve le pareció que había envejecido mucho en los últimos años, como si después de una edad en cada año se envejeciese por cuatro, o alguna cosa parecida. Tenía el cabello completamente encanecido, y el cuello y el estómago se habían desmadrado dándole un aspecto de rana que no recordaba. En realidad no hacía falta comprobarlo de forma tan directa porque ella había imaginado que algo así había sucedido en el tiempo en que no lo había visto. Observó que Trevor se rascaba el brazo con fruición, justo sobre una cicatriz que nunca antes le había visto, “de un accidente”, dijo él. Todo había pasado muy rápido desde que Srina le dijo lo de su embarazo. De tal modo que ahora se encontraba rogándole que se dejara ayudar, y sobre sus hombros un buen montón de errores cometidos que pesaban como la peor de las conciencias. Y de pronto estaban en una habitación de hospital, tan igual a otras, un lugar que conocían de otras veces y al que posiblemente volverían a lo largo de lo que les quedaría con vida. Ya era una hora avanzada y Raamírez también estaba allí. El bebé dormía en su cuna y nadie quería molestarlo pero se iban turnando para echar un vistazo. Desde la ventana se veía el otro lado de la calle en el que algunos grupos esperaban noticias, por lo que Eve pensó que debía haber alguna persona importante en una de las habitaciones, tal vez de otro piso porque no se moviliza tanta gente por una nueva vida, sin embargo, sí era posible que alguien estuviera en peligro de muerte. ¿Si un año antes le hubiesen dicho que iba a ser abuela tan pronto no lo hubiese creído? Intentó comportarse como una madre comprensiva y no invadir el espacio de los jóvenes, no hacer preguntas incómodas ni agobiarlos como una presencia exigente, pero le gustaría quedarse esa noche acompañando a su hija, y eso tendrían que hablarlo. Ya no era ella la que planeaba su vida, las cosas sucedían, llegaban sin aviso, el destino iba por libre y no podía hacer otra cosa que aceptarlo. Tal vez se trató de todo lo que rodea a un hecho preciso en la vida de una muchacha, el momento en que desde su iniciativa decidió que era ya bastante mayor para dejarse acompañar a casa desde el instituto por un compañero de su misma clase. Es posible que eso partiera de una proposición inesperada, pero fue ella la que tomó todas las decisiones, la que supo lo que ocurriría antes que nadie, y la que al fin condujo la historia de su vida, transitando por las despedidas en al estación a su novio soldado, el día en que, al fin, le permitió entrar en casa en ausencia de su madre y la incomprensible ausencia de de perversión en todo ello. Simultáneamente, un empleado del hospital que conocía a Trevor le hizo un visita en la habitación, y le contó algunas historias que la hicieron reír mientras unas auxiliares lavaban al bebe sin apenas tocarlo. Tuvo la buena ocurrencia de no hacerle demasiado caso, a pesar de que a esas alturas Raamirez ya tenía otra chica y un empleo en 23
otra parte de la ciudad. No había margen para más emociones, se planteaba un año de aislamiento, aunque no pasaría de los tres meses.
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