un reflejo gigante

Page 1

Un reflejo gigante

1


1 Un reflejo gigante Nada podía ir peor, a su alrededor el mundo se desmoronaba sin remedio, no podía hacer nada por evitarlo, no podía hacer nada y se dejaba llevar por la inercia. A pesar de su carácter decidido y de temperamento vital y activo, era consciente de que había vivido en un atasco que no sabía como solucionar, y de pronto, sin haberlo esperado, todo se movía y le tocaba a ella encajar. En momentos así, y aunque ella tomara la decisión de aquel cambio, tenía la sensación de que no mandaba en su vida, de que el resultado de los años que le quedaban por vivir, serían en una solución salvaje como la que le tocaba vivir, sin concesiones, sin diálogos, sin proposiciones o acuerdos. La vida ponía sus condiciones como un cuchillo clavándose en la espalda. Empezar de cero en un piso alejado del centro tampoco era el mejor de los planes, pero...¿Qué otra cosa podía hace? Al menos ya tenía su ropa perfectamente ordenada en los cajones y las perchas del armario. Era poco espacio, no creía que nunca pudiera llegar a acostumbrarse a eso. Todo el mundo está triste después de un divorcio, pero la idea de que se estaba volviendo tan dura de corazón que nada le importaba, había empezado a rondarla cada vez que la mueca de su cara le parecía una estúpida sonrisa. “El espejo o miente”, se decía, “me he vuelto una persona indiferente, poco dada a emociones ni sentimientos”. Ni siquiera le gustaba la gente que se emocionaba sin razón, o con facilidad, le parecía que vivían en un estado de falsedad permanente. Había cambiado, y ese era el resultado, no lamentaba haberse divorciado, en realidad, mucha gente encuentra una salida en el divorcio y tampoco lo lamentan, pero, al menos ellos lamentan un nuevo fracaso. ¿Cuántos fracasos se podía permitir? Le daba igual. A eso se refería. No le importaba lo más mínimo haber fracasado tanto con sus sentimientos, y ya no se dejaba llevar por ellos, así que, todo tenía que ir a mejor. Aquella mañana, el coche no encendió. Intentó hacer un chiste al pensar que, tal vez, se sentía extraño en un barrio que no conocía, porque era un coche tímido. Bajo un punto de vista práctico, lo mejor hubiese sido cerrar el coche y buscar un medio alternativo que le permitiera llegar a tiempo al trabajo. Aún teniendo en cuenta que ella no entendía una higa de mecánica, y que tampoco era seguro de que hubiese solucionado sus problemas si hubiese entendido, abrió el capó y echó un vistazo intentando entender el abigarrado sistema de recipientes de agua y aceite, de la batería, de los manguitos del radiador y de cables del sistema eléctrico. Si al menos fuera cosa de un cable que se hubiese soltado, se dijo con absoluta inocencia. Tocó una cosa, miró otra, y a pesar de su voluntad de hierro, había algo fácil de entender en todo aquello y eso era que cada vez que abría un capó, entraba en un mundo salvaje en el que se encontraba desamparada, era una sensación de peligro que la invadía a veces, como si se sintiera incapaz de seguir el curso de nuevos acontecimientos, una sensación de falta de fuerza con la que posiblemente moriría, y que le hacía repetirse en ocasiones parecidas que tendría que tomar una curso acelerado de esto o de lo otro, sin llegar a creérselo del todo. En un momento, levantó la cabeza y vio a un hombre apoyado en la puerta del portal observándola, era el vecino del cuarto, se había cruzado con él en el ascensor y no sonreía mucho, 2


pero contestaba si le hablabas, lo que, en los tiempos que corrían ya era todo un triunfo. Se trataba de un soltero de media edad, delgado y elegante, pero con una nariz ostentosa que desfiguraba todo lo demás. Parecía que se había dedicado a esperar que ella demostrara lo que sabía para poder intervenir. -¿Entiende algo de coches? -preguntó Roxi que ya había renunciado a llegar a tiempo a la oficina. No demostró un interés especial, porque ni siquiera confiaba en que fuera capaz de solucionarlo, pero entre los dos, el espectáculo no sería tan evidente -lo pensaba porque algunos hombres le miraban las piernas al inclinarse sobre el motor, y eso que llevaba botas hasta la rodilla, pero suponía que la minifalda hacía el resto. Tal vez había cosas que no era capaz de hacer como un hombre, pero podía intentarlo, y si llevar una faldita corta formaba parte de sus armas de mujer, entonces todo estaba permitido por ver quién llegaba primero. -¿Qué tiene? ¿No enciende? -No. -¿No hace nada al dar la vuelta a la llave de arranque? -Ni se inmuta. -El sistema eléctrico, o un fusible, o, mucho más probable, la batería. Tal vez, otro en su lugar hubiese aparentado que no sabía, y, de hecho, ni siquiera era tan probable que no pudiera ser de otra cosa, pero acertó. Se acercó al coche, y ella le sonrió como si su vida dependiera de él. -¿Es la nueva vecina? Me alegro de conocerla -y le ofreció la mano que ella estrechó como si lo hiciera a menudo. De no ser como era la situación, le habría espetado un par de besos, pero se contuvo. -¿Me puedes ayudar? -Creo que puedo encenderlo, pero tendrás que ir directamente a un taller, al apagar el motor, volverás a esta situación. No encenderá. Jenkins hizo todo lo necesario para ayudar a la nueva vecina, tal vez o quería que se llevara una mala impresión del barrio. Ella le preguntó si era una molestia, y claro que lo era, tuvo que poner su propio coche en paralelo y pedir unos cables a un vecino, pero al final lo puso en marcha. -Ya sabe, directa al taller, y no lo apague hasta que lo tenga estacionado; en esas situaciones todos se ponen a gritar como si se les fuera la vida en sus horarios. Sólo cuando ella ya salía y levantó el brazo para despedirse, recordó que no le había preguntado su nombre y como si ella lo adivinara le grito, “Roxi, me llamo Roxi”, y él, casi en un grito, “¡ah vale, yo Jenkins. Adiós!” Lo que parecía ser una constante en los errores de Roxi, no era tanto su inclinación a la improvisación y disfrutar de elecciones poco meditadas, como su necesidad a cambiarlo todo cada cierto tiempo, como si sintiera la rutina como una forma de muerte. Era capaz de tolerar todo tipo de incomodidades durante más tiempo que nadie, incluso podía reprimirse si encontraba que su pareja se ponía en franca competición con ella por ver quién era más egoísta de los dos, que le recordaran constantemente que no era una chica guapa, o que le impusieran otras opiniones como si la suya no valiera nada, todo eso podía soportarlo, pero entrar en una espiral de tedio y darse cuenta de que ya no sentía ganas de reír o ser feliz, de que la rutina lo invadía todo, eso la llevaba a huir como un animal acosado. No le resultaba fácil comprender la capacidad que tenía alguna gente a aferrarse a situaciones que para ella habían perdido todo el sentido. Por eso, cuando salió de trabajar y vio a Harold esperándola en la cafetería de enfrente, sintió un escalofrío; pero no la estaba esperando. Él no la vio inmediatamente, podía haber girado la cabeza y haberla visto porque tenía que cruzar la carretera para dirigirse al coche. Aunque no le parecía probable, pasó un minuto y Harold siguió sin mirar, no parecía tan interesado como ella había pensado. Habían estado otras veces en aquella cafetería, y a él le gustaba, no era tan extraño. Tal vez, no quería renunciar a ir a aquel lugar, ¿por qué tenía que 3


pensar otra cosa? Llegó al coche y abrió la puerta, lo miró una vez más a través del cristal. Una chica mucho más joven que él se levantó y la rodeó con su brazo, salieron juntos, besándose y abrazándose. No le pareció premeditado. Desde luego que no, mejor parecía que no podía prestar atención a otra cosa más que a lo que tenía entre manos. No sólo no tenía nada que ver en todo aquello, sino que apenas se acordaba de ella. La forma más clara de saber que no deseas volver con tu antigua pareja, es pasear libremente por los mismos sitios que solías sin importante un rábano lo que pueda ella pensar, y eso parecía que acababa de suceder.

2 El calcetín de la gusana Poco después de establecerse en su nuevo piso, se vio en varias ocasiones con Jenkins. Era un tipo solitario, y eso no le gustaba en los hombres, no porque no fueran interesantes, sino porque ella no era así, e intimar con ellos era correr un riesgo innecesario de ruptura inesperada. A pesar de eso, era su único amigo en aquel momento y como buscaba cualquier excusa para llamar a su puerta y charlas un rato con ella, congeniaron con rapidez. Roxi hizo la mudanza con rapidez, y en cuanto empezó a trabajar pasaba las tardes bastante ociosa. Se sentía cansada, y tal vez no estaba a la altura de las exigencias de una mujer trabajadora inmersa en una vida plenamente de ciudad. A su jefe, el señor Bruillard, no le parecía bien que se estuviera conduciendo con tanta ligereza en los últimos tiempos. Cuando Roxi se enteró de que había hecho algún comentario fuera de tono acerca de sus problemas con los hombres, le entró una furia que la hubiese llevado a arrancarle los ojos, si no fuera que eso la llevaría al despido, y, en ese momento, le pareció práctico no entrar en las cuestiones morales de sus superiores. -No soy una persona tan rara, a mi me gusta lo que le gusta a todo el mundo, supongo -le dijo a Jenkins una de aquellas tardes y justo después de contarle lo que había pasado y que no entendía el interés de su jefe en sus relaciones personales -¿qué coño le importa a él con quién tonteo, mientras cumpla mis horarios? -Comprendo tu rechazo, a mi, en una situación parecida, me pasaría lo mismo -respondió Jenkins. En ese momento, él había empezado a sentirse atraído por ella. Quería llegar a parecer encantador antes de que ella se distanciara de él, o lo viera tan sólo, como al vecino bonachón que siempre está dispuesto para ayudar. Lo de impresionar a las chicas nunca salía bien, se malgastaba demasiado esfuerzo y ellas no valoraban tanta entrega-. No puedo ayudarte en eso, pero, de todos modos, me gustaría saber que te apoyo, en los trabajos respetan muy poco la vida personal de las personas si no entras dentro de lo convencional. -¿Lo convencional? -Casarte, llenarte de hijos y estar de deudas hasta el cuello, eso parece que les ofrece una cierta seguridad. En una situación así, te vuelves muy gregario. -¿Quieres decir que se vuelven pelotas? -Bueno, supongo que se es puede llamar así. En esta ocasión ella lo miró con un interés que no había demostrado con anterioridad. A Jenkins le agradó compartir su punto de vista, después de todo, no eran tan diferentes. Ella le hablaba en un susurro como si deseara que el se acercara y que sus palabras sonaran más a confidencia, pero no se atrevió. Tuvo la certeza en menos de un segundo, de que ella no estaba preparada para tantas confianzas. 4


-Quería agradecerte que me ayudaras con lo del coche -le dijo ella, y la miró a los ojos sonriendo por dentro. -Bueno, tu tampoco ibas mal encaminada, tanteando cables por si alguno estaba suelto -respondió con condescendencia y se puso de pie, la reunión se realizó en el piso de él porque ella subió con unos dulces que había comprado en el súper y que dio pie para que él preparara café. -¿Tú no tienes novia, mujer, o lo que sea? -Tuve pareja. La separación fue un proceso muy decepcionante. Ahora soy más independiente, en aquel momento no estaba totalmente preparado para valerme por mi mismo. La idea de que una mujer pueda intentar demostrarte que eres incapaz de cuidar de ti mismo, sólo apartándose de ti y dejándote como un niño en la mediana de una autovía, me produce una gran desconfianza y desazón por todo. -Ya, lo entiendo. En ese momento, y por lo que acababa de decir, parecía que Jenkins tenía aparcados todos sus sueños. Además, y eso se lo contó después, estaba lo de lesión de espalda que le impedía trabajar y vivir de una pensión. -Soy un inútil -afirmó con resentimiento. -¿Te duele de forma permanente? -No, no me duele si no me someto a esfuerzos físicos prolongados o al levantar pesos. Pero eso está ahí, no me gusta ocultarlo. -¿Te gusto? -preguntó Roxi inesperadamente. -Por supuesto. Eres un bombón. Ya te lo tienen que haber dicho antes. Tú lo sabes. Tal vez, ella esperaba que fuera más directo, pero lo dejó ahí. No quiso hacer la pregunta que la llevara a comprometerse. La vida de los adultos le parecía triste, y no podía evitar seguir cumpliendo años. No acababa de entender por qué todos se empeñaban en fracasar, no valía la pena semejante esfuerzo, y si no se convertía, como se convierten los creyentes, la señalarían desde las ventanas. La tristeza acababa invadiéndolo todo, y eso que había intentado hacer las cosas bien. Al principio todo el mundo lo intenta. En cierto modo, todos aquellos problemas eran nuevos y se habían ocupado de su rebeldía para ponerla en su punto exacto. Así funcionaba, y seguía adelante a pesar de la inercia, de una forma o de otro, había que seguir adelante, no había forma de renunciar. O dicho de otro modo, sólo renunciaban los que se tiraban por una ventana, pero eso no era una opción. El lunes volvería al trabajo y encajaría los chistes sobre su falta de madurez sentimental y emocional, era lo que cabía hacer, una vez más. No solía hacerle tanto caso a los chicos cuando no los conocía lo suficiente, y lo cierto era que a Jenkins no lo conocía en absoluto, pero le agradaba hablar con él. Tenía, lo que se dice, una conversación fluida. Pero ya le había pasado en otras ocasiones, cualquier chico tenía la capacidad de pasar en un minuto, de ser un agradable conversador, a un idiota sin remedio. ¿Por qué pensaban que las chicas deseaban ser impresionadas? ¿Por que se esforzaban tanto en eso, que perdían su carácter? Para ella era un admirable desafío, intentar descubrir a aquellos menos interesantes, antes de que pudieran pensar que sentía algún interés por su discurso y sus piruetas. Tenía la convicción de que, cuando mostraban un interés desmedido en las chicas, se trataba de una enfermedad del deseo del que apenas eran conscientes. Pero con Jenkins todo iba de perlas, comprendía sus limitaciones y que a otras mujeres no les gustara prematuramente, y cuando la invitó a cenar con una de la parejas del bloque, sus mejores amigos, ella estuvo encantada de aceptar. En cuanto a los amigos de Roxi, su mejor amiga era Marioska, y de un modo u otro, Jenkins estaba también emplazado a conocerla, sobre todo porque se visitaban con frecuencia y terminaría chocando con ella en la escalera, o en el piso de Roxi. Por un minuto estuvo tentada de poner la condición de ir acompañada a aquella cena, pero no quiso forzar la situación. En cuanto a lo demás, aún asumiendo la debilidad física de Jenkins, llegó a la conclusión de que le empezaba a gustar. 5


Quiso contarle a Marioska todo lo sucedido y se presentó en su casa sin previo aviso, aquella misma tarde. La hizo arreglarse un poco y tiró de ella hacia la calle hasta casi tirarla escaleras abajo. En el último escalón se detuvieron en seco, porque una viejita entró en le portal y se quedaron paralizadas, como si temieran desmontarla de un golpe inesperado. La saludaron con un correcto, “buenos días” y salieron al galope de un golpe de calor, más allá de la puerta de la calle. Nadie que conociera a Roxi y se relacionara con ella en aquel tiempo, podía pensar que iba a sufrir una depresión, un ataque de ansiedad o algo parecido, debido a su ruptura sentimental. Su carácter la mantenía a mucha distancia de estos problemas, pero eso era lo que cada uno pensaba de sí mismo hasta que los problemas llegaban. Era un tiempo en el que la gente se medicaba, tomaba tranquilizantes, antidepresivos, ansiolíticos y todo tipo de relajantes naturales en infusiones o preparados en polvo, y no se compartían esos problemas más que con otras personas que también los tuvieran. Cada día, las consultas de los psicólogos y los siquiatras, se llenaban de nuevos casos de gente, que hasta ese momento eran consideradas normales, gente trabajadora de la que no se esperaba semejante giro, y que sin embargo, lloraban delante de los doctores para decir algo similar en cada caso, “doctor, yo ya no puedo con la vida”. Cuando por la tarde, caían las persianas en los pisos de aquellas personas, todos sabían que acaban de medicarse y estaban intentando dormir en un estado de suave inconsciencia, que no les devolvía la fuerza necesaria para volver a enfrentarse con sus jefes, el estrés de la vida y la exigencia de sus familias, pero, al menos, les permitía evadirse de todo durante un par de horas en las que no reconocían a nadie. Al menos, esta era la situación de un par de compañeras de trabajo de Marioska, y no creía que de momento pudiera pensar que Roxi también acabaría así. Aquella tarde de mediados de agosto, dos meses después de la separación de Harold, Roxi empezaba a creer que podría enderezar su vida si se lo proponía, y que detrás de cada fracaso tenía que haber un nuevo intento sin ceder al desaliento. Las dos chicas estaban bastante lejos de ser el modelo tradicional que se sienta a lamerse sus heridas para no escandalizar a la media tradicional con familias esforzadamente establecidas. Un día antes, Roxi había estado hablando con un vecino, que era también un nuevo amigo con el que se sentía muy cómoda. Otras veces le había pasado de intimar con chicos que había conocido en la calle sin ningún tipo de referencias, alguien con quien te encuentras y hablas como hablan los soldados en las trincheras, contándose todo lo que echan de menos de sus vidas pasadas, al extraño que comparte su misma suerte sin conocer de donde es, como vive o que hará si vuelve de un fallido destino. -No es muy atractivo. Al menos en los cánones de los modelos de las revistas. -¡Oh no! No digas eso. Sabes que no me importa -respondió Marioska-. Sabes perfectamente que huyo de ese tipo de hombres pagados de sí mismos, perfumados y arreglados como muñecas. No me hagas reír. Intentaba bromear, pero era cierto lo que decía, no le importaba demasiado que a las adolescentes les volvieran locas ese tipo de hombre, pero ellas ya no se emocionaban con cantantes de físico irreprochable sacándole partido a la más triste de la baladas. -Tranquila, las cosas no han llegado tan lejos que ya deba arrepentirme. No creo que esté preparada para empezar de nuevo; aún no -dijo Roxi, dejando su taza de café sobe la mesa. Podía sentir la excitación de su amiga. Quizá le había generado unas expectativas demasiado altas, pero no había sido su intención-. No, de momento estoy tranquila, pero me agrada. -No me vengas con esas. Si te gusta, adelante. Nos conocemos lo suficiente para saber que no nos importa lo que piense la gente. Y mucho menos, Harold. -Vamos a llevarnos bien. No me provoques. He cambiado. -Esta bien, si te pones en ese plan tan profundamente santificado, te hablaré claro. Las dos somos iguales, cogemos de los chicos lo que nos gusta y rechazamos lo que nos disgusta. No es nuestra voluntad de antemano, darles la patada, pero llegado el momento, si tenemos que hacerlo, no tenemos problemas con eso. Somos así. Nada resulta más difícil que tratar de imaginar la cara que se le quedó a Roxi después de eso. Pero 6


no la había convencido, ella no era así. Puede que ella, tuviera esas pretensiones al empezar una relación, podía tener claro que su compromiso estaba atado a ciertas condiciones, que, por otra parte, no le iba a explicitar a los chicos. ¿Cómo si ellos pudieran adivinarlo? Sin embargo, y a pesar de que en ella eran mucho más difíciles las rupturas, el resultado final era el mismo, y la duración de sus relaciones, entre año y medio y dos años, también muy similar. Tal vez, Roxi estuvo tentada de aclarar algunas cosas, pero no lo hizo, si Marioska quería pensar que ella también se tomaba tan a la ligera sus relaciones, pues que viviera en su mundo pensando que había muchas más personas que hacían lo mismo, era parecido, pero no era igual, como decía un grupo de humoristas en la tele. Habría estado muy loca si fuera como ella, si hiciera sufrir a la gente y jugara con sus sentimientos sin sentir nada, sin conciencia. En tal caso, no tomaría ansiolíticos, directamente tendría tendencias suicidas. -¿Por qué intimar con un tipo de tu escalera? Recuerdas cuando lo hacías con otros en el trabajo. Luego tienes que verles la jeta con frecuencia. No es buena idea. -¡Eres muy retorcida! Ya te he dicho que no me interesa en esos términos, pero que es un tipo estupendo. Llegar a puntos tan diferentes, solía interferir en sus relaciones. Se separaban como las buenas amigas que eran, pero sin ganas de volverse a ver en un tiempo, al menos mientras no se les pasara el cabreo. Aquel día terrible, Roxi acompañó a su amiga hasta su casa, se miraron un momento pero ni se hablaron; de tal magnitud era su enfado. Siguió calle abajo sin decir ni adiós. Desde hacía algún tiempo no sentía que pudiera divertirse como antaño, y con su enfado -eso había sido muy tonto-, las probabilidades de una salida inesperada el sábado por la noche se reducía bastante, porque, en cierto modo, Marioska era la compañía perfecta para salir a bailar y beber. Harold le había dicho en una ocasión, que no sabía divertirse y que la culpa de su amargura venía por ahí. ¿Su amargura? Eso no era en absoluto así, no siempre estaba en condiciones de salir y divertirse, pero eso no la convertía en una amargada, de hecho, ni siquiera le importaba salir en la mayoría de las ocasiones. Si el cuerpo no se lo pedía, ni se molestaba. Creía adivinar dos tipos naturales entre los que salían por la noche con cierta frecuencia: los que lo hacían de forma mecánica sin esperar nada a cambio, y aquellos a los que le aterraba la idea de pensar que su vida era un desastre, porque algún día tuvieran que quedarse en casa viendo películas antiguas. Pero pronto había ella renunciado a sentirse así, en su caso, siempre encontraba algo mejor que hacer que aguantar algún pesado borracho dándole la barrila toda la noche. Y llegó el día y cenó con Jenkis y sus amigos, y no le costó demasiado, al fin y al cabo, sólo se trataba de subir a su piso. Se apoyaba en los marcos de las puertas porque había tomado unos martinis, pero estaba bien. No había mucho espacio así que se apretaron en la mesa todo lo que pudieron. Se los presentó nada más entrar, eran Edie y Marki, profesores y pareja ocasional -lo que quiere decir que iban y venían sin saber nadie cuando eran pareja o no, pero así llevaban más años de los que podían recordar-. Hasta ese momento, Roxi había creído que se trataba de una cena de jovencitos y que se pasarían toda la noche contando anécdotas y chistes divertidos, pero eran mayores que ella, eso sin duda, y amables, lo que también ayudaba. Ahora que se daba cuenta de su error, apreciaba la invitación y empezaba a sentirse cómoda. Aquellas cenas de medianoches habían sido una buena forma de conocer gente, siempre que no se convirtiera en un sistema, es decir que le dieran valor a cada nuevo invitado y no abandonaran a sus antiguos amigos. Al menos, para aquella pareja tan optimista, parecía una buena ocasión de enfrentarse a sus diferencias y sacar algunos trapos sucios en cada ocasión, pero cuidando mucho de no romper la vajilla. De hecho, con el tiempo, se acabarían aburriendo de ellas, como de tantas otras cosas, y era muy posible que ese momento no estuviera tan lejos. Pero, en aquella ocasión, Jenkins era un buena amigo, de los más antiguos, y además, tenían curiosidad por conocer a Roxi; les había hablado mucho de ella. -¿Te ha dicho Jenkins que salimos anoche? Quería llamarte, pero creímos que estarías durmiendo, 7


era muy tarde cuando lo decidimos. Marki hablaba con franqueza y tal vez se sentía un poco culpable porque ella no había estado. Había sido algo inesperado, un encuentro fortuito, y una decisión muy rápida, en plan, “nos vamos, tomamos unas copas, y para casa”. Edie, en esa ocasión les siguió la corriente, pero no siempre lo hacía, y en ocasiones se iba para casa y los dejaba salir juntos. Se pasaron la noche bailando y al volver paseando a casa, habían hablado de lo rápido que pasaba la vida. Habían decidido que no tendrían conversaciones de viejos, pero, al final, siempre salían los lamentos. -Creo que cada vez soporto menos las resacas -añadió Marki-. Ya ni eso nos dejan a los pobres. -¿Pobres? No somos pobres -replicó Edie. -Una vez quise hacer dinero fácil. Era muy joven, tenía mucha prisa por triunfar. Supongo que a la mayoría de mis amigos de entonces les pasaba lo mismo. Al morir mi abuela me dejó un dinero, creí que si compraba arte lo podría vender barato y doblar el valor de aquel regalo. Compré unos cuadros que me dijeron que eran buenos, pero no tanto. Lo perdí casi todo. Unos miles, no era poco dinero para un muchacho. -¿Eso te pasó? Nunca me lo habías dicho -lo miró Edie con ojos enormes, y, por un instante le pareció que no sabía nada de él y que era de ese tipo de personas que tardas una vida en llegar a conocer-. ¿Lo volverías a hacer? Empezó a oler la cena, se trataba de carne con guisantes, de cebollas, tomates y patatas, todo muy normal pero con un olor estupendo. Jenkins lo puso todo en la mesa y siguieron hablando. A Roxi le produjo un escalofrío, era Agosto, pero aquel olor a comida recién hecha, el olor de la cebolla en el aceite hirviendo le pareció que la devolvía a la navidad de su infancia. Después llegó con una olla de hortalizas caldosas verde oscuro, pero también olía muy bien. -¿Quién puede saber lo que hará antes de verse delante del momento? Con la distancia todo cambia. Me gustaría poder decirte que no, y demostrar que soy una persona equilibrada, pero no sé. -Tienes poca fe en ti mismo -intervino Jenkins. -Cocinas bien -dijo Roxi inesperadamente. -Si la tierra es el infierno y tiene cosas como la cena de hoy, no se está nada mal aquí -dijo Marki con voz neutra. -¿Cómo poder saber eso? Ayer tuve que coger un bus, iba lleno hasta los topes, no se respiraba -Edie no parecía dispuesta a ceder en ningún argumento-. La gente que nos cuida se merece nuestro reconocimiento, pero los colonos en África, India, Israel o USA, llegaron con los libros sagrados en una mano y un rifle en la otra. Ese ha sido el auténtico valor de la religión para la geopolítica. Este mundo es un infierno, pero ahora debemos cenar, me parece que estoy amargando la conversación. Lo siento Roxi, debo parecer una amargada. -No, en serio, me gusta la gente que dice lo que piensa. -Después de nosotros, está la nada, aunque los hijos de nuestros hijos sigan existiendo. Esos que dicen que vivimos en el recuerdo, no tienen ni idea -Markí volvió a espolear la conversación. -Precisamente, dejar de existir, es la prueba de que ahora lo hacemos con pasión, y debemos aprovechar el tiempo. Bebamos un poco de este vino y olvidemos el resto .respondió Edie. Aquella noche, después de que sus amigos se fueron, Roxi se quedó a dormir con Jenkins, pero le dejó muy claro que aquello no significaba nada. ¿Cómo no iba a significar nada? Algo, de una forma o de otra, tenía que significar. Durmió apaciblemente, lo que fue una novedad, porque no lo había hecho desde su separación de Harold y todo aquel lío legal. Jenkins la miró un rato mientras dormía y le gustó como respiraba, sin demasiadas complicaciones. No era del tipo de chica afligida o perseguida por voces malignas que lo dejaban vivir, pero sabía que visitaba al psicólogo con cierta frecuencia. Al día siguiente, mientras ella se levantaba, Jenkins preparó café y le dijo que esa semana no iría al psicólogo. Después de un lapso, reconoció que sus padres eran de una generación que no necesitaban psicólogos, pero que no era debido a su educación cristiana, porque su padre no había pisado una iglesia en su vida. Entraron en un pequeño debate que continuaba la discusión de la cena 8


de la noche anterior. La nada existe, es como cuando tienes una obra de arte, y la destruyes, la echas al fuego, la haces desaparecer. Es algo irreemplazable, es la nada. Ella continuó exponiendo su punto de vista, tal vez porque la noche anterior había dejado que sus nuevos amigos hablaran libremente y así conocerlos mejor. Hasta entonces no había expuesto su punto de vista al respecto, pero no quería que Jenkins pensara que no tenía su propia idea de las cosas. Le dijo que no creía en un Dios compasivo, que la crueldad del mundo era imperdonable y que el libre albedrío no justificaba la creación de monstruos, y seguía hablando mientras Jenkins fue a mear y se sentaron a la mesa para tomar el desayuno. Cada idea incidía en la anterior, e incluso en otras que creía haber olvidado de la noche anterior. No había forma de parar aquella tormenta, pero él siguió en silencio hasta que dijo divertido, “hoy te has levantado habladora”. -¿Crees que volverás a tener una relación seria? -Y la miró como si todo lo que hubiesen estado hablando hasta ese momento, no sirviera. La miró como si deseara besarla y sintiera que estaba muy cerca de volver a hacerlo. Como si la piel de Roxi fuese capaz de exhalar todas aquellas hormonas inundándolo. No era algo que le sucediera a menudo con otras mujeres, y le pareció que también tenía que ver con la forma en la que hacía las cosas, con como cogía una taza, o como doblaba la ropa, aquella dedicación en cada caricia o la forma tan delicada con que se ponía el reloj en la muñeca, introduciendo la correa de cuero en el orificio con sus deditos, nerviosos, hábiles y decididos. -No te lo puedo decir ahora, estoy muy confusa. Dame tiempo. Todo se va a aclarar. La última vez que había visto llorar a una de sus amigas, había sido por culpa de su pareja, y eso no lo podía olvidar. El amor lo complicaba todo. Mientras hablaba no podía dejar ver la imagen de aquella mujer llorando sin resuello. No sabía por qué aquella imagen estaba allí, pero no podía sacarla de sus recuerdos. Había mujeres que pasaban años unidas a hombres imposibles, drogadictos, viciosos, insensibles, enfermos, violentos, y o podía aceptarlo. Era como si pensaran que eso era una forma de redención. “Hay demasiados hombres entre mis pecados”, le había dicho aquella mujer inconsolable. -Vivir es correr riesgos, pero sé que también hay que saber cuando hay que parar. No hay prisa, tenerte de vecina ya es un adelanto. -Hablando de vecinas, ¿te enteraste que asaltaron a una señora mayor? -Si lo he oído. Le arrancaron una cadena del oro del cuello, una imagen de una virgen, o algo. La camelaron pidiéndole un beso, le pusieron la mano en el pecho, y cuando quiso darse cuenta, el cabrón había salido corriendo con la cadena en la mano. Aquí te enterás de todo, el día es muy largo. Tiene más de ochenta años, y dificultad par andar, el hijo de puta buscó a la persona más débil. Por fortuna no la tiró al suelo, eso pudo ser el final para ella, los viejitos son tan delicados. -Horrible. Aquella misma mañana, algo más tarde, Jenkins volvía con la compra y la policía estaba en le portal hablando con el representante de la comunidad de vecinos. Mientras entraba en le portal y bajaba el ascensor tuvo tiempo de escuchar que ya habían cogido al agresor de la señora mayor. Jenkins iba sumido en sus pensamientos y apenas se giró cuando el presidente de la comunidad lo llamó para comunicarle la buena nueva. Sin embargo, el ladrón ya había vendido la cadena y seguían buscando. En la pared del portal, unos días antes, habían pegado un cartel para avisar de que no se abriera la puerta a extraños. Él agradeció la información y subió al ascensor algo despistado, como si no supiera muy bien a donde iba; no podía dejar de pensar en aquella señora y el miedo que le supondría volver a salir sola a la calle, ¡pobre mujer!. Al entrar en casa dejó las bolsas en el suelo y se sentó en una silla de la cocina, pensaba que debía subir a hablar con ella, pero seguro que todos estaban en lo mismo y no habría necesidad, es más, la estarían molestando si eran muchos los que llamaban al timbre. Sería mejor a esperar encontrársela en la escalera para hablar con ella, o si tenia que ir a su piso, dejar que pasaran unos días y que estuviera más tranquila. Se preguntó, si tendría algo que decir, además de ofrecerse por si le hacía falta ayuda, pero eso ya era mucho y concluyó que sí, que 9


la visitaría cuando pasaran unos días. Las luces en casa de Roxi estaban encendidas, ¿cómo era posible si acababa de salir? Acechando en la oscuridad de la escalera decidió no volver a darle al botón para otro minuto y medio de luz. La puerta estaba abierta, y una chica lo encontró mirando. -Hola, soy Jenkins -dijo con cierto apuro. -Hola he oído hablar de ti. ¿Quieres café? No creo que a Roxi le moleste que tomemos su apartamento por asalto, me dejó las llaves para que le recogiera unos papeles del piso que me hacen falta para terminar de formalizar el alquiler -dijo con una sonrisa amplia-. Soy su amiga, pero también le llevo el papeleo. -Supongo que debería haber llamado en lugar de fisgonear -dijo frotándose los ojos con fruición. -No importa. -Sí, si que importa. Me importa lo que la gente piense de mi -buscó en los bolsillos y sacó unos sobres de azúcar que solía coger de la cafetería, es decir, ponía uno en el café y el otro se lo guardaba-Tengo azúcar, y rio como haciendo una broma. -Seguro que encontramos algo por aquí. Soy Marioska -le ofreció la mano-. Creo que sé que soy la mejor amiga de Roxy porque la consuelo cuando le va mal sentimentalmente, aunque ya ha dejado de llorar y a Harold ni lo recuerda -Puso con cuidado el café al suelo y se reunió con Jenkins en el salón-. Hace poco discutimos, por eso cuando hoy me pidió que pasara hoy por aquí casi me alegré. Mientras ella hablaba, el pensaba que no había nada mejor que llegar a los cuarenta en plena forma y con aquel ánimo, porque, desde luego, él había pasado aquella barrera, pero sus amigas también, pero no iba a preguntar. -Pues me alegro de conocerte. Sobre todo porque no haces que me sienta controlado. Las mujeres sois mucho de controlarlo todo. Me agrada, en serio. Ella lo miró con desagrado y estuvo a punto de decir una impertinencia. Aquel era el tipo de comentario de un chico que acababa de intimar con su amiga, pero deseaba seguir teniendo libertad. -No me ha mandado venir para eso. Tal vez haya pensado que sería bueno que supieras que las mujeres tenemos ojos en lugares que los hombres no pueden ni imaginar, o quería que te conociera, como ha sucedido. Creo que tenemos una idea de la confianza muy limitada. -Hacéis bien. Nunca se sabe donde salta la perdiz. -¿La perdiz? Si, claro. Como ninguno quería leche, con los azucarillos que aportó Jenkins fue suficiente, y ella hizo una apreciación acerca de esa costumbre que le resultaba familiar. “Creo que conozco a alguien que también hace eso, pero no recuerdo ahora”. -¿Así que crees que ella me dijo que echara un vistazo por si te veía en otras compañías? Eso no, pero una vez me dijo que tonteara con un novio porque quería montarle un poyo. Estaba cansada de él -se echó a reír con una malicia insondable-. Los hombres nunca sabréis hasta donde podemos llegar con nuestras pequeñas maldades. Tenía una risa escandalosa, y cuando reía se movían sus enormes pechos como si lo hiciera a propósito. Jenkins calculó que no llevaba sujetador e intentó mirar para otra parte. Ella presiente que hay algo raro en la forma en la que evita mirarla, tal vez deseo, pero sabe que ha pasado la noche con Roxy porque ella se lo ha contado y no le parece que debiera tener esas necesidades, pero los hombres le parecen tan impredecibles. Parece optimista, y está relajado, no podría intentar coquetear con él ni aunque se lo propusiera, pero siempre siente el deseo de saber si podría quitarle los novios a su amiga, aunque en cuanto se convence de ello, cede y los aparta con malos modos. Lo que la salvaba de ser una mala persona, era ese momento final en el que reaccionaba y necesitaba seguir siéndole fiel a su amiga. -¿Quieres que te diga algo de Roxi que no sabes? Si juegas con ella nunca notarás su enfado. Es de ese tipo de personas que no reacciona al momento, cuando te quieras dar cuenta, estarás fuera de su vida, y nunca te dirá el motivo. 10


-Pero los motivos de las mujeres suelen ser siempre los mismos. El dinero, la inseguridad, que con el tiempo les parezcas poco para ellas, o que encuentren a otro mejor. No es la primera vez que salgo con chicas. De hecho, ella y yo no estamos saliendo. Me lo ha dejado claro. -Bueno, no creas todo lo que decimos las mujeres. Lo que Jenkins parecía necesitar, en realidad no era una relación, estaba en ese punto en el que el pasado le advertía de que un nuevo fracaso iba a resultarle insustancial, y eso iba a ser la señal de la pérdida de todos los sueños. En su opinión, ya había puesto demasiado entusiasmo en parecer más joven de lo que era. Casi nunca se dejaba deprimir por esos pasajes de su vida en los que había fracasado, aunque debía reconocerlo, de forma recurrente se comunicaban con él a la hora de dormir. A veces se levantaba y ponía la televisión, como si tuviera la fuerza sedante necesaria. Tampoco le costaba reconocer que Roxi era una chica bonita, de hecho ya había demostrado suficiente interés como para que ella se diera por aludida, pero había algo que la frenaba. -Las chicas necesitamos un tiempo para nosotras entre relación y relación -añadió Marioska. Se veía como parte de una historia ajena, ella mandaba y ponía los ritmos, pero al menos podía esperar que se produjera un cambio inesperado... en algún momento. Y, como todo el mundo parecía saber, menos él, puedes luchar contra un destino no deseado, pero no contra tu pasado. 3 Abrazos rehabilitados y flores de plástico. Algún tiempo después, la posición de ambos se fue consolidando, y era lo que más se parecía a una relación. Ella subía al piso de Jenkins y se quedaba a dormir, y él hacía lo propio si ella lo invitaba. Y, a pesar de que Roxi evitaba decirle que lo quería, lo cierto era que nunca se había sentido tan a gusto con un hombre. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Jenkins tenía verdaderos motivos para sentirse contento, sin embargo, en aquel tiempo sucedió algo que lo tuvo unos días malhumorado y entristecido; la señora que había sido asaltada, la vecina mayor que vivía sola, se había muerto de algo de pulmón, sin que hubiese vuelto a salir a la calle desde el asalto. La idea de culpabilidad de no haber hecho todo lo que se podía, parecía volverse insistente y en una semana no quiso saber nada más sobre el asunto, ni siquiera si aquella muerte se había derivado de alguna lesión reciente. Intentó empezar a dejar de pensar en ello, una semana después de torturarse por no haber tenido más reflejos y haber ido a hablar con ella, o al menos, hacerlo un poco de compañía. Y también estaba desconfianza con que lo miraba Roxy porque sabía que había algo que no estaba compartiendo con ella y que lo tenía en aquel estado. Era como si no pudiera expresarse cuando algo se abría por dentro justo en el momento que menos lo necesitaba, y era incapaz de coordinar ese dolor con la vida que necesitaba compartir. Como le había pasado otras veces, pensó en la reducida capacidad de expresarse y comunicarse en situaciones así, y le preocupaba lo que Roxi pudiese pensar, pero pasó casi un mes, antes de decidirse a contarle cual era el motivo de tanto desasosiego. Ella se había situado en el medio de su vida y no parecía muy justo que pretendiera dejarle fuera de aquel tipo de emociones, sin embargo, sólo una cosa podía decir en su defensa, no las guardaba para nadie más. Al no trabajar tenía mucho tiempo para dar vueltas por la escalera, y con frecuencia se encontraba con amigas de Roxy, compañeras de oficina o simplemente amigas que pasaban por delante del edificio, o iban a su piso a buscar alguna cosa. Tal vez se tratara de pura coincidencia, pero desde su ventana o a pie de calle, se cruzaba con aquellas personas que lo saludaban tímidamente, y que, en algún momento indefinido le hicieron sentir que lo estaban controlando. ¿Se trataría de eso, cuando 11


Roxy le dijera que necesitaba algún tiempo? La felicidad que le producía aquel amor incompleto, se veía ensombrecido por sus limitaciones, ya le había pasado otras veces. El equilibrio que había vuelto, incidía en el desasosiego que le producía no ser capaz de trabajar. Intentaba ocuparse en nuevos planes, y, por supuesto, se entretenía con aficiones pseudo-artísticas, cosas como pintar, escribir sus memorias o montar aviones de madera. ¿Eso era lo que se esperaba de un hombre de su edad? Para un jubilado, no serían más que entretenimientos, pero el necesitaba evadirse de algún modo de aquel peso que dominaba su mente y su cuerpo incompleto. Tampoco podía entregarse libremente a placeres inmediatos, como el sexo, el alcohol o las pastillas, eso lo empeoraría todo, y tal vez, porque sabía que necesitaba controlar sus evasiones, no exigía demasiado de su nueva relación. Sus obsesiones y temores de justo antes de dormir, y después de apagar la luz de la habitación, iban en retirada. No era un temor como el de un niño a la oscuridad, se trataba de los remordimientos, de todo lo que creía haber hecho mal, de la duda de que su fracaso se debiera a su falta de capacidad para la lucha en los términos modernos, y no, a la disminución de sus capacidades por causa de su accidente. Si al menos aquello durara, aunque fuera en los términos en los que parecía haberse encallado, no necesitaba mucho más y estaba seguro de podrían organizarse de algún modo. -Hoy en el mercado se ha caído una señora mayor. Creo que debía tener más de setenta. Se rascó la cara contra el suelo y la sangre la manchó la ropa -le soltó Roxi una mañana que le dieron día libre en el trabajo y de volvió de sorpresa para invitarlo a comer. -¿Cómo crees que me hace sentir eso? No soporto ver a la gente mayor sufrir. ¡Tan indefensos! -Esta bien, ya sé que te gusta ser claro en algunos extremos. Tienes días muy raros. Podemos comprender que Roxy se encontraba desorientada debido a su mal humor. Si no era el hombre que le convenía, aún no había llegado a esa conclusión, y cada vez hacían más cosas juntos. Además, él parecía no entretenerse con amigos, aficiones o, porque no decirlo, vecinas distraídos, después de todo, le había dejado esa puerta abierta. Sien embargo, en eso ella parecía irreductible, no creía conocerlo lo suficiente y eran buenos amigos. -Como amigos, ¿crees que tenemos una relación mecánica? No entiendo por qué nos torturamos así y no avanzamos. Puedes encontrar a algún hombre que te de satisfacción plena. -Vamos hombre... No sé a qué te refieres con una satisfacción plena, ni qué es, lo que piensas que me gusta de un hombre. No te pierdas. Me estás empezando a parecer un poco cabroncete, eso sí -La mesa estaba puesta y empezaron a comer, guardaron silencio un buen rato y ni se miraron. Las pequeñas discusiones no llegaban muy lejos, ni se herían sin sentido. Se decían las cosas, pero dejando espacio para un nuevo encuentro; sin rencores. Jenkins no podía hacer otra cosa que comer, ella preparaba bien el pescado y la ensalada, y tenía hambre. Algunos hombres se encaprichaban a la hora de la comida. No comer era como un desprecio, se castigaban ellos mismos por un enfado, eso era un estupidez. No iba a hacer algo así, además, tenía tanta hambre que se fue disipando su enojo. Ella lo miraba satisfecha pero comía como un pajarito, sin apenas moverse picoteando sin llegar a llenarse. -No debes preocuparte. Creo que podemos dejarlo cuando quieras, no soy un adicto al amor -le dijo sin mirarla-. Podremos seguir con nuestras vidas. Creo que no avanzamos y no quiero se un estorbo. Mientras hablaba, sostenía el tenedor con un trozo de carne ensamblada sin piedad. Parecía complacerse en hacer aquel movimiento con la carne en el aire, mientras hablaba y masticaba a la vez. Cuando se tragó el enorme trozo que tenía en la boca, cesó un momento su discurso y vació el tenedor de un certero bocado. -No puedo creer ésto. Tan sólo con un poco de tiempo más hubiese conseguido que te echaras a mis pies -dudó, miró al plato y siguió-. No me tengas en cuanta lo que acabo de decir, creo que intento bromear porque no estoy bien. Lo siento. -No quiero meterte presión, todo lo contrario. No te voy a “montar un pollo”, ni a tirarme por una 12


ventana. Me gustas mucho pero soy incapaz de llegar a esos extremos. -Podemos seguir una temporada como estamos. ¿Qué te parece? ¿No estamos mal? -Ya, bueno. Iremos viendo. Muchas mujeres no quieren estar con hombres que no trabajan. Lo comprendo, me paso el día dando vueltas sin demasiado sentido. Al día siguiente, Jenkins se encontraba mejor. Estaba alegre, descansado y feliz, y no había dormido con Roxi. ¿Qué sentido tenía seguir durmiendo juntos si ni siquiera se tocaban? No había pensado en ella en toda la mañana, tenía sus propias cosas en la cabeza, cosas como la lista de la compra, o la necesidad de ir al banco a poner al día algunas facturas. Ya o le apetecía seguir excitándose con su nueva aventura y ni siquiera pasó por su piso a primera hora para despedirse mientras ella salía para el trabajo. No se encontraba en disposición de dejarse llevar por sus sentimientos, de los que, por otra parte, había empezado a dudar. En el mercado, se fundió con todos aquellos cuerpos y sombras del sol caduco de media mañana, un sol sin fuerza, inclinado, amable. Fue un momento placentero, sin prisa, como acostumbraba, y no necesitaba nada más, era suficiente seguir el ritmo de la mañana sin haberlo planeado. Se sentó en una cafetería y tomó un desayuno completo, con café, bollo y zumo de naranja. No existía el mañana. Se limpió las manos de la grasa del bollo y el zumo de naranja que corrió por el cristal hasta sus dedos, cuando separó la copa de la boca. Aquella calma sólo la obtenía en los mejores momentos de su vida, en los que no dependía de nadie y todo marchaba con la debida normalidad -la normalidad, esa cosa que hacía que un día sucediera a otro sin sorpresas. Amaba sus rutina y no todo el mundo podía decir lo mismo, tenía suerte en eso-. Tal vez, tenía la intención de recobrar su independencia, o al menos, no buscar a Roxi, no ponerla en sus planes, o dejar que fuera ella que lo buscara y evitar sus encuentros en la intimidad de su habitación. Ese día ya no la vio, y al día siguiente hizo el recorrido del mercado y la cafetería con la misma libertad. Una hora después volvió y las persianas no se habían movido, de hecho, creía que no se habían movido tampoco el día anterior. Conocía de sus rarezas, pero no hasta el punto de cerrar las persianas y andar a oscuras por la casa durante días. Empezó a ponerse de mal humor, habían bastado dos días y volvía a pensar en ella con toda su carga y la amargura que desprendía. Era hermosa, eso lo tenía a su favor. Tal vez, aquellas ojeras se debían a que bebía demasiado, pero a él le gustaban. Tenía el aspecto duro y desgarbado de las mujeres que no necesitan arreglarse para estar hermosas. ¿Dónde se había metido? Creía que había sido él, el que tomara distancia, y sencillamente, ella ya no estaba, no había un movimiento en su piso y no entraba ni salía en sus horarios habituales. Tardo poco tiempo en darse cuenta de que algo había cambiado definitivamente. Después de intentar no pensar en ella, se veía a sí mismo obsesionado con la idea recurrente de que no lo haría si sus limitaciones no influyeran en todas sus decisiones. La espalda maltrecha lo condicionaba todo, ¿sería posible? Podía hacer una vida normal, aunque el trabajo continuado no le hacía bien, ¿Por que iba eso a determinar sus relaciones personales? Ni siquiera se trataba de uno de esos tipos que sienten lástima de si mismos y se pasan la vida quejándose de su mala suerte. En ocasiones, cuando volvía a su piso, en la soledad de su cuarto, se sentaba en una silla y se persuadía de que no era tan mal amante, pero como sólo había llegado hasta el final una vez con ella, no había tenido tiempo de demostrarlo. Al momento rechazaba ese pensamiento como si se tratara de algo tóxico, no era propio de él reducirlo todo de una forma tan simple, pero el sexo siempre se cruzaba como algo indestructible para hacerle olvidar lo importante. Además, Roxi no le parecía de ese tipo de mujer que lo circunscribía todo a su placer personal, a su diversión o aspirar a una vida de cine. Como podríamos esperar de él, después de unos días empezó a verla como una extraña y ya no iba a dar el paso de llamarla por teléfono o timbrar en su piso, estaba claro que había salido de su vida y no necesitaba explicaciones para entenderlo. Al menos, hacía tiempo que no había sentido tantas cosas, ni había tenido tantas ideas agolpándose en su mente, ni tan confusos sus sentimientos; eso era lo que había ganado con aquella aventura que durara más de un par de meses. Ya nada podría hacerle olvidar el olor de su cabello mientras dormí y 13


el pegaba su cara a su espalda, ese tipo de sensaciones que nos hacen volver, una y otra vez, a intentar lo imposible. La alegría no duraba, ni era tan bueno estar solo, ni quería saber nada de ella. Aunque en ocasiones se descubría a sí mismo bajando la escalera tan despacio que se paraba delante de su puerta por si podía escuchar algún ruido dentro. No había mucho más que hacer entre su piso y el de ella, aplastado bajo las miradas de la vecina de rellano que lo tenía todo mu controlado. -Hace días que no está – le dijo como si no le importara. -Sí, ya lo sé. Debe tener trabajo. No tenía muy buena opinión de aquella señora, así que desaparecía por las escaleras en cuanto abría su puerta. Nada cambiaba tan rápido como sería de desear, pero al menos se elevaba sobre sus contrariedades Seguía siendo, por así decirlo, el innombrable vecino sombra que subía y bajaba escaleras. Pero, alejando de sí toda tristeza, no podía por menos que decir, que lo hacía con cierta energía y autoridad; nada de dramas. Había conseguido entender, en parte, que las mujeres tenían una idea romántica del mundo a la que había que servir sin sentirse despechado por sus decisiones inesperadas. Y aquella presencia tan nueva y decidida, sin embargo, seguía diciendo, tengan paciencia no sean crueles cuando me juzguen o juzguen a los solitarios. Marioska tardó un tiempo en aparecer por el piso de Roxi para recoger algunas cosas que ella le había encargado. Había intentado componer sus horarios y algunas otras cosas que tenía que hace, para poder acudir en socorro de su amiga. No se sentía muy cómoda en ese papel, y, en los últimos tiempos, Roxi sólo la llamaba para pedirle ayuda, lo que no le resultaba nada agradable. A veces, se molestaba y le echaba una buena bronca por su actitud, pero, al final solía haciendo lo que le pedía, tan sólo porque creía que sinceramente lo necesitaba. Y, por supuesto, era una amistad muy mal compensada, pero se dejaba persuadir, porque o la tomaba como era o mejor cambiaba el número de teléfono. Tal y como había presentido, se encontraría con Jenkins, en el barrio, en la cafetería, o en la escalera, sin duda ese era su territorio y también pasaba muchas horas entretenido en la ventana; Roxi también lo había pensado y por eso aquella tan corta solución poniéndola a ella de barrera. Cuando lo vio, saliendo del supermercado se dirigió a él como si lo hubiese estado esperando. -¡Jenkins, espera! -exclamó sorprendiéndolo. -¿Marioska? -respondió alarmado pero ofreciendo una agradable sonrisa-. Me pillas en mal momento, voy cargado y no me puedo parar. -¡Ah, querido Jenkins¡ Eres todo un señor de se casa. Te acompaño y te ayudo a llevar las bolsas -respondió Marioska-. Tengo algo que decirte y es ahora o quizás ya no te vea. ¿Qué sabes de Roxi? -Hace un tiempo que no la veo. No sé -dijo Jenkins. Hablaron de como se encontraban, del calor y del tráfico, y cuando llegaron a casa de Jenkins se sentaron en la cocina para poder hablar tranquilos. Tomaron licor y él le ofreció bizcochos. -No quiero demorar esto demasiado. Ella no pidió que te lo dijera, pero creo a veces sigue con su vida sin importarle lo que va dejando atrás. Roxi a vuelto con Harold. -No me cuesta creerlo. No te preocupes, no éramos pareja. Creo que para ella sólo fui una distracción de verano. Pasa todos los días. -No tengo nada malo que decir de ti, eres un chico encantador. Tampoco voy a quejarme de ella, sé que me comprendes. -He estado pensando en ella estos días. No quería hacerlo, pero hay cosas que no se pueden evitar. Jenkins tardó un tiempo en volver a intimar con otras chicas y había despertado el interés por Marioska, a la que volvió a ver a en otras ocasiones y se hicieron buenos amigos. Después de intentar establecer relaciones duraderas con otras mujeres, terminó por convencerse de que tal vez no tenía demasiado que ofrecer, y que no ofrecía la seguridad ni respondía a las aspiraciones que ellas buscaban. Todo muy poco conveniente. Además, la forma de vida que había elegido, lo ponía, lo que se suele decir, fuera de onda. Nada a favor, si sus pretensiones hubiesen sido muy serias o él 14


estuviera muy decidido. Como no era así, las decepciones de la vida tenían más que ver, con enfermedades, vejez y muerte de sus seres queridos, no con los habituales problemas sentimentales de los buscan pareja o los que ya la tienen y no se sienten satisfechos en su relación; sabía que eso también solía pasar. -El amor no dura demasiado -le dijo a Marioska en una ocasión-. No es bueno tomárselo demasiado en serio. No quería dar la imagen de ese tipo de gente que no confía en nadie. No era así. Estaba muy de moda eso de declararse “hater”, ¡menuda tontería! Bukowski decía que el no odiaba a la gente, y que no le molestaban si no andaban alrededor. Eso decía, o algo parecido. Lo cierto era que la gente solitaria tenía su propia forma de ver la vida y de enfrentarse a sus problemas. Las cosas nunca salían como se planeaban. La felicidad duraba poco, y se estaba convirtiendo en uno de esos solitarios. Todo bien bien, Roxi.

15


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.