Los últimos días sin fiebre

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Los minutos de la chatarrita

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1 Los minutos de la chatarrita Sentirse viuda tan joven no era nada agradable, pero no era peor de como se sentían otras mujeres atrapadas en un matrimonio sin sentido; tenía algunas amigas así. Era sólo que en su caso, además de eso, la forma en que había terminado todo la había dejado sin argumentos. La educación, el refinamiento, el gusto que se le supone a la gente culta, no le servía de nada; demasiado poco para superar su confusión en un momento tan duro. Los dos últimos años habían estado en crisis, se había producido un desprendimiento en sus afectos que la había llevado a dudar de todo, también de sí misma. Y sin embargo, lo había amado mucho, hasta el último segundo. Por diferentes razones un hombre busca otras mujeres fuera de su matrimonio, algunas de estas razones son muy sórdidas. Debra se había encerrado en su distancia, no había sexo entre ellos, y eso había sido en su caso lo que lo había llevado a buscar el amparo en mujeres rápidas, tan sólo por el dulce desahogo de una noche. Mas para ella, que no tener sexo parecía más fácil, cuando se entregó al mejor amigo de Boerman, fue como un experimento, casi por curiosidad; y eso, a pesar de haberle dicho claramente a su marido que no le gustaba que los visitara con tanta frecuencia, y que le parecía un hombre confuso y esquivo. Si todo seguía así, si los días pasaban sin sentido, si él seguía sin entender que necesitaban separase a pesar del amor que se profesaban, entonces acabaría sucumbiendo frente a cualquier hombre que pretendiera sus favores, y ese fue Ferrys. Por todo lo expuesto, y algunas razones más que me callo, Debra había sido una presa fácil para las intenciones del falso amigo. Tal vez se había tratado de una neurosis compartida, y eso los había hecho seguir juntos cuando lo que hubiese parecido más lógico a los ojos de cualquiera, era separarse. Pero, ¿quién puede buscar la lógica en los asuntos del amor? Ella, al menos, en aquel tiempo de traiciones, ya estaba preparada para empezar una nueva vida intentando olvidarlo todo, pero ese momento no llegaba. Aquellas visitas habían empezado un año antes: -Ferrys es un hombre tan atractivo que asusta -le dijo ella a Boerman una tarde. -¿Eso es lo que te preocupa de sus visitas? Pues sí, no es ningún niño inocente. Dicen de él que es bisexual. Pero tiene una conversación entretenida y, al fin y al cabo somos amigos desde hace mucho tiempo -respondió. -Entonces lo es aún más de lo que había imaginado -replico ella que parecía desconcertada-. ¿Hay algo más? Ponía todo su empeño en sonsacar a su marido todo lo que pudiera sobre aquel hombre, para poder entender por qué los visitaba con tanta frecuencia, pero si Boerman no lo veía como ella, si no era capaz de entender aquella inquietud, lo cierto era que tampoco importaba demasiado. Él la miró con malicia. En aquella mirada había toda la intolerable inestabilidad del deseo. Imaginaba lo que pasaba por su cabeza, como otras personas eran capaces de adivinar si llovería o no sólo ver el cielo. -Estuve un tiempo sin saber nada de él, así que ahora no puedo decir que no se haya convertido un uno de esos viciosos que frecuentan los clubs de carretera cada vez que tienen algo de dinero 2


-respondió-. Tiene su propia visión del mundo, y, en realidad, le sobra el dinero para eso y para mucho más. En mi opinión, la dignidad se entrega cuando uno no ve colmadas sus necesidades. -¿Eso te pasa a ti? -A veces. Durante aquellas visitas, mientras escuchaba a Ferrys imaginar lo bueno que sería hacer un viaje los tres a través de Rusia -¿por qué Rusia? Sólo él lo sabía, pero insistía acerca de eso como si se tratara de un destino exótico y desconocido para todos- mientras seguía hablando y soltando ideas poco realistas, ella no parecía elevarse lo suficiente para comprender por qué aquel hombre parecía tan lleno de ilusiones como un adolescente. No podía entender por qué, de súbito, hacía rozar sus manos cuando ella intentaba simplemente pasarla una taza de café, o por qué ponía su mano sobre su hombro con una confianza que le causaba extrañeza, simplemente para enfatizar alguna frase en la que ponía de relevancia lo mucho que admiraba a Boerman y su buen gusto. Hay amistades que se desvanecen sin remedio y se pierde el recuerdo como si nunca hubiesen existido, desparecen totalmente las caras, los recorridos e incluso los buenos momentos. No es que se trate de una luz intensa y por eso fugaz como la de una estrella, en ese caso no funciona así. No podremos asirla si, ala vez, decidimos que podemos dejarla atrás, ni por mucho que nos haya cegado en algún momento. Las amistadas, al contrario de las estrellas, duran más cuanto más brillan, a menos, y eso es lo que Debra deseaba interpretar, que el olvido sea una decisión voluntaria. Pero, por muchas vueltas que le diera, estaba claro que no había sido así en el caso de Ferrys, que volvía una y otra vez sin terminar de asociar su presencia con la turbación que ella sentía. No fueron a Rusia pero estuvieron un verano en un hotel con campo de golf y piscina a doscientos kilómetros, y para ese pequeño viaje fue suficiente desplazarse en coche. Ferrys también era un tipo deportista, del estilo de los que salen a correr a primera hora y lucen un cuerpo delgado y bronceado sin demasiado esfuerzo. Sus pómulos eran pronunciados y sus ojos tenían las pestañas más largas que Debra había visto, los brazos y las piernas eran largos, y su aspecto general era saludable, pero fumaba. Era capaz de pasar la tarde en la piscina tomando el sol, sin más entretenimiento que los Martinis y el la cajetilla de Lucky sobre una mesita al lado de su tumbona. Aunque nunca parecía tener ocupaciones demasiado “serias”, podía presentarse a media tarde vestido con un traje blanco que ella sólo viera en algunas películas sobre fiestas burguesas, americanas o italianas, e incluso, en aquel hotel donde parecía existir un relajo acerca de las costumbres ajenas y sus hábitos de comportamiento, podía pasearse de tal guisa por el comedor y la cafetería sin pasar desapercibido. Una mañana, Boerman dijo tener que volver para atender algunos asuntos en la oficina, le habían llamado por un trabajo que tenía a medio hacer y que necesitaban acabar para darle satisfacción a un cliente. Sería cosa de un par de días y aquella misma tarde abandonó el hotel después de que Debra le asegurara que estarían bien. Por todas las razones objetivas que se deducían de aquella situación, Debra se había convertido en la más probable presa de un adulterio. Se trataba de establecer una estragía fácil para que ella se dejara convencer, y cuando, aquella noche, Ferrys apareció en su habitación con una botella whisky y una cola de dos litros del supermercado del hotel, ella lo dejó entrar sin más motivo que el de celebrar la llegada del hombre a la luna con unos cuantos años de distancia. Él se sentó en la cama e hizo unos combinados con rapidez dejando las botellas sobre la mesita de noche, le ofreció su vaso con vehemencia y los dos tomaron un primer trago largo que los dejó sin aliento. Fluyeron las palabras y los chistes fáciles, las risas y las insinuaciones. No había el menor rastro de arrepentimiento ni mala conciencia por lo que sabían que estaban a punto de hacer. Era precisamente lo que se había esperado de ellos desde que Ferrys empezó con sus insistentes visitas, y Boerman con sus ausencias. Después de aquellas vacaciones no volvieron a ver a Ferrys, fue como si se lo hubiese comido la tierra. Por su parte Boerman recobró su pasión y se empeñaba en repetirle que no podía vivir sin ella, lo que a Debra le empezaba a parecer difícil de asumir. Toda aquella estima que le demostraba se 3


traducía además en pasión erótica y empezaron a desarrollarla en los sitios más inesperados, como parques y cafés. Se tocaban por debajo de las mesas y se besaban como enamorados que se tocaban en público, era como lo habían hecho de adolescentes y Debra no comprendía como había revivido todo aquel fuego. Aquellos días, al menos por parte de Boerman, se plantearon como un asalto, como si se trataba de lo ultimo que quería hacer antes de morirse, y fue como una premonición. Ella empezó a sopesar si todo aquello no significaba que debían darle una nueva oportunidad a su amor, lo pensó muy seriamente, y, al final, llegaba a la conclusión de que era demasiado tarde. Ninguna pareja que ella conociera, ni siquiera sus vecinos, o muchos con los que se cruzaba a diario en la calle, seguiría alimentando un matrimonio tan poco convencional como el suyo, y con tan pocas posibilidades de prosperar. El proceso de la enfermedad de Boerman fue corto, sin embargo ella lo vivió con una intensidad y un compromiso que no apenas se permitía salir de la habitación y dejarlo solo más que para comer algo o lavarse. No quería que abriera los ojos y creyera que ya no estaba allí, o que se estaba muriendo sin más compañía que aquellas cuatro paredes. En ocasiones, actitudes como la suya frente a la muerte, responden al miedo, es casi un acto reflejo que se lleva a cabo por respeto, pero en su caso seguía siendo amor. Y en aquel momento, tuvo fuerzas para arrepentirse de no haber sabido amarse mejor. En ocasiones, cuando se quedaba dormida en el sillón, a su lado, sentía una punzada de horror que precipitaba sus lágrimas, pero sin que él pudiera oírla, sin hacer un sólo ruido. Nada podía turbar el pitido constante de la respiración enferma de su sueño. Se comportaba con la dedicación de una madre y con la resignación de un corredor vencido por su propia sombra, no había solución, el médico había sido claro en aquello, era cuestión de días. ¿Cómo podía comportarse de otro modo sin detestarse a sí misma para el resto de sus días? El amor renace a veces, dejando atrás todo los reproches cuando ya no tienen sentido. En aquel momento trágico llegó a la conclusión de que la vida siempre acaba mal para todos. Su historia, la de los dos, había sido una carta muy larga, de las que se escriben contando todas las novedades para que alguien entienda como reaccionas frente a ellas, una carta que se presenta sin prudencia, estimándolo todo, hasta lo más incoherente y difícil de entender, y con la esperanza de o recibir un consejo de vuelta. Casi siempre, esa forma de vivir tan franca, termina por ponernos frente a nosotros mismos; la vida entonces es un espejo que actúa como un golpe en un costado. En ocasiones esa imagen nos dobla, y pensamos que tal vez no nos hayamos comportado todo lo bien que otros merecían, y Debra, en aquellas horas interminables velando, lo que ya era un muerto que aún respiraba, escuchaba aquel reproche y por más que lo intentara no conseguiría detestar cualquier cosa que hubiera hecho mal. Para bien o para mal, cada uno tiene la vida que le toca. Desde el primer momento le inquietó que el doctor Mulligan la animase a llamar a un especialista que tendría que llegar de otro país y no estar ocupado para poder atenderla, y lo hizo, pero no llegó a tiempo. Mulligan no se prodigaba en sus visitas, pero hizo todo lo que pudo y siempre llegaba para mirar al enfermo cuando estaba programado, aunque los dos supieran que no había ninguna solución a lo que tenía. La llamada al especialista era como aceptar que los milagros podían suceder, y eso era más de lo que estaba dispuesta a creer. La trastornaba que fuera tan positivo e intentara animarla, pero se lo agradecía con la misma seriedad que él le demostraba. Y no lo hacía por ser condescendiente con el único apoyo que tenía -porque eran extranjeros y sus familias estaban lejos, aunque eso sería otra historia al margen-, ni siquiera por amabilidad. En momentos así sobra todo lo artificial o añadido, y se trataba de no distraerse, así que agradecía que el doctor buscara una salida a sus desconsuelo intentando entretenerla con una nueva posibilidad en cada visita, o contándole de casos similares en otra parte del mundo que habían tenido un giro esperanzador cuando ya nadie lo esperaba, y lo cierto es que lo médicos no suelen hacer ésto. No desean confundir a la gente con vanas esperanzas, y los suelen ir acostumbrando y preparando para el peor desenlace, porque ellos mismos también lo necesitan. No había necesidad de tanto, y por eso se sentía afortunada de haber tenido la suerte de que aquel hombre, al menos una vez a la semana, acudiera para llenarlo todo con 4


el aire del que no se deja vencer por al enfermedad. Boerman estaba a merced de la fiebre y ella lo sabía, por eso intentaba mantener la habitación a una temperatura constante y le frotaba la frente con alcohol. Nada podía aportarle la seguridad de que no moriría cada noche, y se enfrentaba a aquel momento de oscuridad cambiándole la almohada o haciéndose un ovillo para quedarse dormida en el sillón pegado a su cama. Se exigía la disciplina de estar sólo para el enfermo, de no hacer otra cosa que pensar en él, que cubrirle los labios con un trapo húmedo o intentar que bebiera. En aquellas condiciones, aunque pudiera hacer todo lo que hacía por él, ya no le pertenecía. La cama en la que murió Boerman era la cama de matrimonio, una cama grande, para dos personas. El cabecero era de madera de castaño con un dibujo de hojas y pétalos en relieve y las patas de la base del somier eran también de madera. Sobre el cabecero una pintura de un campo verde y solitario con una casa que echaba humo por la chimenea. Era una imagen desalentadora, que daba miedo y frío al imaginar que alguien pudiera vivir en medio de la nada y seguir intentando mantener aquel fuego. En la habitación había otros muebles, una cajonera alta y una cómoda con espejo llena de cajas con pendientes y gargantillas y el reloj de Boerman parado en la hora y el día que ella se lo quitó de la muñeca y lo dejó allí. Era como si el tiempo se hubiese parado con aquellos relojes, al menos para él, porque la hora que marcaban en el inicio de su enfermedad, era la hora en la que había empezado a morir. En sus últimas visitas, el médico se fue volviendo cada vez más formal y educado, como si temiera que ella se le derrumbara en un llanto inconsolable, nunca terminaría de acostumbrarse del todo a que se le murieran los pacientes, pero tampoco al dolor de sus familiares, la impotencia y el fracaso desolador de la ciencia. En ese momento, Debra comprendió que el doctor Mulligan era mejor persona de lo que esperaba, porque la vida aún era un misterio para él y la inocencia no había muerto del todo frente a sus ojos incrédulos. Que sobrellevaba aquel trabajo con resignación, pero que tenía que aprender a convivir con la fuerza arrolladora de los finales dramáticos, los que terminaban con la audacia del joven estudiante de medicina y lo devolvían a la mediocridad inservible de todos los medicamentos y todas las cirugías del mundo. El aspecto de Boerman se iba haciendo más y más deprimente, sus huesos empezaban a asomar en los sitios más inesperados, se alimentaba de papillas y la única bebida que no rechazaba era el agua. No es fácil describir a un moribundo cuando le quedan fuerzas para demostrar el descontento por todo aquello que le ofreces y rechaza. A pesar de arrugarse como la fruta en descomposición, unos días antes de morir quiso hablar con Debra, lo que fue una novedad, no porque sus fuerzas se lo hubiesen impedido con anterioridad, sino porque, hasta ese momento, sólo deseaba dormir o hacer que dormía cada minuto del día y de la noche. En un momento así, si él deseaba hablar, ella no podía negarse, ¿quién le niega conversación a un moribundo? Ni siquiera le parecía honesto no decirle la verdad, a menos que eso no ayudara en nada. -Mis días aquí han terminado, lo sé -le dijo mirándola fijamente y sin ambigüedades, intentando poner las bases pare desarrollar un momento que no era premeditado, pero que a ella se lo pareció-. Pero si he de abandonarte, quiero que sepas que cualquier cosa que los dos hallamos hecho y que nos parezca vergonzosa, no lo parece en este trance por el que estoy pasando. El amor que te tengo, está por encima de todo. En aquel momento ella supo que Boerman sabía lo de Ferrys pero que no había contado con su beneplácito. No lo había consentido, ni había sido una forma cruel de pagar por sus propias infidelidades. En un momento, Debra recordó a Ferrys, la pasión desbordante que le hizo sentir, y lo abandonada que sintió el día después de decirle que no podían continuar engañando a su mejor amigo. Supuso entonces que Ferrys eran de ese tipo de hombres que no creen que ser el mejor amigo tenga valor si no se puede ser perdonado por una traición tan humillante. Pero a ella, entonces, simplemente le pareció un hijo de puta egoísta, que se había dejado llevar sin importarle nada más. No podía evitarlo. Lo juzgaba sin ponerse a su altura, creía firmemente que se había aprovechado de 5


ella en un momento de debilidad. Le daba mil vueltas a todo aquel asunto retorciéndolo, intentando convencerse que ella era la menos culpable de los tres. Boerman quería hablar de ello y a ella sólo le producía una tremenda incomodidad, y no lo iba a martirizar. -Querido, tú has sido lo más importante y lo sigues siendo -respondió cogiendo su mano y moviendo sus dedos sobre su piel con una ternura que nunca le había demostrado antes-. Hablemos de lo que quieras, pero sé que no he sido una mujer perfecta, no quiero saber si merezco tanto como tu me das. Desde el principio supieron que aquellas pocas palabras no podían torcerse, aquella conversación era el resultado de haberlo superado todo y no haberse tenido nada en cuenta, era una forma de amar superior, para la que no estaban preparados la mayoría de sus amigos y conocidos, nadie amaba así. La fuerza de una situación tan definitiva volvía inequívoca cada frase e busca de ternura y compresión. Eso era tanto como decir, nos amamos ahora, seguimos amándonos, el resto no importa. Y así fue, la noche en que Boerman se fue, ella seguía sentada a su lado. Nada podía consolarla y sus lágrimas parecían piedras de hielo, no eran abundantes y su rostro estaba duro, tal vez por el frío de la mañana, se quedó como ausente, como si nada de lo que pudiera pasar a su alrededor le importara o le pudiera hacer daño ya.

2 El dedo sigue dentro de la yaga Desde el principio, la relación establecida entre Byrne y Debra, fue de dependencia, o incluso más, de dependencia para la subsistencia. Muchas clientas de Byrne se sentían mortificadas por el trato desigual del tendero, con los precios cambiantes y los abusos de relación entre las que eran de su preferencia y las que no. Había en él el orgullo incipiente del nuevo rico, del exceso y la desconfianza a la vez; era, lo que se dice, una personalidad difícil. Desde el principio, Debra entendió que podía tratarse de una solución a su falta de apoyos en una ciudad que no le era totalmente extraña, pero en la que no tenia familiares o grandes amigos, y desde luego, Ferrys ni se digno a pasar por el entierro del que decía que era su amigo. Sola y sin recursos en un país extranjero, esa era la realidad. Los silencios del tendero le producía una cierta desazón, tal vez porque notaba un rechazo a pesar de que podía echar mano de sus últimos ahorros y pagarle algunas cosas que compraba; otras le pedía que se las apuntara para más adelante, sin terminar de reconocer que en cualquier momento tendría que empezar a vender algunas cosas. Le parecía que su presencia era contraria al optimismo que necesitaba para tratar aquella situación, pero también empezaba a convencerse de que la tristeza inmensa que la invadía iba a quedarse para siempre. No había conversación entre ellos en aquel momento, y aunque él sabía que su marido acababa de morir, no le preguntó por él, ni intentó ser amable innecesariamente por su situación. Sin embargo, ella lo observaba y en sus conversaciones con otras mujeres parecía hablar pidiendo atención, sus ojos se fijaban en su interlocutor y no cedían hasta que terminaba de hablar. Era una forma muy atrayente de comportarse, poniendo su carácter y el tono de su voz en juego. Se llenaba de paciencia y ocupaba su lugar en la cola curioseando en las palabras, las preguntas y las respuestas, por superficiales que parecieran. Por algún motivo, intentaba comparar aquella forma de expresarse con la que conocía mejor, la de Boerman, siempre tan correcto y a media voz. Empezó a formar parte de la vida del barrio en esas visitas a la tienda, y una 6


vez más, como en otras ocasiones en las que las dificultades habían amenazado con paralizarla,creció dentro de sí la disputa por lo que realmente importaba y todo lo que necesitaba poner de su parte para formar parte de esa realidad. Desconocía la parte más agria de aquel hombre, porque todo en el parecía distancia y media voz, incluso cuando los niños recién salidos del colegio irrumpían deseando ser los primeros en ser atendidos, el controlaba esa turbulencia con gestos y miradas, sin necesidad de alzar la voz. Tal vez no fuera que no le gustaban los niños, o si los tenía alguien se ocupaba de ellos por él que se demoraba en la tienda todo lo que podía. Eso era, probablemente, lo que más la atraída de él, aquella forma de decir con su presencia, con sus ojos, sin abrir la boca. La cautivó hasta las vísceras, mucho antes de que ella supiera que eso era así. Se lucía extendiendo una barra de pan sobre sus cabezas y se apoderaba de la atención de todos simplemente por su forma maestra de cortar el pescado y vaciar lo. Sólo que en el caso de Debra todo iba un poco más allá y no se dejaba deslumbrar con facilidad, por lo que debemos concluir que si había sido capaz de impresionarla a ella, que no lo hacía fácilmente, entonces era que algo más estaba sucediendo. Cada día volvía a casa con una pequeña bolsa de plástico con lo indispensable para la alimentación y el aseo. Se sacaba su pequeña bolsa de un bolsillo del pantalón y le decía lo que necesitaba extendiendo los brazos para sujetar las bolsa abierta y que Byrne fuera poniendo lo que le pedía, lo que muy pocas veces pasaba de tres o cuatro cosas poco pesadas y una barra de pan. Cuando abría la bolsa con aquella dedicación era como si se entregara, como si su vida hubiese sido una preparación destinada a alcanzar la perfección en aquel momento. Los hombres como Byrne son rudos y delicados a un tiempo, eso tan difícil de encontrar, y si en un principio fue reacio a seguir dándole crédito, cada día dejaba caer aquellas cuatro cosas dentro de la bolsa con tanta delicadeza que a Debra se le erizaban los bellos del antebrazo. No lo hacía con desgana, sin interés o mirando para otro lado, ponía todo su saber y atención en colocar cada cosa en su sitio, y finalmente, la barra de pan bien erguida e intentando que en el momento posterior, de camino a su casa, nada la aplastara con el vaivén. Cuando acabas de pasar por un trauma como el que Debra aún tenía en mente, con el dolor del luto presente entre sus telas, y con el solitario declinar de los días, encontrar un hombre así, que no lo decía, que apenas hablaba, pero en el que notaba que estaba dispuesto a cuidarla, esos es capaz de derrumbar a cualquier mujer que aún desea enamorarse. Pero, él también era un don juan, todo el mundo lo sabía, estaba casado, y tenía una amante, si bien sus amores eran una simple conveniencia, y Debra deseaba amarlo entregándose en rendición, y lo peor de todo, era que se le empezaba a notar. Una mujer, en una situación así, desconoce el terremoto que se puede estar produciendo en lo más íntimo de un tipo de hombre así, y eso es debido a que esos hombres, son incapaces de expresar una sola emoción o rasgo definitivo de su más inmediato pensamiento. Son de un carácter diferente a todo lo conocido, y están justo donde se sienten más cómodos, exhibiendo los rasgos de su cara sin un movimiento, como si fueran de piedra, como experimentados jugadores de poker, son así pero es lo que más conviene al mundo oculto que representan. Para él, tener una mujer entrada en años con la que le gusta hacerlo más que con ninguna, una amante que lo visita a escondidas y con la que desaparece por días como si se tratara de su mujer de vacaciones, dejarse llevar de por su pasión con desconocidas en los sitios más insospechados, y fijarse en la vecina viuda como si se tratara de un reto ser capaz de seducirla antes de que tuviera tiempo de olvidar a su amado marido, eran un cúmulo de razones que no podían influir en aquella imagen de tendero que no deseaba tomar parte en las inquietudes y lealtades más habituales de sus vecinos. Así era, con toda probabilidad, como Debra lo miraba, sin llegar a saber si ese tipo de imagen podía ser, a la vez, tan real y poderosa. Se dejaba influir por su imaginación, y volvía una y otra vez con su bolsa de plástico abierta y extendida hacia él, hacia el veredicto final del rostro que nunca había visto reír, o suspirar, o congraciarse con el mundo demostrando que se encontraba a gusto o feliz, al mover un sólo músculo alrededor de su cara. Se dejaba subyugar por sus propias ideas, y era posible que se estuvieran convirtiendo en sus enemigas. Si en él todo parecía autocontrolado, en ella verlo así, imaginarlo de 7


una manera tan sofocante, no era premeditado; intentaba sobrevivir, era algo tan simple como eso. Retenida en una situación tan precaria, por las condiciones que le había puesto la vida, no parece probable imaginar que ni ella, ni ninguna otra mujer, pudieran salir de ese problema sin un poco de ayuda ajena, pero lo cierto es que, aunque ella también lo pensara, un mes después del fallecimiento de su marido seguía sin tener una idea concreta de lo que iba a hacer para salir de un mar de deudas que crecía a pesar de sus esfuerzos por contenerlo. Empezó a repartir entre los vecinos algunas piezas de valor que habían formado parte de las posesiones personales de Boerman, un anillo, un traje, unos zapatos... Intentaba que los conocieran, que se familiarizaran con su indudable calidad, que pensaran que echarían de menos aquellos objetos so tenían que prescindir de ellos, y que, a cambio, se los pagaron por un precio que se ajustara lo más posible a su valor. Había un gran anillo de plata que llevaba la inscripción de la universidad y la fecha del campeonato mundial de remo con banco fijo en aguas abiertas, lo que había sido en reconocimiento por participar con el barco de la fundación que lo financiaba, y haber entregado el trofeo para la vitrina de tan magna institución, dicho sea sin cinismo. Los siete estudiantes prometieron no deshacerse nunca de los anillos, pero él ya no estaba, y había llegado el momento. Debra negoció con el tendero dárselo a cambio del pago de sus deudas y recuperar su crédito, pero también, le pidió la promesa de que, a su vez, no negociaría con él ni lo vendería, y que llegado el momento le permitiría recuperarlo. Parecía fuera de toda lógica, llegar a imaginar que pudiera recuperar su posición anterior y el dinero suficiente para recomprar el anillo por el valor de su cuenta de pagos atrasado, y Byrne estuvo de acuerdo. Cada día bajaba a por la barra de pan y miraba a aquellos dos niños (entre 4 y 5 años) que revoloteaban llenos de energía como dos polluelos. Se quedaba mirándolos y ellos jugaban con ella, le tiraban de la falda y la empujaban invitándola a una persecución implacable, con gritos y leves amenazas que no se iba a producir. A cambio, salia a la calle detrás de ellos para seguir en aquella visión llena de felicidad sin razones. Los últimos días, justo antes de saldar su deuda con el anillo de Boerman, empezó a resultar evidente que existía una comunicación entre aquellos dos demonios y la extranjera viuda. Ni por un momento Byrne hizo algún que gesto que pudiera expresar si algo de aquello le molestaba, que ella les tocara la cabeza con dulzura o que les ofreciera chocolate, del que también tomaba el trozo más pequeño de una pastilla. Era una situación casi absurda, porque ella creía que Byrne tenía que ser el padre, pero la madre no podía andar muy lejos, y a pesar de eso, todo estaba bien, ¿que había de malo en que jugaran, o en que ella les siguiera el juego? Se trataba de devolverse la sonrisa, lo que no había sucedido en mucho tiempo. A media noche, salía a pasear por las calles aledañas, cuando creía que nadie la veía. Iluminada por la luz artificial de las farolas y los últimos coches de retorno a sus casas, andaba con paso suelto, haciendo algo que le devolvía la vida, respirar sin ataduras. Escogía días despejados para sus paseos, llevaba zapatos viejos de tacón bajo; no podía recordar cuánto tiempo hacía que tenía aquellos zapatos con los que ya se había encariñado. Y cada día pasaba frente a la puerta de un gran hotel en la que un portero en librea la saludaba como si se tratara de un general de todas las batallas. Pensó que no había necesidad de tanto saludo y pasaba a toda velocidad sin apenas mover la cabeza porque le empezaba a molestar tanta insistencia. Pero como todo lo sucedido en el último año de desamor, la había superado hasta un límite que nunca sospechara, abrumada por sensaciones y pensamientos tan enredados, en general de poco importantes, medallista de portería y pretencioso adulador de mujeres solitarias a media noche, quedaba atrás sin que en ningún momento ella le devolviera el saludo. Ella se convencía de que no era por orgullo, sino porque no deseaba ser molestada, y no le importaba tanto que él lo entendiera o no, ni aunque sus intenciones estuvieran dentro de lo que esperaba. El tiempo pasaba a una velocidad difícil de observar, la primavera llegaba muy adelantada y Todo el mundo recobraba la sonrisa pensando que el invierno ya no iba a causarles ningún otro daño. Entonces, una de esas mañanas de emociones encontradas, desde su ventana abierta Debra escuchó una discusión en la calle y se asomó para saber lo que sucedía. La puerte de su portal estaba muy 8


cerca de la tienda y vio a Byrne empujando a un hombre al que deseaba poner fuera de su perímetro, por así decirlo. Por algún motivo se había negado a atenderlo, o venderle alguna y el otro había enrojecido de indignación. Tal vez no se trató más que de una confusión, pero los intercambios de veladas amenazas fueron suficiente para hacerlo salir de detrás del mostrador. Era la primera vez que lo miraba así. Hizo al otro moverse y salir sin apenas levantar la voz, mientras que los gritos del intruso eran claros y poco elegantes. Tal vez pensó que sería fácil tratar sin respeto al tendero, ni siquiera lo conocía, y eso fue un terrible error. Le había pedido que lo atendiera sin demora que tenía prisa y que dejara de charlar con las clientas mientras había más gente esperando -en ese caso se refería a sí mismo, y como ya le pidiera una botella de ginebra no parecía dispuesto a esperar por el resto-. Cuando le dijo que dejara la botella y se fuera el otro reaccionó sin medida. -¡Eres un mierda! Menos que eso. No me llegas a la suela del zapato -añadió intentando rebajarlo. Y tras decir aquello tuvo que dar un paso atrás porque la reacción de Bryan fue inmediata. Salió del mostrador, le quitó la botella de la mano, y lo puso en la calle a empujones. Las mujeres gritaban y los niños se escondieron detrás de un barril sin dejar de mirar. No sólo Debra salió a la ventana, sino que otras cabezas se movían en la fachada debajo de la suya, y algunas otras personas se habían parado en la calle sin intervenir. La mayoría de las mujeres estaban aún en bata y zapatillas, y creyeron que todo acabaría en una pelea a puño cerrado, o aún peor, con la sangre provocada por el cuchillo carnicero que estaba encima del mostrador. Imaginaban alguna escena de celos, debido a la reputación de Byrne, o algo peor, posiblemente un asunto turbio de dinero negro e intereses. Puestos a imaginar, muchos de los vecinos que no compraban en la tienda, se dedicaban a hacer las especulaciones más extrañas a diario. La fuerza intimidatoria de una mirada tan llena de razón como la de Byrne fue suficiente para acabar con aquel asunto, pero ni se molestó en pedir disculpas a tan repartido y distinguido público. Estaba molesto y se conformó con exclamar lleno de acritud ¡Venga, cada uno a lo suyo. Se acabó el espectáculo! Después de todo aquello, llegó a la conclusión de que ya iba conociendo un poco mejor a Byrne. Un día en el que él estaba bastante ocupado, había gente haciendo cola hasta la calle y esperó pacientemente a que le tocara su vez, aunque en aquel momento deseaba dar media vuelta y volver en otro momento. Tenía un motivo especial para estar allí, todo lo económico se complicaba y ya no le alcanzaba el dinero para pagar el alquiler. Necesitaba patatas y aceite, y cuando le dijo lo que le pasaba, no obtuvo respuesta, él se limitó a mirarla de medio lado y seguir con lo que hacía. Le puso encima del mostrados su anillo de casada, y añadió a la bolsa algunas otras cosas que le hacían falta y con las que podría tirar al menos una semana más. El anillo estaba un poco rayado pero no tenía ninguna inscripción y parecía de oro. Parecía un trato ventajoso, pero a Byrne no le hacía feliz andar en aquellos tejemanejes con su vecina caída en desgracia. Como tendero, nadie le había dicho nunca que debría tener un código ético, pero sabía muy bien que su clientela se mantendría si lo consideraban leal y justo en sus tratos. Esa era la idea principal que había heredado de su familia que desde antes de nacer él ya se dedicaba a aquel negocio. No se trataba tanto de creerse más honrado que otros, como de ser leal y justo, eso era y se lo habían repetido hasta la saciedad en su infancia. ¿Era posible tener esas ideas y ser un mujeriego sin remedio? Se repetía a sí mismo sin solución. ¿Qué le gustasen tanto las mujeres, podía llevarlo a la ruina? Tal vez por encima del buen trato a los clientes, y de la lealtad que se le suponía, estaba la suposición general de que se trataba de un ser perverso que escatimaba su simpatía y que en ocasiones, su amabilidad con las jovencitas parecía perversa. Durante aquellos días, empleó el dinero de la venta de aquellas pequeñas joyas que Debra le iba proporcionando en arreglar su casa, en vaciar una habitación, en pintarla y ponerle algunos muebles. Los niños tenían su propia habitación, y el dormía con su mujer en otra, la más grande de la casa. Parecía lleno de una nueva energía, se comportaba como un joven infatigable, capaz de salir del trabajo y empezar de nuevo, moviendo muebles y bajando bolsas paa tirar al contenedor de la basura. Parecía también interesado en modernizar el aspecto general del piso, si bien a su mujer no le 9


interesaba demasiado nada de lo que estaba sucediendo. Barnizó las puertas y los marcos de las ventanas, y montó un armario de piezas de madera sin más ayuda que una llave allen, con ingenio y esfuerzo.

3 Otro día sin fiebre Por entonces, la comunicación franca y locuaz se había establecido entre ellos. Cuando no había gente en la tienda ella bajaba para hablar con Bryan y él, aún como algo impensable hasta entonces, respondía a sus preguntas e intentaba llevar sus conversaciones con más o menos éxito. Parecía como si todo resultara de un plan concebido por ambas partes, o mejor, dos planes coincidentes y que tenían mucho que ver. Es decir, ella buscaba su favor y hacía lo posible por ir comprometiéndolo por que le gustaba, y él aceptando ese interés, quería convertir el deseo que había sentido desde el principio en algo más material y realista, algo que pudiera tener cuando quisiera, tocar y abrazar. La decisión de ofrecerle una habitación en alquiler no partió de la desesperación, ni siquiera de que hubiese llegado el día en que ella tuviera que abandonar su piso por impago, aquel elaborado y mil veces imaginado ofrecimiento, nació del deseo de tenerla como una posesión más, un adorno o un jugueta. Byrne pensó que si intentaba ser como ella pensaba que era, podría convencerla para que se instalará en su casa y poco a poco ir consolidando una situación que a todos los vecinos les pareció extraña, y que llevó a los más benévolos a querer pensar que sólo trataba de ayudarla en un momento difícil. Tenía que intentar que no hubiera conflictos, pero ella se llevaba muy bien con los niños, y a su mujer le daba todo bastante igual o también deseaba que Debra se instalara con ellos; nadie sabía a ciencia cierta lo que pensaba, hablaba poco y le sonreía, aceptando la decisión de su marido sin replicar. Es posible que aquella mujer tuviera una historia terrible que la unía de por vida a aquel hombre, que estuviera en deuda con él, que se tratara de un matrimonio de conveniencia o que la hubiese rescatado de las manos de una mafia que la prostituía, cualquier cosa que se pudiera imaginar, por loca que pareciera, cabía en aquella relación. Nadie sabía lo que había entre ellos, pero lo aceptaba todo sin poner problemas. Por su parte, Debra era una mujer de profunda formación, inclinada al arte y crítica con las injusticias; no se parecía en nada a Penny, la mujer de Byrne o a cualquiera de sus desconocidas amantes. Todo indicaba que el hombre mujeriego, hasta aquel momento se había comportado siguiendo un patrón con sus conquistas que estaba a punto de romper, e iba a intentar, por primera vez y como un reto, tener una mujer capaz de llevarle la contraria e incluso desafiarlo. -¿Por qué crees que una mujer como yo puede aceptar un ofrecimiento como ese? -preguntó Debra-. ¿Por qué crees que mi estado de necesidad lo pone todo a tú favor? NO soy una mujer fácil. -No tengo malas intenciones, pero me gustad y por eso intento ayudarte -replicó sin dejar de mirarla. -Tienes las peores intenciones. Te lo noto, puedo sentir tu respiración y como me miras cuando 10


crees que no te me doy cuenta. -Aún con todas tus suposiciones la oferta sigue en pie. -Creí que todo iba a ser de otra manera. ¿Coleccionas mujeres? ¿A tu mujer le parece bien lo que haces? -Es una habitación nueva, la he pintado de azul, tiene un armario, un pequeño sillón nuevo, y he barnizado las puertas y la mesita de noche. Estará muy bien, compartirás el baño con nosotros y por fortuna, nunca falta comida. -¿Eso es así¿ Te has molestado mucho. ¿Estabas seguro de que aceptaría? -Cada vez que hablaba contigo, soñaba con que aceptarías. Y así siguieron hablando sin que ella se decidiera inmediatamente, pero no tenía otras ofertas, estaba a merced de los deseos y de que Byrne pudiera cambiar de idea y retirar su oferta. Tampoco sabía de qué manera encajaba tener una habitación barata -tan barata que el precio que Byrne puso era puramente simbólico, y todo hacía pensar que podría pasar algún tiempo antes de empezar a pagar- y volver a tener planes para su futuro y construir una nueva vida; eso no parecía que estuviera en los planes de él, que simplemente vivía el momento esperando por ver el giro de los acontecimientos y seguro de poder controlar aquellos cambios que no le parecieran convenientes. Es posible que nada fuera a resultar como esperaban, ella hubiera vuelto atrás después de unos meses en busca de su reputación, si fuera de ese tipo de mujeres que valoran un futuro en armonía con su pasado. Ya no necesitaba su reputación, no iba a casarse ofreciendo su virginidad a un multimillonario. Nada iba a ser tan bueno eso. Aquella tarde, después de su sincera conversación, ella empezó a mudarse a su nuevo domicilio con lo poco que aún no había vendido o entregado a cambio de sus facturas, metido en unas maletas de plástico duro de un color rosa fucsia que casi nunca pasaba desapercibido. Poco después, cuando se disponía a acostarse, alguien llamó a la puerta de su habitación. Felicia, la mujer de Byrne quería mostrarle como funcionaba todo. Le mostró hasta los más pequeños detalles, desde los programas de la lavadora, hasta el regulador de temperatura del termo eléctrico. Byrne había bajado las escaleras corriendo para atender a las últimas clientas del día. Estaba deseando acabar con sus obligaciones en la tienda para poder cerrar y subir a ver como iba todo. Los niños dormían, y Felicia se empeñó en mostrarle como funcionaba el agua caliente de la bañera, y lo cierto es que había que tener cierta habilidad para no pasar de un agua fría a la que escaldaba sin término medio. Felicia se empeñó en lavarle el pelo, se lo suplicó, hasta que ella estuvo de acuerdo. La pretensión servil de aquella mujer añadía misterio a todo lo que la rodeaba, pero Debra no hizo ni una sarcástica observación, se limitó a obedecer y dejar que usara el secador como si estuviera secando el pelo de uno de sus hijos. El hijo mayor, había estado observando desde el pasillo, sin hacer ruido y sin perder un detalle. La amabilidad de su madre era algo a lo que estaba acostumbrado, y cuando ya estaban a punto de terminar, se dio la vuelta y volvió a la habitación a dormir con su hermano. Al conocer a Felicia -de una forma más personal y no sólo como la imagen que entraba y salía en silencia de la tienda en contadas ocasiones-, Se preguntó si lo que estaba haciendo no estaría mal, si lo que en realidad deseaba era sacarla de escena a ella y a sus amantes, y tener a Byrne para ella sola. No quería creer que eso fuera así, pero esa posibilidad existía y sería una tremenda equivocación. En un momento como el que le tocaba vivir no podía pensar con un margen tan largo de error, el momento que le tocaba era el de poner todas sus cosas en una habitación e intentar recomponer su espacio mental. Si Felicia estaba celosa, desde luego lo disimulaba bien, y no iba a provocarla en ese sentido. Fue por eso que los primeros días hubo una distancia respetuosa con Byrne, de hecho, apenas se veían, ella lo evitaba hasta que salía a abrir su negocio, y cuando volvía a la noche la encontraba acostada. En ese medio tiempo, ayudaba a Felicia en sus tareas y entretenía a los niños con juegos que conocía de su infancia en una guardería en su país de origen de centroeuropa, o como a ella le gustaba matizar, de la antigua órbita socialista. Todo se desplazaba con cierta comodidad con el cambio, pero como se suele decir, “las cosas no son como empiezan, sino como 11


acaban.” Debra se avenía a todas las reglas de la forma más conveniente, pero cuando le pidieron que se quedara con los niños por la tarde para que Felicia pudiese ayudar en la tienda, no le pareció nada bien, sobre todo porque aquella era la hora en la que podía salir de casa, dar un paseo, y como ella decía, “airear las neuronas”. Creyó que era su deber decir lo que pensaba, que aceptaba su tarea -¿qué otra cosa podía hacer si le estaban dando de comer y de dormir sin apenas una compensación a cambio?-, pero que trastornaba la forma en que organizaba su día. Tenía que comprender lo que pasaba aunque no fuera agradable, no se trataba de tener una habitación creyendo que la había alquilado, porque eso no era verdad, la situación no se reducía a llevar sus cosas, instalarse y dedicarse a ver lo que sucedía a su alrededor sin más. Formaba parte de la unidad familiar de alguna extraña manera, tal vez, colateral y ocasionalmente, pero tenía que ocupar un espacio que la esperaba y eso intentando no entrar en el espacio de Felicia; todo bastante complicado. Algo tan simple como cocinar o decidir que comprar, la mera conclusión de si las sábanas necesitaban una colada o no, debía contar con la aprobación de la mujer de Byrne, porque, y eso debía tenerlo muy presente, ella era su mujer frente a Dios y el mundo. A Debra le habría gustado que Byrne de antemano le hubiese aclarado algunas de aquellas cosas, la organización familiar y el lugar que ocupaba en ella, que hubiera interminables discusiones sobre lo que era o lo que debería ser, pero aún en eso, se evidenciaría que se trataba de una extraña. No estaba preparada para descubrir por si misma lo poco que tenía que ver su vida y sus sueños con aceptar aquel ofrecimiento, y todo por sentirse atraída por los largos silencios de aquel hombre misterioso. ¿Era posible que de su situación se dedujera algún tipo de psicopatía que se extendiera entre los miembros de la entidad familiar? Una tarde sin previo aviso, Byrne volvió a casa más temprano de lo habitual y dejó a su mujer atendiendo a pie de mostrador. Encontró a Debra viendo la televisión en la sala, y se sentó a su lado bebiendo una cerveza. Se enredó en un discurso sobre las necesidades de los hombres, todo lo que se tenía que hacer por necesidad y todo lo que nunca se llegaba a hacer a pesar de representar los más íntimos sueños. Intentó explicarse porque ella no parecía aceptar la charla, cruzaba sus brazos y sus piernas y mantenía las distancias en silencio. Le dijo sosas como que él nunca había conocido el amor verdadero pero admiraba a los que se arriesgaban en esa aventura y, tras conseguir captar la atención de Debra, la invitó al cine porque, según dijo, una clienta le había pagado con unas entradas para aquella misma tarde. Fue una maniobra audaz, se viera como se viera. Si el plan era lo suficientemente romántico, al final de aquella cita podrían acabar en un motel de carretera y empezar una nueva etapa en su relación. Todo aquel ingenio se sustentaba sobre su discreción y le hubiese propuesto guardar sus encuentros en secreto por un tiempo, si no fuera porque Debra, aún llena de dudas, le respondió que le dolía la cabeza y que lo sentía mucho pero no podía acompañarlo a ver aquella película. Tampoco era un título demasiado atrayente, se trataba de una película de dibujos animados, y sin duda podría pagarse su entrada y utilizar las otras dos para llevar a sus hijos y sacarlos de casa al menos por una vez. Pero eso era lo que Debra pensaba acerca de su ofrecimiento, y a él jamás se le habría ocurrido algo que para él resultaba tan deprimente. Aprovechando que Byne estaba en casa, le pidió que se quedara con sus hijos porque tenía que salir a hacer algunas compras y él estuvo de acuerdo. Estaba claro que la cabeza le dolía para unas cosas pero no para otras, cosas de la tensión femenina supuso el galante casero. Aquella tarde pasó algo muy extraño, tan inesperado como sofocante. Al salir del portal, al otro lado de la calle pudo ver a Ferrys que se encontraba apoyado en una farola sin perderla de vista. Ella echó a andar y el hizo lo mismo por la acera opuesta, y ni siquiera apurar el paso lo hicieron renunciar a su persecución. Entonces ella se paró, y lo miró fijamente mientras decía entre dientes, “maldito hijo de puta, como te acerques te doy una patada que te a a hacer saltar los ojos”, y todo aquel odio debió reflejarse en sus ojos, porque él encogió la cabeza, y dio media vuelta alejándose con un mensaje comprendido de forma tan nítida: nunca más lo volvería a ver. No lo estaba pasando bien, aquello no era lo que había esperado. En ocasiones, Felicia volvía con la compra como si le hubiese picado una avispa, con todo su cuerpo, de al menos ochenta kilos, 12


tropezando con todos los muebles. Cuando eso sucedía, a Debra apenas le daba tiempo a reaccionar y si estaba sentada leyendo, se levantaba de un golpe y arrojaba las revistas a un lado porque no quería dar una imagen demasiado indolente o abandonada. Felicia sudaba y lo invadía todo con su pelo negro a fuerza de tinte y la raíz blanca a fuerza de no atenderlo lo suficiente. Tal vez, era desconfianza, pero el hecho de que se llevara bien con sus hijos y los entretuviera, a Felicia le hacía bajar ligeramente la guardia. Fue entonces cuando comprendió que para ella se trataba de algo circunstancial, de que la toleraba porque la veía como una distracción temporal de su marido. Y en ese momento se empezó a cuestionar a sí misma y todas las decisiones que había tomado desde la muerte de Boerman, tal vez todo habría sido mejor si no se hubiese dejado llevar por la atracción que había sentido por aquellos ojos negros de Byrne. Fuera ella la que libremente había decidido instalarse en su casa, como una intrusa que en su inconsciente más superficial buscaba romper la familia, aunque le costaba reconocerlo. Si alguien le hubiese preguntado, lo habría negado hasta la saciedad, una y otra vez hubiese afirmado que en su situación, en aquel momento, no tenía elección, y no había otra cosa que pudiera hacer. Una noche, sin hacer ruido, descalzo y en pijama, Byrne se introdujo en su habitación. Ella había estado esperando mucho tiempo que eso sucediera, pero tampoco eso lo reconocería ante nadie. Pero, ¿cómo podía ser de otra manera si nunca pasaba el pestillo? Vio su figura en la oscuridad arriesgándose a que ella gritara, pero la calmó preguntándole si se encontraba bien, porque él no podía dormir. Ella se echó a un lado y abrió las sábanas ofreciéndole entrar en su cama. Lo primero que hizo al día siguiente al levantarse fue ducharse como si no lo hubiese hecho en un mes, como si intentara borrar las marcas de la fornicación, como si con aquella esponja vieja pudiese arrancarse la piel. Byrne se había ido temprano a abrir la tienda, por algún motivo, Felicia no estaba en casa, y los niños se habían ido al colegio. La cabeza le daba vueltas, no sabía por qué hacía aquellas cosas, y si alguien le preguntara, afirmaría que su cabeza no andaba bien, que no podía responder sin atribuir su consentimiento al deseo psicológico de no poder estar sin un hombre. En ese sentido no se consideraba una mujer fuerte, y tal vez creía que aquello era una forma de protección, y simultáneamente a su defensa montada sobre la base de su falta de equilibrio psicológico, empezaba a creer que era una víctima de las circunstancias. “Al fin y al cabo, todos somos víctimas de las circunstancia”, le decía Boerman con frecuencia cuando estaba vivo, si bien, el se refería a su condición de inmigrante pobre en una cultura tan diferente a la suya. La madre de Felicia llegó a la mañana siguiente cuando Byrne no estaba en casa. Debra oyó a las dos mujeres discutir, oyó sus gritos y su agitación. Y una cosa entendió de las exigencias de la madre, “no debes consentirlo”, repetía desesperadamente. Aquello duró un tiempo, en el que quedo claro que las dos sabían que ella estaba en su habitación y que no les importaba que las escuchara. Por un momento sintió miedo y creyó que entraría, la atarían a una silla y la golpearían hasta matarla. Lo que estaba sucediendo era sórdido, lo mismo que tantas otras cosas con las que parecía chocar en los últimos días. Tenía que hacer algo, y eso sólo podía ser, un cambio total, un giro de ciento ochenta grados. Ahora bien, puesto que todos sus problemas se los había buscado ella, no podía culpar a nadie, era su propio enemigo, al menos eso lo tenía claro. Era cuestión de tiempo que todo empeorara, posiblemente llegando a los momentos violentos que ella tanto rechazaba y tanto miedo le daban. No obstante y a pesar de todos aquellos reproches que se hacía, debía sacar un aprendizaje de lo sucedido y nunca más fiarse de los hombres. Siempre habían sacado partido de ella cuando la habían sentido interesada y en el futuro le costaría mucho más fiarse de ellos. ¡Malditos hombres de penes ciegos!, soltó entre dientes en un momento en el que sabía que nadie podía escucharla. Algunas personas necesitan pasar por momentos difíciles para aprender las lecciones más fáciles, necesitan sentirlo en sus carnes para establecer su aprendizaje a fuego en los más profundos cimientos y seguir viviendo a partir de ahí, otras sin embargo, aceptan de antemano los consejos de sus ancestros y llevan una vida que no vulnera prohibiciones ni desafía los más antiguos conceptos. Estas últimas se pasan la vida otorgando la razón a sus superiores, aunque crean que les perjudica. 13


Bajo ese punto de vista, las equivocaciones de Debra la habían hecho aprender, el error era ya manifiesto y no quería más. No se equivocaba al pensar que su situación se había vuelto peligrosa, porque la madre de Felicia llevaba unas tijeras enormes en el bolso y pensaba volver. En esa altura de su vida, no estaba para dudar mucho, hizo su maleta y no se despidió de nadie. En la calle apuró el paso para que no la vieran huir desde la tienda. En la habitación de los niños dejó algunos regalos, y la otra maleta la puso debajo de la cama como pago por el alquiler de aquellos días; estaba vacía. Había algo de culpabilidad en ser extranjera por todo lo sucedido. Había suficiente en su contra para justificar los insultos, y como solía suceder en la biblia que había estudiado de niña, y que para algunos justificaba cada piedra que arrojaban sobre las mujeres que no tenían un marido que las defendiera de las acusaciones de sacarle el marido a otras mujeres. Pero ella ya no leía la biblia, le gustaban las mujeres libres, capaces de luchar contra todo y de cometer todos los errores. Y tal forma, como un duro aprendizaje se dirigió a la estación de ferrocarril, dispuesta a volver a su país y reencontrarse con lo que quedaba de su familia, algunos ancianos y otros enterrados en el cementerio del pueblo. Aplicó sobre su decisión toda la voluntad necesaria de la que hacemos gala cuando estamos convencidos de estar haciendo lo correcto. Acertó en reconocerse como la chica que se reflejaba en el cristal, joven y dispuesta a vivir de nuevo. En el asiento que estaba justo delante de ella un hombre leía un periódico y se estiraba la corbata. La miró después de un rato de que el tren se pusiera en marcha. -¿Va usted muy lejos? -le preguntó mientras intentaba darse la vuelta para verla claramente.

4 Lo que no contarán los telediarios Todo empieza en la nada o la ventaja que te hace más débil. Eso no parece ser el consuelo de los que nacen pobres o los que vuelven a su país de buscar una vida mejor en el extranjero próspero después de fracasar, pero cuando Debra entró a trabajar en la empresa textil, no pensaba en si la vida era justa o no por eso, sino en la suerte que tuviera de haber conseguido aquel trabajo. A diferencia de sus padres que apenas habían ido a la escuela para aprender a leer y escribir, ella tenía muy desarrollado el sentido de la justicia por lecturas impropias o políticamente cuestionadas, algunas sobre la libertad sexual de las mujeres y otras sobre la dignidad del hombre y los derechos humanos. Frente a aquella primera realidad dolorosa de verlos envejecer destrozados por la vida tan dura que habían llevado trabajando en los muelles, él descargando pescado y ella vendiéndolo en la plaza, la falta de piedad de los trabajos convencionales y modernos, parecían un adelanto al que todos los apuntados en las filas del desempleo les gustaría acceder. Debra creía no equivocarse en su decisión de comprometerse en aquella empresa nueva, que no prometía grandes salarios pero al pertenecer a una gran cadena de empresas textiles, ofrecía en cambio, seguridad al menos por unos años. En su cálculo se encerraba la necesidad de tener que aceptar una férrea disciplina, tragar algunos sapos y morderse la lengua, cuando asistiera a alguna situación que no le gustara. Había trabajado antes en ese tipo de empresas y sabía que la exigencia iba a ser grande en un ambiente de respeto o castigo. Conocía aquel tipo de empresas y sabía donde se metía, pero la necesidad de trabajar estaba por encima de otras primarias cuestiones. Y por eso, como si fuera capaz de contestar a la incertidumbre con una inocente valentía, reaccionaba con realismo y aceptaría lo que le pidieran aunque eso se saliera de las condiciones de su contrato, porque no estaba en situación de poder elegir. Al menos, 14


acertó a no presentarse al empleo sin compañía, y convenció a una vieja amiga que recuperara en Barania, su país de origen, al volver de su aventura europea, de que era una buena oportunidad para salir de la temporalidad. Lina se dejaba conducir por su decidida amiga pelirroja, sobre todo porque desde que la conocía no había tenido una sola ocasión en la que le hiciera dudar de su buena voluntad, además porque la viudedad reciente la había dejado muy triste, aunque no se trataba de que Debra pretendiera ser más inocente que una monja en otras cosas más personales. Había en las condiciones de trabajo un extremo sobre el sacrificio y remuneración que no se especificaba a las nuevas, y ese extremo era, que mientras duraran las obras de montaje y acondicionamiento de la factoría, los horarios serían variables, adaptados a las condiciones del momento, a veces inhumanos y excesivos. Debra temía que su amiga lo conociese antes de tiempo, que hablara con otros candidatos que se lo pudieran decir, o con algún mando que se lo pudiese mencionar por temor a los malos entendidos, que se pusiera en claro sin ella pedírselo y le dijera: “¡Mira, aquí no se viene a perder el tiempo. Los contratos son importantes pero la realización de la obra lo es más, así que si te tienes que quedar algún día una horas al finalizar tu jornada, tendrás que hacerlo!” Y ese tendría que ser un mando poco experimentado, porque llegado el momento, los encargados de acabar algún trabajo a tiempo, hacían que todo pareciese casual, como si nadie hubiese visto el reloj, y sin poner impedimentos a los que dijeran que necesitaban marcharse, aunque eso se tuviera en cuenta más adelante. Los mandos más veteranos, no gastaban saliva en explicar por qué había que hacer las cosas, ni creían necesario que las trabajadoras conocieran la importancia de cumplir con las fechas previstas para poner la factoría en marcha. Era cuestión de ir conociéndose, y saber lo que se podía esperar de cada uno, y si alguno quería volver al tiempo revoltoso de las revoluciones sociales, sabrían como quirtárselo de encima más pronto que tarde, sin ruido, sin discusiones, sin enfrentamientos, sin sindicatos ni abogados, simplemente, cuando terminara el contrato le dirían hasta luego. Así iban funcionando las cosas en aquellos primeros pasos para construir una factoría textil de casi cien trabajadoras, entre maquinistas, repartidoras, chicas de almacén, operarios técnicos y mandos intermedios. La amenaza del despido siempre estaba. Debra y Lina, tardaron en firmar su contrato, después de un mes de trabajo aún faltaba mucho para terminar de darle forma al taller de cosido, pero ya todos empezaban a tener una idea de las chicas que se iban a quedar y aquellas con las que sus jefes no contaban. Stephen Mchueso no tenía intención de dar demasiadas explicaciones al respecto, pero llegó una tarde y les entregó sendos sobres con el sueldo de aquel mes, y sólo por la forma en que lo hizo, Debra comprendió que eran de las afortunadas, que iban a seguir al menos una mes más, colocando muebles y maquinas de coser en la que parecía que podía ser su sección, si todo salía como esperaban. Metido en una bata azul y mirando detrás de unas enormes gafas de montura de pasta, pasaba entre los grupos de aspirantes sin mirarlas, repartiendo los salarios para poder llenar de cruces sobre cada nombre en la parte de un documento donde ponía, “entregado”. Ni siquiera hubiese necesitado pedir sus firmas, nadie podría decir que no había recibido su parte, no era necesaria tanta formalidad. Sin embargo, cada vez que entregaba un sobre, extendía la hoja de papel y la trabajadora firmaba, todo de acuerdo con aquella forma tan sobria y concienzuda de acabar el primer mes de trabajo. Una día, poco después de cobrar el primer salario, Lina llamó la atención de su amiga sobre uno de los jóvenes que se encargaban de enchufar las máquinas. Fue a su encuentro y le hizo un gesto con los ojos hacia aquel operario que llevaba una barba poblada y una camiseta apretada debajo de su chaqueta, por fortuna nadie más apreció aquel gesto. Se acercaron a él con discreción, él las miró y se acostó sobre una de las máquinas para alcanzar unos cables. La identificación plástica sobre el bolsillo superior de su bata tenía su nombre, Philips Lorry, y debajo con mayúsculas, “electricista”. Debra conocía a uno de sus compañeros y había tomado cierta confianza con él, pero no deseaba intimar con ningún hombre que echara algunos sórdidos recuerdos más a los que ya pesaban en su memoria. A pesar de eso, no estaba cerrada a tener amigos y necesitaba una vida social normalizada. Por lo que parecía, Lina deseaba bromear con Philips, y le dijo que no acerca su barba a los cables o 15


se le chamuscaría. -¿Será verdad, que los electricistas echan chispas cuando miran a una chica en minifalda? Añadió con intención de confundirlo. -A veces se nos queman los pantalones -respondió con frivolidad. -¿Te ha pasado alguna vez? -Me pasa con frecuencia, cada vez hay más chicas en shorts y minifalda. Es la moda, supongo. Las chicas se echaron a reír intentando contenerse para no llamar la atención. -¿Te sorprende que sea así? -preguntó el electricista pasando a tomar la iniciativa. -No, claro que no. Esa fuerza de la que presumes, está a la vista. No te conozco mucho, pero si algún día veo salir humo de tus pantalones, te pondrá un poquito de agua, por mi que no quede. Volvieron a reír, esta vez acompañadas de una sonrisa abierta que el les dirigió. -¡Cuidado que llega el exigente! -señaló Debra sin dejar de mirar a un hombre que avanzaba entre las cajas de embalaje y el material que aún no se había instalado. -¿EL exigente? -preguntó Philips. -Lorry, le llaman así por una frase que lo hizo famoso el primer día que llegó a la factoría, dijo, “si cobran hay que exigirles”. Tiene florituras de esas con demasiada frecuencia -respondió. Lorry era el director, para sus trabajadores, el hombre capaz de cambiarles la vida para peor con sólo desearlo, y eso iba a depender de sus aspiraciones. -Le gusta ponerse medallas, y eso va a ser un problema para todos. Dicen que viene con la idea de convertir esta factoría en la más productiva del país -afirmó Lina. Lorry iba seguido de Mike Cartins, un hombre especialmente adulador, que procuraba estar en todas las conversaciones importantes y seguía al director de cerca. Se trataba del abogado. Todas las factorías tenían un abogado destinado a conflictos sindicales principalmente, pero también para solucionar problemas con los vecinos, impagos de clientes o incumplimientos de los transportistas; no le caía bien a nadie especialmente, ni siquiera a otros aduladores como él. Mike Cartins veía conspiradores por todas partes, y era capaz de distinguir una crítica de una conspiración. Quería estar en el grupo selecto de mandos que lo controlaban todo, conocer sus secretos y tener una influencia decisiva en la factoría, pero se le notaba tanto que nadie se fiaba de él; en realidad Mike renía una gran ventaja sobre el resto y eso era que había una persona al que no el daba ni frío ni calor, y ese era Lorry, su amadísimo líder. Eran dos seres secos, que sabían que debían separar sus sentimientos y emociones de las decisiones de la empresa, pero ninguno de los dos lo hacía, cuando alguien no les gustaba, moverían cielo y tierra por sacárselo de delante, eso sí, con la debida discrección. -¡Vaya dos! -dijo el electricista refiriéndose a los mencionados ejecutivos-, como pisen una mancha de aceite... ¡contengan la respiración! Aquella mañana, con la factoría sin terminar de montar, Mike Cartins, quería que su director le diera el consentimiento para contratar a una de sus amiguitas, la hija de una compañera de su madre del club golf. Se trataba de una chica de buena familia que no necesitaba trabajar, pero tal vez encontraran algo para ella, y quería presentársela. Al director le causó muy buena impresión porque ella se mostró admirada de conocer a una persona tan importante, tal y como Mike había esperado que sucediera. Se deshizo en halagos y sólo le falto besarle la mano, a pesar de que había estudiado en buenos colegios y o tenía porque mostrarse tan deslumbrada. Es difícil precisar, que el hecho de que Mike siguiera la petición de su madre para pedir aquel favor, tuviera algo que ver con el hecho real de que Marieta deseara trabajar, o que su madre deseara también que lo hiciera. Tal vez respondía a la estrategia, tantas veces practicada por las clases burguesas, de dejar que sus hijos se fueran dando cuenta por sí mismo de aquello para lo que estaban preparados y para lo que no. “Déjala que lo intente. Ya se cansara”, perecía la postura materna, que desde luego no ayudaba en nada. Sin embargo, los tiempos estaban cambiando, las chicas deseaban tener una independencia y se lo jugaban todo por tener un puesto de influecia en una empresa multinacional como aquella. En su 16


imaginación, Marieta creía que podría empezar desde abajo, pero escalar puestos en la jerarquía de mandos, con la rapidez que le proporcionara su indudable preparación académica, aunque, como el mismo director dijo más tarde, “estaba un poco verde para entrar en el duro mundo laboral”. Fue Mike Cartins quien introdujo a Marieta en un mundo que no la aceptaba. Usó su incipiente influencia para buscarle un lugar en el que no la machacaran mucho, y habló con Perry Kilmer para que la tuviera en cuenta, poniendo de relieve su trayectoria académica, que era la única que podía tener hasta el momento a su edad. Había un interés insano en aquel hombre que pasaba de los cuarenta, en desear tener cerca a la hija de una amiga divorciada. Pero pertenecer a un pequeño y selecto grupo de amigos del club, era importante para él, y no sólo porque como él repetía con frecuencia: “los hombres de éxito lo son porque se saben relacionar”. Había historias inventadas por los nuevos compañeros de Marieta que la situaban en un plano bastante delicado en su relación con el abogado, pero eso no fue un impedimento para que Debra se relacionara con ella e intentara desmontar el muro de frío silencio que se había montado a su alrededor. Aquella forma de relacionarse no iba más allá de intentar tratarla como a otro compañero y se enfrentaba a la idea malévola pero real, bastante extendida por lo demás, de que aquel tipo de contratadas con aspiraciones, eran colocadas entre el resto para que se enteraran de todo lo que pasaba y se lo contaran a sus amigos del cuerpo directivo de la empresa cuando nadie podía verlas. Pero no siempre era así, y en gran medida, muchas de las chicas presentadas por amistades o relacionadas de algún modo con los superiores, sólo deseaban trabajar. No obstante, la duda siempre existiría. En cuanto a Perry Kilmer, por su parte favorecía este tipo de contratos porque era una forma de asegurar la confianza y fidelidad que necesitaba si llegaban los tiempos difíciles de un desarrollo sindical, pero también porque eran un tipo de empleadas a las que podía dirigirse sin tantos recelos como le sucedía con otras. Había pues una diferencia sustancial de inicio entre las partes que formaban los cimientos de la empresa. O bien Marieta intentaba integrarse con sus compañeras demostrando una personalidad y discreción a prueba de bomba o, seguramente con más motivos para ello, explotaba su buena relación con sus superiores para intentar alcanzar un trabajo mejor en poco tiempo. Sin duda, lo más sobresaliente del día en que todos los motores estuvieron montados y el resto de la nave industrial preparada para repartir las máquinas, era la sonrisa de satisfacción del Señor Perry. Cada trabajadora debía ser responsable de su máquina, de su mantenimiento, lo que incluía limpieza y cuidado, y también llamar al técnico si se trataba de un problema mayor, así que aquel momento era como la santificación de toda la obra. Parecía especialmente feliz, como nadie lo había visto antes, porque en su exigencia todo se le volvía desagrado. Para él, que ya había trabajado antes con aquella empresa y se había desplazado de una ciudad a otra cuando se lo habían pedido por motivo de inesperadas sustituciones, tener al fin, por así decirlo, su propia nave, eso era algo que lo llenaba de orgullo. Pero, sin duda, lo más importante, aunque menos evidente, se escondía en secreto detrás de tanto boato, y eso eran los planes que tenía para poder llegar a ser la marca más sobresaliente y la parte más productiva del territorio, conseguir niveles de producción nunca antes alcanzados. A nadie le gustaría tener un oponente tan competitivo y dispuesto a todo, y ninguno de sus mandos intermedios podía decir que no compartiera el deseo de prosperar que el director tenía, aunque esa ambición compartida se iba a ver muy pronto transformada en presión. El proyecto estaba construido sobre la sólida imagen de un hombre capaz de todo, y nadie podría lamentarse en adelante si eso exigía ciertos sacrificios; Debra lo miraba apoyada en su máquina de coser preguntándose de si sus compañeras serían conscientes de que aquella sonrisa en la cara de Perry, significaba muchos desvelos y como él solía decir, nunca bajar el ritmo. Finalmente, como si se tratara de una comedia ampulosa, Perry se subió a un pupitre y todas las mujeres se sentaron porque conocían el plan de antemano. Él las miraba como si pudiera reconocerlas, o si pudiera nombrarlas a todas por su nombre, una por una. Levantó los brazos; en 17


una de sus manos llevaba un pañuelos que exhibía como un trofeo. Preguntó, ¿Preparadas? Y acto seguido bajó los dos brazos de un golpe seco, como si diera inicio a una carrera automovilística, y gritó, “¡Qué suenen las máquinas!” En ese momento un estruendo golpeó el aire y una actividad desenfrenada comenzó a marcar el ritmo de las horas. En ese proceso de inició del trabajo, Mike Cartins no se separa un momento del Señor Perry, y su satisfacción era paralela a la de su jefe. Sólo había otra cosa que podía hacer a Mike sentirse tan animado, y eso era que consideraran útil todo lo que había estudiado como abogado de empresa y sistemas de despido. Y si para eso tenía que convertirse en un vigilante creador de disciplinas, odiado y cuestionado por sus empleados pero valorado por su empresa, entonces tenía asegurada su condición y no correría el riesgo de ser llevado a un plano inferior, o una categoría irrelevante como la de jefe de área, y eso era un riesgo real. 5 Sin rencores, sólo por justicia poética, la luz en su revuelta. Perry Kilmer era un hombre entregado a sus objetivos, la meta se establecía en un número concreto de cajas que debían salir cada mes por las puertas del almacén, y ese número no debía ser inferior al de otras fábricas, aunque eso lo obligase a trabajar por la noche, los domingos o a la hora de comer. Sus obsesiones, disimuladas frente a sus empleadas como la necesidad ineludible de servir a sus clientes, se dirigían más bien, a la sed que sentía de sentirse capacitado para más, de demostrarse a sí mismo de que había nacido para algo aún superior y que si era capaz de proponerse como ese ser superior que estaba en su inconsciente, entonces, nada lo pararía. Todo el mundo comete errores, todos cargamos con fracasos que pesan como una decepción y necesitamos superar ese límite que una vez se presentó sin haberlo esperado, pero en su caso, le provocaba una ceguera rabiosa, que a su vez lo llevaba a la desesperación si concluía que poniendo todo de él, eran otros los que lo hacían fracasar o equivocarse, lo pagarían muy caro. No consentía la pereza, la mala intención, las conspiraciones, la dejadez, el trabajo desganado, el desánimo, la ineptitud o la traición, ni toleraría a nadie que pusiera en cuestión su dirección o sus sistemas de trabajo. El ritmo y la tensión eran necesarias y el que no fuera capaz de mantenerse al nivel del resto, tenía que ser sustituido. En ese contesto, para Stephen Mchueso, haber sido cuestionado por su aspecto, no era lo mejor que le podía suceder. Las patillas, las botas de cuero, los tatuajes, no era nada de lo que se esperaba de un jefe. Además, Kilmer sabía que, en alguna parte donde se reunían el consejo de administración de su empresa, posiblemente en un país extranjero, había algunos de sus miembros que pertenecían al Opus Dei, y que no verían con buenos ojos aquella presencia. Tal vez los tiempos estuvieran cambiando, posiblemente se trataba de un hombre con una incuestionable educación, y una formación académica contra la que nada se podía decir. No necesitaba poner en duda su preparación académica, Kilmer quería saber si era el tipo de hombre que necesitaba demostrar que era importante, un pieza clave en el engranaje y luchar por dejarlo claro frente a otros que desearían lo mismo. Si no tenía esa capacidad, no le interesaba. No tardó en llegar el momento de que Mike Cartins tuviera la oportunidad de demostrar que estaba allí para tomar el mando en el peor momento. Dos chicas discutieron, una de ella era Lina y la otra su protegida, Marieta. Sabía que no necesitaba ser justo ni realista, sólo poner en su sitio a los que consideraba más problemáticos. No hubiese sido un problema importante si Marieta hubiese 18


sabido tener la boca cerrada, pero el orgullo le ganaba, y después de todo, quién era aquella desdentada para decirle como tenía que hacer las cosas. Menuda desvergonzada, pensó a su vez Lina, porque sabía que si apagaba la máquina sin seguir el proceso establecido para ello, reduciría su tiempo de vida sin remedio. “Para eso está el servicio técnico”, fue su respuesta. Para aquellos que consideren que los problemas laborales deben solucionarse de forma escrupulosa, encontrarán que las reacciones de Mike Martins resultaban caprichosas, parciales y, en ocasiones, vengativas. No quiso saber de el origen de la discusión, ni siquiera escuchó a ambas partes, se conformó con dar rienda a su imaginación ante la queja de Marieta. -Usted no está aquí para reprender a sus compañera. La empresa considera que es una exaltada y tendremos que castigarla si se reitera en ese tipo de actitudes. La opinión de Kilmer al respecto, coincidía con la de Mike Martins, es decir, le importaba muy poco si Lina era castigada sin motivo, y lo que era peor, si la condenaban a morderse la lengua antes las provocaciones de las otras chicas. Quizá porque Lina había pecado de inocente, o porque ella era así y seguiría haciéndolo muchos años después, y también, porque era joven y su interés por estar toda la vida en aquel trabajo no era lo que había soñado, Debra intuyó que se había abierto una puerta de rencor entre ella y la forma de conformar las afinidades de empresa que establecía Mike Martins. Nadie hizo nada por conocer si existía una incompatibilidad de carácter -lo que ella llamaban de la forma más simple, “caerse mal”-, o si además se trataba de formas de hacer el trabajo, o, lo que sucedía en ocasiones, que una entrara en el terreno de la otra. Si una se aventuraba en entrar en como otra debía hacer su trabajo, casi siempre excusando esa intromisión en un ahorro de tiempo efectivo para la empresa, y tocaba las cosas o cogía prestada una herramienta o un punzón de deshacer nudos, bien porque realmente lo necesitara o por hacer que la otra perdiera un tiempo real en buscar lo que le faltaba, en ese caso tan generalizado se producían discusiones, sin embargo, como había sido Lina la escogida para dar un ejemplo, dio igual que todas las chicas discutieran, fue ella la que quedó de conflictiva y la que fue castigada con cinco días de su sueldo, cuando unos días después delante de todos mandó a Marieta al carajo porque la otra le pidió ayuda para desenmarañar un ovillo de hilo. La mayoría de las veces, las cuestiones de disciplina no eran un problema para Kilmer, que aconsejaba a Martins sobre tal o cual chica, que no le gustaba. Todas las mujeres tenían la sensación de que no había una ley para todas. Lo que parecía una nimiedad a los ojos del abogado, a lo que le quitaba importancia cuando eran sus protegidos los que cometían un error, era sin embargo, algo imperdonable, cuando ese mismo error lo cometía alguna chica a la que deseaba poner en entredicho y dejar claro a todos que estaban deseando realizar un castigo que fuera ejemplo para otras que no fueran capaces de tener un perfil más bajo, o directamente, desaparecer. No le resulta difícil, a las empresas en general, solucionar las cuestiones de disciplina, porque por muy injustas que sean sus decisiones, nadie quiere sumarse al castigo sentenciado si bien, callan. Pero el trabajo seguía adelante, el interés por batir récords y ponerse medallas estaba en el aire. Para sorpresa de todos, cuando llegaban a fina de mes como primeros del grupo, Kilmer les daba una gratificación, que no era muy grande, ni colmaba sus necesidades, pero servía como bálsamo para el ego. “Tengo un buen equipo”, decía entonces respirando profundamente y poniendo las manos a la espalda como si se sintiera napoleón. En momentos así, Debra necesitaba ridiculizarlo y le decía a Lina en voz baja, si le pones un gorro de papel y una espada de madera, este es capaz de conquistar el amazonas. Si Kilmer decidía bajar por sorpresa a la fábrica desde su despacho, bien para observar la marcha de la producción, la forma de trabajar, o bien para descubrir por sí mismo si se cumplían sus indicaciones, solía pasar por las diferentes áreas y hablar un rato con cada responsable del servicio allí. En esas visitas no solía ser muy elocuente, se dedicaba a observar y apuntar lo que no le parecía bien o encontraba fuera de lugar, podía hacer pequeñas indicaciones o preguntar alguna cosa para 19


escuchar lo que tenían que decirle al respecto, pero su rostro parecía entonces contrariado y no daba demasiadas explicaciones. Algunos meses después, una de las chicas empezó a desarrollar un estómago prominente, y aunque intentó disimularlo, quedaba claro para todos que estaba embarazada. La mayoría de las veces, Kilmer no solía meterse demasiado en el trabajo directo de las chicas, le bastaba con escuchar el ritmo de las máquinas, pero ese día se quedó mirando a Wyneth, la chica era consciente de que no podía disimular su estado por más tiempo, y cuando Kilmer volvio a la oficina llamó a Mike como solía hacer en esos casos. En unos minutos Mike Martins llamó a la chica a su oficina. -¿Estás embarazada, no es cierto, Wyneth? -le preguntó sin dejar de mirarla. -Si señor, eso resulta evidente -respondió sin acabar de sentirse cómoda en su silla, mirando a la mesa y sin dejar de moverse, como si el asiento sobre el que se apoyaba, despidiera un calor insoportable por momentos. -Sí, tu figura te delata. Pero tu dijiste que no tenías pensado quedarte embarazada en tu entrevista, al menos por unos años esperábamos que fuera así. Una empresa como esta no puede funcionar si las mujeres, tan numerosas, empiezan a tener hijos, ¿lo entiendes? -Estas cosas pasan sin planearlas. -Pero tienes buen aspecto -comentó con condescendencia el abogado-, se diría que tu estado de siente muy bien. Y me alegro que así sea. Pero debes abandonar la empresa. ¿Lo entiendes, no es cierto? -Si, pero me jode la vida -respondió Wyneth que no solía callarse las cosas. No resultaba fácil entender una empresa que dejaba a una mujer embarazada a su suerte, sin desear conocer si tenía pareja que se ocupara de ella, u otra forma de subsistencia. Pero Kilmer tenía claro que había que ser firmes con aquellas cosas. No era su problema, si aquellas chicas no sabían usar anticonceptivos, ni reprimir sus impulsos, no estaban preparadas para seguir con ellos, y lo que era peor, sus compañeras podían hacer lo mismo si la respuesta de la empresa no era el despido sin contemplaciones. Wyneth recogió sus cosas al bajar de la oficina y no la volvieron a ver. Las chicas se escandalizaron por lo sucedido, pero el trabajo siguió adelante. No querían poner en riesgo su propio empleo por cuestionar algo que ya no tenía remedio, se decían sin alzar la voz, Incluso Leslie, una de las chicas que presumía de haber estudiado, dijo que eso era así en todas partes, que tal vez en el futuro consiguieran cambiarlo pero que en aquel momento en Europa, las mujeres no tenían esa protección. Incluso, pasados unos días aportó un artículo en una revista de mujeres que hablaba de ese problema, y que le hubiese complicado la vida de haber caído en manos de Mike. -Sí, tal vez en el futuro eso se solucione -dijo Debra a un grupo que hablaba de lo sucedido en su pausa para el café-, pero eso cambiará si alguien lo denuncia, si no, todo seguirá igual. -En España, también es así -le preguntó Lina-. Querida Lina, yo en España tuve trabajos temporales que no me duraron más de tres meses, pero sí, la mujer está igual de desprotegida. Entre otros problemas, el del miedo a perder el trabajo lo condicionaba todo. La corriente neoliberal que recorría el continente dejaba claro que los derechos individuales de las personas no podían bajar los niveles de producción y que en tales casos el despido estaba más que justificado, y no existía los elementos necesarios para poder defenderse contra eso. Ya no resultaba tan fácil dejar de ver a Mike como un verdugo, a pesar de la falsa simpatía que enarbolaba cuando quería que las chicas se expresaran libremente y así conocer los problemas de cada una, y lo contestatarias que podía llegar a ser llegado el momento. Era capaz de plantear las conversaciones más intrascendentes por conocerlas, por saber cuales eran las que se plegaban dispuestas a arrastrase al darle la razón en todo, y las que lo miraban en silencio sin compartir su punto de vista. Sabía que esas ultimas esperaban el momento para decir lo que realmente pensaban acerca del despido de Wyneth, pero las primeras eran peores, si encontraran otro amo al que servir, a él lo “venderían” sin contemplaciones. 20


El ruido de las máquinas era incesante, se turnaban en las pausas para no parar del todo. Las cajas con las prendas confeccionadas salían regularmente en camiones hacia su destino en tiendas y almacenes, y cuando llegaban por la mañana, tenían más material al pie de sus máquinas para iniciar un nuevo día de números, récords y desafíos. Tal vez porque Kilmer había decidido que su factoría podía producir más y en mejores que condiciones que otras aún más grandes, se entregaba a su tarea con más decisión con cada incremento diario de la producción. Y también, por eso, decidió invitar a su círculo más cercano a cenar en un restaurante y allí poder hablar de sus planes, y en esa ocasión no aceptaría excusas. Con el consiguiente permiso para salir antes, cambiarse de ropa y despedirse de sus familias hasta que él todopoderoso director les soltara el discurso de rigor, les obligara a comer alguna exótica comida novedad del restaurante y les felicitara por sus resultados. Stephen Mchueso no podía negarse a ir a este tipo de reuniones pero no iba de buena gana, lo que no se le escapaba a Perry Kilmer. Aunque la situación era de lo más oportuna y podrían haber tenido una reunión distendida, a Stephen no le sorprendió la actitud beligerante de su superior. Si hubiese existido un motivo grave para mirarlo con tanto desprecio, no hubiese conseguido poner un gesto más severo cuando se sentó a su lado. -¿Es cierto que hay voces que se manifiestan en desacuerdo con el ritmo de trabajo? -preguntó Kilmer a sus fieles, sin conocer la respuesta. -Hemos mantenido las mismas condiciones durante meses, nadie cree que deba ser de otra manera. -¿Lo has contrastado, Mike? -Cada día hablo con las trabajadoras, nuestra factoría es una balsa de aceite. -Ah, eso está muy bien. ¿No te parece, Stephen? -Intentaré se claro, aunque no se me supone. No veo necesidad de crear trabajos innecesarios que hagan más penosas las jornadas más largas. Todo lo que podamos hacer por facilitar el trabajo a nuestras trabajadoras redundará en un mejor ambiente y en eso, a su vez, las hará producir mejor. -Entonces, ¿tú crees que cuando hay mal ambiente entre ellas, es porque las sobrecargamos de trabajo? ¿Eso es lo que piensas? Dí. -No pretendo cuestionar una forma de hacer las cosas que tan buenos resultados nos está dando, sólo digo que si facilitamos, eso será bueno para todos. -Bajar el ritmo, las hará perezosas y no podrán satisfacer nuestros retos sin la ayuda de nuevos contratos y eso es caro. Pero, hablemos por un minuto de otra cosa. La tal Lina, la que sabemos que se permite hablar libremente, parecía ser tan amable y servil... He sabido que está saliendo con el electricista,¿es verdad? -Nadie contestó-. En estas empresas se corre el riesgo de que los problemas sentimentales nos cubran como los desechos de las alcantarillas. No nos convienen las traiciones, las despechos de maridos defraudados, las mujeres que juegan con los hombres que las rodean sin pensar en sus consecuencias nos traerían problemas. Nunca mandé ejecutar un castigo sin motivo, si bien, mis motivos no siempre estuvieron ausentes de rencor, es humano. -Si, por supuesto. Debe ser terrible tomar tan dolorosas decisiones -dijo Stepehen con un tono que sonó a ironía. En los días que siguieron a esa reunión, corrió el rumor entre las mujeres de que iban a proponerles un nuevo turno. Se dijo que en aquella cena se comieron los mejores manjares y se bebieron los mejores vinos, todo de acuerdo con elevado rango de los comensales. “Reunión de lobos, corderos muertos”, dijo Lina sin avergonzarse de su atrevimiento. Y mientras Mike bromeaba con algunas mujeres protegidas pero, sin embargo, poco productivas, daba órdenes para cambiar a una de ellas de sitio y de máquina con Lina. Aquella máquina no iba bien, y argumentaron que la eficacia y la veteranía de Lina, la restaurarían si la desmontaba cada día para limpiarla antes de empezar a coser. Aquello la retrasaba al menos media hora, y eso era mucho tiempo cuando los tiempo estaban tan medidos y el número de prendas en las cajas debía mantenerse o quedarse a acabar el trabajo. Cada día intentaba llegar al final de jornada con su cupo realizado, pero a pesar de su esfuerzo y de no 21


pararse en los descansos, de no hablar con nadie y de mover la aguja a toda velocidad, no podía cumplir con su parte sin quedarse un tiempo cuando ya todas se habían ido. No esperaba comprensión de sus superiores, pero le dolía los comentarios traidores de algunas de sus compañeras, que aprovechaban cualquier oportunidad para ponerse de parte de la empresa y ganar el favor de sus jefes. Debra empezó a sospechar que su amiga había llamado la atención de Kilmer, que intentaría aburrirla cada día como un ejemplo de lo que le podía pasar a otros si sus críticas llegaban a sus oídos, y que tenía muchas probabilidades de ser la próxima despedida. Hablaron al salir del trabajo, hacía tiempo que no lo hacían y Lina se había despegado un poco de su influencia, parecía reconocer sus problemas y haber desarrollado un carácter que no deseaba consejos. Las consecuencias de sus actos formaban parte de su madurez y no deseaba complicarse la vida, pero no acababa de entender del todo lo que le estaba pasando. La gravedad que se le daba parecía una invención para poner en práctica todo aquel sistema de disciplina, que prometía tener amenazadas a la mayoría de las chicas, por un motivo u otro, para que se cuidaran mucho de poner en duda las decisiones del director. Aquella forma de actuar de Mike, aquellos gestos de violencia verbal, apuntaban a que detrás se encontraba Kilmer con la pesadilla recurrente cada noche, de una factoría de mujeres embarazadas cosiendo desganadas, saliendo al médico, levantándose a beber cada cinco minutos, intentando llenar su cupo sin conseguirlo. Las huellas de Kilmer estaban en cada amenaza de Mike. Tal vez Lina hubiese sido elegida de todas maneras y sin motivo para aquella acción que mantenía las mentes violentas ocupadas, pero empezó a sospechar había algo de su reciente relación con el electricista que a Kilmer no le gustaba. -Te lo dije, “donde tengas la hoya, no metas la polla”, es el refrán más antiguo que conozco -le dijo Debra que estaba muy decepcionada de los hombres y tampoco veía bien aquella relación que acabaría como un puro divertimento. El programa de Lina, los días de fiesta, consistían en ir a casa de su nuevo novio y pasar el fin de semana sin salir de la cama. No le importaba presumir de ello, y de alguna manera, había llegado a Kilmer. Todas aquellas caras curiosas de sus compañeras queriendo conocer los pormenores de aquella turbadora aventura, escondía a algunas que escuchaban pero la detestaban, y estaban dispuestas a hacer comentarios jocosos al respecto, a sus superiores. Algunas de las más fuertes suelen contar sus intimidades sin miedo, eso les da una relevancia en el grupo que otras detestan, y es por eso que los mejores ejemplares -esto es algo que no pasa en la vida natural ni entre animales libres y salvajes-, eran traicionadas y envidiadas por las mediocres. -En un puesto de trabajo, como este, en una empresa tan fuerte, debes cuidarte mucho de los que envidian tu pretendida relevancia. Para hacerse respetar, los mediocres, buscan el apoyo de los superiores y escuchan por las esquinas para poder contar lo que saben de la forma que más les beneficie. Tú has llamado demasiado la atención. Si no te respetan, y hablo de los superiores, pero sobre todo de las compañeras que hacen un doble juego, entonces está perdida -Debra intentaba hacerla entrar en razón, pero Lina asumía que el exceso de trabajo a la que la sometían al hacerla limpiar una máquina averiada cada día, que además no era la suya, si era un castigo, no podía durar para siempre, y así se lo dijo. A lo que Debra contestó, “no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”. -Déjate de refranes, no es el mejor momento. Estoy bastante jodida, y no voy a dejar a mi novio porque a Kilmer se le haya metido en el entrecejo. -Te considera una “ligera”, empleó una palabra que dulcificaba otra que la hubiera podido ofender. -Un poco tarde para hacerme respetar, ¿no crees? Otro director de factoría llamó a Kilmer para felicitarlo, había conseguido pasarlo en resultados, y eso hizo que se hichara como un pavo real. Si seguía así, los dueños de la empresa contarían con él para cometidos más importantes en el futuro. Para sorpresa de todos, decidió doblar la carga de 22


trabajo y cuando las chicas llegaban por la mañana, las cajas de prendas sin preparar se multiplicaban al pie de sus máquinas. Había una hoja con instrucciones sobre la mesa y los jefes de área les daban las últimas indicaciones para que empezaran lo antes posibles en aquel nuevo reto que todos veían imposible, menos Kilmer. Lina seguía con sus problemas, y si al limpiar la máquina, montar, desmontar, y salir a la carrera para pillar a las otras, ya le parecía un castigo, en las nuevas circunstancias se sentía olvidada y condenada al fracaso permanente: siempre era la que sacaba peores resultados, a pesar de ser la que más se esforzaba y la que necesitaba hacer más horas para justificar ese situación, horas no remuneradas que tampoco aplacaban la ira del todopoderoso director de factoría. Nadie lamentaba tanto como ella aquella situación, pero seguía viéndose con el electricista, y aunque tomaron medidas para extremar la discreción, lo cierto es que todos parecían conocer su vida mejor que ella misma. De pronto empezaron las visitas, todos querían conocer los sistemas de trabajo que daban tan buenos resultados. Aparecían ejecutivos que daban vueltas por la fábrica y se permitían opinar acerca de todo, incluso las posturas de las chicas, que según ellos podían ocasionarles lesiones, pero que a nadie más le importaba. La mayoría de las mujeres no sabía donde iba a acabar aquello, y crear tantas expectativas sólo añadía presión a los resultados. Después de los primeros años de trabajo, todo iba tan bien, que se renovaron los uniformes, se pintaron las lineas por donde debía conducirse el personal, y se revisaron algunas máquinas que no iban del todo bien; entre esas máquinas no estaba la de Lina, que seguía montando y desmontando la carcasa cada día para limpiarla, aunque, en realidad se trataba ya de un ritual al que se había acostumbrado y del que nadie podía esperar ninguna mejora, porque la máquina brillaba como si fuera nueva, y había un exceso de aceite en sus engranajes. Durante el cambio de algunas máquinas, una trabajadora sufrió un accidente. La cosa fue lo suficientemente grave para que tuviera que estar en su casa con visitas periódicas al médico, durante meses. Le cayó una máquina sobre un pie. Por fortuna las máquinas eran eléctricas y no necesitaba aquel pie para coser, eso le permitió conservar su trabajo, pero quedó coja para siempre. Al morir Sasha, la trabajadora de más edad de un ataque cardíaco, muchas de las chicas acudieron al entierro y rezaron delante del cura como si no fueran ateas. Todas la conocían, y su tristeza era real. Lo hacían por ella pero también por todas, porque en ese tiempo la presión era creciente y Kilmer se había vuelto más exigente que nunca. No se podía demostrar que la muerte de la trabajadora por un problema cardíaco estuviera de algún modo relacionada con la incesante actividad que realizaba en su trabajo, pero necesitaba el dinero para vivir y no podía dejar de hacer lo que hacía. Llovía y las chicas permanecieron de pie a la intemperie cubriéndose con sus paraguas sin apenas moverse, sin prisa por abandonar el lugar, adivinando que un final parecido podían esperar de aquella vida que llevaban tan entregada. No había escapatoria, trabajar hasta morir o condenarse a la necesidad. Después de unos años de la apertura de la factoría empezaba a quedar claro que las condiciones del trabajo eran duras y la disciplina intolerable, pero o lo tomabas o lo dejabas, y Kilmer abusaba de esa condición. Nadie podría nunca saber lo que habían pasado en aquellos años, aquel nivel de exigencia diaria, aquel deseo febril de ser los primeros en todas las estimaciones de ventas y llegar a final de año con los mejores resultados de la cadena. “Este año tampoco lo conseguiremos”, le dijo Lina a Debra en un momento de lucidez. No habría gratificación de final de año, pero eso no sería relevante si no ser la mejor factoría, al menos le quitaba unas horas de sueño a aquel hombre que parecía tener un cerebro tan cuadrado como una cruz gamada cerrada en sus esquinas. Algunas de ellas, Después del entierro, se fueron a tomar cerveza al Pub del barrio. Había una pianista que tocaba canciones tradicionales e intentaba cantar sin desafinar, pero no lo conseguía. -Tendremos que sosegar el discurso o terminaremos todas castigadas -Dijo Debra que parecía la más dispuesta a seguir como hasta el momento, es decir, trabajando y callando. Mientras hablaba, Lina tomaba un trago corto de su cerveza y se limpiaba los labios con el dorso 23


de la mano. Miró a Claire, una chica joven que quería hablar. -Parece que aún estamos en esa etapa en la que la empresa está posicionándose, como si no supieran ya todo lo que pueden dar de sí. No quieren perder ni un momento, ¿perder? El dinero es lo único que les importa. No ellos no van a ceder, y acabar poniendo multas por romper agujas. -Eso es así, lo tenemos claro -se sumó Nathalie, una señora rubia bajita que hablaba mucho pero estaba con las otras en su descontento. Se había pasado la tarde llorando y se atragantaba al hablar-. A nadie le interesa saber, qué medios emplean las empresas para competir. Eso que dicen los sindicalistas, de “sus beneficios, nuestros accidentes”, es verdad, pero no podemos fiarnos, tienen un canal de comunicación directo con la dirección y pueden perjudicarnos. Lo que hemos pasado estos años sólo lo sabemos nosotras, y no es para sentirse orgullosas de nuestro miedo a perder el trabajo, siempre volvemos al punto de partida. -Yo no puedo creer que la muerte llegue así, sin más -dijo Lina-. El estrés es causa determinante de las enfermedades coronarias. -Todos sabemos que tenía un corazón débil. -Su corazón estaba enfermo, pero no nació con el enfermo, se lo enfermaron. Además, esta empresa y la tensión que proyecta sobre las empleadas, pasándoles la responsabilidad de la producción, no era el mejor sitio para ella, y si necesitas trabajar para vivir, o te mueres de hambre o vuelves al trabajo cada día, enfermo o no. -Será mejor no obsesionarse con eso, causaríamos más dolor a la familia -dijo otra de las chicas desde atrás. -Nadie lo planeó, tal vez, si hubiese dejado el trabajo hubiese sucedido lo mismo. -No lo sé -respondió Debra-. Yo también tengo la impresión de que cada uno tenemos nuestras debilidades, pero que a la empresa le da igual que estemos enfermos. Muchos trabajamos con gripe; nadie se puede permitir una baja por gripe. -Deberíamos pedir que sustituyeran a Kilmer, ese hombre está obsesionado con demostrarle al mundo que es un héroe. Podemos hacer una carta de protesta y enviarla a sus superiores. Pero si lo hacemos la firmamos todas, nada de ambigüedades -dijo Lina que seguía sufriendo la persecución de Mike y Kilmer. Apenas un mes después comenzaron los despidos y los castigos, Kilmer conservaba su puesto. Llegado el momento sólo quedaba una solución, hacer llegar a la prensa lo que sucedía allí dentro, y de eso se encargó Debra, a la que ya no le importaba si la despedían. Sabía que al llevar unos años trabajando tendrían que darle una indemnización si la querían echar de su trabajo, pero el gobierno había bajado tanto la indemnización que despedir salía casi gratis. A pesar de eso, era necesario que el mundo supiera todos aquellos años las persecuciones y los castigos habían sido lo normal, y que esa situación continuaba porque el movimiento neoliberal se nutría de antiguos empresarios del fascismo europeo. El fascismo, y eso sí lo sabían bien, tenía dos características muy señaladas, una era el culto al trabajo, la otra, la ausencia de piedad, y esas dos características estabas en las empresas multinacionales que animaba y protegía la Unión Europea. -Con las mujeres nunca hay que dar nada por sentado -dijo Kilmer claramente enojado-, tal vez ella crean que un día olvidaré esta traición, pero no lo haré nunca. Mientras entraban en la oficina de Kilmer, Mike no dejaba de pensar en como se había complicado todo. Aquello no ayudaba y era de inesperadas consecuencias. Tal vez no inmediatamente, pero nada bueno podía pasar. Todo el mundo conocía los pormenores de su conflicto, había salido en la prensa local. Un conflicto laboral más. “Es lo normal en estos tiempos”, decían algunos, y otros se ponían el lugar de las chicas y lamentaban que muchas de ellas perdieran su trabajo. -¿Por qué ahora, todo el mundo cree que sabe como se gestionan las energías de este tipo de empresas? -agregó. -Debra ha hablado con algún periodista, eso es lo que ha pasado -dijo Mike. -No puedo creer que este tipo de cosas pasen así, sin control -respondió Kilmer muy enojado, a 24


punto de perder el control. En la oficina había ordenado instalar una pequeña nevera escondida dentro de un armario archivador. Sacó unas cervezas y se sentó remangándose. Hacía calor y el aire acondicionado estaba estropeado. Le hubiese gustado tener algo de comer. En alguna ocasión había pedido que le trajeran algo del bar de la esquina, pero la situación estaba complicada y no le pareció oportuno. -Si alguna vez me vuelvo a ver en un conflicto parecido dejaré la empresa. Este año ya no llegaremos a nuestros mejores registros, y que una vez me pase eso, lo puedo encajar, dos veces no sería capaz. 6 La canción que canta el moribundo Algún tiempo después de que Debra dejara la empresa, fue elogiada por sus compañeras, pero lo hacían en voz baja. Parecía que todo volvía a su ser, la violencia verbal de los directivos fue tan grande que no podían imaginar que, por mucho tiempo que pasara, era imposible controlar los recuerdos y rencores generados. La vida seguía y Debra debía velar por mantener su vida en las condiciones en que la había construido en los últimos años así que se puso a trabajar, casi inmediatamente en la cafetería de un hotel. Fue una sorpresa para ella que, a pesar de haber algunas candidatas más jóvenes, finalmente se decidieran por ella. Al parecer habían valorado su buen carácter y la concepción analítica que le daba a los trabajos que le proponían y no conocía. Desde luego, con más tiempo del que otras chicas lo hacía, ella podía entender lo que tenía que hacer y buscar la mejor forma de enfrentarse a problemas inesperados desde el principio. “En peores plazas hemos toreado”, le dijo a su jefe con una expresión que recordaba de su tiempo en España, pero cuando intentó explicarle el significado no consiguió que lo entendiera, y resumió, “pues nada, que he realizado otros trabajos que también me parecieron complicados y pude llevarlos a cabo tan bien como cualquiera”. Por aquel tiempo de cambios, falleció el padre de Debra y su madre se fue a vivir con ella. Le pareció de lo más normal dadas las circunstancias, se lo ofreció, y la señora Rotles se lo tomó como una orden. El día de la mudanza tuvieron mucho tiempo para hablar del padre de Debra, el señor Totleblum. Fueron recuerdos de momentos vividos, de historias compartidas, y se dieron cuenta que había muchos más momentos divertidos que dramas, que al fin, ya no venían al caso. Aquella noche, Debra tardó en conciliar el sueño, estaba nerviosa y enfadada con el mundo, se veía sola en unos años, y no le agradaba mucho pensar en lo que le quedaba por vivir. Tal vez no había sido buena idea haberse negado a tener hijos. Solía pensar que la gente que tiene hijos cree que tendrá una vejez feliz y confortable, y la vejez no es así en ninguna de sus formas. Sería mucho más realista pensar que por muchos hijos que tengas, acabarás en una residencia de ancianos, tus hijos de dejarán morir solo en un piso silencioso y llenos de fantasmas, o simplemente te divorciarás y te culparán para siempre por haberles jodido la infancia; así justificaba su decisión. Cualquiera que durante mucho rato se pusiera a pensar en eso, perdería el sueño, de eso no cabía duda, y lo que era aún peor, ya no valía de nada lamentarse porque tampoco podía inclinarse decididamente del lado de los que optan por un matrimonio tan sacrificado hasta el final. Se lamentaba de que sus padres tampoco hubiesen sabido entenderse como esperaban, pero las enfermedades lo complican todo. Pero, ya había pasado la etapa de los enamoramientos adolescentes y por eso lamentaba no haber vuelto a querer a un hombre desde que muriera su marido. Para una viuda no es fácil moverse sola por el mundo, y ella se había movido sin cesar si obviaba los años que había trabajado en la fábrica 25


de costura. No estaba totalmente resentida con el mundo, no hasta el punto de no querer volver a saber nada de los hombres o volver a dejarse cortejar. Tal vez, era producto de su imaginación, pero, en algún momento de su entrevista con el jefe de camareros, el jefe Bomper, como le llamaban las otras chicas, le dio la impresión de que la miraba con deseo, lo que no era tan extraño, había sentido eso mismo en las miradas de los hombres, desde que cumpliera quince años. Había pasado los cuarenta, y a esa edad, los recuerdos lo condicionan todo y ayudan a darle forma al mundo que nos rodea. No era fácil para otros manipular la realidad sin que ella se diera cuenta. Precisamente por eso, creyó que aunque intentara disimular, aquella mirada había sido comprometida inconscientemente, pero concluyó sin darle muchas vueltas, “parece que el jefe tiene un día caliente”. De pronto se vio de nuevo en problemas si “bajaba la guardia”, y recordó por qué había puesto aquel muro de indiferencia entre ella y los hombres, era absurdo volver quince años atrás y dejarse llevar por sus pasiones como una tontita de nariz pequeña y ojos grandes, que cree que merece más de lo que la vida le ha dado. Ella era una mujer completa e independiente, no necesitaba un hombre que cuidara de ella, eso lo tenía claro. El primer día de trabajo se levantó temprano para no retrasarse y cuando iba a salir de casa, su madre le preguntó si su nuevo trabajo era honrado. No le respondió, a veces se veía sorprendida por aquella falta de confianza que tanto le había dolido en el pasado, como si las mujeres de la edad de su madre pensaran que todas las mujeres jóvenes eran terroristas o algo peor. Aquella mañana habló con Bomper en varias ocasiones; le gustaba su voz y sus maneras, y la trataba con corrección lo que era mucho después del trabajo en la fábrica de confección. Bajo la presión y los nervios del primer día intentó demostrar que lo podía hacer igual de bien que cualquiera, pero no quería que pareciera que era una de esas personas que quiere demostrar que es capaz de hacerlo todo mejor que otras, o que está dispuesta a darlo todo por conseguir y mantener su trabajo, no se trataba de ese tipo de competencia que conocía y no le gustaba. La realidad no se hizo esperar, como podía pasar desapercibida si no levantaba demasiado la cabeza, asistió a una discusión de Bomper con un chico muy joven, que parecía que se tomaba el trabajo a broma. Lo convenció para que solicitara el cambio al equipo que limpiaba y hacía las habitaciones, y le dijo que aquel era el mejor momento para empezar, así que el muchacho siguiendo sus indicaciones desapareció para incorporarse a su nuevo cometido. “Más claridad”, añadió el jefe con acritud porque acaba de prescindir de una persona en su equipo y no la iban a reemplazar. Debra aún no podía entender como funcionaba todo allí, y había visto situaciones mucho peores sin que le parecieran tan extrañas. No quiso posicionarse, y no le gustó, pero la ambigüedad e Bomper, entre el encanto y el estricto cumplimiento del deber, la tenía confundida. No quería pensar que estaba perdiendo el tiempo y que dejaría el trabajo antes de lo que pensaba si no era capaz de encajar allí. Inesperadamente recibió una llamada telefónica de Lina. A Debra le hizo ilusión y no dejaba de reír. -Ya quería saber de ti, pero no me apetecía pasar por la fábrica. ¿Aún sigues allí? -le preguntó con curiosidad mal disimulada. -Sí tuve suerte. Me dejé con el electricista. Creo que eso fue lo que les hizo pensar en que siguiera. No sé por qué esta gente piensa que se puede meter en nuestras vidas privadas, pero cualquier cosa que pase lo quieren saber, y si consideran que es algo que no les conviene, te crean problemas. Tu ya lo sabes. -Si, claro. Pero en mi caso, casi me alegro de haber salido de ahí. -¿Te acuerdas de Stephen Mchueso? Lo han despedido también. Acabó pegándole a Kilmer. En realidad, los dos se pegaron, y a Kilmer lo mandaron para otra factoría. -¿En serio? ¿Stephen pegando a Kilmer? ¡Pero si era tan delgado que apenas podía con su paraguas! -Nunca le cayó bien a Kilmer por ser de familia adinerada. El otro decía que estaba allí por enchufe, pero lo cierto es que todos ellos lo estaban, todos eran recomendados. Le dijo que su aspecto era el de un cerdo, por llevar patillas y el pelo largo, y así empezó todo. En la factoría, 26


delante de todas las chicas. -Supongo que Stephen tenía buenos resultados y no podía cuestionarlo por otro lado -añadió Debra-. Lo suyo lo tenía muy ordenado y confirme a las necesidades de la empresa. La realidad es que el nuevo director aparece por la fábrica sin avisar con más frecuencia de la que conocíamos hasta ahora, se presenta a horas con las que nadie cuenta con él, y se mete en todo, convirtiendo el trabajo en algo asfixiante, así que no hemos mejorado tanto. -Era de esperar. Esas empresas son así. -El nuevo director no es tan diferente de Kilmer, poco culto pero sagaz. Es capaz de ver el color de un hilo desde su oficina. ¿Te acuerdas de Marieta, la recomendada? -Claro, ¡quién no? -Fue ella la chivata. Le contó a los superiores quienes eran los que movían las notas de prensa. Ahora la suben a la oficina a hacer papeleo, está encantada. Sigue con la misma categoría y cobrando la misma caca, pero le dice a todos lo que hacen mal como si fuera otro jefe. Debra se preguntaba, si su amiga sería capaz de aguantar mucho tiempo más allí, pero no quiso hacer esa pregunta, porque, al fin y al cabo, tenía derecho a esa oportunidad. Bomper le echó una mirada de censura cuando llevaba un rato al teléfono y eso fue suficiente para despedirse y colgar. Nadie podía decir que no había luchado por la vida, y después de aquella llamada, se quedó pensando en que de todo había aprendido la lección de que a ellas, las mujeres trabajadoras, nadie les regalaba nada. Con los hombres era parecido, pero ella tenían un plus de exigencia que las hacía sentirse maltratadas. Le habría gustado tener éxito en la vida, y a cambio, ¿qué había conseguido? Desarrollar aquella conciencia social que la avisaba, “debo mantener cerca a los que me traten como una igual y, a los que se pongan en un plano superior, apartarlos de mi vida”. Pero aquello no valía para el trabajo, debía estar ocho horas diarias, a veces más, compartiendo su vida con chivatos, aduladores y jefes, que se creían burgueses y tenían sueldos bastante mediocres. Pero la vida era así. Además, los burgueses no admiten a los nuevos ricos como sus iguales, sólo a aquellos que llegan de buenas familias. La herencia de los privilegios era algo que hacía tan estúpidos a algunos de aquellos universitarios que había tenido por jefes, que de buena gana les hubiese llamado inútiles. Regresó al trabajo y limpió las mesas. Pasó entre los clientes, pensativa y dispuesta a atenderlos, pero con la cabeza llena de dudas sobre su esfuerzo y si valía la pena tragar tantos sapos. Ver a sus compañeros, algunos tan necesitados, y tan entregados, la hacía comprender que la clase trabajadora tenía una tarea grande para encontrar el orgullo perdido. En cierto modo, Debra intentaba rehabilitarse de su carácter y sus conflictos, y eso era tanto como abandonar. Intentaba salir de su forma de ver las injusticias, tan comprometida, y volver al mundo de la gente normal que evitaba meterse en líos. Lo hacía buscando cada nueva tarea, con cara indiferente o pensativa. Después de todo Bomper no parecía un mal tío y todos lo respetaban. Pero ella no podía dejar de preguntarse si algún día sería capaz de renunciar a la rebelión interior que le provocaba la vida que había llevado y las injusticias que había visto y se había tragado. No era algo censurable, no era una delincuente, era sólo una mujer que no aceptaba que la trataran como a un animal. Posiblemente aquello también significaba que eso que vibraba en su interior lo hacía porque se sentía viva y con fuerzas para indignarse. No era algo desconocido, otras veces se había sentido frustrada por no poder decir lo que pensaba, pero de momento no tenía motivos para sentirse tan mal. Se movía con libertad detrás de la barra, ponía bebidas, preparaba tostadas, tiraba los envases para reciclar o fregaba la loza, todo lo podía hacer sumida en esos terribles pensamientos. Durante todo el tiempo que había durado su matrimonio, Bomper había intentado hacerlo lo mejor posible, se había comportado como parte activa del sistema y había esperado formar una familia, pero su mujer no compartía sus mismas aspiraciones y no habían sido capaces de congeniar. Tal vez, ya había olvidado todas aquellas aspiraciones burguesas que tanto le habían inquietado en otro tiempo. Sin embargo, seguía creyendo en el amor, y no necesitó mucho tiempo para saber que le gustaba Debra. En una corriente de pensamiento tan correcta como la que sus superiores esperaban 27


de él, el hecho de pretender rehacer su vida con una de sus empleadas resultaba, como mínimo, problemático. Nada había cambiado desde el siglo diecinueve, e intentar aproximarse a una de las empleadas hacía que lo consideraran un depravado sin dignidad, o algo peor. Los encargados de los chismorreos vieron la oportunidad en cuanto notaron como la miraba. Intentó sacarse de encima aquellas miradas y ser discreto, pero se le seguía notando la atracción que Debra ejercía sobre él. “No es propio de un jefe, no es lo que se esperaba de usted”, imaginaba al dueño del hotel soltándole el discurso. Su matrimonio había sido un error, había durado demasiado y durante todo aquel tiempo nunca habían hablado de lo que cada uno esperaba de la vida; eso era importante porque el día después de su divorcio comprendió que no tenían nada en común. Así que la pregunta que le hizo a Debra en un momento de descanso era el resultado de todo aquello. -¿Qué esperas de la vida? Debra tardó un buen rato en asimilar la pregunta. Era una pregunta de amigo y eso la desconcertó. No le respondió y regresó a su trabajo después de la pausa algo turbada por la actitud de Bomper. No había hecho ni dicho nada malo, pero su pregunta mostraba un interés que ella no habría esperado ni en cien años. Fue entonces cuando ella le dijo sin profundizar demasiado que su vida había sido un carrusel, desde su pasado en la emigración, hasta el trabajo en la factoría de confección. En todo el tiempo que había pasado desde que volviera del extranjero, esa era la primera vez que la inquietaba que un hombre mostrara interés por ella -muchos hombres muestran interés por las mujeres y les dicen cosas más o menos atrevidas, sin ser tomados en serio; a ella también le había pasado-, primero porque ya no era joven y segundo porque no se veía atractiva. Bomper se encontraba animado a pesar de aquel primer rechazo. Sabía que si la quería convencer de que no se trataba de un capricho, tendría que ser muy insistente y demostrarle un interés que no pudiera rechazar. No era fácil sacar a Debra de su mundo y sus convicciones. Volver a pensar en los hombres y sus posibilidades de creer de nuevo en el amor, era como construir un hotel donde hubiera una catedral en cinco pisos. Y allí estaba, descubriendo a un hombre, que además era su jefe y le hablaba como un igual, intentando hacer una grieta en su muro de firmeza. Él intentado ser amable y ella respondiendo con indiferencia. A un hombre así, nadie le llevaba la contraria, o eso parecía. Se le escucha con atención aunque lo que tenga que decir sea pura bazofia. Además está lo de la jerarquía, y eso tampoco ayudaba. Incluso podía confundir el hecho de su atractivo, mayor pero atractivo. Cualquier cosa podía significar menos si iba unidad a una de sus explicaciones intentando darle un significado superior, es decir, los esfuerzos de Bomper por poner de relieve lo que le gustaba, terminaban por actuar como un vector en contra. La empresa le había advertido de no intimar con las empleadas, pero Debra realmente le gustaba, ¿qué pintaba la empresa en eso? Toda aquella historia de la disciplina y la maquinación en cursos de media hora, para aprender a aplicarla, le parecía terrible. A nadie le gustaban los exigentes, y a él le pagaban por serlo. Sus empleados lo escuchaban porque dentro de la empresa les resultaba tolerable, pero no querían tener a un tipo con ínfulas de superior fuera de allí, es decir que no se pueden tener amigos si no les demuestras que eres su igual. Y eso también se lo habían dicho en los cursos, “no hagas nada de lo que aquí has aprendido fuera de la empresa”. Pero, tampoco así deba resultado, se le notaba que no podía renunciar a ser quien era. Es posible que nada de todo lo expuesto anteriormente le hubiese importando tanto, como cuando intentó un acercamiento a Debra y sintió su rechazo. Intentó hablarle con cierta confianza y ella no lo entendió; estaba claro que no lo quería como amigo. Antes incluso de que pudiera explicarse y dejar a un lado la jerarquía que los distanciaba, ella se había levantado y había vuelto al trabajo. En una ocasión la llamó a su despacho para entregarle una gratificación que la cadena de hoteles había decidido dar a sus empleados, no era mucho dinero pero querían que quedara claro el esfuerzo que suponía para ellos. Hablaron del trabajo y ella no quiso compararlo con otras situaciones vividas anteriormente que no habían sido felices. Le dijo que nadie podía rechazar un trabajo con los tiempos 28


que corrían y que nadie iba a rechazar una gratificación aunque no la sacara de ningún apuro, no quiso contarle de como había sido su vida y, llegado aquel momento, todo lo malo que guardaba en el recuerdo de sus jefes. Bomper no quiso incidir en la buena voluntad de sus superiores, ni el esfuerzo que siempre pedían a cambio, pero, a cambio, se interesó por ella e incluso le preguntó por su familia. Todavía había una oportunidad de congeniar, se dijo, cuando ella le contó lo mal que lo había pasado con la muerte de su padre, que su madre vivía con ella y que tenía un hermano en el extranjero al que no veía desde hacía muchos años. En un momento, Debra dejó de tratarlo de usted y pasó a tutearlo si una razón aparente. -¿Tú no has tenido hijos? Porque los hombres con hijos no suelen ser tan abiertos aunque estén divorciados. Admiro a los hombres que salen adelante después de un divorcio y siguen manteniendo sus responsabilidades con sus hijos. Al contrario que muchas mujeres, no puedo culpar a un hombre por cada divorcio. Bomper la miró sorprendido por aquel cambio tan repentino, y, comparado con todo lo que de ella conocía, tan locuaz. Intenta ser amable, a pesar del conflicto que supone la pregunta en sí. -No todos los hombres somos iguales, a pesar de lo que se dice. Pero no he tenido hijos. Deberíamos quedar un día para hablar de eso, es un tema que da para mucho y no es este el momento. -¿Lo de los hijos? -No, lo de los hombres y sus obligaciones familiares incumplidas. Nada es fácil para nadie, ero no los defiendo. ¿Quedamos para hablar de eso? -Sería un escándalo. No es buena idea. Además... Yo no soy el tipo de mujer que le conviene a un hombre como tú. -¿Cómo yo? Lo que a Debra le parecía soportable, incluso interesante, de cuanto sucedía y tenía que ver con el resultado de su propia vida, era reconocer que ya no sentía la frustración de otro tiempo y culpaba a otra gente que había pasado por su vida como una apisonadora, pero no a Bomper. Era muy posible que se tratara de una forma de sobrevivir a los malos recuerdos, un sistema inmune contra todo lo malo que se le iba pegando como se le había pegado la pobreza cuando la había mirado de cerca. Puede que temiera acabar en la calle, deambulando sin sentido, la imagen que se le había pegado de los mendigos sin techo en sus paseos nocturnos. Aún podía contar su historia, si bien, le había costado mucho llegar hasta allí sin problemas. Todo se había sucedido como era de esperar en una niña nacida en un barrio popular, sin más ayuda que su interés cultural por el arte y la música clásica. No hubiera giros bruscos en su historia, se acostumbró a trabajar hasta dejar todos sus sueños enterrados en jornadas interminables que la arrastraban por casa al intentar llevar una vida normal. La insistencia de Bomper no lo convertía en un tipo extraordinario, ni siquiera simpático, pero estaba dolida y desconfiaba de todo, así que resistía como podía. Así pues, se iba dejando llevar por aquel tiempo que no resultaba tan duro como todo lo vivido hasta entonces. Pasó un año, y Bomper seguía bromeando con ella, todo parecía suave y conveniente. Su rechazo no parecía total, aunque en situaciones similares, cada uno puede pensar lo que quiera. Había en él frases conmovedoras de comprensión de alivio, consoladoras frases en momento en los que descubría aquel tono en sus ojos que expresaba decepción. La vida se revelaba como un revuelto de emociones y situaciones que convertían su psique en un una montaña rusa. Al menos, había algo que ya no era como al principio y ella lo consideraba un avance, se conocían mejor, se estrechaba la confianza, y en aquel tiempo no hubiera sorpresas inesperadas. Y eso estaba bien, pero Bomper no parecía ser del tipo que tienen imaginación para saber el tipo de seguridad que necesita una mujer y que él no ofrecía. No parecía comprender, a los ojos de ella, el mundo que los separaba. Todo lo que necesitaba era tranquilidad y no parecía dispuesta a permitir que algo tan inquietante como el amor, amenazara con sacarla de aquello que la había ayudado a llegar hasta allí sin meterse en líos, su convicción de que debía controlar hasta lo que no dependía de ella y no permitir que nada sucediera por azar. 29


Un día incierto, Bomper empezó a mirarla con aquella expresión de tristeza y decepción que ella no pudo dejar de notar. Descubría en él la intención antigua de seguir lo que deseaba a través del tiempo y no darse por derrotado a pesar de que aquel año se le había hecho muy largo. No lo había aceptado a él, pero tampoco a ningún otro. La resistencia de su jefe era casi de fuerza poética, si lo que tenía que ver con el amor no correspondido, lo era. Al menos ya se sentaban juntos a tomar café sin sentirse observados y sin que a nadie le pareciese que eso no entraba dentro de la normalidad. Parecían haber congeniado y hablaban con inesperada libertad. Y fue uno de aquellos día de primavera, un año después, que él le pidió que lo acompañara en un pequeño viaje que tendría que hacer para visitar a unos clientes. La empresa le permitía ir acompañado de uno de los trabajadores de la cafetería y quería que fuera ella. Mencionó de pasada que le agradaba su compañía y que todo sería muy profesional, cosa de un par de día en habitaciones separadas. Había estado una semana hablando en circunloquios y sugiriendo la necesidad de viajar de vez en cuando para salir de la rutina. Y la finalidad de tantos rodeos al fin había quedado al descubierto sin que ya pudiera retrasar por más tiempo su ofrecimiento. Ella lo miró con sorpresa pero sin ánimo, se rascó la cabeza y le dijo que eso no era el tipo de cosas que le apetecía hacer y sin acceder a su petición le preguntó si sería considerado como trabajo, si sería remunerado como tiempo completo y si debería asistir a las reuniones. Todo aclarado, seguía considerando que no era del tipo de cosas que le apetecía hacer. Él se preguntó a qué se debía aquel rechazo y obtuvo la respuesta en menos de un minuto. -No me parece mal tu ofrecimiento y tampoco es que no me fíe de ti lo suficiente o piense que deseas intentar aprovecharte de la situación, es que puedes llevarte a cualquier otro y eso sería más conveniente. -¿De modo que que me dejas colgado? -peguntó-. Tu postura es muy cómoda y tú no eres así. En aquel momento no esperaba que la espoleara así, y sintió la necesidad de justificar su decisión. Intentó ponérselo tan difícil que fuera él el que tuviera que renunciar, -El día primero de mayo está al caer. Es la fiesta socialista de los trabajadores y no te voy a forzar. Yo no pertenezco a tu mundo, y no me apetece meter la cabeza en él. Si tu vienes a la manifestación, yo iré a ese viaje “tan importante”- Respondió con un tono de sarcasmo al decir, “tan importante”. Sin pensarlo demasiado, Debra empezó a sentir que tal vez había llegado la hora de volver a estar con un hombre, pero no creía que ese hombre tuviera que ser Bomper. Tenía un amigo con el que se veía a veces sin haber dado el paso más allá de unos besos. Si lo necesitaba, no estaba del todo segura de hasta donde; aquel hombre se llamaba Erick Sonner. Como era propio de ella en aquel tiempo, decidía las cosas exigiendo que todo el mundo cumpliera con su parte sin poner demasiadas objeciones, así que un sábado por la noche accedió a subir a su casa y se acostó con él. Bomper aún no le había respondido a su proposición sobre el primero de Mayo, pero suponía que no lo haría y dejaría de hacerle aquella proposición acerca del viaje. Sonner, su amigo, se comportó como un bruto, y después de hacerlo, ella se vistió y salió sin apenas despedirse, en su ánimo estaba no volver a verlo. Eso podría explicar que ya no le pareciera tan mal que Bomper accediera a ir con ella a aquella gran demostración obrera y que a cambio, y aunque sólo fuera por distraerse, ella por su parte pensara que ir con él a aquel viaje no iba a ser una cosa tan mala. Él también le pidió que durante la reunión se pusiera un vestido azul marino con camisa blanca que le había comprado, y para no oírlo protestar también estuvo de acuerdo en eso. -En las nuevas causas sociales, el feminismo está tomando una relevancia importante, No sé si quieres ir a ese viaje con una feminista -dijo Debra mientras levantaba una pancarta echaban a andar con el resto de los manifestantes. -El feminismo no me preocupa. Cuando debo escoger un amigo o amiga, un trabajador o trabajadora, a alguien con quien establecer un compromiso, lo que me importa es estar con alguien con quien pueda confiar. Hay unos códigos que los hombres han establecidos durante siglos de dominación sobre las mujeres. -Al menos en tu concepción patriarcal del mundo concedes esa dominación. 30


-Por supuesto, a los hombres les tocaba ir a la guerra, y antes de que las mujeres accedieran al mercado laboral y al ejército, eso era así. No es ningún secreto. -Fue una imposición. Ahora nos estamos liberando. -Las mujeres estáis compartiendo los peores trabajos, los más sucios y penosos. No habéis entrado en el mercado laboral para llevar los papeles mientras los hombres hacen lo más pesado. Eso no es igualdad. -Podemos hacer todo lo que hace un hombre. -En los códigos para ser de confianza en ese mundo, el más importante es saber cuando tienes que guardar silencio. En eso las mujeres os parecéis a los adolescentes masculinos. Son ruidosos, protestan y cuentan cosas que no deben, hasta que aprenden esa discreción tan necesaria. Las mujeres tenéis fama de que habláis mucho, de que os gusta hablar y de que lo hacéis a toda velocidad. No es una broma, pero me hace gracia que te enfades por esto -ella se sintió ofendida, pero siguió andando. -¿Tú crees eso? Pues no es verdad. -El refrán dice, “secreto que digas a mujer, público ha de ser”. Es por eso que perdéis algunas oportunidades. Aquel tipo había leído demasiadas revistas neoliberales acerca de la naturaleza divina e intocable de la mujer. Los tiempos de la mujer en casa o en misa, estaban pasando y eso era un hecho. -No me interesan ese tipo de refranes. Podemos conseguir lo que nos propongamos, estaos más preparadas que los hombres, hay más mujeres en la universidad. El feminismo es imparable -le soltó mirándolo a los ojos-. Nadie nos va a seguir diciendo lo que tenemos que hacer. -Esto que te voy a decir te va a parecer más socialista de lo que soy. -Adelante. -A los hombres nos dijeron que si nos preparábamos y demostrábamos esfuerzo y talento, podríamos llegar a donde quisiéramos. No era verdad. El mundo funciona por enchufe, si no tienes a alguien que te coloque en un puesto de importancia, serás un universitario poniendo cafés en las cafeterías de un país extranjero. Y eso es lo que os están vendiendo ahora a las mujeres. Hay algunas oportunidades, pero si tu familia tiene una determinada posición tendrás oportunidades, si no es así, te cerrarán todas las puertas. Tú eres una chica lista y has estudiado arte, y sabes que es así. -Al final va a resultar que eres un comunista. Hizo una mañana de sol radiante y fue agradable la marcha con cánticos y charla pausada. La ciudad, como en tantos sitios del globo, había sido invadida por un espíritu soñador que buscaba la utopía, y cuanto más loca era la fantasía de un mundo sin amos crueles y egoístas, más crecía aquel sentimiento en las calles. Bueno, tal vez hubo algún mensaje de odio que sugería matar a todos los ricos, pero ellos no lo oyeron. Cuando no caminaban, se oían petardos y gritos aislados de “¡libertad para los presos!”, lo que también había formado parte de la escenificación en años anteriores, y parecía una exigencia personal para algunos. -La pasión por el conflicto -comentó Debra al ver uno de los grupos que gritaba con más determinación, Los grupos organizados paraban la circulación si era necesario, o se enfrentaban a algún conductor despistado que necesitaba pasar o esperar que la manifestación terminara de pasar por un punto concreto. Estos grupos gustaban de enfrentarse a ellos, y pateaban esos coches sin importarles nada. -Gente despistada -dijo Bomper, intentando excusar la actitud de los conductores que se enfrentaban a miles porque creían que era su derecho tener la vía libre. No se trataba de que a Bomper le importara demasiado aquellas imágenes de violencia, o temer que aquel hombre airado dentro del coche fuera a tener la mala idea de bajarse dando gritos. Se pusieron en marcha y dejaron atrás el incidente cuando intentó abrir la puerta y se la cerraron con una nueva patada. El resto del tiempo no hubo incidentes parecidos, hablaron de política y Bomper no quiso llevarle la contraria y se mostraba condescendiente con un pensamiento que le era hostil. 31


No resultó tan mal, y al final, Debra tuvo que reconocer que no se había sentido incómoda en compañía de Bomper. Al menos no había sido grosero al intentar desarmar su pensamiento feminista. Sería irreal creer que ella se había mostrado excesivamente radical porque deseaba dejar de gustarle, lo que a esas alturas ya era obvio. Baste decir, que a pesar de lo tarde que era y que los dos estaban deseando volver a sus casas para poder comer, aún se detuvieron para charlar un rato sentados en la escalera de piedra de un museo. Estaban encantados de haber participado de aquel evento. Introducirse en los intestinos de aquella serpiente líquida que discurría sinuosa por las calles, en busca de su propia intuición, del sentido de su lucha y del convencimiento y fortalecimiento de sus convicciones, para Bomper era una novedad, pero nunca había manifestado en el pasado que estuviera en contra de nada, ni de las luchas sociales, de los avances tecnológicos, ni del orden tan cacareado por la derecha, para que todo el resto avanzara. Es decir, tenía una confusión mental a la que no hacía demasiado aso, que no tomaba en serio, y no le afectaba demasiado en su vida cotidiana, y Debra se daba cuenta de ello. La había acompañado, eso no significaba nada, ni él intentaba llegar más allá en su convencimiento político. Era ese caso del votante que puede votar a un extremo o a otro sólo porque el candidato le resulte más o menos conveniente o elocuente. Ya había nadado entre aguas en otras ocasiones, por así decirlo. Muchos de los que iban a esas manifestaciones gustaban del reconocimiento de sus jefes, y en las empresas en las que trabajaban no se comportaban con la lógica consecuente del activista político, al contrario, se dejaban llevar por sus conveniencias. Él lo sabía y no estuviera tan incómodo en aquella manifestación, ya había estado en ella otras veces, cuando era más joven. -Menos mal que nos sentamos un momento, tengo los pies hinchados -dijo Debra frotándose los tobillos. -¿Te duelen? -No es nada, ya me ha pasado otras veces -respondió sin mirarlo-. Ya me encuentro mejor. ¿Te has sentido menos exigente hoy? -¡Qué quieres decir? -Siempre somos menos exigentes con la familia. Tienes que ver a los trabajadores como tus hermanos. El culto al trabajo y la falta de piedad, fueron los pilares del fascismo. -Yo no soy fascista. Eso fue un desastre -dijo Bomper, y en su semblante expresó que le preocupaba que ella pudiese pensar eso, o que lo hubiese dicho por ofender-. -En cierto modo formas parte de un sistema que necesita gente pobre que acepte los peores trabajos con cualquier salario. Eres parte de la cadena. El idealismo de Debra era más propio de una adolescente, eso le hacía pensar que dentro de ella, esa adolescente aún existía. Sus sueños no habían muerto, sus ilusiones se conservaban, la utopía de un mundo más justo aviva ese fuego cuando los que sufren esas injusticias son los encargados de trasmitirlas. -Trabajo por un salario, igual que tú. Y si la empresa cierra estaremos en una situación parecida. -Es bueno que pienses así, porque he visto a muchos que creían que encontrarían trabajo pronto porque su trayectoria los avalaba como buenos siervos del sistema, y deambulan por la calle dependiendo del seguro por desempleo. Los problemas de este mundo los genera la gente que quiere ser importante, y cuanto más importante quieren ser, más crueles y sin piedad se vuelven. Entre la impresión que le había causado al aceptar acompañarla, no estaba la del intransigente que votaba a los neoliberales, había en él un exceso de comprensión que no le cuadraba. Tal vez por eso, los trabajadores a los que mandaba, con excepción de alguno con el que podía tener pequeños problemas, lo tenían por un jefe blando o con poco carácter. Trataban de evitar sus reprimendas y algunos se ausentaban por motivos familiares cuando barruntaban que algo iba mal y se avecinaban los problemas, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Era una forma de aclararle a los poderosos que sin la colaboración de los trabajadores nada funcionaría como esperaban, ni por muy violentos que se pudieran. Eso no restaba ni un ápice de importancia a las luchas obreras, y Bomper al llegar a 32


casa, y a pesar de todo, lamentó haber olvidado preguntarle a Debra si su compromiso seguía en pie y lo acompañaría en aquel viaje. Por increíble que pareciera, sobre todo llegando desde un jefe con un cierto prestigio entre sus superiores, la idea de poner a una anarquista, o tal vez comunista, o lo que sería peor y también cabía que fuera, una nihilista, en el edificio de la administración de una cadena de hoteles, era algo, como mínimo, realmente atrevido. Pero, ella no asistiría a la reunión, podría esperarlo en al cafetería y comprobar por ella misma las diferencias con su puesto de trabajo, y por lo tanto, podía ser atrevido, pero no grave. Lo acompañaría porque se había comprometido a hacerlo, pero tan incómoda en medio de todos los pingüinos, tan desagrada por su forma pretenciosa de expresarse, que terminarían por discutir en el viaje de vuelta. Pero lo peor no era no encajar en un mundo de trepas, eso no le importaba, lo peor fue saber que aquella reunión era para preparar a los jefes frente a una reducción de plantilla. De nuevo los despidos, de nuevo las tragedias familiares y las empresas facturando más con menos. El año siguiente subirían sus beneficios con menos empleados y menos clientes. ¿Cómo era eso posible en medio de una crisis financiera?

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