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1 Sin motivos, sin excusas Otro perro ladró en la calle, al oírlo, se levantó renunciando al sueño y se sentó para dejar que su mente divagara sin sentido. Aquella tarde había llegado a la conclusión, una vez más, de que la competitividad estaba volviendo idiotas a sus amigos de la peña de fútbol. De seguir eso así, el domingo siguiente se ahorraría bajar al bar sólo por acabar discutiendo obviedades, penaltis o manos dentro del área. Tendría que pensar acerca de eso; los cambios le costaban, eran un sacrificio para él, pero llegaba el momento de tomar algunas decisiones. Sus nervios no era de acero. Tenía sus propias ideas acerca de la marcha de la liga de fútbol y no influía demasiado en su vida, pero sí en su salud. Estaba disfrutando del punto de haberse jubilado y su corazón estaba delicado, eso era un hecho, así que el fútbol no era lo que más le convenía. Su hija se acababa de divorciar, estaba deprimida y le gustaría tener un poco más de tiempo para ella. En unos días serían la cena conmemorativa de su grupo de bachillerato, y le gustaba ir a esa cena, saber como lo iba a todos y comprobar que, al final, iban quedando un grupo muy compacto y, a la vez, diverso, se viera por donde se viera. A pesar de que su cabeza se llenara de ilusiones inmediatas, tan sencillas y superficiales, como las que acabo de contar, una sensación de estar perdiendo momentos preciosos al lado de Miona, le hacía buscar su compañía siempre que podía. Se sentó a su lado en el salón y la miró profundamente esperando que ella le hablara, pero no lo hizo, parecía concentrada en una revista y no levantó la cabeza. -¿Te acuerdas de Francis? Jugabais juntos de niños, se ha casado tres veces y se ha vuelto a divorciar -dijo Ellimore sonriendo a su hija-. Es todo un personaje. Nunca se da por vencido. -Sí, lo recuerdo. El divorcio es como un deporte para algunos. Para mi no ha sido algo agradable. -Sí, lo sé. Por eso te lo comento. No es para tanto. Tienes que aprender a quitarle importancia a tus dramas. Eso estaría muy bien, a menos que sus dramas no fueran tan desafiantes. No se encontraba capacitada para nuevas aventuras, al menos de momento. Era una persona juiciosa, templada y sin urgencias, y sabía que si ella sufría hacía sufrir a su entorno, y como eso era así, la última cosa que deseaba hacer en aquel momento, era retomar su vida. Dejaba que el tiempo pasara de forma anodina, y se lamía las heridas, nada nuevo en su situación. Sólo pedía un poco de tiempo para poner su cabeza en sus sitio. -Ese Francis es un tipo curioso. Una vez nos fuimos de pesca con su padre. Él sólo era un adolescente y nos acompañó. En el río había unas chicas holandesas, o suecas, no sé. Estaban tomando el sol en bikini. Nos quedamos un poco chafados porque se pusieron justo en el mejor sitio para la pesca, era el sitio en el que solíamos quedar después de una larga caminata, hacían ruido, fumaban y se divertían, así que tendríamos que buscar otro lugar rio arriba en el que estuviéramos un poco más tranquilos. Yo no era muy bromista ni malicioso al respecto, pero salieron las bromas y el padre de Francis, Aflec, un buen amigo, creo que no lo conoces, no dejaba pasar una oportunidad para hacer chiste de todo, y dijo que las mujeres europeas se enamoraban con facilidad de los 2
hombres del sur porque creían que éramos más apasionados. Y, a partir de ahí, alguien hizo algunos comentarios poco galantes, acerca de lo desmedido de los pechos y los traseros de aquellas damas. Ya sabes como somos los hombres cuando nos ponemos burros. -¿Lo sé? -preguntó Miona que sonrió por primera vez, aunque forzadamente-. Está bien, no hace falta más. -Recuerdo aquel día con vergüenza, debes creerme. Lo creímos divertido, ahora sé que no fuimos nada elegantes. Encuentro momentos de mi pasado de los que no me siento orgulloso, quiero que lo entiendas. Posiblemente tendrás algún recuerdo por el que puedas censurarme. -¿A qué viene esto? -Me gustaría visitar a Francis y su padre y que me acompañaras. Dentro de unos días se celebrará allí la cena de conmemoración de antiguos alumnos. Viven a cinco horas en coche y prefiero que conduzcas tú, mis reflejos ya no son lo que eran. -Podría haber sido peor. ¿Sólo cinco horas? -señaló con ironía-. Tendremos que quedarnos a dormir. ¿Has hablado con él? Incluso en el mejor de los supuestos debes llamarle, no quiero conducir cinco horas y que ya no viva allí, o haya salido de vacaciones. Al mencionar lo importante de avisar antes de salir, Ellimore puso cara de estar un poco despistado, suponía que podría encontrar su teléfono si lo buscaba en algún cajón de la habitación, tal vez en la libreta de teléfonos de su mujer, fallecida algunos años antes. Pero aunque ella estuviera con vida en aquel momento, y pudiera ponerle el número de teléfono de su amigo en la mano, hubiese igualmente necesitado un tiempo para buscarlo y prepararlo todo, así que decidieron que dedicarían el resto del día a eso y no saldrían hasta el día siguiente muy temprano. Tal y como se sucedió la escena, Ellimore prefirió no terminar su historia, pero lo cierto es que aquel día, mientras los mayores se habían ido de pesca, Francis se había quedado con las chicas y cuando regresaron ya no estaban allí. Se había ido con ellas y no había llegado a su casa hasta unos días después. Aquello había sido causa bromas durante años, la fama de conquistador del adolescente le había acompañado toda su vida, y al haberse casado y divorciado tres veces, su fama acababa por completarse sin remedio. Aunque Francis sostenía siempre que podía, que no había sucedido nada, todos se empeñaban en hacer creer a quien estuviera dispuesto a escuchar la historia, que se había encerrado en la posada del pueblo en una habitación, aquellos tres días y que en ese tiempo, no habían salido ni a comer. A pesar de la obvia exageración de una historia semejante, una sensación de desamparo acudía a los ojos de Francis cuando algunos de los pescadores de aquel día, años después, se empeñaba en contar la historia. A pesar del afecto y la confianza que despertaba, la persistente idea de extender su fama entre todos los conocidos, a él le había creado algunos quebraderos de cabeza, y eso no hacía que pudiera apreciarlos más, cuando su amistad había pasado por momentos delicados. -¿No has dormido bien? No tienes buena cara, parece como si te hubiese pateado una manada de caballos. Y esas ojeras... No era difícil percatarse si Miona no dormía bien, sucedía con frecuencia y se le hinchaban los ojos y la cara. Tardaba en cambiarse el pijama y pasaba horas en el sillón tomando café, esperando las fuerzas necesarias para ponerse en marcha. Generalmente de mal humor. Tan sólo su silencio y su capacidad para hacer como que leía revistas, la hacía pasar desapercibida en otras ocasiones parecidas. -No me tires del genio. Ya sé que no estoy bien, no hace falta que me lo recuerdes. -Es cierto que mi franqueza suele crearme problemas. Pero dejame decirte una cosa. Los jóvenes creéis que la fata de sueño, o un sueño inquieto os lo produce un futuro incierto y poco halagüeño. Cuando se pasa de una edad y ya no hay tanto por perder, los malos sueños tienen que ver con imágenes del pasado que se nos han pegado sin remedio, y algunas no son tan importantes, pero nos preocupa haber hecho las cosas mal. Así que procura no meter mucho la pata. -Si quieres ir a esa reunión te llevaré, pero no hace falta que me des discursos. De mala gana, pero 3
lo haré, pero no me quedará tantos días. Te dejaré allí y me llamarás cuando quieras que pase a buscarte. Creo que estoy siendo bastante condescendiente para tratarse de una reunión de antiguos alumnos. -En realidad, ya he llamado a Aflec, me quedaré unos días en su casa. No hay problema con eso. -¿Dabas por sentado que te llevaría? ¿Que no me podía negar? Eres un poco cabrón, ¿lo sabes? -Te veo tan aburrida. Así podrás distraerte, y volver a ver a Francis. -¿Tres mujeres? ¿O es insoportable, o no soporta a las mujeres? -No creo que sea eso. Yo soy de otra generación, Francis es de la tuya. Es posible que tu lo entiendas mejor. Antes, sólo las estrella de Hollywood hacían esas cosas. No siempre las cosas sucedieran con tanta facilidad. No siempre la situación económica había sido tan sólida para Ellimore, Y eso, ella lo recordaba con dolor. Aquel tiempo en que Ellimore perdiera su primer empleo no era un error de su memoria, había sucedido y le había reportado un buen montón de imágenes de ella misma adolescente, siendo la niña pobre, la necesitada, aquella por la que sus amigas sentían lástima. Sólo Miona tenía un padre en el paro, y sólo ella ayudaba en casa para que su madre pudiera salir a trabajar, en aquel tiempo en que las adolescentes se lo pasaban en casa tiradas en su habitación pintándose las uñas de los pies y escuchando, “Video Killed the radio star”. Ella también escuchaba aquella canción mientras fregaba platos, sacaba la basura o hacía camas. Miles de niñas habían escuchado aquella canción todo el año mientras la bailaban en la playa con las puertas del coche de sus novios abiertas y con el radio-cassette a todo volumen. La relación con sus amigos se volvió exánime con el paso del tiempo, se fue apagando hasta desaparecer, no había sueños en común, ellas ya no la llamaban y ella hizo lo mismo. Habían dado por finalizada una relación que no se sostenía y por su parte, llegó a tenerle tanta manía a aquella canción, que si la volvía a oír en algún aparato que no supiera apagar, podría tirarlo por la ventana si eso era necesario para silenciarlo. -No deberías decir eso, como si yo me hubiera divorciado por ser de otra generación. Hay quien piensa que los hombres ya no confían en las mujeres que se divorcian, y me parece muy cruel. Parecía inspirada y todo lo que decía iba cargado de un doble sentido, el que descubría al viejo, lleno de prejuicios, insensible y creyéndose lleno de una razón insondable, ancestral y transparente. Tan sólo su capacidad para escuchar antes de rechazar cada no de sus pensamientos, lo hacía menos odioso. -Procuro creer que es así. Eres mi hija y sé que eres generosa y sensible, así que no quiero saber tus motivos. Era cierto que tenía una opinión muy elevada de Miona, pero por improbable que pareciera se sentía obligado a cuestionar todo lo que ella daba por hecho y que le había traído tanta infelicidad. -Bueno, después de todo, era de esperar. Una discusión más en este momento demuestra, al menos, que no nos ocultamos lo que pensamos. Y llegas a parecer odioso cuando adoptas esa postura, me haces pensar que te pones de su parte. -En serio, ¿crees eso? -Ahora mismo me tienes muy confusa, y enfadada. Como suele suceder en este tipo de discusiones, era un enfrentamiento entre dos fuerzas irreductibles. Estaba por determinar, si como había sucedido en el pasado, al menos, la voz del padre quedaría un tiempo resonando en su cabeza con la ambivalencia de su rechazo, pero también, con la enseñanza propia de los malos discursos, que son los mejores. Entre los dos, entregaban al mundo el desafío de cada una de sus discusiones como la mejor forma de enfrentarse a los problemas, incansables, tal vez en un conflicto exasperado de sus creencias y las creencias familiares. Lo nuevo y lo viejo nunca terminó tan mal que no pudiera recomponerse alguna idea rota, algún planteamiento quebrado y enterrado, o algunos sueños suspendidos para siempre de una soga. Ya no servía los castigos infantiles, el padre que riñe a la niña que se porta mal o no sigue sus indicaciones, en el mundo de los adultos la autoridad debe desaparecer, así lo entendía Ellimore. Podían discutir, pero 4
ella tendría la última palabra, eso era. A pesar de todos los malos sueños, Ellimore no tenía tanto problema con las contradicciones y contrasentidos del pasado. No permitía que eso le amargara, a su avanzada edad no sería muy práctico, así que si alguna cosa no había quedado del todo clara en su momento, y de forma recurrente volvía para que se hiciera algunas preguntas al respecto, procuraba no meterse demasiado en ello. Creía sin lugar a dudas, que darle demasiadas vueltas a cosas que ya habían pasado y no tenían ninguna repercusión sobre el presente, no demasiado saludable. -¿De dónde viene vuestra amistad? Tú y Aflec. -Fuimos juntos al colegio desde niños y pasamos parte de nuestra juventud compartiendo sueños y aventuras. Lo propio a aquella edad. Esa amistad continuó después de casarnos, pero entonces ya nos vimos muy poco. Una vez al año nos reunimos, eso mantuvo nuestro contacto -le respondió a us hija, como si hablar de aquellas cosas lo pusiera en situación de traer otras a la mente que ya creía olvidadas-. Te voy a decir algo, que muy poca gente sabe. Aflec fue novio de tu madre antes que yo. Él la vio primero, y estuvieron un tiempo saliendo, pero desde el principio, yo notaba que ella me miraba a mi. -¿En serio? -que calladito te lo tenías... En ese momento, Miona empezó a suponer que su padre era una cajita de sorpresas, pero no iba a sacar nada de él sino estaba dispuesta a escuchar, y tal vez, llevada por la inercia de la vida y de los tiempos, la gente cada día escuchaba menos. Posiblemente tendría mucho que contar que tenía que ver con ella, directa o indirectamente, no obstante, si le hacía demasiadas preguntas directas se le pasaría lo mejor, cuando empezara a volar su imaginación debería contentarse con los matices. -Yo no era de tener muchas novias. En eso me diferenciaba de Aflec, y como se dejaba llevar por el deseo y porque parecía que para él era muy importante la conquista, pues dejaba pasar delante de sus ojos las mejores oportunidades de compartir momentos con chicas que hablaban, lo que entonces era todo un triunfo. Siempre valoré en una mujer, la capacidad de conversar con los hombres en las mismas circunstancias que lo hacen con otras mujeres. Estaba por decidir, cuánto tiempo de quedaría Miona viviendo con él, acompañando su vejez, y, por lo tanto, renunciando a su propia vida. Era una inquietud que lo tenía en vilo, y que no quería exponer mientras ella estuviera cómoda y no diera señales de desear tener su propio piso, o compartirlo con algún hombre más joven que ella, pero cariñoso y comprensivo con sus necesidades. Ellimore tenía la audacia de la discreción y eso le había ayudado mucho en el pasado, sobre todo con las chicas, pero también en los conflictos sindicales y laborales que había vivido y en una pelea de tráfico en la que el tipo se pusiera nervioso y casi le hace perder un ojo con una barra. Cuando llegó la policía no le dio mucha importancia y todo se arregló sin juicios, grandes declaraciones, multas o papeles. En aquella ocasión, había sido capaz de reconducir un simple accidente de tráfico, que en un minuto se había convertido en una desafía al orden público. Cualquier conflicto, por simple que pareciera, era sensible de ser tratado sin mayores trastornos, y a su edad, él ya podía decir que parecía haber conseguido ese equilibrio. Su vida no había sido un campo de batalla, eso también lo había superado, cuando pedía mejoras en el trabajo y llegaba el jefe y decía, “bien, Ellimore, ya me han dicho que has estado protestando”, y el tenía que precisar que constaba un hecho que necesitaba ser corregido, pero que no había ni pizca de protesta en decir, de aquella manera, desde su voz en la más solitaria individualidad, algo que creía que debía ser dicho. Había trucos semejantes que el abogado de la empresa empleaba para asegurarse la obediencia, y casi siempre tenían que ver con situaciones normales como discusiones, compañeros que se excitaban por el exceso de trabajo, o subidas de tono en momentos puntuales, que él intentaba convertir en grandes problemas que se solucionarían con sanciones o despidos. Ese era el truco, tener amenazados a unos cuantos y de vez en cuando dar ejemplo castigando a alguno, para que el resto vivieran en el miedo. En aquel momento no existía el ambiente sindical necesario en las empresas para que estas conductas empresariales no se dieran, y todos habían empezado a decir que los sindicatos estaban 5
domesticados; ese había sido el momento en que Ellimore y su audacia por la discreción abandonó el sindicato. 2 Todas las veces que algo sucede, alguien lo recuerda.
-Nicole fue una bendición para mi. Sólo siento que me dejara tan pronto. Después de una vida hay cosas que se pueden contar, pero no se cuentan. Me gustaba amarla como no había amado a otra mujer, colmaba todos mis deseos; no te quiero escandalizar. La nostalgia suele traicionarnos, nos hace creer que las cosas sucedieron de una determinada manera, y casi nunca fue como la nostalgia propone. Éramos muy parecidos, teníamos mucho en común y nos inspiraban las mismas locuras. Tal vez también esto en un error en eso, pero creo que ella siempre esperó que yo le fallara, y por eso, cuando naciste tú, empezó a sentirse tan agradecida, tal vez no conmigo, pero con el mundo, por como había llegado hasta allí. Era una persona como yo no había conocido otra. Los jóvenes lo llenamos todo de un misticismo que nos desata, es como si la idea trascendental de que todo lo que hacemos tendrá algo que ver en nuestra vida después de muchos años, nos anima y liberaba toda aquella energía. No hacíamos otra cosa que crecer, madurar y dejarnos llevar. Era lo que correspondía, con aquella delicada perla que ella mecía en sus brazos. -Me gustaría haberla conocido siendo adulta, que me hubiese durado un poco más. ¿Estás preocupado por algo? -Estos días se me da por pensar en ella. Debe que se que te pareces tanto, que no lo puedo evitar. -Aún eres muy joven. Te conservas bien. Eres un hombre sano. Mayor, pero sano. No sé que te preocupa. -A mi edad nunca se está tan sano. No te fíes del bronceado, estoy mucho al aire libre, pero la vejez es en si misma una enfermedad. La reunión con sus antiguos amigos era el momento en que se contaban sus achaques, y donde le decían como había cambiado todo, allí donde él no llegaba, ¿recuerdas a aquel chico que al que siempre castigaban?, entonces lo definían para que él pudiera situarlo, y cuando se había hecho con una imagen de aquel joven que una vez fuera su amigo, y en ese momento concluían, pues se ha muerto. Aquellas reuniones, eran, después de tantos años, una fuente inagotable de malas noticias, algunas sórdidas, otras inesperadas, otras por como iba reaccionando la gente al cabo del tiempo, decepcionantes, pero siempre como un certero obituario del año que acababa de pasar. Tenía también sus cosas buenas, claro está, siempre se alegraba de ver a algunos de aquellos viejos cabrones sin corazón, especialmente a dos o tres de los afines entre los que se situaba Aflec. Aún lleno de dudas sobre la reunión que se avecinaba, aquella tarde salió al parque acompañado de Miona. Estirar las piernas, formaba parte de la preparación del largo viaje en coche que le esperaba al día siguiente. Hacía sol, y la temperatura era buena a las sombra de unos árboles. Algunos chicos corrían en monopatín o fumaban, otros bebían cerveza. Las señoras mayores del piso de arriba estaban charloteando animadamente. Las llamaba las señoras mayores, pero eran más jóvenes que él. Alice y Tammara eran dos chicas que iban siempre juntas y que solían hablar con Ellimore, así que se pararon y él aprovechó para presentarle a su hija. En esa ocasión iban acompañadas de Karl, un chaval muy delgado que bebía los vientos por Alice, que era la más habladora, pero que no 6
demostraba el más mínimo interés por los chicos. -¿Sois ya novios? -preguntó Ellimore con su usual insolencia-. Creo que debo preguntar porque a mi Alice también me gusta -añadió bromeando. -Procuro mantenerlo a raya -respondió Alice-. Él sabe que mi corazón está ocupado por un hombre mayor -le siguió la broma. -En otro tiempo, cuando una chica te gustaba, tenías que pelearte por ella. Ahora es todo más civilizado, pero menos entregado. ¿No crees Miona? -Que me lo digan a mi que me acabo de divorciar -dijo como si no importara, pero informando a los jóvenes de su situación. -¡Oh! Ya veo -dijo Alice-. Es cierto que el amor ya no dura como antes. La gente era más de aguantar. -En fin -añadió Ellimore-. Creo que puedo decir algo al respecto después de tantos años de pensar en ello. En aquellos tiempos te enamorabas de una idea, de una imagen o de un rayo de luna. Idealizabas a la persona escogida. Creo que era por eso. -¿Tú crees? -lo miró Miona. -Totalmente. Esa idealización nos llevaba a creer en que nuestro amor era el complemento perfecto para nuestra vida y no tenía defectos. Aunque eso probablemente no existe, casi seguro. -Yo tuve tres novios, y con quien estoy más a gusto es con mis amigas. Los tíos son unos ansiosos -dijo Alice-. Tres novios, y ninguno era bueno. Además, besaban muy mal. Las señoras mayores del piso de arriba comenzaron una discusión con unos jóvenes, que escupían muy cerca de donde ellas se encontraban. En un momento atrajeron la atención de todos, la discusión todavía discurría por su momento más agrio. Intentaron acercarse para ayudarlas, pero para entonces ya los chicos iban en retirada, recogiendo sus cosas, soltando maldiciones entre dientes. Tanya y Kroissen, las dos mujeres con acento extranjero empezaron entonces a discutir entre ellas, una recriminaba a la otra por haber echado a los chicos de allí, y la otra intentaba decirle que escupir en el suelo era algo muy feo. Ellimore había estado escuchándolas durante unos minutos justo antes del incidente y parecían tener un mal día. Sólo después de la tensión de aquella escena tan llena de vida, se dieron cuenta de su presencia y para entonces, ya estaban tan cerca que parecían los miembros de un mismo grupo, uno de tantos que se reunían por allí para charlas un rato. Al fin, la discusión empezaba a tomar la distancia necesaria para que se saludaran y Alice excusara la actitud de los chicos, que no se habían portado con educación pero no le parecían tan malos después de todo; Kroissen la miró con desconfianza y Tanya, miraba a Ellimore que, a su vez, deseaba presentarles a su hija. Tal vez, si no fuera por aquella pequeña discusión, el acercamiento no se hubiera realizado, se las hubiesen cruzado en la escalera y nunca hubiesen preguntado si Miona era su hija o una secretaria que lo ayudaba con la casa; esas las dudas lógicas de dos señoras mayores y solteras que apenas salían del barrio. La conversación se iniciaba con prudencia, o algo que se le parecía, pues, incluso en el caso de que los chicos revoltosos volvieran, parecía que todo estaba más o menos controlado. -Tanya siempre está en tensión, no es capaz de disfrutar de este momento en el parque -dijo Kroissen muy seria-. Siento que hayan tenido que presenciar esta escena. -No pasa con frecuencia -replicó Kroissen-. Ella sabe como decir las cosas para quedar siempre bien. -No hubo para tanto. Ustedes están bien, pudo ser peor -dijo Alice porque quería que fueran conscientes de que los chicos del parque, a veces, se ponían violentos. -Estamos en plena forma, las dos hacemos ejercicio. Ellimore no se las imaginaba en clases de boxeo, o de alguna disciplina oriental de defensa personal, y por eso sonrió. -En realidad, acabamos de empezar -añadió Tanya-. Hemos ido a nuestra primera clase, y por eso ella se siente tan valiente. Nunca estoy muy segura de lo que pasa por su cabeza, no es del tipo de 7
personas que dice abiertamente lo que piensa y eso me tiene muy “cocida”. Parecía que la relación entre las dos mujeres se basaba en la tensión. Intentaban hacer lo correcto, pero en esa corrección terminaban por tener desavenencias. Se adaptaban a su situación pero sin acabar de entenderse, es decir, una era la activa, la que buscaba los conflictos, la otra la que se enojaba con aquellas reacciones, y sin llegar a la rabieta, terminaba por cuestionar durante horas aquella forma de proceder. Posiblemente cuando llegaran a casa, y después de ponerse cómodas, volvería a sacar el tema para terminar de discutir a gusto. Dada la impresión generada, Tanya tenía el carácter difícil, y sin embargo, con ellos no era tan esquiva. Si aceptaba su presencia, tal vez sólo era porque habían acudido en su apoyo, no porque deseara confraternizar. Miona pensaba que las dos señoras vivían en un mundo imaginario que se habían creado a su gusto, y en el que esperaban que nada variara, y del que no podía escaparse si algo fallaba, como compartir la sombra de uno de aquellos árboles, con unos chicos que escupían tan cerca y tenían conversaciones soeces. Para Tanya, el presente tenía que ser perfecto porque aún se podía hacer algo por él, mientras que por el pasado, si no había sido ni resultado como deseaba, ya sólo cabía lamentarse. Alice y sus amigos se despidieron, se habían percatado de que se les estaban pasando los mejores momentos del día por darle palique a unos viejos que no tomaban en cuenta sus comentarios, además, ¿qué tenían que decir sobre aquellas conversaciones? No sabían mucho de qué era lo correcto o lo incorrecto, y cuando empezaron a hablar de que dormían mal, entendieron que era el momento de seguir con su paseo. Según todo lo que tenían que decirse, conversar no tenía nada de malo y era un recurso para mantener en cuerpo en activo a una edad, en la que hacer otras cosas resulta muy cansado. Según esa forma de pensar, es por eso que la gente mayor cuando también deja de hablar y se encierra en sí misma, es porque está ya en la fase final de su vida. Mientras aceptan los retos de una buena conversación, se mantienen con vida, y eso sucede por que demuestran interés por lo que les rodea. Las señoras se levantaron para llegar hasta unas mesas de un kiosko en el parque en el que servían café y refresco, y Ellimore y Miona las acompañaron. Un poco más tarde mientras el camarero les ponía su pedido, les dijeron que tenían que aprovechar aquellos días porque cuando hiciera mucho calor ya no sería de su agrado salir. Lo dijeron de una forma tan sentida que parecía que estuvieran aquejadas de terribles enfermedades y no era así. Antes de que se distrajeran tanto que olvidaran que la razón principal de salir a estirar las piernas, tenía que ver con su viaje al día siguiente, dieron por finalizada su reunión y se despidieron de las dos vecinas, a las que no les permitieron levantarse para despedirse y salieron en dirección al camino de vuelta. Si en aquel breve encuentro, Ellimore había considerado que en unos minutos había conseguido hablar con las señoras más que en los últimos años, y que aquella vieja sensación de desarraigo cada vez que se cruzaba con alguien en la escalera empezaba a remitir, lo cierto era que en ocasiones era su tendencia a estar distraído lo que lo hacía cruzarse con gente conocida sin ni siquiera levantar la cabeza. No era una reacción planificada en absoluto, la cabeza se le iba a mundos de los que le costaba volver hasta que abría la puerta de casa y se sentaba un rato a descansar. ¿Estaría tan viejo como sospechaba? Ellimore se sentía satisfecho, no podía ser objetivo en cuanto a la felicidad se trataba. Le gustaba tener a su hija a su lado y que lo acompañara a sus visitas y conociera sus costumbres. Ya no era el viejo cascarrabias de hacía unos meses, el solitario gruñón con el que muchos rehusaban a hablar porque nunca sabían como andaba de ánimo. Los últimos días habían sido una completa satisfacción para el espíritu, y además, Miona había hecho comida casera, ¿qué más se podía esperar? Aunque la mayoría de la gente estaba imposibilitada para entender el valor que un anciano le da a esta cosas, Miona se sentía aliviada porque, al menos, su divorcio había servido para que su padre no estuviera tan sólo y desatendido por un tiempo. Era digno de elogio que ella pensara así, y Ellimore la veía como el ángel que había sido en su infancia, tal vez desconociendo que su cabeza había estado, durante un tiempo, llena de ambiciones a las que nunca llegaría. Ni lo iba a mencionar, pero no se 8
sentía en paz consigo misma, se conformaba con ayudarlo. En casa de Aflec, delante de el portal, ella quería seguir sin apagar el coche, le dijo que bajara que se volvía y cuando acabara sus vacaciones que la llamara que lo iría a recoger. Ellimore se enfadó tanto que no le quedó más remedio que aparcar el coche y entrar a saludar. “Eso no son formas”, le dijo argumentando a continuación, que sin educación y convenciones sociales, sin los costumbres culturales del pueblo llano, el mundo sería un conjunto de estímulos animales que no valdría la pena de tener en cuenta. De haber sabido que tendría que someterse a aquellas normas tan estrictas le hubiese dicho que cogiera un taxi, aunque al final lo hubiese llevado, tres horas en coche no eran una broma. -Seguramente estoy tan viejo que no me recuerdas, es normal -dijo Aflec dirigiéndose a Miona-. La última vez que te vi, tenías once años. En la habitación había otra persona, estaba mirando por la ventana, y cuando entraron se acercó para saludarlos, era Francis. Tenía una sonrisa abierta, no le costaba mostrarse feliz, pero a Miona le preció que no debía confundir las buenas relaciones con ninguna otra cosa. Estaba recién afeitado y con el pelo húmedo, lo que le hizo pensar que se acababa de levantar de cama y se había dado una ducha a toda velocidad para recibirlos. Tenía dos hijos, uno de quince con su primera mujer, y una niña de siete de la última. Miona no quería entrar en el laberinto de los nombres de sus exmujeres y sus exnovias, lo de Francis era toda una historia y le llevaría todo el día conocerla si seguían por ahí. La conversación inicial fue de las que promueven que unos se preocupen y se interesen de los otros, que se cuenten los últimos cambios cambios en sus vidas, y dejen un poco de tiempo para alguna anécdota en el recuerdo. Ellimore no lo decía pero envidiaba a Aflec por una única cosa, y eso eran sus nietos. -Miona parece que no tiene prisa por darme nietos, Eres un hombre con suerte -dijo, dirigiéndose a su amigo-. Un hombre sin nietos y ateo como yo no tiene a qué agarrarse después de una edad. -¿No crees en Dios? Pero yo recuerdo que llevabas una medalla de una virgen. ¿Eso era también una costumbre cultural del pueblo llano? -Miona hacía referencia a la conversación que habían tenido hacía un rato, y no esperaba que sus amigos lo entendieran. -La fe se va perdiendo con los golpes de la vida. Nadie cree merecer se maltratado si ha ofrecido ser parte del montaje católico, supongo que fue por eso. Para mi, en los términos actuales, nada existe con la lógica de trascender. El ejemplo más claro es el arte, todo el mundo cree que debe protegerlo y amarlo, casi le dan la categoría de una persona. Cuando quemas un cuadro no queda nada más que cenizas. Con las personas pasa lo mismo. Si me dicen, ¿Dios o la nada? Debo contestar con sinceridad que cuando me muera, ya sólo espero la nada y que eso me sirva para descansar de tantos sinsabores, dolores, decepciones y cansancio. -Bien dicho -añadió Aflec a las palabras de su amigo. No obstante, a pesar de que Ellimore hablaba abiertamente sobre sus cosas más íntimas, seguía siendo un misterio para su hija, tenía que estar dispuesta a reconocer que no se había interesado lo suficiente por él, no le había hecho algunas preguntas necesarias con el fin de conocerlo mejor. Claro que era su padre, y eso le daba una idea clara de como reaccionaba ante la vida, porque había estado a su lado desde niña, pero en temas concretos, en lo que respecta a la forma más personal de pensar sobre temas como el que acababan de tocar, en eso, debía reconocerlo, no había estado nunca demasiado ocupada. No lo había eliminado de sus inquietudes al casarse y hacerlo ocupar un lugar lejano en sus pensamientos. Por supuesto que la vida con su trajín ya nos ocupa bastante y se había centrado en intentar sacar adelante su relación, pero, en aquel momento le preocupó desconocer el pensamiento del hombre real que había detrás de la figura protectora del padre. -Bueno, no tienes nietos pero me tienes a mi. Y aún puedes tenerlos, No es que yo tenga mucha prisa, pero no estoy cerrada a tenerlos. Miona intentaba ser especialmente cariñosa, no quería que se sintiera menospreciado por no haber alcanzado aquella categoría a la que se había referido sin reparos; Ellimore echaba de menos ser 9
abuelo. Ella aún conservaba la espontaneidad y la belleza de su más temprana juventud, el cabello castaño enredado en su frente, la carne blanca, sometida por dos pequeños lunares en el cuello y los ojos verdes brillantes bajo un sombreado maquillaje. Francis la miraba embobado. Debido a su carácter reservado, Ellimore analizaba la situación esperando que Francis y Miona, pudieran llegar a ser de nuevo buenos amigos; nada le hacía más falta a Miona en aquel momento, que un amigo con el que poder distraerse. La imagen de la muchacha no tardaría en seducir a Francis, o al menos eso pensaba él, pero tenía la certeza que no intimarían hasta esos extremos, después de todo a ella le gustaban los hombres que le ofrecían una amplia seguridad, y Francis no lo parecía. Cada vez que los recordaba a los dos jugando de niños, un amplio remordimiento pasaba por su cabeza. -¿Crees que hemos hecho lo suficiente por asegurar su futuro? -preguntó dirigiéndose a Aflec, -¿A qué te refieres? -¿Si te parecen libres? Si nos hemos esforzado, si hemos luchado por la libertad. Los pequeños tiranos están por todas partes. Tú lo sabes, estuviste en el sindicato. Proliferan los que juegan con el miedo para tener a la sociedad controlada, y eso es lo peor que no puede pasar. Miedo a pensar, a rebelarse, a decir lo que se piensa, miedo a ver el mundo desde nuestro lado. Siguieron hablando, pero no llegaron a una conclusión al respecto. Al parecer hacían falta líderes a los que no se les exigiera que ofrecieran su vida como un sacrificio para probar su honestidad. Ellimore se sentía viejo, y eso no había sido siempre así, aún en los años de más achaques después de los sesenta. Poco antes de que Miona partiera, escuchó que Francis le prometía que la visitaría y que podrían salir una tarde de compras, si eso era lo que ella quería, porque, al parecer, le había manifestado su deseo de renovar algunas camisas y pantalones cortos para el verano. Eso animó al anciano que deseaba que su hija se sintiera cómoda e intentara que no todo fuera tan provisional como parecía. Había algo que los hacía desear que el fracaso ajeno, a todos ellos, a los trabajadores y a los dueños de las empresas, a los que se quedaban e el paro cuando las empresas quebraban, y a los que se retiraban a descansar a su chalet de millones de euros. Se arrojaban los malos deseos entre los más esclavos y desgraciados como si eso fuera normal, hasta el ultimo instante, con la tapa de pino cerrándose sobre la superficie de la caja, se habían dedicado los trabajadores a competir de la peor manera. Tal como él lo había vivido en todos aquellos años de trabajo, la codicia era interpretada como una forma de estar en el puesto de trabajo; los peores eran los que no lo reconocían y actuaban como si no les importara difundiendo todo lo peor y lo más ridículo, siempre buscando el descrédito de sus compañeros y, sin embargo, rivales. Poco antes había estado pensando en su mujer, de nuevo aquella imagen conciliadora que no veía el mundo como una guerra entre iguales. No había en ella nada tan sagaz y astuto, tan inesperado ni falso, tan vendido ni chivato, como él había conocido en el mundo. ¿Era aquello normal? Los recuerdos de Ellimore se iban convirtiendo en una telaraña de arrepentimientos. Tal vez no había hecho lo suficiente para que el mundo fuera menos esquivo, no había puesto de su parte, eso hubiese sido suficiente, que cada uno fuese menos interesado. Había conocido gente que si quería ser su amiga era sólo por un plan interesado. Todo el mundo especulaba, y o sólo con su dinero, especulaban con la amistad, con los compañeros de trabajo, especulaban con el descrédito, con el esfuerzo, con la familia y hasta su apariencia era una forma de especular. La tiranía de sus aspiraciones estaba en dejar tirados a aquellos con los que se relacionaban; no había hecho todo lo posible, pero el esfuerzo de vivir había sido descomunal. No quería haber sido otra persona, ni siquiera haber ganado más dinero, pero si le habría gustado haber vivido en un mundo más civilizado, menos lleno de intereses y especulación. Nadie se hacía rico trabajando, ni falta que hacía. Los ricos no eran ahorradores, tal y como el gobierno les queria hacer creer. Los ricos eran especuladores, que llevaban a especular a los trabajadores haciéndoles creer que si se esforzaban más que los otros, les darían un caramelo. Así iba la mentira, lo había vivido con naturalidad, pero sufriéndolo como se sufren las enfermedades crónicas, o la vejez. 10
¿Cómo se le podía explicar algo así aquellos brillantes universitarios que creían saberlo todo y no estar preparados para nada? No habían hecho lo suficiente, lo abrumaba pensar que no lo habían hablado como hubiese sido necesario, muchos aún no lo habían entendido y seguían con sus ridículas aspiraciones. Hubiese sido necesaria una conciencia superior para que todos comprendieran que si se repartiera todo el dinero escondido en los paraísos fiscales, no habría pobres en el mundo y nadie trabajaría. Tanto dinero en el mundo era un problema para los ricos. Los dueños de las empresas siempre habían necesitado trabajadores en la cola del paro, en estado de necesidad, de miseria a poder ser, dispuestos a aceptar cualquier trabajo por malo o peligroso que fuera, por cualquier salario poco que pareciera. Siempre habían necesitado mano de obra barata, esclava o mal pagada, becarios trabajando gratis o parados recibiendo el subsidio que no pudieran negarse a hacer algún tipo de contraprestación. No habían hecho lo suficiente, los ancianos sabían que no habían luchado con la suficiente determinación contra el neoliberalismo, poder de multinacionales, holdings o fascismo, las diferentes formas de las que muchos los llamaban, la gente sospechaba que estaba siendo engañada, pero seguían compitiendo y desacreditándose como si en eso les fuese la vida, no pensaban en que estaban siendo inducidos a eso. 3 Fuerza a fuerza con el remordimiento. El hechizo del momento estaba a punto de terminar, parecía que Miona estaba rabiando por emprender el viaje de vuelta, y no aceptó la invitación de quedarse a comer. Se despidió de Francis dándole su teléfono para que la llamara, le dio la mano a Aflec y un beso a su padre, y no se detuvo hasta llegar al coche, como si una fuerza que la ayudara a levitar la acompañara, y no es que Ellimore creyera en espíritus o casas parecidas, pero le parecían tan serias como cualquier otra. No hacía mucho, mientras la miraba en silencio, había visto a su madre, eran tan parecidas que en aquel momento, fruto de un reflejo de inspiración, le pareció tan real que se quedó sin respiración. Pero lo que lo llevaba a pensar en su mujer unos minutos después de que Miona hubiese partido, no era tanto aquella imagen, como su voz y sus reproches que volvía nítida para dignificarla. -He estado pensando mucho en Nicole. No sé por qué, se me ha dado por ahí estas últimas semanas. -Puede ser por la presencia de tu hija. Se parece mucho a ella. -¿Sabes? Ella te tuvo en su cabeza mucho tiempo. Me costó mucho sacarte de allí -indicó Ellimore que no sabía hasta donde llegaban los recuerdos de su amigo-. En aquel tiempo no era fácil para mi que la gente te apreciara tanto. Yo no entendía a qué venían que tuvieras aquel carácter tan cautivador, porque a mi no me lo parecía. No te ofendas por eso. -Tal vez era tan encantador porque no quería que nadie supiera que me sentía incapaz de pensar en mi futuro de una forma ordenada, no quería una vida convencional, y no quería que por eso me marginaran. Sé que suena raro, pero entonces pensaba así. No podía esperar que nadie lo entendiera, huía de lo convencional, aún sabiendo que siempre termina por atraparte. Pero me alegra que me digas que te costó hacer que me olvidara, menos mal, de lo contrario sería terrible, un tipo insulso. -Pues me gusta que seas tan sincero. Parece que sin quererlo nos estamos sincerando, como si en nuestra vejez todo se volviera más pequeño, menos importantes los errores pasados. No le pasa a todo el mundo, ¿sabes? Participaban del buen humor, el uno del otro. En un momento, Ellimore se quedó pensativo, tal vez debido a aquella inseparable presencia de Nicole. Ella siempre lo animaba a cambiar el mundo, a 11
intentar hacerlo mejor y no importaba si eso lo llevaba a no pensar tanto en sí mismo, pero lo hacía de una forma indirecta, casi como si no hubiese sucedido, pero el sabía que sí, que ella lo conducía. Con la enfermedad, aquello se acentuó. Quería que le contara como veía a los militares, a los pequeños dictadores que no creían en la democracia, y en la iglesia y los empresarios que los acompañaban. Entonces ella no veía la televisión ni escuchaba la radio, así que como no la quería cansar le decía que todo iba bien, que la gente empezaba a tener conciencia de que la libertad estaba estrechamente ligada a su dignidad. Y ella le había contestado, “Eso es una gran verdad Elli, como en mi enfermedad, cuando se pierde la libertad, nos volvemos indignos de una forma añadida, si no seguimos luchando”. Tal vez porque en Ellimore se manifestó contrario a la monarquía poco antes de la muerte de Nicole, muchos de sus amigos y familiares habían dejado de visitarlo, la situación había empeorado en la empresa y, en cierto modo, se había convertido en un apestado en un apestado para sus superiores. -Yo no era lo que Nicole había esperado de mi. Pensaba demasiado en nuestra situación, en proteger la familia y tener una situación económica solvente. Ella nunca lo entendió, había esperado de mi que fuera uno de esos tipos que se inmolan por el bien común. -Creo que lo bueno era mejor. No debes preocuparte por eso. Ella lo sabía -Aflec no podía entender el alcance del comentario de su amigo -No, no puede ser tan fácil. Nuestro último encuentro apenas encontró el afecto. Estaba decepcionada. Y Miona lo sabe. -Imaginaciones. Para Miona -añadió Aflec-, no ha sido fácil crecer siendo la hija de convencido antimonárquico. Creo que le hubiese gustado que todo fuera más normal en su niñez. Te metiste en demasiados conflictos religiosos y raciales, justo lo que no se espera de un viudo, sindicalista en su empresa y con una hija que sacar adelante. Al menos no fuiste un referente más allá de tu pueblo, eso lo hubiese complicado todo. -Mis remordimientos no van por ahí. En ese sentido hice lo que debía. Ella lo sabe. Nadie se arrepiente de haber hecho lo que debía aunque le hubiese causado algunos problemas, y no fue para tanto, no seas exagerado. Es sólo que temo haberle fallado a Nicole, antes de su muerte, yo no estaba tan convencido de que luchar toda la vida diera sus frutos. -¿Ahora lo estás? -De nada estoy más seguro. Ser tu mismo, mantener tus posiciones, es lo que sirve, eso es lo que ayuda y hace funcionar el orgullo de clase. -Nadie piensa en eso. ¿Cómo saber lo que tenía en la cabeza? Yo creo que estaba orgullosa, pero lo pasó mal al final y nosotros ahora sólo somos unos viejos asustados. ¿Te ha dicho algo Miona al respecto? -No hablamos de eso. Son mis fantasmas. No es un tema recurrente, ni nada parecido. Lo hablo contigo por esta jodida confianza que tenemos en que somos como una caja fuerte y nunca saldrá una palabra de lo que hablamos. -No sé, se me ocurrió. -Lo entiendo, es normal que lo pensaras. Pero mi relación con Miona en este momento se reduce a qué hacer para distraerla, y evitar las conversaciones acerca de su separación, su carrera a medio terminar, su falta de oportunidades o cualquier otra cosa obsesiva. -Es aún una niña en muchos sentidos. También tienes que tenerlo en cuenta. -Los temas importantes deberían ser abordados, pero no quiero inmiscuirme sin su permiso. Lo último que había dejado escrito Nicole, no eran interpretaciones políticas de la economía al servicio social, su tema preferido. Se trataba de cuaderno que había tenido escondido durante un tiempo porque el médico le había dicho que no se fatigara, y si hubiese seguido su consejo hubiese fallecido mucho antes de pura inacción. Ellimore creía que aquel cuaderno la había mantenido con vida, mucho más de lo que cualquiera hubiese esperado en aquella situación. Podía haber resultado 12
algo más concentrado, pero cualquier tema era susceptible de ser tocado en aquella páginas en las que dejaba plasmado su punto de vista con extendida acritud. Minuciosamente analizaba los problemas y los registraba relacionándolos con su entorno más personal. Cuando Ellimore tenía con ella alguna conversación y le contaba como le había ido el día, y si la empresa seguía comportándose de una forma violenta con los trabajadores, con descuentos, castigos y reproches, ella lo empleaba para escribir y pensar en ello como si lo hubiese vivido en primera persona. No era algo premeditado, el tema surgía en cualquier momento, ella escuchaba y recordaba, o interpretaba algún artículo de prensa, y entonces pasaba la tarde sintiendo que, después de todo, estar atada a su cama o tenía porque ser tan improductivo. “Para el proletariado trabajo gratis y a gusto”, solía decir sin que nadie la entendiera, pero Ellimore le dio sentido a sus palabras al encontrar aquel cuaderno debajo del colchón, algún tiempo después de su muerte, cuando se decidieron a airear la habitación. Le interesó especialmente la parte en la que hablaba de él, pero no era nada de especial relevancia; no había resentimiento, no censuraba su comportamiento, no se rebelaba contra sus manías, ni decía haber esperado de él más de lo que le había sido dado. En resumen, a pesar de su búsqueda, encontró que sólo se refería a él como lo hubiese hecho de cualquier otro miembro de la familia, contando anécdotas, o haciéndose eco de alguna cosa que él hubiese dicho y a ella le hubiese llamado la atención. Eran frases que empezaban, “Ellimore dice...” o “A Ellimore la ha pasado hoy algo que me extraña...”, se trataba cosas cotidianas que le podían pasar a cualquiera y comentaba sin darle importancia, como si esperara que él lo leyese un día y no se sintiera juzgado. Pero Ellimore, no era tan superficial, sabía que cuando hablaba de él en aquellas páginas, intentaba no ser cruel, y se guardaba sus verdaderos pensamientos. Los pensamientos de culpabilidad de aquellos que acompañan a un moribundo, siempre está. A pesar de hacer una labor que nadie más quiere hacer, se preguntan si se ha hecho lo suficiente, si le dieron lo que necesitaba y, en el caso de Ellimore, si no hubiesen sido tal y como ellos eran de desprendidos, si no hubiese podido darle un poco más de afecto antes de su partida. -Tal vez no supe ser todo lo dulce y cariñoso que debiera, pero si fue así, ella nunca lo esperó. Nicole era una mujer a la que se convencía con los hechos, con los cuidados, no con palabras bonitas; eso era lo que ella consideraba amor. -Por supuesto, no te tortures más. ¿A qué viene esto ahora? Ella murió hace tanto... La expectativa de la reunión de antiguos alumnos no mejoraba nada. Ya no lo excitaba ni lo ilusionaba ver a sus viejos compañeros. -¡Mierda! ¿No lo entiendes? Te lo cuento atí a tí porque la conociste. También la amaste, tienes que saber a lo que me refiero. No se trata de que esté chocheando -dijo Ellimore arrepintiéndose de su tono-. Es por eso que te lo cuento ati y no a otro cualquiera, te aprecio, ¿sabes? Hago todo lo que puedo por no olvidarla, por no dejar que el tiempo pase por ella, e intento superar todos mis defectos de memoria. Tan sólo si supieras el bien que me hace... Intento recordar cada movimiento de su cara, su sonrisa desairada cuando no hacía todo lo que me pedía, sus brazos caídos sobre la cama esperando que alguien le cogiera una mano, la forma de arreglarse el pelo. -Ella ya no está. Tu decides ahora. ¿Quién te va a convencer de que no te sigas reprochando? No le fallaste, convencete, las cosas fueron como tenían que ser. A veces pasa también a edades tempranas. -No, ella ya no puede. Tal vez tengas razón. Ella se pondría de tu parte también en esto. -Pues sí... En cierto modo, fui su primer novio y algún interés tendría mi opinión para ella. Creo que me veía como a un padre. No pareces creer que te quisiera sólo a ti. ¿Se trata de eso? Por mucho empeño que Ellimore pusiera en intentar aclarar sus ideas, no lo conseguía, y la presencia de Aflec tampoco era de mucha ayuda. En aquel lugar, lejos de su residencia habitual, parecía que esos pensamientos se volvían un poco más sosegados, pero no era por la presencia de su amigo, o al menos así lo entendía. Una vez sentados a la mesa, cuando aguardaban para ser servidos por una señora que ayudaba a Aflec con las cosas de la casa, lo vio venir, quería hablar de cualquier cosa menos de Nicole. Aflec iba a llevar el peso de la conversación, no le iba a dar tiempo a volver a 13
poner sobre la mesa su tema favorito. Ya le resultaba cansino tanto arrepentimiento, por cruel que pudiera parecer. Por evitar que pusiera a funcionar su imaginación fuera de su órbita, le habló de la comida, de Francis y sus problemas, de lo que esperaba de la reunión y de que había terminado de pagar la hipoteca, lo que suponía que tendrían que celebrarlo en algún momento. Y para librarse definitivamente de aquel obsesivo arrepentimiento, Aflec volvió a hablar de lo difícil que le estaba resultando aceptar como se estaba dirigiendo el mundo y que todos deberían ir juntos contra el movimiento neoliberal. Y que la muerte reciente de George Floyd era una síntoma más de la tragedia de tener racistas y esclavistas en el poder mundial. Algunas pancartas decían “si no hay justicia no habrá paz”, y Aflec añadía que la justicia social haría de ese eslogan una protesta aún mucho más duradera. Una nueva energía encendió los ojos de Ellimore, como si de repente, algo volviese a importar. Al dejar de compadecerse de sí mismo, la resistencia establecida para no pensar, cedía ante la rabia inacabada, las luchas de siempre, la historia de la humanidad, la revolución permanente que hacía de todas las revoluciones de la historia, una misma revolución. El mundo no se detenía, ellos tampoco podían hacerlo. -Los saqueos deben parar, no somos ladrones, somos revolucionarios. Los ladrones son los que evaden sus impuestos y su responsabilidad social, los que llenan los paraísos fiscales de dinero negro y aceptan al mismo tiempo las subvenciones para sus empresas, los que piden mano de obra barata y hacen trabajar gratis a los becarios, o piden que los que cobran el subsidio de desempleo trabajen en sus empresas. Esos si están robando, y esa forma tramposa los convierte en delincuentes. -Ser mayores no nos excusa para no seguir. Antes me preguntaste si habíamos hecho lo suficiente por los que vienen detrás. Te digo que no, y que si pueden se cargarán el sistema de pensiones. -Hay un aspecto de inmoralidad en la forma de conducirse de los neoliberales que nos permite llamarlos abiertamente ladrones, y eso nos llevará a una y otra vez, a estar enfrente. La prueba más grande ha sido Díaz Ferrán, el que fue presidente de los empresarios, condenado y en la cárcel. Patriotas de pulserita con bandera, llenándose los bolsillos con el dinero que hace falta para proteger al pueblo de sus desmanes. -Tu y yo lo sabemos porque ya somos unos viejos y lo hemos vivido, se alimentan de la hez, aquellos en los que todos coincidíamos que eran unos trepas dispuestos a lo que fuera, esos eran los que se ponían a su servicio Dispuestos a lo que fuera, por alcanzar una posición de poder. Y nos dicen que no empleemos el término fascista a la ligera, pero el sistema es el mismo, el que lleva a la sociedad a estar al servicio del poder de los más crueles y dispuestos a los que sea, sin piedad. -Están ardiendo edificios por la muerte de Floyd. La protesta es total, y eso no me preocupa, siempre que no se vea como una oportunidad para el saqueo, somos mejores que los neoliberales, de eso no me cabe ninguna duda y la gente volverá a salir cada vez que sea necesario, los chalecos amarillos también están, y las manifestaciones en Australia y Europa han sido enormes. Si no hay justicia no habrá paz. Había resurgido en los dos jubilados la fuerza de poner a cada uno en su sitio, y no había fuerza más grande capaz de hacerlos sentirse jóvenes como entonces. Al no preocuparse por sus remordimientos y poner su esperanza en un mundo mejor, todo era más fácil. No sólo no creían que podía hacerse, que la conciencia social podía extenderse como un gran fuego de amor por todo el mundo, sino que esa fuerza que los estimulaba les hacía creer que los pasos hacia la libertad encontraban de nuevo su camino. Habían encontrado, otra vez, motivos para sentirse útiles y vivos para lo sociedad. La reunión de antiguos alumnos se celebró sin grandes incidencia, algunos faltaron por gripes y dolores de espalda, pero lo importante fue, que los que allí estuvieron, debatieron sobre los últimos acontecimientos y la necesidad de empezar a llamar a las cosas por su nombre. No cabían ambigüedades, o estabas con el pueblo llano, o eras de los otros. -Había un jefe en aquel tiempo que decía que si nos pagaban nos tenían que exigir. Lo cierto es que no pagaban por ocho horas diarias de trabajo, pero al llegar a casa, muchos de esos día, los pasabas tirado en un sillón intentando recuperarte de un dolor de espalda para poder volver el día siguiente. 14
Había días que el mal humor te hacía discutir con tu familia, o, por lo que yo puedo recordar, cuando había campañas, se te ponía un dolor de cabeza encima del ojo derecho con el que pasabas todo el día y dormías toda la noche, al día siguiente, muy temprano, te levantabas como si te hubiese pateado una manada de jabalíes, y entonces te tomaban un calmante y volvías a la fábrica. Así funcionaba, si te pagaban te exigían, en jornadas interminables, llegando a casa con los pies destrozados y la moral afectada porque sabías que eso iba seguir siendo así durante años. ¿Hemos hecho lo suficiente? Siles pagamos, les tenemos que exigir, decía aquel hombre, pero ¿quién te paga el tiempo que pasate tirado en casa intentado recuperarte, sin una vida ni ganas de construirla? -Tendremos que quedar para ir a la manifestación en defensa de las pensiones. -Claro, ahora no lo podemos dejar -dijo Ellimore al entrar en el coche diciendo adiós con la mano a Francis, que no se separaba de ellos un momento cuando no estaba hablando por teléfono con su ex que le pedía que cumpliera con su parte del acuerdo de divorcio. Miona había pasado aquellos días arreglándose y cocinando. Tenía buen aspecto y parecía relajada. Su padre debería haber reconocido aquella forma de conducirse inmediatamente, parecía feliz, sin preocupaciones, como si en aquel tiempo de soledad no hubiese recordado ni una sola vez el drama de su separación. Llevaba mucho tiempo esperando que aquel momento llegara, que empezara a olvidar para que pudiera verla sonreír de nuevo, y precisamente en el coche de vuelta a casa, aquella mañana, estaba ocurriendo. -Sé que lo digo mucho querida hija, pero no sé si he hecho lo suficiente. Quiero que seas feliz. No sé si he hecho lo suficiente para que entiendas que quiero que te quedes todo el tiempo que desees. No puedo impedir que rehagas tu vida, ni se me ocurriría. Encontrarás otro chico y harás planes. Mientras tanto, puedes hacerme un poco de compañía. -No hace falta que lo digas. Ya sé que tienes tu vida muy ordenada, intentaré no causarte demasiados trastornos. Los padres simpre sintiéndose responsables. ¿Para ti siempre tendré seis años? Pero ya no volveré a ser aquella muñeca que bailaba sobre la barra del bar para que presumieras de hija con todos tus amigos, ¿te acuerdas? -Si una persona como yo parece antisocial, no es una postura política y mucho menos filosófica, es porque la gente nos cansa. Sin embargo, tu eres mi hija, tu me llenas de energía. Los hijos hacen que los padres quieran vivir muchos años, si hay armonía en sus relaciones, lo que con los tiempos que corren de competencia hace que todo sea diferente a como yo lo conocí. Hasta por encima de los padres quieren pasar, son como robots. -Estás hablando como un viejo resentido. -Nos está costando más de lo que esperábamos, cambiar el mundo. ¿Cómo vas a meter en la cabeza de un hombre como Trump, que es un pobre idiota y que se mueve por el egoísmo? Pues hay demasiados como él. Ellimore no estaba impaciente, todo en su vida había ocurrido con cierta distancia. Los grandes sucesos no se habían atropellado, le había dado tiempo a asimilar cada nuevo drama y cada nueva satisfacción, eso había ayudado. Todo había sucedido según lo esperado de una vida normal, de trabajador sin grandes aspiraciones. No parecía inquieto o impaciente por llegar, disfrutaba del viaje hasta los últimos kilómetros, reconociendo el paisaje, disfrutando de la repetición, de las visiones compartidas, de situaciones vividas otras veces. Todo estaba en orden. La vida seguía su curso.
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