Desde la noche de manos de arena

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La lentitud estelar

1 La lentitud estelar Justo un minuto antes de entrar en la cámara de frío, Wally supo que estaba haciendo lo correcto, se tomó un puñado de pastillas para dormir y se acomodó entre unas cajas de fries chips y toros de merluza. Por supuesto que no había visto las noticias la noche anterior, el doctor Jenkins había vuelto a “su isla” -donde tomaba baños de sol entre palmeras y turistas obsoletos mientras regentaba un café en el que también ponían comidas rápidas y baratas- y aquello lo habría cambiado todo, la policía le seguía los pasos por un asunto con hacienda y puso tierra por medio. Eso le daría tiempo y dejaría de pedirle el dinero que le debía, amenazando a su mujer -la pobre no dejaba de llorar y no se merecía aquel calvario-. Lissy Cornell se llevó un disgusto al ser la primera en entrar y encontrarlo cubierto de hielo. En un lugar en el que había trabajado toda tu vida, una chica como Lissy, a sus cuarenta años, no era probable que pudiese esperar que le pasara una cosa así, y mucho menos un día antes de coger sus vacaciones. Un tiempo atrás, Lissy había asumido la costumbre de hablar sola como algo normal, pero no hablaba con un ser imaginario, ni con la imagen de alguna persona conocida que tomara forma en su imaginación, hablaba consigo misma. No quería que la tomaran por loca y evitaba hacerlo cuando había alguien observando, pero resultaba muy útil cuando quería aclarar las ideas y averiguar por qué hacía según que cosas, tan extrañas o más que hablar sola. Cualquiera lo consideraría una debilidad que la aislaba de las conductas capaces de regirse por sus propias normas sin llegar a esos sistemas psicológicos anticuados. “La gente sabe lo que debe hacer y lo que no debe hacer en cada momento sin utilizar trucos infantiles. Eso que haces es como contar con los dedos Lissy”, le había dicho su padre con severidad. Pero le complacía dejarse llevar por su imaginación y jugar a juegos que hacía mucho que había dejado atrás, ¿qué daño podía hacer con eso? Y lo cierto era, que entre sus más allegados aceptaba con sinceridad emocionada, que era cierto, que no podía dejar de sentirse como una niña en ocasiones y que si la niña que todas las mujeres llevaban dentro, salía y se mostraba al mundo exterior, lo hacía con expreso consentimiento, y que por eso no le preocupaba. Y como suelen decir aquellos que tienen algún tipo de dependencia, “lo tengo controlado, puedo dejar de hacerlo cuando quiera”. Esperó unos segundos antes de tocar el cadáver. Finalmente, después de preguntarse en voz alta, ¿qué hacer?, empezó a registrarle los bolsillos. Puede parecer una conducta mezquina, y lo era, sobre todo porque Wally le debía doscientos pavos, y si no los recuperaba en ese momento debería 2


darlos por perdidos para siempre. “Esto me pasa por ser generosa, espero no tener que explicárselo a nadie”, volvió a soltar en voz alta. Parecía estar robando a un muerto, lo que le parecía detestable, y lo único que encontró fue un papel que envolvía un billete de lotería, una servilleta con nombres y números y una anotación en la parte de atrás. Recompuso el cadáver -lo cierto es que apenas había metido dos dedos en uno de sus bolsillos para sacar su cartera y volver a dejarla, vacía-, y así volvió a sentirse la misma mujer desgraciada y sin suerte de siempre. En un trabajo en el que se pasaba siete horas de actividad cada día, era muy difícil no sentirse interrumpida en más de una ocasión. Pero era de los primeros en entrar y no era probable que nadie pasara por las cámaras de frío a aquellas horas. Tal vez la consideraban una individualista por eso, pero no le gustaba compartir su trabajo, lo que también, al parecer, iba en contra de la idea del trabajo en equipo que tanto repetían sus superiores. El trabajo no era nada del otro mundo, pero en esos tiempos era difícil encontrar algo estable y abusaban de la situación, si lo querías lo cogías y si no te parecía bien, te ibas y buscabas otra cosa. Era sucio, manual, cansado, lleno de olores insoportables, y, sobre todo, mal pagado. No era extraño que Wally lo aceptara si debía dinero a tanta gente, era lo quedaba, y saben lo que dicen, “si a las cinco el pescado no está vendido: o está enfermo o está podrido”. A ella la pilló por sorpresa, apenas lo conocía, y cuando le dijo que necesitaba el dinero para pagar el alquiler o lo desahuciarían (y que se lo devolvería en una semana, esto también era importante), lo creyó. Le pareció que alguna fuerza más allá de los humanos sentidos, le ofrecía la oportunidad de recuperar su dinero, la prueba definitiva de que estaba bien vista, o que era apreciada por sus ancestros y amigos muertos, en el otro mundo. Su imaginación no paraba nunca, pero si quería creer que la estaban ayudando desde el más allá, eso era optimismo, y nada es más apreciado entre los que más golpes reciben de la vida. Al meter en el bolsillo de su chaleco lo que había encontrado, distinguió el final del pasillo la sombra de alguien que se acercaba, cerca de la sala de contadores de luz que solía oler a cables quemados. Se trataba de dos operarios de mantenimiento que no deberían estar allí a aquellas horas, por lo que supuso que habría alguna avería. Los chicos de mantenimiento eran como los renegados de la clase trabajadora, cobraban bien y por eso se creían en un estadio superior, pero por mucho que se lavaran era imposible sacarse aquella costra de sudor obrero, que dejaran de rascarse el culo en público o de construir frases llenas de expresiones soeces y palabrotas. Todo en ellos indicaba que eran rechazados en los grupos de superiores de cafetería, pero eso no los desanimaba a comportarse como “elegidos técnicos de conocimientos elevados”, frente al pobre personal de base. Aprovechando que reconoció a Fredy, uno de los trabajadores de mantenimiento y que supuso que necesitaba que alguien más se implicara con ella en su descubrimiento, gritó como una loca y sollozó como una desgraciada, mientras los otros atónitos llamaban por teléfono para que alguien, a su vez, llamara a una ambulancia. La dignidad del muerto era innegables, se había mantenido erguido hasta que el hielo lo cubrió por completo. Además estaba envuelto en una bata corta de color azul que parecía una americana al quedar prensada por efecto del frío, y los ojos y la barba le daban un aspecto regio y un gesto amable. Entre las confusas miradas de los camilleros, Lussy se incorporó y se escabulló hasta ocupar un lugar poco destacado detrás de Fredy, y lo alentó a responder las preguntas del médico dándole un empujón para que, un paso por delante, pudiera presentarse como uno de los descubridores del cuerpo. Él atravesó aquel canal de preguntas indecisas con respuestas dudosas y un “no sé” repetido, cuando también se incorporaron a la declaración de muerte del médico, dos de sus superiores. -Pues por lo congelado que está, debió quedarse toda la noche ahí sentado. Es horrible -Y entonces dijo lo que Lissy se temía-, La primera en encontrarlo fue Lissy. -Abrí la cámara y estaba ahí, exactamente igual que ahora. Nadie lo ha movido -tuvo que responder y volver a su esquina por ver si se olvidaban de ella. Del mismo modo que todos estaban interesados en conocer una historia del cadáver que pudiera interpretar aquel suceso, los compañeros de trabajo del cadáver, estaban empeñados en no entender tanto revuelo y la suspensión 3


de las vacaciones de todo el personal hasta nuevo aviso fue considerado como un acto hostil contra sus derechos que ni la policía que estuvo aquella mañana por allí curioseando pudo entender. Enfurruñada como un niño al que acaban de anunciar que se suspende su cumpleaños, Lissy Cornell, estuvo unos días desconfiando de todos y se volvió intratable para sus compañeros, que comprendían su enfado. Ella se sentía a cubierto de cualquier desconfianza de las autoridades, cuyas pesquisas estaban centradas en la desordenada vida personal de Wally, las amistades que lo sometían a amenazas y las carta de despedida que había dejado a su mujer, lo que los situaba frente a un caso de suicidio con un alto porcentaje de acierto. Cuando terminó el interés de la policía por la cámara de frío y todo lo que guardaba, Fredy sintió curiosidad por lo que ella pudiera pensar sobre todo lo expuesto. No había duda de que se sentía impresionada, contrariada y entristecida por el suceso, y al contrario de lo que muchos pensaban, había cosas que le importaban más que el riesgo de perder sus vacaciones por lo ocurrido. Sin importarle estar rodeado de los curiosos que se acercaron a echar un vistazo, Fredy acercó su cabeza al hombro de Lissy y le dijo al oído que deseaba quedar con ella para hablar de todo aquello. La hora del desayuno se acercaba y le propuso salir a una cafetería en la que no se encontraran con el personal que tuviera una idea parecida, y por eso tuvieron que escabullirse y caminar un poco más de lo que lo hacían habitualmente. Esperaron el momento en que los últimos camilleros se retiraban después de recoger el material sanitario que les había quedado atrás y los acompañaron hasta la puerta, una vez allí no volvieron a entrar. ¿Qué era lo que quería realmente Fredy? No parecía tan interesado, ni su curiosidad se había despertado tanto, como aprovechar las circunstancias para pasar un rato con la chica. No podía considerarse una cita, pero ella sabía que él no desaprovecharía la oportunidad para quedar con ella de nuevo, y ya no parecía raro, ni siquiera porque el estaba prometido. En realidad, ya le había pedido una cita en toda regla, en otras ocasiones, y no se trataba más que de un reflejo, una repetición de su inclinación a establecer un contacto permanente a pesar de su compromiso previo con otra mujer. La madre de Lissy abrió la puerta cuando Fredy llamó al timbre mientras miraba el coche que había dejado en marcha. Se dijo que podría esperar unos minutos mientras ella terminaba de prepararse y bajaba radiante dispuesta para su estrategia. Volvió a mirar el coche sin dudar de haber hecho lo correcto, porque se estaba comportando bien y el relentí era estable,y también porque si lo hubiese apagado le hubiera costado volverlo a encender; era un coche viejo, ruidoso y en espera de algunos ajustes. Entonces, la señora Natalí entró y tuvo una palabras con su hija que Fredy pudo descifrar a través de la puerta, “¿vas a salir con ese hombre? No me parece lo que te conviene. Deberías quedarte esta noche. Mañana será otro día.” Natalí respiraba con ansiedad, como si pudiera dar bocados el aire. No pudo oír lo que le contestó Lissy porque el coche se aceleró y empezó a echar humo negro por el escape, pero al momento ella salió y se dirigió al coche sin apenas mirarlo y con un simple “vamos”, concluyó la recepción. No pudo por menos que suponer que estaba enfadada, así que obedeció y en un minuto se pusieron los cinturones de seguridad y partieron para cenar en algún lugar no decidido de antemano. Se desplazaron no más de cincuenta metros y un coche de policía les dio luces y se detuvieron. Se trataba del mismo hombre que había estado revisando el cadáver de la cámara frigorífica, el sargento Scotty. Los miraba con una superioridad y arrogancia incapaz de disimular. Era un hombre que había sufrido en un trabajo en el que veía muertos con frecuencia, que venía de una juventud gastada como soldado en una guerra colonial y que intentaba mitigar las imágenes que le obsesionaban de los muertos, bebiendo whisky. Se preguntaba, qué sabrían aquellos dos pipiolos de esa presencia insolente que un día se te pega al inconsciente y que ya no te deja vivir. Se prometió ser educado y su intervención no duró más que unos minutos, les preguntó por su relación y de qué conocían a Wally, después les entregó una tarjeta para que lo llamaran si tenían algún problema, “las amistades de Wally no eran de lo más aconsejable y les podrían molestar” Después de leer aquel papel que sacara del bolsillo de Wally, adoptó una actitud muy constructiva, 4


tenía el dinero del billete, y si debía viajar para conseguir el resto, lo haría. La entrevista con Fredy empezó como si sintiera algún tipo de interés por él, y no era del todo incierto, en realidad quería que la acompañara en su aventura. Le habían enviado todos los papeles de la agencia de viajes, y la isla parecía atrayente, podrían disfrutar de unos días de playa además de hacer las gestiones que necesitaba, así que no esperó al final de la cena para mostrale las fotos de un lugar tan apetecible. Esperó cinco segundos antes de empezar su relato sobre lo conveniente de aquel viaje, sobre las maravillas que verían y visitarían y lo agradecería que le quedaría si la acompañara en sus gestiones -tenía que encontrar al doctor Jenkins y compartir con el el número debajo de los adeudos que decía, Clave Secreta-. Al final del día anterior había visitado el banco local más popular y le confirmaron que podía tratarse de una de sus contraseñas, pero no le iban a dar más información, de acuerdo con todos los protocolos eso sería imposible. Algo le decía que Jenkins era solución a sus dudas y no le importaría compartir con él una parte de lo que pudieran encontrar si le ayudaba (A Fredy le bastaría con sentir su compañía y disfrutar de aquellas vacaciones sin que se enterara su pareja, ¿qué más podía desear? Esperó ansiosa la respuesta del técnico en mantenimiento, pero parecía saber de antemano que diría que sí. Finalmente, cuando todas sus dudas estuvieron resultas (al menos aquellas que la misma Lissy no tuviera), le hizo creer, como si se tratara de una broma que sería bien recibida, que no le parecía buena idea, pero la cara que ella puso tuvo que ser tan rabiosamente amenazadora que comenzó una risa nerviosa que se interrumpió y aceptó carraspeando, “perdona”, añadió. Lissy observó que cuanto más hacía por intentar explicar lo que quería, más confuso se volvía, y que sus intentos por hacer coincidir su interés por descifrar la servilleta y sus números y nombres, a los ojos de Fredy se resumía en unas vacaciones en una isla del caribe y salir a la aventura sin que su pareja lo sospechara. La noche anterior, justo antes de acostarse Magritta había estado haciendo planes para el verano siguiente y nunca se había sentido tan desanimado ni tan poco inclinado a hacer algo, como entonces. No podía compartir sus planes, no era receptivo ni siquiera a su tono de voz, aunque hubiese deseado más de una vez que aquello no hubiese funcionado así. La imagen pasada de Magritta esperando que saliera de trabajar para acompañarlo a un hotelucho barato y pasar la tarde sudando y montado como dos animales, se volvía en su contra por un deseo que ya no sentía. La había dejado de amar con el desencuentro de su cuerpo, como si no tuviera más que ofrecerle y si aquello que antes ofrecía se hubiera vuelto costumbre. Ya no sentía la carnosidad instintiva de sus labios al besarla y sus lenguas se habían consumido en la creciente distancia. La vida en pareja de Fredy “hacía aguas como un barco torpedeado desde dentro”, y aunque él se negara a reconocerlo, lo cierto es que ya había empezado a alejarse y hacer cosas que lo hacía evidente para todo el mundo. No era un gran conversador. Siempre había sido así, podía ser explícito en una conquista, pero no se sentía estimulado por una buena conversación con un tema tomado al azar. Tal vez fuera que consideraba que si hablaba demasiado podría contradecirse, o ser descubierto como un ligero mentiroso, que era lo que era, y eso no ayudaría en ganarse la confianza de Lissy, que, al fin, era lo que más deseaba en aquel tiempo. Ya le había pasado en otras ocasiones y, esta vez quería ser prudente. Fredy no estaba en condiciones de avanzar en su intento de seducirla y después de saber que su madre no lo consideraba conveniente para ella, empezaba a creer que, como ella decía, sería un viaje sin sexo; eso no tenía tanta importancia si deseaba ir, pero primero tendría que pedir permiso en el trabajo y así recuperar unos días que le debían en las fechas indicadas. Movió el tenedor rebuscando la merluza entre los guisantes y se lo llevó a la boca. Lissy lo observaba con atención. -Mira estos cubiertos, siempre que como fuera de casa tengo la impresión de que están sucios. Sé que sólo es una manía pero no puedo dejar de pensar que es así -los apartó y dejó de comer mientras él la escuchaba-. Tienes la oportunidad, no la desaproveches. No te van a hacer una oferta como esta todos los días. Te arrepentirás toda tu vida si no me acompañas -Exageró Lissy-, pero es tu decisión. -No hay motivo para ponerse tan trascendente, pero me apetece. 5


-No me vengas con esa, está rabiando por subir a ese avión, aunque sólo sea porque acaricias la posibilidad de que yo baje la guardia en aquel lugar placentero y te deje meterme tu polla hasta el fondo -nunca la había oído hablar así y no entendió que formaba parte de su estrategia para estimularlo, pero recapacitó en un segundo-. Eso no va a suceder, pero si te hace ilusión: llevaré un bikini brasileño y, en ocasiones me pongo en tetas. -¿Habitaciones separadas? -preguntó Fredy -Sí, habitaciones separadas -no le dijo nada, pero finalmente cambió de idea. Fredy tuvo un nuevo episodio de insomnio aquella noche. Su pareja dormía mirando hacia la pared y ocupando la mitad de la cama con su enorme trasero. Él intentó ponerse un poco más hacia el borde de la cama sin precipitarse sobre la alfombra. No fue capaz de cerrar los ojos en toda la noche. Lissy empezó a notar que cuanto más deseaba hacer aquel viaje, más dificultades surgían en su camino, cuanto más avanza en los pasos que debe dar para conseguir todo lo necesario, con tanta mayor dificultad se muestran los plazos del papeleo para el pasaporte, la agencia o el recorte de las vacaciones, y como si todo eso fuera poco, esa misma tarde se había roto lo maleta y había tenido que salir a comprar una. Había estado llamando a los teléfonos que aparecían en el papel sustraído al muerto, pero cuando le contestaban, colgaba. Había una dirección que llevaba directamente e Jenkins, lo que le hacía pensar que no se trataba de un deudor más. Todo parecía arreglado entonces, pero cuando la tuvo llena, ni siquiera se veía capaz de arrastrarla por el peso, aunque puso todo su empeño en conseguirlo y bajarla por las escaleras desde su habitación hasta el recibidor. Se acercaba el día de la partida, Fredy cumplió con su parte de los preparativos y no dejaba de llamarla por teléfono para terminar de concretar pequeños detalles que a ella se le habían pasado por alto, cosas como si la tarjeta sanitaria funcionaría en el lugar al que iban o si sería conveniente hacerse algún tipo de seguro, “Fredy, vamos a la aventura. Esto no es un concurso de televisión”, le respondió ella. Para colmo, la última noche alguien había entrado en la casa de sus padres mientras ellos dormía, ¿pueden imaginar algo semejante? Oyeron ruido y la violencia con que arrancaban los cajones y lo tiraban todo por el suelo, les hizo llamar a la policía y salir a la calle en pijama. Se escondieron detrás de un seto mientras veían a aquellos tres tipos rompiéndolo todo, corriendo por las habitaciones y saliendo disparados cuando oyeron las sirenas. Lissy no lloró. Tan sólo por la preocupación de recuperar todas sus cosas, y que todo aquello estuviera a punto de echar por tierra sus planes, evitó llorar. En la puerta de la casa, tuvieron que esperar a que la policía hiciera su trabajo y también se dedicara a ver todas sus cosas, antes de empezar a recoger y poder comprobar si les faltaba algo. Como por arte de birlibirloque, en aquel momento caótico, por allí apareció el sargento Scotty, y como insistió, no le quedó más remedio que quedar con él para el día siguiente y hablar de todas las cosas que estaban sucediendo, y que según el policía, estaban conectadas. -Estos tipos buscaban algo que tú tienes Lissy -añadió justo antes de desaparecer. Los vecinos estaban alarmados, no estaban acostumbrados a que pasaran ese tipo de cosas. El padre de Lissy no tanto, es un tipo rudo, y, aunque no se lo dijo a nadie, durante el tiempo que duró el episodio no se separó un momento de una pistola vieja que le quedó en propiedad de su paso por el ejército. No se llevan muy bien con los vecinos, por eso tuvieron que aguantar que una señora que apenas conocían se pusiera a contar cosas de ruidos nocturnos y del coche mal aparcado, que no venían al caso. Son gente fastidiosa, con ganas de llevar la razón y llamarle la atención a todo el mundo como si ellos decidieran como tiene que comportarse cada uno, incluso dentro de su propia casa. Tal vez el padre de Lissy nunca se haya manifestado al respecto, pero lo que aquella gente pueda pensar le importa muy poco, y lo que pudieran contarle a la policía, aun menos. Ellos eran las víctimas, habían intentado robarles mientras dormían y los vecinos se dedicaban a molestar, no se podía interpretar de otro modo. No eran nuevos en el barrio, hacía tiempo que los conocía y sabía exactamente de que pie cojeaban, nada les molestaba más que los ignoraran y eso era porque eran mucho menos importante de lo que podían suponer. 6


Mientras esperaba, Lissy pidió café creyendo que el policía se retrasaría, pero no fue así. Aquel día había salido el sol, así que se puso ropa de verano que aún no había empaquetado para llevarse a su viaje. Scotty la miró con curiosidad y también pidió café, lo que para un policía a esas horas de la mañana no era tan extraño; lo cierto era que Scotty podía tomarse al día hasta ocho tazas de café negro, y ni eso lo mantenía en el punto de atención que deseaba, porque dormía poco y porque no era un tipo con buena memoria. Lissy se había puesto una remera y a pesar del sujetador, no podía impedir que se marcaran los pezones cada vez que se inclinaba hacia atrás. Entonces, Scotty tomó su taza y se la llevó a los labios sin dejar de verla por encima del borde. -Mira Lissy, si tienes algo que pertenecía a Wally debes decírmelo, hay unos tipos muy malos buscando algo que no sé lo que es -le dijo moviéndose incómodo sobre su silla-. Nadie tiene aún muy claro de que se trata exactamente, pero la deuda de Wally está también en ello -se pasó una servilleta de papel sobre los labios y la engruñó antes de dejarla sobre la mesa; la taza había quedado vacía-. Eres una chica inteligente, y tienes un teléfono móvil, ¿no? Es probable que estés pensando en hacer un viaje. No quiero asustarte, pero si ves a un tipo que le falta un pulgar llámame inmediatamente. -Me voy unos días con un compañero del trabajo a pasar unas vacaciones a isla Trinidad. -Es buen destino para unas vacaciones -respondió él. -Se pueden ver como unas vacaciones, pero voy a buscar algo. Wally me dio algo para pagar una deuda que tenía conmigo y voy a buscarlo. -Es posible que tengas problemas o, digamos, dificultades para encontrar lo que buscas. Estaba metido en líos importantes. Quiero decir que es posible que alguien se te muestre violento si vas por ahí haciendo preguntas. -Vaya, supongo que debería haber pensado que no me lo iba a poner fácil. Lo cierto es que quiero intentarlo. De momento es lo que hay, pero si se va a quedar más tranquilo le daré mi dirección en el hotel de Trinidad. No soy del tipo de las personas que desaparecen, tengo a mis padres y una vida; no es perfecta, pero es mi vida. -No sé por qué conozco a tanta gente deseando meterse en líos -añadió el policía. -¿Porque es policía? -¡Touché! -No parecía desconcertado. Era como si ella notara que le caía bien, pero que desconfiaba de su capacidad para solucionar los problemas por ella misma, y porque sabía que le ocultaba algo. Cuando Lissy tomó su vuelo hacia isla Trinidad, Scotty se quedó más tranquilo, sabía que la buscaban y que finalmente la encontraría, lo que no sabía era que ella iba en la dirección exacta de sus problemas. 2 La amenaza se ensancha Por el taxista que los llevó al hotel, Lissy supo que media isla pertenecía al doctor Jenkins la Faro. La señorita Cornell se asombró de ver por todas partes restaurantes de comida rápida con su nombre en los carteles. Le resultó muy interesante lo que el taxista le contó sobre aquel hombre, no paraba de hablar de lo bueno que había sido para la isla porque llevaba mucho dinero de fuera y le había dado trabajo a mucha gente; Fredy guardaba silencio. Antes de que entraran en el taxi, Fredy insistía en comer algo antes de ir para el hotel y echarse a dormir hasta el día siguiente, pero en cuanto pusieron sus culos bien sentados en el asiento posterior, no volvió a abrir la boca. Le interesaba lo que ella tuviera que contar sobre el verdadero 7


motivo de estar en la isla, pero además no quería compartir sus quejas con el bigotudo que llevaba el volante. Tenía la costumbre de no hablar demasiado con los taxistas, todo lo contrario que ella, que los veía como una fiable fuente de información. En el tiempo que duró el viaje, Lissy siguió preguntando sobre la isla y su benefactor. -Es una de las mejores islas para el turismo, pero hay otra más pequeña y sin hotel a la que sólo se puede acceder en pequeñas embarcaciones, podrán contratar un barco en el embarcadero -dijo el taxista -Aún no puedo comprender la naturaleza de la isla, lo que ofrece a los turistas más intrépidos. Parece que hay un juego exótico detrás de todo lo que no se ve -preguntó Lissy-. ¿Me equivoco? -No. no se equivoca. Hay una isla para los que vienen a pasar de la habitación del hotel a la playa, y hay otra isla para los que se mezclan con los pueblerinos, hablan con ellos y se dejan aconsejar. A fredy le desagradaban los consejos del taxista, estaba a punto de chafarse su plan para volver moreno y agotado de tanto sol a su anodino trabajo. Pero si Lissy se ponía muy terca con sus historias de investigación y aventura, siempre podría salir adelante por si mismo y esperarla bien colocado en primera línea de playa con uno de esos combinados exóticos y sin perder detalle de las bellezas locales. Creía que ella no tendría tiempo a reaccionar si era capaz de hacer que pareciera que toma la decisión de improviso. Por otra parte estaba la falta de convencimiento que tenía en sus propias decisiones y la cobardía que suponía no estar seguro de querer separarse de ella. -Estamos intentando descubrir qué es lo que más nos puede interesar, siento parecer una preguntona. -Conozco su perfil y no me desagrada, es parte de mi trabajo informar a los turistas -replicó el taxista-. Es más, me gusta presumir de mi tierra, aunque hayamos entrado en un episodio de sobreexplotación del que no sabemos si vamos a salir sin llenarlo todo de escombro. Ya llegamos -añadió. -¿Conoce algún sitio para cenar que nos podamos permitir? -La lata roja queda a dos calles del hotel en dirección del museo de las artes folclóricas. No es caro y ofrecen platos regionales. En ocasiones yo mismo paso por allí. En la recepción del hotel había demasiada gente, unos esperando por ser atendidos, otros iban y venían en un frenético movimiento de sombras que sólo entendieron hasta que leyeron en un cartel, “Congreso de dentistas de Walinford”. El cartel había sido colocado sobre la entrada al salón y estaba claro que había sido tomado por unos días para una actividad concreta. Por fortuna, en esos congresos laborales nadie se emborrachaba, pero los botones se habían transformado en chicos para todo y respondían a sus preguntas como eficientes robots capaces solucionar cualquier cosa. Intentaban en vano que fueran entrando en el salón y dejaran la recepción libre. Luego estaban los que deambulaban solos y que no pertenecían a ningún viaje organizado, y, también, las parejas en viaje de placer esperando que les dieran su habitación; a este grupo pertenecían Lissy y Fredy. Casi provocando y de forma decidida, Lissy pasó delante de algunos de aquellos individuos y pidió su habitación sin esperar sus quejas. Fue una reacción furiosa pero controlada y apenas le dio tiempo a Fredy para que pudiera seguir sus pasos. Respiraba con rapidez y el pecho subía y bajaba como una noria. -Tenemos una reserva -dijo sin miramientos-. Le agradecería que nos atendiera sin demoras, venimos cansados y mi compañero se ha encontrado mal durante todo el viaje. ¿Tiene una bolsa de plástico por si vuelve a vomitar? -No necesitaba la bolsa y Fredy no se había encontrado mejor en su vida, pero fue atendida con la rapidez que esperaba. Gracias a ella, Fredy empezaba a sentirse libre como hacía tiempo que no le sucedía. Se encontraba en una situación interesante y la seguía a todas partes como un gatito. Antes de aceptar la idea de aquel viaje, insistía en poner sus condiciones, pero pronto se percató de que si realmente quería acompañarla, la ventura era de ella y él solo era un “acoplado”, por así decirlo. Sin embargo, desde el primer momento encontró detalles que lo ponían a prueba, y que ella hubiese reservado una habitación con una cama de matrimonio, le resultó muy extraño, a pesar de justificarlo diciendo que 8


así les saldría más barato. Hasta aquel momento fue muy exigente y cada vez que él intentaba una aproximación romántica, haciendo juegos con las manos, preguntando por los amores previos (otras relaciones o experiencias), haciéndose el gracioso a sabiendas de que no tenía ni un gramo de gracia en tal situación, ella le cortaba con algún comentario que ponía en duda su inteligencia. Era enérgica en eso, categórica acerca del sexo en vacaciones, y había insistido “no habrá sexo, por mucho que lo desees”, pero en su cabeza, Fredy no podía dejar de darle vueltas a que nadie hace un viaje tan largo por llegar a entender un papel que le había dado un moribundo (al menos, él así lo creía), si es que cuando aquello sucediera el pobre Wally no estaba ya muerto. Sólo ella sabía la verdad. -Creo que no le caigo bien a tu madre -dijo él mientras se secaba al salir de la ducha. Jenkins La Faro llamó a la puerta, había estado bebiendo y tomó la decisión de aquel encuentro con Lissy en cuanto supo que había llegado a la isla. Había momentos en su vida en las que ni siquiera era consciente de por qué hacía algunas cosas y de si sus impulsos no lo habían metido ya en demasiados problemas. Pero, tenía que ser honesto consigo mismo aún a pesar de tener los ojos semicaídos, sentir la fiebre de la resaca y tener la mente cansada, él asunto que era que, “lo que había que hacer, había que hacerlo”, aunque su rudeza fuera tan obvia. Eso no iba a cambiar; en una ocasión tuviera que romperle las piernas a un tipo que le debía una gran suma; no fue agradable, pero consiguió su dinero en menos de una semana. No podía decirse que él fuera una buena persona, tal y como normalmente se entiende,, pero había mucha gente que le demostraba un gran aprecio, se decía. Dada su febril necesidad de encontrar el significado de su papel y las notas escritas en él, Lissy necesito sentirse más considerada con su entorno. No se trataba de ir a por ello a cualquier coste, no quería parecer una persona tan interesada que utilizara a todos para conseguir lo que deseaba. En aquel momento, justo antes de abrirle la puerta a Jenkins, creyó que debía ser más amable con el mundo, con Fredy, por supuesto, pero con los habitantes de la isla y con la isla, si eso fuera posible. Después de hablar un rato con aquel hombre, creyó que podría establecer un acuerdo benevolente en el que le prometía recuperar el dinero que Wally le debía si la ayudaba a descifrar los números, los nombres y recuperar el dinero que aparentemente representaba. -No es difícil -le respondió Jenkins-, los nombres son deudores, el número al lado de cada uno de ellos, es lo que les debía. El número incompleto es una clave, posiblemente de una cuenta en un banco. Para entonces, Jenkins había memorizado los detalles que más le importaban, pero Lissy haía tomado la precaución de tachar algunos números importantes del papel y ya sólo ella los conocía. Por su parte, Fredy asistía a la conversación sin, aparentemente, demostrar gran interés. Sin embargo, estaba pensando que tratar con aquel tipo sólo podía traerles problemas. -Ha llegado el momento, no puedo hacer otra cosa que confiar en lo que sabes -dijo Lissy con una voz neutra que sorprendió por su seguridad. Arrugó la servilleta como si hubiese cumplido su objeto, finalmente se encontraba capaz de destruirlo, pero lo cierto era que había guardado una copia. Iba sobre seguro y capaz de manejar el asunto sin demasiadas explicaciones. -Tendré que hacer algunas preguntas. Creo que puedo hablar con alguien que nos puede ayudar, pero no es necesario que sepas de quien se trata. ¿Estas de acuerdo? -Ya -soltó ella sin poder evitarlo-. Nada de todo esto es legal. ¿Cierto? -Si fuera legal, yo no estaría aquí. Conozco a ese hombre desde hace mucho y me ha ayudado en otras ocasiones -añadió-. No se trata de hacernos preguntas que en este momento no podamos contestar. Involuntariamente, Lissy se había inclinado hacia adelante mostrando un interés desmedido. También era verdad que Jenkins tenía, como se suele decir, “la voz tomada” y eso fue una característica constante en la entrevista. Se oyó un ruido lejano pero constante, alguien en alguna parte había conectado el aire acondicionado y se dejaba sentir; era u ruido suficiente y capaz de 9


ahogar algunas expresiones malsonantes de Jenkins en su afonía. Hasta aquel momento, las dificultades habían sido mínimas. Lissy no había querido admitir del todo que pudiera existir una relación entre el asalto a la casa de sus padres y la servilleta que acababa de meter en uno de los bolsillos de sus shorts. Se sentía confiada debido a su arcaica forma de pensar y sus costumbres, tan corrientes en una vida estable y lejos de todo riesgo, hasta ese momento. Cuando entró en la habitación lo primero que hizo fue poner la televisión por comprobar si era cierto que en aquellos hoteles ponían películas calientes todo el día, y no, se trataba de una leyenda urbana más; así de corriente y ordinaria era su forma de pensar y entablar relación con un mundo burgués sólo a su disposición en unas extraordinarias vacaciones como las que estaba viviendo. Jenkins en seguida se dio cuenta de que podría marearla sin esfuerzo y escapar finalmente con todo el dinero, si existía en alguna parte. Se levantó, le dio la mano y dijo -tenemos un trato, volveré en cuanto tenga información-. Parecía como si su repentino interés por abandonar la habitación los hubiese cogido por sorpresa, se levantó y él mismo abrió la puerta sin esperar a que nadie lo acompañara. Cuando se cerró a sus espaldas, Lissy y Fredy seguían sentados sin saber que decir. La mañana siguiente la pasaron en la playa tomando el sol, sin apenas moverse. Fredy no podía evitar tener la sensación de estar metiéndose en la boca del lobo. En el principio de todas las historias los personajes son desconocidos y sólo en algunas hay personajes que siempre son lo que parecen. Ese parecía el caso del recién conocido, o mejor, aquel al que sólo habían conocido por referencias, sr. Jenkins, porque en su caso si era tan despiadado como se le suponía lo seguiría siendo hasta el final, y eso a pesar de lo dulce que le había parecido a Lissy, y lo galantemente que la trataba. El cansancio del viaje podía estar influyendo en esa forma de ver las cosas, pero Fredy iba a seguir obedeciendo sin protestar a pesar de todo. No obstante, nada podía evitar que tomara sus propias precauciones y se había pasado el desayuno mirando a su alrededor con desconfianza, y en los ratos muertos, dando vueltas por el hotel con el único objeto de intentar saber más de cómo sucedían allí las cosas. Entonces llegó a la conclusión de que la idea que los artistas tienen de pretender encontrar signos de humanidad en los enemigos, posiblemente no valía en su caso. No se trataba de un país en guerra con un nacionalismo exacerbado, lo que tenían enfrente. No se trataba de exculpar a los nobles ciudadanos de las injusticias y las torturas cometidas por los servicios secretos de sus gobernantes. En su caso, el mal lo encarnaba el hampa. Seres que vivían de la extorsión y si había tortura era con el único fin de conseguir dinero fácil. Si Jenkins era uno de ellos, no podían permitirse pensar que era tan humano. Si tenía dos caras, su cara más amable sólo buscaría hacerles daño, y si exhibía signos de dulzura, sólo podía responder a la idea de sacarle algún partido en el movimiento violento que solía jugar. Desde su toalla de playa, la mirada de Lissy se dirigió a dos mujeres que habían situado sus sillas muy cerca, casi encima de ellos. Ella intentaba hacerse la distraída, pero imposible no seguir la conversación de las dos señoras. Habían llegado cargadas con sus sillas de playa, una gran sombrilla, dos bolsas de deporte y una nevera cargada de agua y refrescos; no me pregunten como lo hicieron. Antes de desnudarse y quedar en top less, se habían sacado las joyas, de dudoso gusto para un día de playa. Llevaban colgantes de oro macizo, relojes enormes, anillos insultantes y pendientes muy pesados. Para poder empezar a guardar su ropa tuvieron que soltar las cremalleras apretada, eso posibilitó que pudieran doblarse y, finalmente, se sentaron y comenzaron una conversación que duraba un rato largo. Aquello iba a acerca de sus hijas y el desarrollo de sus carreras en la universidad. Las mujeres habían sido compañeras en una empresa de limpieza, y una de ellas había conseguido un premio a la lotería y había terminado por comprarla. -Lo que casi nos distrajo fue la fecha, no esperábamos que Neil Wayamond pudiese desplazarse a esta altura a la isla para hacer su show en el teatro nacional. Tenemos las entradas reservadas y hemos comprado unos vestidos de noche inolvidables. Además, Nelly -dijo referiéndose a su hijase ha dejado con su novio y no podía hacer nada mejor que compartir con su madre una ocasión 10


como esta. Estará toda la gente importante, el presidente y su familia en el palco, estarán banqueros, estrellas de cine y periodistas. Espero salir en alguna foto de revista. La señora que había comparado la empresa de limpieza debería haber empezado por ahí: La ilusión que le hacía salir en alguna foto de revista, aunque fuera detrás de algún banquero local, le hacía más ilusión que comprar algún disco del artista antes del concierto, por ver si así reconocía alguna de las canciones que iba a interpretar para aquella ocasión. Lissy se giró hacia su compañero y dijo que el arte ya no tenía sentido. -A esto responde el esfuerzo de los artistas, a que la gente corriente pueda soñar con grandes teatros. La música popular forma parte de un contexto burgués y de nuevos ricos que no deja lugar a dudas, la humanidad se está echando a perder. El mismo Jenkins es un exponente de, seguramente está en ese teatro asistiendo al show de Neil, ¿quién puede culparlo? Es socialmente aceptado que los corruptos formen parte de la vida social de un país, sólo necesitan tener suficiente dinero para mantener sus negocios y sus amistades. Y nosotros sólo podemos hacer una cosa, lamentarnos como perdedores. Cuando volvieron al hotel, jenkins parecía muy ocupado hablando con un hombre en el hall e intentaron pasar sin ser vistos, pero no lo consiguieron. Jenkins levantó un brazo y gritó su nombre de forma que su cuello desapareció y a continuación su barbilla, de tal modo que su brazo y su pecho levantado lo tapaban casi por completo. A través de su camisa amarillenta se notaba su carne adiposa, sudada y enjabonada varias veces al día. Las manchas de sudor bajo sus sobacos amenazaban extenderse hasta su cintura, pero no parecía importarle. Antes de que el hombre que hablaba con él desapareciera, Lissy notó que le faltaba uno de sus pulgares y eso la puso muy nerviosa. -¿Cómo habéis podido aguantar tanto tiempo al sol? Los turistas os comportáis de forma irresponsable -dijo sin dejar de mirar a Fredy que estaba rojo como una gamba en agua hirviendo-. Tengo buenas noticias. Un amigo ha identificado el número en su servilleta, y tiene la parte que le falta. Es la clave de una tarjeta de crédito. Tampoco hay que hacerse demasiadas ilusiones, las probabilidades de que esté vacía son altas. -¡Oh vaya, eso es estupendo! Creo que todo se solucionará antes de lo esperado -Exclamó la joven entre el júbilo y la prudencia. Supuso que sería demasiado darle un abrazo que por otra parte no sentía, pero dudó, esa es la verdad, dudó porque en su mente rápida pensó que si lo hacía, el otro pondría todo de sí por darle el gusto, y en menos de un segundo, desechó la idea porque le pareció que se daría cuenta de que intentaba manipularlo creando falsas expectativas acerca de un posible acercamiento. Sin embargo, no pudo contenerse en agradecerle todo lo que estaba haciendo por ella y lo mucho que significaba para poder esclarecer aquel entuerto -No le puedo decir más que cosas buenas. Ha sido muy atento desde el principio -añadió. -Esta bien, terminará por ablandarme, y yo no soy un hombre blando, créame. -Eso no lo pongo en duda, pero soy así; una mujer demasiado habladora. Cuando empiezo no hay quien me pare... Puede que deba callarme ahora y subir a mi habitación. Jenkins no entendía muy bien el papel que jugaba Fredy en aquella historia. La creía capaz de realizar todos los pasos ara conseguir lo que quería, prescindiendo de él. Posiblemente le daba seguridad, pero no le parecía adecuado para su papel. Fue en aquel instante de excitación, cuando empezó a abrazar la idea de invitarla al Teatro Nacional para asistir al show de Neil Wallamond, recién llegado de las Vegas. No le sería difícil conseguir un par de entradas, y en esa ocasión su amigo tendría que quedarse fuera de la diversión. Sólo habían estado en la isla dos días y ya sentían la familiaridad en su paisaje y sus gentes. La montañas que podían verse desde la ventana, a la derecha del embarcadero, n se cubrirían de nieve en todo el año, y el clima era tan diferente al que conocían del lugar de donde venían, que hubiesen deseado que la humedad desapareciera para siempre de sus vidas, aunque, sabían que eso no iba a ser posible. Lissy llegó a la habitación excitada por la rapidez en la que se habían desarrollado los acontecimientos, la inquietud por creer que todo se resolvería en poco tiempo y la presencia del 11


hombre sin pulgar, contrastaba con su deseo de no meter a la policía en aquello y creer que la protección significaría tener que dar muchas explicaciones. Aún con todo, no hizo falta que usara el teléfono del sargento Scotty para decirle como marchaba todo, sin saber como aparecería por la isla al día siguiente intentaría contactar con ella para que pudieran hablar sin que nadie los relacionara. Miró a Fredy, estaba segura de que, como había pasado la noche anterior, esa noche tampoco intentaría nada. No le gustaba resultar tan predecible, ni que él le hubiese demostrado que no era tan deseable como había creído, así que se puso una camiseta apretada son sujetado, aquello dejaba a las claras que sus pezones firmes y puntiagudos podían desear algo más que dormir. No podía malinterpretarse, las señales estaban claras, se trataba de dormir en la misma cama y tampoco iba a ser tan fácil, así que se encasquetó un pantalón de pijama atado en la cintura con doble lazo, sin embargo, le daba calor y se lo sacó en cuanto le fue posible. Las pulsaciones de Fredy subieron sin que ella pudiera notarlo porque él así se lo propuso, permaneció inmóvil haciendo que miraba una revista hasta que ella se metió en cama, y no fue a ocupar su parte para poder descansar de su cuerpo quemado por el sol, hasta que ella estuvo dormida. “Hoy tampoco habrá sexo”, pensó. A media noche le sobrevino un inesperado dolor de cabeza. Fredy se levantó varias veces al baño aquella noche, en una de ellas se tomó una aspirina, pero no le ayudó demasiado. No le solía pasar eso, de hecho, dormía como un tronco habitualmente, pero una vez que el dolor de cabeza se instaló, duró hasta el amanecer. Se pasó la mayor parte de la noche contemplando el trasero de Lissy, que le daba la espalda demostrándole una confianza que no sabía si merecía. En un momento se movió y la sábana resbaló dejando al aire sus braguitas bikini. Cada vez que echaba un vistazo se convencía más y más de que ella lo consideraba su amigo, hasta podía ser que le tuviera un cierto aprecio, pero en ningún caso, había albergado la posibilidad de llegar a algo más físico y personal. Por la mañana sonó el teléfono, se trataba de Jenkins para decirle que había conseguido entradas para el concierto de Neil Wallinford. Fue tan dulce y atento, que estaba empezando a cogerle cierto aprecio, a pesar de aquella cojera que intentaba disimular sin conseguirlo, de su exceso de peso, y de llevar las camisas siempre empapadas en sudor. Aceptó, no tardó ni un segundo en decidirse, y en cuanto colgó el teléfono se lo dijo a Fredy. -Estaría bien que buscaras plan para esa noche, dependo de él y no he podido decirle que no. Nunca había tenido suerte con las mujeres, ellas parecían solucionar su debilidad física con inesperados giros que siempre lo dejaban sin saber que decir o hacia donde moverse. Empezaba a pensar de forma rígida, “la gente actúa tirando la piedra y escondiendo la mano” porque es cobarde, se dijo. Y tal vez era que cuanto más débiles, más natural les resultaba la traición. Como una concesión hacia Lissy, pensó que se sentía dolido porque lo dejaba tirado y eso lo llevaba a ser injusto con ella. Ella le ofreció una revista con teléfonos de contactos y se la ofreció, asegurando que llegaría tarde aquella noche. -Si invitas a alguna chica, cambia las sábanas antes de que yo vuelva. -Lo haré. -Aguantas mucho sin sexo -dijo mirándolo directamente a los ojos. -¿Aguantar sin sexo? Cada cosa tiene su momento. Ha llamado Magritte, me ha dicho que lo nuestro no funcionaba y se ha mudado a casa de una amiga -respondió con una voz monótona. -Era lo que querías, ¿no? Con ella... lo hacías a menudo? -preguntó, moviéndose en un mundo que no le importaba tanto como para dejar salir de su caja, la curiosidad más insana. -Muy a menudo. Perplejo por aquella pregunta, la decepción empezaba a tener tintes de enfado. Supuso que si las parejas estables iban posponiendo sus enfados, contrariedades y deseos de discutir, hasta las vacaciones, ese no era el caso. Tampoco necesitaba hacer un gran esfuerzo por contenerse, a pesar de todo. En aquel momento ella seguía diciéndole lo que tenía que hacer y él lo hacía, por eso, lo de llamar una chica para la noche, y ano le pareció tan mala idea.

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3 No propongo ser un sueño Al salir del avión, Scotty comprobó que soplaba el viento y no hacía día de playa. Eso le facilitaría las cosas porque no entraba en sus planes ponerse el bañador, sobre todo porque esa semana le había dado los resultados de sus análisis clínicos y tenía el colesterol por las nubes, estaba deprimido y la dieta apenas le permitía la energía suficiente para sus ocupaciones, lo que en aquel caso lo llevaba a pensar una y otra vez en Lissy y lo que ella pudiera tener que le interesaba al doctor Jenkins. A pesar de todo, el sol se volvía naranja a aquella hora de la tarde y golpeaba contra el fuselaje del avión hasta hacerlo cambiar de color. Por algún motivo que no comprendía un agente de la policía local había ido a recibirle, y eso era un inconveniente porque él no podía ejercer como policía en un país extranjero, y aquella isla en mitad del océano, era, al fin y al cabo, otro país. Si no se deshacía de aquel tipo estaría controlado desde que se levantara y hasta que se acostara, y no deseaba compartir todo lo que sabía y que le había movido hasta allí. Necesitaba una farmacia para comprar unas pastillas que prometían bajar la grasa de su sangre, y en eso el joven uniformado le fue útil, pero cuando le dijo que no lo necesitaba pareció ofenderse y lo despachó en la puerta del taxi. Las pastillas parecían envueltas para regalo: nunca en su vida había entrado en una farmacia que creyera que adornando sus productos ganaría más clientes, pero eso no debía ser una preocupación en un lugar donde no debía haber más de dos o tres farmacias. Un hombre corpulento los seguía por los pasillos del Teatro Nacional sin que se percataran de ello. Scotty parecía mayor de lo que era, no tenía forma de ocultar la cara con un sombrero o con el cuello de una gabardina, el clima tropical no era el más adecuado para pasar desapercibido. Sabía que podía parecer el padre de Lissy si caminaba a su lado y nunca lo confesaría, pero se sentía atraído por ella. Así pues, vestía como los turistas, mientras que los burgueses locales, llevaban trajes de lino y de de algodón comprados para la ocasión. Podía haber seguido a Jenkins sólo por el color amarillo chillón de su chaqueta, Llevaba varios días deseando llegar a la isla y establecer aquel contacto visual, eso lo estimuló. En el momento que ella decidió ir al baño, justo antes de que empezara, ya se habían sentado y Jenkins esperó impaciente. Es fue el momento en que la abordó en un pasillo y le dijo que tenía que hablar con ella. Lissy se puso nerviosa y aceptó que él propusiera pasar por la habitación del hotel de madrugada. “Los acontecimientos se han precipitado. No lo hagas más difícil, y cuidate de esa gente. Nada es tan bonito como parece”. En realidad, la tarde en que Scotty se presentó en el Gran Teatro Nacional para encontrarse con Lissy, aún no conocía todos los pormenores sobre la muerte de Wally, si bien estuvo toda la tarde dándole vueltas y llegó a la conclusión de que, tal y como todo indicaba, se había tratado de u suicidio. Durante la actuación, Neil sacó a una señora mayor al escenario y le cantó, “nuestro amor es para siempre”, en ese momento, Jenkins puso su mano sobre la de Lissy y ella retiró la suya sin volver la cabeza, mirando al frente como si la tuviera clavada firmemente, como la estaca de un embarcadero o una señal de tráfico que explicitara algún tipo de prohibición. A pesar de que Lissy no parecía tampoco dispuesta a alimentar un romance con Fredy, él desechó la idea de llamar a una de las chicas de la página de contactos que le sugirió. Cuando llegó aquella noche de vuelta al hotel, él dormía como uno niño, sin responsabilidades ni preocupaciones. Dormía en ropa interior de colores chillones y se le había caído la sábana al suelo, así que Lissy contempló un momento sus piernas peludas y como se le arrugaba el calzoncillo entre las nalgas. Por supuesto, si hubiese sabido de antemano que se habría de encontrar con aquella visión al abrir la puerta de la habitación, habría ido al baño primero. Como Scotty había anunciado su visita para un par de horas más tarde, se puso cómoda pero tomó café y lo esperó levantada. Estuvo viendo en la televisión los canales de la teletienda, y cuando empezaba a caer de sueño, sonaron los nudillos de Scotty 13


levemente al otro lado de la puerta. El policía le puso unas fotos a lissy en la mano para que las viera, se trataba de la casa de Wally, donde hasta el día anterior vivía su mujer y su hijo. El hombre sin pulgar (así lo acreditó Scotty), los había tenido secuestrados durante las horas que duró el asalto, la casa quedó patas arriba. Se llevaron las cartillas, las tarjetas y las contraseñas del banco, y finalmente todo el dinero que pudieron encontrar. -Esto es lo mínimo que le puede pasar a quién trata con esa gente, por fortuna ya han soltado a la mujer y al niño -le dijo-. Es gente sin escrúpulos, capaces de matarte y arrojar tu cuerpo a un vertedero sin sentir nada. -¿Qué tiene que ver conmigo? -Preguntó Lissy muy asustada-. ¿Me van a detener? -Esa pregunta no se va tanto de la realidad. Confiaba en ti y no sabía que tuvieras una documentación que no te pudo entregar Wally, así que la sustrajiste del cadáver. Se trata de una lista de acreedores. Wally era corredor de apuestas, a veces no las cubría y se quedaba con el dinero, y no tenía suficiente para pagarles a todos, pero si una cantidad que decidió que podría dejar a su mujer si desaparecía. Tu nombre no está en la lista, tenemos una copia. Esa información en si misma no vale nada, pero en manos de Jenkins es una invitación a arrasar la casa de su mujer, por eso lo hizo y, por eso tienes una parte de responsabilidad. Te cuento todo esto porque quiero que me ayudes a pillarlo y declares en su contra, ¡es mucho pedir? -No lo creo. Además, no tengo muchas opciones, ¿no? -No. En fin, os detendremos en el momento que él quede para entregarte tu parte. Porque hay una parte que esperas, ¿no es así? -ella asintió con un movimiento de cabeza-. ¿Cuándo? -Si consiguen sacar el dinero del banco, me llamarán mañana. Supongo que después de que cierren. -Si no te dejan colgada y se van con todo. -Él me debía dinero. Yo no apuesto, pero me hizo creer que no tenía dinero y le presté una cantidad. Tal vez creyó que podría reunir suficiente pidiendo a los conocidos y con el dinero de un trabajo precario. Hay gente muy rara. -Sí, es posible. Cuando se dio cuenta de que era imposible, se suicidó. Suena bastante lógico. Entonces apareció Fredy en la puerta de la habitación frotándose los ojos. -¿Qué pasa? -Nada -respondió ella-, vuelve a la cama. Obedeció, como era costumbre en él. No le sorprendió ver a Scotty hablando con Lissy y concilió el sueño sin problemas. Ese era Fredy. Un hombre sin ningún tipo de problema moral o de conciencia para dormir sobre la hoja de una navaja. Fredy, a pesar de todo su sueño, había escuchado lo suficiente. La locuacidad del policía había hecho el resto, hasta hacerle comprender que Lissy tendría que renunciar al dinero fácil o acabaría en la cárcel. Hasta aquella noche, lo único en lo que había podido pensar con cierta claridad, era en lo agradable que le parecía dormir al lado de aquella chica que no le daba ni una posibilidad, y que si ella lo había planeado para torturarlo, no se había salido con la suya, lo estaba disfrutando sin obsesionarse con lo que no podía ser. Pero había llegado el momento de ya no ser el ingenuo que lo aceptaba todo y se dejaba llevar. No era una gran protección, ni un guardaespaldas, ni nada parecido, pero sabía que su mera presencia a ella le daba seguridad y le servía de parapeto. También era un testigo y nadie hubiese aceptado que lo complicaran en algo tan serio sin enfadarse, a menos, como era su caso, que mantuviese libres las expectativas de, en algún momento, conseguir a la chica: después de todo eso era lo que sucedía en las novelas policíacas. Pensó que era tan bonita y decidida que cualquier hombre se sentiría atraído por ella, y no entendía que siguiera soltera a sus cuarenta y empezando la madurez. Era posible que lo de formar una familia nunca hubiese estado en sus planes, pero tener pareja no tenía tanto que ver con eso, por eso mantenía sus pretensiones y no se desanimaba, después de todo Magritte lo había dejado y ya no tenía tanto que perder. No podía seguir albergando ilusiones fantásticas sobre chicas que le gustaban y apenas conocía. 14


Sería una tarea inmensa llegar a conocer a una mujer sin hablar con ella, tan sólo por su forma de proceder, sobre todo si tenía en cuenta que no hay dos mujeres iguales y su forma de proceder es un misterio hasta para las otras mujeres. No se puede idealizar una figura que te encuentras a diario en el metro o el mercado, y creer que va a responder con precisión a tu forma de ver la vida. Conocer a una mujer es un proceso que te puede llevar años, nunca contestan más que en el marco de un enredo que sólo cabe en sus cabezas, su pensamiento es de tal destreza que a su lado, los hombres parecen gorilas dispuestos a reacciones primarias, es decir, si les pones la zanahoria con suficiente sutileza, ellos correrán detrás de ella. Si quería que una relación fuera más igual, tendría que poner mucho de su parte para estar a la altura, sobre todo después del enredo que Lissy había puesto involuntariamente delante de sus ojos. Eso iba a requerir mucha atención por su parte y preguntar cada vez que no entendiera algo, lo que tampoco le aseguraba que ella tuviera la paciencia necesaria para pasar los días explicando detalles de su forma de proceder. Hasta entonces, Fredy había mostrado su parte más dulce y sumisa, la que siempre funcionaba mejor cuando deseaba ser aceptado o tenido en cuenta, y eso había durado lo suficiente, por mucho que hubiese deseado protestar por el trato recibido en más de una ocasión. Al romper con Magritte parecía decidido a aceptar que lo que le quedaba era su amistad con su compañera de trabajo, y aunque no esperaba que, intentando no ser descubierto, la hiciera ver lo tipo que era, cada vez que ella mostraba su crecido desinterés, lo llevaba al desánimo y a entregarse como se entregan en las competiciones los equipos de fútbol que reciben más goles de los que pueden superar (valga la similitud con el deporte preferido de Fredy). Sabía que ella no buscaba provocarlo premeditadamente, por eso no se lo tenía en cuenta. Además, se trataba de un hombre bastante corpulento y siendo los dos de la misma edad, no parecía posible que ella se pusiera violenta en el momento que él se negara a seguir sus órdenes, pero casos parecidos se han dado, sobre todo en viajes de parejas no del todo asentadas o que no se conocían lo suficiente. Los días siguientes fueron decisivos y todo salió como Scotty había planeado. Lissy se sintió mal al entregar a Jenkins, que fue detenido en el momento que le iba a entregar el dinero de Wally. Sentía que, de una forma o de otra, se trataba de una traición, después de todo, ella lo había buscado para meterlo en aquel asunto y Jenkins, por su parte, se había portado bien con ella. Creyó en algún momento que podría facilitar su fuga en el aeropuerto, pero no fue posible. Ni que decir tiene que ella no recibió nada del dinero de Wally que se reintegró a la viuda, después de que reconociera al hombre sin pulgar como uno de los asaltantes de su casa. Fredy pensaba que su amiga había tenido mucha suerte, porque no era parte del todo inocente, y la policía la presentaba como una muchacha que había encontrado un papel y había intentado saber lo que significaba, y no como aquella que había ido a por el dinero desde el principio. La última noche ella durmió en bragas y al fin, accedió a las pretensiones de Fredy. Tal vez fue un premio por haberla apoyado en todo, pero lo cierto que después de aquello nunca volvieron a estar solos durmiendo en la misma cama.

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La invisibilidad de los pรกrpados

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1 La invisibilidad de los párpadosErika captaba los cumplidos manteniéndose inflexible en su parecer. Meryl no la soportaba cuando se ponía exquisita y había pasado de hacerse la graciosa a intentar convencerla de que aquella era una oportunidad que no podían dejar pasar porque era el último año que pasarían el verano juntas. En realidad, hacía tiempo que intentaba desligarse de los planes de sus dos hermanas, y por eso permanecía tensa incapaz de aceptar, ni negar su participación, en la proposición de volver al campamento del viejo Corbill, ese verano. La miraron con desconfianza y Meryl no lo dijo, pero pensaba que era incomprensible que se creyera la mejor. “Eres la misma mierda que todas las chicas de la City”, le hubiese dicho si deseara provocarla, pero nunca lo había hecho y siguió con aquella idea que tenía de sacar de ella todo lo que quería sin “apretarla” demasiado. Oyeron a su madre que acababa de llegar a casa con la compra del supermercado y se dedicaba a mover todas las puertas de las alacenas de la cocina; era un ruido y una situación inconfundible. Amaranta estaba cabreada de verdad, no tenía tanta paciencia como Meryl , se levantó de su silla y cruzó el cuarto de Erika para ponerle la cara delante de los ojos y que pudiera notar con toda claridad su enfado. -Eres una idiota, ¿lo sabes? ¿Es por el tonto ese de Caracione o por esa ricachona de Maty Jurado, que deja que la visites? -No, No es por ellos, ¿vale? ¡Dejarme ya! -Meryl comprendió que así no arreglarían nada y le pidió a su hermana que la dejara, pero a la vez avisó, “esto no se acaba aquí, piensa en ello Erika, nos estás arruinando el verano a todas” Meryl abrió la ventana porque habían estado fumando y no quería que su madre se diera cuenta. Después roció la puerta con un perfume barato que olía peor que cualquier cosa que se pudiera imaginar. Sonó el claxon del coche, Jana Úrsula se había quitado la chaqueta y empezaba a sudar. Lo presionó por accidente, pero aprovechó cuando vio a Meryl en la ventana, para decirle que bajaran a ayudarla. El ocaso hacía crecer en las sombras de los árboles en esa época del año, era como si los acostara con la lentitud maternal que cuida de un enfermo. Al abrir la puerta trasera del coche, Rulfy, el perro, un podenco de padres desconocidos sale de un salto en dirección a la arboleda y da cuatro ladridos de aviso a los entrometidos. “A ver que se han creído esos paseantes con otros perros que pasan por allí...” Cuando ve a las chicas se dirige hacia ellas como una bala, para reventar de alboroto saltando delante de sus rodillas y morirse de felicidad por el reencuentro. -Perro pesado -dijo Erika, arrojándo una pelota lo más lejos que podía para sacárselo de encima. Lo que atraía a Meryl de estas situaciones familiares, era la forma en que su madre resolvía los conflictos y la pereza de Erika, le bastaba una mirada fría o un, “no quiero lamentaciones”, y cortaba cualquier conato de rebelión. A las ocho solían volver de tomar un granizado en el bar de Morris, entonces Erika de escabullía por una puerta lateral. Si Jana Úrsula estaba en la cocina haciendo la cena, hacía lo que fuera para que le endosara a una de sus hermanas lo de bajar la basura y era incapaz de sobreponerse al deseo de desaparecer hasta que alguien tomara la iniciativa; pero parecía, de algún modo secreto, que el universo se había confabulado para asignarle esa tarea 18


y, si alguna vez lo de subir a la habitación por la puerta lateral, le había dado resultado, ya no. La noche anterior no había dormido muy bien, había soñado que estaba sola en casa y daba vueltas desde el sótano al tejado en busca de sus padres y sus hermanas y no las encontraba. En cuanto se quedó dormida empezó a mover los párpados, lo que no pasó desapercibido para Meryl porque las tres dormían en la misma habitación y porque el sueño se repitió toda la noche. A Meryl le interesaba todo lo que le pasaba a Erika, se concernía de todo lo que pasaba desapercibido para los demás acerca de ella. En ocasiones intentaba protegerla sin motivo, y evitaba ser como el oso que te abraza hasta asfixiarte sin darse cuenta de su fuerza. Cuando la veía soñar de aquella forma, le hacía preguntas intentando interpretar algunas palabras sueltas, le hablaba bajito e intentaba ser reconocible, y lo curioso de todo eso era que su hermana pequeña, a veces, le contestaba desde su mundo onírico. La hermana mayor había tenido una habitación para ella sola durante un tiempo, pero eso se acabó cuando tuvieron que acoger a la tía Engracia que se quedó viuda y era de ayuda en la casa. Antes de aquello se dejaba entrar al perro, pero ya no, la casa se había vuelto demasiado tranquila y tampoco las dejaban correr o gritar sin sentido. Las tres hermanas dormían ahora en la misma habitación pero Meryl echaba de menos la suya, porque siempre la había considerado la mejor habitación, aunque no lo fuera. Tenía una ventana muy grande y era seca y caliente incluso en invierno, podía subirse a una silla y con un poco de esfuerzo por encima de los tejados del vecino Olsen, se llegaba a ver el lago. No muy lejos, en una arboleda de eucaliptos viejos y muy separados, había cotorras y urracas muy violentas que eran capaces de disputarse su espacio con cualquiera. Aquellos bichos hacían mucho ruido y volaban en grupo en desplazamientos cortos a gran velocidad, tenían un carácter endiablado. En aquel torbellino volador la tía Engracia había manifestado que si fuera por ella, cogería una escopeta y los echaría a patadas. No sucedió. Por la mañana, Amaranta se puso la ropa de entrenar y se fue corriendo hasta el gimnasio. Se tomó sus vitaminas y avanzó por el pueblo sudando y saludando a las amigas de su madre sin dejar de correr. Casi arrolla a una señora que llevaba a su hijo al colegio cogido de la mano, y le pidió perdón pero no dejó de correr. Se avergonzaba de sí misma pero se sentía llena de energía y algo la empujaba hacia adelante. En todo caso, no era totalmente voluntad propia, aunque en otras ocasiones se levantara temprano para ir a entrenar. Justo en el momento en que entraba por la puerta salía el entrenador, pero no se paró con él, se dirigió directamente la lavabo y estuvo devolviendo hasta que se vació por completo. En la bicicleta estática, Ernie tampoco parecía capaz de parar. No había tenido tiempo de hablar con él el día anterior y le preocupó maliciosamente que si aquella bici se cayera de uno de sus anclajes, o se saliera de sus vías, pudiera salir volando a toda mecha más allá de la ventana. Habían pasado algún tiempo juntos aquellas vacaciones, pero lo habían dedicado a hacer deporte, a ir a pescar, a ir a fiestas o a meterse en las cafeterías durante horas, pero nada de hablar. Se estaba poniendo de moda lo de ir al gimnasio por la noche, pero ellos, como era algo reciente no podía aún saberlo. Era una de esas modas que posibilitaban a las parejas para pasar un rato juntos sin que nadie los molestara de vuelta a casa. La urgencia repentina que la había llevado hasta allí tenía que ver con la inminente partida hacia el campamento de los Corbill. Ya sólo había una cosa de que hablar, si volverían a sentarse juntos el curso que se avecinaba y seguirían siendo pareja de Gimnasio. Ella lo apremiaba para conseguir una respuesta en aquel momento porque, el Gimnasio estaba lleno de chicas preciosas de otros pueblos que no la conocían y no la respetarían, y Ernie no era un bombón nada despreciable. Además, Los Corbill tenían un hijo adoptado que le gustaba y no estaba dispuesta a perder el tiempo y el verano por una respuesta ambigua. En aquellas mañanas de calor, toda la ropa de cama de Erika aparecía cada mañana enmarañada en el suelo, como si se la hubiese sacado de encima pateado el espacio infinito. Había pasado toda la noche soñando con Marlon Brando y aquella serenidad indestructible conque sus ojos veían el mundo. Con frecuencia, en un juego de aficionaba, empleaba diálogos de las películas en las contestaciones que daba a sus hermanas, lo que las dejaba bastante desconcertadas porque era un 19


buen sistema para no responder a sus preguntas. Meryl le preguntaba si iba a ponerse una determinada blusa y ella le respondía, “¿los osos tienen pulgas?” Y eso dejaba a su hermana toda la mañana pensando en que habría querido decir. Ese era uno de los motivos por los que no quería ir al campamento, necesitaba tiempo para ella y estar cerca del pueblo en verano, así podría ir al cine cuando se le antojara; pero había otras razones de puro romanticismo adolescente, siempre tan presente en ella a esa edad. A nadie le gustaba que se mantuviera en su posición sin dar razones que la sostuvieran y Jana Úrsula tuvo que hablar con ella para convencerla con un par de amenazas; o se iba al campamento o se inscribía en un taller de escritura creativa todo el verano. Eso le impresionó, pero lo peor fue cuando su madre añadió que tendría que pasar el resto del tiempo ayudando a su tía con su taller de costura. En casi todas las conversaciones de ese tipo que tuviera con su madre, había salido perdiendo y esta vez parecía que lo volvería a hacer. Así pues abrió los ojos y se desperezó comprobando que tenía la cara de Meryl tan cerca de la suya que de haberse movido se hubieran dado un cabezazo. Sonaba el teléfono en el piso de abajo cuando Meryl puso un dedo sobre unos granos que a su hermana le habían salido en la cara. -Debe ser de algún bicho. Seguro que tienes alguna araña dando vueltas entre la sábanas. Eso fue suficiente para hacerla ponerse en pie de un salto y correr al baño para verse en el espejo, orinar, y volverse a ver. Oyó la voz de su hermana a través de la puerta, “ponte alguna crema a ver si no empeora”. Meryl tardó en admitir que se había tratado de una pequeña broma, porque aún después de mirarse en el espejo por todas sus partes, Erika no encontraba los granos ni las picaduras. Fueron los nervios de aquella mañana en que su hermana mayor se comportó como las chicas del colegio que la torturaban con pequeñas dudas psicológicas acerca de su feminidad. ¿En qué momento se había vuelto tan cobarde? Siempre había sido la más decidida de las tres, y eran las mayores las que acudían a ella en el pasado para sacara los lagartos y las grimosas crías de ratones del sótano. Se había hecho adulta y habían empezado a atraerla los chicos, pero suponía que eso no explicaba de ninguna de las maneras que de pronto ya no quisiera pelearse con ellos, y sobre todo, vencerlos. Meryl dejó a Erika a solas y salió a sentarse un rato en el porche, Había algo a lo que le estaba dando vueltas los últimos días y al final parecía revelarse con su implacable elegancia. No se había equivocado, la insistencia con que Demetrius Hadock visitaba a su tía tenía que significar algo más que un asunto doméstico. Normalmente, otros hombres solteros o viudos recurrían a ella para que les hiciera arreglos en la ropa por poco dinero, pero Demetrius se arreglaba demasiado y también se perfumaba. A primera hora apareció y aparcó su coche enfrente de la casa, saludó a Meryl y tocó el timbre; llevaba flores. Aquel pueblo la estaba matando. Su dolor consistía en encontrarse con la misma gente y con sus mismas caras varias veces al día, en no poder dar un paso sin que cualquiera le preguntase, o al menos se lo preguntaran interiormente, a dónde iba. Hasta le podía pasar con su propia familia, intentar verse con un chico a escondidas y encontrar a sus padres dando un paseo en la misma calle. Le hacía daño hasta la idea de tener que esperar al otoño para desplazarse a estudiar a la capital. Los capitalinos, por lo que había oído eran de otra manera, todo les daba bastante igual. Ella los imaginaba moviéndose por calles muy iluminadas en noches de desconocidos; se imaginaba a sí misma acompañada por dos o tres amigos cuando salían a beber cerveza y fumar hierba. No podía sacudirse ese deseo de romper todas las reglas aunque se convirtiera en el peor ejemplo para Erika. Los veranos de ver pasar los días sin hacer nada se iban a acabar. Las tardes eternas de nubes perezosas tenían sus días contados; lo de leer el mismo libro, el mismo capítulo y la misma hoja, tenía que tener fin en algún momento, ni si lo hacía para disimular. Lo de lavar el coche de su padre sólo por pasar el rato o lo de intentar encerrarse en el cuarto justo antes de que apareciera su hermana pequeña reclamando atención, eso también. Ni aún pasando toda la tarde en la ventana imaginando escritores bohemios y ella con ellos, ahogándose en el licor y tirándose de cabeza al puerto sin agua y sin sal, podía distraer sus temores. Y si llegaba a ver el caballo del vecino correr luciéndose delante de sus ojos, podía estar segura que no tendría ningún mérito montarlo a 20


escondidas y salir desnuda bajo la luna a sentir su grupa bajo sus nalgas machacándole la espalda para varios días. Todos los alumnos de tercero estaban seguros de algo el último día de clase, al terminar sus estudios volverían al pueblo y sus vidas seguirían siendo igual de anodinas. La costumbre de leer el diario de su hermana pequeña no representaba un problema moral para Meryl. Había estado buscando las partes más inestables de su personalidad para ayudarla y no para aprovecharse de ellas y ridiculizarla en público, tal y como haría Amaranta de descubrir su secreto. Lo cierto es que escribía bastante e hizo falta descifrar aquella letra desigual para llegar a la parte en que Caracione le había rozado sus pechos diminutos de forma aparentemente accidental. Tampoco era para tanto, pero aquel chico siempre le había parecido un poco... ¿Cómo decirlo?...: tal vez aprovechado sea la palabra aunque a él no se lo parecería. Dado que Erika partiría con sus hermanas al campamento de los Corbill en un par de días y que no parecía demasiado impresionada por las proposiciones de su incipiente admirador, no había que darle mayor importancia al despertar adolescente de la sangre. Lo único medianamente interesante que le había ofrecido la mañana, había sido a Jana Úrsula llevándole una taza de café al porche en lugar de darle un grito para que fuera a la cocina a tomarlo. Meryl no se equivocaba al sospechar que algo estaba pasando que se escapaba a lo que sabía hasta entonces. Existía en Jana Úrsula un ánimo de congeniar con sus hijas, también había notado que su madre era la más interesada en que aquel año fueran al campamento y la presión parecía haber pasado a sus dos hijas mayores, claro que por más que hubiese pensado jamás habría conocido sus motivos si ella no se lo hubiera dicho. Cuando llevó la taza a la cocina sin previo aviso su madre le soltó: “Tu padre lleva un año viéndose con su secretaria a escondidas en todos los moteles de mala muerte de carretera entre su oficina y la casa de los padres de la chica”. -¿Cómo lo sabes? -preguntó Meryl que por su reacción parecía más serena y adulta que su madre. -Las mujeres siempre somos las últimas en enterarnos, pero a veces encontramos un indicio y entonces vamos hasta el final, un ticket de un aparcamiento puede hacernos llamar por teléfono a todos los aparcamientos del extrarradio -contestó con acritud. -Exageras. -Tenemos que hablar de esto con más serenidad, ahora no es el mejor momento, ni este parece el mejor lugar -Meryl intentaba saber la gravedad real y hasta donde había llegado Helmer con su aventura. En resumen necesitaba realmente saber si todo se iba a venir abajo o habría manera de poner algunos parches para evitar que así fuera. Era bastante evidente que Meryl no tenía un concepto elevado de su propio padre, y su madre comprendía que eso fuera así porque el trabajo lo había absorbido de tal manera aquellos años que apenas paraba por casa más que para dormir o ir algún fin de semana al parque de atracciones. Pero había sido cuando sus hijas despertaran a la adolescencia cuando se habían creado una peor opinión de él -no podía decir exactamente que le cogieran manía, después de todo era su padre, pero existía una aversión hacia las decisiones que él tomaba y afectaban a todos, porque les parecía egoísta y siempre eran decisiones interesadas-. Casualmente, en una ocasión, no fue Meryl sino Amaranta, la que lo vio salir de una cafetería del centro en actitud cariñosa con una chica, la misma actitud cariñosa que su madre había echado de menos todos aquellos años. Amaranta no se lo dijo a nadie, pero para todos fue obvio la actitud beligerante que tuvo con su padre desde entonces. Intentó saber en quién podría confiar para hablar de ese tipo de cosas y de aquel secreto que la afectaba tanto, pero concluyó que era muy pronto y si hablaba con alguien de las infidelidades de Helmer, eso tendría que ser con la defensa de un tiempo que ayudara a diagnosticar con la cabeza más fría. Desde entonces no se tomaba a los chicos en serio, se aprovechaba de ello y los dejaba, los utilizaba y os llevaba acompañándola a los sitios que quería pero nunca se comprometía. Con Ernie era diferente, lo conocía desde el parbulario, y habían sido novios y dejado de serlo mil veces desde los cuatro años. Lo besaba y se dejaba manosear, pero no le prometía nada, aunque siempre lo tenia cerca y lo apreciaba. Era un apoyo importante, pero desde que había visto a su padre con aquella 21


chica, se las pagaba Ernie en el gimnasio, donde practicaban boxing, lo tenía de sparring y se pasaba la mañana dándole golpes como si fuera un saco.

2 Pupilas Sea como fuere, la vida que habían vivido y el recuerdo que de ella tenía Jana Ursula, no había sido un fracaso, ni por mucho que de todo ello renegara Helmer. Frente a aquel hombre que se había propuesto ser detestado, que agitaba su músculo maduro como si de ello dependiera sentirse vivo, estaba la familia y, tal y como Úrsula lo veía, el sacrificio de dejar que la vejez los fuera invadiendo y absorbiendo, mientras veían crecer a aquellas tres flores que eran todo para ella. Habían sobrepasado la cincuentena y hubiese sido mucho más natural dejarse ir sin rebelarse contra la naturaleza de todas las cosas. Helmer metió a escondidas en una maleta sus palos de golf, sus cremas de ojeras y para después del afeitado y algo de ropa, eso fue todo; desapareció furtivamente en la noche sin despedirse de sus hijas. Los Olsen, que eran buenos vecinos pero se pasaban el día la noche pegados a su ventana, dijeron al unísono, “el pájaro ha volado” y después la mujer, “nada bueno para nadie, todo malo para todos”. Tal vez fue ese sentido de madre que se pone a la defensiva, que intuye lo peor y que sabe defender a sus cachorros, lo que llevó a Úrsula a contar lo que sabía de su tragedia, unicamente a la hija mayor, al menos hasta que pasara el verano o empezaran a echar de menos a su padre. Ese fue el momento que Meryl creyó más oportuno para regalarle a su hermana pequeña el libro titulado “Brando y Kubrick, dos personalidades en el arte”. Se pasó los dos meses de campamento sumergida en las fotos y los textos sin dejar que nadie lo tocara, y lo que era aún mejor, sin pensar en Coracione, que le hizo una visita un domingo aburrido y no les sirvió más que para pasear cerca del lago sin ni siquiera besarse. Incluso en aquel momento tan decepcionante, Meryl necesitaba seguir sintiendo que podía hacer algo para contener la falta de protección de su hermana pequeña frente a los cambios que la vida le presentaba. Desde su posición, todo lo que sabía le ofrecía la posibilidad de adelantarse a las caídas e intentar que no fueran tan duras o evadirse para no sufrir viendo el resultado de lo que ya era inevitable. Pero aún había algo peor, y era el coraje que la llevaba a enfrentarse al mundo y odiar a su padre, pese a que sólo alcanzó a visitarlo una vez en su piso nuevo, e intentar abofetearlo sin conseguirlo. Vio su cara fláccida una vez más para, al menos, decirle cuanto aborrecía a los hombres como él, incapaces de controlar su egoísmo y de no poner por delante su deseo. Al menos se desahogó haciéndole ver cuanto las había hecho sufrir y lo frustrada y desengañada que se había sentido Erika, su hija de quince años, apenas preparada para encajar, aunque no fuera cierto, que nada sucede si no es por algún interés mezquino. Pero eso iba a ser casi un año después de su estancia en el campamento de los Corbill y entonces, Erika aún no sabía lo que el destino le deparaba. Dado la reacción violenta que se esperaba de Erika cuando conociera la noticia, la madre pensaba que habría que hacerlo de forma totalmente programada y si tenía que montar un numerito sería mejor que lo hiciera en alguna cafetería; sin duda ese sería el mejor lugar para intentar intimidarla en una posible histérica reacción. Por otra parte, tampoco estaba Meryl muy segura de que Amaranta no saliera buscando a alguien con quien pelearse, y ese alguien casi siempre era Ernie. Su novio en otro tiempo se empeñaba e seguir a su lado como si nunca hubieran decidido pasar página a su situación sentimental y eso lo utilizaba ella para desahogarse con él siempre que lo necesitaba, 22


esto no era ninguna novedad para nadie, pero era necesario repetirlo una y otra vez para llegar algún día a comprender esa relación. Úrsula había hecho todo lo posible por hacer crecer a sus hijas con una sensación de felicidad, que tal vez no era real, pero que había servido para construir la familia lo mejor posible. La realidad no tenía mucho que ver con lo que aquellas tres niñas habían ido imaginando en sus juegos infantiles, pero era la mayor Meryl, con la que sentía que había fracasado estrepitosamente al hacerla sentirse responsable y excesivamente comprometida en la educación de sus hermanas. Meryl había vivido todos los problemas de la familia de primera mano y había acompañado a su madre cuando había decidido ocultarlos; pero esta vez era diferente, no se puede ocultar un divorcio y la desaparición del padre, pero sobre todo no se puede ocultar la amargura y resentimiento que crea. Por su parte, ajena a todo, Erika daba por supuesto que merecía una adolescencia llena de revelaciones inquietantes. Era la más bonita y delicada de las tres hermanas, de eso estaba segura, aunque no fuera así. Tenía un eccema que se manifestaba cuando algo la intranquilizaba por tiempo prolongado, bajaba sus defensas y adelgazaba; lo cierto era que eso no ayudaba con su aspiración a ser la “mejor princesa”. Además de su encanto personal, aquellas vacaciones, todos parecían especialmente inclinados en hacerla feliz y sus hermanas le habían comprado un albornoz amarillo pastel que podría utilizar en el campamento al salir de la ducha. Aquello ayudaba a suavizar la contrariedad de tener que someterse a aquella disciplina, pero nada parecía poder convencerla de que por algún motivo que desconocía de nada hubiese servido esa vez exponer ante todos una de sus peores pataletas. Como todos podemos suponer, la elevada opinión que Erika tenía de si misma, chocaba con la mirada de reprobación de los adultos que la rodeaban y que sólo miraban en ella una niña mimada. A pesar del esfuerzo extenuante que ponía en mirar como si fuera capaz de despreciar hasta límites insospechados, lo cierto es que no conseguía más que la postergaran aún más en todos los juegos y comidas del campamento. Digamos que su estrategia no se correspondía con la realidad y que los resultados eran catastróficos. Maty Jurado era la hija del hombre más rico del extrarradio de Mindstorm, había construido un aserradero que suministraba madera para hacer casi todas las puertas y ventanas de los edificios de la parte Este de la ciudad, y además de eso, tenía aspiraciones políticas. Maty y Erika tenían la misma edad y les complacía hablar de los secretos de la vida, de los chicos, del amor y de todo lo que deseaban. No se dejaban nada para más tarde y todas sus investigaciones sobre el sexo y los vicios sexuales de los mayores, eran compartidos maliciosamente. A Erika le gustaba visitar a su amiga porque la gran casa tenía asistentes que les daban de merendar y le abrían la puerta, y eso era mucho más que cualquier otra niña de la escuela pública pudiera tener, si bien Maty cambiaría de colegio el año siguiente y se verían mucho menos. Era de esperar que después de un tiempo en el campamento, Erika intimara con el hijo del señor Corbill. Los vigilaba de cerca, pero los dos chicos se escabullían para ir a pescar y pasaban horas sin que nadie supiera donde se habían metido, lo que exacerbaba la imaginación de Meryl, que decía desesperada, “lo que nos faltaba”, y recriminaba a su hermana por su conducta. Al entrar a formar parte del mundo de campistas, que además conocía de años anteriores, Erika hacía todo lo posible por encajar en su entorno y era ese momento en el que abandonaba su pose de princesa inalcanzable e iba descalza a todas partes imitando a su amigo Gene Camons. Si Maty Jurado la hubiese visto aplastando gusanos para ponerlos en el anzuelo, o meter los pies descalzos en el barrizal de la orilla del río Ory, jamás la hubiese invitado a poner los pies en su casa de nuevo. Erika tomaba a su amiga como un modelo en medio de su sórdida vida de estudiante de primaria, pero en el entorno natural de sus vacaciones de verano, perdía todo contacto con la altura desenfocada de sus pretensiones pasadas, y como no podía ser de otro modo, volvía la risa y su espíritu se expandía sin disciplinas y normas absurdas. Al fin y al cabo, Gene Camons era un excelente anfitrión, conocía todo lo relacionado con aquel lugar y lo que era mejor de todo, era unos años mayor que ella. En ese contexto que a Amaranta también le gustara Gene, pero él sólo prestara atención a Erika, lo que terminaba de poner el acento en la satisfacción que aquella afinidad producía en la 23


hermana pequeña. “No olvides lo de tu ezcema princesita”, le decía Amaranta a su hermana cuando los veía pasar juntos y sólo por molestar, y la otra otra le respondía con un insulto y una mirada que la hubiese convertido en piedra si tuviera semejante poder. En el mundo hay personas que desde el principio saben que todo cuesta y que nadie se lo va a poner fácil, así era Amaranta, y luego están los soñadores, grupo este último al que pertenecía Erika. Si nadaba en el lago, Erika creía que algún día podía ser una bióloga famosa descubriendo especies increíbles, aunque para eso tuviera que escarbar en el lodo. Si subía la montaña, le decía a Gene que algún día le gustaría ser piloto y volar a poca altura sobre los árboles de Mindstorm. Entonces, al volver al campamento, se cruzaban con la gente pobre que vivía en chabolas en medio del bosque, gente que vivía empujando sus vidas sin esperanza, y empujando los muertos que iban enterrando por el camino. “No se quedarán mucho tiempo. Siempre se están moviendo para que la policía no los moleste”, le dijo Gene. Ella se ponía un pañuelo sobre la nariz para no olerlos e intentaba no mirar las defecaciones que aparecían sin previo aviso a ambos lados del camino. Una señora mayor y opulenta, arrojaba el resto de la hoya al pie del camino, alubias aún caliente sobre las que se abalanzaban los perros que los acompañaban. De repente era como si se le hubieran caído las gafas y necesitara cambiarlas por otras mejor enfocadas porque sabía que aquel mundo sombrío existía pero verlo tan de cerca la impresionó. Sin embargo, en esa ocasión no soñaba con ser enfermera o doctora de gente sin recursos, por algún motivo que tenía que ver con la selección de sus sueños, eso no lo consideraba. Pasaron por medio del poblado y saludaron, una señora les respondió con un gruñido, y un viejo que debía tener al menos cien años, masticó una cantidad se saliva que le producía el tabaco de pipa y escupió de forma sonora a su paso. En aquella nueva visita al campamento, Erika se sentía mucho más cómoda que en años anteriores. El patito feo se iba convirtiendo en un engreído y hermoso cisne. Al incorporarse de nuevo a la disciplina desordenada del señor Corbill descubrió que los chicos de la tienda de utramarinos la miraban con insistencia, también Gene lo hacía, el cuidador de los perros la trataba con una amabilidad inesperada y el mismo Corbill la llamó, potrilla desarrollada en el contesto de su llegada y recepción de identificaciones. Erika hacía todo lo posible por ser la de siempre, pero estaba claro que eso ya nunca volvería a ser lo mismo; sus quince años lo empezaban a cambiar todo. Lograba disimular el placer que le producía causar aquella impresión en los hombres, incluso en los maduros que intentaban disimular sin conseguirlo. Miraba al suelo y contenía el deseo de sonreír al mundo. Su cuerpo se iba formando sin concesiones y aunque ella hubiese puesto condiciones no la hubiese escuchado. Es decir, si sus pechos iban a ser grandes, ya empezaban a serlo por mucho que ella deseara tenerlos más pequeños, de hecho, bastante más pequeños. Su actitud era la adecuada según Meryl, con la que hablaba en confianza sobre su desarrollo y a la que en una ocasión le mencionara que había una parte de su cuerpo que aborrecía, se trataba de sus pies, pues, según dijo, había estado midiéndolos y le parecían extremadamente grandes para su edad. Meryl le contestó que los hombres, en lo último en lo que se fijan es en los pies y que, al fin y al cabo, no era tan difícil saber en qué se fijaban los chicos mientras ellas les hablaban mirándolos a la cara. Muy pronto, apenas unos días después de su llegada, Erika dejó de sentirse ofendida por haber sido obligada a ir a “aquel estúpido campamento”, según sus propias palabras. Empezó a desear que todo fuera como prometía porque, de repente, aquello empezaba a gustarle y había algo que sus hermanas no sabían, Caracione se las arregló para hacerle llegar una carta en la que se comprometía a pasar para hacerle una visita. Sin duda podría haber sentido un poco de pudor ante la idea de que Gene los viera juntos y se sintiera relegado a un segundo lugar, al menos mientras durara la visita de Caracione -pero ni siquiera era seguro de que apareciera, y si lo hacía, sería algo muy furtivo, como casi todo lo que emprendía; a escondidas y rayando lo prohibido-. Dado el buen resultado de las atenciones vertidas sobre Erika, Meryl empezó a dejarla respirar, a controlarla menos y, si acaso, a observarla desde lejos. Una tarde en que Amaranta estaba sentada en el prado delante del lago, Meryl se abalanzó sobre 24


ella y la tumbó, sin darle tiempo a responder a su ataque la puso mirando hacia arriba, se sentó sobre su estómago y la inmovilizó sujetando sus muñecas contra la hierba. Amaranta no sentía ningún dolor, pero estaba roja de furia porque se había creído mejor luchadora que su hermana. -¿Dónde recuernos metes todo el dinero que se supone que dejas en el gimnasio? -Ya verás cuando me sueltes. No me vas a volver a sorprender. -¿Eso es todo? Estoy temblando, ¿no lo notas? Ni siquiera eres capaz de reconocer que Ernie se deja ganar porque le gustas. -¡Cállate! No me entreno para ser mejor que nadie. Y suéltame ya. -Soy la mayor y la más fuerte, ¡Dilo! -Eres la mayor y la más fuerte. Grande cosa -añadió entre dientes con ironía. -Vale te suelto si el sábado hacemos una escapada a media noche al bar de Morris. -Precisamente estaba barruntando que venías por algo así. ¿Y Erika? -La dejamos durmiendo y en una hora estamos de vuelta. Da la casualidad de que una de las limpiadoras se va a esa hora y nos puede acercar. Para volver ya nos las arreglaremos. ¿Era lo que ibas a preguntar? -Nada era exactamente como lo contaba Meryl. Parecía seguro pero podían quedar en medio de la carretera haciendo autoestop hasta el amanecer. Aún así sabía ser convincente y capaz de vender arena en el desierto. -No suena mal. Meryl se pasó el resto del día del sábado siguiente, después de comer, fisgando en las cosas de su hermana pequeña. Aprovechó una de sus salidas para andar por el monte salvaje con Gene, y como solían subir al Monte de la Pena, no esperaba que volvieran hasta caer la tarde. Lo inspeccionó todo, rebuscó entre sus libros, especialmente en el que estaba leyendo sobre las personalidades artísticas de Brando y Kubrick. Le dio un repaso a los bolsillos de toda su ropa y hasta levantó el colchón por si guardaba allí porros o o cualquier otra tentación propia de su edad. No esperaba encontrar revistas pornográficas, pero sin duda las tendría si fuera un chico, se decía mientras seguía su inspección. Decididamente tenía la hermana más aburrida del mundo. No había nada que pudiese decir que representaba un desafío a la autoridad de los adultos. Pero hubo algo que le llamó la atención, o se había llevado su diario con ella, o lo había dejado olvidado en su habitación a casi dos kilómetros de donde se encontraban. En ocasiones habían hablado sobre las drogas y parecía que Erika lo tenía claro y no quería ni oír hablar de nuevas experiencias psicodélicas o algo que sonara parecido. Debía ser muy convincente porque su hermana abandonó pronto la esperanza de encontrar algo prohibido entre sus cosas, o al menos, descubrir alguno de sus íntimos secretos. Y dado que Meryl era su referente de confianza -por decirlo de una manera que responda a los modelos que los jóvenes buscan en su formación y que terminan imitando-, realizó aquel trabajo de una manera tan respetuosa y limpia, que una vez que dejó todo en su sitio, nadie podría sospechar que hubiese pasado por allí. La más pequeña de las tres hermanas ya sabía, desde siempre, que su hermana mayor la vigilaba y la controlaba, pero no le molestaba porque lo consideraba una preocupación “maternal”. Cuando iba acompañada de Gene, encontraba que Meryl ni lo miraba, no le hablaba mientras él se deshacía en sonrisas como si caerle bien a la hermana mayor fuera tan importante. Se cruzaban muchas veces en la entrada del campamento, se veían llegar desde lejos, se acercaban, Meryl recogía sus manos en los bolsillos para no tocar la cabeza de su hermana cariñosamente y pasaba de largo. En lo alto del Monte de la Pena, los pájaros se empeñaban en desconocidas sinfonías que lo llenaban todo; eso era debido a que hasta allí no llegaba el ruido de un sólo motor, ni un coche, ni la bomba de agua del campamento, ni siquiera la serrería que lo invadía todo a su alrededor. Gene le había mostrado uno de sus lugares favoritos, iba allí siempre que podía y cuando el señor Corbill, al que llamaba papá, le daba permiso. Tenía un sentido estricto de la disciplina y posiblemente eso era la única cosa que no le gustaba de él, aunque sobrevivir en aquellas condiciones, sin más ingresos que los veraneantes y sin ser hijo natural, había creado en él una inseguridad de la que solo así creía poder defenderse. Para la señora Corbill, Melinda, la llegada del niño adoptado había sido una bendición. Algunos 25


intentaron amargar aquel momento de su llegada, y la entrega estuvo llena de críticas y bromas crueles; los vecinos no siempre actúan prescindiendo del desasosiego que les produce que otros puedan intentar ser felices, como si creyeran que nadie lo mereciera más y se tratara de un atrevimiento sin perdón. -Al año siguiente nada funcionaba. Parecía cosas de fantasmas o de que alguien estuviera causando los daños. Se averiaba el tractor, se caían los vallados, hasta los caminos que llegaban hasta aquí, aparecían levantados sin que se pudiera culpar a la riada porque ese año no hubiera. Pero Melinda no dejaba de acariciarme la cabeza y decirme que no me preocupara, que todo se iba a arreglar. Yo entonces tenía siete años, lo entendía todo y lo recuerdo como si fuera ayer -le contaba Gene en las largas tardes que pasó con ella-. Para Erika, el problema de aquella amistad no era que, por una parte deseara que él le contara más y más cosas de sus propias experiencias, y por otra, que no deseara intimar hasta tal extremo. Tal vez, aquel verano de los quince años lo hubiese besado, si no fuera porque no se sentía lo suficientemente buena para Gene y no quería hacerle daño. La madrugada del domingo, Melinda se levantó justo antes de amanecer para verter aguas menores y poner café al fuego. Vio llegar a las dos hermanas y se alarmó al pensar que Erika había dormido toda la noche sola. Volvió a la cama y despertó a su marido para hacerle la oportuna observación al respecto e instándolo a tener una conversación seria con ellas. A continuación fue a la habitación de Gene Camons y comprobó que dormía plácidamente. La idea de que pudiera haberse reunido con la chica aquella noche y que pudiesen haber hecho algo que “trajera consecuencias” le quitaba el aire. La madre de las chicas acudió apenas un par de horas después de recibir la alarmante llamada del señor Corbill y aquel mismo día volvieron a casa para la hora de comer. Erika tenía cartas y mensajes de sus compañeras de clase que su madre había recogido del buzón y había dejado sobre su mesilla de noche. Tía Engracia la vio pasar cargada con su mochila y fue corriendo a darle un beso, le dijo que estaba muy delgada y que una chica de la que no sabía el nombre había estado para preguntar si ya había vuelto del campamento. Las cartas eran una repetición de la pregunta que se habían hecho unas a otras al acabar el curso: ¿Nos veremos el año que viene? ¿Vas a cambiar de instituto? ¿A qué instituto vas a ir el año próximo? No entendió mu bien algunas de sus piadosas frases, ni a las que le mandaban condolencias también poco claras. En aquel momento ella no estaba en condiciones de saber que la separación de sus padres empezaba a ser la comidilla de las abuelas y era posible a que a eso se debiera tanta inesperada atención. Apreciaba a aquellas chicas pero no estaba con fuerzas de leer todo aquello de repente. Lo único medianamente interesante de su vuelta a casa era que la visita de la que le había hablado su tía posiblemente era de Maty Jurado y lo cierto es que estaba deseando verla. Se sintió tan inquieta que no pudo resistir la tentación de coger el teléfono y hablar con ella inmediatamente -la última vez que hablaran se le habían quedado algunas cosas por contar, pero lo que tenía que decirle ahora era una bomba, aún no podía creerlo ni ella-. Hablaron sin extenderse porque las dos debían atender cosas inaplazables, pero quedaron de verse aquella misma tarde. 3 Pestañas en retroceso Cuando volvieron del campamento, Meryl y Amaranta subieron inmediatamente a su habitación y antes de que la hermana pequeña tuviera tiempo de seguirlas, Meryl le pidió a Amaranta que no contara nada sobre la separación de sus padres, que el anuncio lo tenía que dar la madre, que sabría 26


como tratarlo que era posible que a Erika hubiera que decírselo con cierto tacto. Amaranta recibió el encargo como si se tratara de una orden, y cargaría con su secreto sin dejarlo supurar. Además, aquella actitud era una muestra de confianza con Meryl, que cada día la iba teniendo en mayor estima en lo que tenía que ver con contarle secretos. En realidad, no hubiese hecho falta hacerla tomar unas cervezas antes de soltarle todo aquello que le dijo sobre su padre, acompañado de insultos y razonamientos egoístas que él mismo había esgrimido en el momento crucial. Ahora sabían que lo que habían mirado como una anormalidad en otras familias, era algo que también les podía suceder a ella. Su familia no era perfecta, eso estaba claro, ellas no eran princesitas y ya no formaban parte del club de las mejores amigas cristianas, con las que se reunían para criticar a las familias ateas y divorciadas. En tal momento como aquel, unos años antes le hubiese hecho falta ponerse hasta arriba de grifa, pero ya no fumaba, ni siquiera tabaco. Se hubiese echado a andar sin rumbo fijo, volviendo siempre a la casa familiar, después, tal vez, de pasar toda la noche caminando, dando vueltas, retrocediendo sobre sus pasos o persiguiendo sombras. Cruzaría las vías del tren donde los empleados siempre la llamaban y ella nunca iba, constantemente perdida, hasta caer de sueño. En tal momento como aquel, si hubiese sucedido unos años antes, le hubiese disparado a su padre con su misma pistola, la que guardaba en la mesilla de noche por si alguien entraba en casa por la noche. ¿De qué le iba a servir su pistola vieja si tenía que defenderse de su nueva novia joven? Pero si casi le doblaba la edad... era un hombre ridículo. Si aquello hubiese sucedido unos años antes, le habría roto el corazón oír llorar a su madre, pero ella ya no lo quería y no lloró por él; le puso la maleta en la puerta y le dijo, “no vuelvas”. Y aquella puerta, para él, se cerró para siempre. A veces, lo que sale en las noticias de la televisión no parece formar parte de la vida real. Algunas noticias son tan desagradables que Meryl se sentía incapaz de verlas de nuevo en el informativo de la noche y evitaba encender la tele. Sin embargo, fue suficiente ponerse a pelar ajos en la cocina para ver a través de la puerta del salón las imágenes del sendero que conducía al campamento y que conocía muy bien. Se trataba de aquella gente sin patria que deambulaban como temporeros en la recogida de hortalizas, de la fruta o de aceitunas. Un niño de apenas ocho años había sido encontrado muerto y habían sido detenidos cuatro muchachos adolescentes que el sábado por la noche habían salido a emborracharse y a pelearse con los extranjeros. Los chicos eran de buena familia y habían vuelto a casa con las manos llenas de sangre. Era muy evidente que se habían pasado con su diversión y que por la próximidad al campamento, cualquiera se los podía haber encontrado mientras insultaban y amenazaban a todo el que se cruzaba en su camino. Entonces Meryl pensó en Erica y sus paseos por aquella parte del camino, su inclinación a hablar con todo el mundo y nunca desconfiar de nadie. Apareció para coger un plátano, y mientras lo pelaba, Meryl le dijo, “te podría haber pasado a ti cuando salías a buscar tu sola a Gene, ¿o ya no te acuerdas de eso?”. Siempre en estado de alerta y nerviosa, la madre tenía muy reciente su desagradable separación y Meryl no quería que se pusiera a llorar, así que le dijo a Erika que cerrara la puerta del salón. Siempre había sido una madre sincera y preocupada, a veces en exceso, pero de pronto sólo aquella mirada resentida evitaba que se mostrara como la mujer más vulnerable del mundo. Meryl era la que se sentía más desasosegada y triste de todas, pero sobre todo por su madre. .¿Quién es Gene? .preguntó la madre -El hijo adoptado de los Corbill. El nuevo amiguito de la nena -y sonó con tanta malicia que la madre hizo un sonido alargado de admiración. -Vale, dejarlo ya o no podré venir a la cocina a nada sin esperar tanta empatía -Erika salió en dirección a su habitación echando rayos por los ojos y humos por las orejas. Esos días, con las niñas lejos, no habían sido fáciles para Úrsula. El final del verano se había adelantado, y no llovía pero se precipitaba un frío intenso por las noches que la oprimía como si tuviera la culpa de todos los divorcios del mundo. Lo peor es cuando te quedas sola, se decía a sí misma. Le hablaban sus padres ya muertos que se sentían abandonados en las esquinas de las 27


habitaciones, observando todo lo que pasaba sin decir una palabra; como lo buenos espíritus hacen. En noches así hubiese gritado, pero Engracia hubiese subido alarmada a punto de llamar a la policía y tampoco quería hacerla pasar por ese mal momento, para comprometerla con su desahogo. Había hablado con ella lo justo, lo necesario para insultar un poco más al traidor, al Helmer que ya nadie conocía; se había hecho la mujer de acero, sin una lágrima; era por eso que si la veían gritar, o echarse a llorar sin motivo, no lo entenderían. Los hermanos nos ayudan a ser fuertes cuando ya no están los padres para exigirlo y tener cerca a Engracia en esos momentos la ayudó mucho. Aún en tal momento, y a una edad en la que le iba a ser difícil rehacer su vida con otro hombre. Desde tal momento, veía su pequeña casa de familia venida a menos y era consciente de todo lo que necesitaba, el aspecto pero sobre todo las reparaciones, y no le podría dar. Veía a sus hijas y pensaba, y no le gustaba la idea, de si o tendrían que vender e irse a vivir a un sitio más modesto mientras los Olsen las verían empaquetar desde la puerta entornada de su granero y decirse el uno al otro, “las gallinitas han volado del nido”. -¿Has venido sola? -preguntó Maty Jurado mirando hacia la puerta por encima de su hombro. La casa de Maty la intimidaba pero Erika ya había estado allí otras veces. -No le dije a nadie que te iba a hacer una visita. Me siento como si estuviera haciendo algo clandestino. Últimamente parece que me controlan mucho más. -No me puedo creer que nos traten como a unas niñas. Otras chicas de nuestro curso, tal vez si lo sean, pero tú y yo somos más maduras que la media -respondió Maty-. Seguro que eso ira cambiando en los próximos meses. Maty le señaló una silla en la que podía sentarse porque se estaba pintando las uñas y no quería interrumpirlo, pero podía hablar mientras lo hacía. Erika estaba deseando contarle algunas cosas que la tenían inquieta últimamente, sin embargo, Maty, ajena a todo, no parecía tener mucha prisa por escucharla. Todo parecía muy anodino aquella mañana, hasta que surgió el nombre de Caracione, entonces dejó todo lo que estaba haciendo, puso el pintauñas sobre un aparador, acercó su silla en un acto reflejo y dijo, “cuéntamelo todo”. -Él apareció aquella noche. Es posible que viera a mis hermanas en el bar de Morris y comprendiera la oportunidad que se le presentaba de colarse en nuestro barracón y hacerme la visita que me había prometido -dijo atrayendo toda la atención de su amiga que se había puesto a respirar nerviosa y la instaba a que no parara un segundo de contar. Lo que dijo a continuación, nadie se lo hubiera esperado, mucho menos Maty que nunca la había visto tan apasionada con una de sus historias. -Supongo que esa noche Caracione se provechó del momento y me toco. Me tocó abajo. Maty dio un grito y se puso de pie de un salto, se separó ligeramente de su amiga y preguntó -¿Te tocó? ¿Es la vida real o me estás diciendo que lo soñaste? Maty se quedó muy sorprendida cuando Erika la miró fijamente y repitió -me tocó. -Yo desperté aquella noche y descubrí que mis hermanas habían salido sin decirme nada. Hacía calor y quería pintarme las uñas de los pies, así que decidí que primero me daría una ducha y más tarde leería algo. Salí de la ducha con el pelo empapado luciendo mi albornoz nuevo, todo estaba a oscuras y no puedo imaginar que tipo de suerte llevó a Caracione a conocer que aquella caseta era la mía y la de mis hermanas. Es posible que reconociera mi ropa interior en el tendal del porche, aunque eso es mucho suponer. El caso es que entre las sombras de la habitación estaba él, esperando como un animal en celo. Me dijo que no disponía más que de unos minutos, que debía volver de inmediato porque había quedado con unos amigos. Nos sentamos e la cama y sacó unos pendientes, y me dijo que era un regalo por mi cumpleaños. Entonces me beso y yo lo abracé; fue un acto instintivo. El beso se alargó como si nuestras lenguas no pudieran separase. Fue algo raro porque ya nos habíamos besado antes así, pero estaba muy excitado y aprovechó ese momento para mover su mano desde la rodilla y enredar en mi bello púbico. Erika tenía toda la mala intención de excitar a su amiga hasta donde pudiera, es decir, no hasta que tuviera la necesidad loca de salir la calle en aquel preciso instante a buscar un chico que le 28


hiciera lo mismo, pero sí hasta dejarla tan impresionada que soñara toda la noche con aquella escena. En aquel momento no lo entendía, pero era posible que toda aquella palabrería en confianza, no se tratara más que uno de tantos errores que cometería desde entonces, y algún día, años después se arrepentiría de no habérselo quedado para ella. -¿Y nada más? ¿Eso fue todo? Erika afirmó con un movimiento de cabeza -eso fue todo. El separó entonces como si se arrepintiera de lo que estaba sucediendo y salió de un salto por la ventana y corriendo como si lo llevara el diablo. -¿No lo has vuelto a ver? -No, ayer por la mañana apareció mi madre en el campamento. La llamó el señor Corbill porque se enteró de la aventurita de mis hermanas. Son muy torpes. Después de aquello, estaba convencida de haber contado todo lo que su amiga rica quería escuchar, porque aquella misma tarde le enseñó su caballo y le dejó que le acariciara la cabeza, y eso era más de lo que había hecho nunca con ninguna otra. Le pareció que en cuanto se recuperaba del primer shock por lo que acababa de escuchar sentía por primera vez la necesidad de conocer a Caracione. En aquella casa siempre era primavera, la luz entraba por las ventanas como si no tuviera paredes. Le gustaba atravesar la distancia desde la puerta del jardín hasta la casa muy despacio, para darle tiempo al taxista a llegar a la esquina y hacerle creer que vivía allí. Al sentirse pobre la visitaba y conspiraba contra su desamparo y sus aspiraciones. “Me casaré con un hombre rico” le decía a sus hermanas, pero no la creían porque era más probable que se quedara preñada de uno de sus amigos del suburbio. Amaranta, que era la que más se parecía a su padre le dijo la verdad sobre su ausencia. “Papá se ha ido de casa porque a conocido una chica más joven; los dos buscan un estatus que han perdido. No la quiere, nunca ha querido a nadie. Pero parezco el cura y todos sus amigos católicos, juzgando y juzgando. Desiste de tus esperanzas, esto se acabó. Nunca volverá.”

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1 Manos y arenas El aquel lugar tan cerrado y apretado, Helmer no podía dejar de pensar que aquel sería posiblemente, el último baile de fin de año que los mantuviera juntos. Se hubiese conformado con las cosas tal y como eran después de la aventura, si al menos Úrsula hubiese echo la vista gorda o no se hubiese enterado. Su educación sentimental era muy anticuada y dudaba de que ni siquiera pudiesen seguir siendo amigos después de aquello. Tal vez, lo mejor de su matrimonio hubiese pasado hacía unos años, cuando creyó que todo iba a suceder, que sólo podía ir a mejor y, en su apogeo mediático, el éxito llegaría y reventaría como lo hacen los capullos de las rosas en primavera, sin previo aviso. Pero hacía falta algo más que salir en la televisión todas las semanas para convertirse en un reconocido personaje público. El partido, de alguna manera poco explícita, le había dejado claro que no tenía el perfil para ser un líder de masas. Úrsula volvía a lloriquear en su hombro, nadie lo notaba más que él, porque sentía un hilillo de rabia manifestarse agudo y la humedad en su oreja no dejaba lugar a dudas. Desde luego, había sido la peor noche de fin de año desde que recordaba y no porque ella su hubiese empeñado en arruinarla, sino porque en el último mes se habían dicho muchas cosas que iban pesando sin salida. Cuando Helmer pudo ver que esta vez se había pasado, por otra parte, como tantos otros que conocía personalmente (algunos recientemente divorciados), la fantasía vivida de sentirse joven una vez más, seduciendo chicas que podían ser sus hijas, no parecía haber tenido continuidad y lo iba a cambiar todo. Pero dejarse llevar por la tentación hasta que le temblaran las rodillas, hasta la extenuación de su propio sarcasmo, lo hacían sentirse vivo, que la batalla no había terminado, que aún tenía algo que decir y no resignarse a ser el veterano funcionario afortunado, con doble sueldo y programa de variedades en la tele local. Y a la vez intentar sostener la contradicción del hombre de piedra que sólo se deja seducir si lo encuentra necesario y no por pura debilidad. Todo parecía haber salido mal y el derrumbe era cosa de horas, “año nuevo, vida nueva”, se decía, poniéndose de parte del cambio que se avecinaba. Sin embargo, convertirse en el viejo repudiado que iba a ser le producía cierto vértigo, abandonarse a imaginar como iba a ser todo sin su mujer de la que dependía tanto, no resultaba nada halagüeño. Había algo en ella que se había perdido sin saber si para bien o no. No la culpaba por eso, ni intentaba excusarse. Eran muy jóvenes, casi treinta años atrás ¿se dice pronto? Ella entonces tenía un algo triste que tenía que ver con su desconfianza, tal vez con su futuro dependiente de otros, de él y de las ajenas decisiones. Llegaba a su apartamento de soltero con la timidez de una extraña, pero él podía en un instante, sólo con una sonrisa y una comentario sagaz, hacerla reír. Ya entonces, esperaba de ella algo más que un superficial consentimiento para pasar toda la tarde de la cama a la televisión, tomando café o copulando como animales. Cualquier otra chica se hubiese dado cuenta al instante, pero no ella. Intentaba hacérselo comprender, para que estuviera más tranquila y comunicativa, pero aún así no fue capaz de conseguir sacarle aquella cosa melancólica de encima hasta pasados unos de su matrimonio y algún tiempo después de tener a Meryl, su primera hija. Una de aquellas tardes, el atrevimiento lo llevó a pedirle una sonrisa y ella le respondió que reírse sin motivo era lo que hacían las putas. Al momento intentó retener su respuesta, pero era demasiado tarde, ya lo había soltado. “Nunca nos pondremos de acuerdo en esto, ni en la forma que pronuncias esa palabra”, añadió Helmer. No había sido una buena tarde, los dos estaban cansados y él se la pasó enfurruñado, sin ganas de hablar, ella intentó compensarlo con todo tipo de juegos que buscaban excitarlo sexualmente, pero no lo consiguió. Y fue aquella tarde y no otras, la que 31


marcaba una época previa al compromiso de ir a vivir juntos. De cada tiempo importante de nuestras vidas, tal vez sólo tenemos un recuerdo muy determinado, de un momento muy preciso y aislado, que pretende representar todos los demás momentos, que da forma a un sentir y un hacer al que puede no ser del todo fiel el contexto en el que fue vivido. No se lo iba a decir aquella noche de baile, al menos mientras durara la música, pero en aquel tiempo previo al matrimonio la esperaba haciendo del silencio de la casa un deseo insoportable, tal como siempre había soñado que fuera una espera semejante. Bajaba en camiseta a comprar tabaco y pasaba un frío de demonios, porque no necesitaba el tabaco en realidad, sino que esperaba verla llegar a lo lejos donde terminaba la acera; pero eso casi nunca sucedía, ni siquiera aquellos lunes que tenía que esperar porque había tres o cuatro hombres que hacían cola delante del mostrador para comprar la prensa deportiva. Un día, el empleado le dijo que no le quedaba tabaco del que acostumbraba, pero que se estuviera tranquilo porque ella llegaría en cualquier momento. Sonrió y le ofreció de otra marca como si su broma no hubiese existido. No se casó por amor, eso era verdad, pero ella respondía mejor que ninguna otra mujer a lo que necesitaba, nada de rasgos menudos y delicados, comprensiva con sus peores pesadillas, dispuesta a pecar y asumir un rol que otras mujeres detestaban, el de ser madre, amante y dueña de su casa. En realidad, después del segundo sólo de trompeta, no creyó que en aquel tiempo pensara tanto en ello, ni que estuviera tan seguro de lo que quería. Empezaba a arrastrar los pies y eso que se consideraba buen bailarín. Era un fastidio bailar con ella que se había pasado la tarde llorando y resultaba evidente para todos por sus ojos hinchados. Del mismo modo que aquel tipo adivinara que esperaba por ella cuando bajaba a comprar tabaco, ahora se sabía de nuevo transparente a pesar de bailar los temas románticos sin dejar de apretarla. Se lamentaba por ser transparente sin dejar de comportarse dentro de todo lo que se esperaba de él, hasta el último minuto de cada vez que habían roto y se habían reconciliado. Nunca antes la había visto enrojecer y morderse los labios hasta casi hacerse sangre como aquella vez. No había dejado de esforzarse en busca de un discurso perdido, el discurso que ya no le pertenecía del padre responsable capaz de juzgar la ligereza de otros. El último mes se había devanado los sesos intentando acertar y darle forma (ya que nada parecía exponerse a su reparación) a un nuevo contrato de convivencia, por así llamarlo. Todo el mundo tenía alguna vez un problema grave y algunos lo arreglaban durmiendo en camas separadas el resto de sus vidas, sería digno de sentir lástima de sí mismo si eso le llegase a suceder y todo apuntaba a que sería el mal menor que así fuera. Pero si de improviso ella propusiera a modo de castigo que saliera de la habitación y no volviera a entrar en ella, siempre sería mejor que resolviera que saliera de la casa y no volviera nunca. No fue mucho antes de que él conociera a Sabrita, que Úrsula puso aquel horrible crucifijo sangrante sobre sus cabezas dormidas en la cama. Leía con fruición los resúmenes de la homilía de cada domingo porque no asistía a misa, se detenía en aquellos apartados que hablaban de la infidelidad y la mujer resignada, pero seguía adelante una y otra vez buscando que le dijeran que tenía que ser fiel a sí misma y no dejar que la menospreciaran. Aquello duró casi un año, y no fue una novedad porque ya lo había hecho en el pasado, pero por cortos periodos de tiempo; al menos, por menos tiempo que esta última vez (eso daba una idea de la gravedad de la situación). Ordenaba aquellos papelitos de la iglesia y los guardaba en un cajón. Solía leerlos en la cocina en tardes solitarias y después se iba llorando a su habitación con los ojos hinchados, aún afectados por el llanto del día anterior. La hermana de Úrsula, cansada de oír sus quejas por y sus gemidos por teléfono, afirmó que llegados a ese punto no había ni un uno por ciento de posibilidades de que “el maldito”, la volviese a amar, si alguna vez lo había hecho. Entonces le regaló un rosario para que lo llevara siempre consigo, asegurando que le daría la fuerza que necesitaba. Con el consabido paternalismo que había tratado a su hermana durante años, añadió que la vida no se acababa allí y que ella era aún una mujer joven y con posibilidades. ¿Qué habría querido decir con que aún tenía posibilidades? Los 32


amigos del novio de Engracia, si en algún momento llegaban a saber por los problemas que pasaba y que su divorcio y separación se anunciaba para el siguiente verano, la cortejarían con tal ansiedad que resultaría un acoso sofocante en lugar de gestos románticos. Engracia lo sabía, pero también sabía que esas eran el tipo de cosas que las mujeres de cierta edad tenían que soportar si querían rehacer sus vidas. De lo que no estaba tan segura era de que su hermana pensara lo mismo. Pero lo que, una vez superada su aflicción, una mujer como ella, con tres hijas y un perro a cargo, podía esperar de la vida, era un misterio hasta para sus parientes más cercanos y amigos más íntimos. De alguna manera, como mujer, tenía el físico deseable de la madurez, pero conteniendo cada gesto, intentando hacer pasar desapercibida aquella fuerza sexual que emanaba, sin conseguirlo. A Amaranta la entristecía ver bailar a sus padres de forma tan mecánica, como si se tratara de una obligación que aspiraba a dejarse aceptar por la mirada social y general, a pesar de todo (como si eso fuera necesario en un tiempo en el que los divorcios se sucedían cada día y ya no iban a parar hasta alcanzar lo niveles de otros países). De todos modos, la noche de fin de año la dejarían salir con su hermana mayor y la excitación de asistir a una de aquellas fiestas para jóvenes en alguna sala de fiestas retirada, la haría olvidar un poco más tarde aquello que tampoco a ella le era ajeno: el matrimonio de sus padres pendía de un hilo. Su madre solía repetir que era de las tres la que más se parecía a su padre. Era consciente de que su madre le decía eso en momentos en los que la enfadaba o le llevaba la contraria, lo que convertía la afirmación en una pequeña y mezquina venganza. Podía imaginar, si embargo que su madre la tenía en cuenta como a sus hermanas y no la iba a rechazar por eso. No se trataba de que no supiera lo que le estaba costando a Úrsula sacar adelante aquella familia en las condiciones en las que una vez se plantara. Pero, en algún sentido que parecía evidente para todos menos para ella, Amarante debía parecerse a su padre tanto físicamente, psíquicamente, como en las reacciones en las que intentaba adelantarse frente al mundo. En una ocasión, sintió la necesidad de hablar con su hermana mayor de que se sentía marginada cada vez que le decían que se parecía a Helmer. De eso no se le ocurriría hablar con su madre, desde luego, pero ya empezaba a fastidiarla. Pondría mucho empeño en aclararlo, como hacía con todo, podía quejarse y al menos tener a alguien de su parte, pero al final creyó que se estaba comportando como una chiquilla y desistió de intentar controlar aquella pequeña tortura que parecía buscar desautorizarla. -¿Tan difícil te resulta mantenerte alejado de otras mujeres? -le preguntó Úrsula a Helmer mientras se separaba ligeramente de él-Sabes que no. Para mí ninguna mujer puede hacerte sombra. -Debí esperar que respondieras con una tontería. -¿Vamos a discutir ahora, en medio de la pista? -No te pedía que me quisieras -continuaba Úrsula-, me hubiese conformado con que dejaras de humillarme. -No me vengas con eso. Tú tomas tus decisiones, no intentes justificarte. Nadie podía suponer que Helmer reaccionara con tanta firmeza ante los cargos que Úrsula le imputaba. Los dos sabían perfectamente como habían sucedido las cosas y como él había buscado mujeres durante años, hasta en las cunetas. Había sido un depredador insaciable, por así decirlo. Sin embargo, era cierto algo de lo que quería comunicarle: en ningún momento había pensado que ninguna de aquellas mujeres pudiese darle más de lo que Úrsula le daba. Habían sido puro entretenimiento, por muy duro que eso pueda sonar a las mujeres abnegadas que se han sacrificado y lo han dado todo por sus familias. Lo que más parecía importar a Amaranta en aquel momento en el que sus padres discutían, era su reloj. No dejaba de ver la hora esperando que el último cuarto de hora para las doce pasara con rapidez y salir disparada a su fiesta. Se sentía pequeña frente al tiempo que se había vuelto infinito. Intentó poner el reloj en la oreja para comprobar si aún “latía”, pero con la música resultaba imposible. Esa imagen ínfima de sí misma, comiéndose las uñas y alejándose de la pista para no ser arrollada en el momento del éxtasis del nacimiento del año nuevo, llevó a su hermana Meryl a 33


ponerse a su lado y protegerla con un brazo sobre los hombros. Eso no era tan necesario en realidad, porque la conocía y sabía que llegado el momento sabría defenderse a codazo limpio si fuera necesario. 2 Sueños maltratados Y tal como allí, en el instante final de la noche del último día de diciembre, sus padres dormían en sueños y cuartos separados. Podía recordar desde la sala, porque él había comprado cada adorno de los más caros -¿a que venía aquello si estaba pensando en abandonar a su familia?- y, porque ella los había aceptado sin decir que no le gustaba gastar tanto dinero en cuadros y figuras desnudas mientras el lavaplatos seguía estropeado. Era una aspiración burguesa que Helmer nunca confesó pero se desprendía de todos sus movimientos. Al volver de la fiesta, Meryl se metió inmediatamente en su cama y Amaranta se quedó en la sala ojeando y hojeando, unas revistas de deportes. Ese era uno de los motivos por el que no le gustaba que su hermana pequeña se sintiera tan a gusto en casa de los vecinos ricos del pueblo (que era un pueblo por mucho que Erika dijera que formar parte del extrarradio residencial los hacía unos privilegiados citadinos). A medida que empezaba a sentir el calor del sofá esperó sus primeros recuerdos del colegio para terminar de justificar su desagrado por tanta tontería en los lacitos y los pendientes perlados de su hermana. No todo el mundo tiene aspiraciones ni sueños burgueses, los que se creen desde sus trabajos asfixiantes que lo son, hasta los que desde esos mismos trabajos imaginan que pueden alcanzar ese estatus, eran unos tontos que percibían el brillo de las chimeneas de oro de las casas con fortuna pero nunca saldrían de pobres, según ella. La primera señal que le llegó de esa diferencia, eran los alumnos hijos de profesores, abogados o políticos, que acudían a la escuela pública por la comodidad de su cercanía, esperando el momento para pasarlos a un colegio privado cuando cambiarán a un ciclo superior. Esos chicos siempre sacaban buenas notas, y aunque no expresa abiertamente su rechazo, le molestaba tener que competir con ellos a los que los profesores trataban con el respeto que se le debe a los que destacarán en el futuro. Nadie podía saber entonces, si alguno de ellos llegaría a presidente, pero se aceptaba que si ellos tenían una posibilidad, el resto eran carne de cañón en los trabajos más humildes. Al menos se trataba de un colegio sin curas ni símbolos religiosos, porque los hijos de las congregaciones políticas católicas eran aún peor. Tal vez la perpetuación del poder necesitaba que todo sucediera como lo hacía, pero que Erika, sin haber cumplido aún los quince pretendiera ser una de ellos, eso la exasperaba. No recordaba que era ella la que le compraba caramelos de pequeña porque no llegaba el dinero para las dos y que aquellos caramelos eran de “la tienda de dulces económicos”: no había motivo para recordarle eso gratuitamente y avergonzarla frente a Maty Jurado, su amiga ricachona. Amaranta tuvo que emplearse a fondo para recuperar la concentración que le era natural en sus estudios y que parecía haberla abandonado. Lo intentó al principio del nuevo año sin éxito, pues no parecía dispuesta a despegarse de las nuevas amistades que la llevaban de fiesta en fiesta, y lo volvió a intentar después del mas de marzo, esta vez con éxito. Estuvo a punto de perder el curso y recuperar las asignaturas suspendidas le costó mucho, pero lo hizo. También atribuyó a aquella extraña depresión en sus habituales éxitos a un hecho fortuito que no se le iba de la mente, a pesar de no tratarse de ninguna novedad dentro de todo lo que sabía aún siendo secreto; claro está que no es lo mismo saber una cosa que verla con los propios ojos. Pero fue su obstinada naturaleza, el anhelo de no sentirse menos que otros alumnos a los que todo le resultaba más fácil, lo que le hizo sobreponerse a la visión de un padre acompañado en actitud cariñosa por una mujer que no era su 34


madre, y se trataba de eso, pero también de la errónea creencia de que si hacía como si nunca algo tan real hubiese sucedido ese recuerdo y todas sus consecuencias se desvanecerían como sombras en la noche más oscura. No fue fácil tomar esa decisión y el golpe en su amor propio no fue menor, pero era una chica dura y contuvo su rabia sin hacer preguntas, a pesar de todo. Por aquel tiempo sintió la necesidad de dejar de confiar ciegamente en sus amigos, lo que no fue muy acertado, y al hacerlo rompió con Ernie, del que no se separaba ni para ir a comprar la prensa. Uno de los amigos de Ernie creyó ver entonces una oportunidad de colarse entre ellos, y se aprovechó de una información privilegiada que el propio Ernie le dio, “no sé que le pasa, hemos roto”. -¿Amaranta? Me llamo Stiff, soy amigo de Ernie -exclamó apoyándose en la amistad para ser tenido en cuenta. Si se hubiese presentado como un desconocido, Amaranta ni lo hubiese visto, pero era “amigo” de Ernie. -No soy Amaranta -contestó haciendo una broma y le sonrió-. En realidad estoy pasando por una crisis de identidad... pero no es culpa tuya. -¡Ah, tú puedes ser quien quieras y todos lo aceptarán porque eres popular y aceptada en cualquier ambiente! -dijo Stiff-. Te he visto pelear en el gimnasio y he quedado cautivado... estas cosas pasan, los flechazos son algo frecuente en chicos de mi edad. -Lo entiendo, no tengo hermanos, pero hasta ahí llego -replicó. -Si vas a ver a Ernie, está en el parque, pero está acompañado. Es normal si ya no estáis juntos... -No es fácil creer que puedas ir tan rápido. Ernie puede tener todas las amigas que quiera, tal vez sea pronto pero no lo puedo juzgar por eso, debo asumir el resultado de mis decisiones. -Quiero decir que es algo más que una amiga -soltó con la boca pequeña, solapando cada palabra con la posterior. -Como has dicho, ya no estamos juntos -echó a andar sin darle una oportunidad de intentar corregirse, se complació en decirle adiós en la distancia moviendo una mano y sonriendo cínicamente mientras pensaba, “piérdete Stiff, viniste amargarme el día y casi lo consigues”. Al romper con Ernie, Amaranta estuvo algún tiempo en una impuesta cuarentena, una especie de ejercicio espiritual con el que se castigaba sin chicos y se dedicaba a reflexionar sobre si las relaciones de pareja están siempre llamadas al fracaso. “Al principio las parejas se ilusionan porque no se conocen, pero con el tiempo salen los egoísmos y, sobre todo, los miedos del otro, eso que no soportamos”, solía concluir. Después de pensarlo, concluyó que la decepción que sentía por el fracaso de sus padres había influido en el suyo y que había sido demasiado exigente (a nadie le gustan los exigentes porque es una extensión del egoísmo). Estaba hastiada de los hombres, pero también de las mujeres y las excusas fáciles que ponían para cambiar de pareja, así que decidió, no volver a la relación pero conservarlo como su mejor amigo, es decir, seguir haciendo las cosas que hacían pero sin implicar en eso sus sentimientos. Tal cosa no era fácil y tenía que pararle las manos y las proposiciones con frecuencia, aclararle que sólo eran amigos una y otra vez, hasta que lo entendiera y supiera cual era el nuevo lugar que le asignaba. Esa forma de actuar la convertía apenas en una tirana, pero parecía que era lo que él quería, o, eso mejor que nada. Al menos la seguía teniendo cerca. Erníe, no era, después de todo, tan malo. Para Amaranta, lo que había sucedido en los últimos meses, lo cambiaba todo, pero lo más trascendente era que cambiaba su forma de ver el mundo y acentuaba su falta de confianza en las personas. Se sentía tan anónima que se permitía pensar con libertad, sin tener en cuenta los consejos de buenas relaciones y amor al prójimo que los ancianos se esforzaban por comunicar a los más jóvenes. En todo el mundo que estaba creando a su alrededor poniendo como cimientos las más extravagantes escenas y episodios de la vida conyugal de sus padres, en todo aquel maremagnum de infelicidad, ella creaba su visión futura del mundo y de su propia vida. Sin embargo, la separación definitiva estaba por llegar, se produciría en verano y, en cierto modo, las tres hermanas estaban ya un poco preparadas y alerta sobre lo que podía llegar. Nada era definitivo y tal vez, albergaban la esperanza de que todo siguiera igual por el tiempo necesario; eso no iba a suceder, el verano era el 35


límite puesto por Úrsula para el final de la convivencia. La tarde en que Amaranta se decidió a hablar con su hermana pequeña de la separación de sus padres “como una posibilidad muy remota”, fue inspirada por la ternura que le inspiraba y el miedo a que sufriera cuando la “posibilidad remota” llegara. El sol había salido con fuerza toda la semana y, a pesar de hacer frío, se sentaron en las escaleras de la cocina y se dedicaron a disfrutar del momento de sosiego y de la charla. Eran felices, nunca la vida las había sometido a una prueba como la que les esperaba y comían pipas sin dejar de respirar profundamente. Amarante entró y volvió con unos refrescos mientras insinuaba algo acerca de la separación. -He hablado de eso con Matty Jurado -Amaranta puso cara de repugnancia porque no le gustaba aquella amiga para su hermana-. Lo paso de miedo hablando de estas cosas con ella. No deberías ser tan exigente con mis amistades. -También yo lo paso de miedo hablando contigo y con mis amigos y amigas, no es para tanto tener una amiga. Pero tal vez tengas razón, le tengo una especial manía a esa niña- admitió. -Las mujeres divorciadas se quedan muy solas, pero pueden enfocar sus vidas como quieran. No es tan malo -dijo repitiendo como un loro algo que había escuchado en alguna parte y que era un razonamiento de adulto. -Pero no lo hacen, se quedan sin fuerzas. Les pasa como a los niños que son abusados sexualmente en su infancia, se vuelven viejos prematuros, sin alegría ni ilusión por nada. Es horrible. No confíes en todo lo que dicen los psicólogos en la televisión -replicó. -Para los hombres también es un fracaso. -Algunos van a su separación porque ya tienen a otra, ¡no seas ingenua! -Amaranta la iba preparando para el desengaño que iba a suponer la vida. Ya no podía seguir siendo niña por más tiempo, lo que no sabía era que su hermana pequeña era mucho más madura y tenía más cosas en la cabeza de las que pensaba. Al respecto de una charla desigual, no siempre admitimos que podemos aprender algo cuando buscamos comunicar al otro una idea concreta y desarrollar una estrategia de información, por así decirlo, previamente concebida. -Dice Maty que es nuestra obligación demostrar a los chicos que al elegirnos entre otras se llevan a la mejor. Que deben vivir convencidos de eso y que no tenemos que ponérselo fácil. -Es una idea interesante. -Según ella, algunas chicas, cuando les gusta un chico se dedican a ponérselo fácil a sus amigos para despertar su interés. Intentan que exista una competición entre ellos, inclusa disfrutan viéndolos discutir, celosos y enfrentándose, para finalmente ofrecerle la victoria a aquel que realmente les gustó desde el principio. -No había pensado en eso -respondió Amaranta verdaderamente sorprendida. ¿Cómo era posible que su hermana le diera lecciones? Era posible que estuviera llegando aquel momento en que la diferencia de edad entre las dos ya no fuera tan significativa, si es que alguna vez lo había sido más allá de su propia cabeza. Debería de haberlo tenido en cuenta. Debería de haber tenido en cuenta que aquello podía suceder y que, en realidad, Erica, ya no era tan niña como había creído. De nuevo la vida estaba llena de trampas y a su hermana sólo le faltó decirle que sabía que sus padres se iban a separar y cuando. No se hubiese tratado del todo de una decepción, le alegraba poder hablar con ella en esos términos. Siguieron hablando y se cercioró de que no sabía nada de que Helmer tuviera una novia para sus ratos libres. En el futuro, al menos esa era su intención, iba a recordar a su hermana pequeña como la más inteligente de las tres. Pero ese despertar apenas había empezado, si Amaranta hubiese hablado con ella apenas un año antes, entonces si que hubiese descubierto la niña ajena a todo, en su mundo de muchas y dibujos animados y sin ánimo para hablar de temas de adultos, lo cual le habría ofrecido la posibilidad de seguir en su posición de protectora fraternal. Todo había cambiado en el último año y de esa manera definitiva tendría que aceptar las nuevas condiciones. 36


-Nada es como parece o como te cuentan; casi nunca. Es posible que algunas mujeres necesiten hacerse valer flirteando con hombres que pongan celosos a sus maridos, pero no creo que pueda funcionar más que como un aviso del desastre que se les avecina -Amaranta continuó-. En el mundo de los adultos eso es una falta de respeto bastante mezquina. No te conviene pensar así, aunque Maty te lo haya dicho. En cierto modo, al romper con Ernie y seguir saliendo con él como amigos, ella estaba haciendo algo parecido a lo que proponía su hermana. ¿Se trataba de hacerse valer? En su caso, quizás fuera aún peor y pasara a una forma de dominación. Amaranta se había acostado una sola vez con Ernie, una noche que se sentía aburrida, hastiada y decepcionada y quiso quitarse aquella cosa de encima. Lo decidió de pronto, sin reflexionar y se fueron a un hotel barato en el que estuvieron apenas dos horas. Aquel sábado había llegado a casa cuando aún todo seguía igual de silencioso y amenazador, se había acostado y había estado durmiendo hasta mediodía. No se había demorado lo suficiente como para encontrarle sentido a aquel tiritar de las patas en la cama. Ernie hizo todo lo que ella le mandó sin llegar a la ternura, como si fuera capaz de padecer sus órdenes y copular al mismo tiempo. Habían comprado una botella de cava y no se la acabaron, todo fue muy ordenado, aunque a Ernie se le había quedado una cara de estúpido que le duró varias horas. Nadie los recordaría por sus dudas y sus miedos, ninguno de los dos recordaría aquella noche en apenas unos años, el mundo se nutre de la sustancia de los intrépidos, se repetía Amaranta antes de volver a casa. Se trataba de un discurso muy anticuado porque ya nadie creía que las personas estuvieran en el mundo para demostrar capacidades superiores; nadie, excepto las grandes corporaciones, ancladas en en la competencia como único valor de su desarrollo. A menos de un mes de su separación, Hermes se volcó en su trabajo, realizó ventas que nunca antes sospechara que podía hacer y llamó la atención de los ejecutivos que por encima de él, esperaban señales de desequilibrio interior en sus subordinados, para someterlos a un estrés desalmado. Un mes después de su divorcio fue ascendido. Sin preguntar a su madre, llegado el momento, Amaranta creyó necesario visitar a su padre, primero porque había sido tratado como un apestado y segundo porque sus hermanas no querían ni oír hablar de él, así que lo hizo en sin que nadie lo supiera. No hubo euforia cuando consiguió su dirección a través de uno de sus compañeros de trabajo al que ella conocía, ni siquiera sentía alegría por creer que estaba haciendo lo correcto. Los tiempos habían cambiado, muchas parejas se divorciaban ante la infelicidad que les suponía tener que soportarse cada día y algunas de esas parejas seguían manteniendo una relación de amistad -al menos esos dicen las estadísticas-. Esta vez, el intento de encontrar una comunicación diferente con un padre que nunca antes la había escuchado, tampoco tuvo éxito. En esta ocasión, la naturaleza del padre y el orgullo de la hija iban a caer en una desconfianza y una tensión que imposibilitaría una relación amistosa en el futuro. -¿Qué desea? -sonó la voz de Helmer en el telefonillo anticuado, si vídeo ni luz del portal. Amarante dudó y, en un momento, pensó en salir corriendo y volver llorando a casa de su madre, pero el éxito es de los atrevidos, decían las corporaciones para acabar de meter a la gente en líos. -¿Hay alguien ahí? -volvió a sonar su voz con cierto sarcasmo. -Quería hablar con Helmer -respondió Amaranta. -Sí, soy yo. -Soy Amaranta. Sonó un zumbido, empujó la puerta y preguntó -¿Qué piso es? Helmer siguió escuchando los ruidos de la calle mientras ella ya subía en el ascensor. Oyó la puerta de aluminio cerrarse y coches pasar, conversaciones ajenas y niños gritar en juegos violentos. Con toda seguridad, su hija había entrado en el ascensor de un salto y había corrido por el rellano antes de tocar la puerta, porque no le dio tiempo a reaccionar y soltar el botón de “abrir”, antes de que eso sucediera. -¿Es posible semejante sorpresa? ¿Tú madre sabe que has venido? -preguntó 37


-No ella no lo sabe. No lo está pasando bien y eso terminaría de amargarla. Es una visita de Hija a padre, sin tener en cuenta otros aspectos, de lo contrario no la haría -a veces tenía la necesidad de justificar las cosas que había, y sin duda había pensado que no podría hacerlo delante de su madre, pero en aquel momento tenía la sensación que incluso Helmer le pedía cuentas por su visita. No empezaba bien. -¿Como sigue todo por mi antigua vida? -dijo él como si tener la capacidad de bromear al respecto fuera una buena cualidad. -Nada bien. Considera que has roto muchas cosas, no sólo dentro de Úrsula. -Ya, precisamente de eso es no mejor hablar de momento -Helmer empezó poniendo de su parte, a pesar de todo. -En algún momento tendrás que enfrentarte a ello. Si no lo sientes ahora, algún día volverás la vista atrás y pensarás en lo que te has perdido. Lo que ahora nos hace sentir dolor a todos se disipará, sólo los traumas duran tanto y nadie está traumatizado, lo superaremos, pero pensarás en ello más de una vez. -¿Tú crees? ¿Vienes a darme lecciones? -No era mi intención -replicó Amaranta, presintiendo que caminaba sobre arenas movedizas. Lo que sentía en aquel momento no era parecido a la decepción que había sentido cuando Helmer desapareció, se trataba ahora de algo más parecido a la furia y el desprecio. Se desplazaban sus sensaciones sin saber donde iban a ir a parar, si se trataba de un error o era involuntario. Lo que la hacía sentir dolor era lo que desencadenaba el resto, y el dolor se acentuaba con cada reacción de su padre, con cada respuesta y la obvia pretensión del desapego y la falta de compromiso. Cada mal sueño y cada recuerdo se habían convertido en un cúmulo lacerante de basura dando vueltas en su cabeza. El lugar de donde provenía, el desarrollo de su infancia se había convertido en polvo. Si el recuerdo, las fotografía que tanto evocaban, el tacto de su madre cuando le pedía paciencia y la entrevista que en aquel momento mantuvo con Helmer, deberían haberla ayudado, lo cierto es que mandaban mensajes tan confusos que desistía de seguir interpretando su rabia. De alguna manera se hizo con la llave del apartamento de Helmer. Es posible que el considerara una prueba de confianza aunque lo obligara a llevarse a su amiguita de la foto sobre la tele, a un motel barato cada vez que quisiera estar a solas con ella. Parecía tener intención de establecer el pequeño apartamento como un lugar donde poder recibir a sus hijas si ellas deseaban visitarlo y sin la probable presencia de su novia -lo que demostraba también su falta de compromiso con ella, al menos hasta aquel momento. De cualquier modo, aquello duró poco. En una ocasión en que todo parecía ir a peor, Amaranta se presentó en aquel lugar cuando sabía que él no estaba, tiró al suelo y rompió una foto en las que aparecían los dos tortolitos abrazados delante de una puesta de sol y, a continuación cortó todas sus camisas con una tijera de cocina. Al día siguiente, Helmer fue a la oficina con un suéter morado que había comprado recientemente para ir al gimnasio; nadie le preguntó al respecto. No siempre había sido tan considerado con las venganzas de su hija como aquella vez. Intentó quitarle importancia y decidió moderar su reproche, pero Amaranta no le dio ocasión a tanto porque no volvió a visitarlo. “La exigencia con otros, y hasta con uno mismo, es una forma de egoísmo. Nadie sabe lo que mueve a un exigente y siempre tienen motivos e intereses que esconden detrás de su cara de poker. No confundas la queja de las víctimas con una exigencia más, nada te pedimos. La exigencia obliga, nuestra queja es una forma de conservar el orgullo. Adiós papá”. Amaranta le dejó la nota donde antes había estado la foto de su novia, Helmer ni siquiera se molestó en leerla: la rompió y la arrojó a la bolsa de plástico de la cocina, entre los restos de espagueti de al cena resesa del día anterior.

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1 Más audaz que el hambre Si contamos todo como sucedió, intentando atenernos a hechos concretos que desafíen por extravagantes a cualquier ficción, descubriremos que la vida de las tres hijas de Úrsula eran tristes pero emocionantes. Tal vez la vida la sea en los pequeños detalles y nos pase desapercibida esa realidad que nos conmueve. ¿Por qué cuándo nos pasan cosas graves y dolorosas, tendemos a pensar que sólo a nosotros nos podía pasar algo así? No es lo que ocurre lo que nos vence, es como nos enfrentaos a ello. En aquella época, el divorcio seguía convirtiendo a los hijos del matrimonio divorcia en un elemento raro entre sus compañeros de clase, sí, pero hoy ya sucede lo contrario, o al menos, ya está normalizado. En ese momento, Meryl decidió empezar sus estudios de ciclo medio en un instituto a cien kilómetros de distancia, lo que iba a limitar mucho sus visitas a la casa familiar, pero le entusiasmaba la idea de conseguir una real independencia y enfrentarse a sus complejos, frustraciones, traumas, dolores y limitaciones por sí misma; todo un reto. Demetrius Hadock empezó a convertirse en una visita insistente y Rulfy, el perro de Meryl quiso hacer buenas migas con él sin calcular que aquel hombre no sentía ningún aprecio por los animales. Al principio, cuando la tía Engracia iba a ser visitada por Demtrius, salía corriendo detrás de Rulfy, lo buscaba toda la tarde hasta que daba con él y lo encerraba en el sótano. El perro era de Meryl, se lo había comprado su padre poco antes de cumplir los diez años, pero que ladrara como un descosido si alguien rondaba la casa de noche lo había hecho una pieza importante en el engranaje, hasta entonces, familiar. Meryl estaba segura de no ser la única que quería a Rulfy a pesar de los años, de haberse convertido en un perro gordo y lento y de las calvas que le habían salido en el lomo. Pero también había comprendido que aquel cariño que se le profesa a un animal no parece suficiente cuando alguien muestra una oposición a su presencia, así que todos callaban ante el castigo que lo relegaba a la oscuridad del sótano. Además, lo que nunca lograría entender de los humanos, era que se sintieran ajenos a todo conciencia cuando maltrataban a los animales, y eso ya no se trataba de Rulfy y de los animales domésticos. En una ocasión concibió un plan para grabar el trato que tía Engracia le daba al perro, se trataba de grabarla a escondidas con su cámara de vídeo, y exponerla a vergüenza en una sesión familiar de última hora de la tarde. Sin embargo, lo pensó una vez más y descubrió de que carecía de valor para exponer a más tensiones a su madre, la pobre Úrsula que empezaba a comprobar la dramática situación financiera en que la había dejado su divorcio. Demetrius se consideraba un sexagenario con suerte, había quedado viudo dos veces y tener una tercera oportunidad al haber sido aceptado en su posición más romántica por tía Engracia, eso era para empezar a pensar que se trataba de un galán de pelo corto y zapatos lustrosos. Cuando empezó a frecuentar la casa y quedarse por las tardes a merendar, Meryl estaba preparando los papeles para salir a estudiar lejos del pueblo. Al principio la Hermana más decidida, Amaranta, quiso ir con ella, hicieron planes juntas y también empezó a cubrir su solicitud de matrícula, pero, después de la separación de sus padres, estimó que dos habitaciones vacías en la casa iba a ser demasiado para todos, incluso para Demetrius. Lo sopesó concienzudamente y sacrificó la atrayente vida de estudiante lejos de la casa familiar frente a la necesidad de sentirse cerca de su madre y su hermana en momentos tan difíciles. ¿Acaso no había ocurrido en otras ocasiones que había sido ella la sacrificada? Eso había ocurrido al asignarle la habitación de la parte de atrás de la casa, sucedía cuando le compraban ropa a Erika porque (también en esto debemos ser justos), ella no quería ropa nueva, o cuando heredó la bicicleta de su hermana mayor para poder comprarle una bicicleta nueva 40


a su hermana pequeña. Hasta en los más pequeños y mezquinos detalles se había sentido relegada frente a sus hermanas, y se había acostumbrado, por eso ahora le costaba tan poco seguir sacrificándose; por eso o porque necesitaba la seguridad que mantenía en pie aquella casa. No era la mejor casa del mundo, pero allí tenía los recuerdos de una infancia feliz y se resistía a perder eso que significaba tanto en su equilibrio. Poco después de que su padre desapareciera, Demetrius hizo más insistente su presencia. Puesto que la casa se iba quedando vacía, o al menos eso prometían solicitudes y expectativas, le debió de parecer que era el momento idóneo para cumplir su sueño de consolidar su relación con Engracia. Una de aquellas tardes, cuando apareció el maduro elegante en que se había convertido el pretendiente de su tía, Meryl estaba sentada en la cocina y no pudo evitar seguirlo con los ojos mientras el se acercaba a la puerta. Rulfy acudió con su habitual energía a saludarlo, y fue rechazado con una discreta patada. Le abrió la puerta Úrsula y llamó desde allí a Enracia sin dejar en ningún momento de sonreír. Se miraban mientras ella luchaba para que él le cediera su chaqueta y ponerla en el colgador, pero no lo consiguió. Los tortolitos se abrazaron mientras Úrsula los veía sin moverse, observó aquellos brazos de viejo presionando a la mujer mayor con sus carnes sujetas, posiblemente deseando acariciarla, pero eso tampoco tenía que parecer tan extraño. Volvió a pensar en lo que Engracia le había dicho de que deseaba irse a vivir con su pareja, “Somos pareja a todos los efectos, ahora lo puedo decir”, añadió no sin ruborizarse. El galán había pasado de los sesenta, pero algunos gestos descubrían en él un ansia sexual difícil de canalizar. Cuando se movieron para ir al salón, Úrsula los acompañó. -Ya te he contado por teléfono. La oferta es en firme, pero ella te dirá mejor. Ahora nos sentamos. Lo decía porque si decidían aceptar vivir en la casa, eso sería una necesaria aportación al fondo común para su mantenimiento. Le hubiera gustado poner unos aperitivos, pero sabía que Demetrius bebía con frecuencia y no quería que se mareara antes de su conversación. No había ninguna prisa, pero se fueron acercando al tema esperado sin que pareciera que se enfrentaban a él como una necesidad imperiosa o ineludible. -Sí, claro que me parece una idea a tener en cuenta. Lo que Engracia diga, es lo más importante en todo. No es que mi opinión no valga, tampoco quiero parecer una víctima, es sólo que quiero que ella esté cómoda y si eso es lo que quiere... adelante. -Pero nos gustaría saber lo que piensas sin tener en cuenta otras concesiones. Siguieron hablando con buen humor y al fin salieron los licores. Hubiera sido sencillo decir que era lo mejor para todos desde el principio, pero ninguno de los tres estaba seguro de que el viejo se fuera a acostumbrar a vivir con más gente cuando lo que en verdad deseaba era tener a Engracia para él sólo. Pero nada se dijo al respecto y quedó claro que con parte de sus pensiones y lo que el marido separado aportara para los niños, podrían ir tirando mientras Úrsula buscaba un trabajo (algo seriamente remunerado, sin despreciar por eso, el buen dinero que su hermana le sacaba a hacer arreglos de ropa) Y siguieron de buen humor y con algunas risas entre anécdotas, sin percatarse de que Meryl no perdía detalle desde la cocina, y que cuando tuvo bastante, se escabulló sin hacer ruido y deseando más que nunca que llegara el momento de su partida para su instituto de grado medio y su piso compartido de estudiantes. El final de aquel verano no se había dedicado a nada más que deambular por los bares del pueblo de extrarradio, a nada superior ni más vulgar que deshacerse de todo lo viejo que ya no apreciaba y metió en bolsas de basura depositó en el contenedor. No lo hacía pensando que fuera necesario en su ausencia, o que esa limpieza liberara a otros de una carga inconcreta e inesperada. Tampoco era complaciente con la posibilidad de que Demetrur Hadock hiciera la mudanza antes de que ella volviese para visitarlos, ni siquiera sabía si se produciría inevitablemente o en qué condiciones. Le hubiese gustado conocer los pormenores pero sólo alcanzaba a suponer, después de la conversación que había escuchado, que lo que iba a suceder tenía mucho que ver con las necesidades familiares, quizás más que con la aspiración de un romance inacabado de su tía Engracia. Todo resultaba tan 41


falto de piedad, tan frío y práctico a la vez, que por eso supuso que sus mayores debían estar en lo cierto, aquello era lo que hacía falta y nadie podía impedir lo que ellos al final decidieran. Fue entonces cuando creyó que Rulfy se encogía al moverse, que caía de las patas traseras y que debía llevarlo al veterinario. Se sintió más unida a él que nunca, llena de una ternura que ya no deseaba dedicar a ningún adulto y que repartía entre el perro y sus hermanas. Rulfy parecía más agradecido que nunca, sobre todo porque lo sacaba del desván al que lo arrojaron cuando Demetrius empezó a quedarse a dormir, a continuación a desayunar y finamente a vivir. Como todos sus enseres no cabían en la habitación de la tía, esperaban el momento para tomar el cuarto de Meryl, o a menos su armario y así disponer de sus cosas con más comodidad, pero eso no iba a suceder hasta que empezara el nuevo curso, lo que se retrasaría hasta finales de septiembre, en ocasiones hasta mediados de octubre. Demetrius era lo que se puede decir un hombre sólido, sin muchas necesidades, que había tenido una vida dura y sabía perfectamente lo que quería y a quien debía llevarle la contraria con todo su carácter, si eso fuera necesario para mantener sus posiciones. Desde el principio la tomó con el pobre Rulfy, pero también ponía sus condiciones acerca del orden y la limpieza. Cuando alguien cambiaba alguna de sus cosas de sitio se quejaba amargamente y el periodo de adaptación fue más duro de lo esperado. Aún con su limitada experiencia de las cosas de la vida, la conciencia de Meryl le hacía sospechar que algo no estaba bien y se quejó del trato dado a su perro, pero no la escucharon. “¡Qué gente tan insensible!, gritaba a sus hermanas. Un día, acercándose el momento de su partida, después de que Rulfy se lo pasará quejándose de dolores -sin que ella pudiera saber si era reuma, un tumor en un riñón, o tristeza-, lo llevó de nuevo al veterinario y le explicó que el perro estaba muy mayor, que ella iba a tener que dejarlo al cuidado de otras personas, por lo tanto no sabía si era mejor operarlo o sacrificarlo. Como en la clínica no tenían mucho problema por eso, en su opinión, que era la más académica, sacrificar al perro le evitaría mucho sufrimiento. No fue difícil convencerla y ante la idea de dejar al animal a los caprichos de Demetrius y la inacción de Úrsula, volvió a casa sin él. Lloró a escondidas una semana, pero nadie supo a que se debía aquella conducta evasiva que tuvo todo el tiempo que duró su luto animal. En cuanto pasó agosto Meryl se preparó a conciencia para su cambio de domicilio; no era una muchacha especialmente coqueta y no necesitaba demasiado espacio para ropa o cosméticos. Tenía una belleza natural sólo equiparable e esas deportistas de élite que se quitan fotos para la prensa sin un gramo de pintura sobre sus caras: tenía cierto parecido Sarapova -aunque ella fuera morena, los rasgos de su cara eran perecidos y sus hombros igual de poderosos-, la tenista, salvando las distancias. En una ocasión, intentó jugar al tenis y como no tenía ni idea se pasó el rato recogiendo las pelotas que arrojaba invariablemente fuera de la pista. Desde aquel día, cuando alguien le decía que se parecía a la tenista, ponía cara de haberse tragado una fuente de sapos. No lo volvió a intentar, golpeaba la raqueta como si fuera un bate de béisbol, tropezó y rodó por la tierra roja pegada s su falda, sin orgullo, si sus admiradores del colegio la hubiesen visto entonces no la hubiesen reconocido debajo de la pátina roja que se pegaba a su cara cada vez que se quitaba el sudor con las manos manchadas. La verdad, es que no fue una buena idea creer que porque todos le dijeran que se parecía a una tenista de élite podría imitarla en un deporte que distaba absolutamente de sus aptitudes. Dos semanas antes de la partida tenía las maletas casi llenas, sólo faltaba poner la ropa y cuando necesitaba alguna de las cosas que había guardado, la usaba, pero sin olvidar ponerlas de nuevo en su sitio, listas para el viaje. El paseo matinal de Demtrius, se caracterizaba por su impecable inclinación al bien vestir. Se reunía con una amigo que se sumaba a la camisa limpia y los zapatos lustrosos, y los dos gustaban de llevar gorro deportivo con visera de béisbol. Esa fue la razón de que Meryl los observara pasar delante de la cafetería de Morrís cada mañana de desayuno y charla contemporánea con Amaranta. Por su culpa se quedaba mirando como pasaban los dos caballeros paseantes, Amaranta hacía un gesto con la barbilla y decía: “Ahí vienen” Suponía Meryl con certeza, que después de los sesenta era un éxito consagrarse a la supervivencia 42


y agradecer por lo vivido. Amaranta le respondía con débil sonrisa y terminaba por añadir que ella nunca viviría tantos años. Las dos parecían atravesadas por el interés de conocer lo que podía haber en aquellas cabezas cansadas, además de preocuparse por el anciano existir que se les presentaba. Tras aquel primer descubrimiento de una diferente forma de vida, en una ocasión que no esperaban, los dos amigos se detuvieron con sorpresa delante de un tercer hombre que les igualaba en edad y pérdida de pelo. Y, casi sin haberlo esperado, pudieron ver como se daban un fuerte abrazo triunfal. Puestas a suponer, las dos hermanas llegaron a la conclusión de que el fortuito encuentro se trataba de una ocasión única de saludar a un viejo amigo al que Demetrius no había visto por año. Era como si deseara tocarlo para saber que era real, y le cogía del brazo acentuando esa sensación. “Al llegar esa edad deben sentirse orgullosos de haber sobrevivido y tristes por todos los amigos y familiares que se les han ido muriendo”, dijo Meryl. Pero Amaranta no respondió porque no iba a renunciar a la mala impresión que le había causado el pretendiente, o novio, o amante, o lo que fuera, de su tía. -Parecen inofensivos pero son basura -dijo inesperadamente Amaranta. Se había sofocado viendo a los tres hombres riendo y disfrutando del un obvio reencuentro. Meryl la observó como si no la conociera. Apenas se movió, no parpadeó. Pensaba que Amaranta estaba llena de rencor y no lo exteriorizaba más que en momentos puntuales como el que estaban viviendo, entre hermanas. -¿Por qué? -respondió llena de inquietud. -Conozco a uno de ellos, no sale del club de putas y Demtrius, ¿qué te voy a contar que tú no sepas? Consideran a la mujer un instrumento para sus planes. Si Demetrius no se viera viejo y necesitara una mujer que lo cuidara ni se fijaría en la tía. Meryl supuso con certeza, que algo había pasado en la vida de su hermana que desconocía. El abandono de la familia por parte de su padre le había roto todos los esquemas, y aunque todas en las casa estaban dolidas, ella le pareció fuera de sí. Notaba su furia, su rencor hacia todos los hombres y lo que significaban, y, sobre todo, los de más edad le parecían de vidas egoístas e interesados. Amaranta no se había encontrado muy bien en los últimos días, era posible que una gripe de verano la amenazara y que su malestar físico acentuara su rencor, estaba sudando y se frotaba las manos hasta hacerse daño. Desde luego, no había nada de malo en tres hombres que se encontraban en esa etapa de sus vidas en la que todo ha pasado y ya sólo le queda hacer memoria de los mejores recuerdos, de compartirlos e intentar sopesar el resultado final, el resumen de sus vidas. Claro que había sobrevivido a muchos, eso los convertía en afortunados superviviente. También se reían y hacían comentarios sobre su aspecto, sobre como se encontraban y el cuidado que ponían en vestir de una forma demasiado juvenil para los tres. Meryl se imaginó a sí misma encontrándose a una amiga a la que no veía en veinte años siendo las dos sexagenarias, observándose cada arruga y emocionadas por como la vida las había tratado. Se frotó los ojos porque de pronto los sintió húmedos. No sabía lo que les estaba pasando, también ella descubría emociones contradictorias. Demetrius era digno de compasión, pero por otro lado no podía olvidar como se había portado con Rulfy y como había sido el desencadenante de su sacrificio -si bien sabía que el animal estaba condenado de antemano-. Ancianos que a no le parecían buenas personas, pero contra los que no podía rebelarse. Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de que tal vez, nadie es mala gente y es sólo que se cometen errores. Así, durante el último verano se concentraron en la separación de sus padres, en la llegada de Demetrius, en intentar convencer a Erika, la hermana pequeña de que miraba mejor Bogart que Brando, pasar unos días de campamento, y sobre todo, en el sacrificio del pobre Rulfy. Algunos de sus vecinos empezaron a pensar que aquella familia era incombustible y cada podría acabar con ella, sobre todo los que habían acariciado la posibilidad de comprar su casa en bajo precio si esto sucedía. Pero, en realidad, con todo lo expuesto, no podríamos decir que no estuvieran tocados, como un viejo barco en mitad de una tempestad, luchando por tapar los agujeros. Ya nadie parecía 43


dispuesto a no entender, pero Meryl tenía aspiraciones personales y Amaranta siempre decía que la gente con aspiraciones no era de fiar. Amaranta había comprendido que era el momento de permanecer juntos y luchar de forma colectiva contra los golpes de la vida, paso a paso. No había hablado de eso con Meryl, la creía llena de miedo y pensaba que por eso actuaba sin ceder un palmo de sus aspiraciones. Fue entonces, en aquel momento crucial para la familia y sus vidas, que Amaranta creyó imprescindible empezar a escribir un diario, descubrir el mundo y descubrirse a sí misma, porque sólo escribiendo podría saber lo que pensaba, las crueldades de la vida y lo dormidos que la pasan los hombres hasta que un golpe los hace tambalearse o caer. Amaranta le recordó a su hermana que padecía de los nervios. No habitualmente pero que en el pasado, en ocasiones contadas en situaciones concretas de excitación, había tenido episodios violentos y que se sentía como si eso pudiese volver a suceder en esos días de cambios. En cierta ocasión, un chico del colegio la molestó gritando para que todos lo oyeran que no tenía pecho porque, en realidad, era un chico. Acababa de llegarle la regla por primera vez y sus notas eran malas, había discutido con Úrsula y aquello al muchacho le costó perder dos dientes. El labio aparecía roto y sangraba como si tuviera un grifo debajo de la nariz. Los padres visitaron a Úrsula, que aún no se había separado pero los recibió como si no pudiera contar con su marido para esas cosas. Pero aquello no se radicalizó, estuvo dentro de un orden y pidió disculpas, lo que fue muy conveniente porque la madre de Amaranta temió que la expulsaran del colegio si la familia del niño lo pedía. Cuando Meryl partió para el Instituto Ramstein se sintió cuestionada, ¡cómo si se tratara de un capricho! No le era ajeno el deseo de todos de que pospusiera sus estudios en aquel momento difícil y se quedara un año a ayudar con la casa, o también, con un trabajo y su aportación a la economía familiar. Eso era lo más odioso que podía pensar de su familia, que les costase tan poco pensar a sacrificarla, pero como nunca le dijeron nada abiertamente al respecto, podría seguir pensando que se trataba tan sólo de su imaginación. Después de todo, para bien o para mal, era su familia y la tenía en gran estima. “Al estudiar la gente cambia, se vuelve más egoísta con respecto a sus expectativas y todo lo que deja fuera de ellas”, le había dicho una vez su hermana pequeña. Erika, al final parecía la más inteligente, y en ese comentario se cuidó mucho de intentar que no pareciese de ningún modo, que podía estar hablando de ella y su partida. Meryl comprendió sus preocupaciones, pero el destino que se le abría al alejarse de su familia para poder dedicarse a “construirse un futuro”, no era una cosa tan rara, era lo que hacían todas las chicas de su edad que tenían aptitudes para el estudio y no debía sentirse mal por eso, concluyó. Aspirar a un estatus superior por ser buen estudiante se convirtió en un tema recurrente de conversación hasta el día de su partida, hasta el punto de que cuando se estaba instalando en su habitación compartida, no dejaba de pensar en ello. Pero, en los días siguientes iba a estar tan ocupada que no volvería a pensar en nada de lo que habitualmente la ocupaba, todo era nuevo y deseaba conocer a sus nuevos amigos y compañeros. Tanto si Erika y Amaranta la llamaban por teléfono (posiblemente inducidas por su madre) para saber como iba todo, el mundo avanzaba sin darle tiempo a pensar y en poco tiempo estaba totalmente sumergida en su nueva vida. Incluso después de haber asumido que todos los cambios que dejan atrás a seres queridos, son una traición, el ansia por descubrir nuevas situaciones, lugares y personas, seguía creciendo en ella. No era difícil de interpretar, cuando se es joven, la excitación que la libertad le producía no era comparable a nada antes vivido. Tenía formada una idea casi religiosa del mundo que se venía abajo al censurar las más inocentes novedades. Esa inquietud se volvía contra ella en ocasiones que recordaba a su madre y sus hermanas, le producía una desazón que sólo superaba estando con gente, rodeadas de amigos o también, ocupada en nuevas tareas que apenas la dejaban pensar. Intentaba vaciarse de culturas ancestrales, de viejas costumbres y miedos, para sí poder vivir un mundo nuevo que se le proponía, no como un juguete que poder romper sin represalias, sino como un libro en el que una vez que cerraba un capítulo ya no existía la posibilidad de volverlo a abrir; como si las hojas quedarán pegadas o convertidas en piedra, mientras que se iban agotando las que quedaban 44


por leer como un destino irreemplazable.

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Epidermia impaciente

Pero una cosa era toda aquella excitación de nuevas ideas y sensaciones y otra, abandonarse como si renegara de su origen, de sus enseñanzas infantiles, de su cultura y de todo el amor que había recibido. Nadie puede definirse desde cero por pura ansiedad; asumimos lo que somos por mucho que nos cueste y por muy difícil que se nos ponga entender la valentía con que otros afrontan nuevas fronteras a las que nosotros no llegamos. Visto en la distancia, su pasado era el de una familia principalmente femenina. Las tres hermanas, al nacer, habían sido una primera señal de lo que iba a ser la vida familiar. Podía ver, con algunos (suficientes) kilómetros por medio, que la felicidad infantil se extendía confirmando la pureza de sus suposiciones, el fresco atardecer del final del verano no era real, llevaba consigo la podredumbre que se aparcaba en el río. Intentaba dormir, consciente de que sería la primera en corromperse, si obviaba aquella carta en la que su hermana pequeña le decía que Matty Jurado, se había embarazado de un feriante y había abortado clandestinamente. No podía ignorar entonces que ya no era una niña y que no podía darle la espalda a todo lo que de cruel tenía el mundo. Sus ojos estaban abiertos y la vida entraba en ella a borbotones sin apenas permitirle una hora de sueño. Había llegado el momento de dejar a tras la infancia meliflua, el empalago de sus caprichos y, sobre todo, el choque de la separación de sus progenitores, porque sin duda, ahí no se acababa el mundo. Siguiendo sus propios impulsos, al principio, en su nueva habitación, se sentía tan sola que llamaba a su casa una vez a la semana, a lo que siguieron las llamadas de vuelta que le hacían sus hermanas. El teléfono es el refugio de los cobardes, le decía Gina, su compañera en el piso de estudiantes. Úrsula descolgó el teléfono, su voz aparecía ahogada, afónica, como si estuviera pasando por un catarro otoñal. A juzgar por su tono pausado se diría que se había resignado a todo lo malo que le pasaba en su vida y estaba preparada para hacerle sitio a unas cuantas calamidades más. Meryl la recordaba más, abierta, dinámica y combativa, así que no pudo dejar de pensar que aquello no era una buena señal. -Hola mamá soy Meryl. ¿Cómo va todo? -dijo tranquilamente, casi monótonamente, al aparato-. Ya tenía ganas de oír tu voz. Meryl echó de menos el sonido de Rulfy ladrando por toda la casa, perseguido por Erika y la radio de Amaranta “a todo gas” en la cocina expandiendo los últimos hits, de las banda de soul local. -¿Oye? ¿Meryl?... Espera un momento que voy a sacar una hoya del fuego -pausa-. Ya estoy. Hoy es uno de esos día en que me han dejado sola en casa y llegarán pidiendo de comer. ¿Qué te parece? Reconozco tu voz a pesar de tu afonía, me alegro de oírte, ya echaba de menos que no llamaras -se sentó en una silla y el universo de detuvo, estaba dispuesta a escucharla, tenía todo el tiempo del mundo para su hija mayor. -Hoy no te llamo porque me sienta sola, hoy te llamo porque he conocido a un chico que me gusta. No sé por qué se me hace violento hablar de esto contigo. 45


Hablaba pausadamente, temiendo equivocarse y consciente de que al no poder ver las reacciones de Úrsula no podía conocer el grado de verdad de sus respuestas. Úrsula solía interpretar y no decir demasiado si la conversación se le iba de las manos, se ponía en el papel de alguna actriz más o menos conocida y ejecutaba algunos de sus caracteres en películas que conocía sin que su interlocutor fuera capaz de percatarse de ello. -No quiero ser sosa pero prefiero los muchachos aburridos para ti -respondió Úrsula-. Siempre es mejor un aburrido que uno que quiera comerse el mundo. Mientras hablaba había tocado la hoya y se había quemado, pero ni un sonido de queja salió de su garganta. Sin soltar el teléfono, cogió aceite con la mano que le quedaba libre y dejó caer unas gotas sobre un trapo, a continuación puso la parte de la mano quemada sobre la humedad del trapo y respiró profundamente. La zona afectada se estaba poniendo roja y quería evitar que emergiera una terrible ampolla en unos minutos. -Es mejor no hablar de él ahora, lo acabo de conocer. -Espera, no me vas a hacer esto. Llamas, me dices que sales con un chico y ahora, que no quieres hablar de él -Meryl se sentó en la silla de su escritorio mientras oía la queja de su madre, suspiró. -Lo siento, sólo quería que lo supieras. -¿Te acuestas con él? -Le respondió que no, pero le mintió. En realidad no se trataba de un joven compañero de clase como había intentado que pareciera al no definirlo, estimular la imaginación de su madre en ese sentido, tal vez no tuvo éxito porque sólo consiguió preocuparla. En general solía hacer caso a su madre y seguir sus indicaciones sobre los pasos a seguir en la vida, pero nada se veía igual a como Úrsula lo había planificado antes de su partida, y el chico que decía que le gustaba, era en realidad el padre de su compañera de piso, ahora su amiga más cercana, Gina. Hablaron de como marchaba la economía familiar, de las rarezas de Demetrius y de las bromas que sus hermanas le gastaban sin que él tuviera una idea de donde le venían esas pequeñas calamidades. La conversación no duró mucho y Meryl prometió volver a llamar, si bien sabía que esas llamadas se iban espaciando cada vez más. Después de colgar, Úrsula levantó la mano a la altura de los ojos y se miró la mano quemada. Nada parecía salir razonablemente bien desde hacía tiempo. Dicks le había dicho que tenía una piel de muy buena calidad, sin que ella entendiera del todo lo que significaba. Cuando empezó a tontear con él, Gina apenas lo notó, pero un compañero de clase que la observaba atentó concluyó: “no podrás hacerlo sin dejar rastro” En esos días, Meryl comía sin razón aparente, tal vez intentando calmar su ansiedad. Se despertaba a media noche y se sacudía intentando sacar de sí aquella idea loca de amar a un hombre maduro, pero la atracción era tan fuerte que apenas conciliaba de nuevo el sueño volvía sueños tórridos en los que el le ponía sus manos grandes y velludas por todo el cuerpo. Gina la llevaba a fiestas universitarias en las que los chicos mayores a ella le parecían infantiles, pero su amiga se la llevaba a un rincón y a modo de confidencia le preguntaba que e parecía aquel o aquel otro. Y ella, como si se tratara de romper todos los límites le respondía con una mirada que decía, ¡Ojalá tu padre estuviera aquí y me llevara a una de las habitaciones para quitarme toda la ropa! Empezaba a entenderlo, era un mundo salvaje, sin reglas, donde se imponía la fuerza y todos los deseos debían ser saciados. El cambio desde su casa de extrarradio era ostensible, se acostumbraba a su nueva vida, a competir y a poner al servicio de esa competencia todo su encanto. Nada iba a ser lo mismo, en pocos meses iba a cambiar tanto que el más insensible cabrón del colegio la iba a saludar como su igual. Las chicas más elegantes y de barrios más afortunados apenas la miraban. El incidente de las dos 46


chicas de estas, en el retrete encerradas con un chico de tercero, fue muy notable. Nadie supo que clase de prodigios se sucedieron allí dentro, pero un grupo entre el que se encontraba Meryl, hacían cola y golpeaban la puerta para poder entrar a orinar. Para ese tipo de gente se levantan nuestras libertades, opinaba el profesor de ética. Una ardorosa marea de comentarios poco amorosos iban surgiendo a su paso, y el muchacho de tercero empujó a uno de los ocupantes para que lo dejara pasar; casi lo tiró al suelo y no lo hizo porque cayó en brazos de Gina que lo sostuvo. Todas las ideas y sueños infantiles se iban derrumbando y dejando espacio para comprender como funcionaba el mundo y lo de aprovecharse del momento, y nada de “coger la flor del día”. Meryl quería ser igual de irracional que los hombres más egoístas y con ese fin tenía que conseguir que nada le importara. La tarde que se acostó por primera vez con el padre de Gina se la pasó llorando, y su amiga se apiadó de ella y la abrazó como una madre sin conocer el motivo, sin saber que respondía a la débil pérdida de inocencia. No podía dejar de sentir lástima por su tristeza, aún cuando hay tristeza que suceden como venganzas y proceden del orgullo herido. -He hecho algo que me compromete con el egoísmo que siempre detesté de mi padre -le dijo entre sollozos y sin conseguir ninguna reacción, más que el arrullo comprensivo que hacía unos minutos que se venía sucediendo-. ¡Soy una idiota! ¡Se que no lo quiero! He venido a este liceo porque quiero seguir mis estudios, eso es lo que quiero hacer. Podría pensar que es por eso que reduzco el amor romántico a puro sexo, pero es egoísmo, desprecio por lo que otros puedan pensar y por los sentimientos que otros puedan albergar. Tengo un examen la semana que viene, así que no debería estar llorando, ni dejar que ésto me afecte. -Ni hablar conmigo de ello -le reprochó Gina. Ella se dejaba acariciar la cabeza y se acomodaba entre sus grandes pechos. -Intentarías convencerme de cosas que no estoy preparada para afrontar, me darías consejos e interpretaría mi forma de actuar -replicó convencida de no rechazar aquel momento, pero dispuesta al mutismo total en lo referente a lo que acababa de suceder-. No podría soportar que me trataras como a una niña que no sabe lo que hace (aunque tal vez sea cierto), porque justamente de ahí es de donde vengo y lo que deseo dejar atrás. -Eres una chica inteligente -la miró con dulzura y la estrechó entre sus brazos como si se tratara de su amante-. Estaré conforme con tu decisión, en pocos meses te cogido un aprecio difícil de entender. Esta última frase de Gina provocó un llanto ruidoso y amargo que no entendió del todo y que se refería a la amistad ofrecida incondicional y, en cierto modo, traicionada con su secreto. En esa nueva etapa de su vida, debía enfrentarse a cosas que jamás imaginara, hacer la compra y limpiar el baño eran actividades habituales. Se dedicaba a ir a la biblioteca a estudiar cuando siempre lo hacía en casa y, en ocasiones, tenía que evitar a Dicks para poder salir con compañeros de clase con los que también quería relacionarse. Tenía bastante claro que todo lo que hacía lo hacía por placer y que nada era impuesto; eso era lo que mantenía a raya a Dicks y lo que él peor levaba de su relación. Solía volver a su apartamento sólo para pasar una noche a su lado y decidió dejar de verlo por el día, al menos mientras durara el proceso de divorcio en el que estaba envuelto, lo que no era más que una excusa para hacer lo que quería. Tal vez a muchos lectores, esta forma de actuar les parezca extraña y tan furtiva que nunca la hayan considerado, sin embargo, existen muchas parejas que llevan sus relaciones en secreto o que se ven sólo cuando su separación ya les resulta insoportable, hay todo tipo de amantes, los consentidos y los que salen de casa a escondidas, hay aquellos que practican el sexo sólo con desconocidos o los que no desean complicarse y sólo lo hacen a cambio de dinero. Si alguna vez han pensado en qué tipo de gente hace esta cosas, al menos coincidirán conmigo en que hace falta una naturaleza diferente a la ordinaria y una cabeza ajena a 47


los convencionalismos que practicamos el resto para encajar una cosa así en una vida con apariencia de normalidad. Indudablemente, Meryl estaba pasando por un momento de inestabilidad que no se correspondía con lo que su familia habría esperado de ella, pero confiaba en volver a ser la misma pasado un tiempo. No deseaba una ruptura con su pasado, ni se desvinculaba por completo de los lazos familiares con la cultura de sus abuelos, aunque, por supuesto, no iba a renunciar a las oportunidades que la vida le ofrecía -lo que era tanto como decir que se había vuelto una “hija de puta” competitiva y de eso le iba a costar más salir-. Tras dar por sentado que su pecado no era tan grande como había pensado en un principio, confió en que al menos no la degradara socialmente o a los ojos de sus mejores amigos, si alguna vez se llegara a descubrir su secreto y eso no iba a ser fácil. Que su nueva condición le daba libertad para hacer ese tipo de cosas y a continuación enunciar a ellas, era algo que había aprendido con rapidez, apenas se sentía vinculada con su pecado, si bien iba a tardar mucho en superar la acritud que le producía oír hablar de los hombres y sus aventuras como signos del triunfador, y que las mujeres tuvieran que esconder, incluso a sus parejas, cuando deseaban una relación corta y sin compromisos.

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1 Odios Compartidos Tal vez, Meryl no debería haberles presentado a su novio, y eso les habría dado el aire que necesitaban para seguir respirando. También podría haber preparado a Úrsula hablándole de él y, sobre todo, intentando que comprendiera que la diferencia de edad no era un problema para ella. Lo había estado retrasando durante algún tiempo y ya no tenían la fuerza necesaria para seguir dándole excusas al padre de Gina sobre lo de presentarlo a su familia, él las quería conocer, y su madre y sus hermanas tendrían que aceptarlo... ¿Sólo porque ella lo quería? Había pasado un año completo y el encuentro se produjo en la navidad del segundo curso. Todo sucedió con cierta normalidad. Sin embargo, tan pronto como estuvo de vuelta en su habitación de estudiante se echó a llorar porque no sabía por cuánto tiempo podría contener a Dicks en su exigencia de que se fueran a vivir juntos, y aunque para ello tuviera que desprenderse de su apartamento de soltero. Meryl no paró hasta encontrar una justificación a su conducta, una tras otra se iban sucediendo las posibles razones para haber entrado en una relación que no tenía futuro a pesar de sus esfuerzos. Así llegó a la conclusión de que le sería imposible una familia tal y como su madre la había concebido para ella en sus enseñanzas: cuando cumpliera cuarenta, Dicks estaría tomando pastillas para el colesterol y eso no se podía superar ni aún teniendo hijos (que parecen el pegamento necesario). Una vez terminado cada argumento volvía a analizarlo como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, y por mucho que estimara y llegara a comprender que debía renunciar lo antes posible, había algo en ella que mantenía aquella llama. Además, Gina ya sabía todo lo que tenía que saber y no parecía haberlo tomado como un drama, si bien había cambiado de vivienda y Meryl notaba como si la evitara: supuso que ese era uno de los precios que había que pagar por su felicidad. A media tarde se pasó las manos por los ojos dispuesta con determinación, a no sufrir por lo inevitable. Se dio una ducha y se puso un albornoz para sentarse frente al espejo de la cómoda que usaba para maquillarse; en ese momento entró Dicks que no dejó de observar que las señales en sus ojos eran de haber estado llorando. -¿Ha pasado algo? -preguntó-. Si te vieras como yo te veo, te alarmarías. Meryl no era ajena a todo lo que él podía ver en su cara. Se tapó la cara un minuto con las manos y suspiró con resignación. En el edificio no debía haber nadie más porque el silencio era total, Dicks se quitó un gorro deportivo que se ponía para disimula su incipiente calvicie y porque además creía que vestir de sport lo hacía parecer más joven. Lo arrojó sobre el sillón haciéndolo volar y caer sobre el reposabrazos con cierta habilidad, y pensó ingenuamente que podría ser bueno en eso si lo hiciera con frecuencia. Meryl volvió a mirarse y el espejo le devolvió el rostro de una mujer mayor. No podía concebir que en apenas dos años en aquella ciudad se le hubiera puesto aquella cara. Ella era joven, demasiado joven si se comparaba con la mujer de Dicks, sin embargo, allí sentada sin más ropa que pudiera dar una referencia de sí misma, cubierta por el color gris oscuro del albornoz y después de haber llorado, parecía haberse puesto veinte años encima. No se trataba de que aquello hubiese herido su ego. ¡Sólo eso le faltaba! Pero ninguna mujer deja de ser tan presumida que acepte con facilidad tenerse en menos de lo que en realidad es, y Dicks había llegado demasiado pronto sin darle tiempo a recomponer un poco aquel desastre. -Claro que me veo. No siempre estamos tan bien y tonificados como desearíamos -afirmó con un tono de resentimiento-. Además tú también tienes aspecto de cansado. 49


Fue en ese momento cuando Dicks comprendió que se encontraba deprimida y debía medir cada una de sus palabras. Era la misma mujer que lo había besado al despedirse aquella mañana, que lo había abrazado y susurrado al oído que “aún lo quería”, era la mujer con la que el día anterior había ido al teatro y se había reído del mundo al volver andando a casa. Era ella, o al menos así lo creía. -Deberíamos hablar del futuro y de las posibilidades que tenemos como pareja estable -estaba hermosa a pesar del desaguisado, el albornoz se abría y dejaba ver una parte considerable de sus pechos, lo recompuso y apretó el cinturón. -¿Lo crees necesario? Es como meterse en arenas movedizas. Además, creo que podemos coincidir en cada una de las apreciaciones que hagas al respecto. Lo miró fijamente, lo que pareció un reproche. Hizo un movimiento brusco al dejar sobre la cómoda, la crema que sostenía en una de sus manos. Como no podía hacer otra cosa sin molestarla, acercó una silla y se sentó a su lado dispuesto a escucharla, pero nada iba a ser tan fácil. Apenas un año después, Dicks había retomado su matrimonio y Meryl se había tomado un respiro y había abandonado el curso académico a la mitad para volver a la casa de su infancia. Aquella discusión marcó las lineas de su separación, le espetó al padre de Gina cuantas cosas los separaban y lo indecentes que habían sido ocultándose como delincuentes por un amor socialmente cuestionado y reprochado. Tal vez Dicks la había buscado y la había seguido sin que ella lo supiera lo que, de así haber ocurrido, le había proporcionado la serenidad necesaria para ir convirtiendo aquel amor un un mal recuerdo. Además, se podría descubrir a sí misma con la fuerza necesaria para vivir sin depender de nadie, o mejor, sin depender de su joven necesidad de amar, al menos hasta que su sangre se encendiera de nuevo y sin aviso, tal y como le había pasado. ¿Cómo era posible que una chica tan equilibrada como siempre había sido, no fuera capaz después de sus últimas experiencias de libertad, de controlar su pasión? El día que volvió a casa encontró a su madre hurgando en el culo de un pollo para introducirle un limón, el horno estaba encendido y hacía calor en la cocina. Estaba de espalda afanándose en su trabajo y aún no la había visto lo que le daba tiempo para acercarse, algo más de tiempo para verla e intentar comprender aquel momento tan simple y dulce a la vez. Veía el amor que su madre ponía en cocinar (siempre lo había hecho), pero incluso podía adivinar la fuerza que una imagen así tenía para el mundo en el que se movían, un mundo cruel, competitivo y de beneficio inmediato. Retrasó el momento de abrazarla, tal vez imaginó lo que sucedería un minuto después, cuando su madre la descubriera y se dejara querer. Ambas convergerían en un abrazo infinito, mientras su madre se daba la vuelta para poder cubrirla también con sus brazos. -Te he echado tanto de menos que apenas me quedan lágrimas -exageró Úrsula, porque no había vuelto a llorar desde su divorcio-. ¿Estás bien? Deja tus cosas ahí, después las subiremos a la habitación. -Mi tiempo de estudiante en “enseñanzas refinadas y aburguesadas” fue muy intenso. La gente en la ciudad no es como nosotros. Fue muy atrayente, a veces, pero se terminó, al menos hasta que recapacite al respecto. Vengo para una temporada larga, estoy confusa. -Tu hermana Amaranta tiene tu habitación, tendrás que convencerla para que te la devuelva. Se ha puesto a trabajar en una tienda nueva de ropa -la madre intentaba decirle que si se iba a quedar tendría que poner su granito de arena, porque las cosas habían cambiado y necesitaban el esfuerzo de todos. Sin embargo, entre lineas, le estaba pidiendo que nunca más se alejara de ellas. -Nunca me dio miedo Amaranta, a pesar de su carácter -se rio-, creo que podré persuadirla. -El marido de tu tía está malo, creo que ha cogido un virus y no sale del baño. Se pasó la noche quejándose y hoy no se ha levantado más que para seguir llenando la casa del olor apestoso de su diarrea. Si hoy no mejora tendrá que ir al médico. Amaranta se había convertido en una solución socorrida para su madre cada vez que había que hacer un recado, así que había salido a comprar unas pastillas a la farmacia para su tío político. Por otra parte, esa vitalidad la iba volviendo más callada y circunspecta en su trato cotidiano. Desde el 50


primer momento de su reencuentro notó aquel cambio en su hermana y empezó a pensar en cualquier cosa que pudiera hacer por ella y ayudarla a ser de nuevo como la recordaba. En realidad, no confiaba demasiado en sus dotes como psicóloga para llegar a conocer el origen de aquella conducta, pero tampoco iba a abandonar por eso. Los planes no eran su fuerte, en ocasiones lo disponía todo para que su vida sucediera sin sorpresas y conforme a sus deseos, pero nada era tan previsible. Le dijo a su madre que, probablemente, no iba a deshacer el equipaje hasta el día siguiente y que necesitaba descansar. Se recostó en la cama y Úrsula le bajó la persiana para que pudiera dormir: al menos hasta la hora de la comida, pensó. Sintió un gran desahogo cuando estuvo al fin sola y se moderó su respiración. Quería a su familia, la necesitaba, y no era menos cierto que el momento que vivía después de su fracaso sentimental acentuaba esa sensación. Era más que probable que no se lo dijera nunca a nadie, pero se sentía muy culpable de todo lo sucedido, porque, en cierto modo inconsciente, sabía desde el principio que le iba a hacer daño a un hombre infiel y que eso podía haberse proyectado en ella desde las infidelidades de su propio padre con Úrsula como una venganza. Había algo más en su conducta en aquellos dos años de aventura académica superior, el problema de no poder seguir soportando por más tiempo parecer una inocente e inmadura niña pueblerina, y por eso lo que creyó que era un juego de unos fines de semana se había alargado tanto y casi se había convertido en una relación estable. Otra de sus preocupaciones inmediatas era su deseo de visitar a su profesora de secundaria, la que había puesto tantas esperanzas en ella y a la que no sabía como decirle que había fracasado en su primer intento de integrarse en los estudios superiores. La señora Wilkinson tenía en ese momento una especial predilección por Erika y eso hacía pensar que gustaba de la educación familiar que las hermanas habían recibido. Y sin duda así hubiese sido si esa inclinación familiar también se hubiese extendido a la tercera hermana, que en el pasado fuera su alumna, sin embargo, en el caso de Amaranta nada había sido tan conveniente. Por algún motivo que ninguna de las tres hermanas llegaban a comprender, la profesora Wilkinson detestaba a Amaranta. En sus clases, apenas la había tenido en cuenta y, en las ocasiones en las que se había relacionado con ella socialmente, visitas de los padres, fiestas del colegio o actividades extraescolares, la había evitado poniendo su fría espalda entre las dos siempre que podía. La visita se produjo en un hospital porque la profesora había tenido un accidente de automóvil y la iban a operar de una pierna y de un brazo. Ese parecía el momento más indicado, por un lado porque necesitaba apoyo en aquel momento de desgracia y además, porque sabía que no encontraría a nadie salvo a una amiga. En una ocasión le había dicho que vivía con su hija que también era profesora, pero no era verdad, no había ninguna hija, era una mujer solitaria y nadie se había pasado por la habitación del hospital más que su vecina y amiga que cada día le llevaba un trozo de tarta de manzana. Aquello tenía toda la impresión de ser una amistad de muchos años y muy consolidada, no sólo porque le permitiera recoger su correspondencia y llevársela (a veces, incluso leérsela), sino porque al ser su única amiga no había fallado ni un sólo día en sus visitas. La señora Mallory se sentaba muy estirada en una silla cerca de la cama y se quedó todo el tiempo, aunque se limitó a observar y sólo abrió la boca para preguntarle a la profesora Wilkinson sin quería que le sirviera un poco de zumo. Se incorporó levemente para beber por la pajita y al terminar dejó caer la cabeza sobre la almohada como si se hubiese tratado de un esfuerzo descomunal. No pasó más de un minuto y Meryl comprendió que su idea había sido un gran acierto porque los ojos de la profesora eran puro agradecimiento. Quedaba por ver la cara que pondría al percatarse de la presencia de Amaranta. Llegó la comida y Mallory se acercó a un lado de la cama para ponerle cada bocado entre los dientes, intentando que moviera lo menos posible su brazo roto o su pierna hecha añicos. Comía sin gana, escuchando a sus alumnas y respondiendo a sus preguntas como si se tratara de una entrevista más para la revista de veteranas licenciadas. Wilkinson la sorprendió con un comprensivo, “no eres la primera de mis alumnas que intenta estudios superiores abandonando y retomando una y otra vez hasta conseguirlo. La obstinación lo es todo en la vida”. Entre el tenedor 51


de Mallory a la derecha, y la conversación con sus alumnas a la izquierda, sus ojos se movían sin cesar mientras abría la boca para recibir un nuevo bocado. A pesar de todo, Meryl la notaba encantada. -Es posible que si yo te animé a estudiar, haya sido porque algo vi en ti que me pareció que debía ser extraído, como se extraen imágenes preciosas de piedras o maderas que no son más que proyectos -con estas palabras confirmaba la profesora que creía en Meryl y eso la animó-. Pero todo depende de lo que tú pongas en ello. Estos fueron los términos en los que comenzó aquella visita después de las consabidas lamentaciones por su estado que precedieron a la narración del accidente, lo que no duró más de un minuto. Enseguida, Meryl le contó que recordaba con aprecio sus clases y consejos, y aquella charla en la que la animaba a salir al mundo y demostrar de lo que era capaz. Añadió a esos primeros recuerdos de su tiempo de estudios en la escuela pública y los halagos pertinentes, que no lo había conseguido y que se sentía muy decepcionada por lo mal que lo había hecho todo. Por supuesto que no mencionó que se había enredado en un romance de casi dos años con un hombre que podría ser su padre, y que se había servido de su imagen de estudiante con futuro -la que siempre había explotado ante su familia para conseguir todo lo que les pedía-, para llevar una vida bohemia que no la favoreciera en nada. Se expresó en unos términos que pareciera que todo estaba ya decidido y que no había nada más que añadir al respecto, como si su decisión de abandonar estuviera ya tomada. Pero, ya que se había tomado tantas molestias en llegar hasta allí tuvo que escuchar la opinión de la señora Wilkinson y su... “lo tienes al alcance de la mano”. Amaranta las miraba frotándose los nudillos como si deseara empezar a golpes con todo, pero no era así, se trataba de un acto reflejo que no dejaba ver que comprendía los motivos de su hermana en la visita inesperada. Amaranta sacó de una bolsa de deporte algunas revistas atrasadas que había rescatado de la alacena, justo antes de que su madre decidiera que era el momento de deshacerse de ellas. No eran el tipo de lectura que le gustaba de Wilkinson pero Mallory las miro con codicia y afirmó que se las leería y las comentaría con ella. -Tú eres Amaranta, también te recuerdo. Y había otra hermana, la pequeña. ¿Cómo se llamaba? -Erika -se adelantó Amaranta haciendo la K dura, más dura que la C, porque así solía decir que debía ser cuando alguna gente le cambiaba la consonante. -Darle recuerdos. He sido una profesora con limitaciones, pero mi memoria es aceptable. Por una vez, se dijo Amaranta, que no había pasado desapercibida. -¿Sabes Amaranta, siempre hubo en ti algo que me disgustaba y creo que no he sido justa? -Ya lo había notado -replicó entre dientes para que sólo su hermana pudiera oírla. -He tenido algunas alumnas muy gilipollas, hay de todo en tantas clases tantos años, pero a ti te tenía por inteligente y dispuesta a despreciar ese don. ¡Eso me superaba! -exclamó la profesora con la dureza que habían esperado de ella. No era que no agradeciera su gesto al visitarla en su estado, sin embargo, su reacción era como decirle al mundo que no estaba dispuesta a claudicar, que no importaba que pasaran los años y se jubilara, que seguiría teniendo el mismo genio desafiante hasta el final. Amaranta dijo que iba a comprar tabaco y desapareció. -¿Te has enamorado? -preguntó entonces a Meryl. -Creo que no, eso espero. -No lo hagas, lo echaras todo a perder. Sal con chicos, relaciónate, viaja, conoce y expermenta todo lo que el mundo te ofrece. Sólo así evitarás llegar a vieja siendo una mujer arrepentida de sus miedos como lo soy yo. -Ya he oído eso antes. Es como...“sólo te arrepientes de lo que no has hecho”. No tenía buena cara; era probable que aquella noche no hubiese dormido bien, o que no hubiese dormido. ¿Pero, quién podía tener buena cara después de un accidente semejante? Intentando contenerse se entregó al flan con nata que la señora Mallory le ponía delante de la nariz. La familiaridad con que la trataba no le gustó a Meryl, sobre todo porque eso era algo nuevo en ella y le gustaba que la gente se comportara conforme a lo esperado (no se trataba en ningún caso de un 52


contrato, pero no esperaba algo diferente). Sobre todo, la gente que de pronto se hacía la importante le parecía ridícula, pero por desgracia eso le había sucedido a menudo a su vuelta de la universidad. También era probable que aquellas ojeras se debieran a algún tipo de preocupación que ella desconocía -alguna gente se siente muy desamparada, llegado el momento de su jubilación-. Por otro lado, Meryl tampoco podía pretender que una mujer de aquella edad, sin apenas poder arreglarse y dolorida estuviera tan animada. Pero tampoco tenía tanta importancia y Amaranta tardaba en volver, lo que la hizo pensar que ya no lo haría y la esperaría en el hall del hospital, porque allí había todo tipo de máquinas de snacks y café, y porque ya había tenido más que suficiente de los viejos tiempos. -Estoy aquí -dijo Amaranta desde la puerta del hall estirando los brazos y agitando las manos como aspas; compartía con su hermana cosas como la que acababa de hacer, visitas, compras y salidas al bar. Eso quería decir que se sentía feliz de como había salido la tarde a pesar de la confirmación de todos sus miedos: la vieja profesora siempre le había tenido manía, es decir, había cogido la manía de rechazar su presencia, sus gestos e incluso su voz. Se sentía despreciada, la detestaba; pero la tarde invitaba a un paseo, y nada iba a cambiar eso. -Creo que exageras -señaló Meryl, lamentándose de oír la queja. Aparte del sentido catastrófico de la vida de su hermana, el que ni ella ni Erika habían compartido en sus genes, Amaranta no era una persona rencorosa o dada a la obsesión con temas del pasado, y si así fuera, no podría soportarla. 2 Mazorca sin pulgares A la tía Engracia le bastó una mirada y unas palabras con Meryl para descubrir que volvía de la universidad con la moral muy baja. A veces es más fácil para una persona de edad descubrir cuando algo no va bien porque interpretan los silencios como emociones. No deseaba inmiscuirse en sus cosas y no preguntó ni le comentó nada a Úrsula. Tampoco había nada malo en ello, así que después de una corta visita a la habitación de la siesta, volvió a tiempo a la cocina para ayudarle a Úrsula a sacar el pollo del horno. Antes de “haberse liado” con Dicks había experimentado y se había dejado llevar por chicos que le habían enseñado todo lo que necesitaba saber, a su edad, sobre el sexo. Pero ahora se sentía otra persona, como si se hubiese echado veinte años encima. Al menos había sabido detenerse a tiempo, o eso creía, No podía pasar por ser una persona diferente a aquella en la que se iba convirtiendo, pero al menos podía intentar, desde ese momento, tomárselo todo con un poco más de calma. Durante la cena todo transcurría sin demasiadas sorpresas, nada inesperado salvo que Erika se demoró en su clase de piano y llegó tarde. Demetrius se quedó en cama y no las acompañó, pero eso era de esperar; no cenó más que una sopa y sus medicinas. Era improbable que la concordia de las cinco mujeres se viera alterada ni siquiera por tener que consentir al viejo, ahora marido, de la tía. Meryl llevada por su propia animadversión, pensaba que no le caía bien a ninguna de sus hermanas. Engracia señaló que hacía calor y a una mirada de su madre, Erika se levantó y abrió la ventana lo justo. Apenas habían empezado a repartir el pollo y empezaron las primeras protestas porque a Erika no le gustaba la pechuga y los muslos ya había sido repartidos entre sus hermanas. No se trataba de nada nuevo y Meryl le cedió el suyo con una sonrisa que la hizo muy feliz. En otro tiempo las tres hermanas escapaban de las reuniones familiares. Se escabullían con una bolsa de patatas fritas y un refresco, y se escondían en sus habitaciones para no cenar. Pero Meryl se veía a sí misma como un espíritu que pasara distraído sobrevolando la cocina y se sentía totalmente integrada en la escena casera. Todo seguía igual, nada había cambiado tanto a pesar de las 53


ausencias, ni por un minuto lo había dudado, pensó, pero no era cierto. Le llevaría tiempo volver a ser la misma, se conocía y sabía que con frecuencia conseguía lo que se proponía, no iba a fallar en eso, tampoco deseaba compartirlo ni que descubrieran que algo se había apagado como se apagan las ilusiones. Una fuente de coraje, en eso se convertiría si era necesario. La radio había quedado puesta con las noticias en el salón y se podía oír desde la cocina. Sonaba un tono aburrido, constante, y esa monotonía sólo podía superarla la conversación de la cena ajena a todo. Le daban vueltas una y otra vez a la noticia de un preso que había sido condenado por error y recientemente dejado en libertad. Las pruebas de ADN habían jugado a su favor -si bien, sólo uno de los miembros del grupo dejó ese tipo de rastros en el cuerpo de la víctima- y demostrado que él no había sido quien había asesinado a aquel niño tres años antes. Se había escrito mucho al respecto y se le había situado en otra parte en el momento en que todo sucedió, pero el juez no le creyera. Además, se había tratado de un asesinato entre varios jóvenes (mayores de edad y por lo tanto juzgados como hombres) y como siempre iba con ellos lo relacionaron sin que pudiera evitarlo. Había pedido una y otra vez que se revisara su caso a pesar de las fotografías que lo situaban divirtiéndose con el grupo en un bar local apenas una hora antes del suceso. A juzgar por la rapidez en que fue puesto en libertad y la confusa explicación de la televisión, el motivo de esa decisión tuvo que ser definitivo al explicar su inocencia. -Somos el resultado de nuestros miedos. Eso es lo peor que nos puede pasar, convertirnos en algo diferente a lo que deseamos por no atrevernos -afirmó Meryl que parecía haberse ganado una discreta influencia-. No creo que nadie pueda decir que se llega a nada si no se corren riesgos. -¿En serio? -se atrevió a preguntar Erika. -En tu caso, todo induciría a responder que te cuidaras, que fueras prudente, que no corrieras riesgos, pero si lo hiciera estaría siendo una hipócrita. Si quieres algo, ve a por ello -le respondió-. Sólo los valientes llegan sin competir. Úrsula miró de reojo el reloj clavado en la pared y se impacientó. Le gustaría concluir con aquella conversación, así que hizo observaciones al respecto que daban a entender que no era correcto intentar influir en la forma que cada uno tuviera de enfrentarse a los desafíos que la vida le ofrecía y que si no tomaban pronto el helado, se echaría a perder. La cena había sido lo que esperaba desde hacía mucho tiempo y se felicitó por ello, pero esa plenitud no siempre disponible era lo que la había fatigado. Meryl consiguió que Amaranta le devolviera su cuarto y, en cuanto se metió en cama y a pesar de haber dormido toda la tarde, cayó dormida en un sueño profundo. Soñó que caminaba por una gran avenida que se bifurcaba para desafiarla a escoger entre el camino que llevaba a un parque hermoso donde la gente paseaba perros y andaba en bicicleta o la otra calle que conducía a unos grandes almacenes a los que le había echado el ojo y en los que deseaba perderse toda la vida comprando ropa interior. Empezó caminando hacia el parque pero el ruido de los autos era imposible y tuvo que dar la vuelta hacia los almacenes. Una manifestación llegaba detrás de ella con sus pancartas y megáfonos; tenía la intención de atenderlos pero no entendía lo que decían y las pancartas estaban desfiguradas. Y si bien ponía todo de si para entenderlo no lo hizo hasta que descubrió que todos seguían a una mujer que gritaba: le gritaba a ella y se acercaba peligrosamente. Empezó a trotar intentando conservar la distancia con la manifestación que la perseguía, si torcía en una calle a la izquierda, todos lo hacían, si pasaba un puente o entraba en una plaza, todos iban detrás de ella y la mujer que le gritaba. Era absurdo intentar darle forma a un sueño, sobre todo cuando aún no se ha despertado y no sólo se le van añadiendo trozos, pero llegó aquel momento en que supo que la mujer sin cara al frente era la esposa de Dicks, y que lo que le gritaba era, “¡robamaridos, robamaridos, has destruido una familia!”. Estaba claro que se sentía culpable por su proceder de los dos últimos años, pero también que había cenado demasiado y que no estaba acostumbrada a hacerlo. Sintió miedo y angustia y aún no se despertaba. Daba vueltas en la cama inclinada sobre su corazón ardiente, la boca estaba pastosa y cubierta de espesa baba deslizándose en la comisura de los labios. Los ojos se movían debajo de los párpados y, en el momento que vio que uno de los 54


manifestantes llevaba la cabeza clavada en una bandera patriótica, despertó de un espasmo y se sentó respirando con fuerza. Se puso la mano en la frente y se tomó la temperatura, estuvo un rato intentando recordar los detalles para concluir, “sólo ha sido un sueño. Esta vez me salvé de ellos”. ¿Quienes eran ellos? ¿A qué se refería? ¿A la sociedad, a la gente casada, a los obedientes, a los católicos, a los esforzados sufridores? Se sentía al margen, por lo tanto debía referirse a todos los que creían ciegamente en cumplir las normas, la colgarían si pudieran. Al menos eso había leído que escribiera Bukowski, “they will kill you, if they can”. Posiblemente se refería a algo más, menos definitivo pero más corriente y que sucedía con más frecuencia, y eso era, “te pasarán por encima si los dejas”. La vida se revelaba cruel y la lección aprendida era que tenía que ser fuerte a pesar de sus pecados, o eso, o la mandarían al infierno antes de lo esperado. Era cierto que la gente a veces se convertía en una masa cruel, pero también tenían gestos admirables, eso seguramente dependía de quienes eran sus lideres. Visto así, su idea de que no había gente mala, sino gente que se equivocaba perdía fuerza. Decididamente, había gente muy cabrona y egoísta dispuesta a joderte cada día de tu vida. Pero respetaban un cosa, una sola cosa, sólo respetaban a los fuertes y ella tendría que ser fuerte si quería sobrevivir en un mundo tan complicado. Además, no era para tanto, todos los hombres tenían aventuras cada día con chicas jóvenes que se dejaban seducir por intentar jugar con ellos. Si hubiese sido el novio de una de sus hermanas, eso sí que hubiese sido una falta contra sus principios y todo lo que le habían enseñado que debía sostener su vida. Pero no fuera así, y a la esposa de Dicks ni siquiera la conocía, -ese debía ser el motivo de que en su sueño no tuviera cara, se dijo-. -Odio a los hombres prepotentes -le decía unos días después a Amaranta que afirmaba con un movimiento de cabeza-, odio esta sociedad en la que hemos nacido y nos condena a no poder manifestar nuestro desagrado porque si lo hacemos nos golpean, están locos por el sexo y nos lo hacen pagar a nosotras, odio las leyes que evitan castigos como los que se merecen. Mientras decía esto sus ojos se iban afilando como espadas y su mirada se iba volviendo un arma capaz de destruir, mientras su hermana asistía al ataque de ira sin comprender del todo de donde surgía aquella reacción, como había interpretado su vida y sus recuerdos. -Por nuestra dignidad deberíamos renunciar para siempre al matrimonio -continuaba-, cuando un tipo nos llega con un anillo de diamantes (que siempre es falso), deberíamos pedirle que lo lavaran con lejía y se lo metieran por el ano, que es sitio donde deberían estar todos esos anillos. Es cuanto puedo decir sobre el matrimonio. -Nunca te oyera hablar así hermana, pero estoy bastante de acuerdo contigo, aunque no renuncio a pasarlo bien con los chicos. Digamos que no comparto tus odios hasta tal extremo -las dos se echaron a reír y Meryl concluyó diciendo, “cortarles sus atributos es lo que habría que hacer” Con una mano sobre la mesa y la otra acariciando una botella de cerveza, Meryl se dio cuenta de pronto de la atención que le prestaban unos ciudadanos que la contemplaban encogidos como si los primeros en perder sus genitales fueran ellos. La congoja parecía un acto natural después de oírla y como se expresara, con dureza y convicción. Se sacudieron como los perros después de un baño y se dieron la vuelta para seguir bebiendo. Meryl, por su parte dijo en voz baja para que sólo su hermana pudiera oírla, ¡barrigudos! Y la mañana continuó con su habitual lentitud en el bar de Morris. Unos años atrás, cuando se fumaban las clases del instituto y se sentaban en aquella misma mesa para tomar refrescos de cola, no se hubiesen atrevido a tanto, pero estaba cambiando a una velocidad inesperada y se habían vuelto valientes y, por qué no decirlo, también descaradas y atrevidas, lo que a los ojos de su madre sería un insulto. Oyeron una creciente protesta en los cuartos de baño, con discusiones desaforadas que terminaban en riñas, insultos muy elevados y gritos desaforados. Estaban a punto de volver a casa pero se sintieron tan atraídas y las curiosidad les pudo tanto que se levantaron e hicieron grupo con el resto para ver, asomando la cabeza al pasillo, si aquello terminaría en bronca general. Ni habían sospechado que aquel día les traería semejante espectáculo, o que se verían envueltas en él sin haberlo deseado. Estaban tranquilas, y pensaban que, tal vez deberían compartir la excitación 55


general y, como el resto de los que se agolpaban en aquel punto, empezar a censurar a los de dentro y pedirles que pararan o resolvieran sus diferencias en la calle. Pero nada hubiese cambiado, los contendientes estaban tan acalorados que ya habían sobrepasado el estadio de arrojarse uno a otro contra la pared cogidos por la solapas. Apenas habían levantado la cabeza entre los hombros de los otros cuando los contendientes empezaron a golpearse. Otros hombres intervinieron para separarlos y se llevaron algún golpe también, pero lo consiguieron y los arrastraron a la calle. Aquel tuvo que ser el momento de clímax porque el de hombros estrechos y mirada rencorosa, sangraba por la nariz. “asunto de mujeres”, dijo uno que los veía como seguían zurrándose en la calle, mientras Morris limpiaba la sangre que habían dejado en las paredes. Por mucho que hubiesen hecho no los hubiesen separado hasta que hubiesen tenido suficiente. Cuando los dos estuvieron cansados y con sus caras desfiguradas por los hematomas y los cortes, se detuvieron y finalizaron con unos insultos y justificaciones que ya no venían al caso. Misión cumplida, los dos habían demostrado su hombría, ninguno había ganado, y se fueron cada uno por su lado arrastrando las piernas como lagartos. Amaranta había contemplado la escena con tal pasión que no pudo impedir cerrar los puños y hacer gestos vehementes como si ella fuera uno de los contendientes. Sin embargo, el show no había sido para tanto, había asistido a combates realmente duros, que duraban hasta ver caer si sentido a uno de aquellos hombres. Meryl creía que había algo masculino en su hermana que envidiaba y en lo que no podía compararse a ella. Había vuelto, de nuevo se sentía en casa, ya no había confusión posible al respecto. Había deseado tanto tener de nuevo aquellas traviesas vivencias, haber sido parte de la trifulca, haberse dejado empujar por tener un buen sitio frente a la puerta, que no habría sido ella misma si se hubiese dado media vuelta y se hubiese alejado precavidamente del bar. Podía seguir siendo la chica estudiosa que todos imaginaban, si así lo querían que siguieran creándose esa imagen de ella, pero volvía a ser la adolescente dispuesta a romper todas las normas mientras evitaba que sus hermanas hicieran lo mismo. De vuelta a casa, una mañana de sol primaveral, a Meryl le sorprendió que la señora Olsen, la vecina, la saludara mientras paseaba a su perro. Se trataba de una mujer de la edad de su madre que solía salir por la mañana en bata de casa a ese tipo de pequeños paseos; nunca pasaba de la esquina. A veces salía con el pelo aplastado de dormir y otros con los tubos puestos para darle forma desde primera hora; todo un desafío. No se trataba de una mujer del todo inocente o pacífica, y solía portar un paraguas con el que podía golpear a los chicos que pasaban en bici si se acercaban demasiado. Su ascendencia italiana le hacía mover mucho los brazos cuando hablaba, incluso podía frenarte en seco si no le prestabas atención poniéndose delante como si necesariamente tuviese que tratarse de un hecho afortunado haberla encontrado. Entonces, Meryl disminuyó el paso hasta llegar a su altura y se dispuso a escuchar lo que tuviera que decirle. No comprendía muy bien a qué venía o el significado de una atención que generalmente no le prestaba, pero en este caso, estaba claro que la señora de Otto Neuman Olsen quería hablar con ella. -Supongo que a partir de ahora nos veremos más a menudo -le espetó-. Unos buenos vecinos, cada vez más cercanos... -Yo no diría eso. Los límites de nuestras propiedades están bien marcados, pero siempre hemos sido buenos vecinos, eso es indudable -intentaba ser amable y esbozó una sonrisa que no tuvo un aspecto demasiado natural. -Me refiero al patio de atrás y la caseta de herramientas, queremos convertirlo en una casita para los perros, tu madre nos lo ha vendido. De hecho, llevamos años hablando de eso y parece que ha llegado el momento -la cogió por sorpresa. Su madre cuando decidía hacer algo que podía tener objeciones, no lo hablaba con nadie y eso era tremendo. En realidad, tampoco deseaba fiarse mucho de lo que le contaran en plena calle. No sabía de qué iba todo aquello. De cualquier manera, debería haber calculado que una cosa así podría suceder, la economía familiar no alcanzaba para pagar los gastos y, al menos, al ser la propiedad más pequeña, pagarían menos impuestos. -Si ha de ser así, espero que sus perros no ladren por la noche, la caseta está pegada a la ventana de mi habitación -dijo con una enorme carcajada, que tampoco resultó natural. 56


-Si yo estuviera en tu lugar, iría pensando en cambiar de habitación, son perros grandes, no como Sissy -señaló al perrito que paseaba-, y hacen mucho ruido en las noches de verano. Cuando entró en la cocina, su madre estaba quitando las tripas de la panza de un gran pescado. No le dio tiempo a decir nada porque su hermana Erika apareció con una enorme jaula y un pequeño pajarito en su interior. -Mira lo que me ha regalado Demetrius. Es un tipo estupendo, ¿no te parece? 3 Sensaciones perennes para voces ofendidas Ya no había tiempo para cambiar nada. Úrsula había firmado los papeles; además, tampoco iba a cambiar de idea. No se iba a producir un milagro, ni iba a llegar un príncipe azul que se casara con una de las tres hermanas y los sacara a todos de aquella situación tan precaria. Amaranta podría gritar y golpear los muebles y Erika podría pasar el día gimiendo y sollozando como una tonta, nada de eso iba a influir en la decisión de su madre. Estaba tan decidido y las cosas sucederían tan certeramente como se adivinaba que iban a suceder, tan claro como que ni un meteorito que cayera encima de la casa de los Olsen podría evitarlo. Meryl esperó en la puerta del comercio de ropa a que saliera su hermana, ella pasó a punto de cerrar y le hizo una seña indicando que ya casi estaba. El aire era agradable y la temperatura adecuada para no necesitar poner la chaqueta que llevaba entre sus manos. Amaranta corrió las cortinas y puso el cartel de cerrado, esas eran las señales definitivas de que su salida era inminente, sólo tenía que despedirse de la dueña, Mary Gatebourg, y podrían ir calle abajo mientras decidían su destino. Inesperadamente, Mary dejó todo lo que estaba haciendo, se arreglo el pelo y salió para saludar a Meryl. Amaranta la siguió como si no pudiese hacer otra cosa y Meryl supuso que las convenciones debían respetarse. Hablaron un momento y le dijo que la próxima vez podía esperar dentro, que no molestaba, y fue muy amable de forme general. Se despidió efusivamente y Amaranta se mantuvo rígida y en silencio hasta que también se despidió, con un escueto “hasta mañana”. Aquella fue la primera oportunidad que Meryl tuvo de comprobar que los rumores acerca de la belleza de Mary Gateborg eran ciertos y si alguien decía que había ganado un concurso de belleza flirteando con el jurado, eso debía de ser por pura envidia. Aquel pensamiento fue un acto reflejo y una inconsciente posición de inmediato apoyo; apenas la acababa de conocer y la impresión había sido definitiva. -Muy agradable -dijo Meryl a su hermana mientras echaban a andar. -Tiene un amante millonario que se resiste a dejar a su mujer -respondió en un susurro con temor a que alguien pudiera oírla. -La triste historia de las mujeres que se creen invencibles. Somos errores por dar nuestro amor. -Tenemos tanto que dar... -Ni se te ocurra ponerte en una situación parecida, no conduce a nada -y de nuevo, la hermana que se sentía madre, mostró su autoridad sin llegar a confesar que sabía bien de lo que hablaba. -¿Por qué nos creemos tan superiores a los hombres? Ellos se aprovechan de eso -preguntó Amaranta-. Debería darnos vergüenza no exigir el mismo grado de compromiso, en lugar de intentar agradarlos y hacerles la vida fácil para que no se vayan de nuestro lado, y al final, ya vez lo que sucedió con papá... -Sólo hay que dejar de compadecernos de nuestro sexo. Es esa imagen la que nos hace parecer tan débiles, pero lo cierto es que conozco muchas chicas que tratan a sus novios con absoluto desprecio. -Somos chicas modernas, Meryl. Tampoco acaban de sacarnos del amazonas. Se podría decir que 57


entendemos lo que concierne a las relaciones entre hombres y mujeres. Deberíamos tomarnos este tipo de separaciones con más calma. Sin embargo, seguimos aspirando a grandes familias que se derrumban. Nunca me casaré. Meryl permaneció en silencio. Su cara se iluminaba bajo un sol suave, pero no parecía feliz de saber que su hermana pensara que esa era la única salida honrosa, renunciar a crear familias tradicionales. Cada vez se veían más mujeres criando a sus hijos ellas solas, sin la ayuda de nadie y buscando la distancia con el progenitor. Como mujeres había decisiones que tomar, y creer que podían criar a sus hijos sin la presencia de sus padres no era una buena opción. A Meryl ya nada le extrañaba, y que hubiese mujeres decididamente poniendo una maleta a sus hijos para convertir su infancia en un viaje continuo entre la casa de mamá y la casa de papá, tampoco le parecía la peor de las soluciones. -Quizá deberíamos moderar nuestra postura. No lo sé -retomó la conversación Amaranta-. Según parece la decencia se pone a prueba cada vez que hablamos de amor, si es que de eso hablamos. Lo cierto es que en las rupturas, tanto hombres como mujeres, sacan lo peor de sí. Como mujeres estamos en un callejón sin salida, pero algunas piensan que lo podrán sortear si encuentran un hombre que ceda a todas sus exigencias, dócil y aburrido. Esa tarde le contó a Amaranta lo de su ruptura con el amor mayor que la había acompañado aquellas navidades, el tiempo que llevaba con él y que había vuelto con su exmujer. Era la primera vez que se abría de aquel modo, porque incluso cuando su madre le había preguntado al respecto, había guardado silencio. No fue muy oportuno mezclar la reivindicación feminista de una conversación superficial con sus propias vivencia; todo se veía de otra manera y entraban los factores decididamente personales que no se podían eludir. Las circunstancias de su aproximación al amor habían sido salvajes, por decirlo suavemente, la diferencia de edad y la separación matrimonial de Dicks, habían sido insalvables, pero además, no podía culparlo porque ella se lo había tomado desde el principio como una diversión. Amaranta la escuchó en silencio como si se hubiese quedado en blanco, incapaz de construir un argumento o una frase, para poder apoyarla. Le concedió todo su tiempo y escuchó como quien escucha a un profeta. Y, cuando Meryl se percató de que estaba tan impresionada, dejó de hablar también y caminaron un rato en silencio. Era alentador saber que otras mujeres podían pensar como ella y que la visión masculina del mundo necesitaba un aprendizaje; todo indicaba que los hombres necesitaban identificarse de nuevo con la ternura la sensibilidad perdida, y era por eso que su punto de vista no les interesaba demasiado en el tema que acababan de tocar. Tal vez, Amaranta no había entendido todo lo que quería decir, no se había expresado con claridad porque no era un tema fácil, eso estaba claro. Tenía que haber puesto en juego sus últimas experiencias y haberle dicho que las relaciones entre hombres y mujeres estaban en crisis, que habían llegado a un momento que ya no se necesitaban para un proyecto de vida. Se refería a como ella había llegado a interpretar su propia sexualidad, lo que desde luego, generalmente, los hombres no hacían. La charla la había llevado a reflexionar sobre un tema que aún necesitaba aclarar y del que no terminaría de saber lo que pensaba hasta que lo escribiera. Otras mujeres escribían sus artículos en revistas de moda o suplementos dominacales. Si algún día llegaba a escribir algo al respecto debería intentar publicarlo, aunque sólo fuese por la necesidad que las mujeres tenían de dominar sus propios temas y no dejar ese campo también a los hombres. ¿Acaso no era ridículo que los hombres intentaran descubrir lo que ellas pensaban, antes que ellas mismas? Cada persona tiene una forma absolutamente particular de ver el mundo, pero incluso en temas tan escabrosos como la fidelidad, las relaciones sexuales sin compromiso ni amor (¿lo que en los sesenta llamaban amor libre?), como el trampolín de afectos para alcanzar las metas personales, la falta de confianza. Al principio, cuando en su adolescencia empezó a notar la codicia en la forma en que algunos hombres mayores la miraban, Meryl no le había dado mucha importancia, se reía de ellos, jugaba y los ridiculizaba. Empezó a admitir un peligro real con el asesinato de aquel niño cerca del campamento de verano. No había dejado de arrepentirse de la noche que ella y Amaranta salieran para tomar una copas y dejaran sola a su hermana pequeña, 58


estaba segura de que se había comportado como una idiota y de que nunca volvería a cometer un error así. Fue por eso que, al integrarse Demetrius en la familia no le había quitado ojo, había sugerido a su madre que la habitación de su tía estuviera en un extremo de la casa y las de las niñas en el otro, de tal forma que el hombre viejo no tuviera excusa para rondar por aquella parte de la casa. Y para acabar de complicarlo todo, por aquel tiempo, fueron al cine a ver “Lolita”, y terminar así de finir su amor incondicional por Kubrick. Y así, llegado ese momento, poco antes de salir para la universidad, se pasaba la noche vigilando cualquier ruido o movimiento extraño por la casa. Se tomó su tiempo para hablar con su madre de que Demetrius se levantaba al baño con frecuencia por la noche, a lo que Jana Úrsula le respondió que era normal a su edad. Y después en la universidad no había conseguido concentrarse, había llegado a la conclusión de que la vida era absurda y no podía luchar contra eso, así que se había dejado llevar como una principiante. Habría tanto que analizar al respecto... Pero no, estaba de vuelta, en casa, paseando con su hermana por la calle de tiendas y cafeterías, hacía un día espléndido de primavera y todo se podría interpretar, por partes eso sí, pero todo tenía una interpretación, desde luego. En las afueras de Mindstorm no se ven muchas caras nuevas, tal vez por eso caundo se cruzaron con aquel chico, Amaranta le dio un codazo a su hermana, “Stiff el dedos, el nuevo novio de Erika; era amigo de Ernie, pero no le di bola, así que cortejó a Erika. No sé como consiguió que le hiciera caso”. -¿Te arrepientes de haberlo rechazado? ¿Te gusta? -le pregunto Meryl -La juega contra nuestro orgullo a menudo. Siempre creí que tenía a raya los deseos, ya sabes. Me encuentro dispuesta para amar, definitivamente, no se trata de eso. Tal vez sea que al verlo al lado de Erika... -¿Mamá sabe que Erika tiene novio? -No, no se lo ha dicho. Es como si se avergonzara de él porque es de una familia humilde. El padre no trabaja y el es camarero. El único propósito de aquella conversación era poner al día a su hermana de las novedades, porque al fin ninguna de ellas iba a aconsejar a Erika o a decidir lo que era mejor para ella. En el pasado habían tenido que enfrentarse a cosas parecidas, otros chicos habían ido y venido en sus vidas y habían sabido salir adelante. El amor les había dolido y se habían sentido decepcionadas otras veces, hasta casi dejar de creer en él. Pero eran jóvenes y les había servido. “Nadie aprende si no arriesga”, comentó Meryl. -¿El dedos? -preguntó -Es porque toca la guitarra. No por nada más excitante. -¿Un rockero? -No, sólo toca la guitarra. Al pensar sobre eso, Meryl encontraba que Erika siempre había sido la más delicada y sensible de las tres, se emocionaba en exceso y, sus aires de marquesa francesa, tal vez se debían a esa necesidad de rechazar lo soez que le impedía su mundo de azúcar de algodón. Debería haberse sentido más interesada por sus cosas, pero al ser la más pequeña, de algún modo inmaterial, se sentía más en sintonía con Amaranta. Visto desde su punto de vista, aquella delicadeza de la pequeña Erika, era lo que la había llevado a estar tan unida a su abuelo. Se había muerto cuando Eruka sólo tenía cinco años y había sido muy difícil explicarle porque había desaparecido. Habían calculado minuciosamente entre todos como tratar aquel tema, y en la familia se pudieron de acuerdo en decir que se había ido de viaje, pero Erika supo desde el primer momento que se había muerto y lo que eso significaba. Meryl tenía la impresión de que en cierto modo, aquel recuerdo del abuelo era lo que la hacía empatizar con Demetrius hasta un punto que ni la tía Engracia concebía. Incluso había puesto de nuevo la foto del abuelo bien a la vista en su habitación. Al hablar de ello con Meryl de había dicho, que mucha gente dice que se la aparecen sus seres queridos después de muertos y que están con ellos. Que el abuelo estaba con ella en cada decisión que tomaba o cada error que cometía, ayudándola. Pero, según afirmó, en su caso era verdad, se le aparecía en sueños y 59


cuando eso sucedía la imagen era tan real que daba miedo. Ningún sueño era tan real como aquellos en los que aparecía el abuelo. Meryl no daba crédito a aquella obsesión, y Erika concluyó recordando que el abuelo siempre había sido muy de pasteles y tomar todo tipo de dulces, y que en su último sueño le había preguntado si no tenía nada de... chap, chap, y había hecho un ruido mientras se llevaba los dedos a la boca. El cumpleaños de Erika fue una estupenda ocasión de presentar a Stiff el dedos a su madre, pero no lo hizo. Se había sorprendido a sí misma al descubrir que ya no estaba enamorada como al principio. Conocer sus propios sentimientos le resultaba demasiado duro, pero nadie puede saber como una mujer va avanzando en lo que siente hasta que cree haber encontrado el hombre que necesita. Stiff se había peleado con una mujer por un tema de tráfico y ella estuvo presente en toda la discusión. Erika se había subido en el ciclomotor dejándose llevar por Stiff que conducía tan apretado e incómodo que tenía verdadera prisa por llegar a su destino. En el aparcamiento de un centro comercial los conductores no son de fiar, sobre todo si buscan un sitio para aparcar y la afluencia de coches es imparable. Por fin quedó un sitio libre y la mujer que conducía detrás de ellos intentó ocuparlo con una fuerte aceleración y movimiento brusco del volante. Les tocó levemente y casi provocó que se cayeran, lo que Stiff evitó de un salto y sujetando la débil motocicleta mientras Erika ponía un pie en el suelo y ayudaba amparando por su lado. Stiff empezaba a creer que podría controlarse pero o fue así, dejó la moto en el suelo y golpeó el cristal de la conductora soltando todo tipo de insultos y amenazas. Detrás un niño de no más de tres años lloraba desconsolado mientras su madre se encogía aterrada. Erika pensó que si aquella ventanilla cedía a los golpes, su novio terminaría por golpear a aquella señora. Por fin Erika empezó a gritar y se abalanzó sobre el intentando cogerle de los brazos. Le gritaba que estaba loco que dejara de hacer aquello y que se fueran. El miró al suelo y cogió aire, soltó un ¡mierda!, que lo tranquilizó. Entonces se dirigió a la moto y la levantó con brutalidad, se subieron y se fueron. Mientras la moto buscaba la salida, Erika pensaba que, en el estado en que se encontraba iba a ser difícil que no tuvieran un nuevo percance o una caída. Todo fue muy extraño e inesperado, y ella quedó en Shock por unos días. Ahí empezó su desafección, esa escena descubrió algo que no sabía, otra cara de Stiff el dedos y por eso no deseaba que su familia lo conociera. Al día siguiente de aquel suceso, ya más calmada, quiso hablar con él. Estaba reparando su moto y llevaba en una mano una llave con la que intentaba aflojar un tornillo, sin éxito. Se acercó a él y sintió el olor de la grasa y del sudor que exhalaban sus ropas. No era tan desagradable como le había parecido en otro tiempo y concluyó que se estaba acostumbrando a lo que siempre había detestado, lo abandonado de la gente, la desidia y la falta de interés por el futuro. Se fijó en sus manos callosas y no concibió que, un vez, hubiese deseado ser tocada por ellas, y lo que aún era peor, haberse dejado tocar y disfrutar haciéndolo. Por su parte, para aquella visita en el garaje de Stiff, se había puesto ropa anodina, con colores gastados y sin vida, ni hablar de pantalones ceñidos o blusas apretadas. Tampoco había hecho otra cosas que ducharse y salir de casa con el pelo mojado, es decir, tan dejada que no podía inspirar la más mínima mirada pasional -eso tampoco era tan difícil porque Stiff no la miraba así desde hacía un tiempo-. En ese instante se sintió dueña de sí y convencida de sus razones. Eso era algo que formaba parte de una forma de ver el mundo diluida en su propio desarrollo: Era como si necesitara perder su carácter y personalidad para desarrollar nuevos conocimientos y formas críticas de ver el mundo, pero también cabía la posibilidad que en medio de eso estuviera la fuerza arrolladora de la personalidad compartida de Stiff. Cualquier psicólogo asumiría que la relación que había empezado un año antes, resultaba tóxica para y que debía terminarla para conocerse a sí misma. Esos mismos psicólogos intentarían aclarar que nada de lo que sucede es bueno si interfiere en nuestras vidas complicándolas hasta hacernos daño y que debía asumir sus propios retos y hacerse cargo de sus propias decisiones. Pero mientras lo veía, allí agachado sobre aquel tornillo difícil, pensaba en que tipo de reacción violenta desarrollaría cuando le dijese que se relación estaba extinta como humo sobre cenizas. Dada la exigente educación a la que Erika había sido sometida desde muy niña, no sólo por sus 60


estudios sino por el refinamiento que ella misma se exigía, se preguntaba cómo podría llevar a cabo su declaración “haciendo el menos ruido posible”. Su consideración con Stiff, intentando dar forma a su fracaso sin echarle la culpa, no sirvió de nada, él gritó y pateó cuantas latas y herramientas encontró a su alrededor. Un muchacho de su temperamento no podía contentarse con una explicación superficial que no dejaba ver la decepción que ella realmente sentía. Debería haberle mostrado todo lo que sentía con absoluta vehemencia y dolor y tal vez así, él comprendiera que no se trataba de un capricho de una niña bien. Siempre le quedaría la sospecha de no haber sido suficiente para ella. Por fortuna, Erika se mantuvo en su versión y no le hizo ni un reproche, pero eso no fue suficiente para que los gritos se oyeran desde la carretera. La violencia no pasó de zarandearla cuando ella le puso la mano encima pidiéndole comprensión, pero además de los insultos y el desprecio, estuvo aquella forma de gritar tan desafiante. Aquella misma mañana, Amaranta llegó tarde al trabajo. Después de tres horas de anodino trabajo de doblar y recoger prendas de invierno para el almacenaje, permaneció de pie detrás de la caja esperando que algún cliente se decidiera por alguna prenda de rebajas o le pidiera consejo. Empezó a sentirse molesta con un hombre mayor que sacaba camisas y suéteres, los estiraba, se los probaba y los dejaba tirados sobre las estanterías como si fueran trapos. Hubo un intercambio de miradas en los que el hombre parecía parecía interrogarla con un “¿qué carajo miras?” Pero sólo cuando le cayó una camisa sobre la alfombra mojada cerca de los paraguas ella explotó y soltó un insulto que creyó que él jamás oiría por muy buen oído que tuviera, pero no fue así. La mañana era de lluvia de abril y la humedad lo impregnaba todo. Cada vez que Amaranta se llevaba el pañuelo de papel a la nariz parecía murmurar con desagrado, pero nadie podía estar seguro de eso. En cuanto el hombre se dirigió a la caja para preguntar si no tenían tallas superiores de un suéter, ella le pidió que esperara porque estaba atendiendo a otro cliente. En ese proceso de espera se le volvió a caer una prenda y la pisó aparentemente de forma fortuita. -Señorita, ¿me va a atender? -dijo con impaciencia -Sí, en cuanto pueda. Es usted muy nervioso, ¡tranquilícese hombre! -respondió Amaranta. -¿Está segura de que quiere vender? Es usted muy torpe -añadió el señor-. Tengo un día muy complicada y usted me retrasando. -No me diga que tiene prisa si lleva toda la mañana desordenando estanterías. -Usted debería estar en casa lavando platos, no sirve para dependienta. Amaranta, que estaba guardando la ropa del otro cilente en una bolsa y a continuación le daba el cambio, estaba ya libre para atender al señor antipático, pero en lugar de eso le soltó -es usted un idiota y un machista. No me parece que haya venido a comprar sino a molestar-. En ese momento el interpelado comprador, arrojó la ropa que llevaba en las manos sobre el mostrador, soltó un nuevo insulto y salió con toda prisa. Mary Gateborg, que no había dejado de observar toda la escena, se acercó a Amaranta y cuando se acercó a ella desde el otro extremo del mostrador, todavía se encontraba enfadada y contrariada. -El cliente siempre tiene la razón, en estas circunstancias no puedo estar segura de que sepas en qué tipo de empresa trabajas. -No sé que quieres decir. Era un gilipollas. -La tienda no va bien, estoy pensando en cerrar o seguir unos meses, pero si he de hacerlo no puede consentir estas conductas -sonó sin piedad-. Las cuentas no salen. Creo que es mejor que recojas tus cosas y te cojas unos días para recapacitar. Yo también lo necesito. Dicho eso, Mary Gategorg pasó de ser, a los ojos de Amaranta, una jefa guapa y comprensiva, a una persona fría y sin sentimientos. Era lo normal en estos casos. Ni antes había sido tan buena, ni entonces tan despiadada. Más tarde, con el cepillo del pelo arrastrando con despiadada profundidad, dirigió sus ojos a la figura que aparecía detrás de ella en el espejo. La casa estaba en silencio, Úrsula había salido al banco a pagar la hipoteca y Erika andaba en cosas que nadie sabía. Era Meryl, como una figura evanescente capaz de andar sin posar los pies en el suelo y de darte el susto de tu vida. Se dio 61


cuenta en ese momento de cuanto la había querido y admirado desde siempre, y cuanta nostalgia le producido eso tantas veces en que no había podido refugiarse en ella en momento difíciles. -He perdido mi trabajo. Siempre suceden cosas inesperadas. Posiblmente traté a un cliente como si fuera basura, pero creo que Mary debía estar muy harta de mi, y lo disimulaba muy bien. -Hay gente así, a la que nunca le notas nada. -Le hubiese roto la nariz de un puñetazo sino fuera delito -la voz sonó tan sincera, que sus deseos más íntimos hubiesen sido expuestos en un momento tan difícil, sin esfuerzo-. Creo que no tengo remedio. Debo reconocer que pertenezco a ese tipo de personas que quiere arreglar el mundo a mamporros. Tal vez era sentirse rechazada por la sociedad, la idea que iba creciendo, porque intentar que alguien pudiese comprender todo lo que bullía en su interior era como correr en solitario y creer que el resto de corredores eran capaces de seguir aquel ritmo endiablado. A pesar de todos los intentos por comunicar y reprimir los deseos violentos, su familia pensaba que era una chica dulce y comprensiva. Se trataba pues de una relación confusa, de un error desde el principio que mantenía con mucho esfuerzo no poniéndose en conflicto con aquella imagen tan poco real. Meryl le prestaba una atención religiosa, la escuchaba con la devoción de un discípulo que de pronto y sin transición se tornaba en siquiatra. Veía a Amaranta retorcerse sobre una silla, levantarse a la ventana, darle la espalda y ponerla la cara delante de la suya sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Seguía atenta, intentaba saber sobre su ira sin creer ni por un momento, que el despido tuviera tanto que ver en el resumen de sus frustraciones. “Nada me sale bien”, concluyó. ¿Debería resignarse a llegar a ser una adulta sin convicciones? De cualquier modo, eso era lo que menos se parecía a madurar. -Creo que tus pies siguen tocando el suelo, no debes preocuparte por las sombras si no te dejan dormir -intentaba calmarla, pero no lo consiguió. Amaranta estaba nerviosa y enfrentada con el mundo. La miró muy enfadada y sin ganas de seguir el mensaje apaciguador de sus hermana. Había dejado de escucharla: se inclinaba hacía atrás deseando dar el paso que creara una distancia prudente entre las dos y le permitiera mantenerse en su forma de ver lo que sucedía. No iba a haber una conclusión definitiva, estas cosas dan muchas vueltas y se cambia de opinión muchas veces en los días posteriores al “accidente”, pensó Meryl. Amaranta exhibió sus dientes con vacilación en una sonrisa impostada y añadió -¡Déjalo hermana, no tengo el cuerpo para muchos análisis! La familia es donde reside el remordimiento. Era como haber perdido un nuevo combate, como haber huido de la estabilidad rutinaria dejándose llevar de su mal genio. Pero no había mala conciencia en sus actos, tan sólo la desolación que le provocaba la resaca posterior al derrumbe. Es mismo día, sumergida en graves pensamientos y sin demasiadas ganas de controlar su furia se encontró con Erika en plena calle. La hermana pequeña lloraba apoyada en la puerta de un portal anónimo, muy cerca del centro de salud. -Ese cabrón me ha gritado y me ha tratado como una puta -dijo con cogiendo aire para poder hablar. -¿Te ha tocado? -Preguntó Amaranta muy alarmada. -Quiso pegarme, pero no le deje -lo que acababa de decir era muy subjetivo, porque si él hubiese tenido esa intención lo habría hecho, pero el maltrato había sido real. Su su propia hermana no la entendía, ¿cómo podía aspirar a ser entendida por los adultos, por su madre o su tía? Los adultos estaban sobrados de prudencia, porque al final hacían lo que querían, culpaban a quien quería y castigaban a los culpables, pero sin prisas. El mundo se transformaba a sus ojos, no podía contarle nada de sus urgencia si no quería que la encerrasen en casa. Cada minuto de su castigo anhelaba salir corriendo, así había sido su infancia, perdida toda atención en el reducido espacio de una habitación a oscuras, la suya. Recordaba a su padre con aquella gravedad poco natural, con la voz que le hacía poner Úrsula cuando se trataba de castigar a la hija más traviesa, precedido de conversaciones opacas, se volvía a su trabajo guiñándole un ojo porque 62


entonces ya sabía que no iría a dormir aquella noche y tendría que ser la madre la que decidiera si levantarle el castigo, por ella misma y sin apoyos mezquinos. Aquellas horas se hacían interminables, largas temporadas en el infierno, leyendo a Verlaine o a Rimbaud, siempre severos, siempre resentidos. Aprendió a ver la calle a través de una grita en la contra de madera, cerrada a cal y canto, como lo hacía todo su madre cuando la castigaba. El nervio tenso de los tendones sonó fuera del garaje, cuando abofeteó a Stiff haciendo saltar uno de sus dientes que no se detuvo hasta golpear en el cristal de una ventana con un leve “clinc” desconocido. Stiff se cogió la cara consumido de dolor pero sin dejar mirarla, Amaranta levanto de nuevo el brazo, estaba vez con el puño cerrado, y al hacer el gesto de volver a golpearlo, él dio dos pasos atrás tropezando con un gato de automóvil y cayendo al suelo sin remedio. -No te vuelvas a acercar a mi hermana o te saco los ojos, y eso no es negociable, desgraciado. Fue consciente de que a los chicos como Stiff, las amenazas como las suyas le resbalaban como gotas de lluvia en un impermeable nuevo, del mismo modo que no le importaba en absoluto haber perdido un diente, tal y como se esperaba de él en el barrio conflictivo en el que siempre había vivido. No hacía falta ser tan inteligente para asociar su última sonrisa a lo innecesario de aquella acción, no deseaba volver a ver a la niña tontita que tocaba el piano. Por último, cuando ella ya se daba la vuelta para salir, el le mostró el dedo anular de la mano derecha con un “jódete”, muy convencido. Aunque Amaranta no estaba dispuesta a consentir algunas cosas, tenía claro que no había hablado por hablar, que cuando de ella salía la rabia como había mostrado entonces, exponiendo el dolor del peor día en mucho tiempo, deseaba ser tomada en serio, de lo contrario tendría que atropellar a aquel idiota con un coche y no era el caso. -Hay días que es mejor no levantarse de la cama -le soltó a Meyl de vuelta a casa. -¿Qué ha pasado? -Mejor que no lo sepas. Meryl deseaba ser comprensiva con ella, pero por algún motivo que no conocía la encontraba más tranquila que unas horas antes. Eso era exactamente lo que su hermana necesitaba, un poso de sosiego en uno e esos días en los que parece que no terminan de pasar cosas que no esperas. -¿Al menos estás segura de que todo se ha tranquilizado? -Añadió Meryl segura de que no iba a contar nada que no quisiera contar, pero sin duda se enteraría más tarde, o tal vez, otro día. -Mi vida es exactamente lo que todos esperaban de ella desde siempre. -¿Qué quieres decir con eso? Nadie te ha obligado nunca a ser de ninguna manera especial. No me vas a culpar también de eso. Los hermanos mayores parecemos ser los culpables por no haber renunciado a su vida en favor de la de sus hermanos. Yo también estoy harta de muchas cosas, lo deberías saber. Crecer no es fácil para nadie y los últimos años hemos pasado por malos momentos. Y si pensamos en ello, la que más motivos tiene para quejarse es Úrsula, desde luego. Amaranta, que se había sacado el impermeable y los zapatos, se había sentado en un sillón a hojear una revista. Meryl la tranquilizó acerca de su hermana pequeña, se había puesto un vestido de presumir, por así decirlo, y se había ido a su clase de piano. Era una chica dura a pesar de su aspecto frágil. En ocasiones fingía dramas que no eran para tanto, como si se acabara el mundo o se quedara sin aire, y un minuto más tarde estaba riendo y haciendo bromas. Amaranta se preguntó si no se habría pasado con Stiff. Iba de colonia hasta arriba, dejó ese olor inconfundible por toda la casa. No sé si le habrá echado el ojo a otro chico, pero si es así, se entenderían algunas cosas. Meryl se había limitado darle un beso y preguntarle si se encontraba mejor. Erika había cerrado la puerta observando que a los chicos no se les podía dar demasiado porque entonces se creían con derechos que ella desconocía, “lo de Stiff se acabó, puedes estar segura”. En ese tiempo hubo una boda real que tenía ocupada a Úrsula todo el día. Puso una televisión en la cocina y seguía los desfiles pelando patatas. Era consciente de que Erika era la única que la apoyaba en eso, porque sus otras dos hijas y su hermana, rechazaban todo lo que tuviera que ver con el gasto de los reyes y sus injerencias políticas. Ella no entendía nada de política, y tal y como lo veía, los países que no tenían un rey en lugar de ciudadanos tenían gente baja, sin rango ni clase. 63


Meryl siempre había tenido la sensación de que su madre vivía en un mundo de hadas del que se negaba a bajar a pesar de todo lo malo que le deparaba la vida. Puesto que no hacían mal a nadie, ese tipo de mujeres viviendo en mundo de fantasía alimentaban un mundo lleno de desigualdad que no estaban dispuestas a reconocer. Era como si al terminar de criar a sus hijas siguiera amamantando la idea de que todo el mundo vivía bien en su comunidad, y eso a pesar de los nómadas que ponían sus tiendas al lado del ferrocarril, e incluso después de que a los Olsen le robaran las gallinas y les aparecieran sus perros muertos. La noche que sucedió, Meryl no los oyó ladrar a eso de la una de la mañana y después de esa hora callaron para siempre. Se asomó a la ventana por la mañana y justo a sus pies estaba un coche de la policía atendiendo las quejas de Muriel Olsen, que no dejaba de agitarse y dar todo tipo de explicaciones mientras Sissi, el perrito que dormía dentro de la casa y que se había salvado de la masacre, no dejaba de ladrar y de enredarse en sus piernas. El crepúsculo sobre la ventana que daba a la caseta en la que yacieran los perros muertos, no volvió a ser lo mismo. El declive de la tarde del verano que se anunciaba con los trinos de los petirrojos y los cacaréos de los gorriones, y dejaba sombras que no eran deseadas. Nada llegaba aún tan definitivo como el poliéster de la ropa que aún la cubría con la ventana abierta, para poder fumar sin dejar olor en la habitación. La boca se estrechaba para poner los labios sobre el filtro manchado de rojo intenso y desechado antes de que las pupilas anunciaran que la tragedia debía ser olvidada cuando, en serio, se anunciara un veraneo de vacaciones en la playa, o un viaje por Europa.

De cuando la velocidad se convierte en mandíbula

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Desde la Realidad de la noche

1 Desde la Realidad de la noche Sue Nardi se sentó frente al espejo de la cómoda como lo había hecho los últimos treinta años, por convencimiento en sus posibilidades y porque creía firmemente en ese estado de cosas que convierte en culturales los actos que, a su vez, llevan al pueblo a formas de vida en común. Arreglarse antes de salir de casa y tomarse su tiempo para que cada capa de maquillaje estuviera en su sitio y en la proporción adecuada, eso formaba parte de lo que sabía del mundo y todos deberían respetar. Independientemente de lo mucho que hubiese avanzado la técnica, los nuevos productos o la superficialidad con que las jóvenes se tomaban un hecho tan trascendente, los momentos vividos después de un prolongado maquillaje, habían formado parte de todo lo que realmente importaba. Las grandes celebraciones, bodas, fiestas, el fin de año y bailes dominicales en salas y centros culturales, eran recuerdos imborrables, pero también visitas a parientes enfermos en el hospital, citas en el colegio con el director para hablar de la marcha de Angie o reuniones en el sindicato para 65


decidir si ir a la huelga, también habían sido precedidas del análisis necesario de cada nueva arruga y su reparación con colorido maquillaje de aplicación gruesa. Aquellos muchachos del bar de abajo la tenían preocupada, todo el día alrededor de la máquina electrónica, o apoyados en la barra a punto de derrumbarse. Se sentía controlada y no podía hacer nada por evitarlo, tampoco se atrevía a decírselo a Ted, podría montar un altercado, no se podía decir que no fuera un tipo nervioso. Entonces, pasó una semana y creyó que se los había quitado de encima, preguntó a Louise la camarera y le aseguró que habían estado pero que salieran para un trabajo que no les llevaría más que unas horas; y así fue, al día siguiente a primera hora, volvían a estar allí recreándose en aquella atmósfera semivacía y húmeda de los bares viejos. Cuando preguntó por ellos, lo hizo de una forma despectiva, lo que no impresionó a la camarera. Para un bar medio muerto, tener clientes habituales era una suerte, y la respuesta fue animada, “no son alborotadores, estamos contentos con ellos”. ¿No eran alborotadores? Ella llevaba toda al vida bajando a tomar café y no se sintió justamente tratada. Mientras que ella había ofrecido su colaboración cuando el bar se inundara por una cañería obsoleta, y le había dado conversación en tardes eternas de domingo, le había llevado dulcería al volver de la compra o la había escuchado cuando la dejaban sus novios para que se desahogara, y aún cuando nadie hubiese demostrado que ella tampoco fuera una alborotadora, lo cierto era que aquella simpatía abiertamente mostrada, le parecía un insulto. “Esos tipos no son trigo limpio”, añadió. Le empezaba a resultar desagradable bajar al bar cuando Ted no estaba en casa, se sentía observada, aunque siempre evitó que su mirada se cruzara con la de aquellos tres jóvenes. Él volvía de dar vueltas por la ciudad sin un destino fijo y todo entraba dentro de la normalidad que esperaba. Durante un tiempo no había podido dormir porque no acaba de aceptar las prejubilaciones por la crisis en la empresa. En el sindicato le habían explicado minuciosamente como iba a encajar en su economía, y la necesidad de que empezara a pensar en cambiar sus hábitos de consumo. ¿Cómo iba a cambiar sus hábitos de consumo? Nunca habían sido gastadores, y tampoco podrían dejar de comer. En vacaciones no salían de casa y no recordaba cuándo había sido la última vez que habían salido a cenar fuera. Los hábitos de consumo estaban demasiado comprimidos. Todo aquello tenía que ver con la producción a nuevos costes en otros países, de la competencia internacional, de la falta de ayudas estatales y la necesidad de contratar carga de trabajo sin que se les adelantaran los chinos, que ahora hacían un trabajo de primera calidad por la mitad de precio... Sin embargo, para Ted, responder a los del sindicato, que en su caso, tenía más que ver con comer todos los días en un sistema que seguiría subiendo los precios los próximos años, eso empezaba a resultar tedioso. Los primeros meses fueron los más duros. Las rutas a pie a través de la ciudad le acortaban el día, y volvía cansado para intentar dormir cuatro horas de un tirón, al menos. Así iban pasando las horas, y cuando parecía que empezaba a acostumbrarse a la rutina, una gripe complicada con algo de pulmón lo tuvo una semana tumbado en cama y se gastó el presupuesto del mes en medicamentos. La mayoría de las cosas suceden sin previo aviso, para bien o para mal, sin que las hayamos esperado, y ese día no iba a ser menos. Dado que Sue solía pasar el día en casa, dedicada a sus tareas, escuchando la radio y leyendo el horóscopo, Ted salía confiando en encontrarla sentada en un sillón de la sala en la misma postura al volver. Pero eso no era así, en cuanto salía por la puerta ella empezaba a moverse, a revisar todo lo revisable, a salir al kiosko a por tabaco, a la cafetería o al parque a sentarse al sol, que después de todo, sólo quedaba tres calles más abajo. En un cajón de la cómoda tenía un carmín nuevo que había comprado en los grandes almacenes, color carne rosada. Estaba deseando probarlo, sobre todo porque el fin de la semana siguiente, volvía Terio y no deseaba tener esa sensación ridícula de estrenar algo en los momentos especiales. Terio se había ido a estudiar muy lejos y aquella tarde aburrida y sin ganas, pensó que tener un hijo para verlo en vacaciones no era lo que había esperado, pero aquello iría a peor, sobre todo porque el muchacho no deseaba, lo que se dice, fundar una familia, y ella necesitaba el ritmo en su vida que dan las nueras y los nietos. No necesitaba compararse con otras mujeres de su edad para comprender que, en la 66


mayoría de los casos, no influían lo más mínimo en el hundimiento, si llamamos así a todo lo que se venía abajo por las enfermedades, la falta de entendimiento de las parejas o los hijos que se iban al extranjero como si los padres fueran na carga demasiado pesada para ellos. Resultaba bastante claro para Sue que su vida ya no iba a girar en torno a la familia de su hijo, y que si lo hubiese pensado antes, hubiera debido tener un par de hijos más. Del mismo modo, aspirar a tener tres nueras y un montón de nietos, era una aspiración que en la soledad de sus tardes de domingo, resultaba un recurso traído hasta la saciedad. Imaginaba como hubiera sido su vida en tales circunstancias, la idealizaba y la perfecta armonía con sus inventadas nueras hacían de su mundo un estado de perfecta compañía y camaradería: cosas como salir juntas a al centro, a merendar dulces y chocolate, ir de compraras a los grandes almacenes y llevar a los nietos a pasear al parque, parecían estados que se había perdido de antemano pero con los que, al menos, podía seguir soñando. Tras pasar un rato recapacitando hacia donde se encaminaba su vida, Sue encendió las luces alrededor del espejo de la cómoda, se puso una toalla a modo de turbante sobre el pelo mojado y con los pechos cubiertos por otra toalla, se dispuso a maquillarse. Pero antes de empezar su labor, se miró concienzudamente, cada grano, cada verruga, cada arruga y sobre todo, aquellos ojos machacados por arrugas que nadie sabía de donde habían salido. Ahora que se reconocía como un mapa de camionero, usado, roto y sucio, aceptó una vez más que nadie podía luchar contra la vida y que, en ese caso, la vida también pasaba sobre ella como un tren que no paraba al oír crujir sus huesos. Estaba desanimada y no deseaba extenderse demasiado, si bien, en ocasiones era uno de sus entretenimientos favoritos. Sacó todo lo necesario de un cajón y se sentó den el centro de su otomana, dando un saltito y tirando de ella quedó perfectamente instalada. Era media tarde y la luz entraba con moderación a través de los visillos pero las bombillas eran suficientes, aunque daban una luz muy blanca. Era la mejor hora de la tarde si pensaba salir después de arreglarse porque no le daría tiempo a hacer otra cosa. Se levantó para coger pañuelos de papel y le dio ganas de orinar, sin detenerse fue al baño y terminó en un momento. Resopló y dijo, aún sabiendo que nadie podía oírla, “vamos de nuevo al trabajo”. Después de veinte minutos, no sólo se había puesto maquillaje en los ojos y los pómulos, sino que se había arreglado el pelo también. Se vistió, cogió un bolso con adornos de cuerda y salió decida a andar por aquellos lugares en los que no se encontraría con Ted, posiblemente el parque municipal y sus alrededores. Durante años, Ted se había preguntado en qué habían fallado, cómo habían llegado a aquella situación y si era posible que Sue dejara de aceptarlo como una normalidad impuesta. Una rebelión por su parte sería difícil de tratar, pero la resignación parecía aún peor. Después de su jubilación, estuvo un tiempo muy pendiente de ella, le llevaba regalos inesperados e intentaba hablar y pasar más tiempo a su lado, pero se dio cuenta de que no era lo que ella quería, vivía en su mundo y de ahí no quería moverse. Hacía mucho que no se daban u beso o se abrazaban, o tenían otro tipo de gestos de afecto, como hacían en el pasado, eso ya era historia, por así decirlo. Mucha gente vive sin desear cambios en su vida, ni compararse con otras vidas que puedan parecer mejores. Vivir por costumbre es lo que menos problemas podía traerle y no se rebelaría contra eso, pero podía hacerlo si Ted llegaba un día intentando cambiarlo todo. Así pues, se trataba de dos caracteres fuertes que habían aprendido a convivir sin enfrentamientos gratuitos, todo perfectamente equilibrado. Deseaba ver a AngieTerio, era un buen hijo, pero se le había ido entre las manos. No sabía en qué momento se le había escurrido como el agua que intentamos retener en la pileta para salpicarnos la cara y siempre termina por desaparecer. Al principio eso había sido causa de una terrible depresión, apenas salía de casa y no quiso decirle a Ted lo que le pasaba, aunque él lo adivinó en cuanto supo que su hijo planeaba estudiar en el extranjero. Cuando subió al taxi que había de llevarlo al aeropuerto, ella no bajó, le dio un beso y lo oyó arrastras la pesada maleta por la escalera hasta el portal. Después, no abrió la ventana, se conformó con mover las cortinas y verlo a través de los visillos. El miró desde abajo e hizo un gesto con la mano, a continuación se despidió de Ted que le ayudó a poner la maleta en el maletero y desapareció. Eso fue todo, no lo volverían a ver hasta 67


nueve meses después, en vacaciones. A una de esas horas de la tarde en que el edificio quedaba en silencio se asomó a la mirilla para ver la escalera, era un piso por planta, cuatro plantas y una sin habitar, sin niños, un edificio de más de cien años, sin ascensor, sin portero, sin ventilación, oscuro y polvoriento. Abrió la puerta y bajó la escalera con algún temor indescifrable, el portal estaba abierto; no había costumbre de pasar la llave; además, la cerradura estaba bloqueada y habría que cambiarla. Era un proceder mecánico, medido y síntoma de sus temores. Había bajado la escalera tan despacio que nadie hubiese oído sus pasos, y cerró la puerta de casa procurando que la llave se deslizara sin apenas sentirlo. Se detuvo antes de salir y puso las llaves en su bolso, miró a la cafetería y vio a los muchachos que o le quitaban ojo a través de una ventana. “Ya están esos ahí”, dijo entre dientes. Olvidó revisar el buzón de correos, aunque lo había hecho por la mañana y si había alguna cosa no podía ser más que propaganda. En un minuto, sin que los pies se hubiesen acostumbrado aún a los adoquines, caminaba calle abajo. Fue entonces cuando los muchachos se movieron y se reunieron alrededor del teléfono en la esquina de la barra. Incluso si se hubiese tratado de un amanecer en el ejército no se habrían movido con tanta agilidad. Cuando al volver, ya de noche, descubrió que le habían reventado la puerta y le habían entrado a robar desde el principio dijo, “tal vez no fueron ellos, pero avisaron a alguien de que la casa estaba vacía”. Lo sostuvo durante años, esa fue su versión y nunca la cambió, ¿pero quién podía saber una cosa así con certeza? La policía tomó huellas y no encontró nada, nunca se supo quién entró rompiéndolo todo, tirando cajones por el suelo y violando su intimidad, para sólo llevarse la televisión, tal vez, porque nada más tenían de valor. Ted estaba demasiado cansado para montar un numerito, se limitó a llamar a la policía y sentarse en un sillón a pensar como harían esa noche para cerrar la puerta de la calle y atrancarla hasta que pudiera llamar a un cerrajero en horario laborable. Se le quitaron hasta las ganas de ir a mear, hasta que se volvió a levantar del sillón e hizo pasar al policía. ¿Qué más podía hacer? Se había hecho de noche y Sue encendió todas las luces para dejar a aquel hombre trabajar con sus polvos en los marcos de las puertas y sus fotografías. Apenas le prestaron atención pero les dijo que era bastante corriente lo que estaba sucediendo en los pisos de tanto años, las puertas no aguantaban una patada. No debía de ser un buen día para nadie, aquel hombre parecía malhumorado y se fue antes de que tuvieran ocasión de hacerle algunas preguntas. Ted salió del baño, le dio la mano y las gracias y lo despidió. Ese fue el momento en el que empezó a pensar en comprar un arma. Lo cierto es que aquel mediodía habían puesto una escena en la televisión de una matanza de un instituto escolar den los USA. Uno de los alumnos se había presentado con un arma larga semiautomática y se había liado a tiros con todo el que echaba a correr en el aparcamiento, después había entrado en los pasillos y había seguido hasta su aula, finalmente disparó contra sus compañeros de clase y se suicidó. La habitación continuaba con la luz encendida después de que Sue apagara todo el resto y se sentara en la cómoda para limpiar el maquillaje que se acumulaba en las orejas, la comisura de los labios, y bajo la nariz. Se hizo un gran borrón y lo fue arrinconando con papel y algodón hasta que creyó que lo había arrastrado todo, después apoyó el codo sobre la cómoda y, a su vez el mentón sobre la mano, sosteniendo la cabeza con resignación. “Bueno, otro día que se va”, dijo para sí, y cerró los ojos. 2 Una nota insistente Coincidió que el día de la semana que se levantó más cansado y dolorido era el lunes de la 68


primera semana de mes, que, a su vez, era el día que solía ir al banco a retirar su pensión y cancelar algunos pagos. No le dijo nada a Sue, pero estaba aturdido, el café le supo al acero de la cafetera y miró a la calle sin confianza en que se pudiera recobrar para convertir la mañana en un bonito paseo de un día que había salido soleado. Ted le dijo que visitaría a Helmut, un compañero de trabajo durante más de treinta años, y que lo invitaría a cenar. Para Sue no cabía duda, Ted no había superado la jubilación anticipada y se veía viejo y cansado, tal vez, inútil y poco valorado; ese era el tipo de cosas que sucedían llegado aquel momento y tampoco era cosa de ir a un psicólogo por tan poco, o al menos, eso era lo que ella pensaba. No había estado en condiciones de tomar una buena decisión en los últimos meses, y la había sorprendido al preguntarle si le apetecería ir a vivir al sur, donde el clima era menos agresivo y amenazador. Ella le contestó que no la separaría de la vida que había construido y que si se quería ir, tendría que hacerlo solo Helmut y Ted habían sostenido en el pasado fuertes discusiones acerca de a dónde se dirigía el sindicato, del poco futuro de la empresa y de si debían seguir presionando para cobrar sus atrasos o darle un respiro, ese tipo de cosas, pero también hablaban de libros y de cine, y sobre todo, de las mujeres y su comportamiento feminista. “Estamos acabados, ellas dominan el mundo”, había dicho Helmut en una ocasión. Y en la suposición de que así fuera, ¿qué probabilidades tendrían de volver a casarse si decidían divorciarse? “Estimado amigo, para las mujeres tu has sido un mal marido. Te miran por encima del hombro. Has fracasado como marido y eso no te lo van a perdonar. Has hecho sufrir a una de ellas; y ya sé que me vas a decir que eso no ha sido así, pero las mujeres que hay a tu alrededor, posiblemente todas menos tu madre, así lo piensan”. Ted daba consejos matrimoniales y sobre las mujeres a Helmut, y su amigo lo miraba con cierta desconfianza porque se creían en situación de empezar algún nuevo romance con una mujer de su edad, es decir, en la más avanzada madurez. No parecía una mañana demasiado clarificadora para nadie, pero estuvo de acuerdo en pasarse a cenar si eso no iba a ser una molestia para Sue, y Ted le respondió que cocinaría él y que no supondría ningún trabajo para ella, al contrario. -¿Te acuerdas de aquel chico, el amigo de Terio? ¿Cómo se llamaba....? Vinicio, eso es. Murió hace un par de años. Era un chaval de los que todo el mundo dice que era bueno. -Siempre iban juntos. Sí, lo recuerdo. Se metió en asuntos muy turbios. A la clase trabajadora la han esquilmado siempre que han podido eso cabrones, nos han quitado el dinero con el alcohol y las drogas, y nos lo ofrecían como nuestro único consuelo y para que nos muriéramos pronto y sin protestar. -Hay algunos amigos, incluso amigos de tus hijos a los que nunca olvidas, porque no esperabas que acabaran así. Además era el hijo de una amiga de mi mujer y venía mucho a casa desde muy pequeño. Fue un asunto muy feo. -Sí, los recuerdo a los dos hace unos años, siempre iban juntos. Ahora no nos queda mucho más que los recuerdos. A veces en los periódicos locales salían sus montajes teatrales, muchos éramos los que lo leíamos y sabíamos que era tu hijo y también conocíamos a Vinicio de esta parte de la ciudad; era un tiempo en que aún te encontrabas gente por la calle y los saludabas – dijo Helmut sin dejar de cortar un trozo de su carne. -Sí eran tiempos muy buenos, o al menos, mejores -puntualizó Sue que había pensado en acostarse pero al final se quedó para cenar con ellos-. Ese chico, Vinicio, de niño era un encanto, y no se trataba de uno de esos jóvenes tristes y melancólicos, era alegre y dispuesto a hacer bromas. Por eso nadie se esperaba que se fuera tan pronto. Llevó mucha gente al entierro, era de esperar, y Terio quería ir a sus clases de interpretación la tarde del entierro, esas cosas pasan con los jóvenes tímidos. Ted se enfadó muco con él y lo hizo acompañarlo al entierro, pero no se acercaron a hablar con su madre, esperaron a que terminara y se fueron mientras el cura iba recogiendo. Yo los esperé en el coche, lo recuerdo muy bien. -Sí, siento decirlo, pero no fue nada que no le hubiese podido pasar a Terio o a cualquier otro -añadió Ted. -Cuando descubrimos que la vida es un encierro, nos cabreamos como niños. Con Vinicio empezó 69


todo, cumplimos años viendo desaparecer una generación por las drogas, pero también la nuestra..., cada día se nos muere un amigo de la infancia, un familiar o un compañero de trabajo. Nos están cambiando el mundo tal y como nos acogía. -Es decepcionante que todo pase así, lo sabemos, pero no ganamos nada dándole más vueltas -dijo Sue que parecía la más lúcida de los tres. -Debe ser así, y seguimos con nuestras pequeñas contrariedades. No sé si le podemos llamar optimismo -le respondió Helmut con una sonrisa. -Estamos muy mayores y sólo hablamos de calamidades, esa es la verdad. Siento haberte invitado para ponernos tan trascendentes. La conversación fue variando y terminaron por hablar de una nueva matanza en un colegio de los USA. Al perecer, competir les volvía locos, y llegaron a esa conclusión porque en otros pueblos menos ambiciosos no pasaban esas cosas. Las posibilidades de salir adelante en un mundo así, dependían plenamente de las armas y usarlas para hacerse respetar. -Estamos hablando como fascistas -dijo Helmut. -No, estamos hablando de como viven y lo que piensan, los fascistas -replicó Ted. Al escuchar la conversación entre los dos hombre, Sue analizaba cada palabra y casi se diría que intentaba encontrar puntos de coincidencia con aquella búsqueda, que al fin no tenía mucho que ver con la forma que ella tenía de ver las cosas. ¡Eran tan diferentes! Siempre que Ted invitaba a alguien a cenar, Sue se empeñaba en sacar su vajilla más antigua y cara, y eso debía ser porque no tenía demasiadas ocasiones para hacerlo. Cenaron carne con patatas y guisantes, y tomaron helado de postre y café. Después, Sue se empeñó en encontrar y enseñarles unas fotos de Terio y Vinicius cuando eran unos “pollitos” y se habían empeñado en estudiar arte dramático. -Una vez le oí decir a una de las amigas de mi hijo que si no se empeñara en imitar a Marlon Brando, tendría mucho más éxito con las chicas. Volví a ver a aquella chica un año después, estaba casada y embarazada. ¿Qué os parece? Sin conocerme de nada, me daba lecciones de como debía ser y vestir mi hijo. No le hice ni caso, por supuesto. Ted parecía hablar sin ningún sentido, entretanto, Sue se había sentado al lado de Helmut y le enseñaba las fotos, pasaba las páginas y señalaba con el dedo aspectos que le parecían relevantes de aquellos tiempos y la vida que los dos chicos había vivido en ellos. -El café Alataque. Ya no existe. Ted y yo íbamos ahí antes de casarnos. No había sido una noche tan especial ni una aventura inolvidable, de todos modos, durante el tiempo que duró, a todos les pareció una conversación estimulante. Se resistían a dar terminada la noche , incluso cuando Helmut había acudida a aquel encuentro pensando en que al terminar, podría tomar la última copa en el Chichirri, un bar de ambiente, barato y sin pretensiones, y hablar un rato con Reniata, que era de las chicas que allí confluían, de las más cariñosas. Pero no había prisa. Una de las fotos de Terio estaba rayada, como si hubiese pasado mucho tiempo doblada y al intentar volver a su ser, se hubiese rasgado la doblez. Aparecía en la playa, con las manos en alto y en cada una de ellas una pistola revolver de plástico imitación a las de las películas del oeste. -¿Así que te entraron a robar? -preguntó Helmut sin demasiada gana. -No sé que pretendían encontrar, esto no es una mina de oro. Pero he conseguido una pistola, como vuelvan por aquí, les meto cuatro tiros a esos cabrones -Ted seguía muy enfadado, y ni siquiera la buena charla y la cena habían conseguido rebajar el tono al hablar de aquel mal día. -¡Relájate! Hacerse mala sangre no ayuda. -No, no me relajo, no. Robar a gente trabajadora, seguramente para gastarlo en drogas y diversión. Tras hablar de esa manera se levantó y se hizo el silencio. Se quitó la chaqueta y volvió de la habitación con una bata de estar por casa, lo que anunciaba que ya no iba a salir ni al bar de al lado. Se inclinó sobre el sillón, pero antes de volver a sentarse se aseguró de que dejaba el tabaco cerca para no tener que levantarse de nuevo. Lo puso en la mesita, donde lo podía coger estirándose un poco; fue entonces cuando Sue bostezó por primera vez, sin complejos y dispuesta para retirarse y 70


meterse en cama sin esperar a que ellos terminaran su conversación. Se despidió y desapareció cerrando la puerta de la habitación tras de sí. -La gente trabajadora, eso que somos sin remedio. Nos pasamos la vida trabajando, trabajando, trabajando y un día nos morimos, y no hemos entendido nada. Helmut sabía que ponerse el pijama había sido una señal, como decirle a Sue que estuviera tranquila y que se acostara que ya no iba a salir. Así que cuando se despidió no insistió sobre lo de que bajara con él a tomar un gin tonic en el bar de abajo. En otros tiempos, tal vez se hubiesen ido los dos de juerga hasta las tantas. -¿Sabes? He visto a Gutiérrez -Gutiérrez no había sido un mal jefe y por eso lo recordaban sin ambages, sin embargo estaba tan obsesionado con su trabajo que en su vida no había sitio para nada más-. Yo salía del médico de verme la rodilla, y por detrás me pareció un anciano. Arrastraba los pies y se tomaba su tiempo para avanzar apoyado en la pared del ambulatorio. Me dio mucha pena, era un cadáver ambulante, ¿como los zombis que acompañan a Jackson en su canción? Pues así. Terrible; ya no remonta. Iba a bajar del coche y aparcar encima de la acera para saludarlo, pero ¿sabes qué? Pensé que me iba a preguntar por los resultados económicos de la empresa y eso me enfado y seguí adelante sin mirar atrás. -Lo entiendo. Creíste que no valoraría tu gesto. -Algo así. Tal vez la cena de aquella noche no había servido para ser los mejores amigos del mundo, ninguno de los dos creía en eso, pero les había gustado hablar de como iba pasando todo sin apenas darles tiempo a pensar. Era una forma de derribar todos los acontecimientos que los habían forzado a vivir de una determinada manera, analizando como habían sido forzados a ello y concluyendo que, como sucede en las cárceles, los guardias, de alguna manera, también son presos. No todo había sido trabajo duro que no pudieran realizar en las mejores condiciones. En cambio, podía seguir viendo como les había ido a otros e intentar encontrar algo de suerte en sus vidas a pesar de todo. Helmut volvió a pensar en Reniata cuando ya se estaba despidiendo, pero no quiso comentar de eso Ted. En otros tiempos, su amigo se reía de él porque decía que era muy enamoradizo -Debes mantenerte alejado de las putas Helmut, o le declararás tu amor a todas después de echar un polvo-, le decía riendo. 3 Angustia insensata, trastorno dismórfico. Sintió una conmoción cuando salió a la calle y respiró el aire frío de la noche, como una bofetada. Si Reniata descubriera que tonteaba con otras chicas, no le importaría, no se enfurecería como su exmujer hacía, no le pedía nada más que su amistad y que se pasara de vez en cuando para invitarla a una copa, ese era el acuerdo, y a él le resultaba muy conveniente. Era muy adecuado por lo tanto ser bien tratado en aquel lugar en el que empezó a pasar muchas horas después de jubilarse. Pero cuando algunos clientes ocasionales de Reniata lo veían entrar le “torcían el morro”, porque sabían que aquella noche les iba a ser difícil dar rienda suelta a su pasión anormalmente encendida. Era como si el hecho, de que él estuviera allí acompañando a la chica, le hiciera a otros hombres desearla como él lo hacía. La edad no perdona, ya no era ni sombra de lo que había sido: Le creciera el estómago y las tetas, la papada, y las bolsas debajo de los ojos. Ya no podía ni recordarse a sí mismo tal y como había sido y la vitalidad que lo había acompañado. Todos aquellos esfuerzos al cumplir los cuarenta por 71


mantenerse en forma se habían ido por el retrete, no mas ejercicio, no más deporte, no más dieta ni tomarse la tensión en las farmacias, nadie puede ir contra la naturaleza y lo que tuviera que pasar, iba a pasar. Tantos esfuerzos no conducían a nada, se arrugaba sin remedio. No era poca cosa evitar todo lo que le había empezado a sentar mal, y muchas otras cosas que no quería saber; por eso no iba al médico. Además de la energía perdida, estaban los lunares de color sospechoso, las heridas que tardaban en cerrar y los dolores internos que le provocaba el cinturón de hebilla grande y que le hacía pensar que algo iba mal en sus vísceras. Por fortuna nunca hubiera nada de enfermedades venéreas, ladillas, verrugas ni eccemas sospechosos. Había divorciados que se cuidaban menos que él, pero le gustaba la cerveza y de vez en cuando una copa, nada que no pudiese asumir durante unos cuantos años más. No le resultaba muy creíble que Reniata pudiese sentir ningún tipo de interés por él, sobre todo desde que mostraba cierta preferencia por desaparecer con clientes a los que doblaba la edad. Entonces comprendió que no iba al Chichirri a tomar copas por la compañía de Reniata, sino por evitar volver a casa demasiado pronto y encontrarla vacía, y también porque después de beber un poco dormía a pierna suelta. En ese tipo de cosas era en lo único que podía pensar aquel día, y concluyó que Ted era un tipo con mucha suerte. Con su exmujer, desde el principio del divorcio, había mantenido una distancia prudente, lo que era lo mejor no habiendo hijos que impusieran que deberían seguir teniendo algún tipo de relación y problemas que solventar en común. No había nada de eso. Al principio, una vez ella lo había llamado por unas facturas que habían quedado sin pagar, y Helmut estuvo dispuesto a compartir el gasto; eso fue todo, no lo volvió a llamar y si se habían visto había sido de una forma fortuita y pasajera. Tampoco se había tratado de una separación traumática, con insultos y reproches, pero si él hubiese sido un poco más orgulloso, tal vez no le hubiese consentido algunos desprecios. Pero había sido capaz de reaccionar en esos casos, que por el contrario, nunca hubiese consentido a un hombre. Entonces podrían haber empezado una terrible escalada de rencores más o menos violentos, y eso no estaba en la mente de ninguno de los dos. Estaba claro que ella no lo aceptaba de buena gana, que, en cierto modo, le había aguado la fiesta, pero lo cierto es que lo había encajado bien y había dado los pasos necesarios para separación sin ni siquiera preguntarle; dando por hecho que aquello no funcionaba, y era lo mejor. Él la vio actuar con tal decisión que sólo pudo agradecer la brevedad de los trámites y verse instalado en su nueva vida en cuestión de menos de un mes; todo un record en su caso. Un hombre enorme con traje impecable fumaba un pitillo apoyado en un coche caro, se notaba desde lejos que era policía. Llevaba unos zapatos con puntera exageradamente alargada, la chaqueta la prendía con un botón en mitad del pecho, pero le quedaba tan apretada que le oprimía los sobacos y los brazos como si fuera a reventar, parecía que ese día le había dado el cambiazo a alguien en el gimnasio, y por ahí, en alguna parte, debía andar un tipo con una chaqueta parecida con las solapas por las orejas. -Vas a coger frío “tío” -le advirtió Helmut que se encontraba especialmente chistoso en aquel momento. El otro lo mandó a alguna parte que no pudo descifrar porque sonó como si se hubiese comido las palabras. Helmut pensó que esos tipos nunca llegaban al Chichirri solos, o su amigo estaba dentro o servía de escolta a algún político local. No es que no hubiese policía allí de paisano. Estaba claro que a los policías les gustaba mucho pasarse por allí al terminar su jornada, siempre había algún prepotente sobrepasándose con las chicas o bebiendo como un amargado, pero no era habitual verlos de servicio esperando en la puerta. En los últimos meses no habían dado ningún problema, ni solían hacerlo cuando se emborrachaban, al menos, no en mayor medida que otros clientes. Algunos eran muy profesionales y sólo buscaban un poco de diversión, otros actuaban sin control, sin importarles nada y haciendo más ruido del necesario. Cuando vio a Reniata se acababa de levantar de una mesa con cinco o seis tipos y algunas de las chicas, se acercó a la barra y lo saludó poniéndole la manos con dos dedos en forma de pistola en el 72


costado: “Alto, atención, queda usted detenido”. -Vaya. Mi chica preferida. -Joder tío, esto hoy está lleno de policía, y un ministro nada menos. Todos borrachos. ¿Hay elecciones o qué pasa? -Que yo sepa no. Ni idea. -¿Ha sido una gripe, te has ido de viaje al polo norte, o tu larga ausencia se ha debido a que te ha secuestrado el FBI? -preguntó Reniata enfáticamente. Helmut creyó que se merecía la reprimenda. Solía desaparecer por mucho tiempo sin dar señales de vida, para a continuación aparecer una noche lluviosa, como si nada. En su último encuentro, Reniata le había hecho demasiadas preguntas personales y eso lo había determinado todo. A ella eso no se le había pasado por alto y mantenía una actitud resentida y distante, pero sabía que se le pasaría enseguida. -¿Esa chica no es Ritta? ¿No estaba embarazada? -inquirió con un movimiento en su ceja derecha y sin mover las manos. -Tuvo que abortar. No lo podía tener. Un estruendo procedente del fondo del local los alarmó. Alguien tiró una mesa y se levantó de golpe. Estaba muy borracho y amenazaba a todos a su alrededor. Solía pasar que cuando había alguna discusión, alguien subía la música y nadie prestaba demasiada atención al altercado. Las chicas como Reniata no dependían del local, entraban y salían a su antojo, solas o con quien ellas querían, pero había dos chicas que habían sido contratadas para espectáculos, y se subían a la tarima para bailar en topless, o representando deportistas, boxeadoras, luchadoras de camisetas mojadas y los fines de semana, futbolistas. Ni que decir tiene que la ropa le quedaba tan ceñida que casi siempre terminaban por perderla. Aquellos espectáculos, por extraño que parezca, en ocasiones tenían patrocinadores, y Helmut suponía que esos señores solían invitarlas a ver sus fábricas y sus despachos, los fines de semana. Ni Clinton en sus mejores tiempos se habría complicado tanto para llevar unas chicas a su despacho oval. -No soporto a los mojigatos, debe ser uno de los patrocinadores que se creen los dueños del mundo. Me considero una mente abierta, ¿sabes? No podría juzgarlos porque les guste la diversión y las chicas, pero son los mismos que reprimen a sus trabajadores si hablan con las chicas de la empresa y los amenazan con despedirlos. Van a misa los domingos y llevan una vida muy respetables, pero les gusta divertirse. Yo no puedo acusarlos de libertinos por eso, no me considero mejor que nadie, aunque ellos, en ocasiones me juzguen a mi. Una vez tuve una cosa en la empresa con una compañera, lo que se dice un romance. ¿Sabes Reniata? A ti te deseo mucho mucho más, pero no me contuve, y me castigaron. -Deberías dejar de beber. Estas bastante borracho -le respondió como si no deseara seguir escuchando sus aventuras. Aquello solía empezar así y terminaba hablándole de los compañeros que iban desapareciendo, los que no había vuelto a ver más y los que había caído enfermos. Por mucho que el dueño del local deseara tener más chicas y menos patrocinadores, nadie podía obviar que juntos mantenían otros negocios más productivos aún que los mal llamados, bares de ambiente. Ni siquiera en momentos como aquel en que uno de sus amigos, en este caso un cargo político importante, se levantara ciego de alcohol, prometiendo venganza y muerte a los que lo habían avergonzado, podía renegar de sus amistades. Aquel hombre, volvió a entrar con una pistola en la mano, buscando a aquellos que lo habían insultado, ultrajado, faltado al respeto y sólo Dios sabe, cuántas cosas más. Por fortuna el dueño salió disparado (nunca mejor dicho), al tiempo que decía a un camarero, “ve a buscar a Bembeta, ¡corre!” Bembeta era una chica africana que por su procedencia no tenía los papeles muy fiables y su edad estaba más que cuestionada, pero fue lo único que calmó al congresista, concejal y secretario local del partido. En cuanto se la dejó ver y le contó de lo que era capaz al oído, el político olvidó sus pendencia y se enfundó la pistola de modo que el cañón frío le tocaba sus partes cuando se movía. Se alejó apoyándose en el hombro de la chica que apenas llegaba con su cabeza a su pecho y podría haber pasado perfectamente por una 73


enfermera o una cuidadora de ancianos por la dedicación que ponía en su labor. No los volvieron a ver en toda la noche. -¡Ves! Sólo el amor salva. Sea como fuere, no era aquel mundo sórdido pero sorprendente, lo que desagrada a Helmut. Al contrario, parecía lo único que podía sacarlo de su acostumbrada melancolía. No podría deshacerse de sus amigas, ellas siempre le daban conversación en tales casos, era una forma de vida, que, por supuesto, el también compartía, a pesar de sus largas ausencias. -Hoy todo el mundo busca una pistola para hacerse respetar. Mal asunto. Intentaba pensar en lo que le había dicho Ted durante la cena, aquello de que se pasaban la vida trabajando y de que un día se moría sin haber entendido nada. Se trataba de algo realmente reseñable que cuando estaba con gente que le hablaba de cosas que no le interesaban demasiado, intentara poner su cabeza lejos de allí: Lo había hecho con Ted y ahora lo hacía con Reniata. No era la primera vez que se analizaba a sí mismo, y su capacidad de abstraerse de la realidad pensando en cosas que habían pasado muy lejos del lugar en el que se encontraba. Desde luego que la vida no daba muchas oportunidades, y aún aprovechándolas, nadie podía saber si había valido la pena tanto esfuerzo, tanto sacrificio obrero, postrado y tragando sapos cada día, demasiadas horas al día. Por primera vez en los últimos meses, se había sentido animado y no se lo debía al alcohol, en seguido comprendió que cenar con su amigo había sido como darle sentido a todos aquellos años. Cuando Reniata le cogió la mano para pedirle que se acostara con ella, él pensaba en la suerte que había tenido su amigo al poder pasar aquella velada en su casa, vería la televisión hasta que cayera de sueño, apagaría todas las luces y después intentaría meterse en cama sin despertar a Sue. Sentiría la respiración pausada de su mujer acostumbrada, probablemente, a un sueño tranquilo y confiado, del que él, Ted, era parte. -Ya lo hemos hablado otras veces, prefiero seguir siendo tu amigo a que pienses que te frecuento por calmar mi deseo. No se puede sorber y soplar a la vez, tengo un amigo que suele decir eso. El amor de los que pasamos de una edad no dispone del tiempo necesario para vivir una vida juntos, de establecer ese compromiso de enfrentarnos juntos a las contradicciones de la vida, y sobre todo a las contrariedades. Eso es lo que pienso. -No te enrolles que no te iba a cobrar, pero sólo de momento. Hemut pensó que no había sido convincente. Había intentado darle la vuelta al deseo enfrentándolo a la aspiración juvenil que una vez tuviera de vivir al lado de otra persona con un proyecto común. ¿Cómo se le pudo ocurrir hablar de ese tipo de cosas sentado en la barra de un bar, a las tantas de la madrugada y con un interlocutor, mujer, que creía que todos los hombres eran iguales? -¿Sabes qué? Creo que me gusta la soledad -ella lo miraba fijamente mientras bebía-. Hace unos días me pasó algo, que no debía ser una novedad. Una de esas cosas que has visto un millón de veces sin que te llamara la atención, y de pronto, ¡zas!, te hipnotiza y te quedas mirando como un tonto. Algunos hombres pierden el miedo a lo que pueda pensar la gente, y, sobre todo, lo que puedan pensar sus familiares. Hombres solitarios y mayores como yo que desean compañía y están cansados de acabar los sábados bebiendo en bares retirados hasta las tantas. Uno de esos hombres que yo conozco y al que suelo encontrar haciendo la compra, ya jubilado y con más sesenta años se fue a cuba con la intención de conocer alguna muchacha joven, y lo consiguió. Hay mujeres que hacen lo mismo, no creas; mujeres mayores que desean ser acompañadas por cubanos jóvenes -Reniata bajó la cabeza como si no deseara que él descubriera que le gustaba llevar a la cama a chicos jóvenes. Helmut no estaba seguro de si contaba aquella historia para hacer desistir a Reinata de su propósito de seducirlo, o si en realidad, aquella historia le había impresionado y deseaba contársela a alguien. A pesar de todo, disfrutaba contando y viendo como ella ponía tal atención que se le quedaban las pajas de plástico de su combinado pegadas a los labios y así permanecía unos instantes con la boca abierta, concentrada y sin perder detalle. 74


-Volví a ver a ese hombre haciendo la compra, acompañado de una mulata exuberante. Era una mujer de carácter que compraba todo lo necesario para cocinar sin obviar que su nuevo novio, no sólo le había pagado el billete de avión y le había ofrecido su casa y su cama, sino que la seguía como un corderito con el carro del súper a unos dos o tres prudentes metros. Ella se estiraba para coger los productos de las estanterías y aquel descomunal trasero, su pecho pequeño, sus labios prominentes y sus pantalones apretados en las ingles, quedaban a la vista de todos. No había nadie, hombre o mujer, que no echaran un vistazo furtivo a aquella diosa Rubens huida de uno de sus cuadros y colocada en casa de un madurito español enfrentándose a la la última etapa de su vida. -¡Qué cachondo el tío! -susurró Reniata, con una voz grave que le pareció de un transexual y que le pareció tan excitante que se detuvo un momento antes de seguir con su historia. Después de todo, aquello era para ella la mejor distracción en muchos días y él disfrutó viendo los gestos y comentarios que hacía. -Supongo que del mismo modo que él disfrutara descubriendo todos los productos caribeños en sus mercados, la chica parecía incapaz de procesar toda aquella información. Y supongo que para ella, era mucho mejor que estar en una joyería comparando relojes de diamantes que su nuevo novio no podría pagar. Habían llegado a un acuerdo, eso para mi está, claro. Él tuvo que convencerla de vivir los dos con su pensión y le ofrecía un mundo nuevo que se abría a sus ojos. Estaba encantada. Pensé que ella lo abandonaría en cuanto no fuera capaz de satisfacerla sexualmente, pero enseguida me dí cuenta de que era pura envidia, porque yo no sería nunca tan valiente de dar un paso semejante. Esa era la verdad. Aquella noche, algunas chicas entraban y salían riendo como si volvieran de una fiesta, la música ya no estaba tan alta y las canciones se volvieron románticas, tristes y melancólicas. Lo peor para acabar una noche de borrachera. Un tipo se acercó y le dijo algo a Reniata al oído; se fue con él. Helmut se quedó solo, pensando en aquel tipo jubilado con su joven novia mulata haciendo la compra en el súper. Todo bien, el mundo seguía dando vueltas.

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A pecho lleno

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1 A pecho lleno Que la ex-novia de Harold volviera a casa una semana después de plantarlo por otro tipo para pedirle ayuda, con un ojo morado y su ropa en bolsas de plástico, da una idea de lo poco que lo valoraba y a poca dignidad que tenía. Con una historia sorprendente y deslumbrantemente adornada, la muchacha explicó en un momento como había cambiado su suerte el día que lo dejara y como se había arrepentido de su decisión desde entonces. Harold la miraba con desconfianza y se preguntaba si la seguía queriendo -creía que no, pero se resistía a aceptarlo-, de todos modos, en aquella semana habían cambiado algunas cosas, él ya no tenía espacio en los armarios para su ropa porque había alquilado una habitación a un artista -un viejo amigo que hacía performances sobre el cabaret, los hombres vestidos de mujer y los drags que hacen chistes sobre el matrimonio entre parejas del mismo sexo y que conocía desde mucho antes- y se había comprado un loro, nada menos. En una semana todo había cambiado radicalmente, lo que sólo tenía una explicación, Harold ya hacía mucho tiempo que venía preparando ese cambio. Le sorprendió que ella se presentara sin más con aquella apariencia, en la puerta de su casa. Ningún tipo de aviso previo ni llamada telefónica, medió entre su decisión y el momento que tocó el timbre, con las bolsas de basura delante de la puerta que Harold abrió tan confiado como sorprendido un segundo después. -No encontré las maletas y no quería permanecer allí un segundo más, lo siento. -Estoy acompañado. -Sólo por unas semanas, hasta que pueda organizarme. ¿Es una mujer? -Más o menos. He alquilado una habitación -le dio algo de información. -¿Es tu pareja? ¿Estabais en ello? -No es mi pareja, pero ahora lo comprenderás, es un artista -Leslie pasó y vio a Christian memorizando un pasaje de su nuevo monólogo. Vestido de mujer, agitaba los brazos en el aire mientras decía:”¡Dios salve a la reina! Conocí a Fredy en el metro de Barcelona y me invitó a pasar el fin de semana en su mansión en Escocia. Yo me dedico a los monólogos, así que pensé que sería una buena ocasión de obtener información sobre el mercurio para uno de mis shows...”- Christian parecía dispuesto a seguir indefinidamente declamando y leyendo sin tener en cuenta que ellos habían entrado en la habitación. Se trataba de una ficción acerca del Rock, pero las puyas a la monarquía de su espectáculo eran evidentes. -Conozco a Christian desde el colegio, es un viejo amigo, nunca esperaría nada malo de él, si te quieres quedar unos días, tu ropa se queda en las bolsas y tu dormirás en el sillón del salón. -Podríamos dormir juntos. No iba a pasar nada. -No. Tanto el sillón del salón, como la misma alfombra que cubría el suelo, eran soluciones parecidas, no podía guardar su opinión al respecto, eran duros como piedras. Pero, la única cosa que podía hacer en aquellas circunstancias, era aceptar la proposición de Harold, después de todo no se había portado bien con él y era normal que estuviera resentido. Nada de lo que pudiera hacer Leslie le podía sorprender ya. Le preocupaba aquel ojo morado, pero no iba a hacer nada por conocer al hijo de puta que se lo había puesto así, porque, 77


posiblemente, conociéndola a ella, aquel tipo tendría la cara como un mapa de carreteras de segunda. A fin de cuentas, ella ya no le era nada, y a pesar de que era bastante más joven que él, sabía defenderse sola. En una ocasión, la había visto mostrar su spray de pimienta a un guarda del METRO que se puso borde y se sobrepasó con ella; no se atrevió más que a dar media vuelta y dejar de molestarla, cuando en realidad ella no llevaba su resguardo ni tenía dinero para comrar un pasaje. Ese tipo de cosas era lo que le daba aquel carácter insostenible, aquella forma de ser que lo sabía todo y no sabía nada en verdad. Harold se había preguntado más de una vez, ¿cuántas manos la habrían tocado? -en ese sentido que es el peor de todos-. Y la respuesta había variado según el momento, pero de algo estaba seguir, nadie lo había hecho sin su consentimiento. Harold no era su padre, eso era lo primero que debía tener en cuenta, y lo segundo, que a pesar de los pesares, no podía dejarla tirada y el sofá del salón era la única solución disponible en aquel momento. Christian se tomó la libertad, al tiempo que daba dos besos a Leslie, de criticar su falta de gusto, o lo que era lo mismo, el abandono que expresaba con su ropa y apariencia. “No te extrañe que si te veo por la calle no te salude, estás hecha una pordiosera sin zapatos”, y utilizó una analogía con la humildad de Jesucristo y andar descalzo, “pero tú no eres Jesucristo”, concluyó como si no deseara seguir predicando. En verdad se había metido en un jardín al emplear aquellas metáforas, del que no sabía como salir; “la religión no es mi fuerte, cariño. Pero, te hace falta un cambio urgente de estilo”. Sonó de nuevo el timbre y Harold se precipitó a abrir, lo que no hubiese hecho de no necesitar ausentarse de aquella escena y la tensa relación que se establecía entre sus amigos. Se trataba de Michele Bauer, una “empresaria” del ramo del cómic que, en ocasiones, le buscaba trabajo de guionista para cómics, tenía varias tiendas en todo el país, y era buena amiga. Le daba buenos consejos acerca de algunos temas sobre los que debería pasar de puntillas si quería llegar a un público más amplio con sus historias, pero Harold no solía hacerle caso. Pese a que la apreciaba en lo que valía, no solía seguir los consejos de nadie en lo que respectaba a sus historias. Además de eso, Michele no tenía un carácter fácil, así que nunca le decía que no, abiertamente, y hacía lo que ella deseaba al final. Leslie parecía consternada por conocer a aquella gente a la que no había visto jamás en el año que había pasado unida sentimentalmente (por así decirlo) a Harold. Nunca le había hablado de ellos y eso le hacía adivinar que había mucho que no sabía de su vida y que probablemente se había perdido para siempre. Guardaba silencio mientras Michele soltaba a Harold una reprimenda por no haberla llamado en tanto tiempo, “sino te llamo yo, tú no te mueves...” y, a la vez, mientras Christian afirmaba que si él tuviese un trasero como el de ella, no tendría problema en conseguir una programa de variedades en la televisión local. La propia escena vivida en aquel momento, se parecía mucho a las escenas que Harold escribía en sus guiones. No tenía una objeto que tanta gente se juntase sin un propósito común, y de momento eran cuatro, pero aquello podía seguir subiendo hasta el infinito. Tal vez para él, más de tres era multitud, sin embargo, intentaba ser benevolente incluso cuando se empeñaban en hablar todos a la vez. Con tal fin, renunciaba a expresar su opinión acerca de nada o tener que opinar si para ello necesitaba pasar por encima de otra opinión que posiblemente empezara a vertirse en el mismo momento que la suya. Era esa una peculiaridad de Christian, le gustaba hablar, hablaba mucho y continuamente, y era capaz de competir en eso con sus mejores amigas, que también parecían capaces de hacerlo a toda velocidad y manteniendo varias conversaciones a la vez. Y nada sería relevante si no fuera porque Michele parecía interesada en decirle algo interesante que pqrecía mascar de antemano, y eso no terminaba de surgir, porque el incipiente concursante en le concurso de drags de la ciudad -no eran nada despreciables los carnavales de drags, y sólo equiparables a la semana santa en lo que a su estética se refería-, se empeñaba en preguntarle donde había comprado su gabardina, si frecuentaba boutiques o almacenes, y cosas parecidas. -¡Eh Harold, abre la puerta del portal que se ha vuelto a escarayar el telefonillu -alguien gritó con acento asturiano, desde la calle. Era el repartidor de pizzas, al que conocía desde hacía algunos años 78


y con el que había pasado algunos momentos memorables de diversión urbana y nocturna. Se asomó a la ventana y la arrojó las llaves para que él mismo abriera y subiera. -¡Tío, si no vivieras en un primero, íbamos a tener un problema. Sin ascensor, no hay pizza -dijo bromeando ya en la puerta del piso. -El mismo trabajo de repartir pizzas, le permitía a Derek tener tiempo libre para estudiar arte y ensayo. Los mismos estudios eran una forma de reafirmarse en su valía, una especie de confirmación de algún talento escondido. Y en su caso, tanto Harold como Leslie, siempre lo habían tratado más como un estudiante que como un repartidor, lo que en el mundo competitivo en el que se movían, era de agradecer. Con la finalidad de aceptarlo más como amigo que como repartidor, o al menos de que los otros lo vieran como tal, se lo presentó, pero no necesitó hacerlo con Leslie, que se acercó a él para darle un abrazo. En esa presentación, Harold insistió en poner de relieve los estudios que cursaba y manifestar su confianza en que en un par de años tendrían un amigo actor de teatro. Derek no necesitaba tanta adulación superficial. Además, Harold ponía un tono muy de artificio cuando se metía en jardines de los que finalmente salía por los pelos. Como Michele se iba a quedar y no habían contado con la inesperada vuelta de Leslie, Harold preguntó a Derek si había forma de tener otra pizza. -¡Claro chico, en esta ciudad no hay nada que no puedas tener si pones la pasta encima de la mesa! Cuando al final de las presentaciones, Derek hizo un comentario acerca del olor a pizza de su ropa y la necesidad de irse para seguir con su trabajo para terminar pronto y lavarse, Michelle quiso comprender que había en él un cierto rechazo por la burguesía y que, de algún modo, así los consideraba y así lo daba a entender con su ironía. “Bueno pizzero, si te quieres ir, vete, nadie te retiene”, respondió con crueldad y cinismo. Harold pensó que Michele debería ser más condescendiente, pero enseguida se dio cuenta de que eso era también una forma de sentir lástima por los que se mataban a trabajar en trabajos manuales y de levantar pesos. Y que, en esos casos, nadie los podría librar de una respuesta como, “os podéis meter vuestra lastima en lo más sucio de las bragas”, o algo peor. El carácter violento de Derek lo llevó a añadir, ¿algún problema bitch?, mientras le ponía un puño cerrado y apretado como una piedra delante de la cara. -No se lo tengas en cuenta, está pasando por un mal momento. Michele quería que Harold viajara a París donde tenía una tienda y un gestor que se dedicaba a hacer tattos en la trastienda, “va por libre”, afirmó. Vendía suficientes cómics y no iba mal como negocio, pero había descubierto que metía la mano en la caja y no cumplía los horarios, se llamaba Aline. La propuesta era que se presentara allí, hablara con ella, le expusiera los motivos y la despidiera sin piedad. Michele añadió que eso no se hace por teléfono y que ella no podía desplazarse en aquel momento porque estaba montando un stand en la exposición de cómics del consistorio. “Cambiale la cerradura si es necesario, pero no lo quiero más en la tienda”. No la creyó del todo, pero era su tienda y podía hacer los cambios que quisiera. Le pagaría el viaje, pero le hizo creer que podría ofrecerle el trabajo, era un engaño y el viaje en autobús; muy poco deseable. Por si eso no era suficiente, Michele había contratado un viaje que iba a Oviedo, y allí tendrían que hacer trasbordo y entonces ya sí, directos hasta París pasando por San Sebastián, ¡un reto! Derek lo pilló al vuelo, iban a su tierra, y él llevaba un tiempo planeando un viaje por unos problemas familiares. No tardó en interesarse y le dijo a Harold que hablarían en otro momento para hablar de la posibilidad de viajar juntos. Derek no quiso volver a su trabajo aún, a pesar de que llevaba dos repartos bastante atrasados. Si alguien iba a hablar de aquel viaje en los próximos minutos, él quería estar delante. Sin duda todo el mundo se habrá hecho una idea de lo exigente que era Michele y la importancia que le daba a sus tiendas. No había muchas incógnitas acerca de ella cuando llevabas más de diez minutos compartiendo su espacio. No era el tipo de mujer misteriosa de la que uno no sabe que pensar o a que atenerse por mucho tiempo que pase, con Michelle todo estaba claro desde el principio, sin ambigüedades. Tampoco se podía decir que Harold no pusiese todo de su parte para 79


intentar comprenderla, además le había ayudado en una ocasión que le hiciera falta dinero y, aunque no se lo decía, lo miraba como si se lo debiera. “Maldita sea, voy a tener que ir a Francia... nada menos, Se lo debo”, pensaba con pesadumbre. Cuando se acepta a alguien por amigo, en ocasiones, uno permite, excepcionalmente, concesiones que normalmente no haría. Michelle debía ser esa excepción, una persona extraordinaria en algún sentido, de la que sin embargo no gustaba casi nada de lo que decía ni de como se expresaba. En otras ocasiones había intentado cortar sus argumentos, evitar exposiciones demasiado resentidas o poco lúcidas, pero casi siempre, en la tormenta de la intransigencia, se las arreglaba para terminar sus frases. Harold era muy consciente y tenía muy presente las prioridades de su amiga, no era una mujer joven y era de ese tipo de gente que considera más importante el dinero que los sueños, o el amor. Bajo ese enfoque, era el tipo de persona que a menudo saca a otros de líos inesperados, pero que a cambio exige una fidelidad dolorosa. Esa naturaleza, sin embargo, lejos de llevarlo a desear perderla de vista, parecía aceptarla y apreciar sus atenciones, con mejor disposición de lo que lo hacía con otras amistades. Por lo demás, si tardaba en dar señales de vida, él podía comprender que estaba inmersa en algún nuevo gran negocio, y como ella misma solía decir, “el negocio es el negocio”, porque de él no salía llamarla y no era del tipo de mujeres con las que se pudiera quedar para tomar unas cervezas. Harold también era consciente de como la miraban los otros, le resultaba más obvio de lo que en un principio había creído, y con el paso de los años tuvo que aceptar, que nadie entendiera aquella relación, que no era del todo sumisión, pero que, como mínimo, resultaba extraña. La realidad suele ser mediocre y los sueños se adornan demasiado, es por eso que no conviene soñar con personas poco conocidas. Imaginaba que en alguna ocasión, pediría más de él de lo que estaba dispuesto a dar y ese sería el fin, pero eso no representaba ningún cargo de conciencia; si las novias iban y venían, no esperaba menos de los amigos. En el caso de Cristian era diferente, podían llamarse cualquier día después de no verse en meses y salir a beber toda la noche como dos colegiales. Si lo pillaba desprevenido hasta podían terminar en un bar de chicas sin entender de todo por qué al transformista le gustaba tanto beber allí. En una ocasión llegó a temer que la noche acabara realmente mal, era carnavales y Chritian se empeñó en disfrazarse de niña de guardería, con chichos sobre las orejas, calcetines bordados, zapatitos bailarina y un mandilón para no llenarse de tiza, si dejamos un espacio a la imaginación en esta parte de la niña en el encerado; además, llevaba una enorme piruleta que nadie sabía muy bien si le cabía en la boca, se había pintado pecas y sonrojado las mejillas con un maquillaje rosa pálido. Todo listo para crear una gran confusión entre los hombres más aguerridos del bar. Harold lo veía bailar y moverse como si la timidez de su personaje fuera lo más sexy que pudiese ofrecer. Apareció un tipo violento que casi le parte la cara porque le insultó cuando el desconocido le tocó el culo. Tuvieron que salir buscando la seguridad de las orquestas callejeras y todo quedó en un susto, pero, eso le quedó claro, con Christian nada tenía límites y siempre iba a ser así, hasta su deterioro. En otra ocasión en que unos niños bien lo insultaron y lo golearon, llegó a temer que acabarían en el hospital, y él mismo, interponiéndose entre los niñatos, recibió alguna patada y un golpe en la cara del que tardó en recuperarse. En aquella ocasión tuvieron una buena bronca y Harold dejó de verlo durante meses, se enfadó mucho, pero como solía pasar con su amigo, se le pasó y ahora le había dejado una habitación en su casa. Temió entonces que si volvía a provocar a los hombres con sus tetas falsas, no sería extraño que en algún momento recibieran la visita dela policía -las autoridades políticas habían creído necesario crear una policía contra el vicio, y nadie sabía, ni los propios policías, donde empezaba ese vicio y donde terminaba-, pero no fue así. No creía posible entender de todo a Christian, ni si tenía algún plan para su vida o se dedicaba a vivir el momento, pero había algo que admitía duda alguna: le gustaban los hombres con una intensidad obsesiva, y eso estaba relacionado con todo lo que había reprimido en su infancia y adolescencia, y que de golpe se había liberado y ya no tenía freno. Las consecuencias de esa liberación no siempre eran las más convenientes, pero... ¿quién pensaba en conveniencias? 80


El recuerdo de Christian disfrazado de niña del parvulario, con pecas y piruleta, se había pegado a su mente durante años. Ya entonces, apenas con quince años, a Christian ya le gustaba pasar horas maquillándose y vistiéndose de mujer, o, como en este caso, de niña indefensa y perdida. Cambiaba tanto que se volvía irreconocible, se miraba en el espejo como si se reconociera por primera vez y extendía el maquillaje con sus propios dedos, con mucho cuidado, como si estuviera dibujando. Si tenía algún talento no era ser capaz de hacer agudos guiones para sus monólogos de humor vestido de barbara streisand, su mejor talento consistía en pasar horas maquillándose con absoluta maestría. Se sentaba impaciente al principio, tal vez nervioso, ponía todas sus cremas y maquillajes delante de sus ojos y a continuación destapaba aquellos que iba a utilizar, sin prisas. Movía la cabeza a derecha e izquierda, buscando aquello que le inspiraba de sus expresiones. Se ponía muy serio y miraba hacia arriba para calcular cuando empezaría a caerle la papada. Parecía indiferente al momento, pero estaba feliz mientras terminaba de maquillarse. Y entonces, estirado como un pavo real se echaba hacia atrás y decía, “parezco una señora; es lo mejor”. Para que todo no se volviese aún más difícil, Harold intentó ver en el viaje una oportunidad para salir de sus últimas obsesiones, tal como era creerse incapaz de tener a una chica a su lado más de un año, o, también, haber convertido a Christian en el personaje de uno de sus cómics. Además Leslie, de pronto creyó que se había perdido más de lo que en su ruptura había sabido ver, y pensó en el viaje como una oportunidad para intentar recuperar a Harold -y eso sin rastro de vergüenza o resentimiento-, por eso intentó apuntarse al viaje a París. Nadie se lo había puesto fácil nunca, ni le habían demostrado más afecto del necesario. Por el contrario ella siempre había sido generosa y extremadamente cariñosa con todos sus novios: no se trataba de ofrecerse a sí misma a cambio de un poco de ayuda y de tener al lado alguien que no se lo pusiese aún más difícil. Ni siquiera Harold que parecía tan apocado, o aquel tipo que le pusiera un ojo morado, y que según le había dicho en su cara, la consideraba una aprovechada. En tales circunstancias, ya no se trataba de un viaje con un lamentable cometido y finalidad empresarial, sin que nadie lo hubiese visto venir se había convertido un una “prometedora” excursión. -He intentado más de una vez convencerla de que a los subordinados tiene que tratarlos con exquisita educación y que lo contrario la convierte en una fascista -dijo Harold a Derek cogiéndolo por un brazo y llevándolo a una esquina- Es el tipo de persona que jamás reconocerá que se ha equivocado. La primera impresión que le produjo el comentario, extrajo una sonrisa del repartidor de pizzas. Eso cogió por sorpresa a Harold que habría esperado una ironía del estilo, “el que nace para cuervo, se muere cuervo”, y sin duda eso se hubiese referido también a la nariz pinchuda de Michele. Christian, Michelle y Leslie, parecía ajenos a su conversación, y se había arrimado a la ventana para ver la calle. -Gracias por la intención Harold, pero no creo que puedas cambiar la idea que me he hecho de esa cotorra. Encendió un cigarrillo mientras intentaba ser benévolo con aquella mujer que, en su mejor versión, parecía un intrigante y sarcástico empleado del servicio de inteligencia. Todas las mujeres parecían alguna vez capaces de guardar un secreto, a menos que desearan hacer daño exponiéndolo al interés general, por eso las creía capaces de unirse a uno de aquellos grupos de inteligencia que solían darle forma a las películas de intriga policial que miraba con frecuencia. -Esta bien, te comprendo -contestó Harold y Derek le respondió con una mirada de agradecimiento. -Acaban de operar a mi madre de las piernas. Tuvo un accidente de automóvil y va a quedar mal. Lo puedes imaginar. Con su edad ya nadie se recupera del todo, y va a necesitar mucha ayuda. Derek vivía de forma provisional, así que no le sería difícil, en el momento más inesperado, coger sus cosas y volver a su ciudad renunciando a sus sueños de ser un actor. Era el tipo de chico que causa impresión entre las mujeres mayores, y a pesar de lo desagradable que Michelle se había mostrado con él, no dejaba de mirarlo con cierta codicia. Él volvió a su trabajo y se despidió con un 81


simple “hasta vernos”. Tal vez, por la forma en que Harold se enfrentó a ese encuentro, pudo sospechar que Michelle lo metería en su cama si pudiera, mientras que Leslie pareció ajena a todo hasta que Christian se dirigió a Michelle y le espetó con censura y sorna -¿Qué? ¿Está musculoso el boy? -A mi edad, yo ya no me fijo en esas cosas -respondió evitando su mirada. -Ya, y yo soy juana de arco, pero sólo sobre el escenario, querida. Leslie, sonreía divertida con todo el proceso en el que sus nuevos amigos se iban conociendo y se censuraban, sin apenas saber los motivos que los llevaban a ser como eran, estaban necesariamente justificados. El hecho de que todos ellos hubiesen coincidido en casa de Harold, aquella mañana, lo convertía en el nexo de unión necesario, pero no los tenía que hacer congeniar de antemano. Michelle nunca lo reconocería, pero Harold recordaba de conversaciones anteriores, que le había hablado de Aline. Había pasado en un año, de ser una artista maravillosa y la persona ideal por su capacidad de trabajo y formación, a convertirse en un demonio que sólo podía estropear todo lo que tocaba. ¿Michelle esta siendo injusta con esa chica?, se preguntó Harold. ¿Habrá alguna condición egoísta en su decisión? Por otra parte, también era posible que hubiesen discutido por algo tan tonto como la forma de poner las estanterías, ¿y eso lo considerara suficiente para quitársela de encima? Todo era muy confuso, pero hacía mucho que conocía a Michelle y sabía como pensaba, era su tienda y podía hacer los cambios que quisiera. La gente vive procurando no pensar en las cosas que le causan dolor. En general, convivimos con nuestras desgracias, si bien hay etapas en las que podemos eludirlas, a veces por largos periodos, pero siempre vuelve alguna cosa. Tener que ponerse al cuidado de un familiar inválido debe ser de lo peor, y en el caso de Derek, tener a su madre enferma lo convertía en una bomba de relojería. No era el tipo de persona con el que convenía andar a joder. En cualquier momento podía explotar y desencadenar toda aquella tensión que acumulaba. Harold estuvo de acuerdo en pagarle el viaje a Leslie para que se uniera al grupo, pero, al menos de momento, no parecía animado a un acercamiento sentimental que pasara por alto la forma tan interesada en que lo había plantado por otro tipo. El dinero y la posición social no era algo que se pudiera conseguir de tal forma, y además, para Harold la gente que pone sus vidas en esos parámetros, los convierte en unos idiotas, de los que por otra parte abundaban de forma tóxica a su alrededor. ¿Era Leslie tan idiota? Todo hacía pensar que sí, pero eso no disminuía ni un milímetro aquella naturaleza que en otro tiempo se ilusionaba por las cosas más inesperadas, que reía inocentemente y que lo provocaba sacándolo de sus pensamientos cuando reclamaba atención. Todo aquello que había encendido su deseo hasta tenerla y perderla. Y era por eso, que no podía culpar de todo a su ex-novia, ni de lo bueno ni de lo malo, pero ahora que sabía que era imposible que llegaran a congeniar por que tenían aspiraciones diferentes y nunca podría darle todo lo que necesitaba, si volvía a desearla y acercarse a ella, sólo sería culpa suya un nuevo fracaso. Para hacer que la idea de un viaje en conjunto fuera aceptada con la mejor de las disposiciones, y aprovechando que Michelle había desaparecido y que Harold ya no la volvería a ver hasta su vuelta, a eso de las diez, y después de que Derek terminara su jornada laboral, apareció de nuevo, esta vez cargado de cervezas y dos botellas de ron. El asunto era que quería conocer mejor a sus nuevos amigos y hacerse aceptar por ellos. También los otros lo encontraron una buena idea, y bebieron sin timideces. Como si de un procedimiento mágico se tratara, todo se animó, rieron y contaron anécdotas y Christian se permitió hacer uno de sus monólogos, comparando el día del orgullo gay con las procesiones de semana santa, “con el debido respeto, que soy muy religioso y creyente de las imágenes, pero en lo estético, donde estén unas buenas plataformas...”, dijo, antes de empezar. -Os agradezco esta posibilidad de conocernos mejor -dijo Derek en un momento-, ahora que estaba pensando en volver a mi pueblo, os conozco a vosotros -dirigiéndose a Christian y Leslie-, son gente realmente con la que uno se siente a gusto A Harold no le gustaba entrar en el aspecto emocional de las amistades, para él, era necesario 82


mantener la distancia con el objeto de pasar por los momentos más difíciles sin demostrar flaqueza, y eso se conseguía hablando menos y estando más (siendo el verbo estar tan necesario en estos tiempos). Harold bebió más que los otros, parecía dispuesto a un coma etílico y mientras ellos reían con las chanzas de Christian, él vaciaba una de las botellas de ron. Se entregaba como un poseso a la botella, y eso sólo lo hacía cuando su vida perdía sentido e intentaba evadirse de todo buscando el olvido en el fondo de la botella. Es posible que aquel estado viniera de atrás, de todo lo que había salido mal el último año, pero sobre todo, tenía que ver con lo poco convencido que estaba de lo que tenía que hacer para devolver los favores que en el pasado le había hecho Michelle. No se trataba exactamente de angustia o desazón, tenía que ver con sus propias capacidades y su falta de reacción. El alcohol no lo perdonaba por sus pecados, por así decirlo, no lo redimía, pero se apiadaba de él mientras hacía más hondo el hoyo en el que había caído. Algunos creen que ayudar a los demás los salva de depresiones parecidas, los hace fuertes y convincentes, llenos de razón y libres de la herida psicológica. No se trataba de ir por ahí buscando suicidas para sentarse a su lado y convencerlos de lo maravillosa que puede ser la vida si se le da una oportunidad, en su caso, se hubiera conformado con mitigar un poco los problemas de la gente que habitualmente estaba a su alrededor, y en eso, desde luego, no entraba ayudar a Michelle a despedir a una persona que vivía a mil dos cientos kilómetros de distancia y a la que no había visto en, al menos, dos años. ¿Sería simplemente una cuestión de pérdidas? Estaba a punto de hacer algo de lo que no estaba emocionalmente convencido pero que consideraba que debía de hacer. Tenía la lógica imperfecta de que su propia carrera dependía de hacer cosas que, en un sentido superior, no entendía -además estaba lo de los trabajos que Michelle le buscaba, y una exposición de sus cómics antiguos con un dibujante mediocre con el que ya no trabajaba, que hacía un tiempo que le había prometido y que en su más profundo inconsciente, prefería no mezclar con todo aquel asunto. No bebía de forma autodestructiva. Aquella rabia desatada a través del licor y del ron, lo tiraba en un sillón o sobre la cama y terminaba durmiendo, pero no le pasaba con frecuencia. Necesitaba aquel viaje, no por lo que significaba en sí, sino por lo que significaba para él escapar de aquella ciudad y de un abatimiento que formaba parte de su inconsciente y que, de forma general, no permitía salir a la luz. Leslie se durmió en el enorme sillón del salón, después de todo habían quedado en eso y como no era una mujer corpulenta, aquel sillón parecía una cama doble cuando se tendía en él. Derek se durmió en el suelo, con la cabeza sobre un enorme cojín verde de flecos. Estuvieron viendo cómics y los dejaron tirados por el suelo, entre los vasos y las botellas de cerveza, también había un plato con resto de pan y chorizo de León. Christian no estaba en el salón, posiblemente se cansó el primero y se fue a dormir a su habitación, pero Harold no lo recordaba. Al despertar, Leslie lo miró y le sonrió, era buena hora para levantarse, hacía tres horas que había salido el sol y dormir demasiado no era fácil con la resaca. “Habrá que preparar café”, dijo Harold y se dirigió a la cocina. Posiblemente Derek lo oyó pero no hizo ni un movimiento que lo confirmara hasta unos minutos después en que empezó a sonar la cafetera al hervir el agua y se desperezó intentando poner el cuello derecho -esta fue una operación delicada. Le dolía y creyó que le iba a quedar así para siempre. Lo giró de izquierda a derecha tan lentamente que casi se queda dormido de nuevo en medio de esa operación. Al fin pudo incorporarse y se quedó sentado en el suelo, masajeando la parte que le había quedado entumecida-. Unos días después, en la estación de autobuses comenzaba su aventura. Tenían reservados sus asientos porque comprar con antelación suponía una reserva en el billete, y aunque Derek se había resistido a dar el dinero por adelantado, cuando estuvo sentado en su sitio tuvo que admitir que había sido una buena idea. Harold tenía la capacidad de convencer a los que le rodeaban de lo que era lo mejor para ellos, generalmente le hacían caso y llevaba las cosas por donde más le gustaba, pero no siempre funcionaba. Con Derek, siempre existía la posibilidad de que para llegar a cualquier parte, hubiera que dar un rodeo. Era un carácter independiente al que le costaba actuar en 83


grupo. Y por eso que Harold lo observaba muy de cerca, le interesaba cada una de sus reacciones, y cuando daba una idea acerca de qué comer, dónde pararse o dónde no era conveniente bajarse a orinar, miraba directamente a Derek esperando su reacción. Una mala cara, aun siguiendo sus instrucciones, era suficiente para cuestionar el liderazgo (por así decirlo) y eso hubiese hecho que se arrepintiera todo el viaje de haber aceptado hacerlo en grupo. Sin embargo, debido a la urgencia con la que Derek necesitaba estar en Oviedo, esta vez no puso demasiados problemas. Por otro lado, Derek parecía haber congeniado especialmente con Leslie, y se sentaron uno al lado del otro, ella en el asiento de la ventanilla. Aquello no quería decir nada especialmente interesante en cuanto a sus emociones, pero entonces Derek aún no sabía que la relacionaba con Harold. Hay gente que cree firmemente en el amor a primera vista, y atando cabos, a ese tipo de gente no le parecería muy extraño que los dos se sintieran atraídos. Aquello resultaba ligeramente chocante para Harold, pero mantenía la distancia, a pesar de estar sentado en un asiento detrás de ellos y apenas poder descifrar sus conversaciones entre el ruido del motor diésel del autobús y los comentarios de Christian acerca de sus planes para el futuro. -Las televisiones locales tienen ahora mucho tirón y me gustaría grabar mis espectáculos para poder vendérselos, o al menos que me sirvieran de publicidad gratuita. No siempre acceden a ese tipo de acuerdos -afirmó el artista. -Sé práctico Christian, no es mala idea, pero no te dejes llevar por la farándula en todo. No te vendas; si eres bueno, que te busquen. De niño te llevabas todas los coscorrones porque siempre estabas en las nubes y no las veías llegar. También es verdad que había algunos profesores muy cabrones -le respondió Harold. El conductor era un tipo de estatura media y unos ochenta kilos, con voz uniforme y autoritaria. También había en él un algo de resignación que demostraba cuando resoplaba para pedir a todos que se sentaran y tardaba en hacerse oír. Harold compartía su preocupación por cumplir los horarios y terminar de una vez con aquel viaje, pero en tales casos siempre hay gente que se demora, o, en las paradas programadas hay que esperar por alguien que se decide a comprar algo en la tienda de una gasolinera y llega corriendo y cargado de bolsas plásticas cuando ya todos están sentados. En tales casos la puerta se cierra tras ellos y el autobús inicia su marcha sin darle tiempo a ocupar su sitio, así que avanza por el pasillo centrar dando tumbos y sin poder sujetarse por llevar las manos ocupadas. Toda una odisea. El chófer llevaba tejanos y un manojo de llaves que abultaba en uno de sus bolsillos y que ataba al cinturón por medio de una cadena, todo muy práctico pero poco estético a los ojos de Christian que no pudo dejar de comentarlo. También llevaba una botella de agua y una radio que sólo podía escuchar él porque la situaba sobre la guantera a un volumen moderado. Toda esta organización debía responder a años de trabajo en el sector, y posiblemente el hecho de que usara zapatillas deportivas también respondía a la necesidad de sentirse cómodo mientras trabajaba, si bien no parecía responder a las condiciones de uniformidad y reglas que estas empresas establecen para sus empleados, por lo que Harold pensó que hacían algún tipo de “vista gorda con los más veteranos”. -A los conductores de autobús, en realidad, les gustaría ser pilotos de aviación. Es una aspiración legítima. A mi me gustaría ser actor, pero no tengo ni idea de actuar -empezó Christian un nuevo argumento-. Los comandantes de avión llevan esos uniformes tan planchados... y claro, ese hombre con esa cadena no estaría facultado para entrar en una de esas cabinas llenas de botones y luces -y sin terminar su observación, añadió-. Además, estoy seguro que como conductor de autobús lo hace muy bien. -¿Por qué crees eso? -preguntó Harold sonriendo por el humorístico comentario. -Creo que lo veo muy satisfecho y convencido de su autoridad. Parecía que Christian prometía un viaje muy entretenido y cansado, a la vez. Era infatigable. Solía decir que las mujeres hablaban mucho, que de hecho, les gustaba hablar y hablar como puro entretenimiento, pero lo cierto era que él mismo era el exponente masculino de sus propias observaciones. En realidad no había señales de que lo que decía fuera verdad, todas las mujeres en 84


el autobús iban en silencio. Más bien parecía que se trataba de una operación de distracción para disimular su verborrea incontenible. Harold pensó que como transformista no era demasiado bueno, pero como monologuista llegaría muy lejos, era capaz de “sacar punta” a las situaciones más inesperadas. La forma en la que Leslie había vuelto no había resultado de lo más cómodo para Harold, intentaba analizar la situación sin que nadie se diera cuenta de que su presencia le importaba. Encontró la forma de no responder a sus emociones al respecto y permanecer con cara de poker cuando ella le hablaba o intentaba una aproximación. “Puedo dormir en cualquier parte”, le había dicho mientras le ofrecía el sofá con la esperanza de que buscara otro sitio donde pasar aquella primera noche, y desde entonces, todo se había complicado, y ella parecía encantada. -Creo que me va a gustar este viaje -se dirigió a Derek-, mis fracasos sentimentales no son un secreto y me hace falta un respiro. Le debo mucho a Harold, no sé que sería de mi sin él este último año -y añadió-. Reconozco que soy un desastre, pero estoy intentado no meterme en más problemas. -No te quise preguntar por tu ojo, ¿qué pasó? -Nada, un idiota. Un tío con pasta que creyó que iba a hacer todo lo que el me pidiera. Aquella conversación dejaba a las claras que Leslie no era la princesa que Derek había imaginado, lo que le venía muy bien, porque de tal manera, podía hablar de igual a igual con ella, sin palabras rebuscadas ni florituras en las frases, como dos juguetes maltratados por su propia libertad. Hablar sin vergüenza y contarlo todo así, como ella lo contaba, era señal de su dolorosa inocencia. Se hacía daño y hacía daño a otros inconsciente de sus actos. No era fácil de entender que hubiese tenido una relación sentimental con Harold, que lo hubiese abandonado traicionándolo, y que cuando le hizo falta ayuda, sin apenas haber cerrado las heridas, hubiese acudido a él a pedirle ayuda. ¿Arrepentida? Ni siquiera nadie podría decir si era así, excepto por la voluntad que ponía en querer seguir un tiempo aún a su lado. Por fortuna, se había quitado la tirita de la ceja, y aquello se no estaba tan hinchado, así que el ojo en un par de días parecería normal del todo. Después de dos horas de viaje, un pasajero se dirigió al chófer para decirle que tenía ganas de orinar, y éste anunció que pararían en la próxima gasolinera, para la que aún faltaban unos quince minutos. Todos debían bajar a estirar las piernas y aprovechar para ir al lavabo, porque no haría otra parada en muchos kilómetros. Aclarado ese punto, siguió adelante pisando el pedal a fondo y soltando una cantidad inesperada de humo negro por el escape. Lo único que Christian atinó a decir fue, “ese hombre tiene el carácter de John Wayne”. De cualquier forma, en los viajes siempre podemos intuir que nada va a salir como se espera: No quiero decir que siempre para mal. Se sienten las incomodidades aún peor de todo lo que pudimos imaginar antes de la partida, y la atracción por la aventura se reduce considerablemente cuando el cansancio nos deja sentir el sudor pegando la ropa a nuestro cuerpo; si bien, si el interés que nos lleva a hacer maletas y arrastrarlas por las ciudades, hasta las paradas de taxi, es lo suficientemente excitante o elevado, tal vez merezca la pena. Harold empezó a sentir la fatiga tres horas después de la partida, pero concluyó que diez años antes, en 1970, había viajado en autobús hasta alicante desde Barcelona, y como aquello si había resultado un horror, debía ser realista y aceptar que todo había mejorado mucho y los tiempos y las distancias se habían acortado mucho, las carreteras eran mejores y los autobuses más cómodos. Sumido en estos pensamientos, dirigió su imaginación hacia Aline: intentó darle forma física e incluso, quiso ponerle voz comparando con otras voces que se oían en el autobús. Había una señora de voz grave que fumaba como una descosida en los descansos, y una jovencita de voz chillona de la que no se fiaría nunca, así que se dijo que tenía que ser algo más moderado entre esos dos registros. Poco antes de mediodía, por esos campos de la castilla interminable, el sol caía a plomo y todos se afanaban en abrir las ventanillas. Apenas había fuerzas para correr las cortinas que bailaban libres con cada golpe de viento. Tampoco había interés en quejarse porque algunos habían esperado algo un poco menos sufrido, y la decepción de los mayores fue comprobar que las bebidas nunca son suficientes y se terminan antes de lo esperado. Aquella situación suscitaba cierto inconformismo, 85


pero la falta de interés por el mundo era total, todos parecían coincidir en dejarse llevar con la esperanza encendida de llegar lo antes posible a cada nueva a rea de descanso. La ventanilla dibujó una hilera de árboles a lo lejos que señalaba el punto exacto por donde pasaba el regadío, Harold lo miró con melancolía y devolvió de pronto su atención a una vieja revista que le proporcionara Michelle, en ella había una foto de Aline, podría reconocerla llegado el momento, eso no era un problema, pero le interesó especialmente el artículo que acompañaba a la foto con el encabezamiento, “Los nuevos ilustradores se ganan la vida haciendo tatoos”. No era de extrañar que el artículo pretendiera una maestría que no se alcanza hasta que se ha pasado por años de insistir en lo que a uno le gusta, pero había que vender a las nuevas generaciones de artistas como el brillante futuro que se esperaba de un país como Francia. En la foto, Aline llevaba puesta una camiseta que apretaba sus pechos mientras limpiaba unos pinceles y se apoyaba en un taburete. ¿Cómo era posible que aquella cara angelical se hubiese convertido de pronto en un demonio? Sin duda Michelle exageraba, pero haberle proporcionado aquella información lo hacía todo aún más difícil. Cuando Christian descubrió que no lo estaba escuchando adoptó la postura del pequeño resentido, del orgulloso sin razón suficiente, y se enfadó girándose levemente para darle la espalda. Harold se le quedó mirando porque el ruido de su voz le ayudaba a pensar y, aunque no supiera decir de qué le estuvo hablando los últimos kilómetros, lo cierto es que lo evadía de otras voces y ronquidos que llegaban de la parte trasera. Cuando Christian se puso los walkman y se aisló por completo, Harold supuso que era un poco más grave de lo que había pensado, pero se le pasaría. Sacó un pequeña botella de agua y le ofreció, sacó el tapón y se la puso delante de los ojos; Christian giró la cabeza en señal de desagrado. Harold bebió y la cerró cerciorándose de que el tapón quedaba perfectamente apretado y la devolvió a una bolsa de plástico que llevaba. Sacó de nuevo la revista con el artículo sobre “Aline, la joven artista que un día cautiva Francia”. Allí delante, la foto era lo suficientemente grande y la chica parecía un ángel inofensivo del que no podía imaginar ninguna maldad. Según Michelle no sólo se trataba de quedarse con una parte del beneficio que no le correspondía, lo que de por sí ya era intolerable, se trataba de que le había ofrecido dinero por la tienda actuando como si fuera suya. Era necesario pararle los pies o se quedaría con todo, había afirmado Michelle en una conversación por teléfono que tuvieran justo antes de emprender el viaje. Una señora mayor empezó a encontrarse mal cuando salían de las largar carreteras de Castilla y entraban en otra sinuosa y estrecha. La otra señora a su lado, dijo que viajaban juntas e hizo detener el autobús para que pudieran atenderla. Nadie sabía si se trataba de algo grave porque mientras su amiga le cogía la mano, la señora enferma terminó por desvanecerse; aquello no parecía apuntar a nada bueno, y, en tal momento, nadie hubiese apostado por su recuperación. Había murmullos entre los pasajeros, y algunos se decían en confianza, “ésta la palma”. Pero, en el momento en que la bajaron del autobús entre dos fornidos hombres, cogiéndola uno por las axilas y el otro por las piernas, pareció volver en sí. El chófer no parecía consternado o preocupado, en años de oficio había pasado por situaciones más comprometidas, y se limitó a decir que tendría que verla un médico y que la ambulancia estaba en camino. La sentaron en la terraza de una cafetería de pueblo, y todos se sorprendieron cuando al arrancar de nuevo, la señora hacia gestos de agradecimiento, cogiendo el pecho y uniendo las manos como si rezara por todos ellos. Lo último que pudieron ver fue que intentaba ponerse en pie para decirles adiós con la mano y volvía a caer sobre la silla de madera que su amiga sujetaba para que no cayera. Cuando habían pasado unos kilómetros de tan inesperado suceso, alguien descubrió que las señoras se habían dejado una bolsa de plástico con todo tipo de vituallas para el viaje, desde chorizo, queso y pan, hasta una botella de vino. El conductor dijo que buscaría la forma de hacérselo llegar y que se lo dejaran al lado de su asiento, donde el ponía también sus botellas de agua. Llegando a Oviedo, Derek les habló de su madre y lo mucho que siempre había significado para él. El no creía que hubiese sido un niño con atenciones especiales, pero lo cierto es que lo había llevado al colegio de la mano hasta muy mayor, y eso había creado una dependencia difícil de 86


superar con los años. Cuando la profesora le enviaba notas por su mal comportamiento, ella lo defendía ante su padre que parecía capaz de arreglar cualquier cosa por la fuerza; andar a patadas con una puerta que no encajaba había sido parte de la solución, pero golpear la radio buscando una sintonía sólo anunciaba que no era un hombre capaz de arreglárselas por sí solo. La primera vez que su madre cogió el teléfono para llamarlo, después de una discusión y, sobre todo, después de cambiar Oviedo por Madrid, fue para decirle que su padre había muerto, y tuvo que coger un autobús muy parecido a ese en el que ahora iba subido, para regresar a su tierra lo antes posible. Cuando llegó ya habían enterrado al viejo. Por lo tanto, después de mucho pensarlo creyó que debía seguir intentando salir adelante en la capital, y ese era su segundo viaje de retorno; tal vez el último. Aunque no pudiera decirse que se había tratado de una crueldad separarse de nuevo de su madre, de cualquier forma resultó algo que nadie esperaba. La madre de Drek llevaba en cama desde su operación y nadie sabía si podría volver a levantarse. El coche en el que se accidentara había quedado inservible, chatarra para comprimir. La capacidad de aceptar y soportar el dolor de las personas que conocía, le parecía a Harold el verdadero objeto de vivir; aprender sobrellevar todos sus dolores y lo que habrían de llegar, no era tarea fácil. Ninguno de ellos podía sentirse peor que Derek, no obstante, la más reseñable cualidad del asturiano era su capacidad para seguir soñando e ilusionándose. Sus propios problemas, le parecían Harold insignificantes cuando lo observaba y su expresión parecía llevarlo a muchos años antes, en la felicidad de la infancia, con unos padres sanos capaces de cuidarlo y mostrarle como eran las cosas y como no debían ser. La vida mordía, eso lo tenía claro, y un día le iba a tocar a él, la gente que quería desaparecería como si fuera normal que así sucediera, y entonces recordaría aquella expresión de Derek, mirando los campos que corrían fuera del autobús, entre la decepción y la tristeza. Al margen de sus conversaciones aparentemente insulsas, el recuerdo del asturiano iba a ser fuerte, más allá de como miraba y se entusiasmaba hablando de su tierra y respondiendo a las preguntas de Leslie. Pero esta vez le había tocado a él, la vida lo frenaba, su madre yacía con las piernas rotas en una cama y la muerte de su padre aún le parecía muy reciente. Sobre todo lo demás, las calamidades ajenas nos atraen y nos ponen en guardia. Harold dejaba de pensar en Derek para centrarse en todo lo que había pasado, como tendrían que renunciar a seguir estudiando lo que le gustaba y a estar en su nueva vida. Por supuesto, Harold sabía mirar sin que apenas se le notara y nadie dentro del autobús fuera capaz de adivinar sus pensamientos. Fue entonces cuando Derek se empeñó en que cenaran con su madre, que la conocieran, que estuvieran con ellos aquella tarde antes de ir a dormir y emprender su viaje, a la mañana siguiente. Habían sido una horas intensas, sin separarse más que para levantarse y abrir alguna bolsa en busca de bebida, comida, una prenda de ropa, pastillas para el mareo o un aparato de música, El resto del tiempo, se miraban incrédulos los unos a los otros o conversaban de forma tan espontanea como inesperada. Al fin y al cabo, hablar era lo único que les producía aquella sensación de creer que conocían a alguien, cuando con el paso de los años seguían siendo un misterio los unos para los otros. Claro que había cosas de los amigos que se iban asumiendo y apreciando con el tiempo, pero nada especialmente relevante. En realidad, saber como se comportarían en situaciones difíciles, o si un día les fallarían sin motivo aparente, eso era lo que tenía que ver con que cada uno, llegado el momento tendría que decidir seguir con su vida. Tal vez no volverían a ver a Derek nunca más, y eso llevó a Harold a convencer a sus amigos a realizar aquel esfuerzo y en lugar de ir al hotel a descansar, pasar aún un par de horas con su amigo antes de despedirse. Para Derek, descender del autobús y poner de nuevo los pies en su tierra se convirtió en un acto trascendente, pero a pesar del misticismo no dejó de atender a sus invitados y lo primero que hicieron fue ir a beber cervezas, sidra y todo tipo de licores. No podía empezar a sentirse asturiano de nuevo sin beber, como no podía dejar de serlo en Madrid por mucho que se hubiese emborrachado. Por si aún no se habían dado cuenta, Derek, en su creencia de que necesitaban animarse, no escondía sus adicciones, pero tampoco necesitaba beber para sentirse afortunado por su regreso. Había una clara diferencia entre la forma de que cada pueblo tenía de acoger a sus 87


visitantes, y sus amigos no tardaron en darse cuenta. Todo en él era entrega y le hacía feliz poder hacer que se sintieran felices y atendidos. Amaba cada piedra de su paseo, cada persona con la que se cruzaban y a los que lo reconocían y lo saludaban, y empezaba a detestar la idea de volver a marchar por perseguir sus sueños. Creía en la gente humilde, en los trabajadores, en el humo industrial y en la fuerza de la unidad contra los excesos burgueses y esa subversión que crecía en él, partía de la necesidad que su madre, toda la vida trabajando sin descanso, ahora tenía de él. Desde el primer vaso de sidra se dijo que no se iba a poner sentimental, y cada lugar en elq ue entraban a beber los acercaba más a su casa.

2 Nos empeñamos en ser protagonistas, pero nacimos para testigos de la catástrofe. Envejecer. Otra sombra se aleja. Para la madre de Derek, la señora Karina, sentirse asturiana era hablar con aquel acento cerrado que lo complicaba todo. Había pasado necesidades de niña en su pueblo; apenas había asistido al colegio porque quedaba lejos y la caminata la dejaba demasiado cansada para ayudar en casa al volver. No habían sido buenos tiempos para nadie y siempre faltaran algunos miembros de la familia que murieran en la guerra, eso lo hacía aún más difícil. Sus padres no la obligaban porque la necesitaban en casa y las autoridades, demasiado ocupadas en buscar revolucionarios, tampoco se metían en eso. De joven tampoco había sido una chica feliz, no era guapa y apenas hablaba. Si todo lo que había significado era sacrificio, ¿por qué iba a incomodarla no encontrar un marido? “La niñas entonces éramos muy tontinas”, dijo en medio del relato de tiempos pasados. Había empezado a trabajar en una tienda de herramienta agrícola por escapar del pueblo, y apenas le pagaban pero le permitían comer en el almacén y la manutención iba en el trato. Se acabó casando con el hijo del dueño. No eran gente estirada, no había tanta diferencia con ellos y eso fue lo que ganó. Las costumbres parecidas y que fuera trabajadora, terminaron por afianzar aquel matrimonio del que nació Derek, al que tampoco le impuso una disciplina desmedida ni le obligaba a ir al colegio, hasta que los profesores se interesaron por sus ausencias y desde entonces ya no pudo faltar sin que llamaran a Karina para convencerla del daño que se le hacía al niño si se le permitían aquellas ausencias. Como era de esperar, la señora Karina necesitaba hablar y apenas pudieron hacer otra cosa que escucharla mientras Derek les proporcionaba sillas para sentarse alrededor de su cama. La presentación fue corta y todos se inclinaron para besarla como si la conocieran de antes. Fueron muy pacientes y Derek los miraba con inmenso agradecimiento, pero como iban algo perjudicados parecían estar a gusto. Fue en ese momento en el que el asturiano apareció con una botella de vino y siguieron bebiendo sin pensar en que el viaje del día siguiente iba a ser muy duro. La señora Karina dependía de una vecina que abrió con su propia llave y se alegró mucho de ver a Derek. Le traía la cena a su madre, pero se detuvo un buen rato en darle besos y abrazos al hijo pródigo. Le contaron lo de su viaje a París; “No con Derek, claro. Él se queda”, dijo Harold. Derek le aseguró que podría darle el mismo la cena y que lo dejara todo sobre la mesa de la cocina, y entonces se acercó a su madre preparándolo todo para aquella operación que consistía en sentarse a su lado sirviendo de asistente mientras, reclinada sobre el cabecero, la señora Karina intentaba 88


probar los alimentos sin atragantarse. Ya no había dudas al respecto, Derek cumpliría perfectamente su misión y de lo que de él dependiera, su madre iba estar bien y lo iba a tener todo el tiempo necesario; en aquel punto se habían acabado el arte dramático, el arte y ensayo, la interpretación y las clases de pintura. Y para que todos viesen que eso era así, metió sus libros en la bolsa de la basura y cuando acabaron de cenar les echó los restos de comida por encima: listo para el camión contenedor. Aunque Harold estaba a punto de conceder que todo lo vivido en aquel viaje hasta aquel momento lo tenía bastante desconcertado, prefirió seguir en silencio en su caminata hasta el hotel en el que habían reservado sus habitaciones. Cayeron rendidos y durmieron largamente, por fortuna por la mañana salió un día de sol que animaba sus espíritus, desayunaron y cuando llegaron a la estación de autobuses, ya todos estaban esperando por ellos para partir en la segunda etapa hasta París. En realidad se trataba de viajes diferentes, el conductor no era el mismo, porque aquel al que habían conocido el día anterior, sólo hacía el trayecto Madrid-Oviedo y regreso. Harold preguntó al nuevo conductor cuanto duraría el trayecto hasta parís, tuvo que insistir hasta tres veces para obtener una respuesta. -No hay un horario fijo, una vez en Francia las carreteras mejoran mucho, debemos reconocerlo. Alrededor de seis horas, si vamos bien. Leslie se tomó dos aspirinas e intentó dormir. Esta vez se sentó muy pegada a Harold, y apoyó la cabeza en su hombro; él lo consintió. -Derek es buen chico, parecía muy receptivo cuando hablabais -inició la conversación -Nunca imaginé estar tan atendida y recibir tanto afecto como en este viaje, y no sólo por él -y se echó a reír como si aún deseara disfrutar del resto del viaje de la misma manera. -Es un hombre fuerte y con carácter. No te imagino llena de hijos, cocinando y haciendo la colada cada día. Un prole de asturianitos siguiéndote por toda la casa para que los atiendas -Harold hizo una interpretación de aquella atracción que notó entre Leslie y Derek, y sabía que podría molestarle, pero no fue así. -Nunca culpo a los chicos que se sienten interesados por mi, no soy tan idiota. Pero no veo a qué tanta atención... -Tienes razón. En realidad, el día que te fuiste de casa, perdí todo el derecho a preguntar o interesarme por tus cosas. Es más, por orgullo, en situaciones similares, nadie lo hace -respondió entre dientes, como si le costase reconocer que la presencia de la chica lo turbara de algún modo. La tensión propia de una situación así no iba terminar en ese momento. Tal vez no había sido buena idea que Leslie se sumara al grupo, pero ella, desde luego, parecía estar disfrutando. Pasarían un par de horas antes de que volviesen a hablar de sus diferencias, lo que tampoco parecía demasiado interesante, si no fuera porque delataba a Harold como el romántico que era. Guardaban silencio, Christian se volvía y también hablaban con él, o hacían comentarios cortos de aspecto irrelevante sobre el paisaje, el tiempo o alguna cosa que pasaba fuera y en la que apenas podían fijar su atención antes de que la maquinaria ruidosa del autobús pasase a toda velocidad levantando un enorme polvareda. La expresión de cansancio iba creciendo en los tres, pero Harold parecía además aturdido por sus pensamientos. Dormitaba enfrentándose en sueños, al momento de su encuentro con Aline, y al momento se encontraba en una gran habitación llena de niños jugando a la pelota mientras Leslie sacaba leche de los tetos de una vaca en la puerta de la casa, lo veía y lo saludaba. “Leslie no tiene conciencia de haber hecho nada malo. No sabe, no es consciente del daño que causa cuando desaparece de la vida de la gente porque, simplemente, sus intereses se giran hacia otra parte”, pensaba al despertar. Y sin embargo debía ser así, no la quería a su lado sin dejarle la puerta abierta; ella había tomado su decisión abiertamente, era responsable de sus actos y sólo cabía decirle adiós, seguía dándole vueltas a su presencia. El recuerdo sexual que le ofrecía cada vez que se inclinaba y podía ver sus pechos a través de su camisa abierta, sus pezones libres sin sujetador, no iba a ser suficiente para hacerlo cambiar de idea, pero lo tenía muy turbado. -Se te abrió un botón de la camisa. Abróchate, vas sin sujetador y el hombre sentado a la derecha 89


parece interesado en saber el tamaño de tus pezones. No es buena idea provocar a la buena gente local, se escandalizan pero disfrutan mientras pueden. La madre de Leslie había tenido un comportamiento parecido al de Harold durante años, y no pudo evitar la comparación, “pareces mi madre”. Durante años, sobre todo en su primera adolescencia, había tenido que aguantar frases semejantes, algunas que intentaban ridiculizarla y otras habían sido órdenes simples pero efectivas. Como hija, había sido una enorme decepción para sus padre, pero también era cierto que ella no se sentía demasiado orgullosa de ellos, por así decirlo. Nunca se había entendido ni mostrada comprensión por ninguna de las partes. Había conocido otras chicas con problemas parecidos que se habían ido de casa un mes antes de cumplir la mayoría de edad, las había escuchado y compartido con ella pareceres sobre la educación que habían recibido. Harold sacó una botella de agua de su mochila y le dio un par de sorbos, después le ofreció a ella que también bebió hasta vaciarla. También había conocido algunas chicas que se habían quedado embarazadas sin desearlo y habían abortado sin decírselo a sus padres, por fortuna eso no le había pasado a ella. Los largos viajes en autobús son una buena ocasión para inesperadas confesiones, y si el cansancio no lo hacía todo aún más agrio, llegar al final sin haber discutido ni una sola vez pero hartos de otros pasajeros, del conductor, del roncar del motor, del aire enrarecido y del mundo en general. Se detuvieron poco antes de llegar a París, a las afueras de Orleans, para que todo el mundo pudiera lavarse un poco en la gasolinera, para que aprovecharan para orinar, y entrar triunfales y aseados en el París de los artistas. Leslie aprovechaba cada oportunidad para llamar por teléfono, y en esa ocasión alguien respondió al otro lado. Harold la observó pero no escuchó una palabra de lo que decía. Al terminar, ella se secó las lágrimas y al volver a su asiento se cruzó con él. -El muy cabrón dice que no volverá a suceder, que está arrepentido y que no puede vivir sin mi. No sé que hacer. Eso fue todo, pasó de largo y no volvieron a hablar del tema. Harold no quería preguntarle nada que tuviera que ver con problemas de pareja, estaba bastante cansado de la gente que le daba mil vueltas a este tipo de cosas sin llegar a ningún sitio. Que hiciera lo que le pidiera el cuerpo. No era asunto suyo y deseaba volver a su vida normal, a los días monótonos y a las mañanas de sueño largo, sin sobresaltos ni llamadas inesperadas. Harold volvió a echarle un vistazo a los papeles que Michelle le había dado. Miró el nombre de la persona que había alquilado el local que servía de tienda de cómics y con sorpresa comprobó que estaba al nombre de Aline y no al de Michelle. Y había algo más, además de tienda de cómics, era la vivienda habitual de la ilustradora. La suya era una historia repetida mil veces, un desencuentro provocaba la separación de las partes y nadie parecía contento con el resultado. Era muy parecido a lo que sucede en cualquier divorcio, cada uno se lleva su vida, otra cosa es la residencia. La tienda tenía el nombre, la idea, el arranque económico inicial, el contrato de empleada de Aline, ese tipo de cosas, como propiedad indiscutible de Michelle. Sin embargo, llegado ese momento, si renunciaba a su contrato, cambiaba el nombre y el cartel de la entrada y devolvía el dinero arriesgado, la tienda quedaría en manos de Aline. Michelle se lo había explicado bien, en situaciones semejantes un juez había permitido a una de las partes quedarse con el local siempre que lo dedicara a una actividad distinta. Todo eso estaba muy bien, pero no podía cambiarle la cerradura porque el alquiler estaba a su nombre. En resumidas cuentas, Harold se sentía cada vez más confuso. Orgullo, esa era la palabra, Michelle, obviamente quería demostrarle a Aline que no era nadie a sus ojos y que su traición la pagaría muy cara. Pero todos esos arranques imperiales, no eran más una rabieta en el mundo de Aline, y era ella, desde luego, la que más tenía que perder en todo aquello, se trataba de su vida y tendría que ir hasta el final. En las horas siguientes, Harold se sintió débil, dudó y estuvo a punto renunciar, pero no lo hizo. En París se dirigieron al hotel en taxi, Harold tuvo una habitación solo para él, mientras que Christian y Leslie compartieron otra con dos camas, tal y como ya hicieran en Oviedo. Esto no preocupaba a Harold, sin embargo, no era ajeno a que la amistad entre sus amigos, era creciente y llegaba a un momento en el que él podría desaparecer que ellos 90


seguirían viéndose y reuniéndose para contarse sus cosas, tal y como en tales casos suele suceder. -Vosotros sois parte del viaje tanto como yo, así que mañana me acompañaréis a la tienda -afirmó Harold a sus dos amigos, que no tendrían por qué estar de acuerdo, pero guardaron silencio-. No existe diferencia, no voy a cobrar por esto y no me complace y aunque ahora no lo entendáis, de la misma manera que yo lo hago por Michelle, vosotros lo haréis por mi. Me será mucho más fácil encontrar sentido a ese acto despreciable que voy a cometer, si vosotros estáis con migo, además, hay que estar en lo difícil también. No me gusta soltaros el discurso, pero creo que no estáis entiendo que tengo que hacer algo con lo que no estoy de acuerdo. En los minutos siguientes, tanto Christian como Leslie, se preguntaban si aquello que tenía que Harold que hacer era tan grave. La forma en la que les había hablado no dejaba lugar a dudas; podían plantarlo en aquel momento o someterse a su desprecio por cobardes si no lo acompañaban, pero parecía que ambos aceptaban esa parte de su destino que otro estaba escribiendo. Nunca antes lo habían visto así, tan sofocado y determinado a acabar con todo aquello lo antes posible. Había una parte de Harold que se mostraba y que nunca antes habían visto. El hotel debía estar en la parte más vieja, sucia, oscura y húmeda de París, pero era barato. Eran casas de ladrillo viejo las que anunciaban sus ventanas con ropa tendida a la calle. Aquellas eran las calles en las corrían los niños que trabajarían en las fábricas y en el montaje de automóviles, en las nuevas cadenas de supermercados y en los servicios sociales del Estado. Aquellos niños de piel quemada y pies diminutos, serían los revolucionarios del mañana, los condenados a caminar por siglos en manifestaciones ciudadanas y a correr delante de la policía para que no les quitaran un ojo con una bala de goma. Producían para comprar una televisión y un sillón, pero sobre todo para ser enterrados con la dignidad que un obrero merece. -Creí que conocía los barrios más sucios de Madrid, pero esto es aún peor -Afirmó Christian al salir por la mañana del hotel en dirección al barrio de los poetas, también conocido por Montparnasse. Por encima de los paseantes, al final de la calle, se veía el cartel de madera, “Tienda de cómics Aline”. Tras las ventanas, las siluetas de los compradores se movían lentamente. La vitalidad de aquel lugar era envidiable, era imposible ponerse en aquella calle a vender libros viejos y que no pasara alguien que se interesara en ellos. Un hombre vendía periódicos viejos y sin duda encontraría quien se los comprara aunque sólo fuera para poner en el suelo húmedo de un bar. También era una calle de viviendas baratas, de gente obrera o bohemia, todos en el mismo cuadro. Esto era lo que había, una tienda de cómics en mitad de un lugar tan simbólico, tan mítico y evanescente, que en ocasiones parecía que sonaba una música de un órgano desde una iglesia tal irreal como su campanario cortado por la niebla. Nadie se fijaba en ellos, resultaban indiferentes a todos. En la esquina de la casa olía a orines, y alguien había arrojado un caldero de agua jabonosa delante de la puerta. En ningún lugar del mundo podía haber un lugar mejor para poner una tienda de cómics o una librería, si bien, en otro tiempo habían vendido sombreros, lo que le daba mucha importancia a los ojos de los cineastas en busca de esquinas para rodar sus películas. Pero sobre todo, la importancia de la tienda y lo bien que marchaba el negocio, se debía a la presencia incuestionable de Aline, conocida hasta el punto de integrarse en el barrio como uno de sus monumentos, es decir, con una presencia tan fuerte que todos la echarían de menos si un día faltara.

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3 La sombra que huye cuando tus ojos dicen constancia Al frente del mostrador estaba una chica que les habló en francés, pero no era Aline. Le preguntaron por ella y desapareció detrás de una puerta. Aline no sólo era dibujante y estaba al mando de la tienda, en otro tiempo había hecho tatuajes en aquel mismo lugar, pero habían cerrado esa parte del negocio; sin duda Michelle no lo sabía y lo había agregado como una de los motivos de su disputa, “realizar actividades no acordadas previamente”. Aline parecía mayor de lo que habían pensado, fue sorprendente adivinar que tras aquel pelo enmarañado se encontraba ella. Dieron una explicación a su presencia insuficientemente satisfactoria, pero cuando Harold nombró a Michelle, los hizo pasar. Los clientes los miraban con desconfianza y uno exclamó, ¡cons, espagnoles! Como si eso fuera lo peor que se pudiera ser. Lo dijo entre dientes, pero pudieron oírlo. No recordaba haver sido recibido con tanta acritud en otras ocasiones que estuviera en París, era muy extraña aquella actitud, como si hubiesen estado esperando que aparecieran y supieran de antemano que no traían nada bueno. 92


Aline los recibió en una sala sin demasiados muebles, apenas se sentaron, afirmó no disponer de tiempo y que ya sabía por qué había llegado hasta París, pero que habían tardado más de lo que esperaba. Nada podría haber sido más inquietante, sobre todo porque apenas les daban la oportunidad de hablar. Mientras Aline observaba aquellas caras despistadas, que expresaban una desconcertante señal en el entrecejo y que respiraban la incertidumbre de no saber aún exactamente a qué se enfrentaban, se daba perfecta cuenta de que podría manejar la situación sin problemas, o como se suele decir, que tenía la sartén por el mango. No era fácil que ellos, desde su posición, pudieran comprender el amor que ella sentía por los cómics, por aquella tienda y por todo lo gráfico en general. Por razones que ni siquiera Michelle comprendería, los dejó a solas en aquella sala y se fue a acabar de pintar un graffiti sobre el muro de la estación, algo que no corría en absoluto prisa y podría haber hecho cualquier otro día. Los tres esperaron en vano que volvieran mientras curioseaban en la sala y se centraban en un dibujo a carbón que Aline había hecho de su propio rostro. Pudieron entonces observar marcas de su piel que no se apreciaban con la luz interior. Era un día de semana, posiblemente jueves, una mañana de sol y nubes dejaba entrar una moderada luz por la ventana y se volvieron al hotel después de Hanna, la chica del mostrador les preguntó donde se alojaban y les indicó que pasaría por la mañana para recoger a Harold y según sus propias palabras, “terminar con todo eso”. Los amigos y colaboradores de Aline en su tienda, se mofaban de Harold y sus amigos, pero al mismo tiempo estaban expectantes acerca de lo que tuviera que decir. Aquella noche, Leslie habló de nuevo por teléfono con su ex-pareja desde la habitación del hotel. Christian no pudo evitar oírla. -¿Has vuelto a hablar con él? -inquirió el monologuista-. ¿Has pensado en volver con él? Estas muy loca. Cuando dejas de ver a alguien durante un tiempo y crees que esa persona te falta, es posible que lo más horrible de esa persona te parezca asumible, pero un tipo violento, como era el caso, no iba a cambiar en unos días. Sin embargo, Leslie consideraba que nada había salido como esperaba y eso no tenía nada que ver con Harold. -¿Qué te ha dicho? ¿Que va a cambiar? Todos dicen lo mismo, te ofrecerá una vida nueva y te comprará un anillo o unos pendientes. Para lo que te va a servir... ¡si te rebajas creerá que te tiene controlada! Francamente, creí que eras más fuerte. Te mimará unos días y volveréis a lo mismo. Cuando por la mañana, aquella chica se presentó en el hotel para llevarlo a un encuentro con Aline, se preguntó en qué momento había perdido el control, si es que alguna vez lo había tenido; por supuesto, quedó claro que el encuentro debía ser entre los dos, nadie más. Harold ya no pensaba que tanto esfuerzo no valía la pena, los viajes siempre compensan, aunque en este caso, eso no se debía precisamente al motivo que los había llevado hasta allí. Pensaba en Aline en términos diferentes a la documentación que llevaba en la mano, la había conocido y le parecía cautivadora. La enorme casa a la que fue llevado era de los padres de Aline, que llevaban un año dando la vuelta al mundo. Era un lugar sin electricidad, decadente y de paredes húmedas y la muchacha lo utilizaba los fines de semana para organizar encuentros literarios; la chica que conducía lo iba poniendo al día de todo lo que tenía que ver con aquel lugar, pero no se enteraba mucho porque su francés estaba se había encallado desde hacía un tiempo. Aline no era una chica pobre o necesitada de un salario, eso había quedado claro. No la imaginaba trabando en una fábrica de conservas, o congelando pescado; ni siquiera podía imaginarla llevando productos del almacén a una estantería de un supermercado, o sirviendo cajas de licores por los hoteles de la ciudad:todo eso le estaba prohibido por nacimiento. Su privilegio había sido estudiar en los mejores colegios y renegar de todos ellos, creerse una revolucionaria y dibujar sin descanso motivos de ruptura contra el sistema. -No pretenda demasiado de ella, se dará cuenta y lo mandará de vuelta al hotel. Intente ser amable, es una chica dulce detrás de esa aparente armadura. -Mi papel no es el deseado pero debo tener esa imagen de los hombres que siempre intentan hacer 93


lo que se espera de ellos. ¿Por qué acepté este encargo? Me lo llevo preguntando desde que subí a ese autobús. Ella no parece intocable, sólo una chica más de tantas que he conocido. ¿Por qué crea este desasosiego en mi? -Error, no es una chica más. Es una diosa, pero se comporta como humana. Tendrás tiempo de comprobarlo, quiere que te quedes el fin de semana. -¿En serio cree que voy a aceptar esa invitación? -No es una invitación, lo da por sentado. Nadie le lleva la contraria. Si quieres hablar con ella tendrás que aceptar sus reglas. Al aceptar la invitación se ponía en sus manos, totalmente solo y en su terreno, tendría que escuchar todo lo que deseara decirle, someterse a un lavado de cerebro que aumentaría su deseo de acabar aquello lo antes posible. No podía imaginar que fuera de otra manera, ni esperar al lunes y aparecer en la tienda, no, quería hacerlo ya, saber lo que fuera necesario, acabar y volver a Madrid. No era de ese tipo de gente que se deja manipular, ni a las que se le pudieran contar historias extrañas para influir en sus decisiones. -Si hay un malo en esta historia, espero ser yo, ni Michelle, ni Aline, sólo yo -dijo Harold-. Siempre he ido por libre, pero conozco mis límites. -¿Michelle? Creo que la conozco -dijo la chica al volante-. No me pareces tan malo. Haces la parte que te corresponde, sin complicarte demasiado. Si la gente se preguntara por qué hace las cosas, el mundo dejaría de funcionar. -No entiendo a los franceses. No entiendo Francia. Queréis poneros en el lugar de todos, pero termináis haciendo lo que os conviene, que no siempre es lo más conveniente para todos. -Eso es un pensamiento muy egoísta. Aún no sabes lo que va a suceder y ya estás dando por hecho que no te convendrá lo que salga de “los franceses” (sonó despectivo). No somos ni mejores ni peores que los españoles. No es una cuestión nacional. Aline decide y ella es una persona muy querida, por eso confío en sus decisiones. Sabrá que hacer. Era media-mañana, el viaje no había durado mucho y aquella chica apagó el coche y todavía seguía sentada a su lado. No había nadie en el aparcamiento delante de la casa, de hecho, parecía no haber nadie en muchos kilómetros. No había ni una luz en la casa, ni eléctrica ni de velas ni de ninguna otra cosa. Se esforzaba en mirar las ventanas esperando alguna sombra, alguna figura o señal. De pronto el sonido de un desagüe enredó entre los trinos de los pájaros y Harold cerró su ventanilla. Todo lo que pudiera haber imaginado se desvanecía frente a la enorme y húmeda piedra, era como sumergirse en una película francesa de después de la guerra. Con todo, se aferraba a la carpeta de cartón donde guardaba los papeles para la cesión del alquiler y el despido de la artista. No era consciente del cambio que se estaba operando en él, ni sabía a que se debía que aquel paisaje de árboles huesudos fuera capaz de emocionarlo como lo hacía. -¿No te sientes a gusto? -Este viaje no era lo que esperaba, hubiera preferido Berlín, a pesar de la distancia y lo incómodo de los autobuses. Tengo miedo cerval a los aviones. Me supera, sin aviones mi vida es mejor. Harold tenía demasiadas cosas en la cabeza, iban y venían pensamientos que lo confundían y no le dejaban escuchar, ni interpretar cada una de las frases de su interlocutora. Al menos había llegado hasta allí y tenía justo delante la ocasión de aclararlo todo y terminar. Aún no acababa de entender por qué, en medio de una vida llena de desafíos, sueños rotos y un fracaso sentimental reciente, se permitía juzgar a Aline. No lo estaba pasando bien, eso era obvio. ¿Por qué, si tenían que acabar con aquello lo antes posible, ella lo rodeaba de un escenario semejante? Media los tiempos, jugaba con él. Aline hablaba poco, al menos hasta el momento en que Harold se presentó por segunda vez delante de ella. Le pidió que se sentara mientras terminaba de lavarse el pelo. Se había mojado el cuello y le había corrido la espuma hasta los pezones que se apuntaban como dos leves manchas negras debajo del camisón. O eso creyó mirar. 94


Harold empezaba a adivinar que había cosas que no sabía, o que había cosas que no entendía. El sentimiento de pertenencia siempre se más fuerte para aquellos que están, que viven el día a día, que para los propietarios ajenos a cada problema que se presenta y hay que solucionar, por pequeño que sea, para que el mundo siga funcionando. Todo se había roto, los puentes de confianza volados, las intenciones eran las peores y el momento no tenía marcha atrás. Aline no estaba obligada a vivir como lo hacía, y si la batalla le resultaba demasiado cansada, renunciaría antes de liarse en un interminable proceso de acusaciones. En eso de la ausencia, también Harold estaba de acuerdo, Michelle no sabía absolutamente nada de lo que se cocía en aquella ciudad y en la cabeza de su oponente. -No hemos puesto demasiado de nuestra parte por solucionar nuestros problemas -Dijo Aline mientras se erguía y se secaba la cabeza con una toalla-. Ni siquiera Michelle, con todo lo que dice que sabe de mi, ha hecho las cosas medianamente bien; tú eres una prueba de ello. No disimuláis mucho los españoles, se os ve venir de lejos. Hay un juego que tiene que ver con fingir, ¿es que no lo sabéis? Eso es parte del debido respeto por el otro. Te ha tocado el trabajo sucio, lo comprendo, no es culpa tuya. Cuando Aline se incorporó y él siguió sentado, se colocó delante de sus ojos con cierto descaro, fue entonces cuando se percató de que la muchacha con el camisón mojado, sólo tenía un pecho. Tal y como parecía, un proceso cancerígeno había concluido con la amputación de uno de ellos. Harold había rechazado en un primer momento aquel pequeño viaje a las afueras. Había algo que no le cuadraba en aquella forma de proceder y cuando oyó al citroën que lo había llevado hasta allí, arrancar y desaparecer poco a poco en la distancia, sospechó que tendría que arreglárselas para salir de aquel lugar. -No te inquietes, ella volverá mañana por la tarde para llevarme de vuelta y tú podrás venir con nosotras, hasta entonces eres mi invitado. No hay coche de linea en las inmediaciones, lo siento. -Creo que estoy secuestrado. -Puedes irte, pero sería mejor que tratáremos ese asunto “tan importante”, primero -le dijo ella con ironía -Eso si parece que empieza a ser algo positivo . Le replicó Harold. -Sí, pero no lo haremos hasta mañana. Me duele la cabeza y quiero enseñarte algunos dibujos y que salgamos a pasear. El campo está hermoso por la mañana. -Estoy en tus manos. -Pues sí, eso parece -sonrió ella maliciosamente. -Vamos a ver una cosa. Quiero que quede claro que preferiría acabar pronto y volver. Pero la oferta es agradable -No seas crío. Ya te dije que eres libre para hacer lo que desees. Me pareces un hombre muy interesante, hasta podría haber pensado en pasar la noche contigo, pero no voy por ahí cazando hombres para tener sexo ni nada parecido. -¡Vaya, eso me tranquiliza! Durante los últimos dos años, la vida de Aline no había sido fácil. Se había enfrentado a la enfermedad pero también a su soledad y a las peticiones de Michelle para que se desplaza a Madrid y le devolviera la llave y los los papeles de la tienda. Eso era ridículo, pero la había molestado mucho. Había hecho lo imposible por mantener la calma y cuando Harold entró en la tienda, no miró un envidado de su gran enemiga, sino un apuesto español con ojos inocentes. Se consideraba afortunada porque en los últimos tiempos había tomado una decisión que la descargaba de algunos problemas, y eso era cerrar la tienda, pero no se lo iba a decir aún a Harold porque primero quería “jugar” un poco con él. Hacia la hora de comer, habían pasado dos horas paseando por el campo y hablando de sus vidas y Aline se mostraba animada y dejándose llevar por primera vez en mucho tiempo. Aquel hombre era amable y simpático, procuraba ser sincero en sus respuestas, aunque notaba que no siempre lo era. Para ella era como un reto psicológico hacerle preguntas difíciles que iban desde sus afinidades 95


sexuales, hasta sus sueños no cumplidos. Todo se reducía a conocerse, o al menos, a ver como reaccionaban en conversaciones que podían considerarse escabrosas. Los personajes de los dibujos de Aline disfrutaban haciendo eso, poniendo a la gente en situaciones difíciles sin saber cómo lo habría de solucionar. Aunque Aline le había hecho creer que al no tener teléfono se encontraban totalmente aislados, lo cierto era que Harold guardaba una sorpresa. En un momento sacó del bolsillo un teléfono nokia de los más pequeños e hizo una llamada delante de ella. Era para avisar a Christian y Leslie de que se quedaría a pasar el fon de semana en el extrarradio. -Estoy aprendiendo mucho de París y de los parisinos. Sí, estoy muy cómodo y Aline no parece tan arisca al natural. -Vuelve cuando quieras ya buscaré yo la forma de entretenerme, tal vez vaya a leer cómics a la tienda. Hay una novedad que debes saber -advirtió el monologuista-. Leslie se ha pirado. Ha pasado toda la noche en el teléfono hablando con ese tipo que la zurra y se ha vuelto porque el otro le dice que no puede estar sin ella, ¿telo puedes creer? Esa chica está loca del todo. -Ya. Bueno. Esperaba que eso sucediera en cualquier momento. El lunes nos vemos en el hotel y hablamos con más calma. Un abrazo. Tras haber visitado la casa y escuchar la queja de Aline por no apagar el teléfono, intentó disimular cuánto le desagradaban los viejos cuadros de una familia tan antigua. Allí estaban todos los abuelos y bisabuelos, que parecían reírse de los vivos y del paso del tiempo; era como si dijeran, “pronto estaréis al otro lado, la vida pasa en un vuelo de urraca” -No quiero que te aburras -dijo Aline. -No me estoy aburriendo, en serio. Me siento cómodo, me gusta el campo. Ya viste, tengo un teléfono. Si no fuera así podría pedir un taxi. -Desde el punto de vista del ilustrador, este situación es interesante y me gustaría, esta tarde, enseñarte el cementerio. He copiado algunos dibujos de sus lápidas. Te prometo que mañana hablaremos de lo tuyo -sentencióDesde muy jóvenes, cada uno de ellos había aprendido a salir adelante por sí mismo; al menos eso lo tenían en común. Pero para Aline todo había sido aún más difícil si cabía. Sus padres no se habían ido a dar la vuelta al mundo, en realidad su madre había muerto siendo una niña, y la mujer con la que su padre se había ido para un viaje tan largo, era la cuarta madre que había conocido y ya sólo cabía esperar que su padre se divorciara una vez más. Crecer sin una madre había sido especialmente duro, pero al menos podía ver a su padre algunos fines de semana o en vacaciones, cuando sus ocupaciones se lo permitían. Si su estado interior dependiera de un concurso para ver cual de los dos había tenido una infancia más desastrosa, entonces ganaría Aline. De eso también halaron en aquella tarde interminable del cementerio al monumento de la victoria en el cruce de carreteras. Unas horas después cansados de caminar y de terminar la comida que no habían podido ingerir a mediodía, Aline preparó el segundo acto y llevó sus dibujos y cómics y lo llamó para que se sentara a su lado. Su invitado obedeció sin más pretensiones que el interés que aquella mujer había empezado a despertar en él. Aline era del tipo de mujeres que no fingía los orgasmos, tan natural en todo, que no esperaba subir su ego ni provocar a su nuevo amigo para que la adulara, eso no siempre funcionaba. En la habitación de Aline apenas corría el aire, unas pesadas cortinas cerraban el paso de la luz, al menos hasta la mitad de las ventanas, y lo único que se escuchaba era un reloj de pila marcando los segundos sobre una cómoda. Había cuadros de naturaleza erótica, más sugerentes que explícitos. Harold entró para recoger unos cuadernos de dibujo del segundo cajón de la mesita de noche, ella le daba indicaciones sin levantarse del sillón. Se acababa de cambiar de ropa y había dejado su vestido y sus braguitas sobre la cama; miró la ropa interior, la cogió y la levanto a la altura de los ojos, estaba sudada de la caminata. Ordenó su trabajo en el sentido en el que se lo quería mostrar, empezando por dibujos adolescentes muy malos, pero de los que se sentía muy orgullosa. Se concentraron en aquellos dibujos con tanta profundidad que apenas hablaban y podían oír el roce de 96


las hojas cuando las movían o las apartaban. Tomaron café y apenas se movieron el uno al lado del otro, hombro con hombro, respiración con respiración. Luego, levantando su camisón hasta las rodillas, ella dejó las zapatillas en le suelo y puso las piernas encogidas sobre el sillón, se encontraba cómoda, se diría que satisfecha. La escena en el sillón era más propia de una pareja comprometida y bien comunicada, que de conocidos recientes. Harold podía ver la cicatriz sobre el pecho amputado, y, con toda claridad, el enorme pezón rosado del otro pecho; estaba muy excitado, pero siguió mirando los dibujos hasta que terminó el último álbum y ella los recogió y los dejó sobre la mesa. -¿Te has fijado? La cicatriz es profunda. Aún no he superado vivir sin mi pecho -el escote era amplio y ella no lo escondía-. Debes de ser un hombre muy experimentado. ¿Has tenido muchas novias? -Unas cuantas. -He oído que los españoles sois muy buenos amantes y que las mujeres son más apasionadas que las francesas. -Hay de todo. No conozco muchas mujeres francesas para poder decir algo coherente al respecto. ¿Conoces España? -Estuve un par de veces. -¿Lo has hecho con hombres españoles? -Con uno. -¿Y? -No fue tan bien como esperaba. Al día siguiente, se levantaron temprano y salieron de nuevo a dar un paseo por el campo. Por la mañana el aire estaba fresco y producía cierto placer respirarlo. Del mismo modo que ella lo había preparado todo, tanto si había sido aceptado o forzado, Harold había terminado por encontrar la seducción y exhibirla. Lo mejor de aquel fin de semana habían sido los dibujos, eran muy buenos. No era lo único que habían hecho, pero estaba cautivado por los colores y los temas. Imágenes de guerra, de destrucción y de amputaciones, ¿qué clase de cómic se podía escribir con eso? Le había pedido que le escribiera un guión, pero pedirlo no era suficiente. Había que tener en cuanta lo sugerido y ponerse en situación; no podría saber si era capaz de tanto hasta que lo intentara. La escuchó embebido en sus teorías, intentó crear en su imaginación aquellas imágenes convertidas en historias, aunque cada vez que lo llevaba a desiertos indomables, a montañas infranqueables y a viajes en avioneta sobre el océano, él terminaba por perderse y volver a la realidad con preguntas que deseaban darle forma a los personajes. No recordaba haber trabajado con tanta intensidad anteriormente con ningún ilustrador y tanto era así, que quedaba largos momentos en silencio absorbido por aquellas ideas. Aline firmó todos los papeles, se autodespidió y se mofó de Michelle porque iba a cerrar la tienda y ya nada importaba de todo aquello. En resumen, el viaje había resultado mejor de lo esperado. No había ido a París pensando en sí mismo, pero todo había sido bueno. Al menos, esta vez, todo había salido mejor de lo esperado.

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Donde nacen los motivos

1 Donde nacen los motivos La intensidad del amor en las parejas jóvenes puede llegar a ser irracional. No necesita saber donde nacen los motivos. Así, cuando Rotten conoció a Layha, no necesitó ningún artificio ni crear 98


ninguna falsa apariencia, para sentirse aceptado socialmente, y eso a pesar deapenas rozar la mayoría de edad, tanto ella como él. A los veinte años se casaron y al cabo de un año tuvieron un hijo a que llamaron Monty. Los dos trabajaban en el almacén de una fábrica de perfumes, aunque en diferentes secciones. El trabajo era duro y les llevaba la mayor parte del día, eso les obligaba a dejar al niño con una canguro, en la guardería pública o con los abuelos, pero los domingos salían al parque y pasaban horas sentados en la hierba o en las escaleras de cemento del centro comercial, que entonces estaba cerrado. Aquellos domingos tenían los momentos más felices de sus vidas en ese arranque insospechado y sacrificado por conseguir una estabilidad tan anhelada; sin embargo les gustaría poder pasarlos, por decirlo de alguna manera, de una forma más elevada. Layha iba al kiosko de golosinas y compraba dulces: cuando Monty cumplió los cuatro años, era un experto en todo tipo gelatinas de colores, de nubes de fresa, gomas de azúcar, chiclets, piruletas, huevos de azúcar y botellas diminutas con sabor a cola azucarada. Sentados en la hierba parecían abandonados por el mundo, o que ellos habían abandonado toda posibilidad de salir de aquel bucle que duraba años; parecía inevitable, Monty se haría mayor y seguirían llegando a final de mes sin un respiro. Cada escalera, cada árbol caído o cada saliente de piedra en los bordes de los edificios, era una estupenda oportunidad para sentarse un rato después de la vuelta de uno de sus paseos. “Si al menos tuviéramos dinero para pasar la tarde del domingo en el cine, sentaditos, sin molestias, guarnecidos de la luz y de la lluvia, del calor y del frío”, decía Rotten. No les hacía sentirse avergonzados que en cualquier ocasión, pasaran compañeros de la fábrica, viejos compañeros del instituto que habían tenido destinos más afortunados, vecinos o parientes, y los viesen intentando recoger los papeles y las botellas de plástico a su alrededor para, al menos, no dar una impresión tan sucia. En cualquier situación o lugar inesperado en el que se detuvieran, podía aparecer algún conocido, eso era inevitable, y ellos intentaban saludar y sonreír, pero algunos les volvían la cara o cambiaban de acera; era inevitable. Desde su infancia, Monty empezó a notar que la gente le daba mucha importancia a esas cosas y con los años le empezó a incomodar que pudieran sentir lástima por él y por sus padres. En el colegio, cuando les preguntaban, en qué trabajaban sus padres, algunos niños orgullosos decían, mi padre es entrenador de fútbol, o, mi padre es policía, o también, mi padre abogado y uno tenía un padre alcalde, nada menos. Él sabía que la fábrica de perfumes no pagaba bien a sus testadores, pero no podía ocultarse, y se levantaba en mitad de la clase y decía, mis padres huelen perfumes y los clasifican y os aseguro que para eso no vale cualquiera. En realidad no olían tantos perfumes y se dedicaban a apilar cajas o descargar camiones. Lo cierto es que se sentía turbado por la poca categoría que le concedían sus compañeros y eso le provocaba pensamientos terribles de venganza, pero era un buen chico y reprimía sus impulsos de insultarlos a todos. Durante un tiempo, cuando la profesora pasaba a un plano superior y les preguntaba que querían ser cuando accedieran al mercado laboral, Monty señalaba orgulloso que tenía buenos pulmones y que le gustaría ser soldador submarino, lo que los dejaba a todos muy descolocados. Entonces, algunos de sus compañeros decía que ese trabajo no existía y él aportaba revistas y grabaciones de obtuviera del youtube, para probar que no mentía (al menos en eso). El engaño estaba servido, no mentía, pero había conseguido atraer su atención, crear una cierta polémica y ser el protagonista durante unos minutos. Los padres de aquellos chicos podía ser lo que quisieran, pero él “cortaba el bacalao” en la clase de alumnos de primaria de segundo año. Aprovechaba cualquier situación para ensalzar la figura heroica de aquellos que arriesgaban la vida construyendo, sobre mares embravecidos, plataformas petrolíferas, canales, puentes o diques de contención, lo que para su edad era mucho conocer. No se le ocurrió entonces que perdía más tiempo dedicado a sus distracciones, por muy creativas que fueran, que a estudiar para sacar buenas notas. Necesitaba evadirse y por mucho que lo intentara, al final, aquellos chicos que quería ser médicos, ingenieros o generales, terminaban por relegarlo al espacio excéntrico de los que no quieren competir, ni, en realidad, ser nada seriamente hablando. Sin embargo, lo exponer un trabajo como soldador submarino de grandes piezas de hierro para conocimiento del resto, había sido una ocurrencia que, en un niño, rozaba la genialidad. 99


El hecho de haber sido un hijo de padres tan jóvenes, sin duda influyó en su educación, carácter y personalidad, aunque se relacionaba con cierta normalidad con otros niños. Asumía sus interacciones con chicos de padres y vidas muy diferentes como si fuera capaz de enfrentarse a cualquier cosa en el futuro, y lo que lo reafirmaba en esas actuaciones abiertas era su aparente fuerza mental, nunca terminaría de asombrarse de verse a sí mismo intentando dar lecciones a todos de como debían ser las cosas, probablemente, a su edad, sin tener ni idea de nada. Se trataba pues, de disfrutar de todas las cosas tal y como llegaban, sin prescindir de ninguna de ellas, sin temer al otro y sus consecuencias, sin dejarse intimidar por lo que significaba ser relegado a un puesto secundario a los ojos de los profesores, los vecinos, o cualquier adulto que lo mirase con conmiseración, cristiana o no. Crecer en armonía con un aprendizaje tan personal no fue fácil, sobre todo si algunos lo consideraban un descarado por aspirar a tanto, pero en ningún momento, ningún otro chico de padres ricos o influyentes, o ningún adulto lleno de clichés e ideas preconcebidas acerca de sus limitaciones, consiguió intimidarlo. Cuando cumplió los trece años, sus padres ya parecían convencidos de hallarse ante un caso aparte, una naturaleza singular y llena de energía que estaba capacitada para darles mucho trabajo. Habían tenido tiempo de sobra durante su infancia para asimilar la diferencia con otros chicos y acostumbrarse a él. En aquella etapa de su vida, Layha creyó necesario dar un paso atrás y permitir a su marido centrarse en la educación de su hijo. Durante un tiempo los dejó pasar la tarde en el salón y Rotten leía la prensa deportiva mientras el chico hacía sus tareas escolares. Conversaban y se gastaban bromas y ella los observaba a través de la puerta acristalada. En verdad, al ver aquella escena tan familiar, pacífica y relajada, cualquiera se creería capaz de volverse moderadamente conservadores. Si no fuese por todos los golpes que les daba la vida en forma de necesidades no cubiertas, tal vez hubiesen defendido aquella falsa sensación de prosperidad contra cualquier cultura diferente. Leer prensa de izquierda, era sin embargo, un rasgo contestatario de aquellos que necesitaban un cambio, y ellos lo habían necesitado más que otros durante los últimos dieciséis años. A pesar de todo, Monty iba creciendo y aprendiendo, formándose en todos los aspectos y comprendiendo el punto de vista contestatario de sus padres, lo que chocaba, en ocasiones, con el punto de vista de algunos profesores, de los más conservadores en la escuela. Mientras empezaba a ser consciente del papel que su clase social jugaba en el mundo y de qué manera determinaba su futuro, una prima que vivía en otra ciudad se vino a vivir con ellos, sus padres se habían ido a trabajar al extranjero y todo se había arreglado entre adultos para que aquellos sucediera así, por lo tanto Monty no lo supo hasta que la vio llegar y tuvo que cederle su habitación. Era alta, casi le sacaba la cabeza, rubia con el pelo ensortijado, dos años mayor que él y muy mandona, por lo que parecía. Entonces, descubrimiento tras descubrimiento, Monty se sorprendió de que las chicas fueran tan limpias y se cambiaran tanto de ropa. Claro que lo sabía por otras chicas del cole, pero nunca lo había sentido tan cerca; aquello le hacía asumir que necesitara intimidad y que lo hubiese relegado a la cama mueble del salón que aparecía cada noche extendiendo sus hierros desde un mueble de formica contra la pared, y desaparecía cada mañana enterrándose en mueble anteriormente señalado. Si Yeni no había sido más cariñosa al principio y no le había agradecido tantos sacrificios para que estuviera allí, se había debido a la forma desconfiada con la que él la había mirado y la poca gana tenía de hablar con ella. Desde el primer momento, y a pesar de que no era un chico especialmente dado a pensar e intentar entender a las chicas, se sintió interesado por ella, pero supo disimularlo con un silencioso enfado, lo que se debía a su necesidad de ser respetado a pesar de su edad y del hecho de que estaba tanteando el terreno, además, ya había cedido bastante poniéndose a las órdenes de su madre. -Enséñale a Yeni cómo puede abrir los cajones del armario y hazle sitio para sus cosas -le ordenó Layha. Pero si tan sólo se trataba de ayudar a su prima, ¿por qué tenía que hablar con ella si no encontraba su lengua por ningún lado? ¿Por qué ella le preguntó si se la había comido el gato? ¿Por que razón le tocaba los brazos esperando que comprendiera que aquello deseaba hacerlo ella sin 100


ayuda? -Este es el sitio que hay, es poco. No toques mis cosas -le dijo sin dejar de mirarla. -No lo haré, gracias -respondió ella. En varias ocasiones, Monty había llegado tarde a casa porque se quedara más de la cuenta a ver revistas de coches en casa de su amigo Herny. Henry era algo mayor que él y eso hacía muy interesante todo lo que decía, así que se pasó de la hora hablando, y eso justo antes de que su madre le prohibiera llegar más tarde de la hora de la cena. Él intentó negociarlo porque antes de la llegada de su prima no eran tan estrictos en eso, pero no consiguió nada. Layha estaba convencida de que cenar juntos les haría conocerse y entenderse mejor, y Yeni tampoco parecía extrañada por eso. -Todo está cambiando mucho -le dijo Monty a su amigo en una ocasión-, pero si al menos sirviera para que esa niña se bajara de su pedestal de pureza intocable, lo daría por bueno -puntualizó refiriéndose a su prima. -Es muy buena en física, está en mi clase -respondió Herny-. Aún no he tenido ocasión de hablar con ella, pero me tiene intrigado. Es una pena que sus padres tuvieran que ir a buscar trabajo al extranjero, ¿no crees? -Claro, yo también lo siento. Pero no se trata de eso. Nuestras vidas no cambian en la dirección que esperamos, ni siquiera cambian en la dirección que tomamos, con demasiada frecuencia son efectos inesperados de cosas que ocurren, o que nos ocurren, con las que no hemos tenido nada que ver. En ese momento, Monty empezó a sospechar que el lugar que la vida le tenía reservado iba a tener muy poco que ver con los esfuerzos que hiciera por evitarlo, porque, desde luego, no apuntaba a nada bueno. -Creo que he perdido definitivamente mi habitación. Se va a quedar para siempre, parece. ¿Que hay de nuestros planes para ir este verano al río y pescar unas truchas? ¿Sigue en pie? -le preguntó Monty a Henry como un charlatán sin freno. -Claro, habrá que pedirle permiso a tus padres, pero si quieres... -A veces, cuando estoy estudiando y a punto de quedarme dormido sobre los libros, pensar en las vacaciones es lo único que me sostiene. Al final del curso, cuando apenas faltaban un día para cumplir los quince, Monty volvía a casa con Herny, bromeando sobre el volumen que estaban cogiendo algunas chicas del equipo de hockey y se excitaba sólo de recordarlo. Se estaba haciendo de noche y los chicos que solían jugar en la cancha de basket ya se habían retirado. Pasaron al lado de una ventana de un bar solitario donde un borracho dormía la mona sentado y con la cabeza apoyada sobre los brazos, que a su vez, cruzaba sobre la mesa de aluminio. Eso les hizo mucha gracia y golpearon el cristas hasta despertarlo, entonces empezaron a reír y salieron corriendo porque aquel tipo se enfadó y los amenazó, “os vais a reír de vuestra madre. Si os pillo os voy a romper la crisma”. No podían parar de reír mientras corrían y se detuvieron dos calles más abajo. Durante la carrera, Monty hizo un mal movimiento, posiblemente debido a haber pisado alguna piedra, y se había hecho daño en el tobillo pero no parecía nada grave. Siguieron andando mientras él cojeaba levemente. Se encontraban en una calle no solían frecuentar, pero si daban la vuelta en la esquina siguiente volverían a la avenida y en diez minutos estarían en su barrio, volvieron a parar y Monty se frotaba el tobillo cuando levantaron la cabeza y vieron que un tipo le estaba dando una paliza a otro. Asistieron a aquella terrible violencia sin mover un músculo, Monty seguía apoyado en la pared convencido de no haber visto nunca nada igual. Eran dos tipos grandes y había mucha sangre en sus ropas. A uno de aquellos tipos lo conocían bien, estaba siempre sentado en una terraza frente al instituto bebiendo combinados y fumando sin parar, a veces acompañado de alguna chica. Aunque aquel hombre no pareció reconocerlos en el primer momento, levantó la cabeza clavó sus ojos en ellos. Ese fuer el momento en que el otro se derrumbó y ya no se levantó. Les había visto la cara y eso les hizo temer lo peor. “¡Vamos, no es asunto nuestro!” dijo Herny tirando de su amigo para salir de allí lo antes posible. La preocupación se revelaba en la cara de los dos. Esta vez ya no reían, ni la aventura les parecía tan vibrante. Fue entonces que oyeron que aquel hombre les gritaba, “¡un momento, venir aquí!”. 101


Pero ya no volvió a verlos, corrieron sin hacer ruido a pesar del tobillo retorcido de Monty, y se perdieron entre callejas que nunca antes había pisado. Al despedirse delante de la casa de Monty, Herny le dijo, “de esto ni una palabra a nadie”.

2 Malick el astuto A Herny le empezaba a gustar que su amigo apareciera de vez en cuando con su prima. Había lugares comunes que solían frecuentar, y como Monty había conservado de su infancia la costumbre de sentarse en plena calle a ver pasar transeúntes, arrastraba a su prima a las escaleras que más le atraían y donde se encontraba con Henry: las hermosas escaleras de piedra del colegio de artes folklóricas. Al principio Yeni rechazaba sentarse porque se manchaba las bragas y los vestiditos, pero empezó a poner jeans y entonces podía pasar horas viendo la vida pasar o charlando con los otros. Algunos de sus amigos estudiaban en aquel lugar, y era una propuesta seria para Monty, que creía que no se podía hacer nada mejor en la vida, que fabricar instrumentos musicales y darle forma a la madera, pero también se sentía atraído por la cantería y aquellos que salían con el pelo cubierto de una pátina de polvo de darle forma a figuras delicadas sobre una base de piedra. Encontrarse en aquel lugar empezó a ser algo menos fortuito y los tres daban vueltas por la ciudad o se paraban a tomar refrescos en los bares, el día tenía demasiadas horas y no querían volver a casa antes que los padres de Monty, lo que sucedía después de la siete, y tenía que ver, a su vez, con el término de su jornada laboral. A Yeni le llamaba la atención que Herny siempre fuera tan limpio y arreglado, y, sobre todo afeitado y el pelo recortado al milímetro. Un día, Monty le aclaró que su padre era peluquero y que no lo veía mucho porque se había divorciado unos años antes, entonces, Herny acudía los viernes a la peluquería de su padre para hacerle una visita, y el señor Treborn aprovechaba para recortar cada nuevo gancho y protuberancia, con movimientos ágiles, como si se tratara de un seto de aquella película del Manostijeras. El padre de Herny había visto a Johnny Deep con absoluta devoción, y desde entonces había considerado que ser peluquero era algo más que una forma de ganarse la vida, y que resurgía desde su adolescencia, su espíritu de artista tantos años agazapado. El verano anterior, en una ocasión, Monty había ido hasta la peluquería de Treborn para salir con Herny a ver un nuevo barco que llegara al puerto, un enorme velero que se podía visitar si llegaban a tiempo. En aquella ocasión, el señor Treborn se mostró muy disgustado al ver aquellos pelos rizos indomables de Monty y no le permitió irse sin arreglárselo. Aquel detalle de afecto por uno de los amigos de su hijo, no pareció muy cómodo para los chicos, o al menos para Monty, que prefirió no volver a esperar por su amigo en la peluquería por el temor a ser trasquilado de nuevo. Tal vez los adultos no entendían estas cosas, y Monty apreciaba al señor Treborn, pero, en su timidez, prefería evitar aquel momento que no podría controlar si sucedía de nuevo. En una ocasión, mientras los dos primos esperaban por Herny sentados en las escaleras, Yeni estuvo hablando con un profesor que la miró y se acercó a ella; eso no era tan extraño, si había algo académico que aclarar, lo que le extrañó es que aquella conversación durara más de la cuenta y que el profesor se sintiera tan cómodo y le hiciera bromas que ella reía con pretendida inocencia. Cuando la chica volvió y se sentó a su lado la miró pegando la barbilla al pecho. -Te gusta el profe, se te nota de lejos. Te gustan sus chiste y te gusta reír para que vea tus dientes blancos y vírgenes. -Pero -replicó ella molesta-, si es más viejo que mi padre y tiene cuatro hijos. Le gusta hablar con las jovencitas, y le damos cuerda. Si lo hace dejándose llevar por sus pasiones, el pobre lo debe 102


llevar bastante mal porque no le veo futuro con las chicas de clase. En ese caso, es posible que se haga muchas pajas. Casi tantas como tú. -Ya bueno... ¿disfrutas excitándolo? ¿Haciéndoles concebir falsas expectativas? -Eres imbécil. Ella ese día se fue sola y enfadada, pensando que su primo no tenía las ideas muy claras y el aplomo que se espera de un chico de su edad. Para hacer una observación como la que escuchar, debería primero saber si podía molestar y las consecuencias. No se hablaron en unos días, pero se les pasó. Puesto que tenían que convivir (además lo apreciaba a pesar de aquello), ella tuvo que asumir que entrando en un periodo de madurez a Monty aún le quedaban algunas cosas importantes que aprender, antes de seguir creyéndose muy sagaz por imaginar y expresar de un modo rudo, un mundo sexual que no lo hacía adulto. Al día siguiente de presenciar el asesinato todos los chicos del barrio y en el instituto politécnico hablaban de ello. La policía había estado haciendo preguntas y al tuerto Malick nadie lo había vuelto a ver. Una de las precisiones acerca del asesinato dejó a Monty especialmente paralizado, el asesino había clavado un puñal en el cuerpo de la víctima, con especial saña en el hígado, y alrededor del corazón, justo debajo del hombro izquierdo, y como ya no pudieron hacer nada por él al acudir al lugar del suceso, el médico de la ambulancia se limitó a decretar su muerte y dejar que la policía hiciera su parte. Monty había comprado un periódico por primera vez en su vida y lo leía con fruición sentado en las escaleras de la escuela de oficios del arte, que quedaba muy cerca del politécnico. Yeni lo acompañaba aquella mañana y estaba intrigada por lo que hubiera de tan interesante en aquel periódico, que tenía tan absorbido a su primo. “El fútbol”, dijo él escondiendo la página que acababa de pasar. Aunque no todos los profesores estaban al tanto de lo que sucedía, algunos de ellos compartían el patio con los alumnos, sabían que el tuerto Malick era un merodeador de las cafeterías en los alrededores, y siempre habían sospechado que hablaba con los chicos y que era una mala influencia para ellos. Los profesores, finalmente decidieron hacer una reunión para hablar del tema, lo que no sabían nada de qué se hablaba en los corrillos, y los que sí sabían y veían la necesidad de organizar patrullas que vigilaran el entorno del instituto y avisaran a la policía. Monty calculaba que aquel escándalo iba a durar al menos una semana y que luego enfriaría, pero lo que le preocupaba no era que la policía sospechara de Malick y le quisiera echar el guante, sino que un vecino, desde una ventana había visto a dos chicos echar a correr desde el callejón y a un individuo salir corriendo detrás de ellos. Desde su ventana, aquel hombre de avanzada edad no pudo ver la cara del asaltante, pero aseguraba que lo jóvenes estuvieron tan cerca de él que lo reconocerían sin problemas. Como de costumbre en estos casos, la policía pedía la colaboración ciudadana, y especialmente a los chicos que se presentaran en comisaría para poder identificar al asesino, a que cogerían en breve. Lo cierto era que a Monty no se le pasó por la cabeza ni remotamente, la idea de meterse en aquel lío aún más de lo que estaba. Malick debía estar buscándolos, y la policía no podría hacer nada si los encontraba a él o a Herny Todos parecían saber que Malick buscaba a dos chicos que estudiaban en el politécnico, pero no sabía sus nombres ni tenía otras referencia de ellos, sin embargo, si los veía, podría reconocerlos. Hubo un par de casos en los que abordó a algunos chicos para hacerles preguntas, los asustó mucho y uno de ellos estuvo días sin asistir a clase; no le sirvió de nada. Estaba acabando el curso académico, el cambio de estación se notaba en el aire frío en días soleado. En días así, Monty decía que eran días que le habían sobrado a octubre, y evitaba estar a la sombra sin ropa suficiente. Como pasaban los ratos muertos buscando donde sentarse en los parques, o en las escaleras de un instituto que no era el suyo, no era fácil dar con ellos, pero era temporada de exámenes y a pesar de faltar a aquellos que ya habían pasado, otros en cambio, eran inaplazables. Aún así, burlaron el control de Malick. El último día de curso muchos se acercaban a ver las notas en los tablones de anuncios, otros hacían cola en secretaría por problemas y cuestiones de diferente índole, algunos eran visitantes que 103


simplemente acompañaban a los chicos. Una voz sonaba en los altavoces advirtiendo que formar aglomeraciones atrasaba cualquier gestión que los alumnos tuvieran que hacer. El barullo era general, la confusión se mezclaba con encuentros de viejos alumnos y otros que acudían sólo a los exámenes y no iban a clase. En vez de evitar todo aquel ruido, Monty olvidó al hombre muerto por unos minutos y parecía estar disfrutando. Apareció Yeni con sus notas, todas eran muy buenas y Herny se quedó con ella en la cafetería del centro mientras Monty, bien abrigado salía a fumar al patio. A pesar de que parecía que aquel año, la presión de Malick y los resultados académicos llegaban a su fin, estaba muy cerca de comprobar que aún era pronto para pensar así. El Hombre del ojo cortado estaba en su puesto habitual, en la atalaya de la terraza de la cafetería de enfrente, y desde allí lo vio. En cuanto se levantó como poseído por el ansia de tenerlo entre sus manos Monty también lo vio e intentó esconderse en la multitud. Ese fue el susto más grande del último año, incluso superior al de aquella noche en que lo vieron golpeando al otro individuo. Monty corrió y cuando creyó que lo había despistado entró en una cafetería y se situó detrás de unas cortinas desde las que podía ver la calle sin ser visto. La cafetería estaba vacía, y a excepción del camarero y un gato viejo, nada se movía a su alrededor, así que pidió un refresco y esperó. Desde su atalaya pudo ver en la esquina de la calle, con paso decidido a su perseguidor, avanzaba hacia él y se le veía cansado; no era extraño porque Monty entrenaba en el equipo de atletismo del instituto y apenas le había quitado un par de minutos durante otros diez. Pasó de largo arrastrando los pies y muy cansado, si el chico hubiese salido corriendo en dirección contraria en ese momento, lo perdería de vista en un segundo, pero no lo hizo, esperó. Al llegar al final de la calle, el tuerto dio la vuelta, esta vez moviéndose lentamente para sentarse en la terraza de la cafetería justo delante de él. ¿Qué podía hacer en ese momento además de esperar. Y se armó de paciencia sin saber que aquello iba a durar un par de horas y que en ese tiempo no iba a hacer otra cosa más que ver como aquel individuo se ventilaba tres combinados de ginebra con tónica. Si había matado al otro tipo en el callejón, nada iba a evitar que tuviera en mente hacer lo mismo con él y eso le asustaba mucho. La amenaza era tan real y lo tenía tan cerca que no se movió hasta que se levantó y se fue, entonces salió de nuevo corriendo en dirección contraria y se perdió en medio de una parte de la ciudad que no conocía y cuando llegó a casa, ya todos habían cenado y Layha lo reprendió. Le preguntó una y otra vez qué había pasado y dónde había estado, pero no consiguió de él más que un gruñido. El lugar que Monty ocupaba en el corazón de su madre era imposible de medir, tan grande que aquella tarde estuvo a punto de llorar porque pensó que le había pasado algo, y además, estaban los problemas de Rotten en el trabajo (su sección iba mal, querían deshacerse de personal antiguo y él era uno de los señalados). Jamás, ni por un instante, había Layha dudado de que el amor de su hijo era recíproco, pero no podía entender el mal rato que le acaba de hacer pasar, y lo mando a la cama sin cenar. Monty tenía tanta hambre que el estómago le hacía ruidos y se echó a dormir inmediatamente. Soñaba abundantemente y con frecuencia, y esa noche estimulado y excitado por todo lo sucedido aquella tarde, su sueño fue de todo menos apacible. En el sueño el hombre del callejón se le aparecía para reprocharle su conducta, no era cierto, en aquel sueño, que él hombre fuera un delincuente como el tuerto y se mereciera que nadie, en su caso, se preocupara por hacer justicia. Con voz desgarradora, Herny le pedía a Herny que fueran a la policía, y él le gritaba que eso era imposible, que los muertos no se aparecen en los sueños. Entonces, ¿estaba soñando o no? Se despertó, miró el reloj, las tres de la mañana. Se levantó, fue a la cocina y tomó un vaso de leche. Al volver a dormir, como si se hubiese tratado de una interrupción involuntaria, las caras de los protagonistas volvieron a rodar sobre su cabeza, el tuerto, el muerto lleno sangre y la desfiguración de Herny que abría su boca dejando caer su labio inferior como el de un camello. Su madre tomaba pastillas para dormir, debería haber cogido una, no se hubiese dado ni cuenta; las guardaba en un cajón de la cocina. Aquellos días estaba muy sensible y había empezado a abusar de ellos, por eso ni se había enterado de que Monty se levantara a la cocina, no la hubiese despertado ni un terremoto. Por su parte, a Rotten ya le daba todo igual, tendrían que hacer una protesta y ponerse con pancartas delante de la puerta del almacén para que la prensa recogiera sus demandas y todo el mundo 104


conociera su problema, y si no todo el mundo, al menos en la ciudad todos los que siguieran el canal local. Herny se había plantado en su postura, no quería ni oír hablar de ir a la policía; tenía miedo y no era difícil de entender. No era chico demasiado hablador todo lo contrario de Yeni que hablaba por los codos. Sin embargo, para ser honestos, la charla de la muchacha era bastante sensata, mientras que la Herny, a menudo se iba hacia cosas que leía en revistas con noticias falsas, del estilo de aquellas que creían haber encontrado una nave extraterrestre en el fondo del mar, o aquellas que afirmaban que la gente tiraba crías de cocodrilo por el retrete y crecía completamente blancos y ciegos en las alcantarillas; todo muy loco y buscando impresionar. Sin duda la conversación emocionante de Herny era además ostentosa y pretenciosa, pero, ¿qué más necesitaban unos adolescentes para pasar el rato? Durante las semanas siguientes al final del curso, cuando tenían que quedar o salir para darse una vuelta por los recreativos intentaban orientarse de tal forma que pudieran evitar pasar por las cafeterías en las que solía pasar las horas muertas el asesino. No podían ignorar que el peligro era real, y Yeni y sus familias seguían ajenas a todo, así que cuando decidieron salir por fin un fin unos días a pescar nadie parecía dispuesto a poner ningún tipo de impedimento; nadie menos la madre de Monty que no quería que su hijo se moviera en grupo con otros chicos mayores que él, pero estaba de acuerdo en que fuera con Herny si además montaban su tienda en un camping, sin duda eso sería muy seguro. Pasar las horas esperando que los peces se manifestaran, no era una actividad muy diferente de lo que Monty hacía mejor incluso en el parque de su ciudad, buscar un buen sitio en el que poder sentarse y ver pasar las horas. Como en sus años de infancia, la idea de pasar las vacaciones sentado en la calle cogía fuerza. De cada uno de los lugares que conocía alrededor de escuela, había otro que él identificaba como propio y adecuado para las mismas actividades, comer dulces y pipas de girasol, y ya con su edad, aprendiendo a fumar a escondidas. En aquel momento, y eso también formaba parte de esa realidad, estaba entrando en la edad adulta, y por lo tanto parecía menos adecuado a ese entretenimiento. Su padre, por el contrario nunca renunciaría porque para el era una postura de clase con la que se identificaba, sentarse en cualquier parte y vestir de forma apropiada para poder hacer, es decir, ropa de deporte, y pantalones vaqueros. La empresa para superar su caída de ventas había empezado a abrir sábados y domingos y no habían contado con él para ocupar los puestos más recientes, lo que le hacía pensar que no lo volverían a llamar y su parón era definitivo. Aquellos directivos no estaban dispuestos a conservar a los trabajadores más viejos, parecía, de otro modo, que querían quitárselos de encima lo antes posible. Ganaban dinero suficiente para poner una parte a salvo sin que nadie lo controlaba, eso les aseguraba que en caso de cierre les quedaría margen suficiente para montarla en otro sitio sin dar ningún tipo de explicaciones. -No es la primera vez que una empresa entra en crisis, pero estos aprovechan para despedir -dijo layha- Y los sindicatos en el guindo, como de costumbre. -Los tíos hicieron muy bien buscando trabajo en el extranjero. Es la única manera -asertó Monty en un alarde de madurez. -En eso tienes razón, es triste pero es así -La madre de Monty estaba muy enfadada y golpeó la mesa de la cocina con una cacerola que tenía en la mano. De hecho llevaba unos días enfadada con Rotten y Monty los había oído discutir por la noche cuando se iban a su habitación. .¡Vamos hombre! Eso no es aceptable -se incorporó el padre a la conversación-, no podemos resignarnos a los abusos, la forma de pensar de la clase obrera es derrotista y así no vamos a ninguna parte. Es decir, como aceptamos que el poder está en sus manos, se lo ponemos fácil y nos vamos a trabajar al extranjero. Aceptamos que nos echen de nuestro país. -¡Es una mierda! Pero es lo que hay y sólo con mi trabajo no vamos a poder -añadió ella-. Entonces, ¿ya has decidido lo que vas a hacer? -Se extendido la idea de que juntos podremos encontrar trabajo mejor. No estoy muy convencido. Intentaré buscar algo por mi cuenta -dijo Rotten con voz blanda y acobardada- , y sé que no es fácil pero voy a poner todo de mi. Deberíamos no poner más tensión en el tema o terminaremos por 105


tirarnos los platos. Que la crisis de la empresa haya llegado a la prensa nos afecta como familia, la noticia ya forma parte de nuestras vidas cada vez que un vecino nos pregunta con lástima al respecto. El mundo ha dado un vuelco y no nos hemos dado ni cuenta. Ya no hay trabajo para nadie y cada día que pasa es peor. -Vale, me doy por enterada. Venimos de un tiempo mejor, pero eso es demasiado para ser aceptado. Siempre tenemos la excusa, en los cincuenta era un plan de desarrollo que no llegaba, en los sesenta estábamos fuera de la unión económica, en los ochenta fue que la implantación de las grandes empresas destruía a las pequeñas, en los noventa nuestras empresas estaban obsoletas y le llamaron reconversión, siempre hubo un motivo para despedir. Estamos hablando de otra cosa, estamos hablando de que tendrás que aceptar trabajo basura y tendremos que vivir con eso. -No me quiero meter en vuestras cosas -dijo Monty-, pero parece que mamá tiene razón. No debía seguir en medio de aquella discusión, no formaba totalmente parte de ella. Existía un drama detrás de todo aquello que se adivinaba, se presentía sin esfuerzo. Las acusaciones de su madre eran en ocasiones gratuitas, tal vez buscaba una reacción por parte de Rotten, pero resultaban enfermizas. Era esa autoridad amenazante lo que llevaba a pensar que todo pendía de un hilo. Si ella tenía el poder que expresaba era porque la ternura que necesitaba, en algún momento había fallado también, pero eso Monty no lo podía saber, para él, Rotten era el mismo padre despreocupado de siempre. Era más que suficiente haber asistido a aquel enfrentamiento por culpa de un despido colectivo, del que al final no se tenía culpa alguna, para comprender que había otras cosas en juego, sin que Monty a sus ya cumplidos quince años tuviera la malicia de comprender. ¿Era posible descubrir una cara nueva en su madre a esas alturas? Era más que suficiente entender el desasosiego que le producía enfrentarse a su marido, pero Monty no lo notaría hasta que pasaran unos años. “Eramos demasiado jóvenes”, la oyó decir cuando se alejaba. Lo de ir o no de pesca era ya lo de menos, porque nada podía importar mas que la familia y parecía que estaban llegando a un espacio desconocido, a un punto sin retorno y sin futuro. Por algún motivo, Yeni parecía también enfadada. No hablaba a menos que fuera absolutamente necesario, si Layha le preguntaba o para echarle la bronca a Monty por pequeñas tonterías que él no entendía, cosas del estilo de, “dónde has puesto mi walkman?, o ¿por qué no te vas a dar una vuelta y dejas de dar la coña?”. Del mismo modo que ella se empeñaba en darle desplantes en los últimos tiempos, él le espetó fríamente que no los podía acompañar al camping para ir a pescar truchas, después de todo no le importaba nada haber notada la atracción que sentía por Herny. Y además. Si ella parecía haberle tomado manía en los últimos días, sería bueno poner un poco de tierra por medio. Sin duda, lo que Monty no sabía era que su prima iba a ir a visitar a sus padres y no estaría ese verano por allí, y aunque así fuera, tampoco parecía importarle demasiado lo de ir a pescar. Algo se estaba derrumbando con las continuas discusiones de todos con todos, pero nadie pensaba que iba a traer consecuencias. Aquel verano anunciaba terribles consecuencias, y culminaría con la aceptación de un trabajo por parte de Rotten que lo llevaría a vivir a trescientos kilómetros. Pero eso no sucedería hasta finales de agosto y la separación no sería total. La vida seguía a pesar de todo. Se podía concebir un ritmo semejante al ya conocido a pesar de los cambios, y los dos amigos decidieron salir con su equipo de campaña a pesar de todo. No podían hacer nada para evitar que todo se moviera bajo sus pies, era el momento de empezar a entenderlo y asumir que ya iba a ser siempre así, que las cosas sucedían cuando nadie lo esperaba y que tendrían que aprender a encajar. “Esta extraña sensación de no haber hecho las cosas bien”, le dijo a su prima cuando se despidieron para no volver a verse hasta septiembre, y lo dijo sonriendo como excusándose. No había sido muy explícito, pero aquella forma de decirlo fue más que suficiente para que ella lo aceptara y le diera un beso en una mejilla que al instante se puso de un rojo en movimiento que alcanzó sus orejas. Layha asistió a aquel momento sin dejar de enternecerse, y eso a pesar de la enorme furia que se había ido acumulando en sus ojos, no por causa de nadie, tal vez por la vida, porque nada de lo que esperaba desde que se casara con Rotten, había sucedido como lo había planeado. 106


Los dos chicos mantenían viva la idea de salir de camping, y justo el día antes, dos policías se presentaron en su casa. El susto de Layha fue mayúsculo pero los dejó pasar para que hablaran con Monty. Todo fue muy rápido, él le contó todo lo que sabía, incluso donde podían encontrar a Malick vagueando y bebiendo ginebra. Después fueron a casa de Herny e hicieron lo mismo, preguntas y constatación de la primera versión. Como eran menores no los molestaron más, pero les advirtieron de que podían ser llamados a declarar. Después se enteraron de que Malick se les escurrió entre los dedos, que estaba en la cafetería que Monty había citado, pero que había salido por una puerta trasera y no lo habían vuelto a ver. A partir de ese momento, todas las energías del asesino se centraron en dar con los chicos para poder callarlos para siempre. A fin de poder eludir cualquier mal encuentro, los chicos salieron de sus casas sin dejar de mirar su entorno, y deteniéndose con frecuencia para observar si alguien los seguían. Las mochilas pesaban y no estuvieron tranquilos hasta que llegaron al autobús. Ya nunca se jactarían de sus hazañas, estaban tan impresionados que guardaban silencio y aunque sus madres estaban igual de desorientadas sobre lo sucedido, se tranquilizaron cuando sus hijos juraron por la santa biblia (aunque nunca iban a misa), que cuando vieron a aquellos tipos peleando salieron corriendo como poseídos por el diablo (y de nuevo, las expresiones del profesor de religión se colaron en su forma de hablar). Los días que pasaron en el camping se lavaban con frecuencia, pero solían ir descalzos de aquí para allá, y los pies los llevaban siempre negros y con hierbas pegadas a su plantas. El primer pez que pescó Monty, dio un grito que el amenazador Malick lo debió de escuchar a muchos kilómetros de distancia. Estaban contentos y disfrutando de la naturaleza. Herny iba a pasar unos días con los amigos de su edad que, sin embargo, la madre de Monty rechazaba como buena compañía, pero eso sería al volver y no tenía ninguna prisa porque los días de pesca terminaran. Se miraban el uno al otro e imaginaban por su semblante y sus risas, que los dos lo estaban pasando de miedo y que del mismo modo, los dos había olvidado por completo que, al volver, seguirían siendo el cebo: De ese modo habían situado la acción las cabezas pensantes del ayuntamiento para que los policías que vigilaban sus casas pudiesen atrapar al tuerto asesino. En una ocasión, a Hernie se le ocurrió pescar en el río grande y caudaloso hermano del pequeño río truchero al que solían ir. En realidad, los dos sabían que allí no pescarían nada, pero su amigo se metió entre matorrales y se subió a un árbol, el lo siguió con prudencia. La complicidad y amistad entre los dos había alcanzado un nivel tan alto, que cuando lo vio caer y salir apenas agarrado a una raíz de la orilla, no sólo sabía que se arriesgaría a caer también por ayudarlo, sino que nadie nunca sabría por él lo que acababa de suceder. Aquello le hizo pensar en lo poco que valía la vida para un adolescente y de que manera temeraria podían enfrentarse al aprendizaje de vivir sin la custodia de sus padres. Pensaba en cuanto necesitaría a sus amigos en ese aprendizaje y cuanto aprendía de Herny en las largas conversaciones nocturnas alrededor del fuego. No se había tratado solamente de arriesgar la vida, sino del vinculo que se hacía más fuerte y que no podían compartir sin evitar un castigo. En el caso de Monty, si su madre descubriera que había el más mínimo peligro en sus salidas, lo encerraría en casa por sus vacaciones hasta que fuera mayor de edad, y eso si que era correr un riesgo desmedido. La madre de Monty no era una mujer estricta en su organización familiar, pero temía a los accidentes, de hecho le temía a todo lo que pudiera alterar sus rutinas, y eso miedo la hacía reaccionar de forma radical e irracional a veces. No, ella nunca sabría que Herny, aquel día estuvo a punto de ser llevado por la corriente. La noche antes de la partida de vuelta a casa, Monty llamó a su madre y le dijo que todo había ido muy bien pero que tenía un hambre canina, llegaría a mediodía y le pidió que le preparara pollo al horno, que era su comida favorita; ella por su parte estuvo de acuerdo pero nada era seguro en aquellos tiempo, ni siquiera la comida que pondría al día siguiente. -He estado viendo la tele en el bar -le dijo Herny al sentarse delante de la tienda- y no he podido ver los goles de la jornada, tenían puestas las noticias. Estoy deseando volver para poner la tele de 107


la habitación. -Parece que se te acabó la suerte -intentó provocarlo sin éxito. Esa era la forma que tenían de reclamar atención y no parecían estar muy despejados. Podían darse la razón mutuamente pero eso sólo sería el resultado de dormir en el suelo y comer bocadillos de mortadela cada día, y dado que los dos querían hablar de lo que harían a la vuelta, empezaron reconociendo que no habían pescado mucho y que la próxima vez sería mejor. -No lo dudes, seremos unos expertos en unos años en ésto -Herny lo dijo sin demasiada convicción-. ¿Crees que habrán pillado a Malick? -He hablado con mi madre y me ha dicho que no, pero supongo que lo harán antes o después. -Cuanto antes mejor. -La policía tiene mucho trabajo en una ciudad pequeña como la nuestra, pero Layha me ha dicho que tiene protección porque esperan que él aparezca por allí, Creen que quiere deshacerse de los testigos. No suena nada bien, ¿no? Dice que pasa toda la noche en el callejón de enfrente y que sabe que está allí porque fuma y al encender cada cigarrillo se le ilumina la cara. -No es un tipo que pase desapercibido, con ese ojo torcido y las uñas amarillas de la nicotina. Me da miedo sólo de pensar en que me ponga su navaja en el cuello. -Seamos positivos, lo mismo pilló un avión y se fue a Australia. -Sí, lo mismo, si -Monty se encogió entonces habló con inesperada gravedad-. Mi padre se va de casa, se buscó un trabajo a un montón de kilómetros para venir de visita sólo de vez en cuando. Ellos discutían mucho y no sé si terminarán divorciándose. -¡Joder, todo es una mierda! Supongo que no quiere complicar las cosas, no es por falta de afecto. Estas cosas son así. Mi abuelo se divorció, quería vernos a todos pero por no complicar las cosas y amargarse en discusiones inesperadas con mi abuela, puso tierra por medio. -¿Afecto? Si lo sé ¿Pero igual se le pasa pronto? -preguntó Monty que dudaba sobre la estabilidad y la permanencia de las emociones de los adultos-. Espero que no desaparezca y no pretenda llegar un día como si nada hubiese pasado. -Nadie hace eso. Siempre que se vuelve, se hace con “el rabo entre las piernas, ya sabes, arrepentido y dolido por la culpa. Pero no hay nunca un sólo culpable, a veces son situaciones que nadie ha buscado. Si se ha quedado sin trabajo... El mismo Monty era consciente de que se estaba volviendo huraño y desconfiado y que necesitaría mucha ayuda para que su personalidad no se consolidase en esa medida. No podía por menos que esperar que la vida empezase a ser un poco más amable con él en cualquier momento, cuando todos sabemos que a medida que pasan los años va exigiendo más de nosotros hasta que nos destruye por completo. Pero él no era tampoco de sos chicos que no dominan sus emociones y se ilusionan con todo sin tener en cuenta el mañana, sabía que tendría que esforzarse y estaba aprendiendo a hacerlo. Se sentó en el borde de la acera y con la mochila a su lado, esperó sin prisas a que llegara el autobús. Herny le hizo una señal y se apartó para permitir a la enorme máquina acercarse al bordillo. Subieron y pasaron el camino de vuelta a casa sin apenas hablar, sin ganas y aparentemente deprimidos. Como si todo estuviera planeado, cuando volvió a casa su madre tenía el pollo al horno y todo listo para la comida, su padre ya había recogido sus cosas y había desaparecido; por otra parte su madre tenía noticias de Yeni, al parecer no se había acostumbrado en el extranjero y volvería en unos días, lo que lo puso de mejor humor.

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3 Ventanas al amanecer; y los pájaros en la niebla No resultaba muy agradable aprender a vivir sin la presencia de su padre, pero parecía inevitable; ya nada lo iba a cambiar. Pasar horas escuchando música con su walkman lo aislaba lo suficiente para adoptar ese aspecto desinteresado acerca de la realidad. El verano estaba durando demasiado y la incidencia de las horas más lentas en su tiempo libre terminaban por exasperarlo. No había hecho demasiados planes, no tenía ni idea de que hacer para salir del tedio y no pretendía que lo reconocieran, así de repente, por hacer locuras o comportarse como aquellos que hacían cosas que no se esperaban de ellos. Sus cambios emocionales funcionaban como un carrusel, lo mismo se llenaba de ilusión ruidosa y dispuesto a celebrar, que se enroscaba en una tendenciosa melancolía que le hacía pasar horas en su ventana escuchando música en la radio. Como explicó el comisario de policía por la televisión, se estaban haciendo todos los esfuerzos posible por dar con el paradero del delincuente conocido por Malick el tuerto, y cualquier ayuda de la ciudadanía sería de mucha utilidad. Monty estaba tirado en un sillón mirando sin ganas y escuchando sin interés. Por supuesto, su madre se preocupaba por él y de que forma le estaba afectando todo aquello de la separación y la presión de la policía, y fue por eso que decidió darle unas vitaminas y sentarse con él a la hora de la comida para vigilar que no dejara nada en el plato. Nunca le había pasado que tuviera que preocuparse de su alimentación, pues el muchacho comía “como una lima”, pero últimamente parecía no tener demasiado apetito. En aquel momento en que la policía parecía acelerar la búsqueda, quedaban unos días para el gran certamen del automóvil de segunda mano, que organizaba el ayuntamiento y que era accesible a todos los bolsillos. Según Herny, aquello podía ser una buena posibilidad para él, porque en un año sacaría el permiso de circulación y le gustaría ir haciéndose una idea de los precios y los coches que estaban a su alcance. Para esa fecha, Yeni estaría de vuelta y quedaron los tres para ir. Monty empezó a mostrarse de nuevo como él era, nervioso y lleno de ganas de vivir. La ilusión le podía cuando se presentaba la ocasión de conocer algo nuevo y su madre observaba como devoraba las patatas con carne sin dejar ni un guisante en el plato, lo mismo con los huevos y el pollo; “se le abrió el estómago y no hay comida que no le guste”, le dijo la madre a Herny que pasó a buscarlo y lo observaba comer con aquella ansia ciega mientras leía una revista sin moverse de su silla. En la lavadora los calzoncillos de Monty salían listos para secar, “ahora mancha calzoncillos a diario”, intervino de nuevo Layha y el se puso rojo como un tomate. Herny reparó en que ella miraba de reojo a su hijo porque quería que fuera cuidadoso con sus cosas y la única forma que tenía de hacer que la escuchara era avergonzarlo delante de su amigo. Tal vez con eso consiguiera su propósito, pero la falta de confianza cerraba a Monty en su mundo y ya no le contaba nada de sus cosas más íntimas; se estaba haciendo un hombre definitivamente. Sonó el teléfono y Layha lo cogió con tanta velocidad que a Herny le pareció que estaba esperando aquella llamada. -Ya te dije, que si querías hablar con él a esta hora estaría en casa. Ahora te lo paso -Layaha le ofreció el teléfono a Monty y añadió-. Es tu padre. -¿Si? 109


-¿Cómo va todo campeón? Ya me apetecía hablar contigo. -Ya, ¿y por qué no lo hacías, estoy aquí siempre? -Nada es tan fácil como puede parecer. Si sobrevivimos a ésto, creo que seremos invencibles. -Por favor, no empieces con la retórica tremendista de los grandes hombres. -Algún día podremos hablar de todo lo que nos está pasando con más calma, no me puedo disculpar ahora. Sin trabajo no podía andar deambulando como un fantasma por ahí -respondió Rotten con una voz que parecía recapacitar y escoger cada palabra-- Esta mala racha tendrá que pasar y yo, también piensa en eso, me encontraré mejor que ahora. -¿No te encuentras bien? -Estoy bastante jodido. No de salud física, es algo mental e interior, de la depresión, me refiero. -¡Ah, ya! Herny salió al patio y empezó a fumar. Layha estaba llorando y no quería seguir allí viéndola y asistiendo a aquella escena, pero tampoco quería dar la impresión de que salía corriendo como un cobarde, así que aguantó. En un momento le pareció que Monty ya no escuchaba, que sostenía el teléfono por obligación y contestaba con monosílabos esperando que en el otro lado su padre colgara de una vez y lo dejara acabar de comer. Deliberadamente, cuando terminó de hablar, Layha le pasó la mano por la cabeza y se puso a fregar sin decir nada, como si el ruido de los platos al caer en el fregadero lleno de espuma y cubiertos pudiera romper aquel silencio ruinoso que lo invadía todo. Había llegado la decadencia: a unas familias les pasaba antes y a otras después, pero siempre llegaba ese momento. En un momento de la conversación, Rotten le había dicho, “ahora, tu eres el jefe, cuida de mamá”, y él había guardado silencio como si aquello fuera parte del juego de palabras vacías que no demostraban nada. Palabras que no elevaban a Rotten ni un milímetro a sus ojos, no había nada que las palabras pudieran solucionar ya. A Herny le pareció otra persona, no podía creer que minutos antes estuviera lleno de energía, canturreando viejas canciones y lleno de ilusión, y que de repente se viniera abajo de aquel modo. Herny no quiso hablar más de lo correcto al respecto en los días posteriores. No se trataba de consolarlo ni de prevenir un inesperado estado de permanente melancolía. Todo lo que les tuviera que llegar sería implacable, y se incluía él, y por qué no, también a Yeni, porque eran jóvenes y tendrían que enfrentarse a despiadados desafíos. Era un chico muy responsable para su edad, Layha siempre lo decía, y lo que le pasaba en realidad, era que se obsesionaba con los problemas, incluso los de sus amigos porque también le afectaban emocionalmente. Esa era la causa de de sus preguntas a destiempo o sobre temas delicados que nadie quería contestar, y esa fue la causa de que decidiera reprimir esa curiosidad y no agobiar a Monty con preguntas. Lo principal, todo el mundo lo sabía, no era un secreto, la separación de los padres de Monty era un hecho. En aquel momento, cuando empezaban a aceptarlo, sonó el teléfono y Monty le había respondido con tanta desgana que sólo podía pretender ocultar todas las emociones que se le pasaban por la cabeza. El día de la llegada de Yeni, la fueron a esperar a la parada del autobús, ella les había dicho a que hora estaba prevista la llegada, pero se retrasó una media hora y los dos terminaron sentados sobre una ruedas viejas que manchaban muco a pesar de su comodidad recauchutada que se les suponía. No les había mentido, los retrasos eran habituales y el cansancio no influyó en absoluto en la alegría al verse de nuevo. El equipo estaba al completo y antes de llevar a Yeni a casa, tomaron algo refrescante en la cafetería de la estación de autobuses. De momento, aquel tránsito por la adolescencia no estaba resultando tan mal como hubiese cabido esperar y cuando empezaron a hablar de automóviles y de la bienal del motor, todos los sinsabores se olvidaron por un minuto y sus ojos brillaron con la fuerza de la ilusión y el calor de lo largamente esperado. En la forma que Yeni tenía de ver las cosas, el sentimiento de protección sobre su primo estaba primero, y aunque el no lo había notado, no había dejado de verlo a los ojos un minuto desde que bajara del autobús. Parecía intentar conocer el alcance de su dolor por la separación de sus padres, 110


pero al verlo reír y emocionado ante la idea de ir a la bienal del automóvil, eso la tranquilizó. No la animaba la idea de que en la casa faltara uno de sus habitantes. Lo había hablado con Yeni, y su tía le había dicho que eso no cambiaba en nada todo el resto, que tendrían que salir adelante lo mejor que pudieran y que hiciera la matrícula en el instituto local para el año siguiente porque parecía que la crisis iba a durar, y sus padres no tenían intención de volver mientras no hubiera trabajo. Bajo ese punto de vista, el futuro era desalentador, pero las palabras de Layha la habían tranquilizado. Al menos, todo aquello estaba sirviendo para hacerla sentir una mujer con la suficiente rapidez para empezar a pensar en buscar un trabajo aunque fuese de camarera en la cafetería del centro cultural del barrio, semejante cosa no tenía que ser tan difícil que ella no la pudiera hacer, y tampoco consideraba su situación tan elevada que no pudiese enfrentarse a los trabajos más humildes. Había caído en la mejor familia, sus padres, su primo, Layha, todos eran muy fuertes, y estaba deseando demostrar que ella lo era también. Monty le dijo que estaba deseando empezar el curso sólo por los paseos que se pegaban cada mañana los dos juntos hasta el instituto, y Herny había puesto una cara de desconcierto. -Ya sé que vosotros os gustáis y toda esa memez empalagosa de los novios y eso. Pero mientras ese momento no llega, yo soy el encargado de cuidar de ella, así que te jodes -le dijo a Herny mirándolo fijamente, y a su amigo no le quedó otra salida que echarse a reír y contagiar a Yeni, como si acabara de decir una tontería-. Vale, reíros. Pero yo soy el cabeza de familia -y rieron aún más mientras pagaban y se levantaban para coger las bolsas y la mochila y, por fin, volver a casa de tan largo viaje. Era muy posible que Yeni tuviera razón en lo que decía acerca del año escolar que terminara, había sido un carrusel. Corrieron todo tipo de aventuras y desafiaron todas sus promesas de buenos chicos, estaban aprendiendo a fumar y Herny la besaba con frecuencia, aunque, esto último no lo decía. En su vida anterior, por así llamar a su infancia al lado de sus padres, nunca había sentido la necesidad de crecer como ahora, la necesidad de sentirse adulta y responsable de sus cosas para no depender de nadie; si bien, eso aún iba a tardar un poco. Nunca había estado tan decidida a dar un mal paso asumiendo que se podía equivocar y necesitar empezar de nuevo, al fin y al cabo, así era como todo el mundo hacía si quería avanzar. Al lado de sus padres, siempre había parecido una niña educada y obediente, y de hecho, así había sido, ¿qué había cambiado entonces tan de repente? Desde que decidieran ir a la muestra de coches usados, se encontraba especialmente inquieta, acabaría muy tarde y volverían de noche a casa. Parecía que ese podía ser el momento en que Herny diera el paso y se declarara, y entonces ella podría permitirle llegar un poco más allá que de costumbre. Lo que no tenía claro era como harían para deshacerse de Monty. Dieron vueltas por aquella interminable nave en las afueras que el ayuntamiento proporcionaba para el evento. La música estaba muy alta y la gente se movía con ojos codiciosos buscando aquella ganga que los demás no habían visto. Ninguno de ellos olvidaría aquella noche, pero por motivos muy diferentes a las ilusiones que había creado. No tanto por las expectativas de realizar una actividad, al fin y al cabo de adultos, como la aventura que se les venía encima. El intercambio de miradas con Malick fue fortuito y Monty fue el primero en verlo. Cuando se lo dijo a Herny, su amigo pensó que quería aguarle la fiesta, y no estaba dispuesto a marcharse en lo mejor, justo cuando un amigo le iba a dejar probar un seat 124 que milagrosamente aún funcionaba. Por otra parte, la confianza que tenía puesta en Monty le hacía creer que no mentía, y mientras se debatía en ese estado de dudas, lo vio, allí a lo lejos, con su ojo tuerto y sus manos grandes, avanzando hacia ellos entre la multitud. Ya no cabían indecisiones, los tres subieron al coche e intentaron moverlo entre una marea de cuerpos perezosos que no reaccionaban al ruido del claxon. Cuando estaban a punto de alcanzar la carretera liberada, encendieron las luces y vieron al gigante allí delante, con una enorme piedra que estampó contra la ventanilla delantera. Yeni estaba tan asustada que no hacía más que llorar y gritar. El carácter intrépido de Herny le hizo pisar el acelerador a fondo y se estrelló contra una columna de cemento de las que habitualmente aguantas los cables del alumbrado. El gigante Malick, no dejaba de 111


proferir insultos y amenazas, y se daba la vuelta para dirigirse corriendo hacia ellos. Yeni consiguió salir y no había hecho más que apartarse unos centímetros de la puerta, cuando Herny metió la marcha atrás y, de nuevo, piso el acelerador a fondo. El coche se movió primero lentamente, y de pronto, como si se liberara fue en busca de Malick el tuerto y le pasó por encima. Yeni estaba histérica, y Monty se quedó tan pálido que Herny se preguntó a dónde habría ido a parar toda aquella sangre, “tranquilo, no le pienso sacar el coche de encima hasta que llegue la policía”. Pero algo le había quedado claro a los tres, a veces es necesario pasar por momentos tan peligrosos, desagradables y extenuantes, para que todo vuelva a la normalidad. Tras los terribles sucesos de aquella noche, la vida continuó dentro de una apacible normalidad. El enfado de Layha era evidente y podría haber castigado a Monty, pero él no tenía la culpa de haber sido testigo de un asesinato y haber colaborado con la policía en la captura del delincuente. Deseaba pasar página de lod últimos acontecimientos, de haber sido la protagonista de una año terrible, pero parecía que detrás de cada susto la esperaba alguna otra inesperada y malvada sorpresa, por lo que parecía estar atenta a cualquier movimiento sospechoso. -No puedo creer que todo esto me haya pasado a mi -le decía una mañana a Monty, empeñado en arreglar su vieja bicicleta en la puerta del patio -no puedo aceptar que el universo se haya conjurado de tal forma, ni me extrañaría que cualquier día cayese un meteorito y no encontrando un sitio mejor, aterrizara sobre mi cabeza. -Tienes miedo, parece. ¿Rezas? Te he visto rezar -respondió su hijo, al que aquellas supersticiones religiosas no le parecían adecuadas de un adulto-. Los curas son manipuladores, lo que me faltaba una madre que va a la iglesia. -Tal vez, pero eso no significa nada. Soy responsable mi y de vosotros, no confío en que una fuerza sobrenatural haga mi trabajo, aunque una ayuda sería de agradecer -por tu parte, este verano parece estar siendo el más apasionante, el mejor de tu vida. Me alegro. -Ha sido estupendo hasta ahora, y sin ayuda divina. La ausencia del viejo no consiguió amargarme, eso ha sido lo mejor -esas palabras fueron condescendientes con el esfuerzo de su madre y ella se sintió feliz de escucharlas-. Supongo que soy un chivato por lo que te voy a decir, pero Herny y Yeni se dan besos. Es asqueroso. -No eres un chivato, eres un adolescente buscando entender algunas cosas. Cuando seas un hombre te serás fiel a ti mismo, porque los hombres necesitan seguros de sí mismos, y eso sólo se logra sin contar. Nunca cuentan nada. Me hubiese gustado que tu padre me contara algunas cosas, pero debe reconocerlo, que era un hombre de los pies a la cabeza, y no un monigote como tantos. -¿Y...? -Tendré que hablar con Yeni, lo que me faltaba ahora es que se quedara embarazada. Sus padres nunca me lo perdonarían. Aquel verano Monty despertó de su sueño infantil, y comprendió que para ser un hombre debería guardar silencio, siempre que no cocultara un crimen o a un criminal asqueroso que mereciera estar en la cárcel. “La gente violente son como animales, merecen estar en la cárcel. Yo no me arrepiento de que Malick esté en la cárcel”, le dijo a Herny, que nunca supo de su deslealtad. De hecho, ni siquiera llegó a enterarse de que Layha había hablado con Yeni de su relación, y por lo tanto no pudo relacionarla con la conversación en la que ella le pidió tiempo, y que dejaran o aplazaran, aquella atracción febril que los obsesionaba. Monty pasaba horas sentado frente al estanque del parque, viendo las parcas engordar como marmotas. Era una curiosa actividad que le recordaba su infancia, leer cómics y tumbarse en una toalla sobre la hierba hasta quedar dormido.

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No hay papel en el mรกs allรก, gravedad incendiada. 1


1 No hay papel en el más allá, gravedad incendiada. A pesar de que Johnny no era un gran actor, ni obtenía, ni de lejos, los beneficios de una incipiente estrella de teatro, y aunque ponía todo el entusiasmo y toda la dedicación posible en intentar mejorar, lo cierto era que en su compañía empezaban a desconfiar que aquello siempre iba a ser tal y como era, y que estaban condenados a no destacar en nada y arrastrarse por los escenario de segunda de las ciudades de todo el país de por vida. En ocasiones, Stiller, el manager y productor, por lo tanto el que tenía más que perder con todo aquello porque solía poner dinero para que pudieran seguir comiendo, le preguntaba si iban a tardar mucho en dar el paso a la popularidad y empezar a ganar dinero, y Johnny Sirine lo invitaba a un largo paseo en el que podía hablar sobre sus posibilidades y compararse con algunas estrellas del momento que a él le parecían muy mediocres, y, de esta forma, intentar hacerle comprender, que la fama y el éxito, era una cuestión que nada tenía que ver con su trabajo. Aquello desorientaba al manager, que consideraba que trabajaban para obtener un fruto en forma de reconocimiento en algún momento, y aquella postura no le gustaba a Johnny pero se guardaba su malestar y evitaba confrontar con él. Por supuesto, si Stiller hubiese sabido de antemano que Johnny era un conformista, jamas se habría embarcado en aquella aventura, pero ya que estaba, al menos se reservaba el derecho a intentar hacerlo cambiar de opinión pidiéndole que hiciera algo fácil, unas varietés o un entremés facilón, que les diera un respiro. Los motivos por los que Johnny, en ningún momento aclaró este extremo a Stiller se debía a su personalidad histriónica y egocéntrica, es decir, sólo deseaba compartir su experiencia con aquellos que estuvieran a gusto a su lado, y los que desearan cambiar de aires, siempre tenían la puerta abierta. Tal vez Stiller consideraba que su amigo había retrasado el momento de aclararle algunas cosas porque, en realidad, no sabía a donde iba, o, dicho de otro modo, no sabía a donde los conducía, y también, porque mientras seguir con aquella aventura le pareciera divertido, no encontraba motivo alguno para desear salir de su precariedad. Disfrutaba de los locales con menos de la mitad del aforo, declamando a media voz con aquel sonido a ultratumba que se le ponía a la voz cuando el eco de un espacio vacío les hacía representarse en un nuevo fracaso para ocho almas sin voz que los seguían a todas partes y que hacían de todo, desde montadores, electricistas, tramoyistas, apuntadores, porteros y, por supuesto, actores. ¿Sería posible que gran parte de su placer sobre el escenario se debiera a actuar para aforos tan reducidos? Al fin y al cabo, ese fracaso de su poder de convocatoria era una extensión del fracaso total que los perseguía, pero seguían viajando, quemando gasolina y enfrentándose a cada nueva experiencia sin demasiado interés, y lo peor de todo a los ojos de Stiller, era que no sabía cuanto tiempo podían seguir a su líder sin poner demasiadas objeciones. Anunciaron su llegada a El Mariner para mediados de agosto, lo que era un atrevimiento en un pueblo tan pequeño asediado por las moscas en verano. Sin embargo, allí tenían una conexión especial con el público, ya habían estado otras veces, y se desplazaban algunos amigos de los 2


alrededores sólo por verlos, y para ellos eso era muy especial. El día que llegaron intentaron eludir el puesto de control de la policía, que también les esperaba porque la última vez que estuvieran allí, los chicos se habían excitado un poco y hubiera algunos desórdenes con rotura de mobiliario urbano, y un hospitalizado, porque en el último momento se empeñó en que era capaz de tirarse al río desde el puente, y lo hizo, eso sí con un resultado más que cuestionable. Unas cuantas veces al año, en las Verbenas populares, fiestas navideñas y en las fiestas patronales del verano, había orquestas y bandas que se acercaban para amenizar la vida tediosa y cansada del campo, y en medio de ese jolgorio extremo, estaban aparecían ellos con su obrita clásica con su doble lectura política. De todos, eran ellos lo más rechazados por el alcalde que los esperaba para recibirlos y los había declarado una mala influencia para los jóvenes. A pesar de no gustarle demasiado las recepciones en los ayuntamientos, y de que no se consideraban merecedores de tanta lisonja, en ocasiones aceptaban tratar con las autoridades de los lugares a los que se desplazaban, a los que se enfrentaban con toda la seriedad de la que eran capaces, cambiándose incluso la ropa interior y lavándose el pelo. Por su puesto, si en aquella ocasión hubiesen tan siquiera adivinado, que la reunión a la que habían sido invitados tenia como motivo establecer normas de conducta y exponer la disciplina a la que estaban sometidos según las leyes vigentes, ni se hubieran acercado por allí. Tal vez, aquellos seres estirados que los esperaban en una sala de grandes homenajes, disfrutaban con aquel momento en el que ponían de relieve su importancia y el sometimiento que les debían, y sin duda, su forma de estar en la vida y los movimientos que en ella hacían, se debía al placer que les proporcionaba sentirse poderosos. -A estos si les pones un gorro hecho de papel de periódico y una espada de madera, se creen Napoleón. Están para que los encierren -Dijo Johnny a su actor secundario, el joven Eustaquio Mailer. Les habían puesto unas sillas de madera muy cerca de la puerta, y había unos cuatro metros entre ellos y la mesa de los oradores, lo que intentaba dejar a las claras, la distancia que los separaba en todos los órdenes, y lo que permitía verse de cuerpo entero a pesar de la gran mesa del siglo XIX que los separaba. El cura, que era hombre taimado y detallista, había sugerido que se hiciera así, porque según él, la gente de orden no debía establecer una distancia con los feriantes, y el alcalde estuvo de acuerdo. El señor Hersmit, el alcalde, en el puesto durante dos décadas, habría creído suficiente que los esperaran delante de la mesa y reducir aquel espacio, pero el cura de ninguna manera hubiese consentido que se relajaran las costumbres hasta aquellos extremos. Expuso el religioso con nítida precisión, llegado el momento, que del mismo modo que los símbolos eran necesarios en una iglesia para que la gente se reconociera en ellos, aquella mesa debía dejar claro que los mundos en los que vivían eran muy diferentes de los de los comunistas obligados con el poder soviético. Ninguno de ellos entendía de qué hablaba. -La identidad nos permite conocer el camino por el que hemos llegado hasta aquí, a este momento de la historia, y el que debemos escoger para seguir adelante. Debemos saber quienes somos para acertar -Dijo frotándose las manos con avaricia espiritual. La iglesia se mostraba impaciente en lo que tenía que ver con su posición en la nueva España. Después de la dictadura, su influencia caía hasta límites que nadie había podido sospechar, y en Europa, muchos países eran protestantes y laicos, y el alcalde era también una reminiscencia de otro tiempo y orden. Tal vez los ciudadanos soportaban aquella situación como un mal menor, porque la propaganda y la televisión les habían avisado contra la izquierda comunista que lo quería desmontar todo, es decir, separar la iglesia del Estado y negar la ancestral influencia que cada milagro había obrado en su pueblo. No siempre se esperaba lo peor de la llegada de actores anarquistas, o lo que era peor, con influencias extranjeras de libertad, ni siquiera, a aquellas fuerzas institucionales a la antigua, les suponía ya una sorpresa o los cogía desprevenidos, lo que venía a demostrar que durante años, habían tenido la ocasión de comprobar por medio de aquellas fiestas, películas, libros y obras de teatro, que otros mundos se estaban fraguando fuera de sus muros, y algunos muchachos, unos hijos 3


de rústicos campesinos, otros atendiendo el pastoreo o explotaciones ganaderas, sabían más de las influencia de músicas extranjeras que del pasodoble patrio. Esos chicos coleccionaban vinilos, fotos de actores de hollywood y libros prohibidos durante la dictadura, paseaban solitarios por la montañas con sus camisetas de los Sex Pistols, bebían bourbon y fumaban hierba, como máxima expresión de los nuevos desafíos. La política no cambiaba mucho, eso era cierto, pero el mundo se movía bajo sus pies, y eso no podían impedirlo. La permisión de las nuevas influencias y corrientes culturales, la nueva diversión que los jóvenes encontraban en cuestionar sus propios rasgos culturales y aceptar otros más generales, todo lo que fuera dejarlos para ver hasta donde podían llegar, también tenía que ver con evitar conflictos generacionales que cuestionaran aquella especie de democracia que no había cambiado en lo fundamental, y a pesar de que todo el mundo votaba cuando le tocaba, las instituciones, el funcionariado, desde jueces, hasta mandos de el ejército y la policía, seguían siendo los mismos que ya lo fueran durante la dictadura. En este contexto, no fue extraño que advirtieran a los comediantes que las fiestas debían desarrollarse dentro de un orden, y que guardaban una denuncia detallada de rotura de mobiliario urbano por una cifra astronómica que deberían pagar, si aquel año se repetían los incidentes del año anterior, y sobre todo, si encontraban rasgos de rebelión política en alguna frase de su obra. Johnny supuso que el jefe de policía y algún brillante empresario, esperaban en la habitación contigua, y no quiso tensar la situación. Se limitó a contestar que sería lo que Dios dispusiera en último lugar, pero que lo iban a intentar, lo que pareció contener, de momento, la desconfiada furia del religioso, que estaba a punto de despellejarse las manos por la fuerza con la que se las estrujaba. Entonces, cuando salían, Johnny vio a una muchacha que no debía tener más de diecisiete años, escondida detrás de una pesada cortina que se le acercó y le pidió un autógrafo. Era la hija de Hersmit, el alcalde, y le preguntó a Polski, un actor que solía hacer de galán por su buen porte y nariz perfectamente cincelada, si lo vería más tarde. Después le hizo una broma con eso de que los actores tenían un amor en cada puerto, y él replicó que eso eran los marineros, y quedaron para verse. A johnny nada de aquello lo inquietó, en absoluto. Para él no era más que una chica conociendo a un chico de su edad, y lo que pudiera ocurrir a partir de ahí era lo que solía ocurrir cuando dos chicos se gustan, pero si el padre de Magret supiera que había hablado con ellos, todo podría complicarse aún un poco más. En una conversación que tuvo más tarde con Venturra Mais, un hombre con bastante edad para hacer todos los papeles femeninos de mujeres mayores, Johnny aseguró, con un respeto icónico por aquel actor veterano, que nada de lo que pudieran decir las fuerzas dirigentes de aquel pueblo le iba a hacer cambiar ni una sola línea de sus diálogos. Pero como había sucedido otras veces, era de esperar que el jefe de policía estuviera esperando una señal, para entrar a caballo en el teatro y subir al escenario con intención de suspender la obra. Lo que mostraba claramente que nada había cambiado tanto, pero como no era del todo seguro que eso les volviera a suceder, Venturra Mais aseguró que ese tipo de cosas era lo que hacía grande a una compañía, si no eran capaces de incomodar al poder, tal vez sólo eran sus siervos. Podría haber sido cualquier otro, pero la chica vio primero a Polski y tal vez, se sintió esperanzada, dispuesta para un amor puro, como es el amor a esa edad, y que pudiera ayudarla a escapar de sus problemas. Sabía perfectamente que aparte de la confusión que iba y venía como un carrusel mareando su cabeza, cada vez que interpretaba la realidad se equivocaba sin remedio. Y también, que por mucho que lo intentara, seguiría siendo hija de quien era, y eso la llevaba a analizar cada cambio como había aprendido a hacerlo, de una forma casi exacta a como lo hacía su padre. Se decía que si su padre cojeara, ella hubiese aprendido a cojear sin remedio. Hablar de sus problemas más íntimos con un muchacho que acababa de conocer, dejándose llevar tan sólo por su intuición, no dejaba de ser un atrevimiento “peligroso”, no por que Polski fuera violento o irresponsable, sino porque podía asustarse y romperle el corazón al salir corriendo como un conejo que, en alguna parte, presentía una escopeta apuntándolo a los ojos. Ni en las peores familias, los padres permitirían que sus hijas se 4


relacionaran con un cómico, ella lo sabía bien, y por eso fue discreta desde el primer momento. También debemos tener en cuenta la edad de Magret, y si creemos que romperle el corazón era demasiado decir de una relación personal tan incipiente. Para una niña de diecisiete años que consuma sus relaciones inmediatamente, que abre su corazón contando sus problemas, que desea ser salvada de todos ellos y que no encuentra otro modo de salir de su pueblo, un bombón como Polski, era algo peor que peligroso, era la posibilidad de una decepción dolorosa. En la habitación del hotel se besaron, se desnudaron y pasaron la tarde dando vueltas sobre la cama. -¿Qué haces con la gomina que hay en el baño? -preguntó ella-. No usas gomina en el pelo. -Tengo una escena con grandes bigotes victorianos, los llevo en la maleta. Necesitan ser elevados cada vez que los pongo. Si mi repuesta ha de ser menos concentrada, debo decir que en realidad la paga la compañía y la comparto con otros actores que la utilizan en sus caracterizaciones. Es un bien valioso para un actor -dijo adentrándose en aquel mundo que a él lo había atrapado tiempo atrás y al observar los ojos que Magret ponía y la cautivaba-. Pero si quieres saber algo más -añadió movido por aquella plena atención que le demostraba-, porque al fin y al cabo la vida actor tiene estas cosas, podemos usar gasa animal si en alguna ocasión en que se nos cabe inesperadamente, y no encontramos alguna tienda abierta. Creo que es somos muy sacrificados en nuestro oficio. Hay cosas que la gente desconoce y que no son nada cómodas. Entonces, cuando el empezaba a notar que le volvía su energía y la miraba con renovado deseo, ella empezó a llorar. -La vida no es fácil para nadie y no te quiero engañar. -¿Por qué me ibas a engañar? -Me gustas mucho y quiero irme contigo. Podría haber sucedido con cualquier otro, pero le sucedía a él, Polski el galante sin corazón. Cada frase que ella pronunciara le resultaba tan poco real como las declamadas por un mal actor. Eran tal para cual, porque en su caso, del mismo modo, todo era pura pantalla y ella parecía saberlo. Hablar hasta la extenuación sin comprometerse en nada con lo dicho, era lo que hacía mejor. Para él, era una tradición entrar en los secretos de la gente para después intentar imitar como creía que se sentían. Pero hacía algún tiempo que no tenía una oportunidad tan real. Hasta aquella tarde, allí retozando sobre una cama de hotel, o había tenido tanto tiempo para pensar en como se sentían otras personas, su única ocupación del último mes, había sido esforzarse, cargar material, ensayar y memorizar, y eso unido a los viajes lo había tenido bastante ofendido consigo mismo por haber escogido aquella profesión, ninguna distracción había roto su falta de ánimo en aquel tiempo, hasta que apareció Magret, con sus ojos increíbles y sus piernas largas y bronceadas. Los dos eran habladores y siguieron sus confidencias hasta que Magret desembocó, con absoluta locuacidad, en el motivo principal que la tenía en vilo, la hacía tan infeliz y la provocaba para que se diera rapidez en sus movimientos. Confesó en un momento de lucidez, que estaba embarazada de su novio al que ya no quería, y que su padre la mataría si llegaba a descubrirlo. En aquel instante lo único que quería era seguir desahogándose, contarle su vida a aquel chico al que apenas conocía y con el que acababa de copular. Su intuición iba a tener que funcionar como nunca, si después de aquella confesión, él aceptaba sus condiciones. En algún momento al verlo, ella había decidido que era el muchacho que sucumbiría a su amor de tal modo, que cualquier cosa que le contara o deseara, sería un mero trámite si se interponía entre ellos. Magret escondía la cara entre sus manos, porque sabía que debía avergonzarse de su situación y de como actuaba, pero no sentía nada, nada en absoluto, sólo esperaba las reacciones de Polski. Pensar que ella pudiera abandonar a su familia, tener su niño lejos de ellos, elegir a los chicos como quien tira una moneda al aire, y no temer que un día muy lejano él la abandonara y la dejara tirada, era algo que paralizaba al actor. No existía una fuerza mayor que la del porte convencional de un actor, capaz de seducir, convencer y falsear la realidad, sin que nadie se diera cuenta, pero aquella situación lo superaba y no quería presentarse 5


ante el mundo como un ser monstruoso. Una cosa eran sus amores de verano, los que siempre había tenido, y otra muy diferente el lío en el que se estaba metiendo. Se dejó llevar por la conversación un rato más, hasta que afirmó con unos ojos fríos como el hielo, que no se encontraba preparado para enfrentarse a aquella proposición.

2 Cuchillos en el desierto. No eran tiempos fáciles para la libertad de expresión, pero eso a Stiller no le preocupaba demasiado. En el colegio cuando castigaban a un compañero por hablar a destiempo, solía decir que lo tenía merecido por charlatán, y al fin, el oficio de actor que en cierto modo compartía, era también un oficio de charlatanes y feriantes. Pero lo que le gustaba de su trabajo, no era tanto el teatro como todo lo que lo rodeaba, la prensa, el interés que despertaba, las críticas aunque fueran malas, los viajes, y, sobre todo, tratar con las autoridades cuando querían conocerlos. Era por eso que la reunión de aquella mañana lo había deslumbrado, y no había entendido nada, porque en algún momento había creído que se trataba de una recepción o un homenaje a su trabajo, y había tranquilizado al alcalde al decirle que tendrían en cuanta su exposición y condiciones. En aquel momento vivía en un mundo ideal, una fantasía de relaciones con lo más florido de la burguesía local. Era el momento de los agradecimientos y reconocimientos, y a pesar de su fuerza de voluntad, no pudo menos que aceptar cuando lo invitaron a comer con algunos amigos empresarios -como él mismo era, aunque no tuviera campos o construyera edificios-, un banquero, un marqués que tenía un latifundio y el jefe de policía, que, esta vez, no había sido relegado como en otras ocasiones y sustituía al párroco. No era de extrañar en aquellas circunstancias, que Stiller se pusiera su mejor traje, y que saliera al supermercado para comprar algún tipo de perfume, lo que sería muy conveniente por muy barato que fuera. Estaba convencido de que aquellos que parecían controlar el pueblo por medio de la política y el orden militar y religioso, en realidad funcionaban como una gran familia, y estaría muy a gusto entre ellos. La decisión de quedarse en el pueblo de forma permanente y abrir su propia sala para interpretar una obra con cierta frecuencia, o permitir que otros grupos llegaran para actuar en ella, no fue casual. Les resultaba barato vivir allí, y la gente los quería. La decisión también respondía al deseo humano del resto de la compañía para llevar una vida menos viajera y sacrificada, pero fue Johnny el que los animó. Su sueño era que las mejores obras se interpretaran allí. Stiller intentó convencer a las autoridades de que era una buena idea, pero ya habían expuesto su obra y no la habían censurado, así que nadie iba a ayudarles. Johnny miró una sala sin ventanas con un buen aislamiento sonoro, sólo habría que dotarla de un escenario y butacas, pero debían ir paso a paso, si todo iba como esperaba, podrían añadir una cafetería y máquinas de snaks. Había sido el local de ensayo de un grupo de rock, y antes el garaje del supermercado, y Magret que conocía al dueño y se lo presentó a Johnny, había jugado allí en más de una ocasión. El supermercado estaba en el otro lado de la calle y los sábados se llenaba de gente que vería su cartel anunciando cada nuevo estreno. Venturra Mais era un buen dibujante y capaz de hacer un cartel con cada idea que le propusieran. Johnny nunca olvidaría aquella entrevista con el dueño de la sala, un tipo rudo que bebía una cerveza mientras pintaba la fachada de su casa. Formaba parte de lo más profundo del pueblo y no estaba a favor de las novedades, pero si podía alquilar no iba a dejarlo pasar. 6


-¿Ha visto el local? -Nunca he visto nada mejor, pero no podemos pagar mucho. -Bueno, son 300, seguro que de donde viene los alquileres cuestan tres veces más. -No lo sé, nunca intenté alquilar allí. -Si hay protestas, tendrán que irse. Para mi es más importante llevarme bien con los vecinos que el dinero. ¿Lo entiende? Johnny sonrió, pero Stiller que lo acompañaba estaba muy serio. La gente de pueblo no se andaba con rodeos y eso le gustaba. Intentaba ser amable e inteligente, pero era muy posible que estas aptitudes no fueran tenidas en cuenta por su interlocutor que no dejaba de mover una barra con un rodillo en el extremo y empapado en pintura blanca. Se hizo el contrato pulcramente redactado, sencillo, corto y con claridad, y firmado unos días después. De lo que no hablaron fue de un viejo coche inservible que tuvieron que desmontar y utilizaron como parte de la decoración. Limpiaron y la sala fue tomando forma. Magret, en todo este proceso, se fue integrando como una de ellos y sus padres para entonces ya habían aceptado que aquella enorme barriga no era de comer pan de leña. Hasta aquel momento, Polski había actuado como si tan sólo fuera un amigo especial de Magret, pero cada noche esperaba algo más de ella, y en ocasiones, ella se quedaba a dormir en su habitación. Por muy bien construido que fuera su cuerpo y delicadas las facciones de su cara, había empezado a decepcionar a la chica, tal y como su anterior novio hiciera antes. Era u chico joven y guapo, pero eso no iba a ser suficiente cuando naciera el niño. Su amor era lo único que tenían, y eso les parecía indispensable, pero ya no era suficiente, y aunque durante un tiempo ella esperaba que, mostrándose comprensiva pudiera cambiarlo, lo cierto es que él ya no quería formar parte de la compañía y estaba pensando en abandonar y seguir su viaje en solitario. Cuando Magret se enteró de sus planes, no quiso verlo más, y eso terminó de animarlo en su idea y desapareció. Estuvo durante un tiempo evitando discusiones, se propuso que si tenían que separarse lo hicieran como amigos, pero se daba cuenta, que, en su situación, todos se la quitaban de encima como si fuera una carga. Empezó a vestir de forma más convencional y con vestidos cómodos, atrás quedaban los jeans y las camisetas en las que se podía adivinar el tamaño de sus pezones, a pesar de su metro sesenta y con el pelo más corto, empezaba a parecer mucho mayor. Por una parte, la idea de su embarazo llenaba su mente. Johnny solía decir, y también se lo dijo a ella, que esperar no era desesperar, era la vida misma, y que mientras se esperaba, la gente no se metía en líos. La recompensa iba a ser tan grande, que Magret no necesitaba demasiado y seguía visitándolos cada día. Pasó algún tiempo de la desaparición de Polski y Johnny se mostraba amable y protector con Magret, por muy lacónica que ella se estuviera volviendo. El actor parecía revivir cuando la muchacha estaba cerca, y a pesar de que le doblaba la edad se permitió encariñarse con ella, pero intentando por todos los medios que no se le notara, lo que no conseguía. Encargó a Venturra Mais que la vigilara para que no hiciera esfuerzos y que la ayudara en lo que pudiera. En otro tiempo Johnny había tenido un moderado éxito en una compañía grande y eso le había reportado popularidad, llegando a ser mostrado por la crítica como el actor más prometedor del año. Escapó de todo aquello porque las obras eran de entretenimiento y no era lo que él quería hace, pasaron diez años, y el actor tan prometedor, se había escondido en un pueblo en el que nadie lo reconocía. Johnny debería haber informado a las autoridades de que algunas de sus obras de teatro no eran políticamente correctas, pero como no lo hizo, el canal de diálogo que una vez tuviera desapareció, y ya sólo se comunicaban con él para mandarle amenazas y advertencias por escrito. Al menos deberían haberle puesto menos problemas administrativos para abrir la sala de teatro, porque al final, la justicia le dio la razón y todo quedó en papel mojado. Eso habría ayudado a la comunicación, aunque no habría influido en el ansia de libertad que tenía aquella industria incipiente. No parecía buena idea enfrentarse al padre de Magret y al mismo tiempo empezar a sentir algo por una chica embarazada que acababa de cumplir los dieciocho, sino que debería haber actuado con la cabeza fría y haber pensado que si quería hacer que sus sueños se hicieran realidad, era mucho mejor no poner el 7


corazón y dejar que el amor enredara por el medio. La situación exigía de él una contención que no tenía, pero su fuerza de voluntad era incorregible, y eso lo ayudaba. En un momento, el alcalde se acercó con toda humildad y le rogó que le prohibiera a Magret visitarlos, y aunque la chica volvía cada noche a dormir a casa de sus padres, su relación ellos era cada vez más difícil. Johnny le respondió que no podía hacer nada, que ella era mayor de edad y que formaba parte del equipo. En verdad, nadie entendería que le diese el gusto al alcalde en eso, pero la situación le resultó muy violenta, sobre todo porque Hersmit desconocía lo que Johnny sentía por la muchacha. De la misma manera que el alcalde se ponía a su altura para pedirle algo que necesitaba y no podía conseguir con todo su poder, Johnny aceptaba su ayuda para acabar de montar la sala, pero sin ceder en sus pretensiones. Hubo dos trabajadores que llegaron para hacer trabajos complicados de montaje, mecánica y carpintería, pero siempre sospecharon que que aquellos dos intrusos tenían como finalizar observar todo lo que sucedía a su alrededor para, más tarde, trasladárselo a Hersmit, que al fin, era el que les pagaba. Magret estaba convencida de que si huía por su cuenta a una gran ciudad, terminaría dando a luz en un callejón oscuro sin más ayuda que la de algún borracho que no se atreviera ni a llamar una ambulancia. Se trataba de dominar las absurdas dotes de una imaginación desatada o terminaría equivocándose del todo. Para ella, todas sus esperanzas y sueños color de rosa, tenían la justificación del que cree merecerlo, pero a lo que todos se opondrían por considerar que vivía en un mundo fantástico en el que finalmente chocaría con la realidad. Por primera vez empezó a vestirse como una mujer, con vestidos de una pieza y zapatos de tacón, cuando notó que Johnny la miraba, y él lo hacía con insistencia haciéndole ver que existía un interés que necesitaba ser correspondido en aquella relación, hasta el momento, de amistad. La sala se había convertido en un lugar caótico que nadie entendía, la premura de terminar las obras lo antes posible, se mezclaron con los ensayos en cuanto el problema del escenario estuvo resuelto. Los obreros solucionaban algunos inconvenientes de encaje a martillazos, y los actores declamaban en voz alta, como si les fuese la vida en ello. Pasaron dos meses y Magret y Johnny iban juntos a todas partes. Ella se mudó a su apartamento y sus padres esperaban en vano que se le pasara su enfado y volviera casa. Con la ayuda de sus amigos Hersmit empezó a concebir la idea de hacer la vida imposible a los comediantes para que tuvieran que marcharse del pueblo. El que parecía más animado a la acción era el marqués de Pivedí, un refinado aldeano que amaba los caballos pero que había ido una vez invitado al palacio real para la boda de una princesa, y hermana del príncipe heredero. La monarquía era tan fuerte que llegaba hasta el más pequeño rincón del país, desde el despacho del jefe de redacción de periódico, hasta la sala de teatro de un pueblo olvidado por todos, en cualquier lugar en donde se cuestionara su papel en el nuevo orden democrático, había un monárquico o un cura dispuesto a chivarse al jefe de policía. Cada mañana, después de desayunar, el alcalde sale para su paseo, antes de ir al ayuntamiento. No se da prisa, no quiere que aquel momento dure menos de lo necesario. La risa de su hija resuena en sus oídos con la felicidad de otro tiempo, y se desespera pensando en como pudo salir todo tan mal. Una mañana de domingo, sin previo aviso, los actores representan una pequeña obra de veinte minutos e la plaza del pueblo, son las fiestas patronales y les servirá como enlace con aquellos que aún no han pasado nunca por la sala para asistir a una de sus obras más largas. La policía pasaba con frecuencia por el domicilio de Johnny, que era también el de Magret, para pedirle los permisos necesarios de apertura y de exhibición, y cada vez que empezaba una nueva obra, los permisos de obra. Era como si no existiera otra cosa más importante en el pueblo que hacer que controlarlos. Pero de pronto, cuando llegaron las elecciones generales, se detuvieron. Johnny alquiló el local para los mitines de partidos republicanos y de izquierda, y la presión cedió. Era como si temieran un escándalo, y mientras Magret daba a luz un niño de pelo oscuro y ojos grandes, Johnny lo dejaba todo en manos de Venturra Mais y Stiller y se tomaba unas vacaciones para pasar aquellos días al lado de Magret y su hijo, que, en cierto modo lo era de los dos. 8


En una reunión organizada por el jefe de policía, el marqués de Pívodi afirmó que todo tenía solución y que debían aclarar sus diferencias por el bien de todos. Directamente quiso hablar con Johnny, porque, según afirmó, Hersmit estaba fuera de todo control y se dedicaba a hacer idioteces que nadie entendía. Comprendía muy bien el señor marqués, que el pueblo necesitara diversiones, y al fin y al cabo, el teatro era la cuna de la cultura en cortes europeas desde el siglo dieciséis. Le habría gustado no llevar aquella carga, pero le había sucedido a él vivir en los márgenes de producción agraria del pueblo, y también defendía su negocio, y como suele pasar en estos casos, se refirió a tantas familias de trabajadores que dependían del salario que él les daba. Si hubiera podido correr sus tierras un poco al norte y evitar aquella entrevista lo hubiera hecho, pero desde las instancias más altas le habían pedido que hablara con Johnny, y no podía renunciar a ser quien era, ni a formar parte de aquella identidad patriótica que se revolvía contra cualquier cambio. Pero, a pesar de mostrarse conciliador y amable, sabía que no conseguiría demasiadas concesiones, y como Johnny no quiso ir a su palacio, él mismo llamó a la puerta de Johnny y hablaron en la cocina, mientras Magret le daba el pecho a su hijo, encerrada en la habitación. -Te agradezco que me escuches, lo que tengo que decir es importante para mi, y espero que a ti también te lo resulte -dijo el marqué con gesto grave-. La incomprensión entre clases está en el origen de muchos problemas. No te pido que cambies eso, sólo que, cada uno dentro de sus posiciones intentemos solucionar los más pequeños malentendidos. -¿Cuales son? -Por nuestra parte, no deseamos que renuncies a tu sala de teatro, es todo lo que tienes y sabemos que eso te llevaría a defenderlo de forma irracional. -Parece que sabe muchas cosas desde su esa altura consagrada que tiene la sangre real. -El teatro está a salvo, y ahora con las elecciones has hecho un movimiento que ha puesto la violencia de Hersmit fuera de juego. Él siempre se inclinó por la acción, yo no. -Sabemos que tenemos vigilancia, no es nada nuevo. -No os consideramos una posesión. ¡Maldita sea! Pon un poco de tu parte. Nadie entendería que me haya rebajado tanto viniendo hasta aquí. Saldría en todos los periódicos si pudieran sacarme una fotografía. Al menos, le había permitido entrar en su casa, lo que era mucho más de lo que, en un principio, estaba dispuesto a hacer. En realidad, aquella entrevista esta motivada por la curiosidad, no había intención de llegar a algún acuerdo. Por supuesto, si algo se había escapado a su control era buena saberlo, el poder siempre se especializa en “buscarle tres pies al gato”. No resultaba ninguna novedad que se tenían un rencor visceral, a pesar, por las dos partes, de intentar disimularlo. Pívodi era el más interesado en encontrar una solución, y hablaba sin parar buscando punto de conexión, si a Johnny le hubiesen gustado las serpientes, en aquel momento decisivo, él se hubiese convertido de improviso, en el mayor defensor de este tpo de animales, a pesar del rechazo que mostraba casi todo el mundo por ellas. Nada de lo que dijera parecía interesar o sorprender a Johnny, hasta el momento en que le mostró un sobre que llevaba en el bolsillo de su chaqueta. -No se trata de un intercambio, es una aportación para tu teatro. Desde siempre, la cultura ha tenido benefactores que coincidían con su enfoque. -¿Qué enfoque? -Nos gustaría financiar un plan cultural y ponernos de acuerdo en el programa de obras para un año. Si vemos que funciona y todos estamos de acuerdo, entonces podemos renovarlo por otro año. Nosotros (al decir nosotros, el marqués de Pívodi, dudó y se detuvo un momento, entonces siguió) no deseamos imponer las obras que nos gustan, se trataría de ponernos de acuerdo. -El teatro no se vende, ¿lo entiende? Tiene que ser un bien puro al servicio del pueblo humillado que pide justicia. Ya sé que le sonará muy comunista y republicano. Su dinero ha dejado de ser decisivo en la relación que intenta establecer de equidad. Le gustaría ponerse en un plano superior, pero usted sabe que a esos los sacamos de nuestras vidas, y sólo estamos a gusto con los que nos 9


sentimos iguales, de nuestra misma clase clase. Y no somos iguales, pero lo seríamos si aceptara su dinero. La corrupción a roto esa diferencia en muchos que se decían de izquierda. No acepto el acuerdo, y prefiero no ofenderme por su oferta, pero lo haré si lo vuelve a intentar. -Usted con su pureza es incapaz de dar un paso adelante, sea inteligente. Los nazis también se creían puros y ya ve como acabó aquello. Aquel ser despreciable no lo amenazó hasta que se sintió rechazado, entonces dijo, “esto le costará muy caro”, recogió su dinero y salió airado, como si, de hecho y a pesar de haberlo negado, creyera que el pueblo llano estaba a su servicio, fueran parte de sus posesiones y estuvieran obligados a aceptar sus propuestas con una sonrisa falsa en los labios, pero demostrando el miedo que se esperaba de ellos. Magret salió de la habitación con su hijo en los brazos y preguntó, ¿quién era? -Nadie, no era nadie. Ya no es nadie.

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1 Sin motivos, sin excusas Otro perro ladró en la calle, al oírlo, se levantó renunciando al sueño y se sentó para dejar que su mente divagara sin sentido. Aquella tarde había llegado a la conclusión, una vez más, de que la competitividad estaba volviendo idiotas a sus amigos de la peña de fútbol. De seguir eso así, el domingo siguiente se ahorraría bajar al bar sólo por acabar discutiendo obviedades, penaltis o manos dentro del área. Tendría que pensar acerca de eso; los cambios le costaban, eran un sacrificio para él, pero llegaba el momento de tomar algunas decisiones. Sus nervios no era de acero. Tenía sus propias ideas acerca de la marcha de la liga de fútbol y no influía demasiado en su vida, pero sí en su salud. Estaba disfrutando del punto de haberse jubilado y su corazón estaba delicado, eso era un hecho, así que el fútbol no era lo que más le convenía. Su hija se acababa de divorciar, estaba deprimida y le gustaría tener un poco más de tiempo para ella. En unos días serían la cena conmemorativa de su grupo de bachillerato, y le gustaba ir a esa cena, saber como lo iba a todos y comprobar que, al final, iban quedando un grupo muy compacto y, a la vez, diverso, se viera por donde se viera. A pesar de que su cabeza se llenara de ilusiones inmediatas, tan sencillas y superficiales, como las que acabo de contar, una sensación de estar perdiendo momentos preciosos al lado de Miona, le hacía buscar su compañía siempre que podía. Se sentó a su lado en el salón y la miró profundamente esperando que ella le hablara, pero no lo hizo, parecía concentrada en una revista y no levantó la cabeza. -¿Te acuerdas de Francis? Jugabais juntos de niños, se ha casado tres veces y se ha vuelto a divorciar -dijo Ellimore sonriendo a su hija-. Es todo un personaje. Nunca se da por vencido. -Sí, lo recuerdo. El divorcio es como un deporte para algunos. Para mi no ha sido algo agradable. -Sí, lo sé. Por eso te lo comento. No es para tanto. Tienes que aprender a quitarle importancia a tus dramas. Eso estaría muy bien, a menos que sus dramas no fueran tan desafiantes. No se encontraba capacitada para nuevas aventuras, al menos de momento. Era una persona juiciosa, templada y sin urgencias, y sabía que si ella sufría hacía sufrir a su entorno, y como eso era así, la última cosa que deseaba hacer en aquel momento, era retomar su vida. Dejaba que el tiempo pasara de forma anodina, y se lamía las heridas, nada nuevo en su situación. Sólo pedía un poco de tiempo para poner su cabeza en sus sitio. -Ese Francis es un tipo curioso. Una vez nos fuimos de pesca con su padre. Él sólo era un adolescente y nos acompañó. En el río había unas chicas holandesas, o suecas, no sé. Estaban tomando el sol en bikini. Nos quedamos un poco chafados porque se pusieron justo en el mejor sitio para la pesca, era el sitio en el que solíamos quedar después de una larga caminata, hacían ruido, fumaban y se divertían, así que tendríamos que buscar otro lugar rio arriba en el que estuviéramos un poco más tranquilos. Yo no era muy bromista ni malicioso al respecto, pero salieron las bromas y el padre de Francis, Aflec, un buen amigo, creo que no lo conoces, no dejaba pasar una oportunidad para hacer chiste de todo, y dijo que las mujeres europeas se enamoraban con facilidad de los 2


hombres del sur porque creían que éramos más apasionados. Y, a partir de ahí, alguien hizo algunos comentarios poco galantes, acerca de lo desmedido de los pechos y los traseros de aquellas damas. Ya sabes como somos los hombres cuando nos ponemos burros. -¿Lo sé? -preguntó Miona que sonrió por primera vez, aunque forzadamente-. Está bien, no hace falta más. -Recuerdo aquel día con vergüenza, debes creerme. Lo creímos divertido, ahora sé que no fuimos nada elegantes. Encuentro momentos de mi pasado de los que no me siento orgulloso, quiero que lo entiendas. Posiblemente tendrás algún recuerdo por el que puedas censurarme. -¿A qué viene esto? -Me gustaría visitar a Francis y su padre y que me acompañaras. Dentro de unos días se celebrará allí la cena de conmemoración de antiguos alumnos. Viven a cinco horas en coche y prefiero que conduzcas tú, mis reflejos ya no son lo que eran. -Podría haber sido peor. ¿Sólo cinco horas? -señaló con ironía-. Tendremos que quedarnos a dormir. ¿Has hablado con él? Incluso en el mejor de los supuestos debes llamarle, no quiero conducir cinco horas y que ya no viva allí, o haya salido de vacaciones. Al mencionar lo importante de avisar antes de salir, Ellimore puso cara de estar un poco despistado, suponía que podría encontrar su teléfono si lo buscaba en algún cajón de la habitación, tal vez en la libreta de teléfonos de su mujer, fallecida algunos años antes. Pero aunque ella estuviera con vida en aquel momento, y pudiera ponerle el número de teléfono de su amigo en la mano, hubiese igualmente necesitado un tiempo para buscarlo y prepararlo todo, así que decidieron que dedicarían el resto del día a eso y no saldrían hasta el día siguiente muy temprano. Tal y como se sucedió la escena, Ellimore prefirió no terminar su historia, pero lo cierto es que aquel día, mientras los mayores se habían ido de pesca, Francis se había quedado con las chicas y cuando regresaron ya no estaban allí. Se había ido con ellas y no había llegado a su casa hasta unos días después. Aquello había sido causa bromas durante años, la fama de conquistador del adolescente le había acompañado toda su vida, y al haberse casado y divorciado tres veces, su fama acababa por completarse sin remedio. Aunque Francis sostenía siempre que podía, que no había sucedido nada, todos se empeñaban en hacer creer a quien estuviera dispuesto a escuchar la historia, que se había encerrado en la posada del pueblo en una habitación, aquellos tres días y que en ese tiempo, no habían salido ni a comer. A pesar de la obvia exageración de una historia semejante, una sensación de desamparo acudía a los ojos de Francis cuando algunos de los pescadores de aquel día, años después, se empeñaba en contar la historia. A pesar del afecto y la confianza que despertaba, la persistente idea de extender su fama entre todos los conocidos, a él le había creado algunos quebraderos de cabeza, y eso no hacía que pudiera apreciarlos más, cuando su amistad había pasado por momentos delicados. -¿No has dormido bien? No tienes buena cara, parece como si te hubiese pateado una manada de caballos. Y esas ojeras... No era difícil percatarse si Miona no dormía bien, sucedía con frecuencia y se le hinchaban los ojos y la cara. Tardaba en cambiarse el pijama y pasaba horas en el sillón tomando café, esperando las fuerzas necesarias para ponerse en marcha. Generalmente de mal humor. Tan sólo su silencio y su capacidad para hacer como que leía revistas, la hacía pasar desapercibida en otras ocasiones parecidas. -No me tires del genio. Ya sé que no estoy bien, no hace falta que me lo recuerdes. -Es cierto que mi franqueza suele crearme problemas. Pero dejame decirte una cosa. Los jóvenes creéis que la fata de sueño, o un sueño inquieto os lo produce un futuro incierto y poco halagüeño. Cuando se pasa de una edad y ya no hay tanto por perder, los malos sueños tienen que ver con imágenes del pasado que se nos han pegado sin remedio, y algunas no son tan importantes, pero nos preocupa haber hecho las cosas mal. Así que procura no meter mucho la pata. -Si quieres ir a esa reunión te llevaré, pero no hace falta que me des discursos. De mala gana, pero 3


lo haré, pero no me quedará tantos días. Te dejaré allí y me llamarás cuando quieras que pase a buscarte. Creo que estoy siendo bastante condescendiente para tratarse de una reunión de antiguos alumnos. -En realidad, ya he llamado a Aflec, me quedaré unos días en su casa. No hay problema con eso. -¿Dabas por sentado que te llevaría? ¿Que no me podía negar? Eres un poco cabrón, ¿lo sabes? -Te veo tan aburrida. Así podrás distraerte, y volver a ver a Francis. -¿Tres mujeres? ¿O es insoportable, o no soporta a las mujeres? -No creo que sea eso. Yo soy de otra generación, Francis es de la tuya. Es posible que tu lo entiendas mejor. Antes, sólo las estrella de Hollywood hacían esas cosas. No siempre las cosas sucedieran con tanta facilidad. No siempre la situación económica había sido tan sólida para Ellimore, Y eso, ella lo recordaba con dolor. Aquel tiempo en que Ellimore perdiera su primer empleo no era un error de su memoria, había sucedido y le había reportado un buen montón de imágenes de ella misma adolescente, siendo la niña pobre, la necesitada, aquella por la que sus amigas sentían lástima. Sólo Miona tenía un padre en el paro, y sólo ella ayudaba en casa para que su madre pudiera salir a trabajar, en aquel tiempo en que las adolescentes se lo pasaban en casa tiradas en su habitación pintándose las uñas de los pies y escuchando, “Video Killed the radio star”. Ella también escuchaba aquella canción mientras fregaba platos, sacaba la basura o hacía camas. Miles de niñas habían escuchado aquella canción todo el año mientras la bailaban en la playa con las puertas del coche de sus novios abiertas y con el radio-cassette a todo volumen. La relación con sus amigos se volvió exánime con el paso del tiempo, se fue apagando hasta desaparecer, no había sueños en común, ellas ya no la llamaban y ella hizo lo mismo. Habían dado por finalizada una relación que no se sostenía y por su parte, llegó a tenerle tanta manía a aquella canción, que si la volvía a oír en algún aparato que no supiera apagar, podría tirarlo por la ventana si eso era necesario para silenciarlo. -No deberías decir eso, como si yo me hubiera divorciado por ser de otra generación. Hay quien piensa que los hombres ya no confían en las mujeres que se divorcian, y me parece muy cruel. Parecía inspirada y todo lo que decía iba cargado de un doble sentido, el que descubría al viejo, lleno de prejuicios, insensible y creyéndose lleno de una razón insondable, ancestral y transparente. Tan sólo su capacidad para escuchar antes de rechazar cada no de sus pensamientos, lo hacía menos odioso. -Procuro creer que es así. Eres mi hija y sé que eres generosa y sensible, así que no quiero saber tus motivos. Era cierto que tenía una opinión muy elevada de Miona, pero por improbable que pareciera se sentía obligado a cuestionar todo lo que ella daba por hecho y que le había traído tanta infelicidad. -Bueno, después de todo, era de esperar. Una discusión más en este momento demuestra, al menos, que no nos ocultamos lo que pensamos. Y llegas a parecer odioso cuando adoptas esa postura, me haces pensar que te pones de su parte. -En serio, ¿crees eso? -Ahora mismo me tienes muy confusa, y enfadada. Como suele suceder en este tipo de discusiones, era un enfrentamiento entre dos fuerzas irreductibles. Estaba por determinar, si como había sucedido en el pasado, al menos, la voz del padre quedaría un tiempo resonando en su cabeza con la ambivalencia de su rechazo, pero también, con la enseñanza propia de los malos discursos, que son los mejores. Entre los dos, entregaban al mundo el desafío de cada una de sus discusiones como la mejor forma de enfrentarse a los problemas, incansables, tal vez en un conflicto exasperado de sus creencias y las creencias familiares. Lo nuevo y lo viejo nunca terminó tan mal que no pudiera recomponerse alguna idea rota, algún planteamiento quebrado y enterrado, o algunos sueños suspendidos para siempre de una soga. Ya no servía los castigos infantiles, el padre que riñe a la niña que se porta mal o no sigue sus indicaciones, en el mundo de los adultos la autoridad debe desaparecer, así lo entendía Ellimore. Podían discutir, pero 4


ella tendría la última palabra, eso era. A pesar de todos los malos sueños, Ellimore no tenía tanto problema con las contradicciones y contrasentidos del pasado. No permitía que eso le amargara, a su avanzada edad no sería muy práctico, así que si alguna cosa no había quedado del todo clara en su momento, y de forma recurrente volvía para que se hiciera algunas preguntas al respecto, procuraba no meterse demasiado en ello. Creía sin lugar a dudas, que darle demasiadas vueltas a cosas que ya habían pasado y no tenían ninguna repercusión sobre el presente, no demasiado saludable. -¿De dónde viene vuestra amistad? Tú y Aflec. -Fuimos juntos al colegio desde niños y pasamos parte de nuestra juventud compartiendo sueños y aventuras. Lo propio a aquella edad. Esa amistad continuó después de casarnos, pero entonces ya nos vimos muy poco. Una vez al año nos reunimos, eso mantuvo nuestro contacto -le respondió a us hija, como si hablar de aquellas cosas lo pusiera en situación de traer otras a la mente que ya creía olvidadas-. Te voy a decir algo, que muy poca gente sabe. Aflec fue novio de tu madre antes que yo. Él la vio primero, y estuvieron un tiempo saliendo, pero desde el principio, yo notaba que ella me miraba a mi. -¿En serio? -que calladito te lo tenías... En ese momento, Miona empezó a suponer que su padre era una cajita de sorpresas, pero no iba a sacar nada de él sino estaba dispuesta a escuchar, y tal vez, llevada por la inercia de la vida y de los tiempos, la gente cada día escuchaba menos. Posiblemente tendría mucho que contar que tenía que ver con ella, directa o indirectamente, no obstante, si le hacía demasiadas preguntas directas se le pasaría lo mejor, cuando empezara a volar su imaginación debería contentarse con los matices. -Yo no era de tener muchas novias. En eso me diferenciaba de Aflec, y como se dejaba llevar por el deseo y porque parecía que para él era muy importante la conquista, pues dejaba pasar delante de sus ojos las mejores oportunidades de compartir momentos con chicas que hablaban, lo que entonces era todo un triunfo. Siempre valoré en una mujer, la capacidad de conversar con los hombres en las mismas circunstancias que lo hacen con otras mujeres. Estaba por decidir, cuánto tiempo de quedaría Miona viviendo con él, acompañando su vejez, y, por lo tanto, renunciando a su propia vida. Era una inquietud que lo tenía en vilo, y que no quería exponer mientras ella estuviera cómoda y no diera señales de desear tener su propio piso, o compartirlo con algún hombre más joven que ella, pero cariñoso y comprensivo con sus necesidades. Ellimore tenía la audacia de la discreción y eso le había ayudado mucho en el pasado, sobre todo con las chicas, pero también en los conflictos sindicales y laborales que había vivido y en una pelea de tráfico en la que el tipo se pusiera nervioso y casi le hace perder un ojo con una barra. Cuando llegó la policía no le dio mucha importancia y todo se arregló sin juicios, grandes declaraciones, multas o papeles. En aquella ocasión, había sido capaz de reconducir un simple accidente de tráfico, que en un minuto se había convertido en una desafía al orden público. Cualquier conflicto, por simple que pareciera, era sensible de ser tratado sin mayores trastornos, y a su edad, él ya podía decir que parecía haber conseguido ese equilibrio. Su vida no había sido un campo de batalla, eso también lo había superado, cuando pedía mejoras en el trabajo y llegaba el jefe y decía, “bien, Ellimore, ya me han dicho que has estado protestando”, y el tenía que precisar que constaba un hecho que necesitaba ser corregido, pero que no había ni pizca de protesta en decir, de aquella manera, desde su voz en la más solitaria individualidad, algo que creía que debía ser dicho. Había trucos semejantes que el abogado de la empresa empleaba para asegurarse la obediencia, y casi siempre tenían que ver con situaciones normales como discusiones, compañeros que se excitaban por el exceso de trabajo, o subidas de tono en momentos puntuales, que él intentaba convertir en grandes problemas que se solucionarían con sanciones o despidos. Ese era el truco, tener amenazados a unos cuantos y de vez en cuando dar ejemplo castigando a alguno, para que el resto vivieran en el miedo. En aquel momento no existía el ambiente sindical necesario en las empresas para que estas conductas empresariales no se dieran, y todos habían empezado a decir que los sindicatos estaban 5


domesticados; ese había sido el momento en que Ellimore y su audacia por la discreción abandonó el sindicato. 2 Todas las veces que algo sucede, alguien lo recuerda.

-Nicole fue una bendición para mi. Sólo siento que me dejara tan pronto. Después de una vida hay cosas que se pueden contar, pero no se cuentan. Me gustaba amarla como no había amado a otra mujer, colmaba todos mis deseos; no te quiero escandalizar. La nostalgia suele traicionarnos, nos hace creer que las cosas sucedieron de una determinada manera, y casi nunca fue como la nostalgia propone. Éramos muy parecidos, teníamos mucho en común y nos inspiraban las mismas locuras. Tal vez también esto en un error en eso, pero creo que ella siempre esperó que yo le fallara, y por eso, cuando naciste tú, empezó a sentirse tan agradecida, tal vez no conmigo, pero con el mundo, por como había llegado hasta allí. Era una persona como yo no había conocido otra. Los jóvenes lo llenamos todo de un misticismo que nos desata, es como si la idea trascendental de que todo lo que hacemos tendrá algo que ver en nuestra vida después de muchos años, nos anima y liberaba toda aquella energía. No hacíamos otra cosa que crecer, madurar y dejarnos llevar. Era lo que correspondía, con aquella delicada perla que ella mecía en sus brazos. -Me gustaría haberla conocido siendo adulta, que me hubiese durado un poco más. ¿Estás preocupado por algo? -Estos días se me da por pensar en ella. Debe que se que te pareces tanto, que no lo puedo evitar. -Aún eres muy joven. Te conservas bien. Eres un hombre sano. Mayor, pero sano. No sé que te preocupa. -A mi edad nunca se está tan sano. No te fíes del bronceado, estoy mucho al aire libre, pero la vejez es en si misma una enfermedad. La reunión con sus antiguos amigos era el momento en que se contaban sus achaques, y donde le decían como había cambiado todo, allí donde él no llegaba, ¿recuerdas a aquel chico que al que siempre castigaban?, entonces lo definían para que él pudiera situarlo, y cuando se había hecho con una imagen de aquel joven que una vez fuera su amigo, y en ese momento concluían, pues se ha muerto. Aquellas reuniones, eran, después de tantos años, una fuente inagotable de malas noticias, algunas sórdidas, otras inesperadas, otras por como iba reaccionando la gente al cabo del tiempo, decepcionantes, pero siempre como un certero obituario del año que acababa de pasar. Tenía también sus cosas buenas, claro está, siempre se alegraba de ver a algunos de aquellos viejos cabrones sin corazón, especialmente a dos o tres de los afines entre los que se situaba Aflec. Aún lleno de dudas sobre la reunión que se avecinaba, aquella tarde salió al parque acompañado de Miona. Estirar las piernas, formaba parte de la preparación del largo viaje en coche que le esperaba al día siguiente. Hacía sol, y la temperatura era buena a las sombra de unos árboles. Algunos chicos corrían en monopatín o fumaban, otros bebían cerveza. Las señoras mayores del piso de arriba estaban charloteando animadamente. Las llamaba las señoras mayores, pero eran más jóvenes que él. Alice y Tammara eran dos chicas que iban siempre juntas y que solían hablar con Ellimore, así que se pararon y él aprovechó para presentarle a su hija. En esa ocasión iban acompañadas de Karl, un chaval muy delgado que bebía los vientos por Alice, que era la más habladora, pero que no 6


demostraba el más mínimo interés por los chicos. -¿Sois ya novios? -preguntó Ellimore con su usual insolencia-. Creo que debo preguntar porque a mi Alice también me gusta -añadió bromeando. -Procuro mantenerlo a raya -respondió Alice-. Él sabe que mi corazón está ocupado por un hombre mayor -le siguió la broma. -En otro tiempo, cuando una chica te gustaba, tenías que pelearte por ella. Ahora es todo más civilizado, pero menos entregado. ¿No crees Miona? -Que me lo digan a mi que me acabo de divorciar -dijo como si no importara, pero informando a los jóvenes de su situación. -¡Oh! Ya veo -dijo Alice-. Es cierto que el amor ya no dura como antes. La gente era más de aguantar. -En fin -añadió Ellimore-. Creo que puedo decir algo al respecto después de tantos años de pensar en ello. En aquellos tiempos te enamorabas de una idea, de una imagen o de un rayo de luna. Idealizabas a la persona escogida. Creo que era por eso. -¿Tú crees? -lo miró Miona. -Totalmente. Esa idealización nos llevaba a creer en que nuestro amor era el complemento perfecto para nuestra vida y no tenía defectos. Aunque eso probablemente no existe, casi seguro. -Yo tuve tres novios, y con quien estoy más a gusto es con mis amigas. Los tíos son unos ansiosos -dijo Alice-. Tres novios, y ninguno era bueno. Además, besaban muy mal. Las señoras mayores del piso de arriba comenzaron una discusión con unos jóvenes, que escupían muy cerca de donde ellas se encontraban. En un momento atrajeron la atención de todos, la discusión todavía discurría por su momento más agrio. Intentaron acercarse para ayudarlas, pero para entonces ya los chicos iban en retirada, recogiendo sus cosas, soltando maldiciones entre dientes. Tanya y Kroissen, las dos mujeres con acento extranjero empezaron entonces a discutir entre ellas, una recriminaba a la otra por haber echado a los chicos de allí, y la otra intentaba decirle que escupir en el suelo era algo muy feo. Ellimore había estado escuchándolas durante unos minutos justo antes del incidente y parecían tener un mal día. Sólo después de la tensión de aquella escena tan llena de vida, se dieron cuenta de su presencia y para entonces, ya estaban tan cerca que parecían los miembros de un mismo grupo, uno de tantos que se reunían por allí para charlas un rato. Al fin, la discusión empezaba a tomar la distancia necesaria para que se saludaran y Alice excusara la actitud de los chicos, que no se habían portado con educación pero no le parecían tan malos después de todo; Kroissen la miró con desconfianza y Tanya, miraba a Ellimore que, a su vez, deseaba presentarles a su hija. Tal vez, si no fuera por aquella pequeña discusión, el acercamiento no se hubiera realizado, se las hubiesen cruzado en la escalera y nunca hubiesen preguntado si Miona era su hija o una secretaria que lo ayudaba con la casa; esas las dudas lógicas de dos señoras mayores y solteras que apenas salían del barrio. La conversación se iniciaba con prudencia, o algo que se le parecía, pues, incluso en el caso de que los chicos revoltosos volvieran, parecía que todo estaba más o menos controlado. -Tanya siempre está en tensión, no es capaz de disfrutar de este momento en el parque -dijo Kroissen muy seria-. Siento que hayan tenido que presenciar esta escena. -No pasa con frecuencia -replicó Kroissen-. Ella sabe como decir las cosas para quedar siempre bien. -No hubo para tanto. Ustedes están bien, pudo ser peor -dijo Alice porque quería que fueran conscientes de que los chicos del parque, a veces, se ponían violentos. -Estamos en plena forma, las dos hacemos ejercicio. Ellimore no se las imaginaba en clases de boxeo, o de alguna disciplina oriental de defensa personal, y por eso sonrió. -En realidad, acabamos de empezar -añadió Tanya-. Hemos ido a nuestra primera clase, y por eso ella se siente tan valiente. Nunca estoy muy segura de lo que pasa por su cabeza, no es del tipo de 7


personas que dice abiertamente lo que piensa y eso me tiene muy “cocida”. Parecía que la relación entre las dos mujeres se basaba en la tensión. Intentaban hacer lo correcto, pero en esa corrección terminaban por tener desavenencias. Se adaptaban a su situación pero sin acabar de entenderse, es decir, una era la activa, la que buscaba los conflictos, la otra la que se enojaba con aquellas reacciones, y sin llegar a la rabieta, terminaba por cuestionar durante horas aquella forma de proceder. Posiblemente cuando llegaran a casa, y después de ponerse cómodas, volvería a sacar el tema para terminar de discutir a gusto. Dada la impresión generada, Tanya tenía el carácter difícil, y sin embargo, con ellos no era tan esquiva. Si aceptaba su presencia, tal vez sólo era porque habían acudido en su apoyo, no porque deseara confraternizar. Miona pensaba que las dos señoras vivían en un mundo imaginario que se habían creado a su gusto, y en el que esperaban que nada variara, y del que no podía escaparse si algo fallaba, como compartir la sombra de uno de aquellos árboles, con unos chicos que escupían tan cerca y tenían conversaciones soeces. Para Tanya, el presente tenía que ser perfecto porque aún se podía hacer algo por él, mientras que por el pasado, si no había sido ni resultado como deseaba, ya sólo cabía lamentarse. Alice y sus amigos se despidieron, se habían percatado de que se les estaban pasando los mejores momentos del día por darle palique a unos viejos que no tomaban en cuenta sus comentarios, además, ¿qué tenían que decir sobre aquellas conversaciones? No sabían mucho de qué era lo correcto o lo incorrecto, y cuando empezaron a hablar de que dormían mal, entendieron que era el momento de seguir con su paseo. Según todo lo que tenían que decirse, conversar no tenía nada de malo y era un recurso para mantener en cuerpo en activo a una edad, en la que hacer otras cosas resulta muy cansado. Según esa forma de pensar, es por eso que la gente mayor cuando también deja de hablar y se encierra en sí misma, es porque está ya en la fase final de su vida. Mientras aceptan los retos de una buena conversación, se mantienen con vida, y eso sucede por que demuestran interés por lo que les rodea. Las señoras se levantaron para llegar hasta unas mesas de un kiosko en el parque en el que servían café y refresco, y Ellimore y Miona las acompañaron. Un poco más tarde mientras el camarero les ponía su pedido, les dijeron que tenían que aprovechar aquellos días porque cuando hiciera mucho calor ya no sería de su agrado salir. Lo dijeron de una forma tan sentida que parecía que estuvieran aquejadas de terribles enfermedades y no era así. Antes de que se distrajeran tanto que olvidaran que la razón principal de salir a estirar las piernas, tenía que ver con su viaje al día siguiente, dieron por finalizada su reunión y se despidieron de las dos vecinas, a las que no les permitieron levantarse para despedirse y salieron en dirección al camino de vuelta. Si en aquel breve encuentro, Ellimore había considerado que en unos minutos había conseguido hablar con las señoras más que en los últimos años, y que aquella vieja sensación de desarraigo cada vez que se cruzaba con alguien en la escalera empezaba a remitir, lo cierto era que en ocasiones era su tendencia a estar distraído lo que lo hacía cruzarse con gente conocida sin ni siquiera levantar la cabeza. No era una reacción planificada en absoluto, la cabeza se le iba a mundos de los que le costaba volver hasta que abría la puerta de casa y se sentaba un rato a descansar. ¿Estaría tan viejo como sospechaba? Ellimore se sentía satisfecho, no podía ser objetivo en cuanto a la felicidad se trataba. Le gustaba tener a su hija a su lado y que lo acompañara a sus visitas y conociera sus costumbres. Ya no era el viejo cascarrabias de hacía unos meses, el solitario gruñón con el que muchos rehusaban a hablar porque nunca sabían como andaba de ánimo. Los últimos días habían sido una completa satisfacción para el espíritu, y además, Miona había hecho comida casera, ¿qué más se podía esperar? Aunque la mayoría de la gente estaba imposibilitada para entender el valor que un anciano le da a esta cosas, Miona se sentía aliviada porque, al menos, su divorcio había servido para que su padre no estuviera tan sólo y desatendido por un tiempo. Era digno de elogio que ella pensara así, y Ellimore la veía como el ángel que había sido en su infancia, tal vez desconociendo que su cabeza había estado, durante un tiempo, llena de ambiciones a las que nunca llegaría. Ni lo iba a mencionar, pero no se 8


sentía en paz consigo misma, se conformaba con ayudarlo. En casa de Aflec, delante de el portal, ella quería seguir sin apagar el coche, le dijo que bajara que se volvía y cuando acabara sus vacaciones que la llamara que lo iría a recoger. Ellimore se enfadó tanto que no le quedó más remedio que aparcar el coche y entrar a saludar. “Eso no son formas”, le dijo argumentando a continuación, que sin educación y convenciones sociales, sin los costumbres culturales del pueblo llano, el mundo sería un conjunto de estímulos animales que no valdría la pena de tener en cuenta. De haber sabido que tendría que someterse a aquellas normas tan estrictas le hubiese dicho que cogiera un taxi, aunque al final lo hubiese llevado, tres horas en coche no eran una broma. -Seguramente estoy tan viejo que no me recuerdas, es normal -dijo Aflec dirigiéndose a Miona-. La última vez que te vi, tenías once años. En la habitación había otra persona, estaba mirando por la ventana, y cuando entraron se acercó para saludarlos, era Francis. Tenía una sonrisa abierta, no le costaba mostrarse feliz, pero a Miona le preció que no debía confundir las buenas relaciones con ninguna otra cosa. Estaba recién afeitado y con el pelo húmedo, lo que le hizo pensar que se acababa de levantar de cama y se había dado una ducha a toda velocidad para recibirlos. Tenía dos hijos, uno de quince con su primera mujer, y una niña de siete de la última. Miona no quería entrar en el laberinto de los nombres de sus exmujeres y sus exnovias, lo de Francis era toda una historia y le llevaría todo el día conocerla si seguían por ahí. La conversación inicial fue de las que promueven que unos se preocupen y se interesen de los otros, que se cuenten los últimos cambios cambios en sus vidas, y dejen un poco de tiempo para alguna anécdota en el recuerdo. Ellimore no lo decía pero envidiaba a Aflec por una única cosa, y eso eran sus nietos. -Miona parece que no tiene prisa por darme nietos, Eres un hombre con suerte -dijo, dirigiéndose a su amigo-. Un hombre sin nietos y ateo como yo no tiene a qué agarrarse después de una edad. -¿No crees en Dios? Pero yo recuerdo que llevabas una medalla de una virgen. ¿Eso era también una costumbre cultural del pueblo llano? -Miona hacía referencia a la conversación que habían tenido hacía un rato, y no esperaba que sus amigos lo entendieran. -La fe se va perdiendo con los golpes de la vida. Nadie cree merecer se maltratado si ha ofrecido ser parte del montaje católico, supongo que fue por eso. Para mi, en los términos actuales, nada existe con la lógica de trascender. El ejemplo más claro es el arte, todo el mundo cree que debe protegerlo y amarlo, casi le dan la categoría de una persona. Cuando quemas un cuadro no queda nada más que cenizas. Con las personas pasa lo mismo. Si me dicen, ¿Dios o la nada? Debo contestar con sinceridad que cuando me muera, ya sólo espero la nada y que eso me sirva para descansar de tantos sinsabores, dolores, decepciones y cansancio. -Bien dicho -añadió Aflec a las palabras de su amigo. No obstante, a pesar de que Ellimore hablaba abiertamente sobre sus cosas más íntimas, seguía siendo un misterio para su hija, tenía que estar dispuesta a reconocer que no se había interesado lo suficiente por él, no le había hecho algunas preguntas necesarias con el fin de conocerlo mejor. Claro que era su padre, y eso le daba una idea clara de como reaccionaba ante la vida, porque había estado a su lado desde niña, pero en temas concretos, en lo que respecta a la forma más personal de pensar sobre temas como el que acababan de tocar, en eso, debía reconocerlo, no había estado nunca demasiado ocupada. No lo había eliminado de sus inquietudes al casarse y hacerlo ocupar un lugar lejano en sus pensamientos. Por supuesto que la vida con su trajín ya nos ocupa bastante y se había centrado en intentar sacar adelante su relación, pero, en aquel momento le preocupó desconocer el pensamiento del hombre real que había detrás de la figura protectora del padre. -Bueno, no tienes nietos pero me tienes a mi. Y aún puedes tenerlos, No es que yo tenga mucha prisa, pero no estoy cerrada a tenerlos. Miona intentaba ser especialmente cariñosa, no quería que se sintiera menospreciado por no haber alcanzado aquella categoría a la que se había referido sin reparos; Ellimore echaba de menos ser 9


abuelo. Ella aún conservaba la espontaneidad y la belleza de su más temprana juventud, el cabello castaño enredado en su frente, la carne blanca, sometida por dos pequeños lunares en el cuello y los ojos verdes brillantes bajo un sombreado maquillaje. Francis la miraba embobado. Debido a su carácter reservado, Ellimore analizaba la situación esperando que Francis y Miona, pudieran llegar a ser de nuevo buenos amigos; nada le hacía más falta a Miona en aquel momento, que un amigo con el que poder distraerse. La imagen de la muchacha no tardaría en seducir a Francis, o al menos eso pensaba él, pero tenía la certeza que no intimarían hasta esos extremos, después de todo a ella le gustaban los hombres que le ofrecían una amplia seguridad, y Francis no lo parecía. Cada vez que los recordaba a los dos jugando de niños, un amplio remordimiento pasaba por su cabeza. -¿Crees que hemos hecho lo suficiente por asegurar su futuro? -preguntó dirigiéndose a Aflec, -¿A qué te refieres? -¿Si te parecen libres? Si nos hemos esforzado, si hemos luchado por la libertad. Los pequeños tiranos están por todas partes. Tú lo sabes, estuviste en el sindicato. Proliferan los que juegan con el miedo para tener a la sociedad controlada, y eso es lo peor que no puede pasar. Miedo a pensar, a rebelarse, a decir lo que se piensa, miedo a ver el mundo desde nuestro lado. Siguieron hablando, pero no llegaron a una conclusión al respecto. Al parecer hacían falta líderes a los que no se les exigiera que ofrecieran su vida como un sacrificio para probar su honestidad. Ellimore se sentía viejo, y eso no había sido siempre así, aún en los años de más achaques después de los sesenta. Poco antes de que Miona partiera, escuchó que Francis le prometía que la visitaría y que podrían salir una tarde de compras, si eso era lo que ella quería, porque, al parecer, le había manifestado su deseo de renovar algunas camisas y pantalones cortos para el verano. Eso animó al anciano que deseaba que su hija se sintiera cómoda e intentara que no todo fuera tan provisional como parecía. Había algo que los hacía desear que el fracaso ajeno, a todos ellos, a los trabajadores y a los dueños de las empresas, a los que se quedaban e el paro cuando las empresas quebraban, y a los que se retiraban a descansar a su chalet de millones de euros. Se arrojaban los malos deseos entre los más esclavos y desgraciados como si eso fuera normal, hasta el ultimo instante, con la tapa de pino cerrándose sobre la superficie de la caja, se habían dedicado los trabajadores a competir de la peor manera. Tal como él lo había vivido en todos aquellos años de trabajo, la codicia era interpretada como una forma de estar en el puesto de trabajo; los peores eran los que no lo reconocían y actuaban como si no les importara difundiendo todo lo peor y lo más ridículo, siempre buscando el descrédito de sus compañeros y, sin embargo, rivales. Poco antes había estado pensando en su mujer, de nuevo aquella imagen conciliadora que no veía el mundo como una guerra entre iguales. No había en ella nada tan sagaz y astuto, tan inesperado ni falso, tan vendido ni chivato, como él había conocido en el mundo. ¿Era aquello normal? Los recuerdos de Ellimore se iban convirtiendo en una telaraña de arrepentimientos. Tal vez no había hecho lo suficiente para que el mundo fuera menos esquivo, no había puesto de su parte, eso hubiese sido suficiente, que cada uno fuese menos interesado. Había conocido gente que si quería ser su amiga era sólo por un plan interesado. Todo el mundo especulaba, y o sólo con su dinero, especulaban con la amistad, con los compañeros de trabajo, especulaban con el descrédito, con el esfuerzo, con la familia y hasta su apariencia era una forma de especular. La tiranía de sus aspiraciones estaba en dejar tirados a aquellos con los que se relacionaban; no había hecho todo lo posible, pero el esfuerzo de vivir había sido descomunal. No quería haber sido otra persona, ni siquiera haber ganado más dinero, pero si le habría gustado haber vivido en un mundo más civilizado, menos lleno de intereses y especulación. Nadie se hacía rico trabajando, ni falta que hacía. Los ricos no eran ahorradores, tal y como el gobierno les queria hacer creer. Los ricos eran especuladores, que llevaban a especular a los trabajadores haciéndoles creer que si se esforzaban más que los otros, les darían un caramelo. Así iba la mentira, lo había vivido con naturalidad, pero sufriéndolo como se sufren las enfermedades crónicas, o la vejez. 10


¿Cómo se le podía explicar algo así aquellos brillantes universitarios que creían saberlo todo y no estar preparados para nada? No habían hecho lo suficiente, lo abrumaba pensar que no lo habían hablado como hubiese sido necesario, muchos aún no lo habían entendido y seguían con sus ridículas aspiraciones. Hubiese sido necesaria una conciencia superior para que todos comprendieran que si se repartiera todo el dinero escondido en los paraísos fiscales, no habría pobres en el mundo y nadie trabajaría. Tanto dinero en el mundo era un problema para los ricos. Los dueños de las empresas siempre habían necesitado trabajadores en la cola del paro, en estado de necesidad, de miseria a poder ser, dispuestos a aceptar cualquier trabajo por malo o peligroso que fuera, por cualquier salario poco que pareciera. Siempre habían necesitado mano de obra barata, esclava o mal pagada, becarios trabajando gratis o parados recibiendo el subsidio que no pudieran negarse a hacer algún tipo de contraprestación. No habían hecho lo suficiente, los ancianos sabían que no habían luchado con la suficiente determinación contra el neoliberalismo, poder de multinacionales, holdings o fascismo, las diferentes formas de las que muchos los llamaban, la gente sospechaba que estaba siendo engañada, pero seguían compitiendo y desacreditándose como si en eso les fuese la vida, no pensaban en que estaban siendo inducidos a eso. 3 Fuerza a fuerza con el remordimiento. El hechizo del momento estaba a punto de terminar, parecía que Miona estaba rabiando por emprender el viaje de vuelta, y no aceptó la invitación de quedarse a comer. Se despidió de Francis dándole su teléfono para que la llamara, le dio la mano a Aflec y un beso a su padre, y no se detuvo hasta llegar al coche, como si una fuerza que la ayudara a levitar la acompañara, y no es que Ellimore creyera en espíritus o casas parecidas, pero le parecían tan serias como cualquier otra. No hacía mucho, mientras la miraba en silencio, había visto a su madre, eran tan parecidas que en aquel momento, fruto de un reflejo de inspiración, le pareció tan real que se quedó sin respiración. Pero lo que lo llevaba a pensar en su mujer unos minutos después de que Miona hubiese partido, no era tanto aquella imagen, como su voz y sus reproches que volvía nítida para dignificarla. -He estado pensando mucho en Nicole. No sé por qué, se me ha dado por ahí estas últimas semanas. -Puede ser por la presencia de tu hija. Se parece mucho a ella. -¿Sabes? Ella te tuvo en su cabeza mucho tiempo. Me costó mucho sacarte de allí -indicó Ellimore que no sabía hasta donde llegaban los recuerdos de su amigo-. En aquel tiempo no era fácil para mi que la gente te apreciara tanto. Yo no entendía a qué venían que tuvieras aquel carácter tan cautivador, porque a mi no me lo parecía. No te ofendas por eso. -Tal vez era tan encantador porque no quería que nadie supiera que me sentía incapaz de pensar en mi futuro de una forma ordenada, no quería una vida convencional, y no quería que por eso me marginaran. Sé que suena raro, pero entonces pensaba así. No podía esperar que nadie lo entendiera, huía de lo convencional, aún sabiendo que siempre termina por atraparte. Pero me alegra que me digas que te costó hacer que me olvidara, menos mal, de lo contrario sería terrible, un tipo insulso. -Pues me gusta que seas tan sincero. Parece que sin quererlo nos estamos sincerando, como si en nuestra vejez todo se volviera más pequeño, menos importantes los errores pasados. No le pasa a todo el mundo, ¿sabes? Participaban del buen humor, el uno del otro. En un momento, Ellimore se quedó pensativo, tal vez debido a aquella inseparable presencia de Nicole. Ella siempre lo animaba a cambiar el mundo, a 11


intentar hacerlo mejor y no importaba si eso lo llevaba a no pensar tanto en sí mismo, pero lo hacía de una forma indirecta, casi como si no hubiese sucedido, pero el sabía que sí, que ella lo conducía. Con la enfermedad, aquello se acentuó. Quería que le contara como veía a los militares, a los pequeños dictadores que no creían en la democracia, y en la iglesia y los empresarios que los acompañaban. Entonces ella no veía la televisión ni escuchaba la radio, así que como no la quería cansar le decía que todo iba bien, que la gente empezaba a tener conciencia de que la libertad estaba estrechamente ligada a su dignidad. Y ella le había contestado, “Eso es una gran verdad Elli, como en mi enfermedad, cuando se pierde la libertad, nos volvemos indignos de una forma añadida, si no seguimos luchando”. Tal vez porque en Ellimore se manifestó contrario a la monarquía poco antes de la muerte de Nicole, muchos de sus amigos y familiares habían dejado de visitarlo, la situación había empeorado en la empresa y, en cierto modo, se había convertido en un apestado en un apestado para sus superiores. -Yo no era lo que Nicole había esperado de mi. Pensaba demasiado en nuestra situación, en proteger la familia y tener una situación económica solvente. Ella nunca lo entendió, había esperado de mi que fuera uno de esos tipos que se inmolan por el bien común. -Creo que lo bueno era mejor. No debes preocuparte por eso. Ella lo sabía -Aflec no podía entender el alcance del comentario de su amigo -No, no puede ser tan fácil. Nuestro último encuentro apenas encontró el afecto. Estaba decepcionada. Y Miona lo sabe. -Imaginaciones. Para Miona -añadió Aflec-, no ha sido fácil crecer siendo la hija de convencido antimonárquico. Creo que le hubiese gustado que todo fuera más normal en su niñez. Te metiste en demasiados conflictos religiosos y raciales, justo lo que no se espera de un viudo, sindicalista en su empresa y con una hija que sacar adelante. Al menos no fuiste un referente más allá de tu pueblo, eso lo hubiese complicado todo. -Mis remordimientos no van por ahí. En ese sentido hice lo que debía. Ella lo sabe. Nadie se arrepiente de haber hecho lo que debía aunque le hubiese causado algunos problemas, y no fue para tanto, no seas exagerado. Es sólo que temo haberle fallado a Nicole, antes de su muerte, yo no estaba tan convencido de que luchar toda la vida diera sus frutos. -¿Ahora lo estás? -De nada estoy más seguro. Ser tu mismo, mantener tus posiciones, es lo que sirve, eso es lo que ayuda y hace funcionar el orgullo de clase. -Nadie piensa en eso. ¿Cómo saber lo que tenía en la cabeza? Yo creo que estaba orgullosa, pero lo pasó mal al final y nosotros ahora sólo somos unos viejos asustados. ¿Te ha dicho algo Miona al respecto? -No hablamos de eso. Son mis fantasmas. No es un tema recurrente, ni nada parecido. Lo hablo contigo por esta jodida confianza que tenemos en que somos como una caja fuerte y nunca saldrá una palabra de lo que hablamos. -No sé, se me ocurrió. -Lo entiendo, es normal que lo pensaras. Pero mi relación con Miona en este momento se reduce a qué hacer para distraerla, y evitar las conversaciones acerca de su separación, su carrera a medio terminar, su falta de oportunidades o cualquier otra cosa obsesiva. -Es aún una niña en muchos sentidos. También tienes que tenerlo en cuenta. -Los temas importantes deberían ser abordados, pero no quiero inmiscuirme sin su permiso. Lo último que había dejado escrito Nicole, no eran interpretaciones políticas de la economía al servicio social, su tema preferido. Se trataba de cuaderno que había tenido escondido durante un tiempo porque el médico le había dicho que no se fatigara, y si hubiese seguido su consejo hubiese fallecido mucho antes de pura inacción. Ellimore creía que aquel cuaderno la había mantenido con vida, mucho más de lo que cualquiera hubiese esperado en aquella situación. Podía haber resultado 12


algo más concentrado, pero cualquier tema era susceptible de ser tocado en aquella páginas en las que dejaba plasmado su punto de vista con extendida acritud. Minuciosamente analizaba los problemas y los registraba relacionándolos con su entorno más personal. Cuando Ellimore tenía con ella alguna conversación y le contaba como le había ido el día, y si la empresa seguía comportándose de una forma violenta con los trabajadores, con descuentos, castigos y reproches, ella lo empleaba para escribir y pensar en ello como si lo hubiese vivido en primera persona. No era algo premeditado, el tema surgía en cualquier momento, ella escuchaba y recordaba, o interpretaba algún artículo de prensa, y entonces pasaba la tarde sintiendo que, después de todo, estar atada a su cama o tenía porque ser tan improductivo. “Para el proletariado trabajo gratis y a gusto”, solía decir sin que nadie la entendiera, pero Ellimore le dio sentido a sus palabras al encontrar aquel cuaderno debajo del colchón, algún tiempo después de su muerte, cuando se decidieron a airear la habitación. Le interesó especialmente la parte en la que hablaba de él, pero no era nada de especial relevancia; no había resentimiento, no censuraba su comportamiento, no se rebelaba contra sus manías, ni decía haber esperado de él más de lo que le había sido dado. En resumen, a pesar de su búsqueda, encontró que sólo se refería a él como lo hubiese hecho de cualquier otro miembro de la familia, contando anécdotas, o haciéndose eco de alguna cosa que él hubiese dicho y a ella le hubiese llamado la atención. Eran frases que empezaban, “Ellimore dice...” o “A Ellimore la ha pasado hoy algo que me extraña...”, se trataba cosas cotidianas que le podían pasar a cualquiera y comentaba sin darle importancia, como si esperara que él lo leyese un día y no se sintiera juzgado. Pero Ellimore, no era tan superficial, sabía que cuando hablaba de él en aquellas páginas, intentaba no ser cruel, y se guardaba sus verdaderos pensamientos. Los pensamientos de culpabilidad de aquellos que acompañan a un moribundo, siempre está. A pesar de hacer una labor que nadie más quiere hacer, se preguntan si se ha hecho lo suficiente, si le dieron lo que necesitaba y, en el caso de Ellimore, si no hubiesen sido tal y como ellos eran de desprendidos, si no hubiese podido darle un poco más de afecto antes de su partida. -Tal vez no supe ser todo lo dulce y cariñoso que debiera, pero si fue así, ella nunca lo esperó. Nicole era una mujer a la que se convencía con los hechos, con los cuidados, no con palabras bonitas; eso era lo que ella consideraba amor. -Por supuesto, no te tortures más. ¿A qué viene esto ahora? Ella murió hace tanto... La expectativa de la reunión de antiguos alumnos no mejoraba nada. Ya no lo excitaba ni lo ilusionaba ver a sus viejos compañeros. -¡Mierda! ¿No lo entiendes? Te lo cuento atí a tí porque la conociste. También la amaste, tienes que saber a lo que me refiero. No se trata de que esté chocheando -dijo Ellimore arrepintiéndose de su tono-. Es por eso que te lo cuento ati y no a otro cualquiera, te aprecio, ¿sabes? Hago todo lo que puedo por no olvidarla, por no dejar que el tiempo pase por ella, e intento superar todos mis defectos de memoria. Tan sólo si supieras el bien que me hace... Intento recordar cada movimiento de su cara, su sonrisa desairada cuando no hacía todo lo que me pedía, sus brazos caídos sobre la cama esperando que alguien le cogiera una mano, la forma de arreglarse el pelo. -Ella ya no está. Tu decides ahora. ¿Quién te va a convencer de que no te sigas reprochando? No le fallaste, convencete, las cosas fueron como tenían que ser. A veces pasa también a edades tempranas. -No, ella ya no puede. Tal vez tengas razón. Ella se pondría de tu parte también en esto. -Pues sí... En cierto modo, fui su primer novio y algún interés tendría mi opinión para ella. Creo que me veía como a un padre. No pareces creer que te quisiera sólo a ti. ¿Se trata de eso? Por mucho empeño que Ellimore pusiera en intentar aclarar sus ideas, no lo conseguía, y la presencia de Aflec tampoco era de mucha ayuda. En aquel lugar, lejos de su residencia habitual, parecía que esos pensamientos se volvían un poco más sosegados, pero no era por la presencia de su amigo, o al menos así lo entendía. Una vez sentados a la mesa, cuando aguardaban para ser servidos por una señora que ayudaba a Aflec con las cosas de la casa, lo vio venir, quería hablar de cualquier cosa menos de Nicole. Aflec iba a llevar el peso de la conversación, no le iba a dar tiempo a volver a 13


poner sobre la mesa su tema favorito. Ya le resultaba cansino tanto arrepentimiento, por cruel que pudiera parecer. Por evitar que pusiera a funcionar su imaginación fuera de su órbita, le habló de la comida, de Francis y sus problemas, de lo que esperaba de la reunión y de que había terminado de pagar la hipoteca, lo que suponía que tendrían que celebrarlo en algún momento. Y para librarse definitivamente de aquel obsesivo arrepentimiento, Aflec volvió a hablar de lo difícil que le estaba resultando aceptar como se estaba dirigiendo el mundo y que todos deberían ir juntos contra el movimiento neoliberal. Y que la muerte reciente de George Floyd era una síntoma más de la tragedia de tener racistas y esclavistas en el poder mundial. Algunas pancartas decían “si no hay justicia no habrá paz”, y Aflec añadía que la justicia social haría de ese eslogan una protesta aún mucho más duradera. Una nueva energía encendió los ojos de Ellimore, como si de repente, algo volviese a importar. Al dejar de compadecerse de sí mismo, la resistencia establecida para no pensar, cedía ante la rabia inacabada, las luchas de siempre, la historia de la humanidad, la revolución permanente que hacía de todas las revoluciones de la historia, una misma revolución. El mundo no se detenía, ellos tampoco podían hacerlo. -Los saqueos deben parar, no somos ladrones, somos revolucionarios. Los ladrones son los que evaden sus impuestos y su responsabilidad social, los que llenan los paraísos fiscales de dinero negro y aceptan al mismo tiempo las subvenciones para sus empresas, los que piden mano de obra barata y hacen trabajar gratis a los becarios, o piden que los que cobran el subsidio de desempleo trabajen en sus empresas. Esos si están robando, y esa forma tramposa los convierte en delincuentes. -Ser mayores no nos excusa para no seguir. Antes me preguntaste si habíamos hecho lo suficiente por los que vienen detrás. Te digo que no, y que si pueden se cargarán el sistema de pensiones. -Hay un aspecto de inmoralidad en la forma de conducirse de los neoliberales que nos permite llamarlos abiertamente ladrones, y eso nos llevará a una y otra vez, a estar enfrente. La prueba más grande ha sido Díaz Ferrán, el que fue presidente de los empresarios, condenado y en la cárcel. Patriotas de pulserita con bandera, llenándose los bolsillos con el dinero que hace falta para proteger al pueblo de sus desmanes. -Tu y yo lo sabemos porque ya somos unos viejos y lo hemos vivido, se alimentan de la hez, aquellos en los que todos coincidíamos que eran unos trepas dispuestos a lo que fuera, esos eran los que se ponían a su servicio Dispuestos a lo que fuera, por alcanzar una posición de poder. Y nos dicen que no empleemos el término fascista a la ligera, pero el sistema es el mismo, el que lleva a la sociedad a estar al servicio del poder de los más crueles y dispuestos a los que sea, sin piedad. -Están ardiendo edificios por la muerte de Floyd. La protesta es total, y eso no me preocupa, siempre que no se vea como una oportunidad para el saqueo, somos mejores que los neoliberales, de eso no me cabe ninguna duda y la gente volverá a salir cada vez que sea necesario, los chalecos amarillos también están, y las manifestaciones en Australia y Europa han sido enormes. Si no hay justicia no habrá paz. Había resurgido en los dos jubilados la fuerza de poner a cada uno en su sitio, y no había fuerza más grande capaz de hacerlos sentirse jóvenes como entonces. Al no preocuparse por sus remordimientos y poner su esperanza en un mundo mejor, todo era más fácil. No sólo no creían que podía hacerse, que la conciencia social podía extenderse como un gran fuego de amor por todo el mundo, sino que esa fuerza que los estimulaba les hacía creer que los pasos hacia la libertad encontraban de nuevo su camino. Habían encontrado, otra vez, motivos para sentirse útiles y vivos para lo sociedad. La reunión de antiguos alumnos se celebró sin grandes incidencia, algunos faltaron por gripes y dolores de espalda, pero lo importante fue, que los que allí estuvieron, debatieron sobre los últimos acontecimientos y la necesidad de empezar a llamar a las cosas por su nombre. No cabían ambigüedades, o estabas con el pueblo llano, o eras de los otros. -Había un jefe en aquel tiempo que decía que si nos pagaban nos tenían que exigir. Lo cierto es que no pagaban por ocho horas diarias de trabajo, pero al llegar a casa, muchos de esos día, los pasabas tirado en un sillón intentando recuperarte de un dolor de espalda para poder volver el día siguiente. 14


Había días que el mal humor te hacía discutir con tu familia, o, por lo que yo puedo recordar, cuando había campañas, se te ponía un dolor de cabeza encima del ojo derecho con el que pasabas todo el día y dormías toda la noche, al día siguiente, muy temprano, te levantabas como si te hubiese pateado una manada de jabalíes, y entonces te tomaban un calmante y volvías a la fábrica. Así funcionaba, si te pagaban te exigían, en jornadas interminables, llegando a casa con los pies destrozados y la moral afectada porque sabías que eso iba seguir siendo así durante años. ¿Hemos hecho lo suficiente? Siles pagamos, les tenemos que exigir, decía aquel hombre, pero ¿quién te paga el tiempo que pasate tirado en casa intentado recuperarte, sin una vida ni ganas de construirla? -Tendremos que quedar para ir a la manifestación en defensa de las pensiones. -Claro, ahora no lo podemos dejar -dijo Ellimore al entrar en el coche diciendo adiós con la mano a Francis, que no se separaba de ellos un momento cuando no estaba hablando por teléfono con su ex que le pedía que cumpliera con su parte del acuerdo de divorcio. Miona había pasado aquellos días arreglándose y cocinando. Tenía buen aspecto y parecía relajada. Su padre debería haber reconocido aquella forma de conducirse inmediatamente, parecía feliz, sin preocupaciones, como si en aquel tiempo de soledad no hubiese recordado ni una sola vez el drama de su separación. Llevaba mucho tiempo esperando que aquel momento llegara, que empezara a olvidar para que pudiera verla sonreír de nuevo, y precisamente en el coche de vuelta a casa, aquella mañana, estaba ocurriendo. -Sé que lo digo mucho querida hija, pero no sé si he hecho lo suficiente. Quiero que seas feliz. No sé si he hecho lo suficiente para que entiendas que quiero que te quedes todo el tiempo que desees. No puedo impedir que rehagas tu vida, ni se me ocurriría. Encontrarás otro chico y harás planes. Mientras tanto, puedes hacerme un poco de compañía. -No hace falta que lo digas. Ya sé que tienes tu vida muy ordenada, intentaré no causarte demasiados trastornos. Los padres simpre sintiéndose responsables. ¿Para ti siempre tendré seis años? Pero ya no volveré a ser aquella muñeca que bailaba sobre la barra del bar para que presumieras de hija con todos tus amigos, ¿te acuerdas? -Si una persona como yo parece antisocial, no es una postura política y mucho menos filosófica, es porque la gente nos cansa. Sin embargo, tu eres mi hija, tu me llenas de energía. Los hijos hacen que los padres quieran vivir muchos años, si hay armonía en sus relaciones, lo que con los tiempos que corren de competencia hace que todo sea diferente a como yo lo conocí. Hasta por encima de los padres quieren pasar, son como robots. -Estás hablando como un viejo resentido. -Nos está costando más de lo que esperábamos, cambiar el mundo. ¿Cómo vas a meter en la cabeza de un hombre como Trump, que es un pobre idiota y que se mueve por el egoísmo? Pues hay demasiados como él. Ellimore no estaba impaciente, todo en su vida había ocurrido con cierta distancia. Los grandes sucesos no se habían atropellado, le había dado tiempo a asimilar cada nuevo drama y cada nueva satisfacción, eso había ayudado. Todo había sucedido según lo esperado de una vida normal, de trabajador sin grandes aspiraciones. No parecía inquieto o impaciente por llegar, disfrutaba del viaje hasta los últimos kilómetros, reconociendo el paisaje, disfrutando de la repetición, de las visiones compartidas, de situaciones vividas otras veces. Todo estaba en orden. La vida seguía su curso.

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1 Vida y Derrota Decidí que estoy perdiendo, porque siento la ropa quemada sobre los ojos, la premisa que se incendia sobre el torrente sanguíneo, del mismo modo, desnudo, como se desvanecen los románticos. La obsesión por el arte se ha podrido en el lecho de la pasión, y abusó de este falso atardecer en mudanza hasta perder; gangrena de académicos. Decisión de derrota, que nada me salve. Los alfabetos ya no sirven, se ennegrecen por el carbón de las flores. Me quedé allí, con el pecho abierto, incapaz de tolerar una nueva alegría. Al fondo, el manifiesto de otra cultura. Lo que para algunos era una tragedia en la piel, para otros fue un afortunado día sin papel. Todos los finales parecen llevar en la mano nueva, una horca: Pese a todo, me permití la amargura del olvido, por ver si así resucitaba. No me obliguéis a más, he cumplido suficiente, y si el hombre invisible era otro, prefiero no saberlo, las heridas eran muy reales. No puedo culpar a la humanidad de retroceder ante las prometidas falsas letras, de retorcerlas como ubres, de balbucear como actores sin remedio. ¿Qué culpa tenemos de la parte más larga de otras piernas, para disentir al gritar sudores? Pero necesitamos un certificado, no nos creemos a los crucificados sin fiebre ni alianza de tatuajes. Lo alcanzaron de muerte sus mujeres, los sexos descompuestos, el músculo flácido. Es el fin. ¿Qué más se le puede pedir al último suspiro de un artista en su martirio?

2 Una Tierra De Sirenas Para mi, donde ya no se estremece la tierra, confundir la inmensidad del mar, con el horizonte terrestre, es un acto de fe sólo comparable con mi creencia de que las estrellas están vivas, respiran y piensan en nosotros y en las luces de nuestras ciudades. Si me faltara ese bellísimo cielo de hojalateado, inconfundible, musical, me desligaría de mis costumbres y haría escapadas a lomos de un elefante, en busca de otras latitudes. Un esfuerzo mutante, un experimento que me soporte con mis dudas obstinadas. Capaz de una aventura submarina y una desventura femenina,


he llegado a aborrecer la luz y la estructura de voces sin intensidad, las que nunca han visto una sirena.


Para mi ya no es cuestión de nuevos proyectos, sino de un mundo que siento como propio, de imaginar una escalera flotando en el espacio, o un, ya no se altera como solemos, para desencajar cada noche ese equilibrio de luces en construcción. Para mi es mejor triste que perfecto.

3 Imperdible Atardecer En el fin de la tierra sin lecturas, continuo acontecer de horizontes donde tejer pensamiento. Exactamente obligado a poner el pie en el vacío, un preciso paso adelante que me compromete. No me relaciona incluir pesadumbre en la grieta que nos espera justo antes. Duele la facilidad de la historia cuando el futuro normaliza la desesperanza.

4 Una Piedra Solitaria La oscilante vagina se hunde en un mar crustáceo. Se revolcaba como una loca en la playa, sin apenas tiempo para respirar, un minuto antes. Nadie se atreve a prestarle ayuda, se cree invencible y rechaza a los que respiran debajo de la arena extendiendo los brazos como lombrices. Sale y se extiende al sol, caracola depilada. ¿Aún te acurdas de mi? Mariposas que aplastaste, canceladas de pulmones, caen muertas en tu boca, entre las nubes y la terraza. No esperes un homenaje que te recuerde como al dictador sentado sobre su quiste, o como al matador incidiendo en su bayoneta. Eras insuficiente y te creíste mejor para todo, no soy quien para escribir como la ovación en un estadio.


5 En Suma De Furias Nosotros pasamos lo nuestro sin entrometernos en la herida ajena, en la furia de nadie. Ya no me visitas con mis muertos. Yo mismo, cada día soy sombra de recuerdos. Hay mañanas brillantes que me ciegan, como una sonrisa o una mano que florece en la mía. Nosotros estamos cansados de mi, era cuando llegabas cargada de regalos y los dejabas caer sobre la cama para que no los rompiera. Podía dejar caer mis reproches de inválido a la altura de una vida, pero todo se ordena al final. No querer participar de tus sociedades me dejaba fuera del mundo y eso era bastante. Somos los mismos, pero no buscamos las mismas cosas. Nosotros ya no podemos ser otra cosa que fuente animal, familia, recuerdos de nuestros muertos y paseos por la playa.

6 La Contención Al Responder Hace unas noches, no demasiadas, el cuerpo muerto de mi padre se combinaba flotante en un sueño marítimo. Estaba aún dolorido, aguantando la desazón de ser fantasma viejo, con dificultad al andar y al escuchar. La piel se le volvió ceniza pero intentó diseccionar un abrazo que lo arraigara a alguna parte. Nunca fue un hombre violento, aunque debido a sus crisis hubiese mordido cualquier mano que le hubiese dado palmaditas en su espalda inconcreta. Se alejó por el pasillo, pasó a través de la reja del cementerio y volvió a su tumba católica. Mientras, intenté conciliar un sueño sin barcos de papel,


sin fragilidad, donde poder atender su visita sin arriesgarnos a naufragar. Desde esa noche no he dejado de toser. Tal vez, como consecuencia del miedo que me produce ser un fantasma como él, y como su soledad, no tener tanta vida para llenarla de recuerdos por muy inconstante que haya sido. Quizás esa noche, extendí mi falta de madurez para no ser familia y la importancia de entender a mis fantasmas, buscando un abrazo dado sin cansancio, sin flotar, hundidos en el mismo frío húmedo del mar, de no tener más hijos, ni padres, ni hermanos, a los que poder adormecer canturreando como le hago a fantasmas extraños.

7 Sobre el artista La madre del artista lo puso en un huevo, lo dejó entre las piedras para que trabajara y desapareció para siempre. ¿A quién pedirle cuentas? Se mecen siluetas y parece que no le importa, todo le da igual. Lo increpan con su cuerpo realista los que no alcanzan a una emoción de pecho entero y los arregla con cremalleras y agujas mal enhebradas; al menos lo intentó, dicen sus víctimas. Aparecen las mencionadas lágrimas de los animales muertos en el incendio y él se abre paso entre la cáscara para excusarse por su falta de tacto, creímos que nos lo debía. Siempre estamos pensando así, sin despertar acontecimientos, sin asomarnos con fe de hormiga a un punto sin lienzo. Me siento culpable por haberle fallado, por no haber representado bien mi papel de hombre muerto, de accidentado, de descontento incomprendido, de indigente en materia de sueños. Creo que me mira como si existiera, ¿quién puede saber lo que está pensando? Siempre nos encuentra follando como si en su medio huevo no existieran pasiones. Nos invita a entrar (recordemos que sólo somos monigotes en un lienzo), hasta donde llega la vista caemos en la costa, al pie del rompeolas, adivinando el sinuoso acontecer del mar embravecido detrás de cada cabo. Se abren espacios descomunales, horizontes terrestres y lineas de mar. Existimos como una cuerda de acontecimientos en el vientre del dibujo femenino, no hemos elegido que sea así, y el bebé nacerá en un campo de amapolas y nichos. No nos vestirá hasta el tercer capítulo, asustado por no poder absolvernos en un ocaso. Ni siquiera nosotros sabemos que pintamos ahí, dejándonos los ojos en el intento. Nos arrimamos a los campos abiertos, donde está pintado monjes sin genitales. Esa es su idea artística de un hombre sin espada. No se pueden morder los ocasos, dejen de desconcertarme con su ansia por lo desconocido, por comer y amar, por ver y sentir. Dejen de tocarse masculinamente, por si así, siempre en marcha, creyéndose en el proceso de solución, no acontece el desastre, la inminencia de un fuego estelar, el atasco de la memoria y la tortura. Usted a lo suyo, el artista crea y se evade. Cualquiera puede adivinar una cobardía.


8 Sobre la familia

Hay una cascada de amor en el momento del nacimiento, una cascada que busca moldura haciéndose un hueco en la roca más dura. No nacemos con ideas tan elevadas después de todo, ni con aspiraciones tan señoriales. El formato de la razón exclusiva llegará más tarde, con otras comparaciones de pobreza donde la lluvia inunde nuestros zapatos. Nadie nos dijo que el abrazo materno iba a ser el mejor consejo de nuestra de vida, el resto lo seguimos en los afiches publicitarios, teatros y representaciones submarinas de templos para la concordia de los tiburones. Alguien teme que lo puedan adivinar detrás de su inacción, se esconde bajo la cama hasta que los zapatos del traidor desaparecen por sí solos, sin ayuda. Seremos más nosotros si nuestros padres nos pertenecen, el vacío nos falta y nos humilla. Se pierde la alegría, la libertad de nuestros recuerdos infantiles, el privado sentir de la vejez. Me atravieso al llamarle soledad a un nuevo episodio de marionetas. ¡Qué bello fue vivir a costa de tantas vírgenes! Así lo dijo el casto martirio religioso antes de los esponsales. Nos asustó perder éste viaje, pero ya teníamos una edad, ellos se han ido y quedamos para, con nuestra presencia, demostrar que un día nada fue tan decadente como nuestros abuelos, entonces, aún con vida. Deseamos que no acabe, damos una vuelta para el otro lado y está igual de insomne. Es la celebración de año nuevo de 19..., lo recuerdo perfectamente. Había un carrusel y una caseta expendiendo algodón de azúcar. Esa noche todos brindamos por el ánimo mantenido en lo más alto de la cadena reproductora. Íbamos a salir a bailar y la gente se volvía loca por demostrar que podía sentir la existencia a pesar del frío y la incomodidad de los zapatos nuevos. Ya nadie recuerda cómo nos quisimos, aquella fosa irreal de ilusiones


compartidas. Las copas en alto, por favor. Las manos encima de la mesa, el año que bien ya no será mejor que éste. Nos besamos con las campanadas, la cuenta atrás empezó, debimos dejarlo ahí, en lo alto. 9 El temor de respirar tu arena El viejo no quería vivir en el recuerdo, ni recordarla siempre. Ese era su mejor secreto y su último deseo. La voz del predicador había llenado el cementerio, rotundo como un trueno mientras duraba el entierro. Acaparaba todo el aire, así que cuando volvió a casa, cerró las persianas porque creyó que aún podía oírlo. Una antigua amiga, la escolopendra, se movió entre la piel y el músculo del pecho, justo encima del corazón. Él sabía que vivía allí. Encendió una lámpara, observó las viejas fotos de su mujer, y el cristal brilló como un espejo. Las patas de la escolopendra eran bultos bajo su piel, arañaba la superficie de sus latidos para intentar hundirse un poco más en cada uno de sus mordiscos. Paseaba alrededor de su corazón enredándose en sus venas y él ponía su mano suavemente sobre aquellos bultos. No sabía muy bien, si lo que acariciaba era su miedo al ataque, o si acariciaba a la escolopendra. Pero cuando hacía eso, el bicho parecía calmarse, se quedaba como dormido y dejaba de moverse. Apagó la luz y respiró lentamente, aquello lo relajaba, se echó sobre la cama, frotando los bultos con sus dedos y la voz del predicador resonó una vez más como una tabla seca rompiéndose sobre su cabeza.


10 Hoy toca visitar a mis viejitas, he estado nadando en la playa, sólo tengo quince años y todo en mi es energía. Intento parecer mayor, habréis sido adolescentes alguna vez, ya sabéis como se siente. Hay una plaza de palomas que parece dar vueltas alrededor de mi, seduciéndome, ensuciándome, sudorosas palomas pechugonas y distantes pornografías que buscan un sitio donde poder dormir a esas horas. No hay casi nadie en la calle tan temprano. Mis ancianas me abrazarán como un bizcocho, me darán besos de mazapán acogiéndome para que vuelva cada domingo. Después de eso, concluyo, no pueden querer a nadie más que a mi. A esa edad todos fuimos blanditos, creo que me absorberían si uno solo de mis suspiros las hiciera volver veinte años atrás y poder bailar conmigo. Más tarde, saciadas de nuestro encuentro quieren saber todo sobre mi, me estrujan hasta hacerme sangrar. Estoy atrapado. Yo entonces aún no había cabalgado a las palomas del parque pero ya las miraba como mis mejores compañeras en el amor y en el deseo. Cuando notan que hay una grieta, meten un dedo en mi cabeza y retuercen cada una de mis mejores ideas. De alguna forma, me están enseñando que el desprecio forma parte de la forma en la que podemos devorar cada palabra. Ellas preparan el desayuno, yo les cuento historias. Dicen que soy un bendito, y lo dicen de verdad, mostrando los dientes amarillos, flojos, separados por las encías carnosas. Se les abulta la sonrisa con el rojo de la


infección. Desean morderme, lo sé. Soy uno de los santos de sus estampas e irían al cielo de cabeza si lo hicieran. Hubo un tiempo en que me gustaba su pelo, pero ya no es bonito, se ha vuelto coagulado en la raíz, electrificado y nervioso, hojalata ruidosa, y, además, se les cae a mechones. Para un niño de quince años eso no es un drama. Quieren leer novelas románticas, es su último vicio. Lo hacen en voz alta. Creen que tienen dieciséis y que son mis hermanas mayores o algo parecido: adolescentes sin retorno como yo. Su voz, eso que aún suena, si que duele. 11 Nunca fue No me extrañes, nunca fui real. Un estorbo en la memoria. Yo le doy permiso al ocaso, quiero que entre en ti como un cuchillo espinado. Yo sé, que el dolor repetido no conduce a nada, ni por mucho tiempo que compartas tu casa con un recuerdo retenido, encerrados los dos en este virus. Lo siento si me llamas, está bien, repite el grito cien veces, hasta que despierte y conteste con esta voz agusanada. Y nunca des por hecho que el amor es eterno, lo puedo sentir en llamas, pero quebrantas la ley última. Asumes tu encierro con dedicación complaciente, no hay tanta diferencia con la tierra que me envuelve. No te voy a dar consejos, tu me reclamas, yo acudo, lloremos toda la noche, el último placer aún conversa.


Los minutos de la chatarrita

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1 Los minutos de la chatarrita Sentirse viuda tan joven no era nada agradable, pero no era peor de como se sentían otras mujeres atrapadas en un matrimonio sin sentido; tenía algunas amigas así. Era sólo que en su caso, además de eso, la forma en que había terminado todo la había dejado sin argumentos. La educación, el refinamiento, el gusto que se le supone a la gente culta, no le servía de nada; demasiado poco para superar su confusión en un momento tan duro. Los dos últimos años habían estado en crisis, se había producido un desprendimiento en sus afectos que la había llevado a dudar de todo, también de sí misma. Y sin embargo, lo había amado mucho, hasta el último segundo. Por diferentes razones un hombre busca otras mujeres fuera de su matrimonio, algunas de estas razones son muy sórdidas. Debra se había encerrado en su distancia, no había sexo entre ellos, y eso había sido en su caso lo que lo había llevado a buscar el amparo en mujeres rápidas, tan sólo por el dulce desahogo de una noche. Mas para ella, que no tener sexo parecía más fácil, cuando se entregó al mejor amigo de Boerman, fue como un experimento, casi por curiosidad; y eso, a pesar de haberle dicho claramente a su marido que no le gustaba que los visitara con tanta frecuencia, y que le parecía un hombre confuso y esquivo. Si todo seguía así, si los días pasaban sin sentido, si él seguía sin entender que necesitaban separase a pesar del amor que se profesaban, entonces acabaría sucumbiendo frente a cualquier hombre que pretendiera sus favores, y ese fue Ferrys. Por todo lo expuesto, y algunas razones más que me callo, Debra había sido una presa fácil para las intenciones del falso amigo. Tal vez se había tratado de una neurosis compartida, y eso los había hecho seguir juntos cuando lo que hubiese parecido más lógico a los ojos de cualquiera, era separarse. Pero, ¿quién puede buscar la lógica en los asuntos del amor? Ella, al menos, en aquel tiempo de traiciones, ya estaba preparada para empezar una nueva vida intentando olvidarlo todo, pero ese momento no llegaba. Aquellas visitas habían empezado un año antes: -Ferrys es un hombre tan atractivo que asusta -le dijo ella a Boerman una tarde. -¿Eso es lo que te preocupa de sus visitas? Pues sí, no es ningún niño inocente. Dicen de él que es bisexual. Pero tiene una conversación entretenida y, al fin y al cabo somos amigos desde hace mucho tiempo -respondió. -Entonces lo es aún más de lo que había imaginado -replico ella que parecía desconcertada-. ¿Hay algo más? Ponía todo su empeño en sonsacar a su marido todo lo que pudiera sobre aquel hombre, para poder entender por qué los visitaba con tanta frecuencia, pero si Boerman no lo veía como ella, si no era capaz de entender aquella inquietud, lo cierto era que tampoco importaba demasiado. Él la miró con malicia. En aquella mirada había toda la intolerable inestabilidad del deseo. Imaginaba lo que pasaba por su cabeza, como otras personas eran capaces de adivinar si llovería o no sólo ver el cielo. -Estuve un tiempo sin saber nada de él, así que ahora no puedo decir que no se haya convertido un uno de esos viciosos que frecuentan los clubs de carretera cada vez que tienen algo de dinero 2


-respondió-. Tiene su propia visión del mundo, y, en realidad, le sobra el dinero para eso y para mucho más. En mi opinión, la dignidad se entrega cuando uno no ve colmadas sus necesidades. -¿Eso te pasa a ti? -A veces. Durante aquellas visitas, mientras escuchaba a Ferrys imaginar lo bueno que sería hacer un viaje los tres a través de Rusia -¿por qué Rusia? Sólo él lo sabía, pero insistía acerca de eso como si se tratara de un destino exótico y desconocido para todos- mientras seguía hablando y soltando ideas poco realistas, ella no parecía elevarse lo suficiente para comprender por qué aquel hombre parecía tan lleno de ilusiones como un adolescente. No podía entender por qué, de súbito, hacía rozar sus manos cuando ella intentaba simplemente pasarla una taza de café, o por qué ponía su mano sobre su hombro con una confianza que le causaba extrañeza, simplemente para enfatizar alguna frase en la que ponía de relevancia lo mucho que admiraba a Boerman y su buen gusto. Hay amistades que se desvanecen sin remedio y se pierde el recuerdo como si nunca hubiesen existido, desparecen totalmente las caras, los recorridos e incluso los buenos momentos. No es que se trate de una luz intensa y por eso fugaz como la de una estrella, en ese caso no funciona así. No podremos asirla si, ala vez, decidimos que podemos dejarla atrás, ni por mucho que nos haya cegado en algún momento. Las amistadas, al contrario de las estrellas, duran más cuanto más brillan, a menos, y eso es lo que Debra deseaba interpretar, que el olvido sea una decisión voluntaria. Pero, por muchas vueltas que le diera, estaba claro que no había sido así en el caso de Ferrys, que volvía una y otra vez sin terminar de asociar su presencia con la turbación que ella sentía. No fueron a Rusia pero estuvieron un verano en un hotel con campo de golf y piscina a doscientos kilómetros, y para ese pequeño viaje fue suficiente desplazarse en coche. Ferrys también era un tipo deportista, del estilo de los que salen a correr a primera hora y lucen un cuerpo delgado y bronceado sin demasiado esfuerzo. Sus pómulos eran pronunciados y sus ojos tenían las pestañas más largas que Debra había visto, los brazos y las piernas eran largos, y su aspecto general era saludable, pero fumaba. Era capaz de pasar la tarde en la piscina tomando el sol, sin más entretenimiento que los Martinis y el la cajetilla de Lucky sobre una mesita al lado de su tumbona. Aunque nunca parecía tener ocupaciones demasiado “serias”, podía presentarse a media tarde vestido con un traje blanco que ella sólo viera en algunas películas sobre fiestas burguesas, americanas o italianas, e incluso, en aquel hotel donde parecía existir un relajo acerca de las costumbres ajenas y sus hábitos de comportamiento, podía pasearse de tal guisa por el comedor y la cafetería sin pasar desapercibido. Una mañana, Boerman dijo tener que volver para atender algunos asuntos en la oficina, le habían llamado por un trabajo que tenía a medio hacer y que necesitaban acabar para darle satisfacción a un cliente. Sería cosa de un par de días y aquella misma tarde abandonó el hotel después de que Debra le asegurara que estarían bien. Por todas las razones objetivas que se deducían de aquella situación, Debra se había convertido en la más probable presa de un adulterio. Se trataba de establecer una estragía fácil para que ella se dejara convencer, y cuando, aquella noche, Ferrys apareció en su habitación con una botella whisky y una cola de dos litros del supermercado del hotel, ella lo dejó entrar sin más motivo que el de celebrar la llegada del hombre a la luna con unos cuantos años de distancia. Él se sentó en la cama e hizo unos combinados con rapidez dejando las botellas sobre la mesita de noche, le ofreció su vaso con vehemencia y los dos tomaron un primer trago largo que los dejó sin aliento. Fluyeron las palabras y los chistes fáciles, las risas y las insinuaciones. No había el menor rastro de arrepentimiento ni mala conciencia por lo que sabían que estaban a punto de hacer. Era precisamente lo que se había esperado de ellos desde que Ferrys empezó con sus insistentes visitas, y Boerman con sus ausencias. Después de aquellas vacaciones no volvieron a ver a Ferrys, fue como si se lo hubiese comido la tierra. Por su parte Boerman recobró su pasión y se empeñaba en repetirle que no podía vivir sin ella, lo que a Debra le empezaba a parecer difícil de asumir. Toda aquella estima que le demostraba se 3


traducía además en pasión erótica y empezaron a desarrollarla en los sitios más inesperados, como parques y cafés. Se tocaban por debajo de las mesas y se besaban como enamorados que se tocaban en público, era como lo habían hecho de adolescentes y Debra no comprendía como había revivido todo aquel fuego. Aquellos días, al menos por parte de Boerman, se plantearon como un asalto, como si se trataba de lo ultimo que quería hacer antes de morirse, y fue como una premonición. Ella empezó a sopesar si todo aquello no significaba que debían darle una nueva oportunidad a su amor, lo pensó muy seriamente, y, al final, llegaba a la conclusión de que era demasiado tarde. Ninguna pareja que ella conociera, ni siquiera sus vecinos, o muchos con los que se cruzaba a diario en la calle, seguiría alimentando un matrimonio tan poco convencional como el suyo, y con tan pocas posibilidades de prosperar. El proceso de la enfermedad de Boerman fue corto, sin embargo ella lo vivió con una intensidad y un compromiso que no apenas se permitía salir de la habitación y dejarlo solo más que para comer algo o lavarse. No quería que abriera los ojos y creyera que ya no estaba allí, o que se estaba muriendo sin más compañía que aquellas cuatro paredes. En ocasiones, actitudes como la suya frente a la muerte, responden al miedo, es casi un acto reflejo que se lleva a cabo por respeto, pero en su caso seguía siendo amor. Y en aquel momento, tuvo fuerzas para arrepentirse de no haber sabido amarse mejor. En ocasiones, cuando se quedaba dormida en el sillón, a su lado, sentía una punzada de horror que precipitaba sus lágrimas, pero sin que él pudiera oírla, sin hacer un sólo ruido. Nada podía turbar el pitido constante de la respiración enferma de su sueño. Se comportaba con la dedicación de una madre y con la resignación de un corredor vencido por su propia sombra, no había solución, el médico había sido claro en aquello, era cuestión de días. ¿Cómo podía comportarse de otro modo sin detestarse a sí misma para el resto de sus días? El amor renace a veces, dejando atrás todo los reproches cuando ya no tienen sentido. En aquel momento trágico llegó a la conclusión de que la vida siempre acaba mal para todos. Su historia, la de los dos, había sido una carta muy larga, de las que se escriben contando todas las novedades para que alguien entienda como reaccionas frente a ellas, una carta que se presenta sin prudencia, estimándolo todo, hasta lo más incoherente y difícil de entender, y con la esperanza de o recibir un consejo de vuelta. Casi siempre, esa forma de vivir tan franca, termina por ponernos frente a nosotros mismos; la vida entonces es un espejo que actúa como un golpe en un costado. En ocasiones esa imagen nos dobla, y pensamos que tal vez no nos hayamos comportado todo lo bien que otros merecían, y Debra, en aquellas horas interminables velando, lo que ya era un muerto que aún respiraba, escuchaba aquel reproche y por más que lo intentara no conseguiría detestar cualquier cosa que hubiera hecho mal. Para bien o para mal, cada uno tiene la vida que le toca. Desde el primer momento le inquietó que el doctor Mulligan la animase a llamar a un especialista que tendría que llegar de otro país y no estar ocupado para poder atenderla, y lo hizo, pero no llegó a tiempo. Mulligan no se prodigaba en sus visitas, pero hizo todo lo que pudo y siempre llegaba para mirar al enfermo cuando estaba programado, aunque los dos supieran que no había ninguna solución a lo que tenía. La llamada al especialista era como aceptar que los milagros podían suceder, y eso era más de lo que estaba dispuesta a creer. La trastornaba que fuera tan positivo e intentara animarla, pero se lo agradecía con la misma seriedad que él le demostraba. Y no lo hacía por ser condescendiente con el único apoyo que tenía -porque eran extranjeros y sus familias estaban lejos, aunque eso sería otra historia al margen-, ni siquiera por amabilidad. En momentos así sobra todo lo artificial o añadido, y se trataba de no distraerse, así que agradecía que el doctor buscara una salida a sus desconsuelo intentando entretenerla con una nueva posibilidad en cada visita, o contándole de casos similares en otra parte del mundo que habían tenido un giro esperanzador cuando ya nadie lo esperaba, y lo cierto es que lo médicos no suelen hacer ésto. No desean confundir a la gente con vanas esperanzas, y los suelen ir acostumbrando y preparando para el peor desenlace, porque ellos mismos también lo necesitan. No había necesidad de tanto, y por eso se sentía afortunada de haber tenido la suerte de que aquel hombre, al menos una vez a la semana, acudiera para llenarlo todo con 4


el aire del que no se deja vencer por al enfermedad. Boerman estaba a merced de la fiebre y ella lo sabía, por eso intentaba mantener la habitación a una temperatura constante y le frotaba la frente con alcohol. Nada podía aportarle la seguridad de que no moriría cada noche, y se enfrentaba a aquel momento de oscuridad cambiándole la almohada o haciéndose un ovillo para quedarse dormida en el sillón pegado a su cama. Se exigía la disciplina de estar sólo para el enfermo, de no hacer otra cosa que pensar en él, que cubrirle los labios con un trapo húmedo o intentar que bebiera. En aquellas condiciones, aunque pudiera hacer todo lo que hacía por él, ya no le pertenecía. La cama en la que murió Boerman era la cama de matrimonio, una cama grande, para dos personas. El cabecero era de madera de castaño con un dibujo de hojas y pétalos en relieve y las patas de la base del somier eran también de madera. Sobre el cabecero una pintura de un campo verde y solitario con una casa que echaba humo por la chimenea. Era una imagen desalentadora, que daba miedo y frío al imaginar que alguien pudiera vivir en medio de la nada y seguir intentando mantener aquel fuego. En la habitación había otros muebles, una cajonera alta y una cómoda con espejo llena de cajas con pendientes y gargantillas y el reloj de Boerman parado en la hora y el día que ella se lo quitó de la muñeca y lo dejó allí. Era como si el tiempo se hubiese parado con aquellos relojes, al menos para él, porque la hora que marcaban en el inicio de su enfermedad, era la hora en la que había empezado a morir. En sus últimas visitas, el médico se fue volviendo cada vez más formal y educado, como si temiera que ella se le derrumbara en un llanto inconsolable, nunca terminaría de acostumbrarse del todo a que se le murieran los pacientes, pero tampoco al dolor de sus familiares, la impotencia y el fracaso desolador de la ciencia. En ese momento, Debra comprendió que el doctor Mulligan era mejor persona de lo que esperaba, porque la vida aún era un misterio para él y la inocencia no había muerto del todo frente a sus ojos incrédulos. Que sobrellevaba aquel trabajo con resignación, pero que tenía que aprender a convivir con la fuerza arrolladora de los finales dramáticos, los que terminaban con la audacia del joven estudiante de medicina y lo devolvían a la mediocridad inservible de todos los medicamentos y todas las cirugías del mundo. El aspecto de Boerman se iba haciendo más y más deprimente, sus huesos empezaban a asomar en los sitios más inesperados, se alimentaba de papillas y la única bebida que no rechazaba era el agua. No es fácil describir a un moribundo cuando le quedan fuerzas para demostrar el descontento por todo aquello que le ofreces y rechaza. A pesar de arrugarse como la fruta en descomposición, unos días antes de morir quiso hablar con Debra, lo que fue una novedad, no porque sus fuerzas se lo hubiesen impedido con anterioridad, sino porque, hasta ese momento, sólo deseaba dormir o hacer que dormía cada minuto del día y de la noche. En un momento así, si él deseaba hablar, ella no podía negarse, ¿quién le niega conversación a un moribundo? Ni siquiera le parecía honesto no decirle la verdad, a menos que eso no ayudara en nada. -Mis días aquí han terminado, lo sé -le dijo mirándola fijamente y sin ambigüedades, intentando poner las bases pare desarrollar un momento que no era premeditado, pero que a ella se lo pareció-. Pero si he de abandonarte, quiero que sepas que cualquier cosa que los dos hallamos hecho y que nos parezca vergonzosa, no lo parece en este trance por el que estoy pasando. El amor que te tengo, está por encima de todo. En aquel momento ella supo que Boerman sabía lo de Ferrys pero que no había contado con su beneplácito. No lo había consentido, ni había sido una forma cruel de pagar por sus propias infidelidades. En un momento, Debra recordó a Ferrys, la pasión desbordante que le hizo sentir, y lo abandonada que sintió el día después de decirle que no podían continuar engañando a su mejor amigo. Supuso entonces que Ferrys eran de ese tipo de hombres que no creen que ser el mejor amigo tenga valor si no se puede ser perdonado por una traición tan humillante. Pero a ella, entonces, simplemente le pareció un hijo de puta egoísta, que se había dejado llevar sin importarle nada más. No podía evitarlo. Lo juzgaba sin ponerse a su altura, creía firmemente que se había aprovechado de 5


ella en un momento de debilidad. Le daba mil vueltas a todo aquel asunto retorciéndolo, intentando convencerse que ella era la menos culpable de los tres. Boerman quería hablar de ello y a ella sólo le producía una tremenda incomodidad, y no lo iba a martirizar. -Querido, tú has sido lo más importante y lo sigues siendo -respondió cogiendo su mano y moviendo sus dedos sobre su piel con una ternura que nunca le había demostrado antes-. Hablemos de lo que quieras, pero sé que no he sido una mujer perfecta, no quiero saber si merezco tanto como tu me das. Desde el principio supieron que aquellas pocas palabras no podían torcerse, aquella conversación era el resultado de haberlo superado todo y no haberse tenido nada en cuenta, era una forma de amar superior, para la que no estaban preparados la mayoría de sus amigos y conocidos, nadie amaba así. La fuerza de una situación tan definitiva volvía inequívoca cada frase e busca de ternura y compresión. Eso era tanto como decir, nos amamos ahora, seguimos amándonos, el resto no importa. Y así fue, la noche en que Boerman se fue, ella seguía sentada a su lado. Nada podía consolarla y sus lágrimas parecían piedras de hielo, no eran abundantes y su rostro estaba duro, tal vez por el frío de la mañana, se quedó como ausente, como si nada de lo que pudiera pasar a su alrededor le importara o le pudiera hacer daño ya.

2 El dedo sigue dentro de la yaga Desde el principio, la relación establecida entre Byrne y Debra, fue de dependencia, o incluso más, de dependencia para la subsistencia. Muchas clientas de Byrne se sentían mortificadas por el trato desigual del tendero, con los precios cambiantes y los abusos de relación entre las que eran de su preferencia y las que no. Había en él el orgullo incipiente del nuevo rico, del exceso y la desconfianza a la vez; era, lo que se dice, una personalidad difícil. Desde el principio, Debra entendió que podía tratarse de una solución a su falta de apoyos en una ciudad que no le era totalmente extraña, pero en la que no tenia familiares o grandes amigos, y desde luego, Ferrys ni se digno a pasar por el entierro del que decía que era su amigo. Sola y sin recursos en un país extranjero, esa era la realidad. Los silencios del tendero le producía una cierta desazón, tal vez porque notaba un rechazo a pesar de que podía echar mano de sus últimos ahorros y pagarle algunas cosas que compraba; otras le pedía que se las apuntara para más adelante, sin terminar de reconocer que en cualquier momento tendría que empezar a vender algunas cosas. Le parecía que su presencia era contraria al optimismo que necesitaba para tratar aquella situación, pero también empezaba a convencerse de que la tristeza inmensa que la invadía iba a quedarse para siempre. No había conversación entre ellos en aquel momento, y aunque él sabía que su marido acababa de morir, no le preguntó por él, ni intentó ser amable innecesariamente por su situación. Sin embargo, ella lo observaba y en sus conversaciones con otras mujeres parecía hablar pidiendo atención, sus ojos se fijaban en su interlocutor y no cedían hasta que terminaba de hablar. Era una forma muy atrayente de comportarse, poniendo su carácter y el tono de su voz en juego. Se llenaba de paciencia y ocupaba su lugar en la cola curioseando en las palabras, las preguntas y las respuestas, por superficiales que parecieran. Por algún motivo, intentaba comparar aquella forma de expresarse con la que conocía mejor, la de Boerman, siempre tan correcto y a media voz. Empezó a formar parte de la vida del barrio en esas visitas a la tienda, y una 6


vez más, como en otras ocasiones en las que las dificultades habían amenazado con paralizarla,creció dentro de sí la disputa por lo que realmente importaba y todo lo que necesitaba poner de su parte para formar parte de esa realidad. Desconocía la parte más agria de aquel hombre, porque todo en el parecía distancia y media voz, incluso cuando los niños recién salidos del colegio irrumpían deseando ser los primeros en ser atendidos, el controlaba esa turbulencia con gestos y miradas, sin necesidad de alzar la voz. Tal vez no fuera que no le gustaban los niños, o si los tenía alguien se ocupaba de ellos por él que se demoraba en la tienda todo lo que podía. Eso era, probablemente, lo que más la atraída de él, aquella forma de decir con su presencia, con sus ojos, sin abrir la boca. La cautivó hasta las vísceras, mucho antes de que ella supiera que eso era así. Se lucía extendiendo una barra de pan sobre sus cabezas y se apoderaba de la atención de todos simplemente por su forma maestra de cortar el pescado y vaciar lo. Sólo que en el caso de Debra todo iba un poco más allá y no se dejaba deslumbrar con facilidad, por lo que debemos concluir que si había sido capaz de impresionarla a ella, que no lo hacía fácilmente, entonces era que algo más estaba sucediendo. Cada día volvía a casa con una pequeña bolsa de plástico con lo indispensable para la alimentación y el aseo. Se sacaba su pequeña bolsa de un bolsillo del pantalón y le decía lo que necesitaba extendiendo los brazos para sujetar las bolsa abierta y que Byrne fuera poniendo lo que le pedía, lo que muy pocas veces pasaba de tres o cuatro cosas poco pesadas y una barra de pan. Cuando abría la bolsa con aquella dedicación era como si se entregara, como si su vida hubiese sido una preparación destinada a alcanzar la perfección en aquel momento. Los hombres como Byrne son rudos y delicados a un tiempo, eso tan difícil de encontrar, y si en un principio fue reacio a seguir dándole crédito, cada día dejaba caer aquellas cuatro cosas dentro de la bolsa con tanta delicadeza que a Debra se le erizaban los bellos del antebrazo. No lo hacía con desgana, sin interés o mirando para otro lado, ponía todo su saber y atención en colocar cada cosa en su sitio, y finalmente, la barra de pan bien erguida e intentando que en el momento posterior, de camino a su casa, nada la aplastara con el vaivén. Cuando acabas de pasar por un trauma como el que Debra aún tenía en mente, con el dolor del luto presente entre sus telas, y con el solitario declinar de los días, encontrar un hombre así, que no lo decía, que apenas hablaba, pero en el que notaba que estaba dispuesto a cuidarla, esos es capaz de derrumbar a cualquier mujer que aún desea enamorarse. Pero, él también era un don juan, todo el mundo lo sabía, estaba casado, y tenía una amante, si bien sus amores eran una simple conveniencia, y Debra deseaba amarlo entregándose en rendición, y lo peor de todo, era que se le empezaba a notar. Una mujer, en una situación así, desconoce el terremoto que se puede estar produciendo en lo más íntimo de un tipo de hombre así, y eso es debido a que esos hombres, son incapaces de expresar una sola emoción o rasgo definitivo de su más inmediato pensamiento. Son de un carácter diferente a todo lo conocido, y están justo donde se sienten más cómodos, exhibiendo los rasgos de su cara sin un movimiento, como si fueran de piedra, como experimentados jugadores de poker, son así pero es lo que más conviene al mundo oculto que representan. Para él, tener una mujer entrada en años con la que le gusta hacerlo más que con ninguna, una amante que lo visita a escondidas y con la que desaparece por días como si se tratara de su mujer de vacaciones, dejarse llevar de por su pasión con desconocidas en los sitios más insospechados, y fijarse en la vecina viuda como si se tratara de un reto ser capaz de seducirla antes de que tuviera tiempo de olvidar a su amado marido, eran un cúmulo de razones que no podían influir en aquella imagen de tendero que no deseaba tomar parte en las inquietudes y lealtades más habituales de sus vecinos. Así era, con toda probabilidad, como Debra lo miraba, sin llegar a saber si ese tipo de imagen podía ser, a la vez, tan real y poderosa. Se dejaba influir por su imaginación, y volvía una y otra vez con su bolsa de plástico abierta y extendida hacia él, hacia el veredicto final del rostro que nunca había visto reír, o suspirar, o congraciarse con el mundo demostrando que se encontraba a gusto o feliz, al mover un sólo músculo alrededor de su cara. Se dejaba subyugar por sus propias ideas, y era posible que se estuvieran convirtiendo en sus enemigas. Si en él todo parecía autocontrolado, en ella verlo así, imaginarlo de 7


una manera tan sofocante, no era premeditado; intentaba sobrevivir, era algo tan simple como eso. Retenida en una situación tan precaria, por las condiciones que le había puesto la vida, no parece probable imaginar que ni ella, ni ninguna otra mujer, pudieran salir de ese problema sin un poco de ayuda ajena, pero lo cierto es que, aunque ella también lo pensara, un mes después del fallecimiento de su marido seguía sin tener una idea concreta de lo que iba a hacer para salir de un mar de deudas que crecía a pesar de sus esfuerzos por contenerlo. Empezó a repartir entre los vecinos algunas piezas de valor que habían formado parte de las posesiones personales de Boerman, un anillo, un traje, unos zapatos... Intentaba que los conocieran, que se familiarizaran con su indudable calidad, que pensaran que echarían de menos aquellos objetos so tenían que prescindir de ellos, y que, a cambio, se los pagaron por un precio que se ajustara lo más posible a su valor. Había un gran anillo de plata que llevaba la inscripción de la universidad y la fecha del campeonato mundial de remo con banco fijo en aguas abiertas, lo que había sido en reconocimiento por participar con el barco de la fundación que lo financiaba, y haber entregado el trofeo para la vitrina de tan magna institución, dicho sea sin cinismo. Los siete estudiantes prometieron no deshacerse nunca de los anillos, pero él ya no estaba, y había llegado el momento. Debra negoció con el tendero dárselo a cambio del pago de sus deudas y recuperar su crédito, pero también, le pidió la promesa de que, a su vez, no negociaría con él ni lo vendería, y que llegado el momento le permitiría recuperarlo. Parecía fuera de toda lógica, llegar a imaginar que pudiera recuperar su posición anterior y el dinero suficiente para recomprar el anillo por el valor de su cuenta de pagos atrasado, y Byrne estuvo de acuerdo. Cada día bajaba a por la barra de pan y miraba a aquellos dos niños (entre 4 y 5 años) que revoloteaban llenos de energía como dos polluelos. Se quedaba mirándolos y ellos jugaban con ella, le tiraban de la falda y la empujaban invitándola a una persecución implacable, con gritos y leves amenazas que no se iba a producir. A cambio, salia a la calle detrás de ellos para seguir en aquella visión llena de felicidad sin razones. Los últimos días, justo antes de saldar su deuda con el anillo de Boerman, empezó a resultar evidente que existía una comunicación entre aquellos dos demonios y la extranjera viuda. Ni por un momento Byrne hizo algún que gesto que pudiera expresar si algo de aquello le molestaba, que ella les tocara la cabeza con dulzura o que les ofreciera chocolate, del que también tomaba el trozo más pequeño de una pastilla. Era una situación casi absurda, porque ella creía que Byrne tenía que ser el padre, pero la madre no podía andar muy lejos, y a pesar de eso, todo estaba bien, ¿que había de malo en que jugaran, o en que ella les siguiera el juego? Se trataba de devolverse la sonrisa, lo que no había sucedido en mucho tiempo. A media noche, salía a pasear por las calles aledañas, cuando creía que nadie la veía. Iluminada por la luz artificial de las farolas y los últimos coches de retorno a sus casas, andaba con paso suelto, haciendo algo que le devolvía la vida, respirar sin ataduras. Escogía días despejados para sus paseos, llevaba zapatos viejos de tacón bajo; no podía recordar cuánto tiempo hacía que tenía aquellos zapatos con los que ya se había encariñado. Y cada día pasaba frente a la puerta de un gran hotel en la que un portero en librea la saludaba como si se tratara de un general de todas las batallas. Pensó que no había necesidad de tanto saludo y pasaba a toda velocidad sin apenas mover la cabeza porque le empezaba a molestar tanta insistencia. Pero como todo lo sucedido en el último año de desamor, la había superado hasta un límite que nunca sospechara, abrumada por sensaciones y pensamientos tan enredados, en general de poco importantes, medallista de portería y pretencioso adulador de mujeres solitarias a media noche, quedaba atrás sin que en ningún momento ella le devolviera el saludo. Ella se convencía de que no era por orgullo, sino porque no deseaba ser molestada, y no le importaba tanto que él lo entendiera o no, ni aunque sus intenciones estuvieran dentro de lo que esperaba. El tiempo pasaba a una velocidad difícil de observar, la primavera llegaba muy adelantada y Todo el mundo recobraba la sonrisa pensando que el invierno ya no iba a causarles ningún otro daño. Entonces, una de esas mañanas de emociones encontradas, desde su ventana abierta Debra escuchó una discusión en la calle y se asomó para saber lo que sucedía. La puerte de su portal estaba muy 8


cerca de la tienda y vio a Byrne empujando a un hombre al que deseaba poner fuera de su perímetro, por así decirlo. Por algún motivo se había negado a atenderlo, o venderle alguna y el otro había enrojecido de indignación. Tal vez no se trató más que de una confusión, pero los intercambios de veladas amenazas fueron suficiente para hacerlo salir de detrás del mostrador. Era la primera vez que lo miraba así. Hizo al otro moverse y salir sin apenas levantar la voz, mientras que los gritos del intruso eran claros y poco elegantes. Tal vez pensó que sería fácil tratar sin respeto al tendero, ni siquiera lo conocía, y eso fue un terrible error. Le había pedido que lo atendiera sin demora que tenía prisa y que dejara de charlar con las clientas mientras había más gente esperando -en ese caso se refería a sí mismo, y como ya le pidiera una botella de ginebra no parecía dispuesto a esperar por el resto-. Cuando le dijo que dejara la botella y se fuera el otro reaccionó sin medida. -¡Eres un mierda! Menos que eso. No me llegas a la suela del zapato -añadió intentando rebajarlo. Y tras decir aquello tuvo que dar un paso atrás porque la reacción de Bryan fue inmediata. Salió del mostrador, le quitó la botella de la mano, y lo puso en la calle a empujones. Las mujeres gritaban y los niños se escondieron detrás de un barril sin dejar de mirar. No sólo Debra salió a la ventana, sino que otras cabezas se movían en la fachada debajo de la suya, y algunas otras personas se habían parado en la calle sin intervenir. La mayoría de las mujeres estaban aún en bata y zapatillas, y creyeron que todo acabaría en una pelea a puño cerrado, o aún peor, con la sangre provocada por el cuchillo carnicero que estaba encima del mostrador. Imaginaban alguna escena de celos, debido a la reputación de Byrne, o algo peor, posiblemente un asunto turbio de dinero negro e intereses. Puestos a imaginar, muchos de los vecinos que no compraban en la tienda, se dedicaban a hacer las especulaciones más extrañas a diario. La fuerza intimidatoria de una mirada tan llena de razón como la de Byrne fue suficiente para acabar con aquel asunto, pero ni se molestó en pedir disculpas a tan repartido y distinguido público. Estaba molesto y se conformó con exclamar lleno de acritud ¡Venga, cada uno a lo suyo. Se acabó el espectáculo! Después de todo aquello, llegó a la conclusión de que ya iba conociendo un poco mejor a Byrne. Un día en el que él estaba bastante ocupado, había gente haciendo cola hasta la calle y esperó pacientemente a que le tocara su vez, aunque en aquel momento deseaba dar media vuelta y volver en otro momento. Tenía un motivo especial para estar allí, todo lo económico se complicaba y ya no le alcanzaba el dinero para pagar el alquiler. Necesitaba patatas y aceite, y cuando le dijo lo que le pasaba, no obtuvo respuesta, él se limitó a mirarla de medio lado y seguir con lo que hacía. Le puso encima del mostrados su anillo de casada, y añadió a la bolsa algunas otras cosas que le hacían falta y con las que podría tirar al menos una semana más. El anillo estaba un poco rayado pero no tenía ninguna inscripción y parecía de oro. Parecía un trato ventajoso, pero a Byrne no le hacía feliz andar en aquellos tejemanejes con su vecina caída en desgracia. Como tendero, nadie le había dicho nunca que debría tener un código ético, pero sabía muy bien que su clientela se mantendría si lo consideraban leal y justo en sus tratos. Esa era la idea principal que había heredado de su familia que desde antes de nacer él ya se dedicaba a aquel negocio. No se trataba tanto de creerse más honrado que otros, como de ser leal y justo, eso era y se lo habían repetido hasta la saciedad en su infancia. ¿Era posible tener esas ideas y ser un mujeriego sin remedio? Se repetía a sí mismo sin solución. ¿Qué le gustasen tanto las mujeres, podía llevarlo a la ruina? Tal vez por encima del buen trato a los clientes, y de la lealtad que se le suponía, estaba la suposición general de que se trataba de un ser perverso que escatimaba su simpatía y que en ocasiones, su amabilidad con las jovencitas parecía perversa. Durante aquellos días, empleó el dinero de la venta de aquellas pequeñas joyas que Debra le iba proporcionando en arreglar su casa, en vaciar una habitación, en pintarla y ponerle algunos muebles. Los niños tenían su propia habitación, y el dormía con su mujer en otra, la más grande de la casa. Parecía lleno de una nueva energía, se comportaba como un joven infatigable, capaz de salir del trabajo y empezar de nuevo, moviendo muebles y bajando bolsas paa tirar al contenedor de la basura. Parecía también interesado en modernizar el aspecto general del piso, si bien a su mujer no le 9


interesaba demasiado nada de lo que estaba sucediendo. Barnizó las puertas y los marcos de las ventanas, y montó un armario de piezas de madera sin más ayuda que una llave allen, con ingenio y esfuerzo.

3 Otro día sin fiebre Por entonces, la comunicación franca y locuaz se había establecido entre ellos. Cuando no había gente en la tienda ella bajaba para hablar con Bryan y él, aún como algo impensable hasta entonces, respondía a sus preguntas e intentaba llevar sus conversaciones con más o menos éxito. Parecía como si todo resultara de un plan concebido por ambas partes, o mejor, dos planes coincidentes y que tenían mucho que ver. Es decir, ella buscaba su favor y hacía lo posible por ir comprometiéndolo por que le gustaba, y él aceptando ese interés, quería convertir el deseo que había sentido desde el principio en algo más material y realista, algo que pudiera tener cuando quisiera, tocar y abrazar. La decisión de ofrecerle una habitación en alquiler no partió de la desesperación, ni siquiera de que hubiese llegado el día en que ella tuviera que abandonar su piso por impago, aquel elaborado y mil veces imaginado ofrecimiento, nació del deseo de tenerla como una posesión más, un adorno o un jugueta. Byrne pensó que si intentaba ser como ella pensaba que era, podría convencerla para que se instalará en su casa y poco a poco ir consolidando una situación que a todos los vecinos les pareció extraña, y que llevó a los más benévolos a querer pensar que sólo trataba de ayudarla en un momento difícil. Tenía que intentar que no hubiera conflictos, pero ella se llevaba muy bien con los niños, y a su mujer le daba todo bastante igual o también deseaba que Debra se instalara con ellos; nadie sabía a ciencia cierta lo que pensaba, hablaba poco y le sonreía, aceptando la decisión de su marido sin replicar. Es posible que aquella mujer tuviera una historia terrible que la unía de por vida a aquel hombre, que estuviera en deuda con él, que se tratara de un matrimonio de conveniencia o que la hubiese rescatado de las manos de una mafia que la prostituía, cualquier cosa que se pudiera imaginar, por loca que pareciera, cabía en aquella relación. Nadie sabía lo que había entre ellos, pero lo aceptaba todo sin poner problemas. Por su parte, Debra era una mujer de profunda formación, inclinada al arte y crítica con las injusticias; no se parecía en nada a Penny, la mujer de Byrne o a cualquiera de sus desconocidas amantes. Todo indicaba que el hombre mujeriego, hasta aquel momento se había comportado siguiendo un patrón con sus conquistas que estaba a punto de romper, e iba a intentar, por primera vez y como un reto, tener una mujer capaz de llevarle la contraria e incluso desafiarlo. -¿Por qué crees que una mujer como yo puede aceptar un ofrecimiento como ese? -preguntó Debra-. ¿Por qué crees que mi estado de necesidad lo pone todo a tú favor? NO soy una mujer fácil. -No tengo malas intenciones, pero me gustad y por eso intento ayudarte -replicó sin dejar de mirarla. -Tienes las peores intenciones. Te lo noto, puedo sentir tu respiración y como me miras cuando 10


crees que no te me doy cuenta. -Aún con todas tus suposiciones la oferta sigue en pie. -Creí que todo iba a ser de otra manera. ¿Coleccionas mujeres? ¿A tu mujer le parece bien lo que haces? -Es una habitación nueva, la he pintado de azul, tiene un armario, un pequeño sillón nuevo, y he barnizado las puertas y la mesita de noche. Estará muy bien, compartirás el baño con nosotros y por fortuna, nunca falta comida. -¿Eso es así¿ Te has molestado mucho. ¿Estabas seguro de que aceptaría? -Cada vez que hablaba contigo, soñaba con que aceptarías. Y así siguieron hablando sin que ella se decidiera inmediatamente, pero no tenía otras ofertas, estaba a merced de los deseos y de que Byrne pudiera cambiar de idea y retirar su oferta. Tampoco sabía de qué manera encajaba tener una habitación barata -tan barata que el precio que Byrne puso era puramente simbólico, y todo hacía pensar que podría pasar algún tiempo antes de empezar a pagar- y volver a tener planes para su futuro y construir una nueva vida; eso no parecía que estuviera en los planes de él, que simplemente vivía el momento esperando por ver el giro de los acontecimientos y seguro de poder controlar aquellos cambios que no le parecieran convenientes. Es posible que nada fuera a resultar como esperaban, ella hubiera vuelto atrás después de unos meses en busca de su reputación, si fuera de ese tipo de mujeres que valoran un futuro en armonía con su pasado. Ya no necesitaba su reputación, no iba a casarse ofreciendo su virginidad a un multimillonario. Nada iba a ser tan bueno eso. Aquella tarde, después de su sincera conversación, ella empezó a mudarse a su nuevo domicilio con lo poco que aún no había vendido o entregado a cambio de sus facturas, metido en unas maletas de plástico duro de un color rosa fucsia que casi nunca pasaba desapercibido. Poco después, cuando se disponía a acostarse, alguien llamó a la puerta de su habitación. Felicia, la mujer de Byrne quería mostrarle como funcionaba todo. Le mostró hasta los más pequeños detalles, desde los programas de la lavadora, hasta el regulador de temperatura del termo eléctrico. Byrne había bajado las escaleras corriendo para atender a las últimas clientas del día. Estaba deseando acabar con sus obligaciones en la tienda para poder cerrar y subir a ver como iba todo. Los niños dormían, y Felicia se empeñó en mostrarle como funcionaba el agua caliente de la bañera, y lo cierto es que había que tener cierta habilidad para no pasar de un agua fría a la que escaldaba sin término medio. Felicia se empeñó en lavarle el pelo, se lo suplicó, hasta que ella estuvo de acuerdo. La pretensión servil de aquella mujer añadía misterio a todo lo que la rodeaba, pero Debra no hizo ni una sarcástica observación, se limitó a obedecer y dejar que usara el secador como si estuviera secando el pelo de uno de sus hijos. El hijo mayor, había estado observando desde el pasillo, sin hacer ruido y sin perder un detalle. La amabilidad de su madre era algo a lo que estaba acostumbrado, y cuando ya estaban a punto de terminar, se dio la vuelta y volvió a la habitación a dormir con su hermano. Al conocer a Felicia -de una forma más personal y no sólo como la imagen que entraba y salía en silencia de la tienda en contadas ocasiones-, Se preguntó si lo que estaba haciendo no estaría mal, si lo que en realidad deseaba era sacarla de escena a ella y a sus amantes, y tener a Byrne para ella sola. No quería creer que eso fuera así, pero esa posibilidad existía y sería una tremenda equivocación. En un momento como el que le tocaba vivir no podía pensar con un margen tan largo de error, el momento que le tocaba era el de poner todas sus cosas en una habitación e intentar recomponer su espacio mental. Si Felicia estaba celosa, desde luego lo disimulaba bien, y no iba a provocarla en ese sentido. Fue por eso que los primeros días hubo una distancia respetuosa con Byrne, de hecho, apenas se veían, ella lo evitaba hasta que salía a abrir su negocio, y cuando volvía a la noche la encontraba acostada. En ese medio tiempo, ayudaba a Felicia en sus tareas y entretenía a los niños con juegos que conocía de su infancia en una guardería en su país de origen de centroeuropa, o como a ella le gustaba matizar, de la antigua órbita socialista. Todo se desplazaba con cierta comodidad con el cambio, pero como se suele decir, “las cosas no son como empiezan, sino como 11


acaban.” Debra se avenía a todas las reglas de la forma más conveniente, pero cuando le pidieron que se quedara con los niños por la tarde para que Felicia pudiese ayudar en la tienda, no le pareció nada bien, sobre todo porque aquella era la hora en la que podía salir de casa, dar un paseo, y como ella decía, “airear las neuronas”. Creyó que era su deber decir lo que pensaba, que aceptaba su tarea -¿qué otra cosa podía hacer si le estaban dando de comer y de dormir sin apenas una compensación a cambio?-, pero que trastornaba la forma en que organizaba su día. Tenía que comprender lo que pasaba aunque no fuera agradable, no se trataba de tener una habitación creyendo que la había alquilado, porque eso no era verdad, la situación no se reducía a llevar sus cosas, instalarse y dedicarse a ver lo que sucedía a su alrededor sin más. Formaba parte de la unidad familiar de alguna extraña manera, tal vez, colateral y ocasionalmente, pero tenía que ocupar un espacio que la esperaba y eso intentando no entrar en el espacio de Felicia; todo bastante complicado. Algo tan simple como cocinar o decidir que comprar, la mera conclusión de si las sábanas necesitaban una colada o no, debía contar con la aprobación de la mujer de Byrne, porque, y eso debía tenerlo muy presente, ella era su mujer frente a Dios y el mundo. A Debra le habría gustado que Byrne de antemano le hubiese aclarado algunas de aquellas cosas, la organización familiar y el lugar que ocupaba en ella, que hubiera interminables discusiones sobre lo que era o lo que debería ser, pero aún en eso, se evidenciaría que se trataba de una extraña. No estaba preparada para descubrir por si misma lo poco que tenía que ver su vida y sus sueños con aceptar aquel ofrecimiento, y todo por sentirse atraída por los largos silencios de aquel hombre misterioso. ¿Era posible que de su situación se dedujera algún tipo de psicopatía que se extendiera entre los miembros de la entidad familiar? Una tarde sin previo aviso, Byrne volvió a casa más temprano de lo habitual y dejó a su mujer atendiendo a pie de mostrador. Encontró a Debra viendo la televisión en la sala, y se sentó a su lado bebiendo una cerveza. Se enredó en un discurso sobre las necesidades de los hombres, todo lo que se tenía que hacer por necesidad y todo lo que nunca se llegaba a hacer a pesar de representar los más íntimos sueños. Intentó explicarse porque ella no parecía aceptar la charla, cruzaba sus brazos y sus piernas y mantenía las distancias en silencio. Le dijo sosas como que él nunca había conocido el amor verdadero pero admiraba a los que se arriesgaban en esa aventura y, tras conseguir captar la atención de Debra, la invitó al cine porque, según dijo, una clienta le había pagado con unas entradas para aquella misma tarde. Fue una maniobra audaz, se viera como se viera. Si el plan era lo suficientemente romántico, al final de aquella cita podrían acabar en un motel de carretera y empezar una nueva etapa en su relación. Todo aquel ingenio se sustentaba sobre su discreción y le hubiese propuesto guardar sus encuentros en secreto por un tiempo, si no fuera porque Debra, aún llena de dudas, le respondió que le dolía la cabeza y que lo sentía mucho pero no podía acompañarlo a ver aquella película. Tampoco era un título demasiado atrayente, se trataba de una película de dibujos animados, y sin duda podría pagarse su entrada y utilizar las otras dos para llevar a sus hijos y sacarlos de casa al menos por una vez. Pero eso era lo que Debra pensaba acerca de su ofrecimiento, y a él jamás se le habría ocurrido algo que para él resultaba tan deprimente. Aprovechando que Byne estaba en casa, le pidió que se quedara con sus hijos porque tenía que salir a hacer algunas compras y él estuvo de acuerdo. Estaba claro que la cabeza le dolía para unas cosas pero no para otras, cosas de la tensión femenina supuso el galante casero. Aquella tarde pasó algo muy extraño, tan inesperado como sofocante. Al salir del portal, al otro lado de la calle pudo ver a Ferrys que se encontraba apoyado en una farola sin perderla de vista. Ella echó a andar y el hizo lo mismo por la acera opuesta, y ni siquiera apurar el paso lo hicieron renunciar a su persecución. Entonces ella se paró, y lo miró fijamente mientras decía entre dientes, “maldito hijo de puta, como te acerques te doy una patada que te a a hacer saltar los ojos”, y todo aquel odio debió reflejarse en sus ojos, porque él encogió la cabeza, y dio media vuelta alejándose con un mensaje comprendido de forma tan nítida: nunca más lo volvería a ver. No lo estaba pasando bien, aquello no era lo que había esperado. En ocasiones, Felicia volvía con la compra como si le hubiese picado una avispa, con todo su cuerpo, de al menos ochenta kilos, 12


tropezando con todos los muebles. Cuando eso sucedía, a Debra apenas le daba tiempo a reaccionar y si estaba sentada leyendo, se levantaba de un golpe y arrojaba las revistas a un lado porque no quería dar una imagen demasiado indolente o abandonada. Felicia sudaba y lo invadía todo con su pelo negro a fuerza de tinte y la raíz blanca a fuerza de no atenderlo lo suficiente. Tal vez, era desconfianza, pero el hecho de que se llevara bien con sus hijos y los entretuviera, a Felicia le hacía bajar ligeramente la guardia. Fue entonces cuando comprendió que para ella se trataba de algo circunstancial, de que la toleraba porque la veía como una distracción temporal de su marido. Y en ese momento se empezó a cuestionar a sí misma y todas las decisiones que había tomado desde la muerte de Boerman, tal vez todo habría sido mejor si no se hubiese dejado llevar por la atracción que había sentido por aquellos ojos negros de Byrne. Fuera ella la que libremente había decidido instalarse en su casa, como una intrusa que en su inconsciente más superficial buscaba romper la familia, aunque le costaba reconocerlo. Si alguien le hubiese preguntado, lo habría negado hasta la saciedad, una y otra vez hubiese afirmado que en su situación, en aquel momento, no tenía elección, y no había otra cosa que pudiera hacer. Una noche, sin hacer ruido, descalzo y en pijama, Byrne se introdujo en su habitación. Ella había estado esperando mucho tiempo que eso sucediera, pero tampoco eso lo reconocería ante nadie. Pero, ¿cómo podía ser de otra manera si nunca pasaba el pestillo? Vio su figura en la oscuridad arriesgándose a que ella gritara, pero la calmó preguntándole si se encontraba bien, porque él no podía dormir. Ella se echó a un lado y abrió las sábanas ofreciéndole entrar en su cama. Lo primero que hizo al día siguiente al levantarse fue ducharse como si no lo hubiese hecho en un mes, como si intentara borrar las marcas de la fornicación, como si con aquella esponja vieja pudiese arrancarse la piel. Byrne se había ido temprano a abrir la tienda, por algún motivo, Felicia no estaba en casa, y los niños se habían ido al colegio. La cabeza le daba vueltas, no sabía por qué hacía aquellas cosas, y si alguien le preguntara, afirmaría que su cabeza no andaba bien, que no podía responder sin atribuir su consentimiento al deseo psicológico de no poder estar sin un hombre. En ese sentido no se consideraba una mujer fuerte, y tal vez creía que aquello era una forma de protección, y simultáneamente a su defensa montada sobre la base de su falta de equilibrio psicológico, empezaba a creer que era una víctima de las circunstancias. “Al fin y al cabo, todos somos víctimas de las circunstancia”, le decía Boerman con frecuencia cuando estaba vivo, si bien, el se refería a su condición de inmigrante pobre en una cultura tan diferente a la suya. La madre de Felicia llegó a la mañana siguiente cuando Byrne no estaba en casa. Debra oyó a las dos mujeres discutir, oyó sus gritos y su agitación. Y una cosa entendió de las exigencias de la madre, “no debes consentirlo”, repetía desesperadamente. Aquello duró un tiempo, en el que quedo claro que las dos sabían que ella estaba en su habitación y que no les importaba que las escuchara. Por un momento sintió miedo y creyó que entraría, la atarían a una silla y la golpearían hasta matarla. Lo que estaba sucediendo era sórdido, lo mismo que tantas otras cosas con las que parecía chocar en los últimos días. Tenía que hacer algo, y eso sólo podía ser, un cambio total, un giro de ciento ochenta grados. Ahora bien, puesto que todos sus problemas se los había buscado ella, no podía culpar a nadie, era su propio enemigo, al menos eso lo tenía claro. Era cuestión de tiempo que todo empeorara, posiblemente llegando a los momentos violentos que ella tanto rechazaba y tanto miedo le daban. No obstante y a pesar de todos aquellos reproches que se hacía, debía sacar un aprendizaje de lo sucedido y nunca más fiarse de los hombres. Siempre habían sacado partido de ella cuando la habían sentido interesada y en el futuro le costaría mucho más fiarse de ellos. ¡Malditos hombres de penes ciegos!, soltó entre dientes en un momento en el que sabía que nadie podía escucharla. Algunas personas necesitan pasar por momentos difíciles para aprender las lecciones más fáciles, necesitan sentirlo en sus carnes para establecer su aprendizaje a fuego en los más profundos cimientos y seguir viviendo a partir de ahí, otras sin embargo, aceptan de antemano los consejos de sus ancestros y llevan una vida que no vulnera prohibiciones ni desafía los más antiguos conceptos. Estas últimas se pasan la vida otorgando la razón a sus superiores, aunque crean que les perjudica. 13


Bajo ese punto de vista, las equivocaciones de Debra la habían hecho aprender, el error era ya manifiesto y no quería más. No se equivocaba al pensar que su situación se había vuelto peligrosa, porque la madre de Felicia llevaba unas tijeras enormes en el bolso y pensaba volver. En esa altura de su vida, no estaba para dudar mucho, hizo su maleta y no se despidió de nadie. En la calle apuró el paso para que no la vieran huir desde la tienda. En la habitación de los niños dejó algunos regalos, y la otra maleta la puso debajo de la cama como pago por el alquiler de aquellos días; estaba vacía. Había algo de culpabilidad en ser extranjera por todo lo sucedido. Había suficiente en su contra para justificar los insultos, y como solía suceder en la biblia que había estudiado de niña, y que para algunos justificaba cada piedra que arrojaban sobre las mujeres que no tenían un marido que las defendiera de las acusaciones de sacarle el marido a otras mujeres. Pero ella ya no leía la biblia, le gustaban las mujeres libres, capaces de luchar contra todo y de cometer todos los errores. Y tal forma, como un duro aprendizaje se dirigió a la estación de ferrocarril, dispuesta a volver a su país y reencontrarse con lo que quedaba de su familia, algunos ancianos y otros enterrados en el cementerio del pueblo. Aplicó sobre su decisión toda la voluntad necesaria de la que hacemos gala cuando estamos convencidos de estar haciendo lo correcto. Acertó en reconocerse como la chica que se reflejaba en el cristal, joven y dispuesta a vivir de nuevo. En el asiento que estaba justo delante de ella un hombre leía un periódico y se estiraba la corbata. La miró después de un rato de que el tren se pusiera en marcha. -¿Va usted muy lejos? -le preguntó mientras intentaba darse la vuelta para verla claramente.

4 Lo que no contarán los telediarios Todo empieza en la nada o la ventaja que te hace más débil. Eso no parece ser el consuelo de los que nacen pobres o los que vuelven a su país de buscar una vida mejor en el extranjero próspero después de fracasar, pero cuando Debra entró a trabajar en la empresa textil, no pensaba en si la vida era justa o no por eso, sino en la suerte que tuviera de haber conseguido aquel trabajo. A diferencia de sus padres que apenas habían ido a la escuela para aprender a leer y escribir, ella tenía muy desarrollado el sentido de la justicia por lecturas impropias o políticamente cuestionadas, algunas sobre la libertad sexual de las mujeres y otras sobre la dignidad del hombre y los derechos humanos. Frente a aquella primera realidad dolorosa de verlos envejecer destrozados por la vida tan dura que habían llevado trabajando en los muelles, él descargando pescado y ella vendiéndolo en la plaza, la falta de piedad de los trabajos convencionales y modernos, parecían un adelanto al que todos los apuntados en las filas del desempleo les gustaría acceder. Debra creía no equivocarse en su decisión de comprometerse en aquella empresa nueva, que no prometía grandes salarios pero al pertenecer a una gran cadena de empresas textiles, ofrecía en cambio, seguridad al menos por unos años. En su cálculo se encerraba la necesidad de tener que aceptar una férrea disciplina, tragar algunos sapos y morderse la lengua, cuando asistiera a alguna situación que no le gustara. Había trabajado antes en ese tipo de empresas y sabía que la exigencia iba a ser grande en un ambiente de respeto o castigo. Conocía aquel tipo de empresas y sabía donde se metía, pero la necesidad de trabajar estaba por encima de otras primarias cuestiones. Y por eso, como si fuera capaz de contestar a la incertidumbre con una inocente valentía, reaccionaba con realismo y aceptaría lo que le pidieran aunque eso se saliera de las condiciones de su contrato, porque no estaba en situación de poder elegir. Al menos, 14


acertó a no presentarse al empleo sin compañía, y convenció a una vieja amiga que recuperara en Barania, su país de origen, al volver de su aventura europea, de que era una buena oportunidad para salir de la temporalidad. Lina se dejaba conducir por su decidida amiga pelirroja, sobre todo porque desde que la conocía no había tenido una sola ocasión en la que le hiciera dudar de su buena voluntad, además porque la viudedad reciente la había dejado muy triste, aunque no se trataba de que Debra pretendiera ser más inocente que una monja en otras cosas más personales. Había en las condiciones de trabajo un extremo sobre el sacrificio y remuneración que no se especificaba a las nuevas, y ese extremo era, que mientras duraran las obras de montaje y acondicionamiento de la factoría, los horarios serían variables, adaptados a las condiciones del momento, a veces inhumanos y excesivos. Debra temía que su amiga lo conociese antes de tiempo, que hablara con otros candidatos que se lo pudieran decir, o con algún mando que se lo pudiese mencionar por temor a los malos entendidos, que se pusiera en claro sin ella pedírselo y le dijera: “¡Mira, aquí no se viene a perder el tiempo. Los contratos son importantes pero la realización de la obra lo es más, así que si te tienes que quedar algún día una horas al finalizar tu jornada, tendrás que hacerlo!” Y ese tendría que ser un mando poco experimentado, porque llegado el momento, los encargados de acabar algún trabajo a tiempo, hacían que todo pareciese casual, como si nadie hubiese visto el reloj, y sin poner impedimentos a los que dijeran que necesitaban marcharse, aunque eso se tuviera en cuenta más adelante. Los mandos más veteranos, no gastaban saliva en explicar por qué había que hacer las cosas, ni creían necesario que las trabajadoras conocieran la importancia de cumplir con las fechas previstas para poner la factoría en marcha. Era cuestión de ir conociéndose, y saber lo que se podía esperar de cada uno, y si alguno quería volver al tiempo revoltoso de las revoluciones sociales, sabrían como quirtárselo de encima más pronto que tarde, sin ruido, sin discusiones, sin enfrentamientos, sin sindicatos ni abogados, simplemente, cuando terminara el contrato le dirían hasta luego. Así iban funcionando las cosas en aquellos primeros pasos para construir una factoría textil de casi cien trabajadoras, entre maquinistas, repartidoras, chicas de almacén, operarios técnicos y mandos intermedios. La amenaza del despido siempre estaba. Debra y Lina, tardaron en firmar su contrato, después de un mes de trabajo aún faltaba mucho para terminar de darle forma al taller de cosido, pero ya todos empezaban a tener una idea de las chicas que se iban a quedar y aquellas con las que sus jefes no contaban. Stephen Mchueso no tenía intención de dar demasiadas explicaciones al respecto, pero llegó una tarde y les entregó sendos sobres con el sueldo de aquel mes, y sólo por la forma en que lo hizo, Debra comprendió que eran de las afortunadas, que iban a seguir al menos una mes más, colocando muebles y maquinas de coser en la que parecía que podía ser su sección, si todo salía como esperaban. Metido en una bata azul y mirando detrás de unas enormes gafas de montura de pasta, pasaba entre los grupos de aspirantes sin mirarlas, repartiendo los salarios para poder llenar de cruces sobre cada nombre en la parte de un documento donde ponía, “entregado”. Ni siquiera hubiese necesitado pedir sus firmas, nadie podría decir que no había recibido su parte, no era necesaria tanta formalidad. Sin embargo, cada vez que entregaba un sobre, extendía la hoja de papel y la trabajadora firmaba, todo de acuerdo con aquella forma tan sobria y concienzuda de acabar el primer mes de trabajo. Una día, poco después de cobrar el primer salario, Lina llamó la atención de su amiga sobre uno de los jóvenes que se encargaban de enchufar las máquinas. Fue a su encuentro y le hizo un gesto con los ojos hacia aquel operario que llevaba una barba poblada y una camiseta apretada debajo de su chaqueta, por fortuna nadie más apreció aquel gesto. Se acercaron a él con discreción, él las miró y se acostó sobre una de las máquinas para alcanzar unos cables. La identificación plástica sobre el bolsillo superior de su bata tenía su nombre, Philips Lorry, y debajo con mayúsculas, “electricista”. Debra conocía a uno de sus compañeros y había tomado cierta confianza con él, pero no deseaba intimar con ningún hombre que echara algunos sórdidos recuerdos más a los que ya pesaban en su memoria. A pesar de eso, no estaba cerrada a tener amigos y necesitaba una vida social normalizada. Por lo que parecía, Lina deseaba bromear con Philips, y le dijo que no acerca su barba a los cables o 15


se le chamuscaría. -¿Será verdad, que los electricistas echan chispas cuando miran a una chica en minifalda? Añadió con intención de confundirlo. -A veces se nos queman los pantalones -respondió con frivolidad. -¿Te ha pasado alguna vez? -Me pasa con frecuencia, cada vez hay más chicas en shorts y minifalda. Es la moda, supongo. Las chicas se echaron a reír intentando contenerse para no llamar la atención. -¿Te sorprende que sea así? -preguntó el electricista pasando a tomar la iniciativa. -No, claro que no. Esa fuerza de la que presumes, está a la vista. No te conozco mucho, pero si algún día veo salir humo de tus pantalones, te pondrá un poquito de agua, por mi que no quede. Volvieron a reír, esta vez acompañadas de una sonrisa abierta que el les dirigió. -¡Cuidado que llega el exigente! -señaló Debra sin dejar de mirar a un hombre que avanzaba entre las cajas de embalaje y el material que aún no se había instalado. -¿EL exigente? -preguntó Philips. -Lorry, le llaman así por una frase que lo hizo famoso el primer día que llegó a la factoría, dijo, “si cobran hay que exigirles”. Tiene florituras de esas con demasiada frecuencia -respondió. Lorry era el director, para sus trabajadores, el hombre capaz de cambiarles la vida para peor con sólo desearlo, y eso iba a depender de sus aspiraciones. -Le gusta ponerse medallas, y eso va a ser un problema para todos. Dicen que viene con la idea de convertir esta factoría en la más productiva del país -afirmó Lina. Lorry iba seguido de Mike Cartins, un hombre especialmente adulador, que procuraba estar en todas las conversaciones importantes y seguía al director de cerca. Se trataba del abogado. Todas las factorías tenían un abogado destinado a conflictos sindicales principalmente, pero también para solucionar problemas con los vecinos, impagos de clientes o incumplimientos de los transportistas; no le caía bien a nadie especialmente, ni siquiera a otros aduladores como él. Mike Cartins veía conspiradores por todas partes, y era capaz de distinguir una crítica de una conspiración. Quería estar en el grupo selecto de mandos que lo controlaban todo, conocer sus secretos y tener una influencia decisiva en la factoría, pero se le notaba tanto que nadie se fiaba de él; en realidad Mike renía una gran ventaja sobre el resto y eso era que había una persona al que no el daba ni frío ni calor, y ese era Lorry, su amadísimo líder. Eran dos seres secos, que sabían que debían separar sus sentimientos y emociones de las decisiones de la empresa, pero ninguno de los dos lo hacía, cuando alguien no les gustaba, moverían cielo y tierra por sacárselo de delante, eso sí, con la debida discrección. -¡Vaya dos! -dijo el electricista refiriéndose a los mencionados ejecutivos-, como pisen una mancha de aceite... ¡contengan la respiración! Aquella mañana, con la factoría sin terminar de montar, Mike Cartins, quería que su director le diera el consentimiento para contratar a una de sus amiguitas, la hija de una compañera de su madre del club golf. Se trataba de una chica de buena familia que no necesitaba trabajar, pero tal vez encontraran algo para ella, y quería presentársela. Al director le causó muy buena impresión porque ella se mostró admirada de conocer a una persona tan importante, tal y como Mike había esperado que sucediera. Se deshizo en halagos y sólo le falto besarle la mano, a pesar de que había estudiado en buenos colegios y o tenía porque mostrarse tan deslumbrada. Es difícil precisar, que el hecho de que Mike siguiera la petición de su madre para pedir aquel favor, tuviera algo que ver con el hecho real de que Marieta deseara trabajar, o que su madre deseara también que lo hiciera. Tal vez respondía a la estrategia, tantas veces practicada por las clases burguesas, de dejar que sus hijos se fueran dando cuenta por sí mismo de aquello para lo que estaban preparados y para lo que no. “Déjala que lo intente. Ya se cansara”, perecía la postura materna, que desde luego no ayudaba en nada. Sin embargo, los tiempos estaban cambiando, las chicas deseaban tener una independencia y se lo jugaban todo por tener un puesto de influecia en una empresa multinacional como aquella. En su 16


imaginación, Marieta creía que podría empezar desde abajo, pero escalar puestos en la jerarquía de mandos, con la rapidez que le proporcionara su indudable preparación académica, aunque, como el mismo director dijo más tarde, “estaba un poco verde para entrar en el duro mundo laboral”. Fue Mike Cartins quien introdujo a Marieta en un mundo que no la aceptaba. Usó su incipiente influencia para buscarle un lugar en el que no la machacaran mucho, y habló con Perry Kilmer para que la tuviera en cuenta, poniendo de relieve su trayectoria académica, que era la única que podía tener hasta el momento a su edad. Había un interés insano en aquel hombre que pasaba de los cuarenta, en desear tener cerca a la hija de una amiga divorciada. Pero pertenecer a un pequeño y selecto grupo de amigos del club, era importante para él, y no sólo porque como él repetía con frecuencia: “los hombres de éxito lo son porque se saben relacionar”. Había historias inventadas por los nuevos compañeros de Marieta que la situaban en un plano bastante delicado en su relación con el abogado, pero eso no fue un impedimento para que Debra se relacionara con ella e intentara desmontar el muro de frío silencio que se había montado a su alrededor. Aquella forma de relacionarse no iba más allá de intentar tratarla como a otro compañero y se enfrentaba a la idea malévola pero real, bastante extendida por lo demás, de que aquel tipo de contratadas con aspiraciones, eran colocadas entre el resto para que se enteraran de todo lo que pasaba y se lo contaran a sus amigos del cuerpo directivo de la empresa cuando nadie podía verlas. Pero no siempre era así, y en gran medida, muchas de las chicas presentadas por amistades o relacionadas de algún modo con los superiores, sólo deseaban trabajar. No obstante, la duda siempre existiría. En cuanto a Perry Kilmer, por su parte favorecía este tipo de contratos porque era una forma de asegurar la confianza y fidelidad que necesitaba si llegaban los tiempos difíciles de un desarrollo sindical, pero también porque eran un tipo de empleadas a las que podía dirigirse sin tantos recelos como le sucedía con otras. Había pues una diferencia sustancial de inicio entre las partes que formaban los cimientos de la empresa. O bien Marieta intentaba integrarse con sus compañeras demostrando una personalidad y discreción a prueba de bomba o, seguramente con más motivos para ello, explotaba su buena relación con sus superiores para intentar alcanzar un trabajo mejor en poco tiempo. Sin duda, lo más sobresaliente del día en que todos los motores estuvieron montados y el resto de la nave industrial preparada para repartir las máquinas, era la sonrisa de satisfacción del Señor Perry. Cada trabajadora debía ser responsable de su máquina, de su mantenimiento, lo que incluía limpieza y cuidado, y también llamar al técnico si se trataba de un problema mayor, así que aquel momento era como la santificación de toda la obra. Parecía especialmente feliz, como nadie lo había visto antes, porque en su exigencia todo se le volvía desagrado. Para él, que ya había trabajado antes con aquella empresa y se había desplazado de una ciudad a otra cuando se lo habían pedido por motivo de inesperadas sustituciones, tener al fin, por así decirlo, su propia nave, eso era algo que lo llenaba de orgullo. Pero, sin duda, lo más importante, aunque menos evidente, se escondía en secreto detrás de tanto boato, y eso eran los planes que tenía para poder llegar a ser la marca más sobresaliente y la parte más productiva del territorio, conseguir niveles de producción nunca antes alcanzados. A nadie le gustaría tener un oponente tan competitivo y dispuesto a todo, y ninguno de sus mandos intermedios podía decir que no compartiera el deseo de prosperar que el director tenía, aunque esa ambición compartida se iba a ver muy pronto transformada en presión. El proyecto estaba construido sobre la sólida imagen de un hombre capaz de todo, y nadie podría lamentarse en adelante si eso exigía ciertos sacrificios; Debra lo miraba apoyada en su máquina de coser preguntándose de si sus compañeras serían conscientes de que aquella sonrisa en la cara de Perry, significaba muchos desvelos y como él solía decir, nunca bajar el ritmo. Finalmente, como si se tratara de una comedia ampulosa, Perry se subió a un pupitre y todas las mujeres se sentaron porque conocían el plan de antemano. Él las miraba como si pudiera reconocerlas, o si pudiera nombrarlas a todas por su nombre, una por una. Levantó los brazos; en 17


una de sus manos llevaba un pañuelos que exhibía como un trofeo. Preguntó, ¿Preparadas? Y acto seguido bajó los dos brazos de un golpe seco, como si diera inicio a una carrera automovilística, y gritó, “¡Qué suenen las máquinas!” En ese momento un estruendo golpeó el aire y una actividad desenfrenada comenzó a marcar el ritmo de las horas. En ese proceso de inició del trabajo, Mike Cartins no se separa un momento del Señor Perry, y su satisfacción era paralela a la de su jefe. Sólo había otra cosa que podía hacer a Mike sentirse tan animado, y eso era que consideraran útil todo lo que había estudiado como abogado de empresa y sistemas de despido. Y si para eso tenía que convertirse en un vigilante creador de disciplinas, odiado y cuestionado por sus empleados pero valorado por su empresa, entonces tenía asegurada su condición y no correría el riesgo de ser llevado a un plano inferior, o una categoría irrelevante como la de jefe de área, y eso era un riesgo real. 5 Sin rencores, sólo por justicia poética, la luz en su revuelta. Perry Kilmer era un hombre entregado a sus objetivos, la meta se establecía en un número concreto de cajas que debían salir cada mes por las puertas del almacén, y ese número no debía ser inferior al de otras fábricas, aunque eso lo obligase a trabajar por la noche, los domingos o a la hora de comer. Sus obsesiones, disimuladas frente a sus empleadas como la necesidad ineludible de servir a sus clientes, se dirigían más bien, a la sed que sentía de sentirse capacitado para más, de demostrarse a sí mismo de que había nacido para algo aún superior y que si era capaz de proponerse como ese ser superior que estaba en su inconsciente, entonces, nada lo pararía. Todo el mundo comete errores, todos cargamos con fracasos que pesan como una decepción y necesitamos superar ese límite que una vez se presentó sin haberlo esperado, pero en su caso, le provocaba una ceguera rabiosa, que a su vez lo llevaba a la desesperación si concluía que poniendo todo de él, eran otros los que lo hacían fracasar o equivocarse, lo pagarían muy caro. No consentía la pereza, la mala intención, las conspiraciones, la dejadez, el trabajo desganado, el desánimo, la ineptitud o la traición, ni toleraría a nadie que pusiera en cuestión su dirección o sus sistemas de trabajo. El ritmo y la tensión eran necesarias y el que no fuera capaz de mantenerse al nivel del resto, tenía que ser sustituido. En ese contesto, para Stephen Mchueso, haber sido cuestionado por su aspecto, no era lo mejor que le podía suceder. Las patillas, las botas de cuero, los tatuajes, no era nada de lo que se esperaba de un jefe. Además, Kilmer sabía que, en alguna parte donde se reunían el consejo de administración de su empresa, posiblemente en un país extranjero, había algunos de sus miembros que pertenecían al Opus Dei, y que no verían con buenos ojos aquella presencia. Tal vez los tiempos estuvieran cambiando, posiblemente se trataba de un hombre con una incuestionable educación, y una formación académica contra la que nada se podía decir. No necesitaba poner en duda su preparación académica, Kilmer quería saber si era el tipo de hombre que necesitaba demostrar que era importante, un pieza clave en el engranaje y luchar por dejarlo claro frente a otros que desearían lo mismo. Si no tenía esa capacidad, no le interesaba. No tardó en llegar el momento de que Mike Cartins tuviera la oportunidad de demostrar que estaba allí para tomar el mando en el peor momento. Dos chicas discutieron, una de ella era Lina y la otra su protegida, Marieta. Sabía que no necesitaba ser justo ni realista, sólo poner en su sitio a los que consideraba más problemáticos. No hubiese sido un problema importante si Marieta hubiese 18


sabido tener la boca cerrada, pero el orgullo le ganaba, y después de todo, quién era aquella desdentada para decirle como tenía que hacer las cosas. Menuda desvergonzada, pensó a su vez Lina, porque sabía que si apagaba la máquina sin seguir el proceso establecido para ello, reduciría su tiempo de vida sin remedio. “Para eso está el servicio técnico”, fue su respuesta. Para aquellos que consideren que los problemas laborales deben solucionarse de forma escrupulosa, encontrarán que las reacciones de Mike Martins resultaban caprichosas, parciales y, en ocasiones, vengativas. No quiso saber de el origen de la discusión, ni siquiera escuchó a ambas partes, se conformó con dar rienda a su imaginación ante la queja de Marieta. -Usted no está aquí para reprender a sus compañera. La empresa considera que es una exaltada y tendremos que castigarla si se reitera en ese tipo de actitudes. La opinión de Kilmer al respecto, coincidía con la de Mike Martins, es decir, le importaba muy poco si Lina era castigada sin motivo, y lo que era peor, si la condenaban a morderse la lengua antes las provocaciones de las otras chicas. Quizá porque Lina había pecado de inocente, o porque ella era así y seguiría haciéndolo muchos años después, y también, porque era joven y su interés por estar toda la vida en aquel trabajo no era lo que había soñado, Debra intuyó que se había abierto una puerta de rencor entre ella y la forma de conformar las afinidades de empresa que establecía Mike Martins. Nadie hizo nada por conocer si existía una incompatibilidad de carácter -lo que ella llamaban de la forma más simple, “caerse mal”-, o si además se trataba de formas de hacer el trabajo, o, lo que sucedía en ocasiones, que una entrara en el terreno de la otra. Si una se aventuraba en entrar en como otra debía hacer su trabajo, casi siempre excusando esa intromisión en un ahorro de tiempo efectivo para la empresa, y tocaba las cosas o cogía prestada una herramienta o un punzón de deshacer nudos, bien porque realmente lo necesitara o por hacer que la otra perdiera un tiempo real en buscar lo que le faltaba, en ese caso tan generalizado se producían discusiones, sin embargo, como había sido Lina la escogida para dar un ejemplo, dio igual que todas las chicas discutieran, fue ella la que quedó de conflictiva y la que fue castigada con cinco días de su sueldo, cuando unos días después delante de todos mandó a Marieta al carajo porque la otra le pidió ayuda para desenmarañar un ovillo de hilo. La mayoría de las veces, las cuestiones de disciplina no eran un problema para Kilmer, que aconsejaba a Martins sobre tal o cual chica, que no le gustaba. Todas las mujeres tenían la sensación de que no había una ley para todas. Lo que parecía una nimiedad a los ojos del abogado, a lo que le quitaba importancia cuando eran sus protegidos los que cometían un error, era sin embargo, algo imperdonable, cuando ese mismo error lo cometía alguna chica a la que deseaba poner en entredicho y dejar claro a todos que estaban deseando realizar un castigo que fuera ejemplo para otras que no fueran capaces de tener un perfil más bajo, o directamente, desaparecer. No le resulta difícil, a las empresas en general, solucionar las cuestiones de disciplina, porque por muy injustas que sean sus decisiones, nadie quiere sumarse al castigo sentenciado si bien, callan. Pero el trabajo seguía adelante, el interés por batir récords y ponerse medallas estaba en el aire. Para sorpresa de todos, cuando llegaban a fina de mes como primeros del grupo, Kilmer les daba una gratificación, que no era muy grande, ni colmaba sus necesidades, pero servía como bálsamo para el ego. “Tengo un buen equipo”, decía entonces respirando profundamente y poniendo las manos a la espalda como si se sintiera napoleón. En momentos así, Debra necesitaba ridiculizarlo y le decía a Lina en voz baja, si le pones un gorro de papel y una espada de madera, este es capaz de conquistar el amazonas. Si Kilmer decidía bajar por sorpresa a la fábrica desde su despacho, bien para observar la marcha de la producción, la forma de trabajar, o bien para descubrir por sí mismo si se cumplían sus indicaciones, solía pasar por las diferentes áreas y hablar un rato con cada responsable del servicio allí. En esas visitas no solía ser muy elocuente, se dedicaba a observar y apuntar lo que no le parecía bien o encontraba fuera de lugar, podía hacer pequeñas indicaciones o preguntar alguna cosa para 19


escuchar lo que tenían que decirle al respecto, pero su rostro parecía entonces contrariado y no daba demasiadas explicaciones. Algunos meses después, una de las chicas empezó a desarrollar un estómago prominente, y aunque intentó disimularlo, quedaba claro para todos que estaba embarazada. La mayoría de las veces, Kilmer no solía meterse demasiado en el trabajo directo de las chicas, le bastaba con escuchar el ritmo de las máquinas, pero ese día se quedó mirando a Wyneth, la chica era consciente de que no podía disimular su estado por más tiempo, y cuando Kilmer volvio a la oficina llamó a Mike como solía hacer en esos casos. En unos minutos Mike Martins llamó a la chica a su oficina. -¿Estás embarazada, no es cierto, Wyneth? -le preguntó sin dejar de mirarla. -Si señor, eso resulta evidente -respondió sin acabar de sentirse cómoda en su silla, mirando a la mesa y sin dejar de moverse, como si el asiento sobre el que se apoyaba, despidiera un calor insoportable por momentos. -Sí, tu figura te delata. Pero tu dijiste que no tenías pensado quedarte embarazada en tu entrevista, al menos por unos años esperábamos que fuera así. Una empresa como esta no puede funcionar si las mujeres, tan numerosas, empiezan a tener hijos, ¿lo entiendes? -Estas cosas pasan sin planearlas. -Pero tienes buen aspecto -comentó con condescendencia el abogado-, se diría que tu estado de siente muy bien. Y me alegro que así sea. Pero debes abandonar la empresa. ¿Lo entiendes, no es cierto? -Si, pero me jode la vida -respondió Wyneth que no solía callarse las cosas. No resultaba fácil entender una empresa que dejaba a una mujer embarazada a su suerte, sin desear conocer si tenía pareja que se ocupara de ella, u otra forma de subsistencia. Pero Kilmer tenía claro que había que ser firmes con aquellas cosas. No era su problema, si aquellas chicas no sabían usar anticonceptivos, ni reprimir sus impulsos, no estaban preparadas para seguir con ellos, y lo que era peor, sus compañeras podían hacer lo mismo si la respuesta de la empresa no era el despido sin contemplaciones. Wyneth recogió sus cosas al bajar de la oficina y no la volvieron a ver. Las chicas se escandalizaron por lo sucedido, pero el trabajo siguió adelante. No querían poner en riesgo su propio empleo por cuestionar algo que ya no tenía remedio, se decían sin alzar la voz, Incluso Leslie, una de las chicas que presumía de haber estudiado, dijo que eso era así en todas partes, que tal vez en el futuro consiguieran cambiarlo pero que en aquel momento en Europa, las mujeres no tenían esa protección. Incluso, pasados unos días aportó un artículo en una revista de mujeres que hablaba de ese problema, y que le hubiese complicado la vida de haber caído en manos de Mike. -Sí, tal vez en el futuro eso se solucione -dijo Debra a un grupo que hablaba de lo sucedido en su pausa para el café-, pero eso cambiará si alguien lo denuncia, si no, todo seguirá igual. -En España, también es así -le preguntó Lina-. Querida Lina, yo en España tuve trabajos temporales que no me duraron más de tres meses, pero sí, la mujer está igual de desprotegida. Entre otros problemas, el del miedo a perder el trabajo lo condicionaba todo. La corriente neoliberal que recorría el continente dejaba claro que los derechos individuales de las personas no podían bajar los niveles de producción y que en tales casos el despido estaba más que justificado, y no existía los elementos necesarios para poder defenderse contra eso. Ya no resultaba tan fácil dejar de ver a Mike como un verdugo, a pesar de la falsa simpatía que enarbolaba cuando quería que las chicas se expresaran libremente y así conocer los problemas de cada una, y lo contestatarias que podía llegar a ser llegado el momento. Era capaz de plantear las conversaciones más intrascendentes por conocerlas, por saber cuales eran las que se plegaban dispuestas a arrastrase al darle la razón en todo, y las que lo miraban en silencio sin compartir su punto de vista. Sabía que esas ultimas esperaban el momento para decir lo que realmente pensaban acerca del despido de Wyneth, pero las primeras eran peores, si encontraran otro amo al que servir, a él lo “venderían” sin contemplaciones. 20


El ruido de las máquinas era incesante, se turnaban en las pausas para no parar del todo. Las cajas con las prendas confeccionadas salían regularmente en camiones hacia su destino en tiendas y almacenes, y cuando llegaban por la mañana, tenían más material al pie de sus máquinas para iniciar un nuevo día de números, récords y desafíos. Tal vez porque Kilmer había decidido que su factoría podía producir más y en mejores que condiciones que otras aún más grandes, se entregaba a su tarea con más decisión con cada incremento diario de la producción. Y también, por eso, decidió invitar a su círculo más cercano a cenar en un restaurante y allí poder hablar de sus planes, y en esa ocasión no aceptaría excusas. Con el consiguiente permiso para salir antes, cambiarse de ropa y despedirse de sus familias hasta que él todopoderoso director les soltara el discurso de rigor, les obligara a comer alguna exótica comida novedad del restaurante y les felicitara por sus resultados. Stephen Mchueso no podía negarse a ir a este tipo de reuniones pero no iba de buena gana, lo que no se le escapaba a Perry Kilmer. Aunque la situación era de lo más oportuna y podrían haber tenido una reunión distendida, a Stephen no le sorprendió la actitud beligerante de su superior. Si hubiese existido un motivo grave para mirarlo con tanto desprecio, no hubiese conseguido poner un gesto más severo cuando se sentó a su lado. -¿Es cierto que hay voces que se manifiestan en desacuerdo con el ritmo de trabajo? -preguntó Kilmer a sus fieles, sin conocer la respuesta. -Hemos mantenido las mismas condiciones durante meses, nadie cree que deba ser de otra manera. -¿Lo has contrastado, Mike? -Cada día hablo con las trabajadoras, nuestra factoría es una balsa de aceite. -Ah, eso está muy bien. ¿No te parece, Stephen? -Intentaré se claro, aunque no se me supone. No veo necesidad de crear trabajos innecesarios que hagan más penosas las jornadas más largas. Todo lo que podamos hacer por facilitar el trabajo a nuestras trabajadoras redundará en un mejor ambiente y en eso, a su vez, las hará producir mejor. -Entonces, ¿tú crees que cuando hay mal ambiente entre ellas, es porque las sobrecargamos de trabajo? ¿Eso es lo que piensas? Dí. -No pretendo cuestionar una forma de hacer las cosas que tan buenos resultados nos está dando, sólo digo que si facilitamos, eso será bueno para todos. -Bajar el ritmo, las hará perezosas y no podrán satisfacer nuestros retos sin la ayuda de nuevos contratos y eso es caro. Pero, hablemos por un minuto de otra cosa. La tal Lina, la que sabemos que se permite hablar libremente, parecía ser tan amable y servil... He sabido que está saliendo con el electricista,¿es verdad? -Nadie contestó-. En estas empresas se corre el riesgo de que los problemas sentimentales nos cubran como los desechos de las alcantarillas. No nos convienen las traiciones, las despechos de maridos defraudados, las mujeres que juegan con los hombres que las rodean sin pensar en sus consecuencias nos traerían problemas. Nunca mandé ejecutar un castigo sin motivo, si bien, mis motivos no siempre estuvieron ausentes de rencor, es humano. -Si, por supuesto. Debe ser terrible tomar tan dolorosas decisiones -dijo Stepehen con un tono que sonó a ironía. En los días que siguieron a esa reunión, corrió el rumor entre las mujeres de que iban a proponerles un nuevo turno. Se dijo que en aquella cena se comieron los mejores manjares y se bebieron los mejores vinos, todo de acuerdo con elevado rango de los comensales. “Reunión de lobos, corderos muertos”, dijo Lina sin avergonzarse de su atrevimiento. Y mientras Mike bromeaba con algunas mujeres protegidas pero, sin embargo, poco productivas, daba órdenes para cambiar a una de ellas de sitio y de máquina con Lina. Aquella máquina no iba bien, y argumentaron que la eficacia y la veteranía de Lina, la restaurarían si la desmontaba cada día para limpiarla antes de empezar a coser. Aquello la retrasaba al menos media hora, y eso era mucho tiempo cuando los tiempo estaban tan medidos y el número de prendas en las cajas debía mantenerse o quedarse a acabar el trabajo. Cada día intentaba llegar al final de jornada con su cupo realizado, pero a pesar de su esfuerzo y de no 21


pararse en los descansos, de no hablar con nadie y de mover la aguja a toda velocidad, no podía cumplir con su parte sin quedarse un tiempo cuando ya todas se habían ido. No esperaba comprensión de sus superiores, pero le dolía los comentarios traidores de algunas de sus compañeras, que aprovechaban cualquier oportunidad para ponerse de parte de la empresa y ganar el favor de sus jefes. Debra empezó a sospechar que su amiga había llamado la atención de Kilmer, que intentaría aburrirla cada día como un ejemplo de lo que le podía pasar a otros si sus críticas llegaban a sus oídos, y que tenía muchas probabilidades de ser la próxima despedida. Hablaron al salir del trabajo, hacía tiempo que no lo hacían y Lina se había despegado un poco de su influencia, parecía reconocer sus problemas y haber desarrollado un carácter que no deseaba consejos. Las consecuencias de sus actos formaban parte de su madurez y no deseaba complicarse la vida, pero no acababa de entender del todo lo que le estaba pasando. La gravedad que se le daba parecía una invención para poner en práctica todo aquel sistema de disciplina, que prometía tener amenazadas a la mayoría de las chicas, por un motivo u otro, para que se cuidaran mucho de poner en duda las decisiones del director. Aquella forma de actuar de Mike, aquellos gestos de violencia verbal, apuntaban a que detrás se encontraba Kilmer con la pesadilla recurrente cada noche, de una factoría de mujeres embarazadas cosiendo desganadas, saliendo al médico, levantándose a beber cada cinco minutos, intentando llenar su cupo sin conseguirlo. Las huellas de Kilmer estaban en cada amenaza de Mike. Tal vez Lina hubiese sido elegida de todas maneras y sin motivo para aquella acción que mantenía las mentes violentas ocupadas, pero empezó a sospechar había algo de su reciente relación con el electricista que a Kilmer no le gustaba. -Te lo dije, “donde tengas la hoya, no metas la polla”, es el refrán más antiguo que conozco -le dijo Debra que estaba muy decepcionada de los hombres y tampoco veía bien aquella relación que acabaría como un puro divertimento. El programa de Lina, los días de fiesta, consistían en ir a casa de su nuevo novio y pasar el fin de semana sin salir de la cama. No le importaba presumir de ello, y de alguna manera, había llegado a Kilmer. Todas aquellas caras curiosas de sus compañeras queriendo conocer los pormenores de aquella turbadora aventura, escondía a algunas que escuchaban pero la detestaban, y estaban dispuestas a hacer comentarios jocosos al respecto, a sus superiores. Algunas de las más fuertes suelen contar sus intimidades sin miedo, eso les da una relevancia en el grupo que otras detestan, y es por eso que los mejores ejemplares -esto es algo que no pasa en la vida natural ni entre animales libres y salvajes-, eran traicionadas y envidiadas por las mediocres. -En un puesto de trabajo, como este, en una empresa tan fuerte, debes cuidarte mucho de los que envidian tu pretendida relevancia. Para hacerse respetar, los mediocres, buscan el apoyo de los superiores y escuchan por las esquinas para poder contar lo que saben de la forma que más les beneficie. Tú has llamado demasiado la atención. Si no te respetan, y hablo de los superiores, pero sobre todo de las compañeras que hacen un doble juego, entonces está perdida -Debra intentaba hacerla entrar en razón, pero Lina asumía que el exceso de trabajo a la que la sometían al hacerla limpiar una máquina averiada cada día, que además no era la suya, si era un castigo, no podía durar para siempre, y así se lo dijo. A lo que Debra contestó, “no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista”. -Déjate de refranes, no es el mejor momento. Estoy bastante jodida, y no voy a dejar a mi novio porque a Kilmer se le haya metido en el entrecejo. -Te considera una “ligera”, empleó una palabra que dulcificaba otra que la hubiera podido ofender. -Un poco tarde para hacerme respetar, ¿no crees? Otro director de factoría llamó a Kilmer para felicitarlo, había conseguido pasarlo en resultados, y eso hizo que se hichara como un pavo real. Si seguía así, los dueños de la empresa contarían con él para cometidos más importantes en el futuro. Para sorpresa de todos, decidió doblar la carga de 22


trabajo y cuando las chicas llegaban por la mañana, las cajas de prendas sin preparar se multiplicaban al pie de sus máquinas. Había una hoja con instrucciones sobre la mesa y los jefes de área les daban las últimas indicaciones para que empezaran lo antes posibles en aquel nuevo reto que todos veían imposible, menos Kilmer. Lina seguía con sus problemas, y si al limpiar la máquina, montar, desmontar, y salir a la carrera para pillar a las otras, ya le parecía un castigo, en las nuevas circunstancias se sentía olvidada y condenada al fracaso permanente: siempre era la que sacaba peores resultados, a pesar de ser la que más se esforzaba y la que necesitaba hacer más horas para justificar ese situación, horas no remuneradas que tampoco aplacaban la ira del todopoderoso director de factoría. Nadie lamentaba tanto como ella aquella situación, pero seguía viéndose con el electricista, y aunque tomaron medidas para extremar la discreción, lo cierto es que todos parecían conocer su vida mejor que ella misma. De pronto empezaron las visitas, todos querían conocer los sistemas de trabajo que daban tan buenos resultados. Aparecían ejecutivos que daban vueltas por la fábrica y se permitían opinar acerca de todo, incluso las posturas de las chicas, que según ellos podían ocasionarles lesiones, pero que a nadie más le importaba. La mayoría de las mujeres no sabía donde iba a acabar aquello, y crear tantas expectativas sólo añadía presión a los resultados. Después de los primeros años de trabajo, todo iba tan bien, que se renovaron los uniformes, se pintaron las lineas por donde debía conducirse el personal, y se revisaron algunas máquinas que no iban del todo bien; entre esas máquinas no estaba la de Lina, que seguía montando y desmontando la carcasa cada día para limpiarla, aunque, en realidad se trataba ya de un ritual al que se había acostumbrado y del que nadie podía esperar ninguna mejora, porque la máquina brillaba como si fuera nueva, y había un exceso de aceite en sus engranajes. Durante el cambio de algunas máquinas, una trabajadora sufrió un accidente. La cosa fue lo suficientemente grave para que tuviera que estar en su casa con visitas periódicas al médico, durante meses. Le cayó una máquina sobre un pie. Por fortuna las máquinas eran eléctricas y no necesitaba aquel pie para coser, eso le permitió conservar su trabajo, pero quedó coja para siempre. Al morir Sasha, la trabajadora de más edad de un ataque cardíaco, muchas de las chicas acudieron al entierro y rezaron delante del cura como si no fueran ateas. Todas la conocían, y su tristeza era real. Lo hacían por ella pero también por todas, porque en ese tiempo la presión era creciente y Kilmer se había vuelto más exigente que nunca. No se podía demostrar que la muerte de la trabajadora por un problema cardíaco estuviera de algún modo relacionada con la incesante actividad que realizaba en su trabajo, pero necesitaba el dinero para vivir y no podía dejar de hacer lo que hacía. Llovía y las chicas permanecieron de pie a la intemperie cubriéndose con sus paraguas sin apenas moverse, sin prisa por abandonar el lugar, adivinando que un final parecido podían esperar de aquella vida que llevaban tan entregada. No había escapatoria, trabajar hasta morir o condenarse a la necesidad. Después de unos años de la apertura de la factoría empezaba a quedar claro que las condiciones del trabajo eran duras y la disciplina intolerable, pero o lo tomabas o lo dejabas, y Kilmer abusaba de esa condición. Nadie podría nunca saber lo que habían pasado en aquellos años, aquel nivel de exigencia diaria, aquel deseo febril de ser los primeros en todas las estimaciones de ventas y llegar a final de año con los mejores resultados de la cadena. “Este año tampoco lo conseguiremos”, le dijo Lina a Debra en un momento de lucidez. No habría gratificación de final de año, pero eso no sería relevante si no ser la mejor factoría, al menos le quitaba unas horas de sueño a aquel hombre que parecía tener un cerebro tan cuadrado como una cruz gamada cerrada en sus esquinas. Algunas de ellas, Después del entierro, se fueron a tomar cerveza al Pub del barrio. Había una pianista que tocaba canciones tradicionales e intentaba cantar sin desafinar, pero no lo conseguía. -Tendremos que sosegar el discurso o terminaremos todas castigadas -Dijo Debra que parecía la más dispuesta a seguir como hasta el momento, es decir, trabajando y callando. Mientras hablaba, Lina tomaba un trago corto de su cerveza y se limpiaba los labios con el dorso 23


de la mano. Miró a Claire, una chica joven que quería hablar. -Parece que aún estamos en esa etapa en la que la empresa está posicionándose, como si no supieran ya todo lo que pueden dar de sí. No quieren perder ni un momento, ¿perder? El dinero es lo único que les importa. No ellos no van a ceder, y acabar poniendo multas por romper agujas. -Eso es así, lo tenemos claro -se sumó Nathalie, una señora rubia bajita que hablaba mucho pero estaba con las otras en su descontento. Se había pasado la tarde llorando y se atragantaba al hablar-. A nadie le interesa saber, qué medios emplean las empresas para competir. Eso que dicen los sindicalistas, de “sus beneficios, nuestros accidentes”, es verdad, pero no podemos fiarnos, tienen un canal de comunicación directo con la dirección y pueden perjudicarnos. Lo que hemos pasado estos años sólo lo sabemos nosotras, y no es para sentirse orgullosas de nuestro miedo a perder el trabajo, siempre volvemos al punto de partida. -Yo no puedo creer que la muerte llegue así, sin más -dijo Lina-. El estrés es causa determinante de las enfermedades coronarias. -Todos sabemos que tenía un corazón débil. -Su corazón estaba enfermo, pero no nació con el enfermo, se lo enfermaron. Además, esta empresa y la tensión que proyecta sobre las empleadas, pasándoles la responsabilidad de la producción, no era el mejor sitio para ella, y si necesitas trabajar para vivir, o te mueres de hambre o vuelves al trabajo cada día, enfermo o no. -Será mejor no obsesionarse con eso, causaríamos más dolor a la familia -dijo otra de las chicas desde atrás. -Nadie lo planeó, tal vez, si hubiese dejado el trabajo hubiese sucedido lo mismo. -No lo sé -respondió Debra-. Yo también tengo la impresión de que cada uno tenemos nuestras debilidades, pero que a la empresa le da igual que estemos enfermos. Muchos trabajamos con gripe; nadie se puede permitir una baja por gripe. -Deberíamos pedir que sustituyeran a Kilmer, ese hombre está obsesionado con demostrarle al mundo que es un héroe. Podemos hacer una carta de protesta y enviarla a sus superiores. Pero si lo hacemos la firmamos todas, nada de ambigüedades -dijo Lina que seguía sufriendo la persecución de Mike y Kilmer. Apenas un mes después comenzaron los despidos y los castigos, Kilmer conservaba su puesto. Llegado el momento sólo quedaba una solución, hacer llegar a la prensa lo que sucedía allí dentro, y de eso se encargó Debra, a la que ya no le importaba si la despedían. Sabía que al llevar unos años trabajando tendrían que darle una indemnización si la querían echar de su trabajo, pero el gobierno había bajado tanto la indemnización que despedir salía casi gratis. A pesar de eso, era necesario que el mundo supiera todos aquellos años las persecuciones y los castigos habían sido lo normal, y que esa situación continuaba porque el movimiento neoliberal se nutría de antiguos empresarios del fascismo europeo. El fascismo, y eso sí lo sabían bien, tenía dos características muy señaladas, una era el culto al trabajo, la otra, la ausencia de piedad, y esas dos características estabas en las empresas multinacionales que animaba y protegía la Unión Europea. -Con las mujeres nunca hay que dar nada por sentado -dijo Kilmer claramente enojado-, tal vez ella crean que un día olvidaré esta traición, pero no lo haré nunca. Mientras entraban en la oficina de Kilmer, Mike no dejaba de pensar en como se había complicado todo. Aquello no ayudaba y era de inesperadas consecuencias. Tal vez no inmediatamente, pero nada bueno podía pasar. Todo el mundo conocía los pormenores de su conflicto, había salido en la prensa local. Un conflicto laboral más. “Es lo normal en estos tiempos”, decían algunos, y otros se ponían el lugar de las chicas y lamentaban que muchas de ellas perdieran su trabajo. -¿Por qué ahora, todo el mundo cree que sabe como se gestionan las energías de este tipo de empresas? -agregó. -Debra ha hablado con algún periodista, eso es lo que ha pasado -dijo Mike. -No puedo creer que este tipo de cosas pasen así, sin control -respondió Kilmer muy enojado, a 24


punto de perder el control. En la oficina había ordenado instalar una pequeña nevera escondida dentro de un armario archivador. Sacó unas cervezas y se sentó remangándose. Hacía calor y el aire acondicionado estaba estropeado. Le hubiese gustado tener algo de comer. En alguna ocasión había pedido que le trajeran algo del bar de la esquina, pero la situación estaba complicada y no le pareció oportuno. -Si alguna vez me vuelvo a ver en un conflicto parecido dejaré la empresa. Este año ya no llegaremos a nuestros mejores registros, y que una vez me pase eso, lo puedo encajar, dos veces no sería capaz. 6 La canción que canta el moribundo Algún tiempo después de que Debra dejara la empresa, fue elogiada por sus compañeras, pero lo hacían en voz baja. Parecía que todo volvía a su ser, la violencia verbal de los directivos fue tan grande que no podían imaginar que, por mucho tiempo que pasara, era imposible controlar los recuerdos y rencores generados. La vida seguía y Debra debía velar por mantener su vida en las condiciones en que la había construido en los últimos años así que se puso a trabajar, casi inmediatamente en la cafetería de un hotel. Fue una sorpresa para ella que, a pesar de haber algunas candidatas más jóvenes, finalmente se decidieran por ella. Al parecer habían valorado su buen carácter y la concepción analítica que le daba a los trabajos que le proponían y no conocía. Desde luego, con más tiempo del que otras chicas lo hacía, ella podía entender lo que tenía que hacer y buscar la mejor forma de enfrentarse a problemas inesperados desde el principio. “En peores plazas hemos toreado”, le dijo a su jefe con una expresión que recordaba de su tiempo en España, pero cuando intentó explicarle el significado no consiguió que lo entendiera, y resumió, “pues nada, que he realizado otros trabajos que también me parecieron complicados y pude llevarlos a cabo tan bien como cualquiera”. Por aquel tiempo de cambios, falleció el padre de Debra y su madre se fue a vivir con ella. Le pareció de lo más normal dadas las circunstancias, se lo ofreció, y la señora Rotles se lo tomó como una orden. El día de la mudanza tuvieron mucho tiempo para hablar del padre de Debra, el señor Totleblum. Fueron recuerdos de momentos vividos, de historias compartidas, y se dieron cuenta que había muchos más momentos divertidos que dramas, que al fin, ya no venían al caso. Aquella noche, Debra tardó en conciliar el sueño, estaba nerviosa y enfadada con el mundo, se veía sola en unos años, y no le agradaba mucho pensar en lo que le quedaba por vivir. Tal vez no había sido buena idea haberse negado a tener hijos. Solía pensar que la gente que tiene hijos cree que tendrá una vejez feliz y confortable, y la vejez no es así en ninguna de sus formas. Sería mucho más realista pensar que por muchos hijos que tengas, acabarás en una residencia de ancianos, tus hijos de dejarán morir solo en un piso silencioso y llenos de fantasmas, o simplemente te divorciarás y te culparán para siempre por haberles jodido la infancia; así justificaba su decisión. Cualquiera que durante mucho rato se pusiera a pensar en eso, perdería el sueño, de eso no cabía duda, y lo que era aún peor, ya no valía de nada lamentarse porque tampoco podía inclinarse decididamente del lado de los que optan por un matrimonio tan sacrificado hasta el final. Se lamentaba de que sus padres tampoco hubiesen sabido entenderse como esperaban, pero las enfermedades lo complican todo. Pero, ya había pasado la etapa de los enamoramientos adolescentes y por eso lamentaba no haber vuelto a querer a un hombre desde que muriera su marido. Para una viuda no es fácil moverse sola por el mundo, y ella se había movido sin cesar si obviaba los años que había trabajado en la fábrica 25


de costura. No estaba totalmente resentida con el mundo, no hasta el punto de no querer volver a saber nada de los hombres o volver a dejarse cortejar. Tal vez, era producto de su imaginación, pero, en algún momento de su entrevista con el jefe de camareros, el jefe Bomper, como le llamaban las otras chicas, le dio la impresión de que la miraba con deseo, lo que no era tan extraño, había sentido eso mismo en las miradas de los hombres, desde que cumpliera quince años. Había pasado los cuarenta, y a esa edad, los recuerdos lo condicionan todo y ayudan a darle forma al mundo que nos rodea. No era fácil para otros manipular la realidad sin que ella se diera cuenta. Precisamente por eso, creyó que aunque intentara disimular, aquella mirada había sido comprometida inconscientemente, pero concluyó sin darle muchas vueltas, “parece que el jefe tiene un día caliente”. De pronto se vio de nuevo en problemas si “bajaba la guardia”, y recordó por qué había puesto aquel muro de indiferencia entre ella y los hombres, era absurdo volver quince años atrás y dejarse llevar por sus pasiones como una tontita de nariz pequeña y ojos grandes, que cree que merece más de lo que la vida le ha dado. Ella era una mujer completa e independiente, no necesitaba un hombre que cuidara de ella, eso lo tenía claro. El primer día de trabajo se levantó temprano para no retrasarse y cuando iba a salir de casa, su madre le preguntó si su nuevo trabajo era honrado. No le respondió, a veces se veía sorprendida por aquella falta de confianza que tanto le había dolido en el pasado, como si las mujeres de la edad de su madre pensaran que todas las mujeres jóvenes eran terroristas o algo peor. Aquella mañana habló con Bomper en varias ocasiones; le gustaba su voz y sus maneras, y la trataba con corrección lo que era mucho después del trabajo en la fábrica de confección. Bajo la presión y los nervios del primer día intentó demostrar que lo podía hacer igual de bien que cualquiera, pero no quería que pareciera que era una de esas personas que quiere demostrar que es capaz de hacerlo todo mejor que otras, o que está dispuesta a darlo todo por conseguir y mantener su trabajo, no se trataba de ese tipo de competencia que conocía y no le gustaba. La realidad no se hizo esperar, como podía pasar desapercibida si no levantaba demasiado la cabeza, asistió a una discusión de Bomper con un chico muy joven, que parecía que se tomaba el trabajo a broma. Lo convenció para que solicitara el cambio al equipo que limpiaba y hacía las habitaciones, y le dijo que aquel era el mejor momento para empezar, así que el muchacho siguiendo sus indicaciones desapareció para incorporarse a su nuevo cometido. “Más claridad”, añadió el jefe con acritud porque acaba de prescindir de una persona en su equipo y no la iban a reemplazar. Debra aún no podía entender como funcionaba todo allí, y había visto situaciones mucho peores sin que le parecieran tan extrañas. No quiso posicionarse, y no le gustó, pero la ambigüedad e Bomper, entre el encanto y el estricto cumplimiento del deber, la tenía confundida. No quería pensar que estaba perdiendo el tiempo y que dejaría el trabajo antes de lo que pensaba si no era capaz de encajar allí. Inesperadamente recibió una llamada telefónica de Lina. A Debra le hizo ilusión y no dejaba de reír. -Ya quería saber de ti, pero no me apetecía pasar por la fábrica. ¿Aún sigues allí? -le preguntó con curiosidad mal disimulada. -Sí tuve suerte. Me dejé con el electricista. Creo que eso fue lo que les hizo pensar en que siguiera. No sé por qué esta gente piensa que se puede meter en nuestras vidas privadas, pero cualquier cosa que pase lo quieren saber, y si consideran que es algo que no les conviene, te crean problemas. Tu ya lo sabes. -Si, claro. Pero en mi caso, casi me alegro de haber salido de ahí. -¿Te acuerdas de Stephen Mchueso? Lo han despedido también. Acabó pegándole a Kilmer. En realidad, los dos se pegaron, y a Kilmer lo mandaron para otra factoría. -¿En serio? ¿Stephen pegando a Kilmer? ¡Pero si era tan delgado que apenas podía con su paraguas! -Nunca le cayó bien a Kilmer por ser de familia adinerada. El otro decía que estaba allí por enchufe, pero lo cierto es que todos ellos lo estaban, todos eran recomendados. Le dijo que su aspecto era el de un cerdo, por llevar patillas y el pelo largo, y así empezó todo. En la factoría, 26


delante de todas las chicas. -Supongo que Stephen tenía buenos resultados y no podía cuestionarlo por otro lado -añadió Debra-. Lo suyo lo tenía muy ordenado y confirme a las necesidades de la empresa. La realidad es que el nuevo director aparece por la fábrica sin avisar con más frecuencia de la que conocíamos hasta ahora, se presenta a horas con las que nadie cuenta con él, y se mete en todo, convirtiendo el trabajo en algo asfixiante, así que no hemos mejorado tanto. -Era de esperar. Esas empresas son así. -El nuevo director no es tan diferente de Kilmer, poco culto pero sagaz. Es capaz de ver el color de un hilo desde su oficina. ¿Te acuerdas de Marieta, la recomendada? -Claro, ¡quién no? -Fue ella la chivata. Le contó a los superiores quienes eran los que movían las notas de prensa. Ahora la suben a la oficina a hacer papeleo, está encantada. Sigue con la misma categoría y cobrando la misma caca, pero le dice a todos lo que hacen mal como si fuera otro jefe. Debra se preguntaba, si su amiga sería capaz de aguantar mucho tiempo más allí, pero no quiso hacer esa pregunta, porque, al fin y al cabo, tenía derecho a esa oportunidad. Bomper le echó una mirada de censura cuando llevaba un rato al teléfono y eso fue suficiente para despedirse y colgar. Nadie podía decir que no había luchado por la vida, y después de aquella llamada, se quedó pensando en que de todo había aprendido la lección de que a ellas, las mujeres trabajadoras, nadie les regalaba nada. Con los hombres era parecido, pero ella tenían un plus de exigencia que las hacía sentirse maltratadas. Le habría gustado tener éxito en la vida, y a cambio, ¿qué había conseguido? Desarrollar aquella conciencia social que la avisaba, “debo mantener cerca a los que me traten como una igual y, a los que se pongan en un plano superior, apartarlos de mi vida”. Pero aquello no valía para el trabajo, debía estar ocho horas diarias, a veces más, compartiendo su vida con chivatos, aduladores y jefes, que se creían burgueses y tenían sueldos bastante mediocres. Pero la vida era así. Además, los burgueses no admiten a los nuevos ricos como sus iguales, sólo a aquellos que llegan de buenas familias. La herencia de los privilegios era algo que hacía tan estúpidos a algunos de aquellos universitarios que había tenido por jefes, que de buena gana les hubiese llamado inútiles. Regresó al trabajo y limpió las mesas. Pasó entre los clientes, pensativa y dispuesta a atenderlos, pero con la cabeza llena de dudas sobre su esfuerzo y si valía la pena tragar tantos sapos. Ver a sus compañeros, algunos tan necesitados, y tan entregados, la hacía comprender que la clase trabajadora tenía una tarea grande para encontrar el orgullo perdido. En cierto modo, Debra intentaba rehabilitarse de su carácter y sus conflictos, y eso era tanto como abandonar. Intentaba salir de su forma de ver las injusticias, tan comprometida, y volver al mundo de la gente normal que evitaba meterse en líos. Lo hacía buscando cada nueva tarea, con cara indiferente o pensativa. Después de todo Bomper no parecía un mal tío y todos lo respetaban. Pero ella no podía dejar de preguntarse si algún día sería capaz de renunciar a la rebelión interior que le provocaba la vida que había llevado y las injusticias que había visto y se había tragado. No era algo censurable, no era una delincuente, era sólo una mujer que no aceptaba que la trataran como a un animal. Posiblemente aquello también significaba que eso que vibraba en su interior lo hacía porque se sentía viva y con fuerzas para indignarse. No era algo desconocido, otras veces se había sentido frustrada por no poder decir lo que pensaba, pero de momento no tenía motivos para sentirse tan mal. Se movía con libertad detrás de la barra, ponía bebidas, preparaba tostadas, tiraba los envases para reciclar o fregaba la loza, todo lo podía hacer sumida en esos terribles pensamientos. Durante todo el tiempo que había durado su matrimonio, Bomper había intentado hacerlo lo mejor posible, se había comportado como parte activa del sistema y había esperado formar una familia, pero su mujer no compartía sus mismas aspiraciones y no habían sido capaces de congeniar. Tal vez, ya había olvidado todas aquellas aspiraciones burguesas que tanto le habían inquietado en otro tiempo. Sin embargo, seguía creyendo en el amor, y no necesitó mucho tiempo para saber que le gustaba Debra. En una corriente de pensamiento tan correcta como la que sus superiores esperaban 27


de él, el hecho de pretender rehacer su vida con una de sus empleadas resultaba, como mínimo, problemático. Nada había cambiado desde el siglo diecinueve, e intentar aproximarse a una de las empleadas hacía que lo consideraran un depravado sin dignidad, o algo peor. Los encargados de los chismorreos vieron la oportunidad en cuanto notaron como la miraba. Intentó sacarse de encima aquellas miradas y ser discreto, pero se le seguía notando la atracción que Debra ejercía sobre él. “No es propio de un jefe, no es lo que se esperaba de usted”, imaginaba al dueño del hotel soltándole el discurso. Su matrimonio había sido un error, había durado demasiado y durante todo aquel tiempo nunca habían hablado de lo que cada uno esperaba de la vida; eso era importante porque el día después de su divorcio comprendió que no tenían nada en común. Así que la pregunta que le hizo a Debra en un momento de descanso era el resultado de todo aquello. -¿Qué esperas de la vida? Debra tardó un buen rato en asimilar la pregunta. Era una pregunta de amigo y eso la desconcertó. No le respondió y regresó a su trabajo después de la pausa algo turbada por la actitud de Bomper. No había hecho ni dicho nada malo, pero su pregunta mostraba un interés que ella no habría esperado ni en cien años. Fue entonces cuando ella le dijo sin profundizar demasiado que su vida había sido un carrusel, desde su pasado en la emigración, hasta el trabajo en la factoría de confección. En todo el tiempo que había pasado desde que volviera del extranjero, esa era la primera vez que la inquietaba que un hombre mostrara interés por ella -muchos hombres muestran interés por las mujeres y les dicen cosas más o menos atrevidas, sin ser tomados en serio; a ella también le había pasado-, primero porque ya no era joven y segundo porque no se veía atractiva. Bomper se encontraba animado a pesar de aquel primer rechazo. Sabía que si la quería convencer de que no se trataba de un capricho, tendría que ser muy insistente y demostrarle un interés que no pudiera rechazar. No era fácil sacar a Debra de su mundo y sus convicciones. Volver a pensar en los hombres y sus posibilidades de creer de nuevo en el amor, era como construir un hotel donde hubiera una catedral en cinco pisos. Y allí estaba, descubriendo a un hombre, que además era su jefe y le hablaba como un igual, intentando hacer una grieta en su muro de firmeza. Él intentado ser amable y ella respondiendo con indiferencia. A un hombre así, nadie le llevaba la contraria, o eso parecía. Se le escucha con atención aunque lo que tenga que decir sea pura bazofia. Además está lo de la jerarquía, y eso tampoco ayudaba. Incluso podía confundir el hecho de su atractivo, mayor pero atractivo. Cualquier cosa podía significar menos si iba unidad a una de sus explicaciones intentando darle un significado superior, es decir, los esfuerzos de Bomper por poner de relieve lo que le gustaba, terminaban por actuar como un vector en contra. La empresa le había advertido de no intimar con las empleadas, pero Debra realmente le gustaba, ¿qué pintaba la empresa en eso? Toda aquella historia de la disciplina y la maquinación en cursos de media hora, para aprender a aplicarla, le parecía terrible. A nadie le gustaban los exigentes, y a él le pagaban por serlo. Sus empleados lo escuchaban porque dentro de la empresa les resultaba tolerable, pero no querían tener a un tipo con ínfulas de superior fuera de allí, es decir que no se pueden tener amigos si no les demuestras que eres su igual. Y eso también se lo habían dicho en los cursos, “no hagas nada de lo que aquí has aprendido fuera de la empresa”. Pero, tampoco así deba resultado, se le notaba que no podía renunciar a ser quien era. Es posible que nada de todo lo expuesto anteriormente le hubiese importando tanto, como cuando intentó un acercamiento a Debra y sintió su rechazo. Intentó hablarle con cierta confianza y ella no lo entendió; estaba claro que no lo quería como amigo. Antes incluso de que pudiera explicarse y dejar a un lado la jerarquía que los distanciaba, ella se había levantado y había vuelto al trabajo. En una ocasión la llamó a su despacho para entregarle una gratificación que la cadena de hoteles había decidido dar a sus empleados, no era mucho dinero pero querían que quedara claro el esfuerzo que suponía para ellos. Hablaron del trabajo y ella no quiso compararlo con otras situaciones vividas anteriormente que no habían sido felices. Le dijo que nadie podía rechazar un trabajo con los tiempos 28


que corrían y que nadie iba a rechazar una gratificación aunque no la sacara de ningún apuro, no quiso contarle de como había sido su vida y, llegado aquel momento, todo lo malo que guardaba en el recuerdo de sus jefes. Bomper no quiso incidir en la buena voluntad de sus superiores, ni el esfuerzo que siempre pedían a cambio, pero, a cambio, se interesó por ella e incluso le preguntó por su familia. Todavía había una oportunidad de congeniar, se dijo, cuando ella le contó lo mal que lo había pasado con la muerte de su padre, que su madre vivía con ella y que tenía un hermano en el extranjero al que no veía desde hacía muchos años. En un momento, Debra dejó de tratarlo de usted y pasó a tutearlo si una razón aparente. -¿Tú no has tenido hijos? Porque los hombres con hijos no suelen ser tan abiertos aunque estén divorciados. Admiro a los hombres que salen adelante después de un divorcio y siguen manteniendo sus responsabilidades con sus hijos. Al contrario que muchas mujeres, no puedo culpar a un hombre por cada divorcio. Bomper la miró sorprendido por aquel cambio tan repentino, y, comparado con todo lo que de ella conocía, tan locuaz. Intenta ser amable, a pesar del conflicto que supone la pregunta en sí. -No todos los hombres somos iguales, a pesar de lo que se dice. Pero no he tenido hijos. Deberíamos quedar un día para hablar de eso, es un tema que da para mucho y no es este el momento. -¿Lo de los hijos? -No, lo de los hombres y sus obligaciones familiares incumplidas. Nada es fácil para nadie, ero no los defiendo. ¿Quedamos para hablar de eso? -Sería un escándalo. No es buena idea. Además... Yo no soy el tipo de mujer que le conviene a un hombre como tú. -¿Cómo yo? Lo que a Debra le parecía soportable, incluso interesante, de cuanto sucedía y tenía que ver con el resultado de su propia vida, era reconocer que ya no sentía la frustración de otro tiempo y culpaba a otra gente que había pasado por su vida como una apisonadora, pero no a Bomper. Era muy posible que se tratara de una forma de sobrevivir a los malos recuerdos, un sistema inmune contra todo lo malo que se le iba pegando como se le había pegado la pobreza cuando la había mirado de cerca. Puede que temiera acabar en la calle, deambulando sin sentido, la imagen que se le había pegado de los mendigos sin techo en sus paseos nocturnos. Aún podía contar su historia, si bien, le había costado mucho llegar hasta allí sin problemas. Todo se había sucedido como era de esperar en una niña nacida en un barrio popular, sin más ayuda que su interés cultural por el arte y la música clásica. No hubiera giros bruscos en su historia, se acostumbró a trabajar hasta dejar todos sus sueños enterrados en jornadas interminables que la arrastraban por casa al intentar llevar una vida normal. La insistencia de Bomper no lo convertía en un tipo extraordinario, ni siquiera simpático, pero estaba dolida y desconfiaba de todo, así que resistía como podía. Así pues, se iba dejando llevar por aquel tiempo que no resultaba tan duro como todo lo vivido hasta entonces. Pasó un año, y Bomper seguía bromeando con ella, todo parecía suave y conveniente. Su rechazo no parecía total, aunque en situaciones similares, cada uno puede pensar lo que quiera. Había en él frases conmovedoras de comprensión de alivio, consoladoras frases en momento en los que descubría aquel tono en sus ojos que expresaba decepción. La vida se revelaba como un revuelto de emociones y situaciones que convertían su psique en un una montaña rusa. Al menos, había algo que ya no era como al principio y ella lo consideraba un avance, se conocían mejor, se estrechaba la confianza, y en aquel tiempo no hubiera sorpresas inesperadas. Y eso estaba bien, pero Bomper no parecía ser del tipo que tienen imaginación para saber el tipo de seguridad que necesita una mujer y que él no ofrecía. No parecía comprender, a los ojos de ella, el mundo que los separaba. Todo lo que necesitaba era tranquilidad y no parecía dispuesta a permitir que algo tan inquietante como el amor, amenazara con sacarla de aquello que la había ayudado a llegar hasta allí sin meterse en líos, su convicción de que debía controlar hasta lo que no dependía de ella y no permitir que nada sucediera por azar. 29


Un día incierto, Bomper empezó a mirarla con aquella expresión de tristeza y decepción que ella no pudo dejar de notar. Descubría en él la intención antigua de seguir lo que deseaba a través del tiempo y no darse por derrotado a pesar de que aquel año se le había hecho muy largo. No lo había aceptado a él, pero tampoco a ningún otro. La resistencia de su jefe era casi de fuerza poética, si lo que tenía que ver con el amor no correspondido, lo era. Al menos ya se sentaban juntos a tomar café sin sentirse observados y sin que a nadie le pareciese que eso no entraba dentro de la normalidad. Parecían haber congeniado y hablaban con inesperada libertad. Y fue uno de aquellos día de primavera, un año después, que él le pidió que lo acompañara en un pequeño viaje que tendría que hacer para visitar a unos clientes. La empresa le permitía ir acompañado de uno de los trabajadores de la cafetería y quería que fuera ella. Mencionó de pasada que le agradaba su compañía y que todo sería muy profesional, cosa de un par de día en habitaciones separadas. Había estado una semana hablando en circunloquios y sugiriendo la necesidad de viajar de vez en cuando para salir de la rutina. Y la finalidad de tantos rodeos al fin había quedado al descubierto sin que ya pudiera retrasar por más tiempo su ofrecimiento. Ella lo miró con sorpresa pero sin ánimo, se rascó la cabeza y le dijo que eso no era el tipo de cosas que le apetecía hacer y sin acceder a su petición le preguntó si sería considerado como trabajo, si sería remunerado como tiempo completo y si debería asistir a las reuniones. Todo aclarado, seguía considerando que no era del tipo de cosas que le apetecía hacer. Él se preguntó a qué se debía aquel rechazo y obtuvo la respuesta en menos de un minuto. -No me parece mal tu ofrecimiento y tampoco es que no me fíe de ti lo suficiente o piense que deseas intentar aprovecharte de la situación, es que puedes llevarte a cualquier otro y eso sería más conveniente. -¿De modo que que me dejas colgado? -peguntó-. Tu postura es muy cómoda y tú no eres así. En aquel momento no esperaba que la espoleara así, y sintió la necesidad de justificar su decisión. Intentó ponérselo tan difícil que fuera él el que tuviera que renunciar, -El día primero de mayo está al caer. Es la fiesta socialista de los trabajadores y no te voy a forzar. Yo no pertenezco a tu mundo, y no me apetece meter la cabeza en él. Si tu vienes a la manifestación, yo iré a ese viaje “tan importante”- Respondió con un tono de sarcasmo al decir, “tan importante”. Sin pensarlo demasiado, Debra empezó a sentir que tal vez había llegado la hora de volver a estar con un hombre, pero no creía que ese hombre tuviera que ser Bomper. Tenía un amigo con el que se veía a veces sin haber dado el paso más allá de unos besos. Si lo necesitaba, no estaba del todo segura de hasta donde; aquel hombre se llamaba Erick Sonner. Como era propio de ella en aquel tiempo, decidía las cosas exigiendo que todo el mundo cumpliera con su parte sin poner demasiadas objeciones, así que un sábado por la noche accedió a subir a su casa y se acostó con él. Bomper aún no le había respondido a su proposición sobre el primero de Mayo, pero suponía que no lo haría y dejaría de hacerle aquella proposición acerca del viaje. Sonner, su amigo, se comportó como un bruto, y después de hacerlo, ella se vistió y salió sin apenas despedirse, en su ánimo estaba no volver a verlo. Eso podría explicar que ya no le pareciera tan mal que Bomper accediera a ir con ella a aquella gran demostración obrera y que a cambio, y aunque sólo fuera por distraerse, ella por su parte pensara que ir con él a aquel viaje no iba a ser una cosa tan mala. Él también le pidió que durante la reunión se pusiera un vestido azul marino con camisa blanca que le había comprado, y para no oírlo protestar también estuvo de acuerdo en eso. -En las nuevas causas sociales, el feminismo está tomando una relevancia importante, No sé si quieres ir a ese viaje con una feminista -dijo Debra mientras levantaba una pancarta echaban a andar con el resto de los manifestantes. -El feminismo no me preocupa. Cuando debo escoger un amigo o amiga, un trabajador o trabajadora, a alguien con quien establecer un compromiso, lo que me importa es estar con alguien con quien pueda confiar. Hay unos códigos que los hombres han establecidos durante siglos de dominación sobre las mujeres. -Al menos en tu concepción patriarcal del mundo concedes esa dominación. 30


-Por supuesto, a los hombres les tocaba ir a la guerra, y antes de que las mujeres accedieran al mercado laboral y al ejército, eso era así. No es ningún secreto. -Fue una imposición. Ahora nos estamos liberando. -Las mujeres estáis compartiendo los peores trabajos, los más sucios y penosos. No habéis entrado en el mercado laboral para llevar los papeles mientras los hombres hacen lo más pesado. Eso no es igualdad. -Podemos hacer todo lo que hace un hombre. -En los códigos para ser de confianza en ese mundo, el más importante es saber cuando tienes que guardar silencio. En eso las mujeres os parecéis a los adolescentes masculinos. Son ruidosos, protestan y cuentan cosas que no deben, hasta que aprenden esa discreción tan necesaria. Las mujeres tenéis fama de que habláis mucho, de que os gusta hablar y de que lo hacéis a toda velocidad. No es una broma, pero me hace gracia que te enfades por esto -ella se sintió ofendida, pero siguió andando. -¿Tú crees eso? Pues no es verdad. -El refrán dice, “secreto que digas a mujer, público ha de ser”. Es por eso que perdéis algunas oportunidades. Aquel tipo había leído demasiadas revistas neoliberales acerca de la naturaleza divina e intocable de la mujer. Los tiempos de la mujer en casa o en misa, estaban pasando y eso era un hecho. -No me interesan ese tipo de refranes. Podemos conseguir lo que nos propongamos, estaos más preparadas que los hombres, hay más mujeres en la universidad. El feminismo es imparable -le soltó mirándolo a los ojos-. Nadie nos va a seguir diciendo lo que tenemos que hacer. -Esto que te voy a decir te va a parecer más socialista de lo que soy. -Adelante. -A los hombres nos dijeron que si nos preparábamos y demostrábamos esfuerzo y talento, podríamos llegar a donde quisiéramos. No era verdad. El mundo funciona por enchufe, si no tienes a alguien que te coloque en un puesto de importancia, serás un universitario poniendo cafés en las cafeterías de un país extranjero. Y eso es lo que os están vendiendo ahora a las mujeres. Hay algunas oportunidades, pero si tu familia tiene una determinada posición tendrás oportunidades, si no es así, te cerrarán todas las puertas. Tú eres una chica lista y has estudiado arte, y sabes que es así. -Al final va a resultar que eres un comunista. Hizo una mañana de sol radiante y fue agradable la marcha con cánticos y charla pausada. La ciudad, como en tantos sitios del globo, había sido invadida por un espíritu soñador que buscaba la utopía, y cuanto más loca era la fantasía de un mundo sin amos crueles y egoístas, más crecía aquel sentimiento en las calles. Bueno, tal vez hubo algún mensaje de odio que sugería matar a todos los ricos, pero ellos no lo oyeron. Cuando no caminaban, se oían petardos y gritos aislados de “¡libertad para los presos!”, lo que también había formado parte de la escenificación en años anteriores, y parecía una exigencia personal para algunos. -La pasión por el conflicto -comentó Debra al ver uno de los grupos que gritaba con más determinación, Los grupos organizados paraban la circulación si era necesario, o se enfrentaban a algún conductor despistado que necesitaba pasar o esperar que la manifestación terminara de pasar por un punto concreto. Estos grupos gustaban de enfrentarse a ellos, y pateaban esos coches sin importarles nada. -Gente despistada -dijo Bomper, intentando excusar la actitud de los conductores que se enfrentaban a miles porque creían que era su derecho tener la vía libre. No se trataba de que a Bomper le importara demasiado aquellas imágenes de violencia, o temer que aquel hombre airado dentro del coche fuera a tener la mala idea de bajarse dando gritos. Se pusieron en marcha y dejaron atrás el incidente cuando intentó abrir la puerta y se la cerraron con una nueva patada. El resto del tiempo no hubo incidentes parecidos, hablaron de política y Bomper no quiso llevarle la contraria y se mostraba condescendiente con un pensamiento que le era hostil. 31


No resultó tan mal, y al final, Debra tuvo que reconocer que no se había sentido incómoda en compañía de Bomper. Al menos no había sido grosero al intentar desarmar su pensamiento feminista. Sería irreal creer que ella se había mostrado excesivamente radical porque deseaba dejar de gustarle, lo que a esas alturas ya era obvio. Baste decir, que a pesar de lo tarde que era y que los dos estaban deseando volver a sus casas para poder comer, aún se detuvieron para charlar un rato sentados en la escalera de piedra de un museo. Estaban encantados de haber participado de aquel evento. Introducirse en los intestinos de aquella serpiente líquida que discurría sinuosa por las calles, en busca de su propia intuición, del sentido de su lucha y del convencimiento y fortalecimiento de sus convicciones, para Bomper era una novedad, pero nunca había manifestado en el pasado que estuviera en contra de nada, ni de las luchas sociales, de los avances tecnológicos, ni del orden tan cacareado por la derecha, para que todo el resto avanzara. Es decir, tenía una confusión mental a la que no hacía demasiado aso, que no tomaba en serio, y no le afectaba demasiado en su vida cotidiana, y Debra se daba cuenta de ello. La había acompañado, eso no significaba nada, ni él intentaba llegar más allá en su convencimiento político. Era ese caso del votante que puede votar a un extremo o a otro sólo porque el candidato le resulte más o menos conveniente o elocuente. Ya había nadado entre aguas en otras ocasiones, por así decirlo. Muchos de los que iban a esas manifestaciones gustaban del reconocimiento de sus jefes, y en las empresas en las que trabajaban no se comportaban con la lógica consecuente del activista político, al contrario, se dejaban llevar por sus conveniencias. Él lo sabía y no estuviera tan incómodo en aquella manifestación, ya había estado en ella otras veces, cuando era más joven. -Menos mal que nos sentamos un momento, tengo los pies hinchados -dijo Debra frotándose los tobillos. -¿Te duelen? -No es nada, ya me ha pasado otras veces -respondió sin mirarlo-. Ya me encuentro mejor. ¿Te has sentido menos exigente hoy? -¡Qué quieres decir? -Siempre somos menos exigentes con la familia. Tienes que ver a los trabajadores como tus hermanos. El culto al trabajo y la falta de piedad, fueron los pilares del fascismo. -Yo no soy fascista. Eso fue un desastre -dijo Bomper, y en su semblante expresó que le preocupaba que ella pudiese pensar eso, o que lo hubiese dicho por ofender-. -En cierto modo formas parte de un sistema que necesita gente pobre que acepte los peores trabajos con cualquier salario. Eres parte de la cadena. El idealismo de Debra era más propio de una adolescente, eso le hacía pensar que dentro de ella, esa adolescente aún existía. Sus sueños no habían muerto, sus ilusiones se conservaban, la utopía de un mundo más justo aviva ese fuego cuando los que sufren esas injusticias son los encargados de trasmitirlas. -Trabajo por un salario, igual que tú. Y si la empresa cierra estaremos en una situación parecida. -Es bueno que pienses así, porque he visto a muchos que creían que encontrarían trabajo pronto porque su trayectoria los avalaba como buenos siervos del sistema, y deambulan por la calle dependiendo del seguro por desempleo. Los problemas de este mundo los genera la gente que quiere ser importante, y cuanto más importante quieren ser, más crueles y sin piedad se vuelven. Entre la impresión que le había causado al aceptar acompañarla, no estaba la del intransigente que votaba a los neoliberales, había en él un exceso de comprensión que no le cuadraba. Tal vez por eso, los trabajadores a los que mandaba, con excepción de alguno con el que podía tener pequeños problemas, lo tenían por un jefe blando o con poco carácter. Trataban de evitar sus reprimendas y algunos se ausentaban por motivos familiares cuando barruntaban que algo iba mal y se avecinaban los problemas, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Era una forma de aclararle a los poderosos que sin la colaboración de los trabajadores nada funcionaría como esperaban, ni por muy violentos que se pudieran. Eso no restaba ni un ápice de importancia a las luchas obreras, y Bomper al llegar a 32


casa, y a pesar de todo, lamentó haber olvidado preguntarle a Debra si su compromiso seguía en pie y lo acompañaría en aquel viaje. Por increíble que pareciera, sobre todo llegando desde un jefe con un cierto prestigio entre sus superiores, la idea de poner a una anarquista, o tal vez comunista, o lo que sería peor y también cabía que fuera, una nihilista, en el edificio de la administración de una cadena de hoteles, era algo, como mínimo, realmente atrevido. Pero, ella no asistiría a la reunión, podría esperarlo en al cafetería y comprobar por ella misma las diferencias con su puesto de trabajo, y por lo tanto, podía ser atrevido, pero no grave. Lo acompañaría porque se había comprometido a hacerlo, pero tan incómoda en medio de todos los pingüinos, tan desagrada por su forma pretenciosa de expresarse, que terminarían por discutir en el viaje de vuelta. Pero lo peor no era no encajar en un mundo de trepas, eso no le importaba, lo peor fue saber que aquella reunión era para preparar a los jefes frente a una reducción de plantilla. De nuevo los despidos, de nuevo las tragedias familiares y las empresas facturando más con menos. El año siguiente subirían sus beneficios con menos empleados y menos clientes. ¿Cómo era eso posible en medio de una crisis financiera?

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A favor de la luna

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1 A favor de la luna Nadie debería haberlos interpretado mal por quedarse hasta la madrugada escuchando música, bailando y bebiendo, pero los vecinos, hoy, no suelen entender estas cosas, y entonces tampoco. Todos vivimos en un estado de confusión cuando anteponemos nuestras costumbres, a intentar comprender las circunstancias de otras personas que se comportan de forma extraña. No se trataba de provocar un altercado cada vez que subían a protestar. Al contrario, se mostraban comprensivos y bajaban un poco la música, pero la fiesta continuaba de una u otra forma. A la pérdida de energía natural después de una edad, a Ethan su última separación lo había dejado deprimido. Hubiese necesitado mucho más que imaginación y sentirse muy fuera de su mundo, para no aceptar que el tiempo pasaba por él con la agresividad una máquina trituradora. Esa era la diferencia sustancial entre él y el resto de su nueva familia, que al fin, era la de siempre. Lejos de toda incomprensión, no le hizo falta dar demasiadas explicaciones a sus dos hijas, al fin y al cabo no era tan extraño que hubiese puesto tanto interés en rehacer su vida después de que su mujer fuera internada. Jordis era el marido de su hija mayor, Jolene, y le había dicho, intentado animarlo, que aquella chica no sabía lo que se perdía y que era demasiado joven para él. Jolene había aceptado, primero que su hermana viviera con ella, y ahora, de forma transitoria, ayudaba a su padre durante su separación, no quería dejarlo solo en un momento así. Desde siempre, ellos habían entendido que era normal que después de un divorcio las parejas siguieran con sus cosas, el problema era que su padre no se había divorciado y cuando iban a visitar a su madre ni siquiera los reconocía. El mundo cambiaba y la forma de ver estas cosas era mucho más abierta, pero en su caso, todo resultaba mucho más complicado. Ya no era cuestión de aceptar nuevas costumbres, las chicas no podían hacer planes a largo plazo con Ethan, porque para él Milenia seguía siendo su mujer, aunque ya hubiese fallecido. Todo está permitido si no se vulnera la ley, le decía Jolene a su marido. Jordis la miraba con incredulidad. -Debiste estar en el entierro de mamá -dijo Jolene-Era lo más parecido a un viaje de novios. El primer viaje en pareja, llevábamos mucho tiempo aplazándolo, y estábamos tan lejos que no me hubiese dado tiempo a llegar de vuelta. Además, se me hacía muy cuesta arriba ver a sus padres, o que ellos me miraran con reproche -le respondió su padre. Jolene siempre lo había admirado, no se lo tenía en cuenta, aunque lo notaba cambiado. Siempre había sido alegre y les había contagiado esa alegría a ella y su hermana, pues durante mucho tiempo, cuando las cosas se pusieron difíciles, tener una persona así cerca, había sido más de lo que podrían haber esperado. O bien, la vida terminaba por volverlos a todos tristes y cansados, o finalmente, lo que parecía también creíble, las desilusiones habían terminado por vencerlo. Era su padre, estaban atadas a él de por vida, pasara lo que pasara, hiciera lo hiciera, siempre estarían ahí cuando a él le 2


hiciera falta, y viceversa. Era algo más que un compromiso, más que un juramento, eran lazos de sangre. Cada familia del bloque sindical tenía sus propios problemas, sobre todo las familias sin estructura fija, es decir en las que los padres cambiaban sin motivo aparente, y luego estaban aquellas en las que los hijos adolescentes daban problemas con la policía, esos si que eran ruidosos. Así las cosas, no podían acusarlos precisamente a ellos, de ser los vecinos más molestos. Si bien, era cierto que los vecinos del piso de abajo eran seres religiosos, contemplativos y trabajadores, y no querían importunarlos gratuitamente. En una ocasión habían simulado un ataque de ansiedad de una señora mayor, una abuela que no podía dormir, para llamar a la policía sin que de aquel movimiento inesperado pudiera desprenderse que ellos estuvieran poniendo la música tan alta, aunque ese fue el motivo que alegaron para hacer llegar hasta allí a aquellos señores de uniforme. Ellos se limitaban a bajar la música, oírlos protestar en la escalera y permanecer a la espera, haciendo creer a todos que no se enteraban de nada. La policía subía a preguntar, hablaba con ellos pidiendo un poco de concordia, pero no podía tampoco argumentar que fueran unos escandalosos o que se dedicaran a provocar sin sentido. La hermana pequeña de Jolene era Helinda, nunca había sido la preferida de sus padres, y realmente era difícil luchar contra la disposición y el carácter práctico de su hermana mayor, eso gustaba mucho a los adultos cuando las iban juntas a primaria. Siempre era Jolene la que se ocupaba de ella y le recordaba que debía llevar sus libros o la considerarían una rebelde, aquella situación de dependencia derivó con el tiempo en una afición desmedida por el alcohol, y eso era lo único que hacía que no le importara el mundo tan responsable, en el que se movía Jolene. La diferencia entre las dos no se empezó a ver pronto, es decir, que hacían las mismas cosas, andaban con chicos, bailaban, bebían y se reían, pero Jolene sabía parar a tiempo. Eran inseparables hasta que Jolene conoció a Jordis, entonces, durante un tiempo dejaron de verse, y eso acentuó la afición por el alcohol de la hermana pequeña. En el tiempo que Ethan se acopló en la habitación que quedaba libre, Helinda tenía veintidós años y su hermana, dos años mayor que ella, ya no podía decirle lo que tenía o no tenía que hacer con su vida, aunque le doliera que la estuviera echando a perder de aquella manera. Las dos hermanas habían discutido en el pasado alguna vez, por fortuna la dos eran de poca estatura y masa corporal débil, y en ningún momento se golpearon aunque estuvieron tentadas de hacerlo. La sala de estar era grande, podían sentarse separados, una mesa en el centro y sitio suficiente para bailar. La primera noche, a Ethan le costó reducir su timidez y entrar en aquel lugar, pero las noches siguientes ponía bocadillos y cervezas sobre la mesa, mientras Helinda ponía un disco de Pink Floyd. Bajaban las persianas y ponían la luz tenue de una lampara de pie. Bailar a Pink Floyd, o algunas cosas psicodélicas parecidas era lo que más le gustaba a Helinda, y a veces Jordis y Jolene se sumaban a ella y movían los brazos como si hubiesen tomado algo más fuerte que la cerveza, o el ron que Helinda guardaba en su habitación. Desde el edificio de enfrente hubiesen imaginado algo más excitante de lo que en realidad sucedía, si hubiesen visto las sombras de las chicas bailando a través de las cortinas, pero al cerrar las persianas aún les resultaba todo mucho más misterioso y prohibido. -¿Esto os divierte? -le preguntó Ethan a Jordis que tampoco parecía especialmente animado. -Fue idea de Jolene. Helinda salía todas las noches. Le dijo que era lo mejor mientras le duraban las vacaciones. En vez de salir, la convenció para hacer la fiesta en casa. Creo que terminarán aburriéndose, o cambiando la música por la tele. El vínculo que unía a aquella cuatro personas tenía que ver con no tener más familia, y eso los llevaba a ser capaces de reunirse, porque, parecía que Helinda y Ethan eran dos solitarios aunque estuviesen luchando contra eso. Helinda, sobre todo, no era capaz de conservar sus novios, se aburría de ellos rápidamente, y Ethan, escogía a mujeres jóvenes que terminaban dándose cuenta de que vivían en una relación sin futuro. Después de bailar “psidélicamente” (si esa forma de bailar existe), Helinda volvía a su habitación medio borracha y lloraba profusamente ahogando el sollozo 3


en la almohada. Una noche, la hermana pequeña, le dijo a sus familiares que iba a hacer una performance artísticodeportiva. Como, en otro tiempo, había realizado ejercicios gimnástico con diferente resultado, era posible que hubiese conservado alguna de esas habilidades y todos prestaron atención con curiosidad. Ella misma lo preparó todo en un momento, moviendo muebles y generando espacio al pedirles que se cambiaran de sitio. Sus movimiento no eran refinados pero la intención de la pirueta era reconocible. Todos adivinaron que aquello iba a ser arriesgado y se pusieron aún un poco más lejos de lo que ella les pidió. Aparte los cuadros de la pared, no existía ninguna otra cosa que pudiera molestarla o que fuera un riesgo, si algo no funcionaba como se esperaba, ni siquiera el aparato de música que se encontraba en la otra esquina de la habitación. No existió en esos primeros instantes ninguna inquietud al respecto, al menos hasta que Jolene se dio cuenta de que a su hermana el aliento le olía a ron. Al igual que su padre, a Helinda le gustaba hacer las cosas bien, y puso todo de su parte para seguir el proceso que ya le era conocido de otro tiempo, al seguir la música de Rachmaninoff: piano concerto no. 2 op.18, con cierta gracia. No resultaba impecable, pero sus movimientos eran graciosos. Eso también lo había heredado de su padre, que había sido un notable bailarín en su juventud. No hizo una larga presentación, se limitó a decir que se trataba de un trabajo de ejercicios que realizaba durante sus años de atleta y que esperaba no tenerlos muy oxidados; todos supusieron que se refería a la memoria, pero también al estado de sus músculos y huesos. Lo más importante de su exposición era no intentar impresionar, sólo se trataba de mostrar una de sus habilidades, tal vez, porque necesitaba un poco de reconocimiento, una palabra de ánimo o sentir un poco de afecto. Según lo que Jordis había oído acerca del tema, en su tiempo, Helinda había sido bastante buena haciendo ejercicios gimnásticos, Y pudo comprobarlo apenas ella pasó de su baile artístico a ponerse cabeza abajo sobre sus brazos, primero apoyando los pies en la pared, y luego separándose hasta quedar en equilibrio. El equilibrio no era lo que tenía más dominado en aquel momento, así que volvió a apoyarse en la pared. Hacia la mitad del ejercicio, se había sentado en el suelo y había abierto las piernas totalmente estiradas a ambos lados del cuerpo, entonces se inclinó y apoyó su cabeza sobre una de sus rodillas. Hizo otros movimientos que demostraron que conservaba la elasticidad de su cuerpo, y al acabar todos aplaudieron y ella salió corriendo hacia su habitación totalmente turbada. -Y bueno, aquí se acaba la velada -dijo Ethan mientras se levantaba para retirarse. -Pues si que lo hace bien -añadió Jordis mientras se levantaba. -Llevaba más o menos cinco años sin ejercitarse. Es increíble que conserve esas capacidadesJolene no intentaba ser amable, estaba realmente sorprendida. Encendió un pitillo y se acomodó en el sillón. Entre todas las mujeres que había conocido, Jordís tenía que reconocer que Jolene era la más sensible y difícil de entender. Por eso cuando vio que no lo acompañaba a la habitación, se puso el pijama y volvió a buscarla, porque sabía que algo le pasaba. Posiblemente había algo dando vueltas en su cabeza que a él le quedaba muy lejos en aquel momento. Podría ser una gran madre pero no quería tener hijos, y él imaginaba que eso se debía a que quería evitarles el dolor de existir, sin considerar que la vida misma era o no, la compensación. No era precisamente un pensamiento alegre pero eso era lo que pensaba que se desprendía de su forma de actuar. A pesar de no ser una experta bebedora como su hermana, se había servido un poco del vino que sobrara de la cena y apuraba su pitillo como si disfruta de un placer nuevo en cada calada. Había puesto el disco de Stand by me, tan bajito que apenas podía oírse en la habitación contigua y, sin embargo, los vecinos le volverían a decir a la mañana siguiente que ellos sí lo habían oído. A esa hora, todo el día pesaba sobre sus hombros, aunque no hubiese ninguna actividad especialmente física. Se recostaba sobre el sillón de una forma que cualquiera pensaría que su fatiga era una enfermedad. -¿Te encuentras bien? -preguntó Jordis. 4


-Si, estoy bien. Es sólo que los días pasan demasiado rápido. -Pareces deprimida. Cuéntame lo que te pasa -insistió preocupado intentando provocar una reacción en ella al sentarse a su lado y dejar que apoyara la cabeza sobre su hombro-. Tus pensamientos se han ido muy lejos... Ella estaba convencida de que podía contarle lo que fuera que él lo encajaría con cierta elegancia, por muy grave que fuera, podría encontrarle un sentido, interpretarlo para ayudarla. Pero no era nada tan grave. -Es que no quiero que nada cambie. Me asustan los cambios, necesito tiempo para asimilar todo lo que me pasa y sé que Ethan se marchará, y tal vez Helinda, también lo haga un día, pero me necesita tanto... -La vida nunca permanece igual. Tendrás que acostumbrarte a eso. Lamento de verás que sea así, pero no se puede luchar contra el destino de cada uno. Hay cosas que van a suceder, da igual si nos oponemos a ello. Siempre ha sido así, ¿no? -insistió en una idea antigua de la que ya habían hablado en otras ocasiones. -Además está la noche. Al llegar esta hora, justo antes de dormir, me siento inquieta. Supongo que le pasa a mucha gente. El miedo a que todo se pare, a los fantasmas de los errores del pasado y del presente. A lo que estamos haciendo mal sin darnos cuenta. Antes de dormir, a veces, siento miedo y te necesito más que nunca. Normalmente, a aquella hora de la noche, Jolene debería caer dormida en pocos minutos en cuanto se metiera en cama, pero no siempre. Había noches que se le negaba el sueño, pasaban los minutos sin encontrar el momento de descansar. Una hora después se levantó a orinar, Jordis estaba dormido, la casa en silencio y no quería volver a la cama. Era un momento que la invadía sin planearlo y del que deseaba escapar, por eso se puso ropa de deporte y zapatillas para salir a correr. A veces solía salir con Jordis a correr de noche, no era tan extraño, pero esa noche, por primera vez lo iba a hacer sola. Cuando estuvo preparada, comprobó que todo seguía en absoluto silencio y quietud. Por una inercia salvaje, algo que llevaba en su forma de ser, vació los ceniceros y recogió los platos del salón para dejarlo en el fregadero, después abrió la puerta de la calle y salió. No cogió el ascensor, bajó las escaleras corriendo y nadie la vio. Ni siquiera el vecino que sacaba al perro por la noche estaba en la calle. Luego observó a un lado y a otro, y se dio cuenta de que no llevaba música, lo que creyó que sería lo mejor para no distraerse. Sus pasos no eran seguros en los primeros minutos de la carrera, le temblaban las rodillas de manera desacostumbrada. Llevaba consigo un sentimiento de culpa del que no se podía liberar, aunque correr la ayudaba. En otras ocasiones se había sentido eufórica y emocionada al poder salir por la noche a correr y creer que era la solución a su insomnio, parcialmente comprobaba que al llegar de vuelta a casa podía dormir, pero ya no siempre daba resultado, y cuando eso pasaba, la solución se convertía en un martirio el resto del día. No se trataba de que la visión nocturna no fuera atrayente, de que no se dejara cubrir por las luces de la avenida o de que la vuelta a la manzana no fuese suficiente para una carrera que la hiciera sudar y quedar sin aire al estar de vuelta, todo se reducía a si, en esa media hora, era capaz de reducir la agresividad de su inconsciente. A Jolene la inquietaban sus peores recuerdos, pequeños errores convertidos en remordimientos, cosas a las que otras chicas no le daban importancia. Chicos con los que se había divertido indebidamente y no había vuelto a ver, amigas a las que no había ayudado como se esperaba de ella, la prisa por empezar cosas que no había acabado, no haber pasado más tiempo con su madre antes de su enfermedad; ese tipo de cosas iban y venían por su cabeza como un torbellino. Reconoció la figura de su padre en la puerta de su casa cuando aún faltaba un buen trecho para llegar. Decidió mostrar su mejor imagen, nada de preocupaciones. Pero no podía sacarse de la cabeza todos sus miedos, su hipocondría y aquella sensación de estar muriendo cada vez que se metía en cama. Y no, no iba a habar de eso con él, ni siquiera cuando la miró y le preguntó, ¿tú tampoco puedes dormir?. -Somos seres nocturnos, a veces me gusta quedarme a ver películas por la noche. Jordis es 5


diferente. Además, él tiene que trabajar, se le acabarán las vacaciones muy pronto; en unos días. -No parece haber haber disfrutado mucho de sus vacaciones -dijo Ethan, intentando que no sonara como una pregunta. -No, no mucho. Pero se entretiene con cualquier cosa. -Espero que no haya sido por mi culpa. He llegado en el peor momento. No esperaba que todo sucediera tan rápido. Ella cogió sus maletas y salió corriendo. -Te gustan muy jóvenes. Te lo he dicho otras veces. -Tal vez, porque no me hago planteamientos a largo plazo. -No es que seas un hombre inseguro. Helinda y yo, nunca te vimos así. Pero a tus parejas no les ofreces tanta seguridad como a nosotras. -Debe ser eso -respondió mirándola como si no lo hubiese pensado así con anterioridad. Ethan recordó a su mujer, como había celebrado cada paso en su relación que significaba un nuevo compromiso. La decisión de tener hijos, de comprar un apartamento y de que Ethan se quedara cada día en al oficina a hacer horas para poder pagar todo lo que ellas necesitaban. Retenía en la memoria cada vez que la había visto feliz, antes de la enfermedad. Pero no quería pensar en eso, la gente moría cada día por diferentes motivos, la vida tenía que seguir ofreciendo momentos para celebrar, que hicieran que mereciera la pena seguir teniendo sueños. Mientras Jolene se duchaba, se fue a su habitación y se tumbó vestido sobre la cama. Ella ya no intentaría dormir, se vestiría y en cuanto se hiciera de día saldría a comprar. Ethan se quedó dormido sobre las mantas, sin descalzarse ni sacarse la chaqueta, sin darle tiempo al sueño. 2 La marquesa calva Ningún hombre que pasa de los cincuenta, que se separa, divorciado o viudo, es decir, de nuevo intentando plantearse su vida, lo tiene fácil para ser apreciado por algún mérito personal, además de su cuenta corriente. Ni siquiera los escritores, los artistas más populares o los que presumen de sus títulos nobiliarios, pueden evitar ser vistos con la lástima con la que se ve a los ancianos, si en esas circunstancia de la arruga, intentan parecer más jóvenes de lo que son. Tal vez por eso, a Jordis la presencia inesperada de Ethan le pareció algo patética. Lo que intentaba, era que, al menos, no se le notara. No lo conocía lo suficiente e intentaba hablar con él para conocer como pensaba, pero sabía como se había conducido en los últimos años y cuanto lo habían necesito sus hijas, sin que él estuviera, pero lo había excusado pensando que no siempre se puede hacer lo que se espera de nosotros. Al contrario de lo que él había pensado, aquella forma de conducirse no respondía a la necesidad de seguir viviendo, a pesar de todo lo que se nos puede venir en contra; al fin y al cabo, eso le podía pasar a cualquiera. Más bien le parecía, después de un tiempo viviendo en la misma casa, que era un hombre a la deriva, que se dejaba llevar y que no tenía ningún plan ni necesidad de organizar su futuro de una forma concreta. -¿Te vas a quedar mucho tiempo? -preguntó Jordis- Ellas quieren que te quedes. -No puedo, lo saben. Debo seguir con mi vida. No quiero depender de nadie, a pesar de la soledad. En mi situación soy muy vulnerable, y es tentador, pero no sería práctico. Se refería a su necesidad de tener su propia casa, con cierta urgencia. No tenía ni la menor idea de si eso iba a ser cerca o lejos de sus hijas, ni siquiera era capaz de adivinar, en aquel momento, si iba a seguir en aquella ciudad. Pero ellas tampoco lo sabían y como ya había sucedido otras veces, no le iban a preguntar. Nunca había rehuido sus responsabilidades, aunque a Jordis se lo pareciera, y él se 6


lo notaba. Lo sentían como un reproche en cada comentario inocente, era demasiado sensible a esas cosas y no le ayudaba a devolverle la confianza. Los rasgos de su cara se habían vuelto duros, tal vez porque ya no podía esperar tanto de la vida como unos años antes, y porque cada día se convencía más de haber perdido las mejores oportunidades de ser lo que quería. -Esa chica te ha dejado muy tocado -dijo Jordis refiriéndose al desamor-. Tenía que ser muy hermosa. -No soy el tipo de hombre que se deja seducir por una jovencita. Hubo otras antes que ella, pero sí, esta, por algún motivo relacionado con mi edad y mi desbocada melancolía, me pareció especial. Quise que os conociera, pero ella presentía que lo nuestro no iba a durar y no quiso complicarlo más. -No me das pena. No me gusta que te creas un mártir. No lo digo con acritud. -Te entiendo. Tú y yo tampoco nos conocemos tanto. -Hay otra cosa que te quería decir. Deberías prestarle más atención a Helinda, ella no está muy bien. -Hay cosas que no hago porque no creo que deba. No me siento con la fuerza necesaria para decirles a mis hijas lo que tienen que hacer, si lo hiciera, me lo reprocharían. Sólo puedo esperar que me pidan ayuda. Y tú no deberías tampoco, si no estás seguro de que a Jolene le parece adecuado, no le gusta que nadie interfiera. Después de aquella conversación, a Jordis, nada le había sonado convincente. No había sido una conversación cómoda, de hecho, aún sin haberlo mencionado, se había tratado de un reproche. Estuvo a punto de decirle algo más y de como había llegado a aquella situación en la que no podía ayudar a nadie, ni nadie deseaba que le ayudara. Algo así tiene que ser horrible. Sólo podía desaparecer y seguir con su vida, y algunos meses después mandar una postal con las vistas de una cala en algún pueblo marinero francés, o algo parecido. Jolene era el vivo retrato de su madre y Ethan podría pasarse horas mirándola en silencio. A veces le asustaba aquel parecido, porque deseaba seguir viviendo cerca de ella indefinidamente, y de pronto volvía a la realidad, y empezaba a hacer planes para alejarse de sus hijas lo antes posible. La vida se había convertido en una tragedia en poco tiempo, pero, ¿a quién no? ¿quién podía decir que no le hubiese pasado lo mismo con el paso de los peores años? Pero no iría al médico mientras no se encontrara mal, a pesar de los consejos de todos. No iba a desmayarse ni a montar ningún numerito, si podía evitarlo. Tal vez el día que tuviera que ver a un médico porque le doliera algo, ese día, iba a ser demasiado tarde. De hecho, ya le parecía que después de los sesenta era demasiado tarde. Se sentía como un anciano porque en cierto modo, ya pensaba como ellos. No había tiempo para nuevos sueños, para planes o estrategias, la botella estaba casi vacía. Él era el resultado de la vida que había llevado, y no estaba enfadado con Jordis, pero no le había gustado aquella conversación, ¿sería tan insensible? Era como si la hubiese llevado preparada. Como si supiese lo que le tenia que decir y estuviese deseando soltárselo. No, no había sido muy elegante por su parte portarse así con un invitado. Si Jolene le hubiera pedido a su hermana su opinión sobre Jordis, posiblemente se hubiera llevado una sorpresa al no poder quitarle una palabra al respecto; era tan discreta como buena bebedora. No le gustaba mezclarse en asuntos ajenos, y nunca juzgaba, y en cuanto a lo de buena bebedora, no sólo me refiero a que le gustaba beber en abundancia, sino que sabía como hacerlo sin ser inoportuna, esperando en momento en que no pudiera molestar a nadie, o si lo hacía a media tarde, moderando lo suficiente para que no se le notara más de la cuenta. Pero hubiesen existido razones de peso para que Jolene le hubiese hecho aquella pregunta, y eso era debido a que ya no se sentía tan enamorada de él como al principio, lo que, si hemos de decirlo todo, siempre le había pasado con sus parejas cuando llegaba a conocerlas lo suficiente. Antes de que hubieran pasado dos años de relación, empezaba a tener dudas acerca de sus buenas intenciones y si era mezquinos en su trato con los demás, no soportaba a esos que se pasaban de listos. Posiblemente no fuera más que una expresión de sus propias manías, pero le bastaba notar aquella falta de generosidad al hablar mal de 7


otros, de sus exparejas o de antiguos amigos y conocidos, para que necesitara perderlos de vista. A Jordis le bastó verla volver de la compra y que Helinda y Ethan hubiesen salido, para ponerse cariñoso; justo lo que ella no necesitaba en aquel momento. Esperaba que la ayudara un poco con la comida, después de todo, él no cocinaba mal, pero en aquella situación la fue llevando a la habitación y a fue desnudando beso a beso, sin que ella apenas pudiera evitarlo. Ella recordó que cuando conociera a Jordis, esa forma de encenderse imparable, ese deseo desmedido y ciego, había sido una de las cosas que más le gustara de él, y con el paso del tiempo todo había cambiado hasta el punto de sentir lo contrario. No quería hacerlo en aquel momento, no le apetecía y lamentaba que él no lo entendiera. Se resistió todo lo que pudo, pero al final, el terminó jadeando y ella muy enfadada por lo que acababa de ocurrir. -¡Maldita ses Jordis! ¡Es que no eres capaz de controlarte? En otro tiempo hubiese sido un halago que él sintiese aquella pasión, aquel desenfreno primario, por ella. En otro tiempo era una señal sincera de cuánto la deseaba y todo lo que estaba dispuesto a ceder por tenerla, pero ya no. -Tu padre me ha dicho que se irá pronto. Es un tipo cojonudo -mentía a sabiendas, intentando ocultar que aquella situación no le agradaba. No le gustaba Ethan, aunque en lo de si se iría o no, todo apuntaba a que era lo más probable. No era el mejor momento para ponerse a hablar, pero Jolene empezaba a pensar que ese día nadie tenía intención de comer, así que el que llegara primero que empezara a desempaquetar la compra. Si preguntaba a Jordis acerca de aquella situación familiar y de lo que los había llevado hasta allí, no era tanto por saber lo que pensaba, sino como se sentía. El intentaba no diferir mucho en una versión sobre otra y ella lo miraba con precisión porque no le creía siempre. Las contradicciones se sucedían y ella, en eso, era implacable, no se le escapaba una. -Pero si hace un momento has dicho que te caía bien... -Bueno sí, pero estoy un poco cansado y me gustaría que las vacaciones fueran otra cosa. Empezaba a pensar que había perdido demasiado tiempo con él, y que no era como había pensado. Intentaba no apartarse demasiado de sus sentimientos cuando dormía poco, así que lo emplazó para que hiciera la comida y dejara la cama vacía porque quería dormir. Él hizo todo lo que le pidió sin rechistar. Lo que más le hacía sentirse tan odiosamente obediente era la forma en que ella proponía las tareas, lo hacía sentirse culpable. A los pocos días de la llegada de Ethan comprendió que todo se podía complicar aún más, y el necesitaba simplificar su relación. No era un deseo muy inteligente, dejarse llevar por el deseo casi nunca lo es. Se trataba de que se sentiría más dueño de sí, lo que sucedería cuando los dos pudieran estar al fin solos, en una relación estrictamente de pareja. No se consideraba anticuado por eso, era una cuestión de orden sentimental; si nada distraía a Jolene, pensaría más en él y volvería el amor tal y como lo habían conocido en el principio. En aquella situación, todo lo hacían con prisa a escondidas, las conversaciones se cortaban de pronto, las iniciativas duraban poco, los planes se truncaban. No había ocasión para la intimidad, para poder comprender abiertamente lo que pensaba el otro, y una vez mas, Jolene le decía que eso era demasiado pedir para una pareja que procedía de la clase trabajadora, pero él no la creía. Empezaba a llover justo cuando sonó el timbre, Jolene llevaba una hora durmiendo, aproximadamente. Jordis apagó el fuego de la cocina y se dispuso a abrir. Se trataba de la inesperada visita de la vecina de abajo, la misma que solía quejarse del ruido, pero en esta ocasión no se trataba de eso. No resultó muy fiable su discurso, pero en resumen había discutido con Helinda en el aparcamiento del centro comercial. Siguiendo los consejos de su hermana, Helinda había dejado de frecuentar a los chicos de los soportales que la invitaban a cerveza, pero ahora se dedicaba a ayudar aparcar en los estrechos márgenes de aquel aparcamiento, sólo pedía a cambio un poco de comprensión y una propina. Jordis no tardó en cerrarle la puerta y le dijo que hablarían con ella y que ellos eran los más interesados en que dejara de hacer aquello. Helinda no había entendido muy bien 8


su parte del compromiso de convivencia, si deseaba vivir con ellos, tendría que intentar hacer cosas menos radicales. También en eso Jordis parecía un poco desorientado. Helinda, una vez más, hizo caso omiso de las advertencias de su hermana. Esa noche llegó con unos discos de The Cramps, a los que acababa de escuchar en la radio. y que le habían vendido baratos de segunda mano. Todos la miraban extrañados, como si sintieran que no le importaba nada lo que pensaran. -¿Qué? Se quita un dinero aparcando coches, ¿Qué creíais? En un instante, pasaba de ser la pequeña desafortunada que todos querían mimar, a la impertinente capaz de golpearlos sin importarle el daño que podía causar. No se trataba de un desafío, para ella no era tan raro intentar sacar un poco de dinero de forma fácil, y le daba igual lo que pensaran los vecinos. Puso la música y se sentaron a cenar. Se sentó al lado de Ethan, estaba feliz de tenerlo cerca aunque fuera por unos días. Le puso la cabeza en el hombro dejando atrás los recientes reproches. Una bandeja de ensaladilla rusa y un plato de albóndigas y carne empanada, era cuanto los separaba de Jolene y Jordis, sentados enfrente. Ethan alargó el brazo y sirvió a Helinda, después se sirvió él y le pasó la fuente de ensaladilla a Jolene. Delante de los ojos de Jordis había una botella de vino tinto y se dispuso a abrirla, la tomó con seguridad y pulcritud, esa era una señal más de su obsesivo estatus, del convencimiento de que había dejado de ser un joven que vivía el momento, y se había convertido en un trabajador responsable, tal vez cabeza de familia, y sólo tal vez, porque a él le gustaba pensar que así era, pero la situación se volvía tan complicada que prefería no mostrarse como tal. Flotando sobre las paredes, había unos reflejos y brillos, de una mantilla que en otra ocasión también comprara Helinda, y que colocada estratégicamente sobre la lámpara, se movía con la corriente de aire al abrir la ventana, haciendo aquel efecto sobre las paredes. -Quiero excusarme contigo Helinda. No debería haberte reprendido por aparcar coches, ya no eres una niña. Necesitas tu dinero, lo sé -dijo Jolene mientras sostenía el tenedor en el aire-. Me he portado como una idiota. -No digas eso. Eres la hermana mayor. Toda la vida te has comportado como una madre, lo entiendo. -Nunca podré sustituirla. Por todo lo que hizo por nosotras nunca pudimos compensarla. -Vuestra madre fue muy valiente. Por lo que a mi respecta, sabéis que nunca podrá olvidarla -intervino Ethan-. Lamento que por intentar seguir con mi vida, a veces, pueda parecer otra cosa. -Sé que podéis estar pensando en hacer vuestras vidas lejos de mi. Y no quiero que eso suceda, tanto tú, Helinda, como Tú Ethan, deseo que me acompañéis, porque hay un motivo que debo anunciar. Se trata de algo que tiene que ver directamente con Jordis, y que no he hablado aún con él. Querido, creo que debemos separarnos -dijo dirigiéndose a Jordis-. He preferido decírtelo así, porque creo que es la única forma de que entiendas que es una decisión muy meditada, y que estoy decidida a ello. Además. Tú y yo, lo hablaremos más tarde con más pausa, pero quería que ellos lo supieran por si estaban planeando abandonarme cuando más los voy a necesitar. -Me parece que me he quedado fuera de juego. Es una putada, una solemne putada, ¿qué que esperabas que dijera? ¿Amén? Jolene se mostraba compungida, pero tal vez Helinda reía por dentro, o Jordis sólo lo imaginaba. Se consideraba motivo de mofa por como se acababa de desarrollar aquella escena. Intentaban seguir comiendo, pero estaban a la expectativa. Ethan cayó e la cuenta de que Jordis apenas había probado bocado y ya no lo haría, no dormiría o si lo hacía con el estómago vacío se pondría malo. -No es eso Jordis. Es un paso que debimos dar hace tiempo. Me gustaría que lo entendieras y me apoyaras. -¿Cómo puedes decir eso? Yo no creo en las parejas que se separan y dicen que siguen siendo amigas, eso sólo puede pasar si no hubo amor. Si amas a alguien y te deja tirado, es una traición de las más grandes. -Tienes que entender que para mí también es doloroso. Pero si ya no te quiero será por algo. 9


-No me juzgues. He dado todo de mi. -Éramos muy jóvenes. Nos dejamos llevar. Ahora nos conocemos mejor. Era una relación de juventud, sin futuro. -Tienes razón. Tú tampoco eres tan especial. Nunca serás tan refinada como pretendes. -¿Cómo puedes decir eso? Al menos a partir de ahora no tendré que besarte con náuseas. Ya no necesitaré la ginebra al acabar para sacar de la boca el regusto amargo de tu lengua. -Creo que e voy a tomar el aire. No puedo seguir aquí. Este aire es fétido. No voy a pretender que todo es muy normal como tu deseas. No voy a darte ese gusto. Creo que ha quedado bastante claro. Jordis no volvió aquella noche. Ni aquella ni ninguna, ni ella lo deseaba, pero estuvo preocupada por si le había pasado algo. Unos días después le dijeron que estaba viviendo con un amigo. Durante toda la noche se dedicó a dar vueltas sin poder quitarse de la cabeza lo que acababa de ocurrir. Pese al mal tiempo, había dejado de llover y no hacía tanto fría como las semanas anteriores. Funcionaban los salones de juegos a esas horas, y estuvo echando unas monedas en las máquinas frutas. Le salió un premio moderado, como si alguien en alguna parte pretendiera animarlo. Conocía un lugar cerca en el que podría beber cerveza, no le apetecía ninguna otra cosa esa noche. Podía ir a una pensión e intentar dormir, pero se dio cuenta inmediatamente, de que sería un error encerrarse entre cuatro paredes para seguir dándole vueltas a lo mismo. Si cualquier persona, en un momento así, le hubiese pedido un poco de buena voluntad y comprensión con la situación vivida, se hubiese dado media vuelta y la hubiese dejado con la palabra en la boca. Para Jordis se había tratado de una mezcla de sus malas decisiones y de algo de mala suerte. Y así iba a seguir siendo su vida en el futuro si seguía dejándose llevar por su instinto al elegir una pareja, y no hacer lo que parecía que hacía todo el mundo, buscar una relación estable y segura y dejar lo de enamorarse para otros. Es posible que intervinieran otras razones en su forma de conducirse, pero antes de que pudiese darse cuenta ya estaba complicándose en historias sin futuro; siempre había sido así. Debería sentirse ridículo, lo sabía, habían pasado los años y la adolescencia había quedado atrás, no podía seguir comportándose indefinidamente como si lo fuera. Al día siguiente decidió llamar a casa de su padre al que no veía hacía mucho. Sus padres estaban divorciados y Redcom, el padre, había demostrado ser el más equilibrado y había rehecho su vida al lado de una viuda con un hijo mayor. Nunca hasta ese momento había necesitado pedirle nada, y sólo quería pasar con él una temporada, instalarse en su casa de forma temporal, y aunque ya pasaba de los treinta, nadie podía reprocharle el hecho de que le pidiera ayuda a su padre. Llegaba como un perdedor, lo sabía. Y con los perdedores ya se sabe que pasa siempre lo mismo, da igual que se trate de una relación de pareja, o de volver lisiado de una guerra, inspiran una gran lástima en todo el mundo. Cada persona con la que se cruzan cree que deben portarse bien con ellos, aunque se trate de la hipocresía burguesa que los hace justificar que a otros les vaya peor que a ellos. Para Jordis era un experiencia vergonzosa, y nunca se sintió tan turbado como cuando Lavinia Lucinda lo acogió como a un hijo y le enseñó su habitación. No podía pensar en nada más que en como se había venido abajo su mundo en tan poco tiempo. En pocos días se acabarían sus vacaciones y necesitaba un cierto equilibrio antes de volver al trabajo. A favor de la luna tenía que decir que, a pesar que ni en sueños habría esperado una traición semejante, la había querido con todas sus fuerzas. El que parecía menos cómodo con su presencia era Rodi, el hijo de la mujer de su padre, un chico deportista que pasaba de los veinte. Los hijos únicos no saben compartir, nunca han necesitado hacerlo, la soledad les obliga. Por supuesto, con los hijos únicos pasa lo mismo que con el resto, no quieren competencia, y en su caso ese sentimiento es mucho más exacerbado. Hablaba poco, y no quería tener demasiado que ver con Jordis, desde el minuto cero, había pensado y deseado el momento de que desapareciera. Pero como el momento era tan especial e inesperado, Jordis no podía tener en cuenta lo que aquel muchacho quisiera, no podía pensar en otra cosa que no fuera salir adelante y tener algo de tiempo mientras se organizaba. No era momento para sentirse 10


abrumado por las atenciones de su padre, ni por el contrario, de deprimirse por la falta de tacto de un joven egoísta. 3 Encarnada en un matadero, la redención espera. A medida que el tiempo pasaba y iba conociendo al hijo de Lucinda, se iba sintiendo cada vez más sorprendido por aquella aparente estabilidad, por la decisión de sus respuestas y la categórica firmeza de sus pensamiento, todo aquello que escondía una personalidad inmadura. Era mal pensado y malicioso con las decisiones ajenas, pero impresionaba ver como intentaba darle categoría de ley a alguna de las ideas superficiales que se le ocurrían. Jordis esperaba que con el tiempo fuera capaz de demostrar un poco de sentido común, descubrir en él algún rasgo de bondad que pusiera de manifiesto que, en el futuro, tendría alguna oportunidad de cambiar. Pero no parecía que eso pudiera pasar, y entonces, Jordis recordaba que él también había sido así en algún momento, y que se había equivocado muchas veces. Era predecible y siempre había una aspecto negativo en sus conclusiones, lo que debía provocar un cierto rechazo entre sus amigos y compañeros de estudios, pero. Sin duda, aún no se había dado cuenta y se expresaba con libertad, sin complejos, con elocuente mal humor y sin calcular que a nadie le interesaba su punto de vista. En lugar de responderle, Jordis encajaba sus reproches, y se había tomada como un mantra que le preguntara con frecuencia la fecha de sus partida. En varias ocasiones había intervenido Lucinda para excusar a su hijo, “no se lo tengas en cuenta, creo que lo he mimado demasiado”, le decía dulcemente. Pensó que nunca llegarían a ser amigos si Rodi seguía con aquella actitud tan beligerante. Era un chico afortunado después de todo, no sólo por tener un techo en el que se sentía como un príncipe, sino también, por tener una madre capaz de excusar todos sus desafíos. El tiempo había ayudado a Jordis, había jugado a su favor y le había enseñado. Le habían pasado algunas cosas tristes últimamente, pero podía con ellas. La vida tenía esas interrupciones, pero aún no había llegado el momento en que esas interrupciones fueran insoportables. Así iba descubriendo que podía resistir mucho más de lo que una vez imaginara, mucho más de lo que había creído que alguna vez iba a necesitar. Un día, mientras desayunaba, en el momento menos esperado, Redcom le dijo que quería hablar con él y que salieran a dar un paseo. Procuró no parecer preocupado, si es que lo estaba, y fue haciéndole algunas preguntas acerca de cómo le había ido la vida, esperando el momento de abordar el tema al que quería llegar. Así descubrió que su hijo no lo había pasado bien en los últimos tiempos y que lo habían hecho sentirse como si no fuera capaz de poder ofrecer lo suficiente para tener el aprecio de todos, sin embargo, ya no le importaba demasiado y eso era bueno porque le permitía mirar al futuro con cierto optimismo. A efectos prácticos, en algún momento de su niñez se le había olvidado decirle que nadie se lo iba a poner fácil, esa y otras enseñanzas se le habían quedado en el tintero. Las dificultades para un oficinista, hijo de un oficinista, no eran tanto de no saber interpretar cómo debían actuar frente al sistema laboral que los reducía, como el salario insuficiente y todo lo que de eso se derivaba, y debido a eso, también él tenía que reconocer que en todas las parejas siempre hay una carga. Hay mujeres que le dan más importancia al dinero que al equilibrio, y llevar una vida equilibrada no siempre tiene que ver con el dinero. Apenas se encuentran ya personas dispuestas a sacrificarse por formar una familia, tal y como antes se hacía. Apenas existe ese objetivo, a costa de cualquier cosa, en la mente de los jóvenes. Eso favorecía las separaciones y 11


divorcios, y dificultaba aquellas vidas equilibradas de las que Redcom hablaba como si se tratara de una virtud de otro tiempo. -Yo vengo de un tiempo en el que los padres se mataban a trabajar por sacar sus familias adelante, Lo consideraban lo más importante. Esa era medida de su éxito o su fracaso. Se rompían la espalda. Nadie sale de pobre trabajando, pero hay cosas que lo complican todo aún más, ese es el nuevo credo de la juventud. No consideran que valga la pena luchar para enriquecer a otro y seguir en la necesidad toda la vida -Redcom tenía ganas de hablar, eso era evidente y miró a Jordis con tristeza. -Todos chupan de la clase obrera. Eso lo sé. -No vivimos en el peor lugar del mundo, pero tenemos que andar espabilados. El gobierno va a hacer una ley para ayudar a los jóvenes a pagar sus alquileres. Al menos, eso se dice -Redcom construía su discurso-. Nadie me ayudó cuando me casé. Fue un gran esfuerzo. Pero dejemos eso. ¿La novia de Rodi se ha quedado embarazada? -Eso lo cambia todo. ¿Te ha pedido Lucinda que hables conmigo? -Eso sería atroz. De ninguna manera. Ella te quiere como a un hijo. Así te considera. Todo el mundo tiene problemas de vivienda hoy en día. Todo el mundo se muda con frecuencia buscando algo un poco más barato y las familias se hacinan en espacios pequeños. Las estadísticas son terribles sobre eso. -¿Qué quieres? -Los padres de la chica se desentienden de todo. Ella vendrá a vivir con nosotros. No te pido que te vayas, podemos intentar compartir el espacio. Sólo quería que lo supieras. -La vida me está demostrando lo importante de tener una vivienda que no esté sometida a sorpresas. No puedo contar con nadie para eso, ni siquiera con el gobierno, lo deja todo en manos del mercado y del mercadeo. Una vez que consiga estabilizarme en ese sentido, podré elegir como estar en el mundo. Veo a muchos que tienen preocupaciones parecidas, pero cualquier elección de como estar en el mundo, será un error si no es con dignidad. Y eso lo aprendí de ti. -Pues gracias si es así. Suena bien. -Eres un buen padre. No el mejor padre del mundo, pero a mi ya me vale -seguía Jordis intentando ayudarlo, porque sabía que que quería darle soluciones y no las encontraba-. En el pasado, tu eras el mejor referente, la seguridad de la que partía todo. Ahora tus fuerzas están un poco mermadas. No lo tomes como un reproche, ni te ofendas, ni siquiera te sientas obligado a demostrar lo contrario. Es ley de vida. Todos iremos perdiendo fuerza. Jordis tenía claro que debía buscar un alquiler barato y hacer su maleta lo antes posible. No muy lejos de la casa de su padre, había visto que se alquilaba un pequeño apartamento. La zona era buena, había pizzerías, bares, una librería y unas ruinas de antes de la guerra, en un parque al cruzar la calle. Todo lo demás era lo normal que te puedes encontrar en u barrio céntrico, un centro de salud, una parada de taxis y un colegio. Aquel lugar estaba vivo, y le recordaba su primera vivienda, de la que no se movió durante su niñez. Aquello había llenado su cabeza de buenos recuerdos. Pasaron por allí, se detuvieron en el escaparate de un bazar, miraban las radios y los tocadiscos, todo muy antiguo. En la puerta había una estantería con libros y cómics de segunda mano, o el lugar era tranquilo o, si alguien robaba, no le gustaba leer. Redcom hizo un comentario al respecto y los dos rieron. Se pararon y echaron un vistazo, después siguieron hasta un bar y tomaron unas cervezas. Después de todo, se lo merecían, los dos habían pasado por momentos difíciles, pero seguían sabiendo que podían contar el uno con el otro. No todos los chicos que conocía podían decir eso, y Jordis se sintió orgulloso de que las cosas pudieran ser así. Redcom intentaba hacerle ver que la vida era una cuestión de resistencia, y que eso era debido a que las sorpresas a veces tardaban en llegar, pero algunas de ellas, si no eran lo esperado, podían hacerle mucho daño. En la complicada tarea de aleccionar a un hijo sin sentir que se rebelaba contra el mundo, Redcom tenia un poco de experiencia en eso, pero ya no temía, como una vez hiciera a los dieciséis años, que cogiera su petate y se dedicara a dar vueltas sin rumbo fijo durante meses. 12


-No todos los jóvenes se van de casa a tan temprana edad. Tú en eso, fuiste muy imprudente, pero ahora puedo entender que te metía demasiada presión. Lamento que eso halla sido así. -A los chicos de aquel momento no nos parecía tan raro. Otros lo hicieron, no creas que fui el único. Eran como una vacaciones. Algunos de iban a la playa en autostop. Dormíamos donde podíamos y comíamos lo que había, era una aventura. A juzgar por todo lo que Jordis decía, estaba claro que Redcom se había perdido algunas cosas que, aún unos años después, desconocía por completo. Cuando la vivienda es una problema, desde las altas instancias políticas piden comprensión, pero no hacen nada que solucione el problema. Tal vez, sencillamente, no desean cambiar las cosas. Prefieren no tocar ahí, no provocar a los especuladores. Tanta comprensión no podía ser buena. Esta forma de pensar no se debía sólo a sus necesidades más íntimas, sino a su intento de posicionarse, la necesidad de hacerlo, algo parecido a lo que llevara al quijote a partir en busca de nuevos desafíos; lo que dicho así sueña a que a Jordis se le iban las ganas muy lejos de la normalidad. El menosprecio que sentía por pertenecer a la clase trabajadora y que pasaran los días sin poder sumar en su favor, en poder adherirse a un pensamiento común capaz de poner las cosas en su sitio, aquel sentimiento de impotencia empezaba a encender el germen de una rebelión interna que lo devolvía a los días de adolescencia en los que había sido más rebelde e inconformista. No hay revolución sin necesidad, y el estaba en esa revolución. El dos de mayo volvió al trabajo. Sentado en su mesa de la oficina recordó que debía pasar por el banco para pagar la señal del alquiler de su apartamento. Recordó que aún tenía algunas cajas que llevar de su mudanza y que desembalar y poner cada cosa en su sitio le llevaría toda la tarde. Tendría que solucionar aquellas pequeñas incomodidades lo antes posible, a fin de poder descansar un poco y enfrentarse con claridad al trabajo atrasado que muy inteligentemente, algún jefe había pospuesto para cuando se incorporara. No solía pensar casi nunca, cuando volvía de sus vacaciones, en lo que se encontraría a su vuelta, diciéndose que sin duda las preocupaciones debían quedarse atrás y aprovechar hasta el último día. No todo el mundo es capaz de desconectar de esa manera, pero él sí. En la lucha contra la simpleza intentamos ponernos en un plano superior y eso nos hace idiotas. Entonces, muchos luchan contra su pretendida superioridad, pero lo consigan o no, siempre han sido el mismo, nacido en la misma cama, de los mismos padres, con las mismas capacidades y lecturas limitadas, con la misma mediana inteligencia de siempre. Al menos, en su caso, nadie podría decir que había sido un tipo tan orgulloso y arrogante. Sería sórdido intentar parecer lo que no se es y perder sus sueños por eso. No es bueno vivir con el ceño fruncido, siempre a la defensiva o buscando que otros sirvan a tus propósitos. Miraba en la oficina a su alrededor y algunos parecían acercarse con esa actitud superior que tanto detestaba. No los esquivaba, permanecía firme, en espera, con los dos pies bien anclados al suelo, se detenía. O cambiaban de registro o chocarían con él. No se enfrentaba abiertamente, sino que lo hacía esperando sus reacciones, como respuesta a la primera agresión, al primer desprecio, a los exabruptos triunfadores de los que nada esperaban de él. Era como si en la vuelta al trabajo, necesitara poner de nuevo las cosas claras, no se iba a dejar arrinconar por los triunfalistas. No era un malentendido, se trataba de que intentarían ponerlo al final, como los chicos en el colegio que nadie quería en su equipo. No se trataba de un a ilusión o un espejismo, todo sucedía de verdad, puesto que lo habían llamado porque siempre llegaban la quejas, y los ojos con los que lo veían desde arriba eran los mismos. El alquiler se llevaba la mayor parte de su sueldo, vivía con estrecheces mientras no encontrara con quien compartir el piso, pero si perdía el trabajo todo se complicaría aún más. A sus compañeros, aún cubiertos de aquella burbuja de superioridad, les pasaba lo mismo, vivían sumidos en un miedo atroz a fracasar, o al menos, a no poder mantenerse. Y, no obstante, mantenía sus posiciones, los zapatos firmes en el suelo, los veía venir con sus urgencia y se detenía; algunos tropezaban y le llamaban inútil, a esos de buena gana les habría pateado el culo. Redcom lo ayudó con todo lo necesario hasta que estuvo instalado, y no lo volvió a ver hasta un 13


año después. Quedaron por teléfono y se acercó a ver a su hijo en su nueva casa. Todo seguía tan desordenado como el primer día, y eso a pesar de los esfuerzos. Había algo en su forma de expresarse, cuyo fin era demostrar cuánto lo apreciaba y que indicaba que nunca se enfrentaría a él, que estaba a dispuesto a perder en todas las diferencias, que por muy difícil que fuera su carácter, estaban en aquello juntos y así tendría que ser hasta el final de sus días. -He estado bastante ocupado, no he tenido mucho tiempo para poner esto un poco más habitable. Por suerte para mi, el trabajo no me falta, aunque siempre pretenden que les debes algo. -¿Cómo es eso? -No me parece bien que crean y lo digan abiertamente, que por cobrar puntualmente todo está arreglado. Nosotros trabajamos, ellos te pagan, a más, eso no justifica que te traten como a un paria, aunque sepamos que lo somos. -Te comprendo. Bueno, creo que sabes perfectamente que debes luchar. Nadie regala nada, nadie te lo va a poner fácil. Ellos no sólo te cobrarán por tu tiempo de trabajo, creen que tienen derecho a reventarte para que no tengas una vida. Eso pasó siempre, es una forma de tener el tiempo en que no estás en la empresa, y se lo dedicas intentando recuperarte. No dejaba ni un momento, de ser comprensivo. Eso hacía que aquel encuentro valiera la pena, ofrecer ayuda frente a las crueldades, después de todo, de eso trataba lo de tener hijos. Sobrevivir en la obstinación de la clase obrera, a sabiendas de que los favoritismos iban estar de parte de los otros. Eso siempre había sido así. Para ellos siempre había comprensión y un sillón que ofrecerles para que pudieran sentarse. Jordis empezó a suponer en ese momento, que las etapas que iba quemando le enseñaban más de lo que había esperado, tal vez, más de lo necesario, y que si conocía una chica en aquellos días iba a ser una señal de la fortuna, más que probablemente una obligación con el destino. La había conocido no hacía tanto en el café donde solía comer a mitad de semana. Habían hablado y quedado para salir, no obstante, pasar a una fase más comprometida, no entraba de momento en sus planes. -Prefiero no hacer planes de momento -dijo él en aquella primera cita-, las cosas en la vida nunca salen como esperas. Hay demasiada gente frustrada y enfadada porque las cosas no le salieron como esperaba. No es que sea cicatero o mezquino, es sólo por eso, prefiero no ser generoso con los planes a futuro. Lo entendería si no te vuelvo a ver. No era casualidad en él hacer mención a los planes, parecía haberlo estudiado, o al menos, haber pensado más de una vez al respecto. Era joven, pero no quería más sorpresas. Y aunque la hubiera deseado más que ninguna otra cosa, habría eludido una segunda cita si hubiese notado un excesivo celo en ella por establecer los cimientos de algo mucho más pesado para el futuro. Su ansia por tener una compañera, estaba firmemente reñida con la sospecha de que ella tuviera su propia idea de una relación en los cánones de una vida organizada, establecida y competitiva. No estaba preparado para eso. La creencia de que no lo conseguirían era una constante en todo lo que podía percibir a simple vista. Otro día fueron a la playa, ella se quedó en bikini y él lució un bañador amarillo muy ceñido. Se sentaron en una rocas, era tarde y como la hora los apremiaba, no perdieron un minuto en ponerse demasiado cómodos para no perderse la puesta sol. -El mundo quiere hacernos creer en nuestra felicidad, y yo lo acepto después de ese bombardeo televisivo de increíbles marcas de cremas, comida y colchones para dormir cómodamente. Pero entonces me pregunto si tendremos tiempo para probar todas esas cosas, y creo que no. -El colmo de la felicidad consiste en ser joven, estar sano y hacer un poco de deporte al aire libre. Mis abuelos murieron, muy viejos, enfermos y anclados a un sillón -respondió ella sonriendo-. Tenemos que aprovechar el tiempo mientras somos jóvenes. No estaba preparado para reconocer lecciones tan simples, y posiblemente, ella tenía razón, pero su vida transcurría por los lindes del trabajo, las obligaciones con hacienda y las labores de la casa. Sin mucho tiempo para lo que proponía. -No es tan fácil -replicó. 14


Al mencionas los planes de futuro, Jordis se volvía cáustico, incapaz de entender y con respuestas destructoras. No le interesaba seguir por ahí. No había nada que no estuviera dispuesto a intentar para que la vida no cambiara, para que no hubiera riesgos, ni tentaciones, para respetar el día a día en los términos en los que se iba construyendo. Dispuesto a pequeños cambios si eso era necesario para conservar el resto. No podía tener con él a la gente que quería, incluso a la que una vez había querido, ni siquiera movería un dedo por tenerlos cerca. “Lo que hay es lo que hay”, decía como si eso fuera un triunfo. Ir aprendiendo de todo y de todos, era satisfactorio. Lo que más le había costado había sido aprender a conocer a la gente, y que siempre iban a poner por delante su libertad, a su fidelidad, por eso la puerta estaba siempre abierta, sin planes ni proyectos. Al hablar de ello, aquella chica lo miró extrañada, como si lo único que importara y tirara del mundo hacia arriba eran los sueños y ilusiones, cuanto más locas mejor. Y al mencionar que ya no había tiempo para creerse las patrañas capitalistas de que todos podrían alcanzar sus sueños, y los que lo creían, eran gente sin piedad, ella lo miró como si no lo conociera o estuviera desequilibrado, lo que no era del todo incierto. No la culpaba por mirarlo así, se había hecho una falsa imagen de la persona que tenía enfrente y acababa de descubrir que no encajaba en su idea de la vida.

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Recuerdo en parada

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1 Recuerdo en parada Cuando Kimi le describió a su madre el abrigo que quería, la miró como si estuviera a punto de echarse a llorar. Al cabo de unos minutos, las dos se habían arreglado y estaban camino del centro de la ciudad para comprar aquella pieza de ropa que parecía tan extraordinaria, y que, tal vez, a sus ojos, sí lo fuera. A pesar de lo que su hermana le había dicho acerca del inconveniente de los abrigos y lo preferible de los impermeables en un clima tan lluvioso como el suyo, se encerró en su idea y nadie pudo sacarle de la cabeza aquella imagen idílica de sí misma, paseándose con él, recién salida de la peluquería, por el centro comercial. Además, conocía muy bien los “susurros inconvenientes” de su hermana cuando descubría que algo le gustaba, y eso venía sucediendo desde niña. Por fortuna ya no vivían juntas, y aquella oposición se veía muy velada por la mala calidad del sonido de su teléfono. Ese último año había sido para ella más duro de lo normal, había roto con su novio después de cinco años de estrecha relación sentimental desde que acabaran sus estudios en el instituto de secundaria Miguel de Cervantes. De aquel novio podría decir que le había enseñado todo lo que sabía del amor y sus consecuencias, y que había creído firmemente que se casarían y tendrían sus propio apartamento en cuanto él encontrara trabajo, lo que nunca sucediera. El golpe había sido tan duro, que a los primeros días de incesante llanto, le siguió una depresión de un mes que la hizo perder cinco kilos, en un cuerpo ya menudo de por sí. Con veinticinco años, ya acusaba la diferencia entre sus sueño y la realidad, y era capaz de adivinar que tendría que ser mucho más perspicaz para sacar de los chicos lo que deseara sin verse demasiado implicada o comprometida y desde entonces saltaba de una relación a otra sin tomarse demasiado en serio sus sentimientos. Para su hermana Adelaída todo había sido mucho más fácil, su marido era conductor de autobús, y aunque tenía problemas de espalda y estaba con frecuencia reposando sin ir a trabajar, tenía un sueldo suficiente, al menos para los dos y llevaban una vida sin demasiadas complicaciones (si tenemos en cuenta que eso les obligaba a renunciar a algunas merecidas aspiraciones), o eso le parecía. Kimi estaba empezando a comprender que las cosas casi nunca salen como uno las planea y que la vida pone sus propias condiciones. Encontrar a su hermana delante de la tienda que iban a visitar no se trató de algo accidental, su madre, Regina Vandeross, Había llamado por teléfono previamente a Adelaida para que se reuniera con ellas y le pidiera Thermes, el conductor de autobús, que le hiciera compañía a Luther, el padre de Adelaida. Un minuto más tarde de saludarse y entrar en la tienda, Kimi comprendió que se había tratado de una encerrona. Iba a dar lo mismo, porque por mucho que las dos la bombardearan con críticas, estaba decidida a hacer aquella compra. Pero no se trataba sólo de eso, Regina las había convocado porque hacía mucho que no veía los veía a todos juntos y quería realizar una cena familiar el sábado siguiente. También era una forma de celebrar el cumpleaños de su marido, pero eso era lo de menos, y el cumpleaños de Luther no sería hasta después de otra semana en adelante. Decidieron tomar algo en la cafetería vegetariana de enfrente, muy de moda en aquellos días, y a pesar de tener que poner leche de soja al café, todo fue bien. Kimi estaba animada con su abrigo sobre su regazo, y Adelida descubrió que también echaba de menos ver a su familia. La enloquecida vida de la gente les hacía pasar corriendo para el trabajo después de haber comido un sandwich o cualquier otra cosa rápida, y sobre todo los padres, salían disparados tirando de los niños más 2


pequeños antes de dejarlos en el colegio para volver a su tarea. Así las cosas, el día que les quedaba libre tenían el tiempo justo para adelantar la colada y limpiar la casa, y no había tiempo para visitas. Adelaida no tenía hijos, pero su tiempo tampoco era parte de la vida solvente que deseaba. Después de casarse con Thermes, su vida se llenó de obligaciones vecinales, y ayudar en al guardería popular cuidando niños ajenos, y otras responsabilidades que no sabía ni que existían, se encontró realizando tareas que no le resultaban fáciles ni con las que estuviera familiarizada, como pintar la casa, recortar cortinas, limpiar, cocinar, hacer la colada, y a última hora de la tarde asistir con un grupo de terapia psicológica que le costaba una pasta, lo que la llevó a posponer algunos de sus sueños, como hacer un viaje a Budapest o a Francia en verano, o empezar a escribir un libro de cuentos para niños. Sin duda, también eso formaba parte del compromiso con la vida, con crecer y madurar. Se había conformado con sacar adelante todo lo que tenía que ver con su matrimonio en los momentos iniciales, en los que sin duda todo sería más difícil, sin embargo, no todo estaba rodando como esperaba. La insistencia de Regina en aquel encuentro tenía algo que se parecía al remordimiento y que no estaba en concordancia con su imagen habitual de equilibrio y sobriedad. Tenía la impresión de que hacía aquello porque el control sobre su vida se le estaba yendo de las manos y que tal cosa, era debida a que no había hecho las cosas como se habría esperado de ella. No se trataba tan sólo de una nueva reunión familiar, o del cumpleaños de Luther, por lo que se había sentido tan agitada aquellos días. Tampoco se trataba de interceder en el distanciamiento, cada vez más evidente, entre sus hijas. Ni era algo que tuviera que ver con lo asustada que se sentía por la inminencia de la vejez y lo enfermo y sin fuerzas que estaba su marido. Era la necesidad de confirmar que si ella llamaba a sus hijas, lo que en otras familias llamaban “reunión familiar de urgencia”, y las convocaba para hablar de algún asunto grave que necesitaba ser tratado por todos, ellas no pondrían alguna excusa y se someterían a su... aún aceptada y respetada autoridad. Todo se iba a parecer bastante a la última fiesta de cumpleaños de Luther. Rescató de un cajón la receta de carne al horno con vino blanco y compró la misma tarta de fresas con nata en la misma pastelería. Como olvidó comprar una botella de vino, tuvo que salir a todo correr, con todo en marcha y el horno encendido, y saltarse la cola de la tienda para comprar una botella de Albariño para los comensales, y una de vino Fino seco para echar a la comida, que no era lo mejor, pero se parecía bastante a lo que siempre solía ponerle. Todo era igual, a no ser porque el homenajeado se había hecho unos análisis y nada parecía indicar que sus fuerzas fueran a mejorar y que cualquiera de sus enfermedades no avanzaran más de lo esperado en poco tiempo. Regina no podía imaginar que nadie durante la cena pudiese tocar el tema, que alguien dijera, “sí, por favor, hablemos de las enfermedades de Luther”, o que alguien le respondiera, “Sí, me encanta ese tema, queremos saber más sobre ese tema”. Como no quería sorpresas puso a sus dos hijas sobreaviso, Luther estaba muy impresionable y todos debían decir que lo veían con muy buen aspecto. Sobresaltó ligeramente a sus hijas al decirles eso, sobre todo porque notaron la seriedad en su semblante, pero no era un secreto para nadie a esas alturas, que lo de Luhter no tenía arreglo y que el día menos pensado iba a suceder lo que todos ya suponían desde hacía tiempo. Thermes se vistió como si se tratara de una boda, cuando todos lo miraban como algo más informal, pero Adelaida no le dijo nada porque era la única ocasión que tendría en muchos meses de sentirse un burgués afortunado, si era capaz de meter su estómago -las malas digestiones conduciendo en el autobús y su afición a la cerveza lo habían hecho crecer como el neumático de un monovolumen de los más grandes-, aquel pedazo de carne que se movía como gelatina, en la medida de un pantalón que se había comprado dos años antes y que no se había vuelto a poner desde entonces. A pesar de sus intentos por convencer a Luther de que se duchara antes de la cena, Regina no consiguió levantarlo del sillón, y cuando se quedó dormido no quiso molestarlo hasta que la cena ya estuvo preparada y todos listos para sentarse a cenar, pueden imaginar el tipo de cara de despiste que 3


se le quedó cuando los vio a todos bromeando sobre la bella durmiendo y esperando por él. Unos días antes se había hecho un reconocimiento rutinario que nada tenía que ver con otras enfermedades. Lo hacía como algo rutinario desde que contratara su nuevo seguro. Aunque fingía encontrarse perfectamente, el enfermero que le extraía la sangre y le mandaba soplar en el espirómetro, no parecía demasiado animado a darle conversación, si es que eso tenía algo que ver con la idea que podía hacerse por su aspecto de su verdadero estado de salud. Si aquel aparato para soplar pudiera medir cuanto le quedaba de vida, eso sería el resultado de su fuerza pulmonar, y de cuantos suspiros le quedaran aún por mostrar. Espirar, como representación del último suspiro, no era nada más que el final de una cuenta atrás, agotamiento de del número cero, la parada definitiva de la memoria y la caída de la tensión pulmonar. Él mismo retiró el tubo mojado del aparato y lo arrojó a la basura. El resto fue como esperaba, la interpretación cardíaca no pareció sorprender a la doctora y la auscultación tampoco fue tan fría y distante como recordaba. Se vistió y se fue todo orgullo al encuentro de Regina que lo esperaba en la sala contigua, ella lo miró y pensó que con sus problemas de memoria, la necesidad de aquellos análisis eran de todo punto cuestionables. Aunque fingía que no era así, le gustaba verlo alegre por someterse a aquellas pruebas y seguir en la creencia de que, después de todo, era un hombre fuerte en lo físico. Nadie parecía capaz de establecer una diferencia entre lo que era tener un cuerpo físicamente envidiable, y las sombras de la salud que podían cernirse sobre él. En el pasado, Regina no hubiese podido imaginar que su marido se iba a ir antes que ella, pero todo parecía indicar que iba a ser así, tal vez pasaran años pero todo indicaba que los médicos no mentían cuando decían que se iría apagando como una vela. Cuando él le preguntaba que le pasaba, ella le respondía que estaba muy viejo y que “el riego” le jugaba malas pasadas. Él había empezado a darse cuenta de que su deterioro no era normal, que no podía seguir algunas conversaciones por fáciles que le parecieran y que no podía hacer nada por resistirse a ese envejecimiento acelerado al intentar interpretar, ver, entender o expresarse. A las chicas se les permitía casi todo. Regina las dejaba deambular por el piso desde muy temprano pero no le gustaba que la desplazaran en la cocina, en ocasiones, ni siquiera que le facilitaran la labor ofreciéndole lo que le hacía falta, o simplemente picando ingredientes. Los buenos pinches de cocina, para ella no existían, mucho menos en cocinas tan pequeñas. Para levantar a Thermes del sillón, Adelaida le metía en las manos los cubiertos y servilletas, y lo instaba a poner un mantel sobre la mesa del salón. No solía pillar la indirecta, pero lo hacía. Podía haber salido a tomar una cerveza para hacer tiempo, conocía el barrio y lo había hecho otras veces, pero prefirió hacerle compañía a Luther y permanecer a su lado, los dos en silencio viendo los saltos de esquí sin demasiado interés. Thermes no era del tipo de persona que interpreta las relaciones con la familia política sin dificultades, para él, un vacío era un vacía viniera de quien viniera, y nunca había pretendido caerle bien a todo él mundo. Sabía que nunca sería suficiente para Regina, es decir, ningún hombre sería nunca suficiente para sus hijas, pero hasta ahí podía llegar. Cuando se les hacía tarde, y empezaba a ponerse cómodo, Adelaida le hacía señales con los ojos para que se levantara, ya le había pasado otras veces y no acababa de entender porque en aquellas ocasiones necesitaba estar siempre alerta. Se levantó y Luther lo miró sonriendo, empezó por retirar el florero y las fotos de familia. Las puso sobre un mueble. A Regina no le gustó el sitio, tal vez porque no lo consideró seguro y acudió para rescatarlas. Adelaida no quería dar la sensación de actuar, ni de comportarse con la artificialidad de otro momento, justamente cuando había llevado a Thermes por primera vez a su casa para presentárselo a sus padres. Estaba tan orgullosa, no sólo de su novio, sino de lo conseguido y la seguridad que tenía en el desarrollo de su noviazgo hacia algo más serio y muy inalcanzable con los tiempos que corrían, el matrimonio. Por el contrario, intentaba ayudar, ser práctica, dejar a un lado lo accesorio para que todo saliera bien; era muy consciente de que en los últimos tiempos todo se había complicado bastante para su madre. Era como si la vida le hubiese dado el lugar de hermana mayor y tuviera que asumir responsabilidades que desconocía por ello. Era su lugar y no otro, y la reunión tenía que 4


servir para que empezara a ser consciente de la situación en que quedarían si Luther desaparecía. No era una mujer asustadiza, ni esquivaba su responsabilidad. De todas formas, si eso era lo que parecía, todos se equivocaban, estaba intentando ser útil y entender lo que pasaba. Después de entrar, besar a sus padres con especial interés y dejar sus abrigos en un perchero, Adelaida tuvo la necesidad de sentarse un momento. Se detuvo, dejó de pensar, hubiese dejado de respirar si eso fuera posible sin problemas, se hubiese apagado durante unos minutos -ya lo había deseado otras veces. Tener la posibilidad de desconectarse a su antojo hubiese sido una gran ventaja en su vida, y lo había deseado desde muy niña-. Su madre se reunió con ella mientras los otros de concentraban en la televisión o en las revistas que había sobre la mesita. Se aproximó en silencio, como solía hacer, capaz de amortiguar cualquier arrastre de las zapatillas. Estaba tan cerca que la podía sentir respirar y le puso la mano sobre el hombro. Creyó que se balanceaba, pero no, sólo había recogidos los brazos sobre su estómago porque no había tenido un día sin más motivación que salir a esa hora de la tarde de casa para su reunión. -Estas cansada. ¿Algo va mal? Regina no había tenido ocasión de hablar con ella en mucho tiempo, no al menos sin un teléfono por medio. Le resultaba complicado tener que esperar un momento así para hacer una pregunta como esa, un tipo de pregunta que sólo surge si puedes ver la cara de tu interlocutor, su aspecto o sus ojos fatigados. Adelaida soltó un soplido. No esperaba que se le acercara tan pronto y se sentara a su lado. Tenía ganas de hablar y aún no había encendido el horno. -Hay días que nada sale como se espera. Thermes quiso hacer sus ejercicios a primera hora de la mañana. Ya saber, se estira como un gato sobre la alfombra, y después lo tengo que ayudar porque no es capaz de levantarse del suelo. En un momento se hizo daño, y se levantó con dolor de espalda. No quiso ir a urgencias, le dí una pomada y dice que está mejor. Por un momento pensé que no podríamos venir hoy. Estoy segura de que esos ejercicios no son buena idea. Él está convencido de lo contrario. Me gustaría que estuviera mejor, de cualquier manera, con médicos o con un entrenador personal, pero su lesión es crónica. Así que lo llevamos como podemos. Thermes la miraba desde su sillón, intentando insinuar con un gesto de sorpresa que no estaba de acuerdo con ella. -Debió de ser uno de esos días, sí. Llegan sin avisar. Hay algo que te quería preguntar desde hace un tiempo y estaba esperando un momento como este, y cogerte desprevenida -Regina se rió como si hubiese dicho su peor maldad en mucho tiempo. -Pues espero que no sea nada tan vergonzoso como parece. -Quiero tener un nieto mientras aún pueda disfrutar de él. ¿Cuándo? -Una cosa está clara, no ahora. No es el momento. No nos sentimos con fuerzas, y si viene no quiero que le falte de nada. De todas formas, tú lo sabes, nunca tuve eso en mente, ni siquiera cuando me casé. No puedo estar segura de entender lo que significa formar un familia y todo lo que eso conlleva. Necesito tiempo, pero entiendo que me lo preguntes. Para Adelaida, los niños siempre había sido una molestia, casi rivales en su relación con otras personas. No podía estar hablando con sus amigas y no sentirse molesta si sus hijos las interrumpían reclamando toda su atención. Esa era la verdad, nunca le habían gustado los niños. Después de su matrimonio necesitó apartarse de sus amigas, de la vida de diversión y la búsqueda de su pasión por la vida, tan apagada en otro tiempo. Su nueva situación buscaba un equilibrio que le hiciese entender que nada de lo que había estado haciendo hasta entonces, era tan importante. Hacía todo lo posible porque no se le notara, pero no le gustaban los niños, por eso se había dedicado a divertirse sin sentir el apremio de una vida tan tradicional. Es posible que hubiera otras cuestiones que intervinieran en esa forma de plantear su juventud, pero no tener prisa, fue determinante. -A ella no le gustan los niños -dijo Thermes desde su sillón-, todos lo sabemos. Se lo he pedido, pero no quiere -thermes sonaba con cierto resentimiento, como si se hubiese obligado a intervenir, 5


pero se cayó y no volvió a abrir la boca. Adelaida lo miró con recelo, pero no el contestó-. -¿Aún no está del todo bien? -Ni un poco. Es como si un perro lo tuviera mordido en al espalda. Debe ser horrible. Era agradable el olor del café recién hecho, pero sólo Regina quiso tomar. Además, habían puesto la calefacción y todo resultaba tan pausado como siempre sucedía, como si la madre fuera especialista en crear aquel ambiente tan cómodo para todo, hasta para Kimi que era la más independiente en tales situaciones. En una ocasión en que Adelaida le había confiado que había discutido con Thermes y que estaba muy molesta con él, Kimi le había respondido que la casa estaba llena y que no había sitio para nadie más y que por lo tanto ya podía reconciliarse lo antes posible, ésto daba una idea de lo directa, celosa de su espacio, y lo cruel que podía ser con su hermana mayor. A veces creía que la suya era una familia de resentidos y que lo ocultaban hasta que la presión los superaba, pero cuando se tranquilizaba se le pasaba. Ni Kimi ni Adelaida, habían sido educadas para tener una vidas fuera de lo convencional. La boda de Adelaida, sin embargo, había sido por el juzgado y a la carrera, apenas diez personas de su entorno más escogido estaban en ella. En aquel momento, Luther ya empezaba a ser consciente de que algo no funcionaba bien en su cabeza, se había vuelto serio y preocupado, pero con el tiempo se le pasaría y dejaría de preocuparse por su enfermedad, sobre todo porque la olvidaba. Tampoco fue, en ningún momento, consciente de lo que significaba y a donde lo llevaba, y los pormenores y condiciones que imponía en su vida, también desaparecían de un día para otro. Ese aspecto tan negativo para otros de su delicada situación, a él le confería la habilidad de enfrentarse a cada nuevo día sin las preocupaciones del principio. Si las fotos en las que había tomado parte en la boda de su hija, aparecía tan serio que parecía enfadado, con el paso del tiempo, parecía haberse instalado en una indiferencia que daba paso a pequeñas sonrisas si le eran solicitadas. No había precedentes de una enfermedad así en la familia, todos se morían de viejos o por por muertes repentinas debido a dolencias coronarias no diagnosticadas, pero ni Regina de sus hijas, parecían asustadas ante la perspectiva de tener que cuidar y llenar de atenciones a un enfermo en una enfermedad larga de las que te van dejando sin fuerzas hasta que te mueres, y ese parecía que iba a ser el caso de Luther a la vuelta de unos años. -Por favor Adelaida, ven a la cocina y me ayudas a cortar la carne. -Claro, sólo déjame un minuto, que respire -respondió a punto de decir, “estabas esperando para cazarme con las ayuditas”, pero no lo hizo, y en su lugar, añadió-: No te preocupes, en un momento estoy allí. La miró como se alejaba mientras se apoyaba en la mesa, más llena de resignación que de otra cosa, sin comprender en lo mucho que Regina deseaba hablar con ella y, por supuesto, insistir en la idea de su fertilidad desaprovechada. 2 Nadie puede frenar el deseo, nacidos para llegar tarde. A Kimi no le gustaban ese tipo de reuniones, pero no podía perdérselas. Por algún motivo que no llegaba a comprender, había cosas de las que se enteraba en ellas, que nadie le contaba. La hacían sentirse decaída e inocente desde unos días antes. Era algo entre el sentimiento de culpabilidad porque ella no ponía lo suficiente de su parte, pero también de lamento porque nadie contaba con ella lo suficiente. No dejaba de compararse con su hermana y se preguntaba si su madre era 6


consciente de la descarada preferencia que tenía por Adelaida. Por supuesto, siempre lo había negado y había afirmado categóricamente que para ella sus dos hijas eran iguales, pero Kimi sabía que no. Le habría gustado quitar el tema en una de esas ocasiones, ya lo había pensado antes, pero se mantenía firme en su idea de que la falta de aprecio se paga mejor con el silencio. Cuando era niña, tímida y cerrada en sí misma, le ofrecían dulces y los rechazaba, entonces Regina retiraba su mano complaciente y decía, “para quien no quiere, tengo yo mucho”. Kimi sabía que aquellos dulces desaparecerían para siempre, tal vez se lo daba a una vecina, o a un niño en plena calle, pero nunca se los volvería a ofrecer o los dejaría a mano para jugar con sus tentaciones. Sencillamente, desaparecían. No estaba demasiado orgullosa de aquella educación entre lo victoriano y lo espartano, aunque en muchos aspectos había moldeado en ella un carácter inquebrantable, ¿acaso no era eso lo que la había hecho sufrir tanto en tantas dulces ocasiones rechazadas? Miraba a su familia con cierta distancia, como si estuviera en un laboratorio mirando bacterias desenvolverse por impulsos, como si hubiera algo que entender que se escapaba al ojo frío del investigador. Fatiga, eso era lo que sentía por encima de todo lo demás, y sin embargo, no lo reconocería. La jovialidad que desplegaba no era real, pero a nadie parecía importarle, estaban empatados también en eso. La televisión había empezado a dar el informativo, muchas noticias no sólo eran repetidas del día anterior, o del parte del mediodía, sino que parecían tomadas del año anterior. Puesto que se había propuesto no hablar más de la cuenta y dejar que Regina lo organizara todo a su manera, Thermes se limitaba a mirar a su alrededor para controlar los movimiento y señales de Adelaida; no se trataba de que le pudiera pasar nada inesperado, o que la siguiera con la vista como se sigue a los niños para que no se metan en líos, lo hacía porque a ella le gustaba expresarse en silencio, hacerse entender con gestos y expresarse con el rostro o con la posición corporal. Sin hablar, Thermes podía saber si se encontraba incomoda, si deseaba irse, o por el contrario, si lo estaba pasando bien o si aceptaba su intromisión en conversaciones que, al fin, nada tenían que ver con los hombres. Los dos habían planeado un viaje por Francia que les llevaría al menos una semana, era algo muy deseado pero aún no se lo habían dicho a nadie. Eso sucedería al cabo de unos días y Thermes debía empezar a trabajar para coger sus vacaciones y poder hacerlo, todo parecía bastante bien organizado. Tenían un mapa con los lugares que querían visitar, y habían revisado el coche a conciencia. Posiblemente a Adelaida le hacía una ilusión especial aquel viaje, sobre todo porque había estado dándole vueltas a la idea de que su matrimonio no estaba funcionando, y que sería una buena ocasión para comprobar si realmente era así, o tan sólo se trataba de imaginaciones suyas. Kimi se sentó a su lado procurando no moverse demasiado, de forma casi imperceptible, y sin apenas levantar la voz más que en un susurro le preguntó a Thermes si él y Adelaida no iban a tener hijos. Era la continuación de la conversación que había oído que tenía su hermana con su madre, y sintió tanta curiosidad que empezó a meterse en ese jardín sin ninguna necesidad. -¿Hay algún impedimento físico? -preguntó haciendo gala de su habitual descaro, pero haciéndolo sonar como si creyera que había entre los dos una confianza que en realidad no parecía real. Después de haber permanecido en silencio durante más de media hora escuchando la respiración ruinosa de Luther, la pregunta de Kimi, tal vez pretendía molestarle pero le sonó como una bendición. La miró adormilado y le sonrió. La atención de la hermana pequeña, aunque tuviera una motivación aviesa, hacía que haberse vestido para la ocasión ya valiera la pena. -No, querida, no hay ningún impedimento físico. Los dos estamos en plena forma. Le pareció que Kimi se excedía en su confianza con demasiada frecuencia y ya todos sabemos lo que se dice de la confianza. Era sorprendente observar con que facilidad elucubraba maldades, como si no hubiese crecido y se mantuviera en las suposiciones maliciosas de los quince años. Tenía apenas unos minutos antes de que Adelaida se diera cuenta de la maniobra y acudiera en su ayuda, pero si en otro tiempo aquel proceder le había servido a Kimi para hacer salir espantados a los novios de su hermana, con Thermes ya no resultaba. Cuando el compromiso estaba formalizado, los envites de Kimi no pasaban de gracietas, y además, si al principio le cogieran por sorpresa, con el paso del 7


tiempo ya había aprendido a conocerla y sabía lo que se podía esperar de ella. Tampoco era la primera vez que intentaba intimidarlo, y antes de sentarse, la había observado intentando descubrir de qué humor se encontraba, pero eso no era tan importante para nadie más. No tendría que haberse sorprendido por aquella primera aproximación, ni siquiera por el entusiasmo infantil que Kimi ponía en sus preguntas. Sin embargo, que un conductor de autobús, embrutecido por horarios que terminaba por extenuar hasta a los físicamente más preparados, limitado inteluctalmente y deprimido por su lesión en las espalda, ni siempre era capaz de encajar las ironías de una joven universitaria sin nada que perder. No siempre resultaba fácil, pero no deseaba aislarse sólo por eso. En esta ocasión, no fue el resultado de la impertinencia de su cuñada, pero la casa era de planta baja y tenía un patio trasero, así que se levantó y se fue a fumar sin apenas hacer ruido. Eran más de las siete de la tarde y ya era de noche, eso ayudaba para no ver las cosas que a los vecinos le caían de las ventanas y permanecían meses en aquel lugar, Por fortuna había un pequeño tejado encima de la puerta y Luther se apoyó en la pared. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad pudi ver un triciclo robo destrozado, ¿era posible que alguien hubiese tirado un triciclo desde una ventana y se hubiera estampado contra el suelo de la terraza? La última vez que habían estado allí. Adelaida había comentado que tendría que ayudar a su madre con aquello o se les iría de las manos. Mientras le daba una calada a su cigarro, Thermes calculó que los objetos que los vecinos no reclamaban por no serles de utilidad se habían doblado desde la última vez y que alguien los había amontonado como si estuviera dispuesto a hacer una hoguera con ellos. -Thermes -exclamó Adelaida al tiempo que tropezaba con el marco de la puerta de aluminio que también se prolongaba por el suelo-, te escurres como una anguila, ¿te encuentras bien? Eres un especialista en escapismo, nunca me acostumbraré. Estuve a punto de ir al bar. -Conocí una vez a na chica que se parecía a tu hermana, cada vez que abría la boca era intentando molestar -le respondió-. Era muy mediocre. -Tal vez tenía otros méritos. -Tenía el pecho grande y la nariz ganchuda. En aquel momento a mi me pareció atractiva, pero era insoportable. La estrategia formaba parte de la paciencia (o al revés) cuando sabía que no se sentía cómodo. Era una forma de controlarlo, como si se tratara de un cachorro hambriento e insoportable de una fiereza irreductible por los métodos habituales. Digo fiereza, porque algo ardía en su interior que no siempre exteriorizaba, no siempre dejaba salir ni exponía a la vista de todos, pero existía. En otras ocasiones, aún en desacuerdo, ella era más templada, tranquilizadora, a veces. Pero no era uno de esos momentos cotidianos que se pueden aplazar y darles forma, era otra cosa la que al daba vueltas en la cabeza aquel día, no podía resistirse a las estúpidas comparaciones y soltar también lo que ella pensaba. Podía tratarse de una forma de agotamiento, no era necesario analizarlo todo, estaba resuelta a no ser demasiado condescendiente en aquel momento. -La conocí, era una chica de mirada lánguida, pero tú sólo te fijaste en sus pechos y su nariz -le dijo-. Sabes que fumar tanto no te hace bien, por la mañana empezarás con tu sonata de toses y ronquidos. Te haría falta tu público en un momento así, como los que aplauden tus chistes en el autobús -era un comentario que parecía destinado a o reducir la importancia de sus diferencias. -Éramos muy jóvenes entonces, estuve un tiempo con ella y me obsesionaban sus pechos. Yo no tengo la culpa que no tengas un pecho desbordante como os gusta a las mujeres tener, pero ¿la habría rechazado si no me gustaran tus pechos diminutos? No debes reprocharme algo tan tonto. No es por eso que fumo como si me fuera la vida en ello, lo necesito, me calma. Es como si pensara que ya que no puedo hacer nada por que el mundo sea un lugar mejor, al menos puedo terminar de matarme con este veneno. Y no me hago el gracioso con los pasajeros, de hecho, apenas hablo con ellos; normas de la empresa. -Es que, a veces tengo la impresión de que te está volviendo un amargado y no sé por qué. -Me enamoré de ti y te deseé desde el principio. Te miraba y me llenaba de deseo, no me digas que 8


no lo notabas. Cuando empecé a subir a tu casa, buscaba cualquier momento libre para subir o buscarte por los sitios que frecuentabas. No pasaba desapercibido para nadie que estaba obsesionado. A veces no e paraba nada más que con los que te conocían, les preguntaba si te habían visto y me miraban como si estuviera tarado. -No sabía que hubiese sido así. Yo sólo lo veía como un amor normal. Dos personas se gustan, se acercan y se enamoran. -Hice todo lo posible por que no te dieras cuenta de a dónde llegaba mi gana por tenerte, si lo hubieras notado es posible que hubieses salido corriendo. -No creo. -Por eso empecé a fumar, por el miedo a perderte, y desde entonces no he podido dejarlo. El tabaco me tranquiliza y me permite vernos como una pareja de igual a igual. Así pues, empecé a moverme por todos los lugares en los que podía comprar, tabaco y empece a fumar pitis, mentolados y cualquier cosa que me pareciera una novedad. Yo no era consciente de que pudiera llegar a engancharme psicológicamente como lo he hecho, como un adolescente que necesitara fumar a escondidas -y continuó-. Jamás pensé que fuera a tomar esta dimensión y que tuvieras que soportar una vida al lado de un hombre como yo, si no te gusta el tabaco, ni su olor ni lo que representa. Debo darte asco. Lo veo claro ahora. Adelaida soltó una risa nerviosa. -No digas tonterías. Ser tan negativo no soluciona nada. Durante años habían compartido sus deseos, sus sueños, hasta sus más íntimos pensamientos, pero era como llenar una caja de juguetes sin ningún progreso, como si se hubiesen acostumbrado a respirar con la nariz fuera del agua cuando las pequeñas decepciones les iban llegando al cuello. Ellos no parecían darse cuenta, pero los años de convivencia no querían decir nada, su relación aún estaba empezando y, en ocasiones, se miraban como si no se conocieran lo suficiente. Por fortuna, los dos eran capaces de guardar las formas, y a pesar de la excitación en algunos momentos, sus voces no eran dadas a subir el tono más de lo preciso, y no parecía necesario, porque eran capaces de expresar su acritud en toda su dimensión si llegar a eso. En cambio, Adelaida era capaz de golpearlo con sus ironías, con su risa punzante y el desprecio de sus argumentos. Era capaz de dejarlo con la palabra en la boca, e incluso, de repetir delante de extraños, alguna frase que le pareciera ridícula y con la que deseaba castigarlo. “Yo no tengo necesidad de pelearme con mis compañeros por los trayectos mejor pagados”, incidía ella como si él se creyera un millonario, como si pretender que les sobraba el dinero fuera una grave afrenta, y poniendo aquella voz de pato Lucas que a él tanto le molestaba. Si alguien no los conocía y los viera en una de sus actuaciones, podría pensar que se tenían una manía insuperable y brutal que no serían capaces de superar, pero lo cierto es que estaban empezando a acostumbrarse él uno al otro, y, después de todo, las parejas que no se separan no es porque no tengan diferencia sino porque son capaces de acostumbrarse a ellas y sobrellevarlas como una incomodidad, un precio a pagar por la vida que habían elegido y que se vería compensada de otra forma en el futuro. -No es cuestión de como me siento yo, es cuestión de que necesito verte más tranquilo -continuó ella. La gente expone sus problemas en público, lo he visto un millón de veces. La mayoría deciden separarse como la gran derrota de sus vidas, algunos con hijos y con más veinte años de convivencia familiar. No quiero que eso nos pase. Pero a nosotros no nos debe importar lo que hacen otros. Hemos pasado por peores momentos, o al menos, parecidos a éste, habíamos previsto que no fracasaríamos cuando los momentos difíciles llegaran, por eso me duele verte tan superado. Ella parecía capaz de sacarlo todo en el momento más comprometido, cuando en casa, los dos en silencio, no se habían atrevido a abrir la boca en todo el día. Era como si estar en casa de sus madre le diera una nueva dimensión a sus certezas. Ni siquiera pensó en como debería estar disfrutando Kimi si estuviera escuchando detrás de la puerta. Aquel comportamiento no era lo que se esperaba de ellos, pero la idea de que Adelaida no deseaba tener hijos hasta que su situación económica no 9


estuviera más consolidada, empezaba a rondar el inconsciente de Thermes. Intentar averiguar lo que les pasaba, sacar a la luz la raíz de su desencuentro, formaba parte de la teoría rabiosa de algunas discusiones. Alguna gente no soporta discutir, nunca lo hace menos que haya una afrenta o un desencuentro mayor por medio, éstos son los ñunicos incapaces de entender que alguna gente discute porque se importa, aunque Adelaida hubiera empezado a pensar que eso ya no era tan probable como al principio. Matar unos cuantos sueños a traición era aceptar que habían empezado a fracasar, pero, al mismo tiempo era intentar conservar lo mejor de su relación. “Tal vez nos hemos pasado con nuestras expectativas”, le dijo Thermes en una ocasión, porque, al fin, era él que estaba dispuesto a ceder más. Fue en ese momento cuando ella empezó a preocuparse por su relación. No tenían mucho dinero ahorrado y se lo iban a gastar en un viaje por Francia, la tierra del amor y las cigüeñas, y ni siquiera estaba segura de que eso fuera lo más conveniente. Por su parte, Thermes había empezado a pensar que no había resultado tan buen partido como creía que era, y tener tan buena opinión de sí mismo, tal vez había confundido a otros, pero si Adelaida consideraba que merecía una vida mejor -lo que no sería extraño, porque los sueldos de la compañía de autobuses no eran nada especialmente denso-, contra eso no iba a poder luchar. -Recordaremos este tiempo por estas peleas... silo superamos -dijo él después de un largo silencio-. Pasamos de un reproche a otro olvidando que es lo que en realidad mueve nuestras discusiones, o al menos, lo que las inicia. Mi acritud hacia tu hermana está más que justificada, es una inmadura, ya lo hemos hablado otras veces y no pretendo ponerme en un plano superior al decir esto. -Nunca muestras todas tus cartas, ¿o es así? -Entre tú y ella, en cada nueva reunión, hacéis que me sienta cuestionado, no es un secreto que no vengo de buena gana. Aseguras que me quieres, pero me siento tan presionado, y no sé en que momento empezó ésto. -¿Tu quieres saber cuándo empezó ésto? ¿Y acaso yo no quiero saberlo? Todo gira a tu alrededor, ¿y que hay de mi? No tengo miedo a montar una escenita para que todos nos oigan, no sólo mis padres, también los vecinos. Que todos sepan que clase de relación congelada nos une. No me valen tus excusas de que te duele la espalda y que eso te frena la libido, o que fumas para retraer el dolor. El dolor de espalda no crea actitudes tan arrogantes. Echo de menos algunas emociones, ¿eres capaz de entender, en qué momento empezó eso? En ese momento, Thermes la miraba como si fuese una mascota que se vuelve loca y peligrosa, y a la que no podría calmar sin exponerse. Si pretendía cambiar el tono, seguramente ella explotaría del todo, pero eso no frenaba su idea de que ella estaba deseando ser abrazada. Nada había sucedido de la forma más conveniente, y se arrepentía de haberse quejado del cinismo de Kimi, quizás todo se hubiese contenido si no fuera por eso. La hermana pequeña se había salido con la suya, en cierto modo. Se estaban distanciando, eso era obvio para todos, aunque tal vez no les importara. En algún momento, cuando se encontrara mejor, tendría que reconciliarse consigo mismo antes de hacerlo con los demás. La discusión siguió hasta que los dos estuvieron convencidos de que no iba a suceder nada, ni nada iba a ser dicho que pusiera un principio de cordura en el deseo apagado de amarse como en otro tiempo. Pero Thermes siguió allí inmóvil, apoyado en la puerta, mirándola incrédulo. En otras vidas imaginadas alguna vez, todo había sido de color de rosa, no había lugar para tantos reproches contenidos. -Pues yo también tengo mis dolores, que lo sepas -continuaba Adelaida-. Acaso crees que me agrada que te llame esa chica de la oficina de personal. Con esa voz de enterada que en nada ayuda, buscándole tres pies al gato. La vi una vez presumiendo de estatus, con sus vestidos caros, su figura impecable y su piel de cremas de trescientos euros. Entonces, Thermes la miró como si se hubiese vuelto loca. Comparándose con una mujer que tenia una casa con piscina y un marido arquitecto que la llevaba al trabajo en un coche descapotable. Le pareció que en su voz había un todo de franca envidia. -Esos andares de señora, y esos aires de superioridad. He puesto mucho en nuestro matrimonio, y 10


me encuentro como deseando encontrar una salida a este laberinto. No quiero llegar a vieja sola y borracha. Me aterra esa idea. Ahora ya lo sabes. Si no le prestaba atención la provocaría, pero si iniciaba un movimiento de aproximación, ella lo rechazaría. Así que continuaba allí parado sin moverse, congelado, si atreverse a decir ni una palabra. Cuando Adelaida volvió a la cocina su madre la miró fijamente a los ojos, reprochándole por lo que acababa de suceder. -Os he oído discutir. No deber tratarlo así, de hecho, no debes hablarle en ese tono a nadie. ¿Quieres un pastel? Los guardaba para el postre, pero te vendrá bien echarle un poco de azúcar al organismo. -Nada pasteles mamá -rechazó alargando las palabras con resignación. -¡Pues sí que estamos bien! Yo deseando compartir con alguien mis problemas y tú te has adelantado. -Supongo que debo parecer patética. -En absoluto. Cuando nos sentimos mal y no existen razonamientos capaces de someter ese malestar, no debemos tragarlo todo. Adelaida la miró con agradecimiento por sus palabras. -Por supuesto que él tiene sus frustraciones -se justificaba la hija-, pero no quiero ni oírlo, yo también me siento mal. No hablemos de eso, él puede oírnos. -Querida -dijo Regina y se detuvo como si le costara encontrar las palabras para lo que quería decir-, lo mejor que tienes ahora es tu matrimonio, no dejes que se estropee. Nunca legué a entender del todo a Thermes, ni creo que lo conozca muy en profundidad, después de todo no nos vemos tanto, pero me acostumbré a él, creo que es un buen chico. Y es todo lo que voy a decir al respecto. Cuando en el pasado, había tenido alguna pequeña discusión con Thermes, nadie había salido en su defensa, y aquello la cogió por sorpresa. Su madre,de la que siempre había esperado que se preocupara por su felicidad, ahora le decía que esa felicidad dependía de aferrarse a lo que en aquel preciso momento la estaba haciendo infeliz. O tal vez le quería hacer ver que no era él, sino como se había complicado todo. ¿Sería eso, o era que no sabría explicarle a su madre que él se había convertido en un témpano de hielo y ella se sentía abandonada? Una media hora después, Luther se había quedado dormido y Kimi le limpiaba la baba que le caía por la comisura de los labios, cuando sonó el timbre, Ella se levantó de un salto y se dispuso a abrir. Había estado toda la tarde esperando aquella visita, pero no se lo había dicho a nadie. Era su nuevo novio, el cuarto en la lista de los presentados a la familia, si las cuentas no le fallaban. Él no le había asurado que iría, pero al final lo había hecho, aunque llegaba una hora más tarde de la que habían quedado. Se besaron en la puerta tan largamente que a Adelaida le tiempo a ver lo que sucedía y hacerse una primera impresión acerca del chico, que casi le quitaba una cabeza a Kimi y se encorvaba para recibir aquella efusiva y sensual muestra de agradecimiento por su esfuerzo. Los besos apasionados y largos como aquel, en momentos tan señalados establecen los mombres del compromiso, al menos por parte de Kimi, que le mandaba un mensaje claro, había que dar pasos firmes hacia un compromiso para que todo siguiera funcionan y, lo que parecía evidente, para que aquella llama de travesuras no tuviera final. Para Kimi significaba mucho, no podía seguir acumulando fracasos indefinidamente sin terminar de comprender, qué era lo que hacía mal. Al menos estaba de nuevo en marcha, y le pareció que Parsifae podría acostumbrarse rápido a dormir a su lado y echarla de menos al dejar de hacerlo, y eso ya era mucho más de lo que se podía esperar de un hombre en esos tiempos. Podría adaptarse a ella y a todo lo que representaba, porque sabía por experiencia que otros chicos no lo hacían y cuando ella les habían faltado, ni siquiera la habían echado de menos, es decir, si estaba les parecía bien, pero si no estaba, eso les daba tiempo a ocuparse de sus aficiones. Y recordaba, cuando pensaba en esto, sobre todo, a aquel músico que parecía más inclinado a salir de gira que a quedarse con ella, a ir a ensayar que a esperarla para un paseo romántico, o a salir con los amigos de pubs y cervezas, antes que dedicarle a ella ese tiempo 11


libre. No, nada había sido fácil para ella en sus pasadas relaciones, ¿habría sido la causa, el exceso de libertad e independencia que se daban sus parejas? Ella había leído en alguna parte, que las parejas que funcionaban se daban mucho espacio; todo era un lío, pero al menos disponía de un par de horas para demostrarle a Parsifae que podía encajar perfectamente en un caos familiar similar a otros, aún más endiabladamente numerosos, con niños corriendo y gritando, y abuelos pidiendo sus pastillas o que los acompañaran al baño a orinar. Cuando separaron sus labios y ella abrió sus ojos, a Adelaida le había dado tiempo a dejar una plato de entremeses en al mesa del salón y seguir mirándolos al volver. Cuando eso sucedió, Parsifae seguía apretando a Kimi contra sí para que sintiera que aquel beso le había provocado una erección, lo que no era extraño en él que se excitaba con facilidad. La voz de su madre resonó desde la cocina, ¿quién es?, y Adelaida le contestó convencida, “Creo que kimi tiene otro novio”, y se echó a reír, porque su respuesta había sido una maldad destinada a cuestionar la solemnidad que su hermana quería darle a aquel momento. Todos siguieron el guión de las formalidades y las presentaciones se hicieron sin demoras, Parsifae era de buena familia y Thermes lo vio llegar y aparcar con su enorme y caro coche deportivo. Se movieron a la sala y allí le hicieron algunas preguntas de cortesía, como iba a quedarse a cenar le hicieron un sitio a un plato más en la mesa y consideraron que si Kimi quería pasar toda la noche abrazada a él, no debían hacer ningún comentario jocoso, aunque era posible que lo mereciera. Thermes volvió a sentarse en el sillón al lado de Luther que miraba lo que sucedía con incredulidad, sin moverse del sillón durante todo el proceso de recepción, pero a ratos, le sonreía a Parsifae como si lo conociera de antes. Todo estaba muy adelantado y Kimi y Parsifae terminaron de poner la mesa sin separarse un instante. -Es de buena familia -le dijo Regina a Adelaida mientras se lavaba las manos en el grifo del fregadero y se las secaba con un trapo de cocina-. Conozco a su padre, es abogado, y se nota por sus manos tan delicadas, que no es el tipo de chico que va a hacer trabajos que puedan estropear su manicura. A Adelaida le había dado hambre, y se metió en la boca un trozo de pan intentando no tener que responder. La casa había cogido se había calentado y aquel ambiente le hizo a Thermes quitarse la chaqueta, mientras que Luther seguía sin moverse pero acalorado, se había puesto rojo como un tomate; nadie se percató de ese detalle. Sólo necesitaría un poco más de tiempo para empezar a echar humo, si Kimi no se hubiera quejado del calor y no hubiese abierto ligeramente una ventana, lo que hizo que Thermes resoplara y tuviera que ponerse la chaqueta de nuevo. Al final, fue Adelaida la que entornó un poco la ventana para que no pasaran del extremo del calor sofocante, a la corriente de aire que pudiera hacerlos enfermar; eso sería lo peor, que Thermes pudiera añadir una enfermedad más a su ya deprimente cuadro vital, o que Luther tuviera que ir a urgencias por una gripe o algo peor, una bronquitis o una neumonía. Y lo cierto es que debió de encontrar un punto de confort intermedio porque Thermes le dio las gracias, lo que a ella le pareció un poco forzado, habida cuenta de que no parecía inclinado a pasar por alto su última discusión. Después de tomar otra cerveza, Thermes no mostró reparos de que lo sentaran al lado de Luther mientras cenaba, “es para que no se sienta sólo”, dijo Regina. Pero lo cierto es que le inquietaba que pudiera atragantarse si ella no estaba a su lado y tenía que acabar de preparar los platos en la cocina. Después de todo, Luther, no sólo había demostrado una disposición comprensiva a ayudar en todo lo que pudiera a su suegro enfermo, también se había mostrado muy entristecido por cómo se habían desarrollado los acontecimientos después de su enfermedad y por convencerse en ese extremo, una vez más, de que la vida era siempre terminaba injustamente. Le pusieron una vela con un setenta y nueve, encima de la tarta de fresas. Luther la sopló y le aplaudieron, No quiso comer tarta, lo levantaron con cuidado y lo ayudaron a ponerse el pijama para meterlo en cama. A ultima hora del día, pasar de sus rutinas por cualquier causa ajena a su enfermedad, le resultaba una tremenda paliza. Cuando se vio en al cama y le apagaron la luz, 12


agradeció que lo dejaran descansar y en menos de cinco minutos se quedó profundamente dormido.

3 La piedra negra Quizá porque Kimi parecía haberse cubierto de un halo de bondad, pero también porque contempló la posibilidad de que mientras su novio estuviera delante, actuaría como una señorita dulce e inocente, Thermes empezó a acariciar la confortable idea de pasar el resto de la noche sin que la “niña guapita” lo molestase con sus indirectas. Cuando volvió de la habitación de acostar a su suegro, se sentó delante de la televisión exactamente en el mismo sitio que había ocupado desde que llegara -que era el que acostumbraba, bien en visitas inesperadas de fin de semana, o en grandes reuniones familiares como era el caso-, como si pensara que sentarse allí le otorgara algún grado de invisibilidad, y porque al fin, estar al lado Luther le proporcionaba una cierta tranquilidad y esperase su regreso del mundo de los sueños, en cualquier momento. En esa situación de estrecha camaradería con un anciano del que no sabía si comprendía aquel aprecio que sentía por él y lo posicionado que estaba en contra de su enfermedad, Kimi lo veía como un estorbo y él se llenaba de paciencia para no darle una mala contestación. En un momento, algún tiempo después de que la ausencia de Luther provocara un vacío en el costado de Thermes y cuando ya la cena estaba lista y Regina había apagado el horno, el marido de Adelaida oyó un gemido parecido al llanto de un cachorro de mastín que luchaba por buscar un poco de leche en la teta de su madre. Su mujer se había encerrado en el baño y él creyó que se lamentaba por su discusión, pero no podía entender que la había llevado de la furia al llanto. Estaba con las piernas separadas intentado una postura cómoda para la espalda cuando se alarmó tanto por lo que oía que se levanto de un golpe y llamó a la puerta del cuarto de baño y le preguntó si estaba bien y que ocurría. Ella abrio y lo dejó entrar cerrando de nuevo a su espalda, “el médico le ha dicho a mi madre que a Luther le quedan unos meses de vida”. Su llanto se desbocó en ese punto y el la abrazó intentando calmarla pero sin saber que decir. Tal vez se trataba del hecho de no poder tenerlo más tiempo, de no haber podido pasar más tiempo a su lado, de que el reloj se le parara a Luther porque la vida se acababa, y ser consciente de que la vida tenía fin, también confundía aquella tristeza más real que ninguna otra. También sentía vergüenza por haberse permitido vivir tan ajena a que el final fuera tan inminente, por haber creído en sus inocentes ilusiones inmediatas, que su padre iba a vivir aun muchos años. Y, sobre todo, por no haber podido deshacerse del deseo de tenerlo allí, sentado en aquel sillón aunque no hablara, aunque no demostrara entender lo que se decía, porque su presencia lo hacía todo más templado y humano. Para Kimi, recibir la noticia fue un inconveniente porque no había escogido el mejor día para la presentación en familia de su pareja, y como su madre no quisiera romper los planes, pues soltó la noticia de todas forma. Tampoco se lo tomó de forma tan trágica como su hermana, porque en su caso, venía conviviendo con la enfermedad mucho tiempo y le parecía que todos lo venían esperando de antes, aunque no fuera así. Se quedó sentada en el sofá cogiendo las manos de Parsifae mientras le decía, “no es nada, no te preocupes”. En ese caso prefirió no moverse, pero bajó un poco el volumen de la tele, tal vez por respeto o porque ya no se oían los gemidos de su hermana, y eso fue algo tan insólito en ella que no pasó desapercibido para su madre que le dio la gracias y añadió que aquella voz monótona del locutor que daba las noticias la estaba volviendo loca. Lo más probable era que a Adelaida se le pasara pronto, pero hasta que no la vio salir del baño con la cabeza alta, e 13


incapaz de disimular las señales de haberse lavado la cara, no supo si todos estaban de acuerdo en sentarse a cenar. La primera en hacerlo fue Adelaida, y todos la siguieron intentando quitarle drama al asunto, y Regina apuntó que la carne le había salido muy bien y que no recordaba que tomara aquel color dorado y aquella textura, desde hacía mucho tiempo. Lo primero que hizo Thermes fue abrir el vino, y a continuación apagó la televisión porque ya a nadie le interesaba si se avecinaba un vendaval que pudiera hacer caer todas las macetas de las ventanas de la ciudad, o si había subido la gasolina. Un momento después de sentarse, Adelaida se levantó de nuevo, para coger pan y un cuchillo que se les había quedado atrás, pero no habló. Frente a su actitud poco comunicativa, el resto parecían dispuestos a forzar conversaciones que nadie seguía más que comentarios ocasionales. Era de noche y Thermes estaba deseando salir a fumar, pero se contuvo. Apenas hubo algún comentario acerca del tema que les había reunido, hasta que Regina hizo oficial lo que le había dicho el médico, intentando no ponerse demasiado solemne: “Creo que todos esperábamos y sabíamos que este momento iba a llegar”. -¿Por qué tiene que ser todo así? -empezó Kimi-, ya sabíamos que la vida nos va quitando las fuerzas, pero en su caso es como si le hubiese quitado el alma. Intenté ser cariñosa estos últimos meses, pero me pareció que no le importaba. -Nos ha invadido la tristeza, esta casa la tiene en cada uno de sus rincones. Es como una manta de tristeza que lo cubre todo -Regina intento ponerse poética sin conseguirlo-. Algunas noches permanezco abrazada a él como quien abraza un muñeco. A veces, el me ye sollozar y no lo entiendo, se me queda mirando como si sus ojos miraran el infinito. -También me preocupas tú madre -dijo Adelaida-. Si él fuera consciente de muchas cosas, querría estar contigo en todo momento, sin perderse un minuto de lo que le quede por vivir. Es veneración lo que siempre a sentido por ti. -No digas eso. No podía estar sin sus hijas. ¿Se te ha ocurrido pensar, cuántas veces me ha preguntado por vosotras en las ocasiones en que estábamos los dos solos? Estos últimos años, ha pensado mucho en sus dos niñas. -Sí que he pensado en eso -replicó Adelaida a su madre-. Claro que lo he pensado. En eso también ha tenido suerte, nos tiene a todos a su alrededor. Intentamos lo mejor, pero a veces no es tan fácil conseguirlo. Me consuela pensar que nos hemos preocupado tanto por él, cuando en realidad lo que podíamos hacer era muy limitado. En aquel momento, apareció Luther como un fantasma que se incorporaba al salón desde la oscuridad de la habitación contigua, Tenía el pijama mojado y los miraba sonriendo, pero no sonreía, era como una mueca que incorporaba a sus ojos de mirada vacía. Adelaida estaba demasiada intranquila, incapaz de respirar con normalidad como para acertar a hacer algún comentario. El primero en levantarse fue Luther, y con ayuda de Regina llevaron al enfermo al baño, lo lavaron, le cambiaron el pijama y lo devolvieron a la cama. “Cuando intentá orinar por sí mismo, se moja”, dijo Regina mientras acariciaba la cabeza de su marido. Se detuvo en la cocina y cambió algunos platos; todos siguieron cenando intentando normalizar una nueva manifestación de la enfermedad. Regina no parecía demasiado animada a sentarse de nuevo, y rebuscaba entre las especias. Dijo que tenía por allí algo de bicarbonato, que le iba a hacer falta más tarde porque la carne le había salido muy picante y especiada. Esa noche, Adelaida no iba a tener la ocasión de hablar pausadamente con su madre, pero se levantó y le ayudó a recoger la cocina. Ella protestó y le pidió que siguiera cenando, que ya recogerían después, pero Adelaida no le hizo ningún caso, y se puso a lavar cacerolas. Sólo había un tema en la cabeza de todos, la enfermedad de Luther. Cuando terminaron de cenar, Parsifae se inventó un compromiso y dijo que debía irse. Su visita fue tan corta como intensa. Kimi lo acompañó hasta el coche, se puso su abrigo nuevo para sentirse como una princesa afortunada y se demoró besándolo para que no se llevara un mal recuerdo de aquella noche. Regina le había pedido, justo antes de salir, que esperara al café porque estaba la cafetera en el fuego, pero no consiguió retenerlo. En este tipo de reuniones, nadie se iba antes del 14


café, era una norma de buena educación, pero Parsifae además de ser de una buena familia y tener un coche que costaba lo que Luther ganaba en dos años, no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones, de hecho, dos horas antes no había contemplado la posibilidad de quedarse a cenar, y sólo había pasado para saludar y “salir pitando”. Cuando Parsifae dio gas a su coche y se perdió en la noche, Adelaida esperaba a Kimi en la puerta para hablar con ella. -Este no es el mejor momento para pensar sólo en nosotras mismas, pero parece un buen chico -le dijo Adelaida cuando aún no estaba tan cerca como para poder mirarla a los ojos-. Todo se está complicando ¿no? -Las cosas van de mal en peor. Mamá lo lleva con paciencia, pero ya no es la misma. Todos intentamos que no nos supere, pero la vida, en este caso, no ofrece ni una oportunidad. Estoy intentando no salir mucho, aunque los chicos ya saben como son, quieren todo el tiempo para ellos. Al pasar más tiempo en casa, se que le ofrezco una estabilidad, pero ella no habla, y no sé si es lo que quiere. Parece que esta reunión era sólo porque deseaba hablar contigo, así que no hablemos de lo que es mejor para cada uno. Esta claro que no lo vimos venir. -No te reprocho nada. Yo, sí, he pensado demasiado en mi misma y eso no me dejaba ver. En estos últimos meses tuve que ocuparme de mis cosas, cosas que no podía aplazar. Nuestro matrimonio está pasando una crisis. -Sí, se nota. -No creo que se pueda decir que somos malas hijas. Después de todo estamos aquí. Tendremos que manejar la situación lo mejor que podamos y ponernos de acuerdo para ocuparnos también de Regina. -Pues si estás dispuesta a tanto, puedes venir a vivir aquí, hay una cama vacía en mi habitación. -¿Por que me dices eso? ¿Acaso no he estado siempre que ha hecho falta? -Muy bien, si quieres que te lo diga claro. Estoy decepcionada contigo. Te has montado tu vida de señora respetable como si lo demás ocupara un lugar secundario. -Es posible, pero si tú salieras menos, y te dedicaras menos a marear a tus pretendientes, tal vez también pudieras tener posibilidades de vivir en pareja. No es tan difícil. Al día siguiente, Adelaida hizo todo lo que solía hacer en su rutina, arregló la casa y se fue al gimnasio, pero ese día nada le salía como esperaba, tropezaba con los muebles y se encontraba demasiado fatigada para acabar sus ejercicios. Lo de Thermes era diferente porque debido a su lesión no podía dejar de ejercitarse ni un sólo día, así que ella no esperó por él y le dijo que lo vería a mediodía para comer en casa. Se llenó de valor para llamar por teléfono a su madre y preguntarle como iba todo. Intentaba hacerse un plano mental de la situaciones, las necesidades y aquello en lo que ella podía ayudar para que a todos les fuera más llevadero. Acabaron hablando de Luther y aquel hombre que se pasaba el día durmiendo y que se parecía a él, pero que no terminaban de reconocer. Adelaida no podía olvidar que había sido un gran deportista, y que no era un hombre grande, pero siempre había gozado de buena salud hasta llegado aquel momento irreparable unos años antes. Regina hablaba sin sin parar, se desahogaba exponiendo sus recuerdos a través de un teléfono que le ofrecía un poco de comprensión. Tal vez, aquella escena se había repetido mucho los últimos años, quizá más de lo deseado. Se les derrumbaba la vida sobre el recuerdo de aquel hombre capaz de ganar una maratón en otro tiempo e incapaz de ir sólo al baño mientras ellas hablaban por teléfono. De cualquier modo, a Regina no le gustaba recrearse en los malos momentos, en la tristeza que vivía a diario o en la incertidumbre del momento fatal que esperaban. Aquella mañana, Adelaida había pasado a ultimar los detalles de su viaje por Francia a la agencia, contrató su estancia en los hoteles que estarían en su ruta, las comidas y las cenas, pero llevarían su propio coche. Tenía en mente la lesión de espalda de Thermes, y aunque parecía que le aliviaba poner una faja que había adquirido los últimos días, lo cierto era que un viaje largo en coche no era lo mejor para él. En cualquier caso estaba decidido a pedir el alta laboral y empezar las vacaciones que se había perdido por su enfermedad. Sus compañeros le habían llamado por teléfono para interesarse 15


por él, porque había corrido el rumor en la empresa de que se iba a reincorporar y necesitaban hacer los nuevos horarios. Entre los calmantes, el gimnasio y la faja ortopédica, intentaba convencerse de que sus dolores disminuirían poco a poco hasta desaparecer. Los conflictos laborales de la empresa eran de grado menor, cuestiones salariales y de horarios, y por lo que le contaron no había cambios de plantilla que le pudieran afectar, así que podría ir de vacaciones con cierta tranquilidad en ese sentido. Empezó a tener la sensación de que aquel viaje era lo correcto para recuperar la concordia de pareja, y sólo la inoportuna recaída de Luther y su enfermedad parecía condicionar su marcha. De cualquier forma, no sería más que un mes y cuando volvieran podrían visitarlo con frecuencia y ayudar a Regina a organizarse. Adelaida también estaba preocupada por eso y lo miraba profundamente intentando volcar el peso de la decisión de la partida sobre sus hombros, eso a él no le gustaba, pero o invalidaba el hecho de que ella, finalmente, también tendría que estar conforme y ser parte de aquellas tan esperadas vacaciones o se oponía sin posibilidades de éxito. En aquellas horas en las que se sintió tan decidida a todo, Adelaida visitó a la hermana de Thermes, que apenas era una adolescente y que lo estaba pasando mal por que no parecía encajar en ninguna parte. Thermes lo había sugerido, y ella, como si cogiera la idea al vuelo se dejó caer por su casa para proponérselo. Carliña estuvo de acuerdo, ese debía ser un punto de inflexión, el momento de recapacitar y repensar que hacer de su vida y empezar a remontar a su vuelta. Adelaida sabía ser muy persuasiva y empleó todos los argumentos a su alcance para convencerla de que aquel viaje a Francia sería estupendo y sólo tuvo que telefonear a la agencia de viaje para añadirla en el paquete final. En medio de su conversación, Carliña quiso saber por qué hacían aquel viaje y si tenía algo que ver con la imagen que habían dado en los últimos tiempos, aquella imagen de pareja en crisis y bronca continuada, y Adelaida no le quedó otro remedio que decirle que esperaba que su relación fuera a mejor después de todo, y que así planteado, un viaje podía perseguir el mismo efecto curativo de cualquier medicamento que bajara el estrés y las malas tensiones. Tenían que planteárselo como un fenómeno casi místico, y buscar la paz interior como hacían los peregrinos en la edad media, sólo que ellos lo harían en coche y sin el esfuerzo añadido de caminar miles de kilómetros soportando yagas y ampollas en los pies. Esa era la idea romántica que Adelaida exponía del viaje, si bien, Thermes no quería contrariarla pero sabía que los viajes de curación milagrosa ya no existían o se había dejado de creer en ellos. Cuando aquella noche, le dijo que ese había sido el argumento exhibido para convencer a su hermana, él sonrió complacido pero incrédulo a la vez. Tras su última visita al médico, a Thermes le quedó claro que su problema en la espalda no era de fácil solución, pero como había conseguido reducir sus dolores en origen, es decir, con pomadas y fajas presionando el lugar indicado, y ayudado por calmantes, se atrevió a pedir el alta. Ya otros compañeros en la empresa habían tenido problemas similares de salud y algunos habían dejado de trabajar después de una operación que no ofrecía ninguna garantía. El médico había avanzado en esa idea al decirle “hay sitios donde es mejor no tocar”, pero aquello no era más que una postura que tampoco solucionaba nada y que se vería ignorada si él se decidía a dar el paso hacia la cirugía. Además, si después de volver al trabajo y pasado un tiempo de intentar llevarlo a cabo controlando sus dolores, no lo conseguía tendría que volver a planteárselo todo de nuevo. No era fácil enfrentarse a aquella situación, pero no quería adelantar acontecimientos, y lo que tenia que hacer llegado aquel omento era disfrutar de las vacaciones que tenía delante; ya habría tiempo para lo que tuviera que venir. Un viaje en coche no era la mejor respuesta a su enfermedad, pero concluyó en que sería una buena prueba si hacían etapas cortas. Programó llegar a los hoteles, después de mediodía, es decir que rodarían por las carreteras francesas sólo durante la mañana, y no todos los días. Si descansaban lo suficiente y hacían las paradas necesarias, cada trayecto no tenía que convertirse en una paliza como las que se pegaba en el trabajo, o como los viajes de juventud que recordaba tan vibrantes. Ni siquiera iba a intentar forzar las situaciones, y eso significaba que si no se encontraba bien podrían permanecer en un mismo hotel por tiempo indefinido y renunciando a otras reservas; así lo habían 16


acordado con la agencia. El día antes de la partida, los tres viajeros comieron juntos, y resultó inequívoca la pasión que demostraron y el ansia que los hacía desear que aquellas horas pasaran lo más rápido posible para ponerse en marcha y empezar su aventura. De pronto, Thermes se veía compartiendo un viaje largo con su hermana, algo impensable unos meses antes, tal vez porque ella era muy celosa de su propia vida e independencia. No quería que siguiera metida en su concha de ostra o que se enredara con malas amistades de las que la llevarían a salir y beber a menudo, al fin y al cabo, eso era lo que hacía la juventud en los últimos tiempos. No iba a oponerse a que pusiera sus condiciones para embarcarse con ellos, pero lo que no esperaba era que pretendiera llevar tres maletas, y eso hubo que negociarla hasta que se quedó en una maleta y una bolsa de viaje. Ella no se dejaba intimidar a pesar de su juventud, de hecho, ese tipo de chicas no le gustaban y no tenía amigas conformistas generalmente hablando. Sus padres la consentían demasiado, y en algún momento tuvieron que comprender que no podía ser de otro manera. Cada uno de ellos parecía tener una idea diferente de lo que el viaje les deparaba y no lo compartían con los otros. Para Carliña, los viajes eran una clara y natural inclinación vital que había sentido desde siempre, por eso, convencerla resulta más fácil de lo que Adelaida podía haber esperado. Thermes quiso ayudar, cuando le dijo a Adelaida que si quería congeniar con ella había que respetar sus opiniones, porque le molestaba que dieran por hecho que estaba de acuerdo con las decisiones ajenas si le afectaban de alguna manera. El viaje comenzaba y ya estaban pensando en contrariedades, “intentemos ser positivos, nos llevaremos bien”, le respondió Adelaida, “me parece que es mucho más cabal de lo tú le concedes, Es sólo que no renuncia a su libertad, eso es todo”. En su primera parada en Francia, en un pequeño pueblo al otro lado de la frontera, no sólo se encontraron desorientados por la humedad que se colaba hasta en las sábanas, sino que el lugar estaba casi vacío. Probablemente ese año la primavera llegaría con retraso, pero además eran de los pocos viajeros que decidían salir a la carretera en época de lluvias. Había, eso sí, una familia de ganaderos que procedía de las montañas y que, frente al crudo y nevado invierno de allí, aquel lugar les parecía templado. La primera noche que pasaron allí, Thermes compró unos bocadillos y se los comieron en la habitación de Carliña, mientras hablaban de las costumbres migratorias de las aves europeas, cuestionándose a ellos mismo por hacer lo contrario y salir en busca de un tiempo menos apacible que el que conocían. Por la mañana, Thermes se levantó temprano y salió de la habitación intentando no hacer ruido. No desayunó en el hotel y vio amanecer dirigiéndose al mercado del pueblo, que no era un gran mercado pero conservaba la actividad vital de los agricultores montando sus cajas de frutas y hortalizas, y los transportistas moviéndose en pequeñas furgonetas entre las calles habilitadas para ese servicio. No era muy probable que estuviera pensando en hacer una gran compra para comer, porque tenían contratada la comida en el hotel, pero se interesó por la fruta y compró naranjas, sin dejar de preguntarse ¿cómo harían para tener tanta variedad fuera de temporada?, eso no era una novedad para él que acostumbraba a visitar el mercado en su actividad cotidiana mientras estaba sin trabajar y sus paseos diarios casi siempre lo llevaban a visitar tiendas. Parecía un turista salido de las páginas del libro “muerte en Venecia”, paseando lánguidamente por las calles del pueblo y mirando a las jóvenes, que a aquella hora para corrían hacia el colegio de monjas que se elevaba dignamente construido en piedra muy cerca del ayuntamiento. Conocía aquella sensación, ya le había pasado antes estando de vacaciones en algún lugar que no conocía. La emoción de ver como todo funcionaba, los jardineros regando, los camareros desplegando sillas, los taxistas escuchando la radio en espera de algún cliente, los colegios aceptando ríos de niños que lo enredaban todo, caballeros muy estirados haciendo cola en el estanco para comprar tabaco y los vendedores ambulantes ofreciendo relojes que funcionaban perfectamente a mitad de precio que en las tiendas. Se sabía capaz de asumir dentro de aquel sentimiento todo lo que pasaba ante sus ojos y se sentó en una terraza, justo enfrente del colegio. Durante muchos años había aceptado la idea de que sentirse turbado por la belleza de algunas de aquellas muchachas que aún no llegaban a los diecisiete era algo poco edificante, pero entonces creyó que él ya nunca tendría hijos y 17


que sentirse implicado en aquel momento sólo podría hacerlo como lo hace un extraño. Pidió un café y se sintió capacitado para aceptar las horas tan largas como las proponía aquel día sin planes ni programas. No era ajeno ni incapaz de no sentirse implicado por la felicidad de otros, y aquellos gritos y risas no le eran ajenos. El aire estaba impregnado de una felicidad inconsciente, de las ganas de vivir y la excitación de todos aquellos juegos. Fue entonces cuando un hombre menudo al que le faltaban dos dientes ocupó la mesa contigua a la suya en la terraza y lo miró un minuto antes de decidirse a hablar. -Es usted español, lo he notado por su acento al hablar con el camarero -Thermes hablaba algo de francés, lo suficiente, pero su acento debía de ser grotesco, pero aquel hombre hablaba español con corrección-. Soy profesor de toda esa jauría, perdóneme la franqueza. No se preocupe, entrarán en unos minutos y todo quedará más tranquilo. La estúpida corrección lo invadía todo. ¿Por qué tenía que presuponer que se sentía molesto por el ruido? A Thermes le gustaba el ruido, la música alta, los coches, los motores de las máquinas de las fábricas, la aspiradora de la vecina a media tarde o las puertas cerradas sin control. La gente, de forma general, se dejaba llevar por un orden que los esclavizaba con severidad, hasta el punto de no poder moverse sin saber si estaban haciendo algo incorrecto, algunos se quedaban congelados frente a una mirada de censura y otros apenas se animaban a frecuentar lugares ocupados por la burguesía silenciosa, sólo por no molestar, porque creían que no encajaban o por no recibir un comentario desagradable sobre su forma de vestir o de comer. Ese atrevimiento que en otro tiempo había significado una forma de agresión a las buenas costumbres, empezaba a echarse de menos. Thermes no pudo contener su sorpresa cuando el profesor Roland le dijo que era español, que había huido de la guerra y que ya nunca había vuelto a la España fascista, así lo dijo, con un resentimiento y una náusea que sólo los fascistas podrán entender. Thermes se sintió muy capacitado para comprender lo que Roland le contaba de su éxodo a través de campos y carreteras hasta llegar a Francia donde fueron confinados en barracones durante años. El mundo está lleno de gente que vive la vida que se les conoce, la que los lleva a moverse cada día de su casa al trabajo y del trabajo a su casa mecánicamente, pero también otra interior que los hace ver aquella actividad superviviente a la que están sometidos como algo menos importante de lo que piensan y eso es porque a un drama presente entre sus recuerdos que los hace sentirse así. Es como convivir con una enfermedad crónica, algo que los aterroriza frente a la posibilidad de la muerte súbita y que vuelve una y otra vez sin avisar. Thermes le ofreció su mano y se presentaron. -Estoy de viaje, de vacaciones. Francia es el país de la libertad, para muchos españoles representa todo lo que nosotros no pudimos tener. -Durante el tiempo que llevo viviendo aquí he pensado lo mismo. Los españoles no saben lo que es la libertad. Pero echo de menos España, es un sentimiento parecido al que se siente cuando se está lejos de la familia, aunque sepas que tu familia no es lo que deseabas. Aquel hombre tenía una tristeza que apenas disimulaba. Desde luego, podía entrar en una conversación melancólica de las que tanto le gustan a los exiliados, pero sólo cuando el hombre se levantó para ir a dar sus clases, empezó a comprender lo que significaba. Era un símbolo del derrumbe de la convivencia, dictador por medio, y lo que significaba tenerlo ahí, dando clases a los jóvenes que lo escuchaban e interpretaban toda aquella tristeza. Era posible que estuviera afiliado al partido socialista o que fuera uno de esos anarquistas tan despreciados por los banqueros y los ultraliberales, o que se tratara de uno de esos sindicalistas militantes en todas las causas, pero no hablaron de política, sólo se definió como exiliado nada más. Se unió a un grupo de profesores que esperaban en la puerta cuando una monja abrió y les dejó entrar, a continuación abrió el portalón que daba al patio de recreo y algunas alumnas se precipitaron para entrar las primeras, en realidad, no tan diferente de como sucedía en otras partes. La obediencia ciega al Estado, o a la clase política heredera de la dictadura, no iba a ayudar a construir una sociedad más libre, pero al menos podía salir de vacaciones alguna vez, e impregnarse de aquel aire tan atrevido. Se consideraba muy 18


afortunado por poder vivir como lo hacía y debía empezar a reconciliarse con el mundo a pesar de estar destinado a trabajar con aquella carga de dolores para el resto de su vida. Debía lograr deshacerse de sus dudas y confiar en que todo mejoraría y que valía la pena luchar por la vida tal y como la había imaginado, y sobre todo, por el amor tal y como quería que estuviera en sus planes. Al despedirse, Roland le dijo que la dictadura había atrasado a España no sólo económicamente, sino que la había entregado a los curas y sus colegios de corte fascista y que eso había sido tanto como volver a la edad media, pero que Franco había conseguido el apoyo de los conservadores en los Estados Unidos en el momento en que otros dictadores como él eran también aliados en América del Sur. Según Roland, los yankees habían condenado a los españoles a sufrir la dictadura con su apoyo instalando sus bases militares. Es posible que Roland no estuviese afiliado a ningún partido político, tal y como afirmaba, pero su odio a todo lo fascista era más que evidente. Posiblemente se había casado con una mujer francesa y tenía hijos franceses sanos y guapos, como parecían todos los franceses aburguesados, tenía cara de buena persona, paciente y comprensivo, y las comisuras de los labios amarilleaban del café al que parecía muy aficionado. Todo esto lo hacía mantener esa imagen que tienen los profesores mayores que les acerca a la forma culta de una vida sedentaria que se acerca a los años definitivos. Era posible que en su conversación, mientras lo veía con aquellos ojos pausados, estuviera pensando que era un conformista, o tal vez otro español creyente en la superficialidad de los dogmas religiosos. Pero, al menos, si había pensado eso de él, no lo dijo, y cuando lo vio echar a andar para reunirse con sus compañeros en la puerta del colegio, se extrañó de que un hombre que trabajaba en un colegio de monjas, manifestara tan abiertamente su incredulidad, no sólo con las historias religiosas, sino también, con las conexiones políticas que la religión auspiciaba. En mitad de aquel día, sobre las tres de la tarde, si es que el mediodía puede ser la hora en la que el sol está en lo alto y no las doce en punto, como pueda parecer, sólo unas horas antes de que decidieran que al día siguiente partirían y seguirían su viaje, Thermes volvió al hotel como solía hacer cuando trabajaba y volvía a casa sin avisar, y entonces se encontró con que las chicas ya habían comido y charlaban en el salón del hotel. Ni a su propia mujer parecía importarle, porque ella estaba disfrutando de aquel viaje, pero llegaba tarde. Nadie lo esperaba expresamente y tal vez lo merecía por haber salido sin avisar. Ya estaban recogiendo el comedor, y a su lado se sentó una mujer madura, totalmente vestida de blanco. Se apreciaba que había pasado de los cincuenta pero guardaba un fuerte atractivo. También parecía estar de viaje de placer, pero no viajaba sola, su marido la acompañaba, aunque realizaban actividades por separado y llegó tarde para sentarse con ella. Tenían una forma de hablar pausada, con total compromiso en sus confidencias, sin alzar la voz ni dar la posibilidad de que nadie pudiera seguir su conversación, que por otra parte era entrecortada y poco interesante por lo que se desprendía de la cara que ambos ponían al mirarse. En cierto modo, mirarlos con insistencia pero intentando que no lo notaran, era una distracción. No había nada de especial en ellos, además de que el escote de la mujer se quedaba pequeño debido a su pecho prominente. Apenas podía darle importancia en tales circunstancias a eso, aunque le parecía atrayente la poca importancia que ella le daba a la imagen exuberante que desplegaba, tal vez, de forma inconsciente. Y justo después de una de sus miradas, ella volvió la cabeza y lo miró fijamente mientras se limpiaba los labios con una servilleta. Por un momento temió que se levantara y se dirigiera a él para decirle algo, pero no sucedió. Thermes y Adelaida llevaban mucho tiempo sin tener relaciones íntimas, y no sólo por su dolor de espalda, es posible que otras causas que él entonces desconocía estuvieran condicionando para que aquella aproximación no se produjera. Y tal vez, eso le hacía sentirse más sensible con respecto a visiones y olores a su alrededor, pero no era nada que no pudiera controlar. No podemos saber todo lo que pasa a nuestro alrededor, ni siquiera controlar nuestro círculo más íntimo de amistades y familiares, y, en ocasiones, nos enteramos años después de cosas que sucedieron y tuvieron que ver con nuestras vidas de forma directa sin que nadie nos lo desvelara. Thermes creía haberse portado siempre con honestidad en su relación, incluso en los 19


primeros momentos, cuando aún mantenía contactos con otras chicas a las que fue aparcando como si se trataran de autos poco competitivos. No se sentía orgulloso de eso, pero ¿qué otra cosa hubiese podido hacer? Adelaida nunca supo de la existencia de otras mujeres, y eso había sido lo mejor, pero sus reacciones de los últimos meses lo hacían dudar acerca de los motivos de su mal humor, y aceptaba cualquier hipótesis por extraña que pudiera parecer, ¿sería posible que ella sintiera celos de rivales de otro tiempo? Y lo que aún era más difícil, ¿era posible que alguien el hubiese contado algo indebido o vergonzoso de su actitud de entonces? Le daba un alto grado de fiabilidad a sus deliberaciones, y sabía que confiar ciegamente en sí mismo no le ayudaba, su imaginación lo traicionaba hasta convertirse en su peor enemigo. Por fortuna no iba a desenterrar viejos fantasmas preguntándole a Adelaida al respecto. 4 La estrella contorsionista o el desgaste del lagarto

En los días siguientes del viaje, Adelaida estuvo nerviosa. Era aficionada a hacer listas de todo tipo, necesidades ambientales, la compra, canales de radio o, con relación a Thermes, una serie de reproches que ni ella misma tenía claro de donde habían salido. Supuestamente, en su pasado, aquellas listas habían sido la causa por la que había abandonado a algunos de sus novios de juventud, lo que da una idea de lo cruel y ausente de toda piedad que había sido cuando aún se creía una princesa intocable; por fortuna ya nada era tan radical. Sin embargo, los reproches hacia Thermes, eran menores, cosas como que se había acomodado, que se olvidaba de bajar la basura, o de que se dormía mientras ella estaba contándole algún aspecto asombroso de su vida diaria. A él ni se le pasaba por la cabeza que aquella lista existía y que podía ser una de las causas de sus desencuentros. Lo cierto es que a tipo determinado de mujeres, les gusta que sus maridos representen la respetabilidad que desean para ellas, y casarse con un conductor de autobús que se pasaba el día en el gimnasio por su dolor de espalda, no era lo que había esperado de la vida. Sería necesario darle muchas vueltas a aquellas faltas para convertirlas en problemas de peso en el caso de que pretendiera justificar así una forzada separación, pero si ella estaba decidida a que ese momento llegara, nada podría detenerla. Lo que nunca llegaría a saber Thermes, era el papel que su hermana jugó en su defensa. Su creciente amistad con Adelaida, la llevó a defenderlo en cada uno de sus reproches. Por aquel tiempo, Carliña ya comprendía lo suficiente de la vida adulta y las parejas formalmente establecida, para jugar ese papel. A su modo de ver, de una forma o de otra, Adelaida nunca tendría descanso, nunca estaría tranquila o satisfecha, estuviera Thermes en su vida o no. Pensaba que si exponía esta idea tan cruda abiertamente perdería la influencia que aún tenía sobre ella y por eso daba algunos rodeos antes de poner en valor los mejores momentos de su hermano, y los motivos por los que ella misma lo apreciaba tanto. Incluso en los paseos y las comidas que hacían las dos solas, aprovechaba para hacer comentarios acerca de actitudes mezquinas que observaban en otros hombres, y decir, “eso mi hermano no lo haría”; todo muy obvio pero efectivo, lo que causaba alguna risa en Adelaida- La amistad entre las dos chicas avanzaba y él seguía con sus paseos, sin contar demasiado de sus descubrimientos y las apreciaciones que hacía de la forma de comportarse de la gente francesa. Durante los días siguientes, con paradas en pequeños hoteles de montaña e interminables trayectos 20


en coche, Adelaida no dejó de hablar de lo mucho que habían planeado aquel viaje y cómo lo estaba disfrutando, sin llegar a convencer a los dos hermanos de que sus argumentos fueron sinceros. Prácticamente no tenía más que decir que todo le resultaba perfecto y que tendrían que volver en cuanto pudieran. En un viaje anterior que hiciera al terminar en el instituto, las alumnas habían sido llevadas y dirigidas por una profesora que no se separaba de ellas. Las visitas a museos y parques eran tan organizadas que apenas había tenido ocasión de ver nada más, y mientras la profesora se distraía hablando en francés con le portero del hotel, ellas se escapaban al baño para fumar a escondidas. En aquella ocasión no había visto Francia del mismo modo, e intentaba ponerlo de relieve con comentarios sorprendentes sobre el paisaje, la comida o sus gentes. Thermes sabía que, detrás de aquella supuesta felicidad, había una animadversión hacia él que podría confundirse con la decepción, o el sentido de derrota que experimentaba. Nunca había conocido a nadie capaz de actuar de aquella manera, que cubriera una depresión con una sonrisa plastificada, o que se enfrentara a su destino, con más fuerza que ella. Se tiranizaba a sí misma, hasta que terminaba por desencadenar su tormenta de reproches, todos lo sabían, ya había sucedido antes. Imaginarla sin un mundo interior tan complicado ya no cabía en la mente de Thermes. Para él, durante aquellos primeros días de viaje, aquella forma de actuar iba directamente en contra del plan que habían establecido, un viaje en el que poder rebajar la tensión, obviar sus diferencias y buscar la reconciliación. Lo que aquella forma de actuar desprendía, aquella felicidad inestable y más aparente que real, era parte el mismo amor-odio del que venían huyendo. Al menos, parecía que las dos chicas podían pasar horas juntas haciéndose compañía sin cansarse la una de la otra, lo que a veces sucede en los viajes largos en coche, y eso ya resultaba una gran adelanto. Todo el resto ya lo conocían de antes, en otras ocasiones, las dos se habían pasado horas hablando de los temas más triviales. Apenas había un resquicio de beligerancia, es más, cuando Thermes tardaba en volver porque saliera a hacer un paseo nocturno, Adelaida se iba a la habitación de Carliña para continuar con las conversaciones que siempre consideraba que se habían quedado a medias, comían dulces y bebían Martini. Él no parecía tener prisa por volver, y se entretenía en el bar jugando a la máquina “tragaperras” y bebiendo zumos de piña, era en ocasiones como esa en las que más de una vez las había encontrado dormidas en la misma cama, vestidas y con la luz encendida, como si hubiesen sido abatidas por el cansancio. Carliña los oyó discutir una tarde que volvía de hacer algunas compras en una tienda de ropa barata para turistas. Sus habitaciones eran contiguas y en el pasillo, pasaba por la de ellos antes de acceder a la puerta de la suya. Cualquiera que hubiese pasado por allí los abría escuchado, era una discusión bastante fuerte. Se detuvo un momento haciendo que buscaba sus llaves en el bolso para escuchar, y le sorprendió que se comportaran así precisamente ahora que los dos parecían desear solucionar sus problemas. Debería haber supuesto que ese momento iba a llegar y que la iba a pillar en medio. En realidad no tenia tanto que ver, eran familiares y sentía que estuvieran en una crisis de semejante calado pero ni podá solucionarlo, ni había hecho ni dicho nada que pudiera echar más leña al fuego. Estaban cansados, era normal, llevaban unos quince días de viaje y habían conocido seis hoteles baratos, ni uno de aquellos malditos hoteles tenía un buen servicio de habitaciones y la comida francesa era fría y poco cocinada; todos estaban del queso y el paté un poco hartos. Y aún les quedaban quince días más y seguir dando tumbos por carreteras secundarias en busca de la pócima de amor que curara sus heridas. Aquella tarde de discusión, la pareja entró en aquella habitación pensando en echarse la siesta y salieron de ella por separado y pensando que ya nunca lo volverían a hacer, así estaban las cosas. Fuera como fuera, todo iba saliendo a la superficie, iban teniendo una idea clara de por donde iban sus problemas, sobre Thermes, para el que una parte de la acritud de su mujer no tenia mucho sentido. Se les acababa la paciencia. Era como si una chispa hubiese prendido un gran fuego, y ese estado metafórico de las cosas le recordaba a Thermes que había dejado de fumar sólo porque le parecía que podía ser una de las cosas que los separaba, y eso era la parte menos de sus problemas, ahora se daba cuenta. El elevado tono de su enfrentamiento no pasaba 21


desapercibido para nadie, habían subido un nuevo peldaño en sus diferencias y lo habían acompañado de una tensión que los llevó a viajar cien kilómetros en silencio en su siguiente etapa hasta la costa de Bretagna, sin sabe r si tendrían fuerzas para llegar a Normandía. Tenían en ese momento, además de toda su bronca acumulada durante meses y aireada finalmente en el viaje, que aprender a tratar con su decepción. Llegaron a un hotelito en la costa que no estaba mal, el mejor con diferencia de los hasta ese momento conocidos en el viaje. Decidieron darse un descanso y estar unos días en aquel lugar, que en verano en un centro turístico relevante, pero en invierno se convertía un enclave solitario con el pueblo más cercano, al menos a unos 50 kilómetros. Había un español solitario que bajaba a desayunar a la misma hora que ellos, con el que Thermes hizo buenas migas. Además había una pareja que se cruzaban y a los que se veía poco, que parecían en luna de miel porque pasaban el día besándose y haciéndose caricias. Por último, también coincidían con frecuencia en el comedor con un matrimonio que estaba de viaje con sus dos hijos mayores, unos muchachotes con aspecto deportivo que rondaban los veinte años y que se pasaban la tarde jugando a hacer rebotar una pelota de fútbol en la cancha de tenis del hotel. A veces, Thermes invitaba a su nueva a mistad, Berí Morales, a un paseo por los alrededores. Se trataba de un empleado de un teatro de pueblo que se encargaba de hacer las cosas más útiles para su buen funcionamiento, desde contratar al servicio de limpieza, hasta expender el mismo las entradas en la taquilla. Se había separado hacía poco y se había tomado aquellas vacaciones para rebajar el estrés, lo que lo hacía parecer un hombre solitario pero en realidad era muy hablador. Conocía el lugar porque ya había estado allí otros años en una ocasión llevó a Thermes hasta una ruina normanda de la edad media, cuyas piedras habían ido desapareciendo a lo largo de los siglos porque los vecinos las habían utilizado para construir sus propias casas. Era por eso que en aquel páramo apenas quedaran una piedras, un campanario y algunas paredes malamente derruidas. Berí solía hacer aquel paseo solo, lo conocía bien y estaba en forma, lo que hacía que Thermes le siguiera el ritmo con cierta dificultad. En su actividad diaria, había conocido a algunos actores populares españoles, y tenia muchas anécdotas que contar sobre ellos y sus manías. Pero el teatro no iba bien y era posible que cerrara en un tiempo por eso el momento que había escogido para sus vacaciones no era el más apropiado a esa situación, pero como él mismo dijo, su situación mental no daba para más. Un año después de su separación seguía encontrando que se había desprendido en exceso de su vida personal por intentar que su relación de pareja funcionara, que se había entregado demasiado, y que seguía buscando una forma amable de estar en el mundo, lo que ya no concebía más que en sus paseos, en sus viajes y en la soledad de sus lecturas. En uno de aquellos paseos, Berí se torció un tobillo al pisar una piedra que resbaló debajo de su pie, y Thermes tuvo que ayudarlo a volver al hotel permitiendo que le pusiera un brazo sobre los hombros y haciendo fuerza para soportar la mayor parte de su peso y que pudiera dar un paso con el pie malo, Y así, saltito a saltito cubrieron un kilómetro y Berí no dejaba de lamentarse, agradeciendo la ayuda y exclamando que no sabía cómo hubiera hecho de haber salido aquella mañana en la soledad que acostumbraba. Debería haber esperado que algo así terminaría por suceder, y desde luego la suerte de haber sido acompañado por Thermes no tenía precio, pero, a su vez, Thermes no valoró el daño que aquel esfuerzo iba a causar en su lesión de espalda, ya muy maltrecha por la enorme paliza de un viaje en coche conduciendo tantos kilómetros sin apenas descansar. Si Berní era un atrevido solitario, Thermes era un inconsciente. Ni siquiera valoró dejarlo solo e ir a pedir ayuda, se lo echó al hombro y se rompió la espalda, así que cuando el médico llegó al hotel tuvo que atenderlos a los dos, que pasaron a la convalecencia sin remedio. Pero toda aquella historia que parecía tan desgraciada, tuvo algo bueno, Adelaida se enterneció, y el buscado acercamiento durante meses, al fin se produjo. Al fía siguiente amaneció dormida en una cama que el hotel se había servido a montar al lado de la de Thermes, estaban cogidos de la mano y ella había llorado aterrada ante la idea de que le podría haber pasado algo peor, incluso un accidente mortal, y que se habría quedado sola y viuda en el mundo sin saber como enfrentarse a eso. La idea 22


era muy exagerada, pero la imaginación de Adelaida no tenía medida. Fuera cual fuese el motivo que la asusto tanto y la llevó a la reconciliación, ni siquiera sopesó la idea de que Thermes se quedara inválido para siempre, porque para ella, incluso eso hubiera sido mejor que una separación o la soledad definitiva, en ese momento lo tuvo claro. Una ternura inesperada afloraba en ella y estaba dispuesta a soportar todos sus pequeños vicios de por vida, incluso que volviera a fumar, pero no era necesario, Thermes se limitaba a dejarse curar, y recibir todas sus atenciones. La brutalidad de sus discusiones, ahora era consciente de ello, no habían ayudado en nada, la vida era lo que era, y ella no había cumplido sus sueños, pero era el momento de ser realista y la vida no era fácil ara nadie. Las tensiones de los días pasados habían pasado a la historia, y Carliña los veía con afecto, sin entender nada, y también con cierta envidia, a pesar de que en sus pensamientos más radicales y juveniles, pensaba que el amor era una falacia capitalista destinado a crear necesidades en la personas que los tuvieran atados a sus trabajos y a sus hábitos consumistas. Al menos en eso, la hermana de Thermes era coherente con su idea de vivir esforzándose lo menos posible. Sólo unos días antes, Adelaida le había confesado que quería separarse de su hermano, y eso no se correspondía con su reacción tan atenta, amorosa y dedicada con Thermes. -Aquí estamos, los tres seres más desarraigados de la tierra -le había dicho Adelaida a su joven amiga-. Mil veces hemos hablado de esto, y unas cuantas también contigo. Nos hemos perdido en el camino y no sabemos encontrar la salida. Es la desilusión. -De eso es de lo que están hechas las relaciones largas. Se ponen a prueba en cada momento con nuevas desilusiones. -Mira, tu hermano es tío estupendo y lo quiero. Nos hemos tomado en serio nuestra relación desde el principio, pero hay algo que no termina de funcionar y no sé lo que es. Tal vez temo que me abandone y por eso creo que debemos seoararnos antes de que ese momento llegue -intentaba explicarse sin conseguirlo. -Esto en un dilema, se trata de un problema sin solución, así planteado -dijo Carliña-. Un problema de los grandes, que no hay por donde cogerlo ni como afrontarlo. Es un problema con alas, cuando lo intentas pillar sale volando. Perdona, no intento ser graciosa. -Las personas somos diferentes, nuestros presentimientos y nuestros instintos nos llevan a hacer cosas que a otros les parecen extrañas, pero que están en sintonía con nuestra forma más íntima de ser. -Sí, lo sé. No te preocupes, no voy a meterme en vuestras cosas. De hecho creo que es mejor no seguir hablando de ello -Carliña remató la conversación y no volvieron a tocar el tema, las dos sabian que seguirían siendo amigas, pasara lo que pasara. Y como se suele decir que las desgracias nunca vienen solas, Adelaida llamó a su madre y así supo que su padre acababa de morir. Lloró mucho aquellos días, por la maldita idea de las vacaciones, por lo injusta que era la vida que nunca acababa bien para nadie, y por lo mucho que quería a Thermes, fumara o no. “Ya no se entierra a nadie. Los incineran hoy. Deberían decir que el viento te sea leve y no que la tierra te sea leve. Mucha gente esparce las cenizas de sus muertos sobre el mar, o en algún lugar solitario del campo con un sentido simbólico especial para alguien”, Miaba a Thermes mientras le contaba que había fallecido de repente, dormido en el sillón en el que veía la televisión, sin hacer ni un ruido. Cuando estuvo a solas, Adelaida lloró y dio un grito de impotencia, como si estuviera a punto de golpear las paredes. Si alguien se siente tan solo como cuando Adelaida se sintió al perder a su padre, encuentra que es una situación a que la que se vuelve sin remedio y por la que todos tendremos que pasar si sobrevivimos a nuestros progenitores. Es una sensación de desamparo. Todos pasarían por aquello, sólo que a ella y a su hermana les había tocado antes que a otros, lo cual acentuaba su tragedia si eso era posible: o bien empezaba a comprender que la vida iba de eso, o bien se amargaban en espera del envejecimiento prematuro. Sus padres la habían tenido muy mayores, lo que la hacía una huérfana prematura porque no se esperaba tan pronto, pero además tan joven que parecía imposible que ya le 23


hubiese pasado. Tan sĂłlo habĂ­a empezado a saber que todo iba a doler y que el resto eran fuegos de artificio. Esa idea empezaba a moverse por su mente y a liberarla de todos sus sueĂąos fracasados, pero a la vez, tenĂ­a un aspecto positivo, empezaba a sentir la necesidad de la estabilidad para poder enfrentase al resto, a lo que quedaba por llegar, con la entereza necesaria.

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Los brazos entrelazados de un mono de alabastro

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1 Los brazos entrelazados de un mono eléctrico de alabastro. Mirando desde el campanario todos los ángeles son caídos Los abrazos de Kausica eran más cálidos que cualquier otra cosa que conociera, y eso no era poco decir a sus dieciséis años, acerca de recibirlos de una mujer que no era su madre natural. Nunca nadie le había prestado tanta atención ni le había dedicado tanto afecto de una forma tan abnegada. Para un joven que no conocía a su verdadera madre y al que le había muerto su padre, era más que suficiente tener a su lado a una mujer tan dulce y tan dedicada a hacerlo crecer feliz como lo había hecho ella en los últimos cinco años. Ese era el tiempo que su padre llevaba muerto -se había caído de un andamio mientras trabajaba decorando la piedra de una oficina a veinte pisos de altura, a lo que debería de estar acostumbrado y que resultara inexplicable para todos- y no podía por menos que reconocer que la hermana de su padre, Kausica, lo había querido como si fuera su propio hijo. Que ella, por su parte, no hubiese tenido sus propios hijos era algo de lo que nunca hablaba, y tampoco la escuchó hablar de ello con su marido, Marcus el viajante, como ella le llamaba cariñosamente. Klostler no guardaba nada de su madre más que una foto antigua que llevaba en la cartera y que miraba con curiosidad y devoción a escondidas, eso había sido un apoyo tan importante como los abrazos de Kausica, y tal vez por este tipo de cosas, había crecido sintiéndose afortunado a pesar de todo. En los álbumes de su tía podía encontrar fotos de su padre desde que era un niño, imágenes descoloridas y mal encuadradas que sin embargo tenía el poderoso afán de demostrar que en el pasado también se había vivido y que sus mayores no había aparecido de repente. Los miraba a escondidas, e incluso, a veces, sin ser visto, se los llevaba a su habitación para observarlos como si los estuviera estudiando, suspirando sin remedio porque no encontraría jamás una foto de su madre entre el resto. Su padre, por lo que podía adivinar a través de aquella enorme colección, había crecido feliz, sin problemas, sin enfermedades ni necesidades y si su alma se había dedicado a las artes, tan sólo había sido posible por su espíritu inquieto e independiente y su resolución al impedir que nadie se inmiscuyera a sus decisiones. Incluso en las ocasiones en las que tomara malas decisiones y había discutido con su propia familia. Era por esto, que en ocasiones, Klostler no podía dejar de convencerse de que la ausencia de fotos de la boda de su padre, o de su posterior familia, no había sido la consecuencia de alguna discusión que había llevado a decisiones irreparables. El que más había perdido en aquel proceso de desintegración familiar, había sido su padre, si bien la enfermedad que le causó la muerte no había tenido nada que ver con el disgusto previo de perder a su mujer. Perder a sus padres, aún en el peor de los casos en que se lo planteara, no podía impedir que fuera justo, y al menos en eso reconocer que le había permitido conocer a sus tíos y dejarse querer por ellos como si fuera hijo. Y también, debido a aquella situación que lo hacía sentir tan débil, intentar ser el mejor hijo no natural, del mundo. No podía dar ni una leve excusa para que alguien pensara que no se merecía tanta dedicación ni que nadie, en alguna perdida ocasión, pudiese desaprobar su conducta con la vehemencia con la que se reprocha a los desagradecidos. Que la tía 2


Kausica celebrara especialmente su dieciséis cumpleaños, le hizo sospechar que algo especial se le venía encima. En esa ocasión lo consideró lo suficientemente mayor para hablarle de sus padres y de como era su relación, pero en toda aquella femenina preparación del estelar momento, no hizo falta la intervención ni la aprobación de su tío Marcus. Al acabar el curso escolar que lo llevó a cumplir los dieciséis años, muy pocos alumnos, compañeros suyos, podían comparar sus notas con las de Kloster. Los alumnos de aquella clase avanzada, que además jugaban a fútbol, unos seis o siete dependiendo del años al que nos refiramos, eran un grupo consolidado que empezaban a salir con chicas los fines de semana, se juntaban para ir a nadar a la piscina municipal o para realizar rutas por la montaña en busca de lugares desde los que poder contemplar paisajes que calificaban de extraordinarios y a los que quitaban fotos que después mostraban en la escuela. Eran actividades deportivas, que además, poseían una indudable fuerza estética. Es posible que fuera en esas actividades, a las que Kloster solía ir provisto de una pequeña cámara, en las que empezara su afición por la fotografía, y aunque no se trataba de una afición exclusiva, lo cierto que ni la rivalidad ni la competencia que desarrollaban a través de sus notas escolares y sus resultares deportivos, podían contener el interés a aparte, demostrado por él cuando se trataba de coger su cámara. Estaba satisfecho por sus notas y se sacó una foto a sí mismo en el váter de una gasolinera mientras las sostenía delante del pecho con cara de innegable satisfacción. En el auto coreano de Marcus los esperaba su tía Kausica de la que no podía decir que no lo hubiese abrazado y besado lo suficiente al salir de la ceremonia de clausura de curso. Si alguien se atreviera a pensar que aquellos tres miembros de una misma entidad familiar no eran felices, o que las cosas les iban realmente bien, sin duda se equivocaría. Parecían satisfechos y orgullosos por el trabajo realizado los últimos años, y sobre todo, porque empezaban a ver resultados tan positivos. Kausica tenían sus propios planes para el muchacho, en cierto modo, era parte de sus sueños, pero no había contado con que tendría que hacer encajar esos sueños con los del propio adolescente, que, al menos en eso, había sido muy reservado. Aquella noche, Kausica miraba las fotos de la graduación, se detenía en aquellas que narraban el momento en que eran entregados los certificados, eran fotos en las que todos aparecían satisfechos, dispuestos para lo que el futuro les deparara, convencidos de su valía y del reconocimiento que se les demostraba. Eran fotos de una nueva generación dispuesta a luchar por sus ideales, chicos llamados al relevo y que acercándolas a la nariz para reconocer a cada uno de ellos, podía ir diciendo sus nombres para concluir, “este país está llamado a grandes cosas”. Klostler la oyó y replicó, “cuando está ahí subido -se trataba de una tarima escalonada que facilitaba que a todos se les viera la cara-, te recueces por el sol y los minutos que no pasan, en ese momento sólo puedes pensar en lo absurdo de la ceremonia, y sólo deseas que acabe para poder escabullirte y desaparecer lo antes posible”. Ella seguía haciendo comentarios acerca de unos y de otros, estaba feliz, había cosas que le hacían gracia o reír, que si uno se olvidara el birrete, o si a otro le quedaba grande el pantalón. Lo invitaba a sentarse a su lado en el sillón para compartir aquello momento, pero el la miraba extrañado, porque para un joven de dieciséis, resultaba incomprensible que alguien pudiera darle tanta importancia a algo tan elaborado, esquemático y ausente de toda naturalidad. Sólo lo espontáneo parecía atraer al chico que fue a la cocina para abrir un refresco y desahogarse de horas tan pesadas y exigentes. Como era normal en esos casos, no sólo los familiares de los alumnos homenajeados estaban allí, había personas que nadie conocía, gente del pueblo cercano que acudían y se sumaban a cualquier evento tan emocionante como les pudiera parecer aquel que se celebrara ese día. Era gente sencilla, que no se esmeraban demasiado en arreglarse para tal ocasión, pero se emocionaban con facilidad viendo llorar a las madres más sentidas. No era nada tan especial, en todos los colegios del país hacían, de una forma de o de otra, entrega de tanto honor, y a eso seguía una pequeña fiesta que iba desde el patio al polideportivo y vuelta. Marcus que había estado presente todo el rato, sin separarse de su mujer, que había sabido contenerse sin dejar de sentir curiosidad por todo cuando sucedía, había disfrutado sin reservas porque su vida concluía entre su casa y su trabajo, y disfrutaba de aquellas cosas como si se tratara de un niño sorprendido ante 3


cualquier novedad que la vida le va descubriendo. “Ha sido maravilloso”, había dicho y añadiera, “este año lo han organizado mucho mejor, y se han gastado un dinero...”; era del tipo de frases que le gustaba construir, como si tuviera la capacidad con esos comentarios, de darle o quitarle importancia a un evento, como si fuera facultad suya decidir si había sido un éxito o un fracaso, si bien, procuraba ser positivo y necesitaba creer que hacer críticas positivas de cuanto pasaba por sus ojos, lo enriquecía como persona. Aunque a Kausica la compañía, después de pasar el día sola en casa, le era un aire muy grato de respirar, no podía recordar un sólo día que hubiese renunciado a su media hora de telenovela. Ese era el momento en que Marcus y Klostler se comían los bocadillos que les había dejado sobre la mesa de la cocina. Tampoco hubiese sido muy propio de ella haber olvidado la cena por ver la televisión, pero no creo que exageremos si afirmamos que aquel momento del día tenía algo mágico a lo que no deseaba renunciar. Hay dos tipos de personas que miran las telenovelas, aquellas que padecen por no vivir amores, pasiones y sufrimientos como sus protagonistas preferidos, y después están aquellos que lo viven muy cómodos desde su sillón y bien establecidos en sus vidas fáciles y cómodas y no desean complicarse; a este último rango era al que pertenecía Kausica. Que alguien pudiese recordar, sólo en una ocasión muy especial se perdió los últimos cinco minutos de un capítulo, posiblemente porque ya sabía como iba a acabar, pero además, porque había estado esperando a Kloster para enseñarle un álbum de fotos que él nunca había visto, se trataba por lo tanto, de una ocasión especial. Dicho de forma más específica, Klostler, como ya sabemos, acababa de cumplir dieciséis años y creyó que había llegado el momento de mostrarle algunas fotos que habían sido de su padre y que ella había guardado después de su muerte, con el mismo férreo cerrojo con el que el mismo difunto las había guardado durante años. La boca apretaba los labios con el rictus clásico de la gente nerviosa que echa mano de la tensión para que no se le note su estado. En lugar de relajarse, tensaba los músculos y al mostrar las fotos casi conseguía que no se notara que sus manos se movían. Había descansado mal aquella noche, pero era tan amable que a Klostler no le parecía natural y una sombra en sus ojos parecía contener el secreto de la creación a punto de liberarse. Ella jamas intentaría sacar partido emocional de una cosa así, así que cuando empezó a abrir el álbum se retiró un poco para que aquella pequeña distancia fuera una señal que le hiciera entender que debía andar aquel camino solo, pero que estaría delante por si necesitaba ayuda. Tal vez sólo necesitaría aclarar algunas ideas y ella iba narrando con voz neutra de lo que se trataba cada foto, “en ésta estáis en el parque, aquí tu madre estaba muy guapa, acababa de dar a luz y tu estas dentro del cochecito”. Había fotos en la montaña y en la playa, pero sobre todo eran fotos interiores, entre los marcos de las puertas de una casa que no podía recordar. “Cuando cumpliste tres años tu madre empezó a dar señales de encontrarse mal. Ella decía que no era capaz de llevar el ritmo pero que estaba bien. Lo cierto era que hacía cosas que no le permitían llevar una vida normal.” Klostler la veía con devoción infinita mientras la oía hablar de su madre, y era consciente de la importancia del momento porque había estado años esperándolo. Le dio la impresión de que a él le afectaba menos y que su tía se emocionaba tanto al hablar de ello que en cualquier momento podría empezar a llorar, como si su amor por sus padres se hubiese difuminado en el tiempo, mientras que en su caso, ella tuviera tan presentes aquellas imágenes y el drama que conllevaban como si todo le hubiese pasado a ella misma, lo que en cierto modo, había sucedido -no todo, pero una parte de aquel mal sueño se había introducido en su vida, y, finalmente, había sido premiada al darle la oportunidad de cuidar de Klostler como si fuera su propio hijo, porque lo quería como si lo hubiese parido-. Sin embargo, debían mantener las emociones a raya, los dos lo intentaban. Aquella revelación podía cuestionar toda la felicidad a la que habían aspirado aquellos años. En un momento de lucidez, Klostler pensó, “esto lo va a cambiar todo, nada será igual a partir de hoy, y eso le hizo comprender que todo el amor que sentía por su tía no iba a poder impedir que volviera a obsesionarse con la figura de su madre, como le había pasado unos años antes en que cayera enfermo y nadie entendiera su enfermedad. Había cosas que no podía compartir, cosas que pensaba 4


y sentía, porque no quería saber como podrían reaccionar sus seres más queridos al respecto. Fue entonces cuando empezó a darle vueltas a la idea de buscar a su madre y lo hizo en secreto porque nadie lo entendería. Había intentado, con pocas posibilidades de éxito, que todo le importara menos, y lo que no esperaba había sucedido, quería ver a su madre. Presentía que había puntos oscuros en su historia, necesitaba saber más. Kausica no contempló esta probabilidad cuando le enseñó una carta de unos años atrás, era de la hermana de su madre. No iba dirigida a él, sino a Kausica, y no se la dejó leer completa, el consiguió extraer un párrafo furtivamente, “Palmira no está mejor. Sigue internada. La visitamos los fines de semana. No es fácil convivir con tanto sufrimiento.” Al observar las reacciones de su tía, intuyó que si en un principio tenía la idea de dejarle leer aquella carta, por algún motivo, tal vez por sus propias emociones y el reflejo de la impresión en su cara, cambió de idea. Sabía perfectamente que, a pesar de su edad, había cosas que su psique necesitaba satisfacer y que si no lo hacía en ese momento, tendría que olvidarlo para siempre y dejarlo morir. Con esa premisa, empezó a darle vueltas a la idea de un viaje, por el sobre de la carta en cuestión conoció de donde procedía, Milton street (Tearsburgo), y los apellidos de su tía eran los mismo de su madre. Era una pista, lo suficiente. Pero debía hacerlo sin levantar sospechas, y como el capitán del equipo de fútbol, Pietro Andrade le había dicho de viajar ese verano de mochileros, le pareció una buena oportunidad de partir sin aparente rumbo fijo y sin que nadie conociera sus verdaderas intenciones. No le costaba mucho obedecer a su tía, se rebajaba hasta caer al suelo si era necesario, pero esta vez, en contra de todo lo esperado, se iba de viaje saliendo furtivamente por una ventana en la noche, sin más equipaje que una mochila. Al menos consintió en dejarle una nota sobre la mesa de la cocina, sobre todo porque Pietro le dijo que si no lo hacía la llamaría por teléfono él mismo para decirle que se encontraba bien. Cuando Klostler se vio frente a un espejo, justo antes de salir de casa, con la mochila al hombro y un gorro de lana en la cabeza, lo único que se permitió fue expresar un fuerte convencimiento al sonreírse a si mismo y hacerse un gesto de conformidad con el dedo pulgar hacia arriba. Esas eran las nuevas reglas, sólo dependía de sí mismo, no había órdenes que lo contrariaran o pudieran frenar sus planes. Así era, pero por si alguien pudiese sentirse preocupado, llamaría a su tía cuando estuviera tan lejos que ya no hubiese opción a volver antes de terminar su viaje. Se trataba también, de darle la forma de una escapada juvenil, y de que nadie pudiera sospechar a donde se dirigía en realidad. Para poder seguir siendo amigo de Klostler, Pietro sabía que debía fingir que no sabía muchas cosas que se desprendían de sus discursos “del viaje inolvidable”. Hacía mucho que lo conocía y sabía que le gustaba salirse con la suya, engatusando o embarcando a uno o a otro, en sus aventuras. Aún no se había recuperado del todo, de la vez que lo hiciera andar toda la noche para ir a una verbena que ya había concluido, y todo por encontrase en aquel lugar con una chica que lo esperaba con una amigas arrimadas al palco de los músicos. La había conocido una semana antes en el autobús y cuando llegaron, las amigas ya se habían ido y la pobre chica se había quedado dormida en un banco; ese tipo de cosas era lo que minaba la confianza y el aprecio que todos le tenían. Con Klostler nada salía como en principio se hubiera planeado, y era por eso que sabía que no se trataba de un viaje de mochileros sin rumbo fijo. No sabía a dónde se dirigían, pero él lo sabría, sin duda. Al final, Pietro se dejaba llevar, aunque nada se pareciera a la realidad que le había dibujado y eso era porque sabía que su socio y amigo en aquel viaje, se las componía para salir especialmente bien y con habilidad, de las situaciones más comprometidas. El primer día anduvieron unos cuantos kilómetros y los acercaron en autoestop al Merfin, un pueblo costero sin mucho más que ver que sus apestosas fábricas de aceite de pescado, y un matadero que inundaba la playa de tripas y pezuñas de vaca vieja.

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2 El estallido sin determinar que despertó a la oruga enferma. La sangre del mar.

La gente en los pueblos es más atenta, sensata y tienen más tiempo para responderte si les haces una pregunta, por simple que ésta sea. Durante dos días decidieron descansar en aquel punto y establecer su lugar de reunión en el parque, de donde salían disparados si aparecía la policía local; además. Hacían varías visitas cada día a la fuente de la playa donde llenaban sus botellas de agua y se enjaguaban los sobacos y los pies como si fuesen indigentes -lo que en cierto modo eran por tiempo limitado-. Pasaban ratos en silencio, pero, en otras ocasiones hablaban de cualquier cosa durante horas. Pasaban de una conversación a otra como si aquella energía fuese a durar siempre y casi nunca se ponían de acuerdo cuando sus postulados habían partido de puntos encontrados. De todas aquellas conversaciones, tal y como iban comprobando, aprendían a conocerse y, aunque, en ocasiones discutían terminaban por olvidar sus diferencias con facilidad, al menos en un momento tan inicial del todo. La idea de caminar indefinidamente siguiendo las indicaciones de Klostler no incomodaba especialmente a Pietro, que se conformaba que algunas vagas indicaciones o con conocer como se llamaba el pueblo que sería su próximo destino. En ese sentido, las conversaciones se volvían a veces capciosas, circundantes y acechantes, tal y como algunos animales se comportan en busca de comida, pero la posibilidad de coger a Klostler por sorpresa y que se le escapara algo más acerca del sentido de su viaje, era casi nula. Pietro no dejaba de pensar que su familia y sus amigos lo reprenderían por dejarse llevar tan libremente y hubiesen intentado disuadirlo de partir hacia lo desconocido (por dramático y exagerado que suene), pero, también es de justicia decirlo, le resultaba muy cómodo que así fuera. El viaje también sirvió para volver sobre viejas competencias con las chicas, y hablar más libremente de sus amigos y lo que esperaba cada uno de ellos de la vida. Era un acto de mucha confianza hablar de otros sin criticarlos, pero la tentación era tan grande... Y saber lo que el otro pensaba de por qué a veces no se entendían con ellos, tenía que ver con que ni siquiera en la amistad el grado de compromiso era el mismo, unos porque estaban enmadrados y fuertemente vigilados, otros porque tenían aspiraciones superiores y otros amigos de familias adineradas, y otros simplemente porque no contemplaban su pandilla del equipo de fútbol como algo duradero. Una mañana se sentaron a ver un partido desde la escalera de piedra del aparcamiento de la playa. Unos chicos, aprovechando la marea baja, jugaban seis contra seis con porterías pequeñas y sin portero; todos eran ofensivos u defensivos. En menos de treinta metros subían y bajaban encajando más goles de los que se podían contar. Klostler parecía pensativo y miraba el partido, pero estaba claro que su mente estaba en otra cosa. -¿Sabes qué, Pietro? Llevo dos años dándole la vuelta a este viaje. No al viaje de mochilero sin rumbo, no me refiero a eso. He intentado averiguar el paradero de mi madre, pero todo son evasivas, es una solución hermética, imposible de conseguir la información. Por mi mismo he buscado sus apellidos por ciudades y pistas de ciudades en las que la pudiera estar, también en la 6


ciudad en la nuestra. Sus apellidos son más comunes de lo que pensaba, encontré cientos que podían ser ella. A mi tía le parecería una traición, sobre todo porque lo hago a escondidas y no comparto mi interés con ella, pero me ha dado tanto que no quiero hacerle daño con esto a menos que, llegado el momento sea necesario. No se trata de forzar nada, no es necesario. Lamentablemente, puede ser demasiado tarde, aún así parece que el deseo de saber crece dentro de mi. ¿Lo comprendes? Espero que no te incomode que comparta esto contigo. -No claro que no. -La tía sospecha que hay una intranquilidad dentro de mi que no me deja vivir, pero hace como que no se entera. Al fin este años, se decidió a mostrarme algunas fotos de mi madre y de mi, cuando yo era aún un bebé. Creo que sabe que si intenta disuadirme de buscar más información, lo estropeará todo, y eso haría que me enfrentara a ella por primera vez en mi vida. Tengo una pista en Tearsburgo, la hermana de mi madre vive allí, quiero conocerla y preguntarle. Puedes cambiar tus planes si quieres. -Tu forma de hacer las cosas es caótica, y lo sabes. De momento vamos a Tearsburgo, después ya veremos. Vamos a ver si nos dejan juegas, uno de cada lado. Yo juego con los de la izquierda que andan más despiertos. -Eres un cabrón. Vamos pues, pero si pierdes no culpes a tus zapatillas. Corriendo de un lado al otro sobre la arena húmeda, tirando a gol o evitando que algún avezado contrincante pudiera hacerlo, Klostler dejaba de pensar en todas las cosas que le preocupaban. Cubría cada metro del campo de juego profundamente contrariado por ir perdiendo, pero feliz por estar haciendo, al fin, lo que deseaba. Por su parte, Pietro, intentaba no emplearse a fondo, como si quisiera dejarlo ganar también en eso. Tal vez, alimentar la idea de que su amigo podía ser un buen novio para su hermana lo hacía comportarse así. Eso podía ser una situación de hecho, que viniera dada sin necesidad de recapacitar, después de todo ellos se llevaban bien aunque ella fuese un año mayor que Klostler y lo viera como un renacuajo al que no le podía prestar demasiada atención. Si las cosas se llevaban con la debida prudencia y sin prisas, aquel plan podía funcionar, y eso a pesar de la epilepsia de Florita. Además, la tenía casi controlada con la medicación, y sólo se descompesaba con la menstruación -al menos eso pensaba Pietro, que había relacionado el hecho de que los últimos ataques se hubiesen producido en ese periodo de pérdidas de su hermana, con la falta de efecto de las pastillas en ese periodo-. -¿A ti no te gusta mi hermana? -Fue tan directo que casi lo deja sin respiración. Habían terminado de jugar y se habían dado un chapuzón en un mar tranquilo y de agua templada. -¿Que pregunta es esa? Ni se fija en mi. -Es mi hermana, yo sé lo que le conviene. No quiero meterte prisa, esta pregunta debí hacértela un par de años más adelante. -Estás como un cencerro, ¿lo sabes? En dos años el mundo va a dar muchas vueltas. Y además, no puedes decidir por ella, y tiene novio. De repente, como si hubiese pasado por alto algunas cosas, Pietro pareció comprender que si él mismo conociera una chica con novio, eso le haría perder todo interés, y que desafortunadamente, su hermana siempre tenía algún novio. No siempre el mismo. Pero sí, no era de perder mucho el tiempo. -Tienes razón, desde luego. Tendremos que corregir algunas cosas primero. -Como un cencerro, lo que yo te diga -repitió Kloster que lo miraba incrédulo. Por supuesto, Klostler no estaba dispuesto a fracasar y estaban demasiado cerca de casa para que los encontraran y los hicieran volver, por eso no le permitió a su amigo hacer ninguna llamada, ni comunicarse de ninguna otra manera con sus padres, y así, durante todo el día estuvo totalmente concentrado en evitar perderlo de vista. Pero la sinceridad que se estaba fraguando entre los dos, empezaba a hacerle dudar de tanto control, aún así no bajó sus expectativas al respecto. Ni una llamada se escaparía de aquel pueblo, ni para decir “estamos bien”. Así era, si se habían escapado por la noche para empezar aquella aventura no iban a fracasar tan 7


pronto. Llamarían, y tranquilizarían a todos, pero aún no. Los dos brillantes alumnos y deportistas del instituto medio público de Moovac, no iban a fracasar tan pronto. De nuevo, como si de una maldición familiar se tratara, los jóvenes estaban dispuestos para armar una de las suyas, aquella capacidad innata de suscitar sueños importantes y salir en su busca, estaba de nuevo en juego, y no podían dejarse afectar de ningún modo por sentimentalismos colaterales. Uno de los chicos que había jugado con ellos, el más fuerte y el que corría menos, se les acercó para preguntarles si jugaban en algún equipo, le respondieron que jugaban en el equipo del instituto y entonces les propuso jugar en la liga menos, al principio a prueba, en el equipo del Merfin. Le dijeron que se lo pensarían, pero que debían continuar su viaje. Los puso en contacto con un camionero que saldría a mediodía en dirección a Tearsland, pero que se desviaría antes de llegar, pero eso, al menos, les permitiría avanzar unos cuantos kilómetros. Imbuidos por la positividad y la alegría de aquel muchacho, decidieron aceptar, a pesar de que viajar mucho en coche no era su plan, y deseaban andar al principio para hacer autostop cuando sus fuerzas empezaran a fallar. El jugador de fútbol se llamaba Wersuin, parecía de ese tipo de gente a los que llaman conseguidores, de esos que se preocupan por intentar que los que tienen a su alrededor se sientan bien. Klostler lo notó en cuanto hablaron con él. Era del tipo de personas muy necesarias en los equipos deportivos o en las empresas. Le gustaba demostrar que cualquier cosa se podía hacer si se ponía el empeño necesario, y no dejó en toda la mañana de hablar de su equipo de fútbol y las ventajas que tendría jugar en él. Después los acompañó hasta un taberna y allí les presentó al camionero en cuestión con el que quedaron a una hora para salir hacia Tearsland. -Sólo una cosa -dijo el camionero-, si no estáis en la plaza a la hora, tendré que salir, el negocio no espera. Wersuin les había prevenido de que parecía rudo, pero que era un pedazo de pan y que en seguida se le notarían, a pesar de las primeras impresiones. Esto sucedió antes de la hora de la comida, y con el estómago lleno, la simpatía de aquel hombre afloró y confirmó lo que les habían dicho acerca de él. Procuró que fueran cómodos en la cabina y se dedicó a charlar con fluidez y sin reparos. -A mi me gusta viajar acompañado, es mejor para la cabeza. Algunos dicen que la compañía distrae al conductor, no es verdad. La peor distracción del conductor es dejar volar la cabeza y la soledad. En un momento les dio la alineación de los principales equipos de primera división de hacía veinte años, lo que consideraba un reto que no cualquiera podría superar, y poco después declamaba poesía popular con la naturalidad de un gato en una charca de patos. En resumen, el viaje se presentaba más entretenido de lo que podrían haber imaginado. El nuevo amigo de los chicos no dejaba de darles sorpresas. Sobre el salpicadero había un libro que llamó la atención de Kloster. -Conozco este libro. ¿Lo puedo coger y echarle un vistazo? -Por supuesto, y puedes leerlo en voz alta, si te apetece -propuso el camionero-. Ese libro es de Wersuin, él es mi hijo y se deja cosas por aquí. Yo no leo. -Es una edición de hace diez años en tapa blanda de, “Las chicas que besan a los árboles”. Se de que va, y he leído dos o tres capítulos, pero nada más. Es de un escritor sudamericano, un tal Tiers Sandoval. Sé que tiene otro que debería leer, “¡Corre idiota, corre!”, pero me pasa lo mismo, no aguanto leyendo de un tirón más de un cuarto de hora. Me temo que no tengo paciencia. ¿Wersuin lee mucho? -le preguntó directamente. -Sí, él se pasa muchas horas leyendo cuando me acompaña a un viaje largo. Es un gran tipo -respondió el padre al hablar de su hijo, con voz grave, como si esa fuese la conversación más importante y seria que pudiese tener. -Por favor -se introdujo Pietro en la conversación como si no deseara seguir por aquel camino-, he leído algo de ese libro y es muy bueno, pero tan profundo que tuve que plantarlo. No es lo mío. Además, Tiers Sandoval es un personaje pagado de si mismo, que no acepta críticas y cree que lo que él hace es insuperable. No me gustan los tipos que que se endiosan y se retiran o desaparecen 8


para que no les hagan preguntas. Era verdad que Baudet el camionero, después de todo no tenía tan mal carácter. En cierto modo los acogió como si su camión fuera su casa, con todo tipo de ceremonias para cualquier cosa simple que le pidieran, como un poco de agua o abrir una ventanilla. Hablaba mucho, eso pudieron constatarlo a los tres kilómetros de la partida, pero no era un discurso insensato o aburrido, solía preguntar, aunque nunca estaba de acuerdo con la opinión ofrecida. Se exhibía como un pavo real, porque había temas que conocía en profundidad y de ese dominio elaboraba un discurso muy personar capaz de abrumar a un profesor. Decía creer en los extraterrestres y guardaba en la guantera unas revistas que proporcionaban toda clase de pruebas de su existencias; sobre eso no aceptaba bromas. Les dijo que durante algún tiempo trabajó de noche y que vio cientos de OVNIS, que estaban ahí cada noche y que el que no los veía era porque no se molestaba en pasar una noche en vela, dejar la comodidad de la cama caliente, para salir a observar el firmamento. En eso era intransigente, a pesar de haber pasado una temporada de descanso por el estrés en un sanatorio público. Llegado este momento, Klostler creyó necesario hacerle unas fotos y sacó una pequeña cámara compacta que llevaba en un bolsillo, entonces Baudet se puso serio y posó como un auténtico profesional, cogiendo el enorme volante con fuerza y estirando la barbilla con arrogancia. Como para darse importancia y establecer una diferencia de clase con otros camiones que venía de frente, el camionero solía hacerles observar que aquellos que no llevaban un cortavientos de fibra de vidrio sobre la cabina, con la intención de hacerla más aerodinámica (a penas podía pronunciar semejante palabra con claridad), era porque no habían encontrado un patrocinador que se la pagara. Entonces les contaba orgulloso como había llamado por teléfono a una ´fabrica local de conserva y en dos horas la tenía instalada, “es cuestión de conocer gente” había dicho. A Klostler no le gustaban ese tipo de fanfarronadas, sobre todo porque no consideraba que el mundo fuera una cuestión de pagar favores con favores. Habló de eso más tarde, cuando se despidieron de Baudet y continuaron su viaje a pie. -¿Sabes? No es mal tipo este Baudet, pero me mata cuando se pone superior y empieza a hacerse el importante. ¡Lo de sus amistades y sus favores es un coñazo! Cuando se hace un favor, no se puede esperar otro a cambio, eso le quita todo el valor. Demasiado negociante para mi. Fue la cara de desagrado con la que acompañó esta afirmación lo que le hizo comprender a Pietro que para él era importante lo que decía. Insinuaba inconscientemente que todos los males del mundo dependían de que la gente que pensaba en esos términos en sus relaciones con los demás, tuviera la capacidad necesaria para cambiar. Podía haberlo expresado de forma más cáustica, encriptado o en calve, pero había quedado claro. Tal vez, sin haberlo deseado, aquel comentario se trataba de una prueba más de lo importante que era para su amigo no llegar a ser una mala persona. Estaba convencido de que las malas personas no habían sido siempre así, que se trataba de un proceso en el que se caía sin apreciar los cambios que se iban operando en su egoísmo, en su falta de sensibilidad y en creerse el centro del universo. -Apenas lo conocemos, no podemos decir como es por un pequeño trayecto compartiendo la cabina del camión. Con nosotros no se ha portado mal. ¿Tú crees que es un tipo violento? A los violentos no los soporto, eso sí que me supera. -Nunca se sabe. Perdona que sea tan incisivo, quizás me pasé empezando a juzgarlo, y eso encima de que se portó bien con nosotros. Repentinamente dejaron de hablar de Baudet. No estaban siendo justos. Si a cada persona que los ayudaba lo iban a examinar para encontrar sus defectos, eso decía muy poco de ellos. -Desde luego. ¿En este punto estaba intentando establecer si te parece que ya estamos lo suficientemente lejos para llamar a casa? -Creo que sí, en el próximo bar o gasolinera, llamaremos. Sé que mi tía me pedirá que vuelva, y lo mismo tus padres. Tendremos que ser fuertes. -Si claro, seremos fuertes, entonces. Mientras caminaban, seguían hablando. Sin embargo, había ocasiones en las que eran capaces de 9


pasar horas en silencio. Aquel viaje fortalecía su amistad e iba a ser un gran recuerdo para siempre. Klostler apreciaba a su amigo, pero sabía que con los años su amistad se volvería... diferente. A su edad, eso era una ventaja, apenas había otros intereses que se interpusieran entre ellos y las ideas que compartían. Se parecían como dos gotas de agua en una nueva forma de pensar, que se iba creando después de la crisis económica. Aquello había sido definitivo para muchas familias y muchos jóvenes crecían viendo como sus mayores tenían que prescindir de cosas que apreciaban para salir adelante, y eso si no perdían sus trabajos. Los dos chicos eran muy conscientes de eso, y parecía que iban aprendiendo a mirar el mundo y como compartían ese tipo de ideas todo se iba haciendo una tela de araña de propósitos, conciencia, ambiciones, sueños y desbordante optimismo. -¿Crees que no me he dado cuenta? Eres muy analítico. Vas a ser un político importante; así te veo yo en el futuro. -Eso no me parece muy probable. Definitivamente, nadie puede cambiar a los políticos de carrera en partidos burgueses. No me veo. ¿Sabes como te veo yo a ti? Te veo como una estrella del deporte. Tal vez no el fútbol, pero estoy seguro de que vas a ser un gran deportista. A Pietro lo devastaría un cáncer quince años más tarde, se manifestaría cuando estaría a punto de jugar en las categorías superiores en un equipo de primer nivel y lo arrastraría cuatro años entre operaciones, amputaciones, radioterapia y medicación. Era fácil saber lo que pensaba Pietro de todo aquello del viaje y lo que lo rodeaba. Digamos que había una parte de salir del tedioso mundo del estudio de su propia vida y su propia ciudad, y posiblemente, había también una parte de seguir la corriente a Klostler. En rigor, aquella actitud molestaría a cualquiera menos a él. Para algunas cosas, una actitud así puede pasar de ser colaborativa, a una simple carga. La escasa necesidad y disposición a preocuparse por nada, lo hacía todo aún más difícil. No era menos cierto que siempre llevaba los bolsillos bien provistos de billetes, y eso, es justo decirlo en su favor, ayudaba mucho, aún sin pedirlo expresamente. Llegaron a Sinden a media tarde, ya habían llamado por teléfono y tranquilizado a todos, pero dejaron bien claro que aún no iban a volver. En Sinden había una fiesta, estaba engalanada como una novia, y las luces de colores y la orquesta hacían el resto. En uno de aquellos momentos de tranquilidad, sentados frente al palco, Klostler sacó la cartera y sintió la necesidad de ver la foto de su madre. No solía enseñarle la foto a nadie, de hecho no se la había mostrado a ninguno de sus amigos, pero esta vez disfrutó al decirle a Pietro de quién se trataba y como lo acompañaba a todas parte. Pietro sabía algunas cosas de la desaparición de la madre de Klostler y la posterior muerte de su padre, pero todo era muy superficial y no quiso preguntar. No era falta de interés, pero temía que su amigo lo confundiera con curiosidad, esa curiosidad que lo guarda todo para no significar nada. Aquella foto en blanco y negro, descolorida, rayada y con pose antigua de medio cuerpo, lo hizo sentirse por un minuto, el hijo más afortunado del mundo, y curiosamente, la orquesta a bombo y platillo, empezó en ese momento a tocar una canción de la Creedence Clearwater Revival. Aquel fue el momento en que uno de los dos debería hacer el trabajo de levantarse para ir a buscar unos bocadillos y unas cervezas, y estaban tan cansados del camino que tuvieron que echarlo a suertes. La tarea se alargó porque había gente esperando para hacerse con un sitio y poder hacer su pedido en la carpa abierta. Los olores de la noche, se mezclaban con las nubes de azúcar y los fritos del chiringuito. Por supuesto, Klostler no podía dejar pasar aquella ocasión y sacó algunas fotos de su amigo con aquella cara de mártir que sabía poner cuando las cosas no le salían como esperaba. Pietro se encogía de hombros y hacía gestos de desaprobación, como si estuviera pensando que aquello no había sido buena idea. Si alguna vez tenían que volver a echar a suertes alguna cosa, Pietro estaba convencido que sería él, el que decidiría que tipo de moneda se echaría al aire y nadie la tocaría hasta que tocara el suelo y los dos vieran claramente el resultado. -¡Cómo sois los de ciudad! Nunca conseguiréis una caña haciendo cola -dijo una voz a su espalda y continuó-. Soy Rudy, chico de pueblo .y le ofreció su mano con abierta franqueza. Klostles la estrechó mirándolo con curiosidad. -Me llamo Klostler, vamos Tiersland y hemos andado todo el día desde el Merfin. En realidad, 10


una parte la hicimos con un camionero que nos acercó unos kilómetros. -¿Qué mosca os ha picado? ¿Escapáis de la justicia? -No, por pura diversión. -¿Os parece divertido mataros a andar? No entiendo a la gente de ciudad, en serio. ¿No tenéis diversiones allí? Fiestas, chicas, amigos, salas de juegos... -Eso y mucho más. Esta vez ha sido así. No estamos siempre andando, y nos permite conocer gente. Espera -Klostler sacó de nuevo su cámara y le sacó una foto, se la enseñó y se enorgulleció de todas las fotos que había ido sacando en el camino. -Si yo quisiera acompañaron hasta Tearsaland, ¿os parecería adecuado, o razonable? -hablaba como un universitario, y sin embargo no parecía mucho mayor que ellos. -Esto no es “el Mago de Oz”, pero no creo que a Pietro le parezca mal, habría que hablarlo. Llevamos una media muy alta de kilómetros al día, no paramos mucho, el ritmo lo lleva Pietro que es deportista y cuesta seguirlo. Además, dormimos en cualquier parte, sin comodidades. Aquel interés del desconocido por ellos, no les pareció tan extraño. Los jóvenes en aquellos pueblos gustaban de saber lo que pasaba en las ciudades, como se divertían allí los chicos, cuales eran sus intereses, y hasta como pensaban. ¿Era acaso tan extraño que coincidieran en tantas cosas y en las que no, que tuvieran cosas en común? Algunos amigos resabiados de la ciudad era lo que menos soportaba Klostler, así que aquella curiosidad le pareció de lo más normal. Algunos de aquellos compañeros del instituto, nunca había hecho nada por nadie, no movían un dedo si suponía doblar la espalda, jamás se habían molestado ni interesado por los problemas ajenos, y esperaban cuando tenían algún problema que llegaran sus papás a solucionarlo. Aparte de sus estudios, sus comodidades familiares y los regalitos que les hacían sus padres, no necesitaban mucho más para vivir y no deseaban moverse demasiado, por eso, Klostler sabía que no podía contar con muchos de ellos si se trataba de hacer un viaje lleno de incomodidades y privaciones. Y, tenía la impresión, de que algunos chicos que se iba a encontrar por el camino iban a ser más vitales, no dispuestos a dejarse adormecer por la televisión y la iglesia. Allí empezaban a trabajar muy jóvenes, y Rudy le pareció desde el principio, un tipo genial. Aunque no sabía si su conducta era del todo correcta, desde que comenzara su aventura no se había acordado lo suficiente de sus tíos, y eso le producía una cierta desazón. Alguna vez, había tenido algún comentario sobre la forma en que su tío Marcus cogía el tenedor para comer -con apenas dos dedos como si le diera asco-, o, en una ocasión, le había comentado a Pietro que su día era tan posesiva que daba miedo. Habían sido comentarios de paso en medio de conversaciones ajenas, pero, él lo sabía, no los había echado de menos en todo aquel tiempo, y no tenía prisa por volver. Tampoco era muy propio de él, que apenas se preocupara de su higiene o de alimentarse correctamente, tal y como solía hacer a diario; definitivamente, el viaje estaba cambiando muchas cosas. Había ocasiones en que se preguntaba si había sido una buena idea planearlo sin tiempo y salir de casa con apenas lo puesto, no parecía seguro de nada, pero al momento, daba la vuelta como una ruleta y se convencía de que había sido la mejor idea que había tenido nunca. Después de un par de horas con Rudy, empezaron a construir esa nueva amistad hablando de sus sueños, lo que la juventud suele hacer cuando hay confianza. Como Pietro e cansó de hacer cola esperando un momento para llegar a hacer su pedido, se volvió sin haber cumplido su objetivo. Rudy los sacó a una calle paralela a la verbena y allí pudieron tomar unos bocadillos sin problema, y conocieron a Palm, la hermana de Rudy, que desde el principio congenió especialmente con Pietro. Aquella noche fue muy larga, dieron vueltas por la fiesta y terminaron durmiendo debajo de un árbol enorme en mitad de una plaza, cuando ya todo el mundo se había retirado. Debían de ser alrededor de las cuatro de la mañana y no se sostenían en pie.

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3 Amanecer colorado Los ojos de Palm, tenían la suavidad y la condescendencia de las chicas que han sido criadas para no esperar demasiado de la vida. En ocasiones apretaba los dientes como si estuviera sometida a una gran tensión, o algo la incomodara; en estos casos, su hermano creía que podría aguantar cualquier cosa sin hablar, sin darle importancia aparente y mostrando un desinterés que, desde luego no era interior, pero todo ello la hacía atrayente a los ojos de Pietro que estaba despierto desde que la primera luz de la mañana. Había dormido cuatro horas y no dejaba de observarla mientras ella ajena a todo soñaba con momentos mejores. Habían estado hablando y era de ese tipo de chicas que sabe amoldarse a cualquier situación y pasar el rato con un grupo de chicos sin hacer que todo gire alrededor de ella, o sin pretender organizarlo todo, lo que resultaba muy conveniente porque sus nuevos amigos estaban tan cansados que no soportarían demasiado movimiento. Además, Pietro, especialmente interesado, creyó que podría pasar unos días a su lado sin que le pidiera que aceptara un cambio radical en sus costumbres; él no podía renunciar a sus ejercicios matutinos, a su alimentación equilibrada y a sus ratos observando los ocasos y los amaneceres; por su parte, era un chico lleno de rarezas. Entre ellos no había admiración impostada, lo que se parecía, era lo que resultaba, lo que imaginabas, era lo que estaba. Pietro quería conocerla más, y le dijo a Klostler que se quedaría unos días en el pueblo, con lo que todos estuvieron de acuerdo, incluido el hermano de Palm, que ya se vio organizando una comida en su casa para que el chico de ciudad pudiera conocer a sus padres. La chica no había empleado ningún tipo de seducción, ni siquiera había sido voluntario parecer tan natural y dispuesta a congeniar, pero lo cierto es que los dos se cayeron especialmente bien. Klostler pensaba que su amigo estaba entrando en una amistad imposible de mantener, por la distancia y por sus compromisos, pero cada uno pasaba sus vacaciones lo mejor que podía. Algún tiempo después, los dos recordarían aquellos momentos y a los amigos que habían hecho por el camino y se sentirían muy bien porque todo había estado lleno de buenas experiencia, gratos recuerdos. Esa sería la historia que contarían a sus amigos, a partir de ahí todo sería más personal y discreto. Habían superado con éxito todas sus expectativas, habían caminado hasta la extenuación, pero había valido la pena. Aquella sensación de triunfo les iba a acompañar algún tiempo y se despidieron sin demasiadas ceremonias. Palm y Rudy estuvieron también en esa despedida y Klostler echó a andar en busca de sus propias sombras. A Pietro, en los días siguientes le presentaron a los amigos de Rudy, e hicieron todo tipo de actividades propias del lugar, como bajar al río a nadar y tirarse un enorme puente, o jugar en un billar destartalado, del bar más anciano del pueblo. Todo corrió como se había esperado. Klostler había previsto que algo así pudiera suceder y terminar su viaje solo, de hecho, había pensado en que la última etapa debía hacerla sin ninguna compañía. Nada se había salido del guión, pero en adelante si debía ir a casa de la hermana de su madre, no quería que no pareciese algo tan personal y interiorizado como en realidad lo era; no deseaba que parecer un joven de vacaciones tomando decisiones superficiales y disfrutando de la etapa más feliz y prometedora de su vida. Tal vez la verdadera causa de su viaje tuviera más que ver con la necesidad de saber, que con la necesidad de sentir. No echaba de menos ser querido, ni se sentía rechazado por su madre, pero dejando fríamente a un lado estos pensamientos, la imperiosa necesidad de saber empezaba a manifestarse con la aproximación de la madurez. Algo había imaginado los últimos años acerca de aquella mujer tan desconocida y sus motivos para desaparecer, y eso tenía que ver con su salud. No era el primer niño abandonado por su madre y podía convivir con eso y con que lo señalaran con 12


más pena de la que él mismo sentía, esa circunstancia no lo había hecho cambiar tanto de como hubiese sido creciendo en una familia perfectamente estructurada. no sólo no se sentía tan rechazado, sino que siempre se había creído un chico con suerte, a pesar de todo. Lo que sus tíos (casi padres) habían esperado de él durante su crianza, había sido que se convirtiera en un hombre generoso y capaz de ser sensible ante las calamidades o fracasos ajenos. Era un sentido de la piedad que los dignificaba a sus ojos, y no deseaba parecer desagradecido, pero lo que había que hacer debía ser hecho. Los tres estuvieron de acuerdo cuando se propuso seguir estudiando después de terminar el bachiller. Eso significaba que el chico tenía la intención de seguir con ellos por tiempo ilimitado y no existía en él la inquietud de otros de sus compañeros por ponerse a trabajar e independizarse lo antes posible. La esperanza de su tía Kausica acerca de el, era que se sintiera totalmente su hijo. Por otro lado, el viaje que acababa de emprender parecía romper toda aquella argumentación. Él buscaba a su madre, la madre existía, y Kausica podría reemplazarla en casi todo, pero a pesar de todos sus intentos por hacerla desaparecer, vivía en los recuerdos infantiles y borrosos de Klostler. No era fácil sentirse mimado y aceptar todas las muestras de cariño de Kausica, si eso suponía echar un pesado y tupido velo sobre sus recuerdos y viejas inquietudes. Caminar solo la etapa final de su viaje le pareció un triunfo, pero ya deseaba volver para estar de nuevo junto a su amigo. Todo había formado parte de un plan de viaje, pero a él lo había tenido muy en cuenta; ¿se habría sentido utilizado en algún momento?, desde luego parecía que Klostler no era demasiado bueno ocultando sus pensamientos. En realidad, no se había tratado de una estrategia, pero no hubiese hecho aquel viaje sin haberlo empezado con Pietro, había sido de un gran apoyo. Según se desprendía por algunos de sus comentarios, y por cosas que decía sin venir demasiado a cuento, Pietro había sospechado que su deseo de no entretenerse, tenía que ver con que tenía claro a donde se dirigía. Sin embargo, aquellas actitudes, no tuvieran nada que ver con la decisión de quedarse unos días con sus nuevos amigos, parecía más bien, que deseaba conocer a Palm sin tantas reservas. En aquella ocasión no quiso ser presuntuoso y decirle lo que pensaba de su renuncia, porque en realidad llevada tiempo pensando en como decirle que quería entrar solo en Tearsland, una vez más, el destino formaba parte de sus sueños. Estaba tan cerca de conocer a su otra tía, la hermana de su madre y obtener entonces la posibilidad de saber algunas cosas, que necesitaba controlar la excitación que le producía. En un momento así cogió aquella vieja fotografía que llevaba en la cartera, y le habló, “me gustaría conocerte, si aún sigues con vida. El resto no importa”, ya estaba a punto de pasar por el viejo puente de piedra que, sobre el río, daba acceso a la ciudad. En casa de su tía, un par de días después, comía algo de fruta mientras ella le hablaba de su madre. En cierto modo, quería trasmitirle la idea del amor perdido, mensajes de su madre que nunca le llegaron, la realidad insuperable de su enfermedad. Quiso saber como le iba la vida con Kausica y Marcus, y a la vista estaba que lo habían convertido en un joven fuerte y decidido, alegre y sin reservas. Su tía Enrieta insistía en hacerle comprender que Palmira parecía tener veinte años más de los que en realidad tenía y eso la convertía en una anciana. Además estaba lo de sus crisis, los cambios de humor y los episodios violentos en los que se golpeaba contra las paredes. Enrieta se arreglaba para salir y acompañarlo al centro de salud donde estaba internada, se maquillaba delante de un espejo, y ponía ceremoniosamente cada frasco, cada crema y cada pincel en un lugar estratégico sobre la cómoda. Klostler la miraba embobado, incapaz de moverse mientras ella le hablaba exhibiendo un cuello largo como el de un cisne. Era aquella entrega en la enfermedad de su hermana, la dedicación, el ponerse en marcha inmediatamente para que él pudiera verla. “No debo engañarte, no va a ser agradable para ti. La medicación la tiene muy atontada, pero comprendo tus motivos”. Seguía hablando mientras se arreglaba el pelo, y él escuchaba en silencio. -Tus padres eran una pareja encantadora, todo el mundo quería relacionarse con ellos, y sobre todo, todas las chicas estábamos enamoradas de él. Palmira supo verlo antes que otras e hizo todo lo que estuvo en su mano por conquistarlo, no sintió vergüenza ni orgullo por la forma en la que actuó. 13


A algunos les pareció muy descarada, pero era como si supiera que le faltaría tiempo para disfrutar de él. Hay ocasiones en la vida en las que debemos meter todos nuestros prejuicios en un saco y enterrarlo en medio de la nada. Lo visitaba cada día con cualquier pretexto, iban juntos al gimnasio -a ella no le gustaba, pero él nunca lo supo-, sabía los lugares en los que él salía por la noche y daba vueltas hasta que lo encontraba y ya no se separaba de él. Fue un noviazgo muy corto; en menos de un año ya vivían juntos. Todo se alargaba, todo lo que había entre ellos parecía no tener fin, ella no dejaba de imaginar escenarios que pudieran sorprenderlo y él se dejaba llevar; tuvo que ser agotador. No quería que perdiera su interés por lo que les estaba pasando, y quería mantener su atención cada minuto. No era tan extraño, entre los chicos que entonces se movían entre nosotras, no era de los desfavorecidos o los que no habían sido tocados por la suerte, tenía todo lo que un muchacho necesitaba tener para atraer la atención de las chicas. En una ocasión, fueron detenidos por bañarse desnudos en la playa en mitad de la noche, alguien les llevó la ropa y acudieron a una cafetería a llamar por teléfono a un taxi, tuvo que ser algo muy divertido, ellos vivían así, no había un momento de transición. Creo que Palmira creía cada minuto que aquella felicidad se le estaba yendo entre los dedos como agua, creía que nunca se sentiría en una situación lo suficientemente estable para poder descansar. Tú llegaste en uno de esos momentos de locura juvenil, de imparable agitación, y supo que estaba embarazada al volver de un viaje a Budapest. No sé qué buscaban en Budapest, esa es la verdad. No podían esperar ser felices para siempre, pero ella no quería que nada cambiara. Cuando tú naciste, formaste parte de su vida imparable, te llevaban a todas partes, los viajes eran un poco más incómodos, pero aprendieron a hacerlo portando un bebé, la verdad es que se quedaban mucho más cerca de casa y la fiestas en casa terminaban antes de las doce y sus amigos se iban solos, ellos siempre te tuvieron en cuanta y prevalecías a pesar de sus deseos más excéntricos, es decir, si no tenían canguro no salían, y si te daba fiebre en mitad de la noche, salían corriendo al servicio de urgencias del hospital. El estrés no paraba, pero los motivos cambiaban. Les hacía falta algo más de dinero, y la herencia de sus padres ya no era suficiente, así que él empezó a trabajar. Eso si fue un acto de amor, aunque el héroe encantador de serpientes se venía abajo con su traje de trabajo y las herramientas de limpieza en el cinturón. A mi me seguía pareciendo muy atractivo. Habían llegado, la historia no acababa pero cambiaba mucho, la magia desaparecía, pero durante el tiempo que duró fue diferente a cualquier amor ni siquiera de las telenovelas. Había pasión, no sé si eres capaz de entenderlo, la pasión nos hace ciegos para unas cosas, pero despierta los sentidos. Cuando crezcas un poco más lo entenderás. Enrieta no para de hablar y se iba deslizando sobre su banco. Se esforzó en incorporarse y moviéndose lentamente volvió a su mejor posición, estiró el cuello y miró su perfil izquierdo, después el derecho, su aspecto iba cogiendo forma. -¿No te parece que el mundo debería ser un poco más amable? No me refiero a la gente, sino al concepto, ya sabes, naces, llegas sin saber muy bien de que va esto, y la vida se pone exigente y no nos trata nada bien. Sin preaviso. La pregunta sorprendió a Enrieta, que no esperaba un intelectual o un filósofo en la familia y aquello la superaba. Aquella mirada benévola desapareció y dio lugar a una sonrisa maliciosa. -Klostler, sabes que te adoro, eres mi único sobrino y yo no tengo hijos, pero no me hagas preguntas que no entiendo. Estudias demasiado, y sé que quieres sacar lo mejor de ti, pero lo que tienes delante no lo vas a poder interpretar. Es una de esas cosas que podían no haber sucedido, que nadie esperaba que sucediera y, ella está mal, si hubieses tardado un año en tomar esta decisión, tal vez no podrías llegar a conocerla con vida. No le des demasiadas vueltas. Ni siquiera sé si estoy haciendo lo correcto ayudándote. Kausica me va a poner verde, y con razón. Al terminar de hablar, estaba de pie y se estiraba el vestido. Se acercó y lo abrazó con tanta piedad que parecía que Palmira hubiese muerto el día anterior, y no, que tan sólo iban a hacerle una visita. -No soy infeliz, en serio. Aún suponiendo que me hubiese ido tan mal como muchos imaginan, no tendría derecho de culpar a nadie. Las dificultades están para ser superadas, así lo veo. -¿Te parece que alguien podría reprocharte no sentirte feliz? Debería dejarlo pasar. Pasar, ya 14


sabes, “pasa de todo tío”, ¿No decís eso los chicos? Le das demasiadas vueltas a todo. Mientras decía esas últimas palabras cogía su bolso y se preparaba para salir, cogía las llaves y abría la puerta de la calle, “¡vamos allá!” añadió en un suspiro. Y salieron. Aquellos fueron los días más intensos y excitantes de su vida, aún tan corta. Fue como una obsesión que se manifestaba a una edad concreta, el momento de dejar atrás la infancia. Decidió entonces perdonarlos a todos por lo que le habían hecho, o por lo que creía que le habían hecho. Debía dejar de sentirse una víctima, ya no tenía dudas de que aquel secretismo había sido porque lo amaban y querían lo mejor para él y su desarrollo. Habían creado un estado fantástico para que su infancia fuera feliz, y lo habían conseguido, pero era el momento de dar el paso, quería saber, conocer, ver, y ser consciente de la realidad. Se consideraba lo suficientemente formado para dar aquel paso y dejar atrás de una vez por todas aquella frustración que no le había pesado hasta entonces. El servicio de enfermeras parecía especialmente amable aquel día. Como si se tratara de un centro privado, intentaron congraciarse con los parientes, pero Palmira no los reconoció, no se movía, no parecía ser capaz de articular pensamientos. Se detuvo justo delante de ella y no supo que hacer, “dale un beso”, le dijo su tía Enrieta, él obedeció. Se acercó a su tía que estaba embobada, peinando a aquella mujer que parecía un vegetal y que una vez había sido su madre. “En su mundo somos unos entrometidos”, dijo Klostler que tenía ganas de llorar. Una tristeza que lo iba a acompañar en el futuro lo invadió Ya de nada servían los antiguos argumentos de rebeldía, se había salido con la suya y no era agradable. Pero era la realidad, la vida, sin secretos, tenía sentido por triste que fuera. La fotografía que llevaba en su cartera no se parecía mucho a aquella mujer que tenía delante. Pensó en sacar su cámara, pero le pareció obsceno pensar en sacarle una fotografía en semejante situación. Hubiese querido una foto de las dos juntas, pero se sentía perdido, sin una señal de como actuar. La besaron de nuevo y se despidieron, Palmira, no movió la cabeza, ni los ojos, ni el cuerpo, nada: no respondió. A pesar de las cortinas, el sol entraba por la ventana iluminando una parte de su cara y su cabello. No podía dejar de mirarla pero ya se iban retirando. Volvía la cabeza para volver a verla y Enrieta salía por la puerta. La obstinación es un rasgo de los grandes hombres, y él había finalmente conseguido lo que quería, si eso era lo que había esperado. Le había costado mucho tiempo liberarse de sus prejuicios para dar aquel paso. Llamó a su tía Kausica desde allí mismo y le dijo que ya volvía a casa. Tal vez se había pasado imaginando una solución más del agrado de todos. Apretó los dientes, y se pasó la mano por los ojos. “Estoy de vuelta a casa, te he echado de menos”.

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Los muertos no corren

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1 Los muertos no corren El interés de Melisa por saber lo que tenía que ver con la salud de su marido era enfermizo. Lo averiguaba todo consultando libros, revistas o llamando a su hermano Marcus Arnaldo, que era médico y le decía todo lo que ella quería escuchar, para rematar habitualmente con la misma frase, “las costumbres es lo que nos crean los problemas de salud, y a veces, no es posible cambiarlas”. ¿Cómo podían ser hermanos y parecerse tan poco?, se preguntaba ella cada vez que hablaba con él. Habría sido necesario para ella, nacer de nuevo y ser educada de otra manera para mantenerse al margen de ese tipo de preocupaciones. Era nerviosa, y al mismo tiempo, mantenía ese estoicismo que la caracterizaba cuando se cruzaba de brazos y rumiaba alguna idea malévola capaz de cambiarle la dieta, o hacer desaparecer todos los ceniceros de la casa para que no fumara. Pero para Rutskin nada parecía suficiente, aguantaba aquello desafíos sin dejar de alterarse y sin dejar de la cosa llegara demasiado lejos. “Uno se encariña con su forma de vida. No se puede cambiar de costumbres o de casa, o de familia, sin dejar de lamentar perder algunos hábitos muy queridos”, le dijo para contentarla, en una ocasión en la que ella le avisó de las terribles consecuencias de vivir como él lo hacía. Que ella adoptara aquella postura tan saludable no dejaba de ser tortura para quien tenía que seguir sus directrices, y eso le había tocado a Rutskin. En todo parecía inflexible, sin embargo, en lo tocante a su trabajo se volvía más flexible, podríamos decir que incluso era capaz de mirar para otro lado y ella misma despertarlo si se quedaba dormido e iba a llegar tarde al trabajo. “Alguien tiene que hacer el trabajo sucio, que en tu caso es el más duro, ponte las pilas y no llegues tarde”, le decía mientras lo empujaba hacia el coche. Si Rutskin hubiese sido un miembro más de una mafia del contrabando de drogas, tal y como ella lo planteaba, hubiera sido aquel que tendría que matar cuando el jefe le dijera que lo hiciera, el asesino, el finiquitador, el que resolvía las cuentas y el que exigía los pagos. Por fortuna, sólo era el director de un salón de juegos, y las apuestas formaban parte de su vida, y las había asumida con tanta naturalidad que ya no le subían la tensión arterial si ganaba, o si perdía. En su trabajo, por fortuna no se trataba de hacer desaparecer a nadie, pero debía reconocerlo, en ocasiones había que cobrar viejas deudas y eso tampoco era muy agradable. Consternado por la bronca que le acababa de echar su mujer, una noche se puso un brandy y se sentó en el salón dispuesto a romper todas las reglas, eso era lo único que necesitaba. Aquello iba mucho más de lo que se hubiese atrevido a hacer en cualquier otro momento, sobre todo porque ella se lo tomaría como una humillación. En aquel instante de ruptura se volvió tan prepotente que Melisa se lo notó por su tono de voz y el enfado que había en ella, y decidió no forzarlo desapareciendo en la cocina, en absoluto eran conscientes de lo que aquella discusión significaba, era una especie de aviso. Se fue a la cama tan excitado que a media noche Melisa tuvo que llamar al médico porque creyó que se iba y lo internaron tres días. No fue una cosa agradable, y lo que era peor, demostraba que ella tenía razón y que debía cuidarse costara lo que costara. No había preavisos, ninguna evidencia en las últimas veinticuatro horas de que aquello iba a suceder, sólo 17


hizo falta una pequeña discusión casera, nada más y de pronto saltaron todas las alarmas. “Cuando quiere sabe como sacarme de mis casilla”, pensaba él, mientras se dejaba acariciar la mano alrededor de aquella aguja de suero y dios sabe cuantas cosas más, que se movía clavada bajo la piel. Jeeremías, el hijo de ambos, estuvo de acuerdo en pasar un par de noches a su lado en el hospital cuando Melisa le dijo que era todo lo que necesitaba y que del resto podría encargarse ella. Para Jeremías era la oportunidad de pasar un tiempo adicional al lado de su padre, al que, al fin y al cabo, no veía con demasiada frecuencia. Jeeremías quería a su padre, y sabía que estaba pasando por un mal momento, pero también sabía que en cuanto se encontrara mejor volvería a la rutina de la sala de máquinas de juegos y de la oficina de apuestas. Aquellas noches le tocaba la frente, tal y como él le había hecho tantas veces cuando era un niño. Intentaba buscar algún indicio de fiebre o malestar para salir disparado en busca de una enfermera, y aunque a veces le parecía notar una respiración demasiado apagada, lo único que sacaba de ello era la protesta de Rutskin, “Jeeremías no seas menso, mi frente está en perfecto estado y había empezado a conciliar el sueño” Algunas cosas que nos suceden parecen poner en cuestión nuestra conducta, sobre todo cuando caemos enfermos. Rutskin tenía planeado hacerle una visita a un viejo deudor para aquella misma semana pero la enfermedad parecía un argumento más firme y debía aplazar su visita. Hellmans hacía trabajos para él ocasionalmente, pero siempre quería estar delante si debía intimidar a alguno de los estafadores que se gastaban todo su dinero sin contar con sus obligaciones previamente contraídas. No quería que se extralimitase sin su consentimiento, pero si era necesario él mismo le pedía que lo hiciera. En esa ocasión le expresó su deseo de no ser condescendiente con Ratprudy, que era un viejo conocido y que lo había decepcionado tantas veces que había colmado la última gota. Eso tenía un significado especial para Hellmans, en esa ocasión podría disfrutar con su trabajo sin que nadie le interrumpiera. Rutskin llevaba muchos años en el negocio y si en alguna ocasión había pensado que esos métodos eran la peor forma de conseguir que su dinero le fuera reembolsado, con el tiempo había llegado a la conclusión de que no había otra forma. Hellmans le dio una buena paliza a aquel tipo, y él no dejaba de gritarle y amenazarlo, le ponía las manos sobre el cuello como si deseara matarlo, pero cuando su cara empezaba a enrojecer y sus ojos se teñían de sangre, cedía y la presión desaparecía. Rutskin sudaba, los separaba si creía debía parar por un momento y de nuevo empezaba la fiesta para Hellmans. Fue terrible, nunca había dejado a ninguno de sus acreedores tirado en un callejón como si estuviera muerto. Y eso sucedió tan sólo dos semanas después de salir del hospital. Podríamos calificarlo de extravagante, de excesivo o, tal vez, de exagerado, pero para Rutskin se trataba de conservar el negocio y ese tipo de cosas no sucedían con frecuencia. Los matrimonios cambian, el interés, los afectos, la disposición para la vida y la comodidad creciente, todo cambia, y la mayoría de las veces los ritmos de la pareja no se mantienen. Eso no justificaba que se hubiese echado una amiguita y que hubiesen perdido la comunicación, a menos que fuera para aceptar sus condiciones, sobre la salud, el orden ola limpieza, ni siquiera después de haber entrega la casa y permitir que ella la custodiase como si su propio marido fuera un invitado. El destino no tuviera nada que ver en aquella situación, eso lo tuviera claro desde el principio, desde el día de la boda, delante de amigos y familiares. Tampoco tuviera nada que ver con la vehemencia con la que practicaban el acto sexual al principio, ni el abandono en el que habían ido cayendo con los años. Aquel conformismo había estado adormecido, en estado de gestación, durante tantos años que parecía haber parido una forma de solidez inquebrantable. La ternura se había perdido definitivamente... y sin embargo, Rutskin había pensado tanto en ello que se hubiera quedado calvo si le hubiese quedado algún pelo útil sobre la cabeza. Se había convencido de que era lo normal, de que le pasaba a todo el mundo y que unos lo encajaban mejor que otros. No había nada que pudiera explicar el afecto que le tenía cuando el amor se había extinguido por completo. Para otros era un espanto, una devastación de todo lo bueno que había existido, para Rutskin la consecuencia lógica de treinta años de estrecha convivencia. 18


Teniendo en cuenta su falta de fe al enfrentarse a los cambios, a nadie le podría extrañar que terminara por divorciarse, saltándose todo aquello en lo que había creído toda la vida y debería llevarlo a una vejez apacible al lado de Melisa. El problema le había empezado a parecer infranqueable cuando la exigencia de la salud le llevó a cambiar hábitos sin contar con su opinión. Ella percibió sus cambios de humor y los atribuyó a sus achaques, cuando tenían más que ver con sus propias exigencias. Le pidió a Hellmans que lo llevara al centro de la ciudad, y que lo dejara en la esquina del cine Universal, cuando le pedía eso era porque deseaba andar un par de calles y subir al apartamento de Laurena. En modo alguno deseaba quedarse más de lo preciso, ni que Melisa pudiera echarlo de menos o considerar que llegaba demasiado tarde y tener que dar extrañas explicaciones. Una vez llegado hasta allí, era demasiado tarde para dar la vuelta, y sus visitas no eran tan frecuentes pero esa vez hizo una excepción. No esperaba, a sus años, demasiadas novedades incluso al llegar sin previo aviso al apartamento de Laurena, no le iba a pedir que fuera especialmente cariñosa o condescendiente ni tampoco, encontrarse especialmente motivado para lo que tenía que hacer; tampoco quería demostrar nada, a pesar de lo débil que se había sentido los últimos y las dudas que albergaba acerca de sus posibilidades de aquel día. Lo que lo había animado a dar aquel paso tampoco era probarse nada a él mismo y lo único que se le ocurrió al entrar y no encontrar a Laurena allí, fue poner música y usar la bicicleta estática que ella comprara para ponerse en forma. No pareció importarle que estuviera programada para un trabajo duro, y se dijo que comprar uno de esos aparatos para casa podría convencer a Melisa de que ya hacía ejercicio suficiente y de que su vida estaba orientada hacia lo saludable. Al terminar de pedalear había empezado a sudar, se dio una ducha y se puso un combinado de ginebra. La chica trabajaba representando una empresa de productos cosméticos y de hecho, cuando había trabajando en la sala de juegos y apuestas, lo había hecho publicitando una marca de apuestas en apoyo a una campaña televisiva y con las que también contaban en la oficina. Eran productos diferentes, pero el tipo de trabajo era muy parecido, pensó Rutskin. La ayudaba en todo lo que podía, y le permitía vivir en el apartamento que antes había tenido vacío durante años. Eso unido a todas las veces que comían y cenaban juntos, le permitía vivir de una forma bastante desahogada y el corredor de apuestas sabía que era importante para ella, porque los sueldos no eran altos en ese tipo de trabajos. En las visitas que Rutskin le hacía, no sólo tenían sexo ocasional, sino que pasaban tardes muy agradables tomando ginebra con aceitunas y viendo la ruleta de la fortuna en la tele. Laurena era muy avispada y conocía refrenes y títulos de canciones que le ayudaban para completar con frecuencia el panel, antes incluso que los mejores concursantes. En otras ocasiones, cuando llegaba sin avisar y ella había salido, solía ocuparse en ordenar, en vaciar ceniceros, en guardar revistas y doblar ropa y meterla en los cajones, porque, eso debía reconocerlo, la chica no ponía demasiado interés en ese tipo de tareas. Le gustaba mucho cambiarse de ropa, eso no lo podía negar e iba dejando la ropa que se quitaba por donde iba cayendo, lo que lo llevaba a encontrar ropa interior usada tirada en el baño, más a menudo de lo que un día hubiese podido imaginar. Él ponía todo su empeño en convencerla de no vivir así, y era obstinado en eso -tal vez de alguna forma imitaba a su mujer cuando lo acosaba para que llevara una vida mejor-. Compraba mucha ropa y eso la hacía parecer siempre a la última, le gustaba lucir modelos nuevos y ajustados, si bien era cierto que desde hacía una año había empezado a perder la figura. Ese impecable interés por mostrarse despampanante, chocaba sin reservas con abandono total del cuidado de la ropa, de la colada o la plancha. Aquello llevó a Rutskin a pensar más de una vez que si algún día diera el paso de separarse de su mujer, necesitaría una buena asistenta en el hogar y gastarse un dineral en la tintorería. Tenía la impresión de que su matrimonio se había hundido sentimentalmente hacía mucho tiempo, pero que se mantenía firme aquella unión porque se respetan las costumbres y las apariencias, y eso les llevaba a valorarse a pesar de los desencuentros, y en el caso de Melisa, a vivir en una espacie de burbuja, en un mundo ideal en una fantasía en la que haber renunciado a algunas cosas que para los 19


matrimonios parecen esenciales, y que a ella le parecía que lo había llevado todo a una perfección que no se dejaba manchar por acuciantes y viscosas pasiones. Rutskin le daba mucha importancia al sexo, es posible que estuviera obsesionado, y para acabar de redondear su círculo pasional, siempre que podía tenía sexo ocasional y si hacía falta pagaba por ello, y como respetaba los horarios y solía llegar a casa a la hora de la cena, Melisa no le hacía preguntas incómodas, y todos tan contentos. Para Laurena todo era un juego, nunca había tenido demasiada suerte y sin moral ni conciencia, se dedicaba a disfrutar de todo lo que buenamente se ponía a su alcance, y sin embargo, Rutskin lo sabía bien, tenía gestos de ternura con los más débiles que la engrandecían a sus ojos. Tampoco se podía decir de ella que fuera especialmente tímida, y tenía cosas como salir un momento del restaurante en el que estuvieran cenando, para llevarle algo de comida a un perro pulgoso que estuviera tirado en la puerta. Aquello lo había enfadado bastante, y la había acusado a gritos de no tener sentido del decoro. Aquella noche Rutskin no cenó, lo que no era un problema demasiado grande ya que tenía que volver a cenar al llegar a casa, pero la discusión derivó en semanas sin dirigirse la palabra. Esto no era muy conveniente porque la deseaba cada día y quería tenerla, así que al final, fue él, del que había derivado aquella situación, el que pidió disculpas por su actitud e hicieron las paces en el dormitorio. En aquella situación ninguno de sus intervinientes estaba preparado para poder ponerse demasiado escrupulosos con las conducta de los demás. -Yo soy la mujer que ha convertido tu matrimonio en una mentira, todo son las apariencias -le dijo Laurena que llegaba cansada y con ganas de fiesta-. A veces, cuando pienso en ello, creo que soy un monstruo. -Si no fueras tú hubiese sido otra, me enamoro con facilidad. No había contado con una de esas conversaciones en las que la conciencia nos devuelve a la realidad después de haber vivido mucho tiempo en la inopia. No estaba preparado, se había pasado el día dando vueltas y había discutido con un cliente que no tenía dinero y quería seguir jugando a crédito. Después había sucedido el asunto violento con Ratprudy, lo que era especialmente desagradable para él porque hacía mucho que lo conocía y no esperaba que terminara así. Estaba en tensión y cansado para interpretar los mensajes de arrepentimiento de una mujer que nunca se arrepentía de nada. No había esperado un final de la tarde tan ajetreado en el momento que decidió pasar por allí. Le resultaba muy inconveniente que sus planes se torcieran tanto, pero con las personas siempre pasaba lo mismo, nunca reaccionaban como se esperaba de ellas, y ahora tenía delante a Laurena con un enfado de “mil huevos” y dispuesta a romperlos todos. -Pero Laurena, tu ya pasas de esa edad en que las jovencitas se pasan la noche llorando porque los novios no le duran -Insistió en poner las cosas claras intentando evitar que se desencadenara un incendio emocional-. En nuestras vidas llega un momento en que ya todo lo que tenía que pasar ha pasado, es tarde para ponerse a pensar en lo que hicimos mal,y en como nos hubiese ido si hubiésemos actuado de otra forma. -No me escuchas, nunca lo haces. Lo quieres arreglar todo a tu manera, me sueltas el discurso y te quedas tan ancho. Lo haces en todas partes, te da igual que estemos cenando en un restaurante o en mitad de un película en el cine, me sueltas el rollo e intentas manipularme. -No digas eso -respondió-. Tengo derecho a dar mi punto de vista, sobre todo cuando me acusas sin motivo sin que yo entienda nada. Hay discusiones que no conducen a nada bueno. -Para ti sólo soy una costumbre más, un sitio a donde ir, una parte muy pequeña del todo. Un rato después estaban haciendo el amor sobre la alfombra como dos animales. Ella gemía y los momentos más tórridos y el se sentía motivado y rejuvenecido. Para Rutskin era bastante evidente que si no la amaba, al menos la deseaba con la misma intensidad del primer día, cuando ella se presentara en la sala de juegos con una falda tan corta que no pudo impedir que se le vieran las bragas al sentarse en un taburete alto para acordar con él, allí mismo en la pequeña barra del bar de la sala, las condiciones del sueldo y la forma en la que lo cobraría, en mano y sin recibos. Ella acababa de pasar unas vacaciones con un amigo en la costa del 20


sol y estaba muy morena, parecía haber pasado mucho tiempo tendida sobre la arena bajo un sol tan fuerte que apenas se la notaba la marca del bikini bajo una blusa muy escotada. Rutskin, nunca había pretendido ser, ni parecer, uno de esos tipos que no rompen un plato, la miraba con descaro y ella lo notó; así empezó todo. La imagen repetida en sueños de Laurena sentada en el taburete del salón, frente a él, luciendo aquellas piernas bien torneadas, también se manifestaba cuando estaba despierto. Intentaba alcanzar los detalles del sueño, examinaba su forma de vestir, los gestos y la forma de moverse. No se le veía la cara, pero estaba seguro de que era ella. Los sueños repetidos pueden llegar a convertirse en una desagradable obsesión y podría costarle una vida librarse de ellos, y de hecho, en ocasiones despertaba sumido en un espeso sudor que asustaba a Melisa, lo que tampoco era agradable. La tranquilizaba inventando una pesadilla y cuando se dormía, él intuía que ya no podría dormir con facilidad esa noche, lo que lo convertía en un “zombie” ojeroso y malhumorado todo el día. Se acercaba a ella y la observaba envidiando su sueño y la facilidad con la que volvía a él. A veces movía la nariz como si le picara y se la frotaba con el torso de la mano, eso no la despertaba, al contrario, la hacía suspirar y respirar profundamente. La envidiaba, Melisa vivía sin ponerse en conflicto con sus problemas. Con el tiempo esa situación se convirtió en alarma, porque cada vez que sucedía ya no se volvía a dormir hasta la madrugada, conciliaba el sueño apenas una hora y tenía que levantarse para salir corriendo y poder abrir la puerta metálica del salón de juegos a la hora precisa. La presión de una vida tan ajetreada llevó al jugador de apuestas a reencontrarse con sus viejos vicios, y volver a tomar pastillas para dormir, y por la mañana, pastillas para ponerse en marcha y dejar el domicilio conyugal como si todo estuviera en bien. Había dejado de hacerlo al casarse, había pensado que su vida estaría en orden y no le haría falta aquel suplemento, pero nada resultó como esperaba. Laurena estuvo de acuerdo en tomar alguna de la química que él le suministraba, en compartir ocasionalmente aquel vicio excitante que, por fin la ayudaba a sacarlo de casa de casa y llevarlo a fiestas. Rutskin tuvo que decir en casa que los fines de semana tenía que abrir hasta muy tarde, y en parte era cierto, pero él no estaba allí. Confió en Hellmans para tener abierto los sábados por la noche y enfrentarse a las apuestas de fútbol. Eso significaba disponer de un poco más de tiempo para dedicarle a la chica, pero al entrar en una cadena de fiestas interminables, lo cierto era que ella se pasaba el día durmiendo y de noche, no hacía otra cosa que beber mientras la veía bailar con desconocidos. Estaba cómodo en aquella nueva situación y no podría renunciar a su vida aunque se lo propusiera. Mientras tanto Melisa dormía apaciblemente y disfrutaba de un té con miel cada mañana al levantarse y comprobar que él seguía a su lado, durmiendo como un lirón; ella creía que de tanto trabajar. Se sentía correspondida y no podía ni imaginar de la doble vida que su marido había ido montando con el tiempo; no entendería la verdad si la descubriera. Le ponía un café bien cargado en la mesa de la cocina y lo despertaba, “alguien tiene que hacer el trabajo duro, cariño”, le decía y lo apremiaba para que pudiera abrir el negocio puntualmente. Y aunque a veces, el olor que desprendía a tabaco y alcohol era insoportable, le consentía, preparándole la ducha y disponiendo ropa recién planchada para que cada día pudiera lucir como un señor y todo el mundo supiera que todo estaba en orden, esa era la señal. Lo que Melisa esperaba de él, lo que esperaba que algún día sucediera y había estado esperando tanto tiempo, era que por fin perdiera su arrogancia, que la tuviera en cuenta con franqueza, que simpatizara con la idea de que una vida juntos importaba. Si algo podía llegar a ser considerado como merecedor de tantos sacrificios, eso era un matrimonio tal y como ella lo había diseñado. Tal vez era una forma antigua de pensar, un pensamiento obtuso tal y como los nuevos tiempos lo consideraban, incluso, en el peor de los casos, si una separación se produjera, ya sin tiempo para una nueva larga relación, también, en tal forma, eso le daría la razón. Aunque ella o mentía, y por supuesto, exponía este tipo de pensamientos sin pudor, casi resultaba un inconveniente mayor, es decir, para Rutskin , la vida hubiese sido más llevadera si su mujer hubiese aprendido a mentir.

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2 El mar refleja la espalda de la luna. Por supuesto, Rutskin era un hombre respetado. Entre sus amigos, el tipo de gente que conocía de toda la vida y que tanto se le parecían, la mera idea de que pudiese fallar no era realista; Rutskin podría con todo, con cualquier contratiempo o con una inesperada mala racha. Al cabo de los años, la realidad había llevado a muchos de sus clientes a tener que retirarse por problemas económicos, por enfermedades, y algunos, por pasar una temporada en la cárcel; siempre había situaciones que les rompían la vida, que coartaban sus planes o los dejaban fuera de juego. De él nadie esperaba una debacle o que de pronto, se pudieran descubrir sus más íntimos secretos, y si eso sucedía que tuviera que parar de golpe y cerrar el negocio; al fin y al cabo, muchas vidas basaban su equilibrio en las horas que pasaban en la sala haciendo apuestas, viendo apostar a otros o tomando cerveza. Empezó a sentirse inquieto cuando hizo su revisión y el médico le dijo que su corazón no iba nada bien y que su dieta tenía que ser estricta, además estaba lo de hacer ejercicio y tomar algunas pastillas. Esta vez, cuando Rutskin estuvo delante del doctor, tan sólo hizo falta mirarle a los ojos para comprender que aquello iba en serio, pero también le dijo que de seguir así tendría que operarse sin garantías, o algo peor. La creciente frialdad de Melisa también le hizo entender que había hablado con el médico y que estaba al tanto de todo, eso y que se había enterado de que había alguien más entre ellos, ahora eran cuatro, Melisa, Rutskun, Laurena y el corazón enfermo. Con el hermano de Melisa siempre había tenido una relación sincera, tal vez porque Marcus era un soltero con una vida llena de placeres, mujeres, contradicciones, gustos caros, drogas (por qué no decirlo, algunos médicos convierten su acceso a los drogas en una lucha contra su miedo a la muerte; son hipocondríacos y en ellos tomar pastillas contra la anxiedad se convierte en algo natural) y una vida sórdida que no le permitía juzgar a su cuñado. Hablaban entre ellos con cierta sinceridad y Marcus Arnaldo le repetía desde su autoridad de médico internista de familia, una y otra vez, que sus hábitos eran lo que lo estaba matando. -¿Sabes Marcus? Si algún día desaparezco sólo tú sabrás a donde voy, confío plenamente en tu discreción -le dijo unas navidades en que se reunieron en un bar antes de ir a cenar-. En tal caso, creo que me gustaría que me visitaras y me contaras de Melisa, porque yo la quiero Marcus. Creo que es importante decirlo: soy un irresponsable incapaz de mantener una mujer a su lado, pero a mi manera la quiero. -Siempre me sentí orgulloso de que me regalaras con una amistad tan estrecha, y no me puedo meter en vuestras cosas, quiero a mi hermana, pero no puedo compartir la manía que te ha cogido -le respondió Marcus Arnaldo justo antes de que le ofreciera su mano en señal de amistad y él se la estrechara con efusión. -Bueno amigo, eso es recíproco. Entre lineas, Rutskin le estaba diciendo que estaba planeando un viaje a algún lugar que nadie debería conocer, y que por eso no le podía decir nada más. No hacía conjeturas acerca del futuro cercano que le esperaba, pero la decisión estaba tomada, y no sólo había influido el consejo de cambiar su vida en la dirección de otra más saludable, también había influido el episodio en el que los amigos de Ratprudy aparecieran por el salón e juegos y al no encontrarlo la tomaran con Hellmans y lo mandaran un mes al hospital. -No soy muy sagaz tratando de interpretar lo que cualquiera me quiera decir si no me lo dice con claridad, no descifro mensajes subliminales, pero, en este caso, creo que si tienes pensado 22


ausentarte deberías hablarlo con Jeeremías. -No es posible, no quiere ni verme. Se siente traicionado, engañado y decepcionado. Creo que me odia, y no lo entiendo, es adulto. Jeeremías había hecho todo tipo de conjeturas sobre lo sucedido y había concluido que su infancia había sido un engaño. A medida que pasaban las horas, iba entendiendo mejor su propósito, más preparado para comprender por qué lo asaltaban aquellas ideas, el deseo de cambiar de aires y salir con lo puesto. Caminó de vuelta al apartamento -Laurena ya no estaba y ese era su hogar provisionalmente-, había esperado un momento así para parase a pensar y la cabeza le daba vueltas a todas sus ideas. No debía hacerle más daño a Melisa, pensaba, dejaría todo a su nombre para que tuviera todas sus necesidades cubiertas y no le impondría su presencia un día más, pero quizá, porque había estado hablando con Marcus Arnaldo por lo que tenía eso más claro que nunca, precisamente habían hablado de Melisa y fue su cuñado el que le hizo comprender con absoluta nitidez que tenía esa deuda con ella. Sin excluir malos pensamientos y culpables sentimientos, aceptó que no podía demorar más su partida. Se despidió de todos sus amigos y convino que la navidad no era la mejor fecha para moverse en autobús por aquellas carreteras sin dios, pero no había alternativa si quería visitar el pueblo de su infancia, los lugares que había conocido en su adolescencia estudiando en Salamanca, dando vueltas por Castilla y Andalucía, parando en lugares remotos y volviendo a coger otro autobús en cada destino, en cada ocasión más viejo y destartalado. Visitaba viejos conocidos, y se alojaba en lugares que conocía de antes, se vestía con ropas viejas y procuraba no llamar la atención entre aquellas gentes sencillas con las que se quería mimetizar. El pueblo de su infancia apenas se había movido, un dos caballos citröen llevaba tirado frente al consistorio, al menos cuarenta años. Caminó bajo los soportales del barrio viejo evitando la lluvia. Había otro coche en el pueblo, éste era un coche moderno, un coche alemán con matrícula reciente y asientos de cuero. Se paró para echarle un vistazo mientras la lluvia implacable se precipitaba sobre el techo y el capó haciendo el ruido de una batería de rock. No quedaba nadie a la vista, se hacía de noche. Quedaba una de esas terribles noches de diciembre en las que la gente se acuesta temprano y pierde la fe en sus propias fuerzas para enfrentarse a la depresión. Le hubiese gustado poder pasear libremente por aquel lugar, sin estar retenido bajo una cornisa que a la vez era cárcel y a la vez lo protegía. La lluvia no son rayos líquidos que puedan atravesarte si te tocan pero creyó firmemente en aquel momento, que si cogía una pulmonía sería incapaz de superarlo. Un paraguas negro se aproximaba al fondo de la calle, le pareció una cara conocida. Llevaba botas de goma, mucha gente en los pueblos usaban esas botas para salir y poder pisar el barro sin miedo, después las dejaban en una cuadra antes de entrar en casa. -¿Hola? Me llamó Rutskin Penev, estoy de viaje, ¿me puede atender? El hombre lo miró concienzudamente, como si quisiera creer lo que oía. En ese momento, Rutskin lo reconoció, se trataba del señor Carlin, el dueño de la imprenta. -¿Señor Carlin? Me he enterado de que han abierto un parador cerca del pueblo y estoy buscando alojamiento. Seguramente usted no se acordará de mi. Soy el hijo de Sarah, la pastelera. -Claro que me acuerdo. Sarah, que se caso en Valladolid y volvió al pueblo cuando se separó. Pero yo no soy Carlin, soy su hijo Matiu, mi padre tiene ochenta años. -Claro, me acuerdo de ti, estuvimos en el mismo colegio por un tiempo. También me acuerdo de tu padre, era un hombre vital, nada se le escapaba. Cualquier cosa que sucediera en el pueblo estaba bajo su control. Bajo los soportales de piedra, Matiu pudo cerrar el paraguas y entonces Rutskin lo vio con claridad. Era él sin duda, pero se parecía tanto a su padre... los dos se miraban sin dar crédito a aquel encuentro. -No quiero molestar. Solo saber donde hay un hostal o el parador para pasar la noche. Las indicaciones del viejo compañero de estudios fueron claras. Matiu lo amparó con su paraguas y lo acompañó hasta la puerta del hostal, que por fortuna aún estaba abierto, aunque la dueña lo 23


atendió en bata de casa y posiblemente ropa de cama, porque estaba a punto de irse a dormir. Rutskin lo siguió por el pueblo sin rechistar, atento a todas las indicaciones y deseando dejar su maleta en algún sitio lo antes posible. Todas las ventanas del hostal estaban cerradas y con las contras de madera atadas por dentro, sólo una pequeña luz estaba encendida en la recepción detrás de la puerta de cristal, y eso fue suficiente para que aquella señora de ostentosas zapatillas de lana lo atendiera. Todas las habitaciones estaban vacías, y no había nadie en la cafetería cuando bajó a desayunar y se paró para mirar por la ventana la fuente de piedra del centro de la plaza. Desde allí se observaba con claridad que se le habían caído piedras en la estructura más alta, y nadie se había ocupado de arreglarlo; eso había sido mejor porque donde lo había hecho le habían puesto un pegote de cemento tan poco estético como artístico. En un lugar que daba a la carretera le había dado un golpe, posiblemente un coche o una furgoneta, y del mismo modo, nadie se había ocupado de cuidar aquella pieza que era antigua y el orgullo del maestro durante el tiempo que pasó allí en su infancia. En la cafetería no hacía calor, pero apareció la misma señora que o atendió para registrarlo la noche anterior con una bandeja en la mano, el café humeaba y las tostadas se enfriarían si las tomaba rápidamente. Rutskin no podía sacarse una idea de la cabeza, estaba viajando en el tiempo, volvía a los sitios de su infancia, pero seguían igual de viejo, no podía haber esperado otra cosa, y sin embargo, se encontraba mejor, más vital y dispuesto a moverse sin la pereza que lo acompañara los últimos años. Nada ni nadie, salvo su viaje, ocupaba su mente. Le hubiese gustado ser de nuevo el niño que se sentaba en aquellas escaleras de piedra frente a la fuente, allí comía ciruelas del árbol sobre la finca abandonada. Quería que aparecieran sus amigos y salir corriendo a bañarse en el río, y como solían hacer después de correr todo el día, quería que cayera el sol un día de verano viendo volar a las golondrinas. Viajaba al pasado pero todo se había hecho viejo como él. Podría hacer las mismas cosas, pero nada iba a ser los mismo, el viaje en el tiempo era fallido. Se despidió de la señora de zapatillas de lana después de pertrecharse para esperar una ahora, al menos en la parada del autobús. Nadie se sentó a su lado, los asientos eran de madera, y por increíble que parezca, su viaje en el tiempo tomó otra dimensión cuando leyó los mensajes esculpidos a navaja en el respaldo del asiento precedente. Corazones, cruces y el círculo (paz, amor y libertad), nombres de sus amigos y el suyo, todo estaba allí. No había tenido intención de encontrarse con viejos conocidos, sobre todo porque serían tan viejos, enfermos, tan desfigurados y llenos de prejuicios, como él. No volvió a pensar en aquellos amigos de aventuras con los que había corrido tanto, ni siquiera después de acariciar la idea de que de todos ellos, los que mejor hubiesen envejecido y se hubiesen enfrentado al paso del tiempo, podrían darle su secreto. Eso era un pensamiento bastante egoísta. Tuvo una visión parcial del destino que pudiesen haber tenido, pero retener semejante vehemente imagen era demasiado para él. Transcurrió un tiempo y observó que de forma totalmente espontánea se dirigía a la montaña, el lugar done pasaba las vacaciones de niño y muy cerca de su origen, el pueblo de su abuelo. Estaba a un par de días por carretera del pueblo más cercano, no podía ni imaginar a cuánto estaría de la civilización si seguía subiendo hasta su objetivo. Nada podía ser más exacto que viajar en el tiempo como la oportunidad que se le presentaba. Se acusaba a si mismo por su huida, no era propio de él, pero en un intento de liberarse de sus peores hábitos, tal y como Marcus Arnaldo le había aconsejado, había partido sin fecha para la vuelta. Llegó al campamento de verano convertido en casa rural para albergar peregrinos, en mitad de la noche. Había una luz en la recepción y habló con un hombre viejo que parecía poco animado. Rutskin también estaba cansado, pero intercambiaron su punto de vista acerca del invierno más frío de los últimos años y luego sobre el precio de una habitación por unos días, con derecho a comida, calefacción y baño. No le gustaba hablar por hablar, ni decir las cosas que adivinaba que a su interlocutor le gustaría escuchar sólo por congraciarse con un desconocido, pero cuando el hostelero le preguntó por cómo iba todo en le 24


mundo civilizado y si ya habían derrocado al dictador, él le respondió que se había muerto él solo y que nadie lo echaba de menos. ¿Cómo era posible que no supiera una cosa así? Los afiches de propaganda sobre la hostería tenían al menos veinte años, estaban roídos y descoloridos cayéndose a trozos sobre la puerta, nada de lo que prometían parecía muy acertado al cabo de los años, el paraíso natural se había convertido en una cárcel de duro trabajo rural y soledad manifiesta. Así pues hizo un comentario al respecto, y entonces se enteró de que aquel hombre y su mujer no estaban tan solos desde que una comuna hippie intentaba rehabilitar el viejo pueblo abandonado montaña arriba. -La naturaleza es muy bella vista en la televisión de un lujoso piso del centro de una gran ciudad, pero los animales son crueles, matan para sobrevivir, el clima es un horror, y careceríamos de cosas importantes para una vida humilde, si no tuviéramos un auto para alguna vez de compras al súper. Aún así seguimos aquí, aferrados a un sueño fracasado. Rutskin estaba cansado, pero por la mañana se encontró mejor, desayunó y regresó enseguida a la habitación para ducharse y ponerse ropa de nieve, tal era el frío que hacía. Se propuso intentar pasar desapercibido desde el principio y , en parte lo había conseguido, pero ya, en aquel lugar apenas había nadie de quien esconderse, además, no quería mostrarse huraño o desconfiado con aquella gente que contestaba abiertamente a sus preguntas. No hacía tanto no era tan condescendiente con lo que otros pudieran pensar de él, ni se mostraba amable ni con buenas maneras, habitualmente. Hasta que su viaje empezó a operar aquel cambio, se había comportado como un condenado al que todo el mundo le debía la vida, como si se hubiese cometido un terrible error, como si hubiese sido condenado en un juicio injusto y cualquiera que se cruzara en su camino fuera cómplice de esa injusticia. Sabía muy bien que la vida cotidiana, la que había llevado hasta aquel momento, era soez y sórdida, pero eso no lo había detenido en su interés egoísta. Nada había sido mejor ni más satisfactorio que el deseo de venganza por una vida infeliz, fallida y a la altura insignificante de los perdedores, y eso lo había afligido... por extraña que parezca que alguien pueda pensar así. Y de pronto, se había calmado. No pensaba volver y el viaje había operado aquel cambio inesperado que lo hacía emocionarse con cosas simples y lamentar que otras personas llevaran vidas tan duras y distantes. Por algún motivo difícil de comprender, ese arrepentimiento se desprendía en su trato y en el tono de la voz, y también eso le gustaba al señor Rollins, el hostelero. Llegado aquel momento empezaba a reconocer que su vida no había sido una recompensa. Así que la justicia poética existía. Eso no era nada conveniente, porque su inconsciente no estaba del todo preparado para seguir admitiendo reproches, y también porque nunca había aceptado tantos cambios en tan poco tiempo, el mismo inconsciente que le había señalado el camino para salir huyendo de su vida urbana y cobarde. Visto desde otro ángulo, había sido la mejor idea poco reflexiva tomada en su vida, porque según podía adivinar, su carácter se había reafirmado en esos días, todo lo sucedido en su periplo le había resultado conveniente o placentero y eso lo llevaría a una nueva anhelada y saludable libertad. Y echando un vistazo a lo que había dejado atrás, no deseaba que le importara demasiado lo que otros en la revalidad pudieran pensar o argumentar al respecto. En su nuevo estatus, el mismo que le concedía ser dueño único y señor de su vida y sus sentimientos, si su hijo, su ex-mujer, su cuñado, sus amigos y hasta su amante, albergan la idea de que volviera fracasado mendigando un poco de ternura, era muy posible que se equivocaran apostando por futuros sucesos que tenían más que ver con sus deseos que con un juego de probabilidades. Una vez en la montaña, su objetivo era llegar al pueblo en el que había nacido, vivido y muerto, su abuelo, pero no podría hacerlo hasta que saliera el sol y derritiera la nieve que bloqueaba los caminos. La primavera era incipiente, y no le importaba esperar. Haberlo intentado era acercarse al resultado final y eso ya era bastante estimulante, pues no esperaba, como se suele decir en esos lugares de gente tan religioso, “llegar y besar el santo”. Se sentía tonificado y más optimista que nunca en la última década, eso lo animaba a controlar su dieta y moderarse como nunca lo había hecho. En ocasiones, la comida casera de la hostería lo tentaba y se dejaba llevar, pero ahora que 25


por fin se sentía dueño de sus pasiones, eso ocurría sin perder el control o cegarse frente a los placeres. -Me llamo Rutskin -dijo a aquel hombre que le servía el desayuno-. Como le dije ayer, estoy de viaje y me gustaría subir hasta el pueblo, creo que le llamaban Matacerros... si aún existe. -En esta parte del año queda incomunicado por la nieve, pero en un mes se podrá pasar, supongo. Llevo muchos años aquí y si no fuera por los alemanes, nadie hubiese demostrado interés por él -replicó Rollins. -Me cuesta creerlo, es un sitio muy hermoso. ¿Quienes son los alemanes? -Hace unos años vinieron. Parecen hippies, o de una secta oriental, o algo. Son trabajadores, están rehabilitando las casas y viven con muy poco. A veces vienen y me compran algunas cosas que les hacen falta. Yo les compro carne de sus animales, queso y huevos. Tienen un problema con los pastores, no los quieren y se quejaron de que les roban la herramienta. Me cuesta aceptar las injusticias, pero la gente del valle es muy “a la antigua”, ya me entiende. Además hay otra cosa, a unos cuantos kilómetros a través de la sierra está la frontera y en otro tiempo era lugar de conrabandistas. No digo que aún existan esos viajes de contrabando, pero esos pastores son gente ruda, descendientes de gente peligrosa. Tú sabes. ¿Usted no está casado? -Mi ex-mujer ya no piensa en mi. Es libre de hacer su vida. -La mía, mi mujer, cocina bien, pero no es razón suficiente para aguantar sus broncas, si quiere puede llevársela al pueblo de los alemanes. Por cierto, no es Mataceeros, su nombre era Matabecerros. Por supuesto Rollins bromeaba al hablar de su mujer, pero no mentía cuando decía que le echaba broncas y le gritaba. Tal vez, era una forma de prevenirlo acerca de lo que iba a ver en los próximos días, si decidía quedarse. Pero no le impresionó, las parejas se separaban con frecuencia y aquellas que decidían soportar la presión seguían juntos. La vida no se lo ponía fácil a nadie. -Tengo un amigo soltero y le pregunté por qué no se casaba, me dijo que no quería que lo trataran mal. Le respondí que no tenía por qué, que sería suficiente con hacer todo lo que ella dijera o propusiera. Sigue soltero. -No podemos estar sin ellas, con ellas la vida se promete más dulce. Lo que pase después, nadie lo sabe. Una vieja fotografía del día de su boda, dejaba claro a todos que habían sido jóvenes y guapos, los dos. Aquello no dejaba ver lo que habían tenido que sacrificarse para sacar su negocio adelante, pero sí que habían estado llenos de sueños en otro tiempo. Rutskin pensó que en aquel enorme salón se podía hacer una hermosa sala de juegos, pero habría que ir a buscar jugadores en un autobús. ¿A quién se le ocurre poner en negocio lejos de donde está la gente? Rutskin persistía en su idea de subir al pueblo de los alemanes, un mes después. Entonces consideró que su espera había terminado y que empaquetaría todas sus cosas y saldría andando sin saber lo que le esperaba allí arriba. -Llegará de noche y necesitará ser bien recibido para dormir en un lugar caliente -El posadero pasaba a tratarlo de usted de nuevo, cuando lo había tuteado durante todo el tiempo que pasó allí. Era como una fórmula de cortesía o de respeto, que indicaba que así debía ser fuera de aquel lugar. A Rutskin no le gustó, pero no dijo nada. -No cambio de opinión con facilidad. -Sí, lo he notado. La subida no va a ser fácil. Esos hippies son buena gente, demasiado buenos, me parece. Tal vez la edad, la expectativa de sus enfermedades y los golpes que le había dado la vida, había hecho de él un hombre duro, pero otra cosa es estar físicamente preparado para un reto desconocido. Durante el camino, las piernas se llenaron de calambres y la nariz no dejaba de soltar líquido sobre su chaqueta, se pasaba la manga por la cara para limpiarse el rocío, pero no lo conseguía por mucho rato. Se despidió sin demasiadas ceremonias, pero hubo una sincera pesadumbre al hacerlo. En ese último momento hubo un silencio verdadero que parecía decir, ya no estas para estas aventuras, lleva cuidado. Tal vez no todo sucedió como el imaginaba, tal vez Rollins lo miró partir sin pensar 26


nada en absoluto, pero a él le complació creer que se sentía emocionado, o al menos sorprendido, por ver que aún quedaba gente en el mundo buscando su pasado; no compitiendo, no estafando a otros o engañando, no matándose a trabajar para salir de pobre, o buscando dinero fácil en un billete de lotería, porque su viaje no tenía nada que ver con la ambición y ni siquiera tenía que ver con el respeto perdido. Era algo personal, interior, tal vez tenía que ver con la autoestima o la supervivencia, pero no estaba seguro tampoco de eso. No todo el mundo hace las cosas buscando un resultado material, eso lo tenia claro. Después de unas horas el camino se hacía pedregoso y la nieve se hacía riachuelos, se descubría la naturaleza debajo de su esponjosidad blanca, y en uno de esos lugares, al pie del camino había una osamenta, un caos de huesos de perro grande o de lobo. La naturaleza salvaje estaba llena de ese tipo de cosas, a pesar de haber vivido siempre en una ciudad, eso lo sabía. Los eslóganes de los naturalistas dirigidos a la sociedad civil, en defensa de la biodiversidad, no llegaba con claridad al trabajador medio que llegaba rendido a casa deseando tomarse una cerveza y evadirse absolutamente de todos los problemas del mundo. Si intentara explicarle a la gente de ciudad que conocía, lo que lo había movido a hacer aquel viaje, le dirían que se trataba de una locura y se reirían en su cara. Por supuesto, no se lo dirían abiertamente, pero pensarían que era un tonto por renunciar a sus posesiones y una vida cómoda y entonces se reirían, en ningún momento había pensado que lo que ellos pudieran pensar, y no lo habría hecho ni en el caso de que su enfermedad fuera incurable. Durante la etapa final del viaje, en la caída de la tarde, por algún motivo desconocido recordó a un tipo que iba cada día al salón de juegos. Jugaba cartas con apuestas pequeñas, pero lo que lo tenía confundido era aquel deseo por hacerse millonario de una forma fácil. Aquel tipo jugaba cada semana a la lotería. Cada semana durante años se había acercado al mostrador y había jugado a un número que tuviera, al menos, un tres y un siete, se dijo que eso debía ser una rareza, o una superstición; la gente que juega a juegos de azar suele ser bastante supersticiosa. La historia, se la había contado al señor Rollins un día antes y no dejaba de darle vueltas, se preguntaba por qué aquella fijación que se había convertido en costumbre, ¿no había nada más en su vida? Finalmente, aquel pobre hombre murió en la calle de un ataque al corazón. Se cayó en medio de la calzada y algunos paseantes intentaron ayudarle pero sin éxito. En el hospital estuvieron a punto de tirar sus ropas a la basura, porque nadie las quería. En uno de sus bolsillos llevaba uno de aquellos billetes. Rutskin le había dicho a Rollins, “¿se lo puede creer? Llevaba un billete de lotería en el bolsillo, y tenía un premio. No era un premio millonario, pero suficiente para unas vacaciones, !Y estuvieron a punto de tirarlo con sus ropas! Este mundo tiene cosas absurdas. El mundo no tiene sentido. Puedes estar a punto de descubrir la pólvora y morirte en ese momento. Yo creo que eso pasa mucho.” Rollins sabía que no había que hacer demasiados planes ni demasiado grandes, no da tiempo a tanto. 3 La montaña en sus manos

El pueblo parecía un campamento de alguna organizada manera. Todos parecían trabajar y moverse con ahínco. Había tiendas de campaña y lonas sobre las maderas y la maquinaria de obra. Algunas casas estaban terminadas con madera y piedra nueva, eran grandes construcciones capaces de albergar a muchos de aquellos chicos (no sé porque digo chicos porque había gente de edad avanzada entre ellos). Las chimeneas anunciaban que se estaban preparando para la noche, para la 27


cena y para no pasar frío, a pleno funcionamiento. En una esquina había unas duchas rudimentarias y un anciano se enjabonaba completamente desnudo, sin puertas ni separadores; sin pudor. Sin embargo, en ese momento precioso, la más poderosa de las visiones llegaba del sendero, donde, llevando una carretilla con restos de basura orgánica (posiblemente como abono o para darle de comer a los animales) se acercaba en su dirección una joven con el cabello afeitado. Pero aún más sorprendente que esa mujer diminuta levantando la carretilla sin esfuerzo, era el brillo de los tejados de zinc detrás del polvo del camino que levantaban los carros. La interpretación de aquel momento era un hecho cultural, del mismo modo que lo es interpretar una conversación, un paisaje, un gesto o la vela de un barco en el horizonte. Frente al absurdo, al sinsentido de una gran obra olvidada por una muerte prematura, estaban aquellas chimeneas humeantes y la ropa tendida, girando a la leve brisa que las hacía banderas, señales, significado de la lucha del hombre por justificar su esfuerzo. Ese orden y todo lo que se pudiera escribir y derivar de él, era la única cultura que entendía. Encontrarse solo, en medio de la montaña y percibir las señales de esa cultura, era más de lo que se podía desear. El hombre que había dedicado su vida a hacer dinero, a aceptar la ruina de otros para mantener su negocio en pie, estaba sufriendo una terrible mutación, ya no necesitaba competir -en en medio de la nada-; sentía cosas que no había sentido nunca, se sentía humano, vulnerable, capaz de apiadarse de los que sufrían a su alrededor. El sentir con respecto a los otros, es una parte ínfima de lo que percibimos y nos crea sensaciones. Todo lo que estaba y se movía a su alrededor lo enternecía y lo conmovía a niveles tan personales como sólo el paisaje había hecho alguna vez. No tardó ni un minuto en ponerse en marcha para interceptar a la chica de la carretilla y hablar con ella. Astrit y otros miembros del grupo hablaban su idioma, pero eran los menos. Lo escuchó de forma impersonal pidiendo alojamiento, y le respondió que debía hablar con Muller, el líder de la junta de trabajo. Para poder desenvolverse en medio del resto, tuvo que aprender unas normas básicas de conducta, lo que tenía que ver con acostarse y levantarse a una hora determinada, no practicar la violencia en ninguna de sus formas, y no hacer fuego. En la calle principal del pueblo se alzaba el edificio más grande, que se utilizaba como sala de juntas y celebraciones, allí podría quedarse y dormir, pero si quería tener una casa y quedarse, debería trabajar como el resto. Desde el primer minuto, Astrit se convirtió en su principal valedor y lo acompañó para mostrarle el pueblo y la sala donde podría pasar la noche en un colchón sobre dos bancos de madera colocados uno al lado del otro. Los primeros días los pasó viendo como se desenvolvía la comunidad, observando sus movimientos y su comportamiento; de lo que dedujo que una gran pesadumbre se cernía sobre ellos y los llevaba a caminar mirando al suelo, preocupados y nerviosos. Los querían echar del pueblo y su único consuelo era estar dispuestos a resistir poniendo sus cuerpos para dejarse golpear si era necesario, y eso era un consuelo doloroso. Entre las otras chicas, Astrit destacaba por sus rasgos delicados, su cuello largo y su cabello lacio cayendo sobre los hombros. La vio bañarse desnuda en el río con algunos de sus compañero y ponerse flores en el pelo, porque las mujeres jóvenes son coquetas por naturaleza, y le pareció que había salida de un cuadro renacentista o de un anuncio de desodorantes con aromas caribeños. -Es una chica muy hermosa -dijo Muller a su espalda-. Jamás hubiera pensado que se convertiría en un cisne. De niña era patito feo. Por fortuna nos equivocamos con frecuencia al pensar que las cosas no cambian. Es dulce, inteligente y le gusta razonarlo todo hasta el extremo, eso la ha convertido en una de las profesoras que ayudan a los niños en la guardería. Tenemos cinco niños pero vienen dos más en camino. Estamos preocupados por la comunidad y deseamos hacerla crecer. En la voz de Muller no existía rastro de ego o arrogancia, no se creía el fundador ni una pieza indispensable en el sistema organizador del pueblo, pero si encontró una oculta autoridad al ordenar sus conversaciones sobre los temas que le interesaban y, según él, debían ser del interés de todos. -Es una chica muy agradable, pero yo podría ser su padre, si es a lo que se refiere. -No padre, no; abuelo -y se echó a reír. A pesar de lo mucho que pensó en ello en los días siguiente, lo cierto es que Rutskin ya no se encontraba preparado para un nuevo amor. En ese tiempo empezó a pasar más tiempo con sus 28


nuevos amigos y a trabajar con ellos, y sobre todo con Astrit. Aunque fingía lo contrario, el tiempo que pasaba a su lado era mucho más llevadero. Ya no pasaba tanto tiempo recordando las últimas discusiones con Melisa, y el momento en que Laurena desapareció sin dejar rastro y se quedó toda la tarde como un tonto esperando que volviera. Tenía una edad en la que no deseaba seguir haciendo la cuenta de su vida, en definitiva, en cada nueva etapa, resumir y hacerlo encajar con todo lo demás no era un ejercicio en el que estuviera a gusto. Durante algún tiempo había estado intentando aceptar que si los médicos no mentían, a su corazón débil no le quedaba mucho, pero había bajado mucho de peso y ahora alimentaba la idea de no forzarlo demasiado para que pudiera durar lo máximo posible. En aquella nueva relación que intentaba establecer con sus fuerzas y las condiciones en las que se movían, se sentía más fuerte en medio de la naturaleza e intentaba ser optimista. Sólo cuando pasaba la hora más larga y de más trabajo de la tarde, dejaba de divagar y de evocar todo tipo de largos recuerdos desde su infancia, hasta su boda, el nacimiento de su hijo, el día en que decidió comprar su negocio y su posterior separación y anulación sentimental. De pie frente al río veía pasar a sus nuevos amigos, algunos le hablaban con frases cortas y otros intentaban ser amables con comentarios positivos. Cuando Astrit se acercaba, intentaba fingir que no se daba cuenta de su presencia, pero ella sabía que no era así y se sentaba a su lado, a la sombra de un árbol para hablar y hacerle compañía. Le parecía evidente que consideraba aquel momento lo mejor del día, y aunque no lo demostrara con grandes gestos, su sonrisa lo demostraba todo a los ojos de todos. Si eso era lo que significaba intentar integrase hasta las últimas consecuencias, lo estaba haciendo sin reservas. Disimulaba pero, a la vez, se ocupaba de que fuera obvio que disimulaba, es decir que había discreción en su interés. Dejaba vez lo que le interesaba, y sin embargo, le parecía que todos congeniaban con esa forma de proceder. -Los españoles no pensáis en el futuro, pero tenéis un elevado sentido de la familia. Los alemanes también tenemos un elevado sentido de la familia -Astrit hablaba con voz débil, pero no lo era. -Creo que sí, al menos de forma general. Para nosotros, no es fácil avanzar después de cada ruptura matrimonial -dijo él, intentando entrar en su forma de pensar. -Sin embargo, muchos de nosotros nos retiramos aquí porque creemos que nuestras familias no deben ser contaminadas por la competencia y el ansia de superar a otros que enseñan en los colegios tradicionales. Este lugar, está pensado para gente que no es capaz de competir, y llegan muchos con problemas psíquicos y tóxicos. No somos tan ideales como pueda parecer en una primera impresión. -Lo suponía. Pero he pasado por cosas peores -la miró sin inmutarse. Parecía como si ella necesitara poner algunas cartas boca arriba, para que más tarde no se sintiera engañado. -Me preocupa que puedas tener una idea equivocada. Es mejor que nos vayas conociendo, pero si no eres capaz de integrarte saldrás corriendo. Nada es tan fácil ni tan idílico como parece. -Mi abuelo nació aquí. Vengo desde muy lejos para conocer este lugar. Me agrada que intentéis mantenerlo con vida. Eso es todo. Es un lugar que representa algo personal en mis recuerdos. Es un recuerdo lleno de ternura, aunque, en mi infancia ya lo conocía a punto de desaparecer. Pasaba unos días de verano aquí y ni siquiera había luz eléctrica, no como ahora que tenéis generados y otros adelantos. Por entonces, el número de habitantes era muy reducido, apenas tres familias se aferraban a su campos y su ganado. Ninguno de vosotros desciende de ellos. Todos se fueron, lo que da más valor a vuestro intento de vivir aquí. En las semanas siguientes recibieron una visita de los pastores, pero no le pareció muy congruente que los llamaran así, porque iban a caballo y rompían todo lo encontraban a su paso. Se pasearon por el medio del pueblo con cuatro vacas como si fuese un camino rural al que tuvieran derecho. Nadie se dirigió a ellos, los dejaron pasar. Puesto que nadie se movió, Rutskin aceptó que su posición debía ser la de observador, aunque se sintió muy contrariado por aquella escena, sobre todo cuando tiraron un pequeño muro de ladrillo y cemento aún fresco que, él mismo, había tardado toda la mañana en levantar. Sólo podría aceptar como normal una cosa así si tuviera adormecida su masculinidad y se sometiera a las razones esgrimidas por Muller, que, por primera vez le habló a 29


todos delante de él, y por un momento le pareció el líder de una secta religiosa. Habló de la no violencia y, una vez más convenció a todos de que estaban haciendo lo correcto. -Encontré los huesos de un lobo al pie del camino .le dijo a Astrit. -No era un lobo. Ese era el perro de Muller. Los pastores se lo llevaron y lo mataron. No entendía nada. Jamás podría borrar de su mente la inactividad de aquellos hombres, mientras otros hombres a caballo destruían el valor de su trabajo. Algunas cosas había en su vida de las que no se sentía orgulloso, y posiblemente el viaje le servía de redención -necesitaba perdonarse a sí mismo por todo lo que había hecho mal-, pero siempre había defendido su negocio; lo que le daba de comer era lo primero, y, como siempre había dicho Melisa “alguien tiene que hacer el trabajo sucio”. Las cosas suceden sin pedir nuestra opinión, y eso lo sabía muy bien, pero ahora estaba preparado, nada podía seguir igual, como si nada estuviera pasando, como si no importara. Lo había abandonado todo, había renunciado a las comodidades, se enfrentaba a su propia enfermedad, pero lo que no iba a hacer era eludir su conciencia; no esta vez. Desde aquel momento, en el fondo de sus conversaciones con Astrit, con Muller y con otros de sus nuevos amigos, estaba la necesidad de hacerles entender que era su deber defenderse de quienes le agredían. -Esto sólo pasa en los Westerns, ¿no lo entendéis? No podéis permitir que pasen destruyendo y aterrorizando a vuestros hijos. No era miedo, pero parecía indiferencia. Entonces se ponían a reparar los desperfectos. Parecía un asunto de locos. -Esto no es un destacamento militar. No hemos venido desde tan lejos buscando eso sino todo lo contrario. ¿Es tan difícil de entender? -le preguntó Astrit harta de sus reproches-. Si en serio quieres hacer algo por nosotros, no intervengas, hay consideraciones que tu no puedes entender. -Esto no va a funcionar. Esa gente lleva aquí desde antes de que tu nacieras, no pueden soportar la idea de que hagáis de este pueblo un lugar próspero cuando sus antepasados fallaron en eso. Empezaron con pequeñas discusiones que contrariaban a la chica y evitaba encontrarlo. Si lo veía en un lugar, buscaba algo que hacer en otro lugar lo más alejado posible, evitando ser vista o sus horarios. A Rutskin le resultaba deprimente aquella situación, no estaba acostumbrado a ceder frente a la violencia, pero no había olvidado a Hellmans, en el hospital. “Cada acto de violencia tiene otro esperando en su contra”, le había dicho. Sabía que si se encendía esa mecha nunca acabaría. Rutskin no podía por menos que sentirse aturdido, y buscó a Astrit, a pesar de sus reticencias. -¿Tan raro es desear lo mejor para todos? -volvió a preguntarle en un momento en que ella no lo vio llegar. -No se trata de eso. Aquí hay gente sin papeles, la policía se los llevará si el conflicto trasciende. -Pueden esconderse por un tiempo mientras arreglamos el resto. Siempre hay cosas que se pueden hacer. -No queremos llamar la atención, y nuestra forma de pensar es contraria a la violencia. Nunca lo entenderás. -No te pido que me des la razón, sólo que pienses en ello. -Por favor Ruty, me gusta tu compañía, no quiero que te lleves una mala impresión de nosotros. Pero si sigues por ahí tendrás que irte -le dijo Ruty de una manera tan comprometida que lo confundió y no fue capaz de contestarle. En los días siguientes, los paseos por el pueblo lo devolvieron a su infancia una vez más. El nuevo pueblo no tiene nada que ver con aquel otro casi extinguido y de paredes ruinosas, pero no puede evitar sentir que es la misma cosa. Donde antes había una escuela (que nunca conoció con niños), ahora hay un granero y un horno de piedra, allí cuecen el pan como si se tratara una distracción, hacen té y lo untan con aceite. Ese lugar supone uno de los pocos placeres que se podían permitir, y Rutskin empezó a pasar allí más tiempo del necesario. No le resultaba fácil mojar aquel pan aceitoso en el té, pero intentaba seguir las costumbres generales y eso no era un reto pequeño, tal y como sus nuevos amigos se comportaban. Y pasaban los días y una nueva visita de los pastores se produjo en plena noche, la alarma fue 30


general y esa vez le plantaron fuego a la escuela y el grano que guardaba. Cuando salían de las casas la fuerza de los caballos los golpeaban y los tiraban al suelo, y los jinetes reían como si no se tratara más que de una nueva broma. Nada era tan gracioso, porque los golpes eran tan fuertes que una mujer sangraba por la boca, y uno de los hombres sintió como se rompían los huesos de su muñeca al caer al suelo. Rutskin, le había prometido a Astrit que no intervendría, y se limitó a quedarse en la puerta mirando lo que sucedía, esperando tal vez que un rayo divino cayera sobre los agresores. Pero las cosas divinas hay que dejarlas en un plano que nada tiene que ver con los hombre, y el karma tarda demasiado en llegar, a veces una vida, y no había tiempo para tanto. Por la mañana, se dedicó a visitar a los que habían sufrido golpes que los tenían postrados en la cama, y se detuvo delante de la escuela-almacén, que no se había calcinado por completo porque todos a una se dedicaron en la noche a intentar apagar el fuego sin más medios que calderos y el agua del pilón donde lavaban la ropa. Husmeó en las cenizas, apartando maderas carbonizadas con la punta del zapato, buscaba una razón para seguir impasible frente a las humillaciones, y no la iba a encontrar allí. En otra ocasión, sólo dos de los jinetes entraron en el pueblo con absoluta impunidad. Podían haberlos descabalgado con facilidad, pero sabían que no lo harían. ¡Sólo son dos! Se decía Rutskin con desesperación. Volvía de limpiar las cuadres y llevaba un rastrillo y un caldero en las manos. Se quedó delante de ellos y les gritó que eran unos cobardes, que los hombres de verdad no abusan de su fuerza. En el pueblo nunca lo habían visto así, tan decidido y dispuesto para la violencia. Muller ya estaba pensando en pedirle que se fuera y Astrit se sentía avergonzada. Apenas había empezado aquel desafío, había asustado a todos por su falta de prudencia, por su exaltación y la forma en que blandía el rastrillo con las dos manos cuando dejó el caldero en el suelo. Algunos lo llamaron para que se apartara del camino y dejara pasar a los jinetes, pero él no lo hizo. Aún en el supuesto de que los convenciera para dar la vuelta y marchar por donde había venido, ¿qué iba a impedir que volvieran en número mayor para seguir realizando todo tipo de tropelías? No era cuestión de valor, en su caso era la confirmación de que lo que es justo tiene una fuerza superior. Y la confirmación no se produjo, uno de los pastores lo embistió con su caballo y lo tiró al suelo, y el otro siguió al primero sin mirar siquiera si le pasaba por encima. Rutskin golpeó la cabeza contra las tablas de una escalera y rompió un brazo. Quedó inconsciente y sangraba mucho. Todo parecía tan absurdo que la sensación que creó entre los hombres fue de indignación, con él y con los intrusos. Sin embargo, aquello los hizo recapacitar y aquella misma noche tuvieron un reunión en la que algunas voces se alzaron para pedir aquello que nadie se había atrevido a pedir hasta entonces, debían reaccionar. Si todo aquello era real, y las agresiones no cesaban, más motivos se acumulaban para una reacción. En aquella reunión ya no se encontraba Astrit, la muchacha le había vendado la cabeza y lo llevaba en un carro hasta la hostería de montañeros, para devolverlo a su mundo... si sobrevivía. Durante el trayecto, él siguió inconsciente y ella estuvo muy preocupada, pero cuando llamaron a una ambulancia que lo recogería en aquel lugar y le contó lo ocurrido a Rollins el propietario, se volvió a su pueblo de no intervinientes, sin despedirse y sin esperar un primer diagnóstico de la unidad medicalizada no hospitalizada (como Rollins la llamó, porque lo había leído en la guía telefónica). Nunca lo volvió a ver. Desde el hospital, un par de días después, Rutskin puso una conferencia para hablar con Marcus Arnaldo y preguntarle por su hijo y su exmujer. Todo bien, la vida seguía su curso conforme a lo esperado, aún lo odiaban. Fue entregado en casa de Arnaldo como un paquete, porque, el que había sido su cuñado, lo apreciaba tanto como para ocuparse de él mientras duraba su convalecencia. En un par de meses estaría bien, la rotura de su brazo se había quedado en fisura y su cabeza, además de toda la sangre que soltó, no parecía verse especialmente comprometida. En el tiempo que estuvo en la habitación de invitados, a los dos les fue de mucha ayuda hablar de los buenos tiempos, pero sobre todo, Rutskin se entretuvo contando historias sobre el pueblo de los alemanes que no eran fácilmente creíbles. Rutskin se regocijaba de sus propias aventuras, y recibió la visita de unos amigos, todos ellos jugadores en otro tiempo, a los que también contó sus últimas peripecias y como 31


había llegado a aquella situación. De pronto la vida lo había convertido en el centro de atención, aquello de lo que había huido siempre. Había pasado de ser el dueño, gris y desconfiado de una sala de juegos, al protagonista de una historia increíble más propia de una película de Berlanga, que de la vida real. Para paliar sus horas de aburrimiento, le pidió a Marcus una libreta y un lápiz, y empezó a dibujar todas las cosas que recordaba. Algunas de ellas eran sorprendentes, a los jinetes abalanzándose sobre él, los huesos del perro muerto, las reuniones en los almacenes, especialmente dibujo con repetido entusiasmo, la cara de Astrit con trenzas y pecas, y finalmente se dibujaba a sí mismo tirado en medio de la calle sobre un enorme charco de sangre. La popularidad que alcanzó en aquel momento entre sus amigos, los llevó a hablar de sus historias cuando él no estaba presente, y la conclusión parecía bastante general: “el golpe en la cabeza lo había dejado muy desequilibrado” A los perores comentarios recibidos antes de salir de casa de Marcus, éste tuvo que intervenir y su afirmación fue categórica, “él nunca tuvo una imaginación tan grande como para inventarse semejante historia, así que yo le creo”, dijo justo antes de cerrar la puerta y dejar a los otros en la escalera. Una mañana, después de una semana en la que Rutskin empezó a salir a la calle y arreglar algunos de sus asuntos en el banco y en el ayuntamiento, Marcus volvió a casa y encontró que había desaparecido. Sobre la mesa de la cocina, una nota, “querido amigo, me vuelvo al pueblo del que tanto te hablé y en el que me he sentido vivo de nuevo. Espero que esta vez sea capaz de dominar mi mal genio, y vivir en paz en una comunidad que me ofrece ser acogido sin hacer preguntas. Gracias por todo, te has portado como un hermano.” Eso fue todo, nunca más se volvió a saber de él, y algunos dijeron que había tenido una prole de niños rubios y que había comprado terrenos para criar animales y tener un huerto. Todo un desafía para un hombre que se había pasado su vida gestionando la mala suerte de jugadores reincidentes.

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La Palanca

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1 La palanca Sue se pasó una buena parte de la mañana hablando por teléfono, sentada en el suelo del recibidor y comiendo galletas. Se sentía muy adormilada y seguía en camisón; ni siquiera se había lavado la cara. No le ayudaba mucho que su primera relación formal con un chico y la expectativa de una boda, se viera entorpecida por un viaje, pero estaba tan llena de ilusión y esperanza por tener, al fin, a un novio que valía la pena para poder casarse, que no le importaba que se hubiese ido por una semana a la playa con sus amigos, ni que se le quedaran los pies fríos hablando con él por teléfono mientras oía como sus padres y su hermano se levantaban, se aseaban, se vestían, desayunaban, y salían evitando pisarla al abrir la puerta de la calle. Esa semana no hubo un sólo día que llegase puntual al instituto y tuvo que quedarse un par de días a acabar sus trabajos por orden de un viejo profesor, el señor Hopkins, que retenía a los alumnos más rezagados hasta una hora, en el programa de esfuerzo que él denominaba, propósito de capacitación. Al acabar el castigo, volvía corriendo a casa, que era un lugar bastante más amable y donde podía dar rienda suelta a su imaginación dibujando y escuchando la radio, cantando e imitando a sus artistas preferidos de hip hop. Entonces, recibió el encargo de vigilar que las chicas de primer curso no fumaran en los cuartos de baño, y si su popularidad ya estaba bastante tocada, eso terminó de arruinarla. En otro tiempo habría sido ella misma la que se hubiese fumado un pitillo que las chicas más jóvenes, pero quería pasar aquel curso y sabía que eso dependería también de su actitud frente a semejante encargo. Hasta entonces nada de los “distraimientos” de otras alumnas le había importado, es más, le hacía bastante gracia enterarse de algunas de sus travesuras, como aquel grupo de cinco que fueron al aeropuerto para ver llegar a su equipo de basket preferido, y las cinco presentaron notas de excusa firmadas por un padre imaginario, y que en las cinco notas tenía una letra parecida; pero lo que hizo sospechar al profesor fue que todas pusieron en sus notas que se encontraban convalecientes de gripe, y nadie había tenido noticia de una epidemia así, ni por la prensa ni por la televisión. De alguna manera, como alumna de los cursos superiores, transmitía la serenidad y disciplina que el instituto necesitaba, al menos eso decía su tutora. Tal vez aquello hacía que la directora se sintiera mejor y creyera que todo estaba más controlado, y hasta cierto punto así era, pero no era lo que más le convenía a la vida de Sue en aquel momento. Buddy, el santurrón, como algunos de sus “mejores” amigos añadía al nombre, tardó exactamente una semana en volver de su viaje, y en ese tiempo sucedieron cosas que él no podía ni imaginar. Nada podía ser tan malo como la voz dramática que Sue puso por teléfono cuando le dijo, “tengo algo que contarte”, y colgó. A su regreso lo fue a recibir al aeropuerto y de vuelta a casa se puso muy nerviosa por la urgencia de contar aquello que le parecía tan grave y la decisión que había tomado. -Estos días he tenido tiempo de reflexionar y no sé si quiero casarme aún. Siempre pensé que eso era lo que quería y cuando te conocí, me dije que al fin había encontrado un chico adecuado para poder dar forma a mis anhelos, tener una familia. Todo lo que había pensado y maquinado al respecto, era de lo más conveniente y lo que mi familia y todos los que me conocían, podían esperar de mi. No soy de una familia tan poco acomodada, por no decir, trabajadora, para poder aplazar mis decisiones indefinidamente. Tampoco es que fuera una decisión tan sencilla, siempre había tenido 34


dudas al respecto acerca de los chicos y si estaban preparados para dar ese paso, pero en tu caso lo tenía bastante claro, sobre todo porque tienes el futuro asegurado en la empresa de tu padre: no había dudas respecto a eso. Así que cuando me lo pediste y quedamos en que al acabar los estudios nos casaríamos, acepté inmediatamente y totalmente convencida. No tenía dudas, digamos que mi enamoramiento iba en aumento cada minuto que pasaba y te idealicé, lo que nunca se debe hacer en estos casos. Como digo, estos días he tenido tiempo de pensar y creo que debemos dejar en suspenso aquella decisión. -¿Es una ruptura? Todo lo que dices es muy confuso y después de un viaje de cuatro horas, estoy muy cansado -preguntó Buddy con absoluta inocencia. -No, no es una ruptura... o tal vez sí, es sólo que creo que será mejor hablar de nuevo al respecto cuando terminemos los estudios y entonces sabremos lo que queremos hacer. Tu puedes salir con tus amigos como venías haciendo hasta ahora, la vida de prometidos no es para nosotros. Yo debo hacer lo mismo, salir con mis amigas. Somos jóvenes, no debemos hacer vida de viejos. ¿Se lo habías contado a alguien? -¿Qué cosa? ¿Lo de que habíamos decidido casarnos? Bueh, sí. He estado hablando con Richie sobre el tema -Richie era el mejor amigo de Buddy y hablaban de todo con cierta confianza-, pero no lo había formalizado con la familia, si es a lo que te refieres. Además, eso es lo de menos. Si puedo decir algo, al fin y al cabo yo también soy parte de esta relación -la miró con un reproche en los ojos-, no estoy de acuerdo. No sé qué puede haber influido en esa decisión, pero no me lo esperaba. Ya que Sue no parecía tener mucha experiencia en cuanto a noviazgos y crisis sentimentales, Buddy tuvo que asumir que podía tratarse de un desengaño irrevocable y que tal vez, estaba deseando volver a sus momentos de libertad porque era más feliz antes de conocerlo. En un cajón de su mesita de noche tenía recuerdos de sus viajes, entradas de conciertos de rock y fotos de otras chicas, y en el marco de fotos había puesto una de Sue vestida con traje de faralaes. Sostuvo el marco unos segundos a la altura de la cara y suspiró, después sacó la foto y la arrojó al cajón con el resto. Mientras intentaba encajar el giro inesperado de acontecimientos, Richie acudió en su ayuda, pero animarlo no le iba a resultar nada fácil. -Te comportas como si nunca te hubiese pasado algo así, con el arriesgado proceder de un trapecista sin red, eso es lo que haces maltratando tus afectos. Terminarás por convertirte en un resentido si sigues pidiéndole a todas las chicas que se casen contigo. En mi caso, yo pienso que hay virtud en la soltería, míralo así. Disfruta al estar con las chicas, no intentes aprovecharte de la situación. Y cuando de verdad encuentres la chica que necesitas y que te pueda acompañar, ya no digo para siempre, pero para una temporada de equilibrada conjunción, entonces y sólo entonces, lo sabrás. Después de este y otros consejos, de hablar sin parar, para no dejar pensar a su amigo y que así no pudiera lamentarse de si mismo, Richie, aprovechando que los padres de Buddy no estaban en casa, se dirigió al mueble bar y preparó dos combinados bien cargados. En aquel momento, y en eso debía darle la razón a su amigo, era demasiado joven para pensar en cosas serias. Las palabras de su amigo tuvieron que ser realmente efectivas y precisas porque Richie nunca olvidaría como se le quedó mirando, con que desamparo e intensidad, y como acepto que pudiera estar en lo cierto. -Claro. No es que esté obsesionado con el matrimonio -respondió al coger el vaso de tubo que su amigo le ofrecía. Pero lo cierto era que aún necesitaría un tiempo para entender lo que quería decir cuando apelaba a la diversión como la mejor forma de entender una relación; de hecho debía reconocer que cuando aspiraba a formalizar una relación se volvía el tipo más insípido del planeta. Acerca de Sue, Richie acertó a hacer un comentario positivo-. Ella tendrá sus dudas, como todo el mundo, pero no se ha portado mal contigo, al menos hasta donde conocemos. En el instituto los dos amigos se sentaban juntos y se ayudaban con las tareas. A Buddy le gustaba ir a casa de Richie y empezó a visitarlo porque era una casa con piscina y porque vivía con su 35


madre viuda, que era una mujer agradable, vital y aún atractiva. Las mujeres maduras, en ocasiones crean un efecto seductor sobre los jóvenes que maduran pronto, difícil de superar pero no de entender. Buddy se quedaba mirándola mientras trajinaba en la cocina ofreciendo de forma inconsciente, una espalda y un trasero firmes. Además a ella también le agradaba Buddy y solía preguntarle sobre sus novias, así que cuando se enteró de que había roto con Sue lo lamentó diciendo, “pues si que me gustaba esa chica para ti”. Las aficiones de Ritchie que se limitaban al perímetro de su habitación, tenían que ver con sus colecciones de cómics, relojes y mecheros, y cuando lo invitaba a su casa, solía tener alguna pieza nueva que mostrarle. Solía esconder el tabaco porque a su madre no le gustaba que fumara, aunque ella sabía que lo hacía. Lesly era razonable y comprensiva en muchas cosas y también en eso, así que no solía subir a la habitación para dejarlos fumar en paz, porque Richie también solía guardar algún paquete escondido y no le resultaría difícil encontrarlo si realmente lo deseara. Fumaban con moderación, a menos que ella saliese a algún recado, caso en el que se desataban y llenaban la habitación de humo. Si la veían volver, abrían todas las ventanas par crear corriente de aire, y se pasaban unos minutos agitando revistas en el aire, al menos hasta que la oían entrar y cerrar la puerta de la calle. Ella, al momento se daba cuenta de que habían estado fumando por el olor, pero no decía nada. Era como si al no enfrentarse al hecho consumado, al no declararlo como un presente y llevarlo como un secreto por ambas partes, no existiera; ella no decía nada, y Ritchie actuaba como si su madre no lo supiera. Más importante que la desgracia de Buddy de no ser capaz de retener una novia a su lado -lo que no era para sentirse tan triste o compadecerse de si mismo como él lo hacía-, era lo mal que le había ido la vida a Richie en los últimos años y lo bien que lo había superado, por eso resultaba sorprendente que fuera él quien animara a su amigo y no al revés. El padre de Richie era bebedor y eso había sido definitivo en su relación, apenas se hablaban y nadie podía confiar en él. Lesly se había llenado de paciencia para no divorciarse hasta que murió, porque no sólo no la ayudaba, sino que le daba bastantes problemas. Cuando no llegaba borracho a horas en las que ya nadie lo esperaba, se pasaba la noche bebiendo en el sofá y salía de casa antes de que su mujer se despertara y justo antes de que amaneciera; al menos, verse poco les ayudaba. Los dos se había casado sin conocerse lo suficiente y cuando llegó Richie ya empezaban a darse cuenta de que su relación no iba a ser un lecho de rosas, y por consiguiente su infancia no había sido la mejor que hubiese cabido esperar. Lesly no supo, o no quiso, enfrentarse al problema durante años, al menos no lo hizo hasta dejarse impresionar por su propia desgracia; supongo que eso es lo que llaman la conducta del avestruz. Pero cuando una persona querida se ve sumergida en una adición, y el alcohol es de las peores, los intentos por ayudarla pueden llegar a destruirnos a todos. Jeremy no quería dejar de beber y por contentarla, durante un tiempo lo hizo a escondidas, y eso sucedió tan sólo porque no necesitaba justificar el amor que sentía por ella, sólo comparable al que sentía por la botella. Y en medio de esos dos mundo se movía. Eso fue antes de que perdiera su empresa y entonces todo cambió. Lesly tuvo que hacerse cargo de su madre anciana y senil, todos se vieron rodeados de un ambiente sofocante porque ella sola no podía atender a todo, y la relación con su marido perdió toda cordialidad, diría aún más, cada mala contestación que le daba estaba llena de un fiero resentimiento. Dejó de ayudarlo y muchos no supieron entenderlo. Incurrieron en todo tipo de desagravios y ella se refugió en las atenciones a la anciana que apenas era capaz de llegar a saber lo que estaba pasando. Ese fue el momento en el que apenas se cambiaba de ropa y se quedaba dormido en pleno día sentado en los bancos del parque, olía a orín y a ginebra. Sería difícil decir con alguna exactitud, en qué momento Richie se distanció de su padre. Tuvo que ser o de muy niño o como muy tarde en la preadolescencia. Era un chico muy inteligente y tuvo que intuir que los afectos para un hombre así no son tan importantes o son desconocidos. De hecho, más de una vez se sintió defraudado o abandonado, al saber que no podía contar con su padre ni para las cosas más simples. y si quedaba con él en el instituto para hablar con su tutor podía esperar 36


toda la tarde porque había muchas posibilidades de que no apareciera o lo hiciera en estado de embriaguez. Así las cosas, cuando todo fue a peor y lesly tuvo que dedicarle toda su atención a su madre por caer en cama y no poder levantarse, renunció a su lucha por convencer a su marido de que dejara de beber; en realidad, fue mucho más que eso, ya no lo tenía en cuenta, dio la batalla por perdida y no hacía nada por verlo y preocuparse por él. Al cabo de los años, algunas voces se alzaron en su contra y dijeron que se había portado mal con Jeremy, que lo había dejado caer, que nunca lo había amado y cosas peores. Richie siempre salió en su defensa, y era consciente de que ella no pudo hacer más de lo que había hecho; no existen razones para salir de una adición si la persona que la sufre no desea vivir. Richie pasó de no sentir nada en medio de todo ese calvario que hubiese sido si arriesgara sus emociones, a sentir un moderado resentimiento por lo mal que lo había tratado la vida a tan corta edad, o dicho de otro modo, por la mala suerte que había tenido. Pero apenas dos años después de que le faltara su padre, pareció sentirse mucho más animado, el viejo fracasado, tras su muerte, como si volviera de la tumba para hacer una última buena acción, hizo aparecer en medio de sus papeles una cantidad de dinero en forma de bonos del estado que les solucionaba la vida. Incomprensiblemente recuperó sus ilusiones, le daba besos a su madre a todas horas, cada vez que entraba y salía de casa, y empezó a ser consciente de que todo el mudo pasaba por situaciones y sufrimientos que no esperaban. Tal vez algunos se quejaban por pequeñas cosas, eran esos compañeros de clase que no podían darse un capricho y culpaban al mundo por su desgracia, pero también por esos caprichosos sentía lástima y se apiadaba de ellos. Era un tipo realmente extraordinario, y Buddy lo sabía. Cuando los dos amigos empezaron a distanciarse, ya habían acabado sus estudios y ninguno de los dos sabía entonces que un vínculo los mantendría unidos. Buddy tenía la impresión de que Richie no se lo contaba todo, así que cuando dejaron de verse y cultivaron otras amistades, Buddy aún no sabía que Sue era una de las nuevas “chicas preferidas” del que hasta entonces había sido su inseparable amigo del alma. La vida tiene estas cosas, los amigos van y vienen, incluso los novios, y si me apuran, también los matrimonios tienden, desde que se aprobó la ley del divorcio, a ser más cambiantes. Lo único estable, lo que no se puede cambiar ni a lo que se puede renunciar, es el amor por los hijos y iban a pasar unos cuantos años, antes de que Richie diera el paso de vivir como una familia con una chica. De hecho, los años siguientes al termino de sus estudios -ni Richie ni ninguno de sus amigos iba a hacer estudios superiores-, y el estableció que los novios de su madre no lo molestaban tanto que no pudiera seguir llevando una vida más o menos normal en aquella casa. Allí estaban todos sus recuerdos, los buenos y los malos, y allí había construido sueños e ilusiones, unas se habían venido abajo y otras no. Sue tenía el cuerpo completamente desarrollado y, por así decirlo, almohadillado, a los dieciséis años, ya su pecho era abundante y las caderas generosas y no había dejado de crecer desde entonces, era del tipo de mujer que a Richie le gustaba físicamente y que había visto con frecuencia en las litografías eróticas de los libros de arte clásico que guardaba en su habitación (a él le gustaba llamarle así a las revistas que compraba). A los veintisiete, no tenía absolutamente nada que ver con la niña menuda que se ilusionaba por todo que conociera Buddy. Sue se había teñido de rubia por aquel tiempo y eso era más de lo que se podía de decir de algunas de sus amigas y de lo que sus padres esperaban de ellas, había probado como vocalista de un grupo de música soul y había trabajado de dependienta en una tienda de ropa. No sólo en aquel momento de amistad incipiente confundió la amabilidad de la chica creyendo que podía estar interesada, de algún modo romántico, en él. Tal vez, cuando era novia de Buddy había pensado que podría llegar a algo con ella si no fuera la novia de su amigo, pero aquel obstáculo que entonces los retenía, había desaparecido ya. Sin duda creyó, llegado el momento, que Buddy no la merecía, convirtiendo así en una traición cualquier recuerdo amable de los viejos momentos de juventud. Cuando Sue empezó a frecuentar la casa de Richie, creyó que podía llegar a tener algo más que amistad con él, pero en cuanto empezó a tener relaciones esporádicas, sintió dudas. Siempre la pasaba lo mismo con los chicos, no quería pensar que fueran una distracción, de hecho, no quería 37


que lo fueran, pero en cuanto llegaba a la relación física con ellos se le moría el deseo. Incurrir frecuentemente en ese tipo de error, le hacía llevar la cuenta de cuantos chicos había pasado por sus brazos, y el número empezaba a ser insostenible a sus ojos, e inaceptable a los ojos de sus padres, si sólo se acercaran a la cifra real. -Mi tía-abuela se revolvería en su tumba si sospechara como somos las chicas de familia trabajadora hoy en día, pero ella era monja -eso fue lo que pudo decir al respecto cuando Richie le preguntó si había tenido muchos novios desde Buddy-. -Nada hay tan seguro como que la moral se ha relajado, pero los puritanos son aún peores. La moral religiosa unida a lo políticamente correcto, lleva a la sociedad a construir pervertidos -respondió él-. Pero Buddy nunca entendió que lo dejaras, tenía muy concepto de si mismo. -El amor nunca muere del todo, aunque con el tiempo pueda parecer que nos enojamos con algunos recuerdos. En las relaciones sentimentales, nadie se aprovecha de nadie, a cada uno le conviene o le deja de convenir y punto -le dijo mirándolo fijamente a los ojos, y a Richie le sonó como un aviso en aquel momento de confidencias los desnudos en la cama después de una actividad sexual frenética. En el futuro, Richie se preguntaría como les quedaban fuerzas para ese tipo de conversaciones después del sexo. No sabía si se querían del mismo modo. Ni siquiera sabía si la quería hasta plantearse una relación estable. Sin embargo durante el tiempo que llevaba involucrado en aquella relación, creía que todo era necesario y justificado. En una de aquellas ocasiones, Sue no pudo convencerlo para que la recogiera en su casa y conociera a sus padres, lo que no le pareció una buena señal. Él no era un invitado en sus besos y sus abrazos, debería haberlo notado. En el pasado eso hubiera supuesto una crisis, pero había madurado y prefería pensar que se trataba de inmadurez o timidez, o cualquier cosa parecida. Ya nada le resultaba tan definitivo y lleno de traiciones como en su juventud. -¿Tú crees que Buddy no lo entendió? -volvió ella sobre el asunto. -Uno nunca puede estar seguro del todo de lo que piensan sus amigos, pero esa fue mi impresión. De cualquier modo, él lo normalizaba muy rápido. No era la primera vez que le daban calabazas. Quiero decir, que eso no era una novedad, pero no estoy diciendo que fuera tan duro de corazón que no lo sintiera. -Tal vez ya no era una relación divertida, eso en aquel tiempo era importante para mi. O tal vez, no me fiaba de él. Para Sue... durante aquel tiempo, cuando Richie estaba aún intentando asimilar la muerte de su abuela y de su padre, tener aquellas conversaciones tan personales con el chico triste, ese era el mejor calificativo para él, así concebido incluso por los adultos que intentaban animarlo con comentarios acerca de la vida y sus propósitos, lo que le sonaba como una patada en el trasero. Su calificativo, el triste, no era en realidad tan humillante aunque lo ponía en un plano inferior y de debilidad, como si estuviera esperando que le llegase su próximo golpe. Entre las chicas de la pandilla, la mayoría de barrio y ninguna de la calle mayor, que era la calle de Richie, ninguna tenía un pelo tan brillante y cuidado como el de Sue, si bien, tenía la nariz y las orejas grandes y no se consideraba una chica guapa, asumiendo sus complejos por esa causa, desde el colegio. La frase recurrente de las chicas durante un tiempo fue, “la suerte de la fea, la guapa la desea”. Nadie sabía de donde había salido, pero era una forma de contentarse, porque las feas tenían mejor suerte con los hombres que buscaban relaciones serias y, por lo general, vidas más equilibradas; menos en algún caso particular, en el que una amiga de ambos se regocijaba en su fealdad e intentaba demostrar, y demostrarse a si misma, que podía tener cuantos hombres quisiera. En algún momento Sue empezó a mostrarse desdeñosa y excesivamente crítica con todo lo que su nuevo amigo le preguntaba. Era como si sus preguntas carecieran de sentido o no tuvieran la entidad suficiente para ser contestadas. Mientras Sue se recuperaba de su enfado, leía recostada sobre la cama con las piernas abiertas en una postura inconscientemente sensual, aquello lo turbaba porque sabía que tenía que haber dicho algo que la molestaba y no deseaba un acercamiento a pesar de que podía ver sus piernas y su ropa interior sin ninguna dificultad. Y entonces todas las dudas giraron 38


sobre él y empezó a obsesionare con la idea de que aquella situación fuera a dudar más de lo que podía resistir. -No quise molestarte -dijo-. Estas empezando a darme miedo. Él recordaría siempre aquel momento como la primera y única vez que le había dicho algo así a una chica, tal vez intentando una sumisión personal en la que ella también se sintiera cómoda. Estaban en su habitación -por supuesto, los padres de Sue no sabían que se pasaba allí las tardes, leyendo, escuchando música, fumando o retozando como dos adolescentes- y él intentaba averiguar si aquella actitud era parte de su forma de ser, de una estrategia o de si se sentía molesta por haber estado hablando de Buddy y cosas personales de las que se arrepentía de haber revelado cuestiones poco agradables para ambos. Además de su sujeta inteligencia e intuición femenina, Sue demostraba un carácter indomable e independiente que resultaba capaz de impresionar a cualquier chico, y aún más a Richie, que no parecía dispuesto aún a aceptar que ella terminara por decidir “las reglas del juego”, al principio. En ese momento de la incipiente relación, no se ponía de manifiesto la ruda concepción de la autoridad que había desarrollado Sue, y que tan lejos había estado de su noviazgo con Buddy. -En aquel momento yo era una niña mimada, no sabía muy bien lo que quería. ¿Te imaginas que me hubiese casado con él? Hubiese sido un desastre de dimensiones desconocidas. Se trataba de una interpretación madura de los amores pasados. Por algún motivo que los dos desconocían, cada tarde que se encontraban solos y los escarceos eróticos llegaron con naturalidad -es decir, sin Lesly entrando y saliendo con sus novios, o tomando café en la cocina con sus amigas-, solían empezar las preguntas sobre los amores pasados, si bien Sue parecía menos interesada en lo que Richie tuviera que contar. Era una relación en la que se mantenía el interés por la curiosidad insana de Richie, aún después de la excitación sexual, mientras que, en el más puro sentido romántico, ella parecía más interesada en explorar sus lunares. No parecía hasta entonces, interesada en tener relaciones más que con jóvenes a los que pudiera explorar la piel y sus abruptas imperfecciones, se quedaba en lo superficial, y bajo ese punto de vista, todas aquellas preguntas eran algo nuevo para ella. Y lo que empezó a descubrir con gran deleite, fue responder a esas preguntas con cierta desgana mientras le exprimía los granos de la espalda, sentada sobre su espalda como si estuviera montando un animal agonizante. -En el amor -afirmaba Sue con contumaz frecuencia- entregar el corazón por completo, entregarse como un ejército después de la derrota, no es conveniente. Nadie valora a los perdedores. Ese lugar de la autocompasión -añadía sin dejar de mirarlo- es donde se consuma la traición a uno mismo. No intentaba ser condescendiente, no iba a decirle lo que él quería oír desde que la conociera. Al expresarse en esos términos, como si se tratara de una lección muy bien aprendida, expresada cada palabra con renovada vehemencia, le entregaba a su compañero de juegos una información que no debía dejar pasar por alto; el amor para Sue no era algo sagrado, de hecho, había aprendido a prescindir de él si llegaba a sentirse incómoda. Aunque intentaba comprenderla y establecer si era menos fiable el compromiso sagrado de un matrimonio a la antigua, sus aspiraciones de conseguir una relación más entregada se mantenían en suspenso. -Cada vez que un chico empieza a hablar de matrimonio, salgo corriendo. Al principio era algo inconsciente -terminó por decir, mientras dibujaba un corazón con la uña del dedo índice sobre su pecho. Richie puso todo su empeño en mantener aquella relación, pero no lo consiguió, y ella no tardó en darse cuenta de que esa decisión fue la más inteligente si querían seguir siendo amigos, por lo tanto estuvo muy de acuerdo con casi todos sus argumentos -digo casi porque lo de que en unos años serían demasiado mayores para poder hacerlo, no le gustó-. Richie no solía guardarse nada, hablaba con tanta libertad que en ocasiones, molestaba a alguna gente que no pensaba como él, pero no fue el caso. Como no conocía con exactitud todo lo que ella sentía intentó, en este caso, ser prudente, pero sospechaba que a los ojos de Sue, sólo habían sido amigos, sin compromisos más allá de eso. Hubiese querido que fuera de otra manera, pero no iba a ser así. El mismo día en que empezó a 39


trabajar en una agencia de viajes tomaron la decisión conjunta de alejarse de las manifestaciones de cariño, de los problemas emocionales y de las demostraciones sentimentales. Sólo el afecto superficial de dos buenos amigos debía perdurar. -Entonces, ¿ya no vamos a seguir viéndonos? -preguntó -Si tengo tiempo después del trabajo me encantaría que siguieras visitándome, hablar contigo me hace entender algunas cosas. ¿Eso nos haría bien? Esa debe ser la pregunta, supongo -respondió Richie que por na vez, parecía controlar la situación. -Si hubieras sido otro de los chicos que conocí, creo que hubiese salido sin demasiadas preguntas de nuestra “relación”. Antes me dolían las rupturas hasta cuando las provocaba yo, pero me he vuelto muy insensible en estas cosas, el motivo es que no suelen salir bien. -Siempre te afectará, nos pasa a todos, aunque creas que lo tienes controlado, te afecta. Lamentamos equivocarnos, ¿cómo no habría de ser así? Pero creo que entiendes que me duele mucho más a mi, y por eso intentas comprender mi decisión. A Richie lo invitaron a cenar unos amigos del trabajo. No creyó conveniente decírselo a Sue, que de pronto se había vuelto más tierna y lo visitaba con el mismo interés e intensidad de antes, pero, tal y como habían acordado dejando la relación a un lado. Durante la cena, una chica, Marcya se mostró interesada por él y cuando después de cenar se fueron a un pub para charlar un rato y beber cerveza, ella abandonó a dos chicos que no habían parado de hablar en toda la noche y se dirigió decididamente al lugar en el que se encontraba para sentarse a su lado. Él se había puesto un tiempo para pensar en nuevos compromisos pero no podía hacerle mal charlar un rato con una compañera, que además estaba muy consideraba y era capaz de venderle un viaje a las playas paradisíacas de punta cana, a un esquimal. Le sonrió amablemente y se presentó porque aunque habían cenado junto y la había visto en la oficina, aún nadie los había presentado. Marcya le pareció un nombre bonito, le estrechó la mano y mientras lo hacía, ella se inclinó sobre el lugar en el que estaba sentado y le dio dos besos; pudo ver que no llevaba sujetador con toda claridad, pero no se sintió atraído en absoluto. -Tienes la reputación de un casanova -empezó Marcya-. Ojalá te hubiera conocido hace unos años, entonces yo me sentía atraída por los chicos muy mujeriegos. Digamos que no ponía demasiados problemas por conocer gente nueva... espero que no suene como una confesión -y se echó a reír. -Me has pillado por sorpresa, debo reconocerlo. Pero ahora ya nos conocemos. -Digamos que sentía curiosidad, pero suelo inspirar timidez cuando actúo así. No quiero que pienses que soy una lanzada. -No, por supuesto. No pienso eso. En realidad he venido con un amigo, River Disky, está entretenido con unas chicas que ha conocido aquí hace un minuto, y ya no se separa de ellas, ¿qué te parece? -Pues que no pierde el tiempo. -No estoy muy segura de eso. Pero no estoy segura de si tendré que tomar un taxi para volver a casa -volvió a reír. Era como si aquella noche estuviera dispuesta a que todo lo absurdo que le pudiera pasar pudiera hacerle gracia. Se reía de los contratiempos, de todo lo que pudiera salir mal, de lo que le pudiera pasar de inesperado y de todo lo que le pudiera pasar a otros. River Disky se sentaba cerca de su mesa en la oficina, Había hablado con él un par de veces y e parecía un tipo “salado”, no solía poner problemas a una conversación y siempre demostraba ser positivo. Un optimista ejemplar, se podría decir, pero nunca veía venir los problemas y por eso no debía ser malinterpretado ni tomado demasiado en serio; él no deseaba que así fuera. -Conozco a Disky se sienta muy cerca en la oficina. -Él y Jenny Mauren, son de los más antiguos en la empresa. No sé como lo han hecho. Por algún motivo, posiblemente que el salario no es nada excepcional, el personal rota mucho y algunos no duran demasiado. En ese tiempo, Richie se acercaba a los treinta pero resultaba evidente que Marcya le sacaba al 40


menos cinco años. Cuando ella le preguntó por los amores pasados él le soltó “la nostalgia es la negación del presente fraudulento, pero el futuro siempre debe ser prometedor. No conviene recrearse en el recuerdo. Esto no es mío, lo leí en alguna parte”. Sue volvió a salir con la pandilla, algunos ya no estaban y había también caras nuevas. Le preguntaron por Richie como era de esperar. Su respuesta estaba preparada, debía decir que se veían menos, pero que nunca habían llegado a nada serio, lo que sería en parte verdad. Lo cierto es que explicar lo que ella pensaba del amor no se podía hacer sin más y esperar que la entendieran. Jamás había intentado ser entendida y de pronto empezó a sentirse atraída por Richie como nunca antes lo había hecho por ningún otro chico. Lo descubrió en aquella reunión de bar con sus amigas, cuando ellas le preguntaban sobre una relación que nunca había existido. Se había interesado por él como uno se interesa por un pastel en un escaparate, y ahora empezaba a verlo como parte de sus intereses diarios, como una condición más de su rutina y necesario para mantener esa forma de vida que no le había traído problemas en los últimos años. Le preocupaba que las cosas se complicaran y deseaba al menos, seguir teniéndolo como amigo, por eso sus visitas a su habitación no cesaron y para eso lo enredó en unas lecturas de poesía urbana que necesitaba para mejorar sus recitaciones musicadas de hip hop. -Es terrible para mi comprobar que estoy bajando de nivel. Hay un concurso a final de año y me gustaría participar, pero tengo que prepararme. Si no quieres ayudarme lo entenderé- le dijo esperando una respuesta afirmativa, porque después de todo había prometido predisposición a la amistad y además sabía que la poesía urbana heredera de cualquier música negra y compromiso racial, era una de sus aficiones-. Es importante. -Creo que podría hacerlo pero tendrás que aceptar mis días de mal humor, el trabajo me trae cansado y desganado a veces. Hay días que por la tarde no me apetece hacer nada. -He estado con los chicos -le dijo en referencia a la vieja pandilla-. Les gustaría verte de vez en cuando. -Eso va a ser más difícil. Pero es posible que podamos hacer algo para tener una cuantas rimas y una bases rítmicas. Debemos pensar en los artistas que nos gustan, en la forma y dimensión de la rima. A mi me gusta la rima larga. Tendremos que pensar en un estilo y en el carácter de los temas a tocar -Richie parecía enganchado con la idea, y sabía que Sue podía hacerlo. Si Sue no ganaba el concurso no sería un drama para ninguno de los dos, estaban más interesados en tener un actividad artística a la que poder dedicarse, que en ganar el concurso, pero ninguno de los dos se lo diría al otro, y además como ya sabemos, para Sue representaba también la posibilidad de seguir cerca de Richie. Compaginaron sus nuevos horarios, se esforzaron por coincidir y escribieron sin descanso desechando lo que no les parecía suficientemente bueno. Consiguieron algunas rimas realmente memorables y, finalmente, se la enseñaron a algunos amigos que estuvieron de acuerdo en que eran buenas, lo que representaba mucho para ellos porque habían esperado una crítica feroz capaz de desanimar a cualquiera. Atrajeron algunos músicos con los que fueron capaces de montar un espectáculo amateur, en el que Richie permanecía en la sombra como un mero colaborador, pero Sue sabía que era una pieza importante en el resultado final. Pero para todo eso necesitaron algún tiempo, y para cuando ya casi estaba todo cerrado, el formato concreto terminado con precisión y los ensayos mejorando, Richie había tenido tiempo de conocer e intimar con Marcya. Había salido varias veces con ella y se entendían bastante bien, hablaban con fluidez y se tenían confianza, pero de todo esto no dijo una palabra a Sue. En ese momento, apreciaba a las dos chicas por igual, pero no deseaba una relación, y, sobre todo con Sue, volver a las tardes de antaño sin terminar de entender a donde pretendía llegar. Se estaba convirtiendo, sin darse cuenta de ello, en una posibilidad deseada para muchas chicas, pero sabía hacerse el distraído y eso las mantenía al margen. El amor no lo es todo, solía decir cuando intentaba explicar su postura al respecto. No quería infundir falsas esperanzas en las chicas, ni que creyeran que que podían iniciar na falsa relación más allá de la amistad, para terminar decepcionándose, por eso les hablaba claro desde el principio. 41


2 El proyecto Lo de vender viajes no era el tipo de trabajo que le gustaba pero no requería un gran esfuerzo físico o intelectual. Por fortuna, tras poner en orden todos los papeles de su padre, descubrieron que su situación económica no era tan mala como pudieran haber pensado, y además y más importante la casa estaba pagada, por lo tanto, aunque el sueldo de Richie, era lo que sus compañeros llamaban “un sueldo comprimido”, el podía tenerlo casi íntegro, después de separar una pequeña cantidad para los gastos. Algunos de sus compañeros se volvieron evasivo con él cuando supieron que su amistad con Marcya se consolidaba y fue entonces cuando descubrió que erala hija de uno de los accionistas de la agencia, y no sólo eso, su padre tenía parte en otras empresas de la ciudad y era, como decían en la televisión, “un empresario de reconocido prestigio”, casi nada. No se sintió contrariado por eso, ni condicionó su amistad, pero no sentía ninguna necesidad de conocer a su familia, ni le atraía semejante idea. También era cierto que Marcya no estaba especialmente unida a su padre y no solía hablar de él, por lo tanto no se trataba de una imposición. Tampoco tenía demasiados problemas o reticencias por ser quien era, contaba con el apoyo de muchos amigos y nadie podría decir que pertenecer a una familia adinerada pudiera ser un problema, sino lo contrario. Tampoco solían hablar de los problemas del trabajo cuando salían, aunque era inevitable hacer comentarios jocosos sobre situaciones que ambos consideraban divertidas en el proceder y carácter de algunos de los jefes. Ni siquiera lo exiguo de los sueldos era problema de ella, aunque era consciente, y cuando salían a cenar deseaba pagar, por lo que él tuvo que explicarle que su situación tampoco era tan difícil como pudiera parecer, ni aún frecuentando los sitios caros que a ella le gustaban. Así conoció el mundo real de Marcya, los lugares que frecuentaba y el tipo de gente que la saludaba en pubs y restaurantes. Era un tipo de distracciones a las que él no estaba acostumbrado, pero al fin y al cabo no se veían tanto y por salir a bailar a sitios caros algún fin de semana no se iba a arruinar. Así pues, se iba convirtiendo en un adulto, con necesidades de adulto y ella lo acompañó a comprar algo de ropa como si eso fuera algo importante para su vida, cuando nunca antes le había preocupado en exceso. Su vida estaba cambiando y aunque no deseaba dejar atrás a sus amigos, todo lo que iba conociendo no se parecía lo suficiente como para no poder decir que tenía dos personalidades diferenciadas según la situación en la que se viera. Por otra parte, eso le pasaba a otros chicos y ya lo había visto antes en otros amigos, al empezar a trabajar se abre un campo que relega la vida tal y como hasta ese momento se conocía. Pero si esa era su vida, no podía renunciar a ella, se dedicaba a vender viajes y preocuparse de la satisfacción de sus clientes y sus compañeros le habían ayudado a integrarse lo mejor posible. Richie creía que si no se lo hubiesen puesto tan fácil, hubiese renunciado a un trabajo que no representaba nada más que eso en su vida, trabajo. Seguían los ensayos, las escrituras y las lecturas, a veces en casa, a veces entados en el parque, y a veces rodando por bares y cafeterías. En una de esas ocasiones reconocieron a Buddy que se acerca a lo lejos con un cochecito de niño y su mujer hablándole si cesar mientras él intentaba empujar para subir el arcén. -¿Esa chica es su mujer? -preguntó Sue con cara de desencajada sorpresa. -Si, es ella. Margarita, la bibliotecaria. Un poco modosita, pero habla bien de todo el mundo, eso compensa. No es divertida, pero es buena persona, tú me entiendes. No quiso que establecieran contacto visual, por eso dejó a Richie con la palabra en la boca, y salió 42


disparada al lavabo, sin antes decir “no aguanto más, ahora vuelvo”. No le apetecía hablar con él, pero no era menos cierto que la apariencia de Margarita le pareció tan equilibrada como ella nunca llegaría a ser. Antes no era así ¿qué le había pasado? Su propio atractivo nunca le pareciera definitivo y antes no le había preocupado, pero nada como aquella imagen familiar acercándose por la acera podía poner más de manifiesto su falta de proyectos. La situación captó toda su atención y la hizo pensar, por eso huyó, sabía que si seguía allí sentada no podría dejar de mirarlos con la atención que prestaba a los libros más complicados. Su reacción era inmadura, se agobió inesperadamente, pero sabía que eso no respondía a mantener viva ninguna emoción favorable acerca de Buddy, ya no había sentimiento vivos en eso; tenía que ser otra cosa. Al llegar a casa de Richie, Lesly estaba hablando por teléfono en la cocina, sólo pudieron escuchar, “tengo que recoger los resultados de los análisis”, entonces ella los vio y cerro la puerta para seguir hablando con libertad. Después de haber pasado una tarde llena de tensiones y sinsabores, a pesar de no haber conseguido escribir, corregir, leer o imaginar, una nueva linea de su libro de poemas urbanos, Richie habría necesitado llegar a casa y sentarse a tomar una cerveza sin más interferencias. Pero no recordaba que aquella era la tarde de café de las amigas de su madre y que empezarían a llegar en cualquier momento para contarse sus cosas. No obstante, ya había sucedido otras veces, le quedaba la opción de encerrarse en su habitación y dejarlo pasar. Sue lo miraba con cierto espanto, “no es nada, dijo él, se hace revisiones con frecuencia, pero no está mal”. De forma perezosamente siniestra, a Sue se le daba por creer con frecuencia, que alguien de su entorno se iba a poner enfermo de una enfermedad incurable, y que eso sucedía, llegaría sin que nadie lo esperara. Como Richie estaba interesado en que Sue hiciera un papel digno en aquel concurso, se puso en contacto con un amigo que tenía del conservatorio. Estuviera un año allí y había conocido a músicos muy estimables, pero aquello no era para él y lo había dejado sin un reproche. Al ser Llerry lo bastante bueno en el piano, se pasaba el día ocupado, ensayando, dando clases o asistiendo a otros músicos en sus tareas, así que tuvo que buscar tiempo para poder ir un día y escuchar lo que habían hecho. Necesitaban grabar en buenas condiciones y que Llerry les hiciese algunos arreglos con su sintetizador. Antes que nada puso algunas condiciones como la puntualidad y que, más que escuchar el trabajo en cinta y arropado por los músicos, que Sue intentara cantarlo, o recitarlo si fuera el caso, sin música. Les dio algunos consejos y los grabó en cuatro pistas en un local rudimentario. Su colaboración no pasó de ahí, pero fue muy conveniente. No quería implicarse demasiado, pero siguió visitándoles de vez en cuando para ver como marchaba todo y tomar algo con los chicos después de los ensayos; todo un personaje. Cuando, una tarde perdida, Sue llegó a casa de Richie sin previo aviso y encontró allí a Marcya, la sorpresa fue tan grande que no supo como reaccionar. Se disculpó por si molestaba, con tanto cinismo que debieron notarlo en su voz, que podía volver en otro momento y, en un momento apartado, sin que ella lo escuchara, le susurró que era un cabrón por llevarlo en secreto. A Marcya le bastó un momento para responder que le gustaba conocer a las amigas de Richie, y que, en todo caso, podían dejar las presentaciones para más tarde. Richie planteó la posibilidad de salir a dar un largo paseo, porque la situación le parecía muy tensa, pero en aquel momento Sue estaba pensando en tirarlo todo por la borda y no volver a verlo nunca más. Marcya alegó que tenía un compromiso y que debía irse pero que le había encantado el encuentro, lo que por su parte también sonó cínico esta vez. Esa tarde estuvieron a punto de abandonar la idea de presentarse al concurso, o de que Sue lo hiciera por su cuenta. Fue una ocurrencia traída del enfado y respuesta de una situación inesperada, pero la fecha se acercaba y, en realidad ninguno de los dos quería llegar a ese extremo. Se sentían a gusto con su nueva faceta artística y, aunque Sue tenía muchas dudas acerca de como discurriría la vida de su amigo en los próximos meses, se mostró más comprensiva en el momento que Marcya salió por la puerta sin una despedida especialmente cariñosa, lo que hubiese significado algo más. No se equivocaba al pensar que el interés de Marcya se ponía de manifiesto en cada mirada. 43


Sue ganó el concurso y los ensayos y la preparación de poemas y música cesaron de golpe. Tal vez había pasado el tiempo de la estrecha amistad con Sue y poco a poco sus visitas se fueron distanciando. Se sentía culpable e intentaba reconciliarse consigo mismo, pero al fin y al cabo, no creía haber hecho nada malo. No podía condenarse por hacer nuevas amigas, incluso por albergar la idea de alguna nueva relación, si ese fuera el caso. Era aún un poco pronto para pensar en nuevas ilusiones, pero Llerry Moligan había estado en el concurso y le gustó tanto como resultó todo, que le propuso una colaboración de forma permanente y ella estuvo de acuerdo. Aunque era un poco pronto para intentar discernir si eso era lo que quería en realidad, la propuesta de Llerry llegaba en un momento que necesitaba desconectar de costumbres demasiado ancladas el último año. Tenía que encontrar su propio camino, ella no era así, y posiblemente, Richie lo había trastocado todo. Se recordaba así misma como una chica independiente que no creía en el amor, y de nuevo había vuelto a caer en una atracción sentimental que no le hacía ningún bien. -¿Tu crees que la suerte de la fea la guapa la desea? -le preguntó a Llerry mientras le exprimía granos de grasa en la espalda sentada sobre él como una amazona. -Es una frase hecha que hace referencia a la inclinación de los hombres a buscar mujeres esforzadas y que no tienden a la diversión. No me gusta mucho esa forma de ver las cosas, es muy anticuada. Las generaciones anteriores a la nuestra, en el momento de fundar una familia se volvían muy conservadores -respondió él. -Ya nadie piensa seriamente en la familia. Hoy en día sucede por accidente, por hastío o por necesitar echar el freno, pero no se piensa como una finalidad, supongo. -Es complicado saber por qué hace la gente las cosas -dijo Llerry apoyando la cabeza en la almohada. Le inquietaba pensar que los hombres pasaban por su vida como una ruleta y que ninguno la tomara del todo en serio. Sin que ella lo apreciara, Llerry encontró que era un tema la inqiuetaba y quiso volver sobre él para saber lo que ella pensaba, pero sin que se le notara el interés. -Tu tienes un atractivo innegable, desde luego -le dijo con dulzura. -Nunca he tenido problemas de conseguir al hombres que quería, otra cosa es hacer que dure. No soy guapa, lo sé. Mis nariz no es menuda y mis orejas son las de un mono, pero debajo del pelo no se ven demasiado. Eso de que las feas no somos divertidas, o que no nos gusta divertirnos es un mito. A todas las mujeres les gusta divertirse. Mirase a donde mirase, todos estaban pendientes de la nueva pareja. Se hablaba de futuros proyectos musicales y la proyección que la pareja tenía en ese campo, lo que unido a su compromiso sentimental podía dar un gran resultado. Los llamaban de las radios porque quedar la segunda en el concurso anual de jóvenes talentos tenía una entrevista, y todos sabían que Llerry había estado detrás, sin acordarse en ningún momento de Richie. Todos los trataban con cortesía ante la posibilidad de que su carrera despegara, pero no iba a ser así tan pronto. Las televisiones locales los llamaban y grabaron un vídeo promocional, pero a Sue no le gustaba. Sue desde ese momento tuvo un éxito inesperado con los hombres que la buscaban y le declaraban su amor, pero algo en ella estaba cambiando y se había tomado muy en serio su relación con Llerry. Él se mostraba indiferente ante esta situación, y una tarde fueron a casa de sus padres para que ella los conociera. Todo muy aparatoso, Llerry se mostró con cierta prepotencia ante las miradas críticas de sus progenitores. No fue una situación cómoda para nadie, y cuando terminaron su café salieron disparados como alma que lleva el diablo. Al contrario de lo que Sue había esperado, la cita fue un tremendo fracaso, no les cayó bien, eso era evidente, y aún a pesar de que apenas había abierto la boca. Las atenciones que Llerry dejaba caer sobre Sue, empezaban a pesar como una losa, sin embargo, después de aquello ella empezó a pensar que el se lo tomaba todo muy en serio, y se dejó llevar. Sue era una chica poco ingenua, y aún así, llegó a ilusionarse con la idea de tener una pareja formal con “intenciones formales”, por así decirlo. Después de haber fracasado casi en todo, y de no haber sido la chica modelo que su familia esperaba de ella, resultaba consolador pensar que aún 44


estaba a tiempo de cambiar de nuevo, ¿pero no era eso una traición a su forma de pensar? No le quedaba más remedio que reconocer que la petición de matrimonio de Buddy la había marcado para siempre, o bien asumía toda una forma tradicional de hacer y pensar que siempre había rechazado o, lo que la asustaba bastante, se convertía en una solterona saltando de hombre en hombre, y señalada por todos. Su renovado interés por las relaciones entre hombres y mujeres, la hizo creer las dulces palabras de amor de Llerry, al menos las que prometían amor eterno justo antes de una tarde de cerveza y desenfreno erótico. Sue intentaba no parecer dramática y tener éxito por una vez, pero no iba a funcionar, y cuando empezó a sospechar que él nunca la tomaría en serio, entonces lo aceptó como un nuevo fracaso. Ya no quiso cantar, ni seguir con su nuevo repertorio, casi acabado. Frenó de golpe y rechazó entrevista y cancelo las actuaciones que había prometido en provincias. Ya no quería ser la rapera del río, como la llamaban. La música dejó de interesarle. Tenía algo de pitonisa al presentir sus rupturas sentimentales, las veía venir desde lejos, las presentía y echaba leña al fuego para que sucedieran cuanto antes. Aunque Llerry había sido cariñoso y comprensivo, ella entendió que nunca era sincero con nadie acerca de sus afectos. Lo creyó frío interiormente, no lo creía sincero ni con sus amigos ni con su familia. De no haber sido porque aceptó abiertamente su relación e iban a todas partes juntos presentándose como pareja, se habría dado cuanta antes, eso la confundió, creyó en esa imagen, cuando no se trataba más que de una parte del fenómeno musical. Nunca habría pensado que formaba parte de un juego, de un montaje, de una torre de naipes que Llerry iba construyendo sin esperar nada a cambio. Era muy violento saber que se había extinguido el amor y seguir actuando con alguna normalidad. Él se había excedido en su engaño, en las dulces palabras. Por fortuna, Sue tenía el corazón muy duro, no había permitido que lo maltrataran antes, de no haber sido así se habría dedicado a la bebida o se drogaría hasta perder el sentido; no soportaba el dolor. Aparentemente, todos llegamos a la edad adulta con unas cuantas decepciones y fracasos sentimentales a cuestas, unos le dan más importancia que otros a eso, para algunas personas resulta un peso insuperable. “No tiene por qué ser un trauma definitivo”, se decía Sue, “aprenderé a vivir con mis remordimientos”. Semejante situación, sin embargo, empezaba a hacer de ella una persona insegura. A pesar de todo, podía imaginar algo aún peor y que no iba con ella, y eso sería convertirse en una perfecta ama de casa, le aterraba esa idea. Las letras de las poesías musicadas de Sue expresaban un sentido amargo de la vida, pero no lo decía de una forma explícita. Sólo con un poco de atención y poniendo en juego toda la habilidad intelectual necesaria, se era capaz de representar el mundo escondido detrás de las historias que contaba: jovencitas en mundos de adultos, monstruos dentro de cuerpos frágiles, desamores y soledades posteriores, aventuras juveniles en playas paradisíacas, revoluciones inconclusas y amistades rememoradas, todo estaba en sus letras. En el tiempo de las canciones románticas que no hacían daño político, llegaba ella se ponía a decir de los niños de la calle y del asalto al poder, toda una provocación. Tantas ideas concebidas bajo la razón de un ser que no quería renunciar a nada, pero que no veía condiciones para no hacerlo, y de pronto, desaparecía, no quería saber nada de los mundos en los que se movían los artistas, de las entrevistas y de la “proyección”, no deseaba nada de eso, se evaporó para el arte. Cuando se tiene un talento artístico, se revuelve dentro sin importar los factores de cambio, y lo que queda en evidencia cuando los artistas toman decisiones contradictorias, por desafiante que pueda parecernos, es porque, lo único que desean, es que los dejen vivir tranquilos con sus imágenes fallidas pesando sobre sus hombros. Cuando Richie entró en la oficina aquella mañana vio a Marcya hablando con un señor mayor en mitad del pasillo. Se lo presentó y le guiño un ojo como si aquello fuera el acontecimiento más grande de su vida. Allí estaba el pobre Richie, con su traje nuevo y los zapatos brillantes escuchando lo que el hombre importante tuviera que decir. Todos sus compañeros, sentados en sus mesas parecían escondidos, encogiendo la cabeza hasta hacerla desaparecer entre los hombros. El padre de Marcya hablaba haciendo discursos, no había quien lo parara, escogía un tema al azar y mostraba su capacidad enlazando palabras y temas alternativos que podrían mantenerlo en aquella 45


postura durante horas, entonces paraba y solía decir, “pero no quiero abrumaros con esto, bastantes problemas tenemos ya”, y todos a su alrededor se quedaban pensando si habrían entendido lo que les quería decir, o había sido una forma de entretenerlos. Y como si todo eso no fuera suficiente para terminar de desorientar al muchacho, Marcya le dijo más tarde que le había hablado a su padre muy bien de él y que no se extrañara si lo proponían para un ascenso. ¿Un ascenso? ¡Santos y difuntos, eso era lo que menos necesitaba! Ya estaba bastante comprometido con la empresa y eso supondría más trabajo y menos libertad de pensamiento y de todo: Richie se dijo que se estaba enredando sin saber el motivo ni la forma. Los encuentros con Marcya fueron bastante inocentes, aunque, de forma bastante explícita, ella aprovechaba las ocasiones de intimidad para dejar claro que deseaba un acercamiento físico. Si él no estuviera convencido de que pertenecían a mundos muy diferentes, hubiese sido muy posible que, en un plano más organizado del futuro, por fidelidad a un mundo que empezaba a desaparecer, hubiera corrido para dejarse caer en sus brazos y asumir la idea de que finalmente debería madurar y al menos, intentar una relación estable. Lo que sucedió, sin embargo, fue muy diferente, el día después de conocer al padre inversor de Marcya, explicó a la chica sus motivos para rechazar tantas atenciones, y ese discurso fracaso emocional se produjo allí, en la oficina, a los ojos de todos y sin llegar a utilizar el viejo truco de susurrar para que otros pudieran oírlos. Y después de aquello quedó con algunos compañeros para ir a tomar una cerveza pero no invitó a Marcya, lo que tal vez fue tomado por ella, como un desagravio. Así pues, cansado de un trabajo que apenas había durado un par de años y que no deseaba seguir haciendo, se excusó por su comportamiento ante el director al día siguiente y no volvió a la oficina. Fue un acto de cordura en defensa propia, pero no abandono la cortesía en ningún momento, y eso requería de tranquilidad y una excusa creíble; dijo que deseaba volver a estudiar y lo dijo casi con dulzura. A pesar de todo, el director se sintió contrario y no respondió con amabilidad; no solía hacerlo cuando sucedían cosas que no esperaban y rompían su autoridad, que era lo que más le importaba en el mundo (lo que era tanto como decir su poder). Algo lo impulsaba a dejar su trabajo y no se trataba de que ya no sabía como parar a Marcya de otro modo, era cuestión de estima personal y se sentía tan defraudado y tan degradado socialmente... Algo no iba bien en su vida, podía intuirlo, pero no sabía por qué se sentía así, ni localizar un motivo exacto. Llerry llamó a la puerta de su casa una mañana soleada. Había telefoneado previamente para comprobar que Richie estaba allí y decirle que quería hablar con él de un asunto que le tenía preocupado. Cuando sonó el timbre, Richie salió de su habitación dando un salto y si la casa hubiese sido un poco más grande, hubiese llegado jadeando a la puerta. Lesly lo vio pasar desde el salón y se sentó de espaldas a la puerta, de forma que dejaba claro que no quería ser molestada, se acababa de dejar son su última conquista y no estaba de humor. Y sin más, aquel precioso día en que Richie volvía a ser un desocupado recibiendo amigos en su casa, los dos estuvieron sentados en sendas sillas de su habitación en menos de un par de minutos. Hablaron de fútbol, de música y de viejos proyectos incumplidos, pero Richie sabía que el motivo que lo había llevado hasta allí era Sue. -No sé lo que le pasa. Está muy rara. Quiere dejarlo, pero eso ya lo pensó en el pasado y luego lo dejó pasar sin más y no volvió a hablar de ello. No la entiendo ¿Alguna vez te ha pasado algo semejante? -preguntó el mñusico. Los ojos de Richie lo miraron con compasión, estaba vencido, eso era evidente, pero era de ese tipo de gente que se aferra a su pareja como una posesión, sin realmente amarla, conocerla y, en ocasiones, ni siquiera desearla. -¿Te refieres con Sue, o en general? -En general. No entiendo a las mujeres. En serio. -No, nunca me ha pasado algo así. Cuando he roto con una chica, ha sido por decisión de los dos, lo hablamos, llegamos a la conclusión de que no funciona y no me aferro a ello. No me asusta 46


equivocarme, si creo que no puede ser, lo dejo ir. Además, Sue siempre ha sido un poco así, no concreta, es inestable. -Estuvimos unos días separados. Inesperadamente apareció hace unas semanas. Creí que nos habíamos reconciliado, estuvimos toda la tarde sin parar, ya sabes. A veces creo que ella necesitaba saber que si íbamos a romper no era porque ya no la deseara. Es como si me dijera, rompo contigo y sé que tú no deseas hacerlo. De esa forma estableció las condiciones de la ruptura. No la he vuelto a ver. -Si vas a aceptar que es un ruptura definitiva, cuanto antes lo hagas será mejor para ti -dijo Richie metiéndose las manos en los bolsillo y encogiéndose de hombros-. ¿No lo crees así? -Creo que esperaba un consejo así. Es lo más inteligente, sí, pero no es fácil tomar decisiones que van en contra de lo que deseas hacer. -Lo sé, es una cuestión difícil. No me gusta dar consejos, es fácil dar consejos, seguirlos es una mierda. Cuanto más conocía a Llerry, menos le gustaba, era una división dentro de él que lo hacía inocente y un aprovechado a la vez. Intentaba que no se le notara que era contrario a ese planteamiento de víctima que hacía de aquella situación. En otro tiempo, cuando admiraba su música y que se ofreciera a colaborar con otros menos aventajados, lo veía diferente. Lo tenía como un amigo, y esos cambios de humor era lo que esgrimía la gente como él para, a su vez, cambiar el aprecio que le tenía. No sabía compadecerse de sí mismo, y al rato hacer chistes sobre gente con menos suerte que él, y eso había sucedido. La familia de charlie nunca había hecho alarde de su posición, de hecho, su padre había guardado su dinero y no habían sentido un desahogo económico hasta su muerte, cuando pudieron recuperar sus ahorros; los que el viejo tan celosamente había guardado. Llerry, en cambio, había estudiado música porque nunca había necesitado plantearse la vida en los términos de encontrar un trabajo, y sabía que no viviría de la música, pero no parecía importarle. En esa situación de reciente cambio de opinión -tal vez interesado-, Richie empezó a pensar de nuevo en Sue, y se dijo que nunca había tenido suerte, y al mismo tiempo se preguntó si él mismo no habría sido injusto con ella. Y de pronto, empezó a sentirse enormemente ante la posibilidad de volverla a ver. Fue una sorpresa para ella encontrarlo en un bar que frecuentaba, todo parecía haber sido preparado para que así sucediera. Estaba bebiendo y algo mareada, lo vio entrar y se hizo la distraída. Escuchaba a un tipo que le hablaba de la realidad económica y sin futuro de la clase trabajadora. No se dejaba convencer con facilidad pero había algo en su poesía que simpatizaba con los desheredados, tal vez eso era algo que Richie había visto en ella antes. “Vivimos en un mundo injusto y cambia cada día para que nadie pueda enfrentarse libremente a ellos”. Richie se unió a la mesa, había un tipo que conocía y que rebatía al otro acerca de lo que llama “la acción política”. Sue parecía contenta de volverlo a ver, pero su mirada se había vuelto un poco más triste desde la última vez. Ella afirmó que preferiría un mundo más justo, pero siempre había sido así, los fuertes obligaban a hacer a la gente lo que fuera a cambio de un salario para poder vivir. Si Sue ya no deseaba volver a ver a Llerry, todavía tenía una oportunidad de recuperar su estima, ni la política podría evitarlo, se decía mientras miraba a aquellos viejos amigos que deseaban impresionarla con sus discursos. A Richie le hubiese gustado que nada hubiese cambiado, darle hacia atrás al reloj y volver al momento en que Sue le ofrecía toda su atención. Había cometido un terrible error en algún momento y no dejaba de pensar en ello. Si al menos pudiera hablar con ella, llevarla a tomar algo sin interferencias y sin política, y si todo sucedía como esperaba tendría que poner mucho de su parte recuperar su confianza. Se sintió impresionado cuando ella estuvo dispuesto a acompañarlo para un pase, cuando le cogió la mano y cuando entraron en un bar para hablar. Aquello iba mejor de lo esperado. -Los hombres nunca haréis nada por aprender a pedir perdón. Aquella chica era de las caras, no era para ti. ¿Te ha dejado, no es cierto? 47


-Nunca aprenderemos a ser tan sensibles como vosotras, eso está claro. Es la historia del mundo, mujeres que confían en los hombres y hombres que se encaprichan de otras mujeres. -Estoy totalmente de acuerdo -dijo Sue riendo-. Creo que te ha dejado plantado. -No me gustaría centrar la atención en mi -replicó el contrariado, y cuanto más ponía aquella cara confusa, ella más reía-. Fíjate en Buddy, o en Llerry, ellos han sido dejados y no lo llevan tan mal -fue un comentario inapropiado. -¿Sabes algo de Llerry? -dijo ella, esta vez muy seria. -Sigue preguntándose lo que pasó. Es difícil saber los motivos de una mujer en una ruptura si no hay terceras personas. Estuvo por caso. Creo que sólo vino para preguntarme por ti, pero ya lo ha superado, parece. En aquel momento los dos se daban cuenta de que habían guardado un buen recuerdo mutuo y podían seguir siendo amigos. No sólo no se habían engañado como se engañan las parejas, sino que se habían dejado de ver cuando sólo había una atracción por medio, por celos infundados. Los dos recibían la compensación de su amistad, a pesar del distanciamiento. -Hay algo que debes entender de las mujeres, porque te veo un poco despistado. La mayoría ya no quieren tener como objetivo de sus vidas lo de formar una familia, tal y como pasaba en el tiempo de nuestros padres. Yo no quiero que la vida me alcance y me deje a un lado como le sucedió a mi madre. Las familias ahora son más... ligth. Los divorcios se multiplican y creo que muchas parejas optan por la fórmula de ser una familia divorciada, pero unidos por los hijos. Siguen viéndose, hay terceras personas, pero es necesario darle una normalidad a los hijos -le dijo de un tirón, sin apenas respirar-. Lo sé, hablo con tras chicas, eso ha cambiado. Respetamos nuestra independencia y nuestros sueños sin supeditarlos a la familia tradicional. Por eso no me tomo mis relaciones en serio. Creí que debería decírtelo antes de que sigas hablando. -No importa podemos volver a vernos, como en el pasado. Nos podemos dar una oportunidad. -Hay algo más. Estoy embarazada y no quiero relaciones serias. No me preguntes quién es el padre, el hijo es mío, de nadie más. Nadie es el padre. -El mundo está cambiando a una velocidad que no soy capaz de asimilar -respondió Richie mientras la veía reír. Ni siquiera lo mencionó en casa cuando su madre le dijo que estaba pálido y que tenía la cara de un muerto. No iba a hablar de eso con Lesly y mucho menos delante de su nuevo novio.

3 La melancolía y el presente fraudulento El tiempo que pasó después del encuentro con Sue resultó algo anodino. Meses después seguía fomentando su fama de solitario y su vida hasta entonces se podía resumir en una sola frase: Jamás creas que entiendes la realidad mientras no pongas tú las condiciones. La muerte de su padre, y posteriormente la de su abuela, parecían recuerdos recurrentes en ese tiempo. Se hizo unos análisis médicos y todo estaba bien. Abandonó viejos vicios y dejó de salir por la noche, salía a correr a diario y comía de forma saludable, el cambio iba a ser radical. El mundo esta envuelto en una nueva corriente de moralidad que llevaba a los jóvenes a vivir al margen de lo políticamente correcto, eso sí podía entenderlo aunque no lo compartira. Mientras una forma común de ver las cosas se derrumbaba, el se entretenía dibujando charcos, árboles o piedras, todo muy conveniente para la nueva naturaleza artística del joven. Aceptaba pequeños trabajos sólo por entretenerse, sobre todo si no requerían poner en juego su capacidad intelectual y le permitían 48


seguir pensando en sus cosas. Eran trabajos manuales y mal pagados, pero suficiente para mantener el tipo de vida que quería llevar. En las oficinas de empleo había colas de jóvenes que sellaban sus tarjetas pero no tenían un interés real por trabajar. La idea de sacar adelante a una familia o la de tener que separarse de sus parejas por no tener un trabajo, parecía una ficción. Ya no interesaba demasiado, ni siquiera era algo primordial, mantener una relación exclusiva, sentimental y romántica. Tal vez eso no le gustaba y era uno de los motivos que lo llevaban a rechazar las relaciones sociales. Debido a esa falta de interés, dijo no a algunas citas de viejas amigas que lo llamaban por teléfono. Necesitaba darse un tiempo para saber lo que pasaba a su alrededor, y sobre todo para saber lo que quería. Miraba a su alrededor y ni siquiera podía decir que su vida iba a mejorar. Todo lo que había vivido los últimos años, y de lo que se desprendía de sus conversaciones con Sue, hacía ver que era un privilegiado, un tipo con suerte y muy por encima del fracaso global de los que conducían sus vidas al matrimonio. Era joven y seguía siendo un soñador, no se desanimaba y había aceptado mantenerse al margen de la “vida social” por un tiempo. Su padre, en el que ya no pensaba con la falta de optimismo de otro tiempo, venía a ser la confirmación del fracaso de un modelo. Sus recuerdos de infancia no eran tan buenos como los de otros chicos, pero echaba de menos aquel tiempo. En sus recuerdos, mientras sus amigos habían empezado a salir en pandilla y a divertirse con las chicas, tomando cerveza y pasando las tardes en los parques y las playas, él había preferido quedarse en casa. Y luego, mientras otros empezaban a salir con chicas, aceptaba que aún no estaba preparado para enfrentarse al hecho de compartir su familia en decadencia con otra persona. En aquel tiempo de estudiante, deseaba contarle a alguien como todo se hundía por culpa de la bebida, lo infeliz que eso lo hacía, deseaba compartir sus enfrentamientos con el viejo, pero le dio tanto miedo que se encerró en sí mismo y dejó pasar el tiempo necesario antes de decidirse por primera vez a perdirle a una chica que saliera con él. Se trataba de Peggy la pecosa y estuvo encantada de decirle que sí empezar a besarse con un chico por primera vez. No veía el momento de normalizar su situación y ella le ayudó entonces, hubiera otras chicas después, pero al cabo de los años, necesitaba de nuevo mantenerse al margen de sus amigos y las vidas comunes que vivían. Corita Péres era una conocida y divertida chica del grupo de antiguos alumnos del instituto. Los dos habían tenido pérdidas importantes en sus vidas durante el tiempo en que fueran estudiantes. A Corita se le murieran sus padres en un accidente de automóvil unos meses antes de que muriera el padre de Richie. Ambos habían coincidido entonces en cursos de verano y se habían hecho buenos amigos, se reunían para ir andando juntos hasta sus clases, donde se sentaban juntos y congeniaba con facilidad. Debido a aquel tiempo tan fluido -si fluido podemos decir que era el estrés de los exámenes a los que se enfrentaban y en los que se ayudaban-, Richie llegó a pensar en ella de una forma más romántica que académica, sin embargo, la vida seguía su curso y dejaron de verse sin haber dado ese paso que en algún momento pareció inminente. La volvió a encontrar cuando menos lo esperaba y en el preciso momento de su aislamiento cuando más pensaba en ella. Al igual que Richie, Corita no había encontrado el chico con el que pudiera congeniar, a pesar de haberlo intentado. Aunque había seguido estudiando después de que el interés de Richie por los estudios decayó, se había especializado en trabajar en comercios de ropa femenina y de nada le sirvió terminar la carrera de filología inglesa; ¡todo un reto en los tiempos que corrían! No quería polemizar con sus superiores sobre sus labores en la tienda, creía que no se reconocía su valía, pero eso era algo que compartía con todos sus compañeros. Empezaron a verse como si no se conocieran, y ella le contaba a Richie sus sacrificios y lo mucho que ponía de su parte para no abandonar su trabajo; ese era un tema recurrente pero también hablaban de sus aficiones o de los grandes desastres climáticos que anunciaban en los noticieros. Siempre encontraban algún tema de conversación e inevitablemente eso les llevó a hablar de Sue, a la que ella conocía bien. La conclusión fue amable, era una chica libre que lo hacía todo a su manera, sin interferencias, pero siempre había sido buena y la había ayudado cuando la necesitó -con eso se refería a explicaciones poco entendidas de temas académicos, apuntes prestados, o cubrirla con alguna pequeña mentira en 49


alguna ocasión que había faltado a clase-. “Conmigo siempre se portó bien”, concluyó. Después de trabajar todo el día doblando prendas de ropa para llenar las estanterías, aún se mostraba animada para sus conversaciones y Richie lo valoraba procurando no cansarla y acompañándola a casa sin prisas. -Somos dos raros -dijo él un día sin venir a cuento. -Algo de eso debe de haber. A mi mis amigos siempre me dijeron que era muy influíble y me dejaba llevar por un sentimentalismo insano. -¿Insano, por qué? -Creo que lo dicen como si se tratara de un pilar fundamental de mi personalidad y que eso me llevaba a ser una persona triste. -Demasiado complicado para mi. Se ve que tenías unos amigos intelectualmente formados. Hablar con su amiga lo hacía retroceder en el tiempo y eso le producía sensaciones positivas. El tiempo había pasado, era necesario asumirlo con toda claridad, pues de otra forma cabía el riesgo de desear no seguir madurando y creer que nada había pasado de importancia desde los años del instituto. Si no se convenciera completamente de su deseo de seguir madurando su vida pasaría entre fantasmas y Sue sólo habría sido uno de ellos, a pesar de todo el afecto que había desarrollado por ella. ¿Que habría de importante en sentir que deseaba a Corita si seguía deseando volver a su infancia al mismo tiempo? Tal vez necesitaba un psicólogo, pero eso no se lo iba a decir a ella. De entre sus amigos había unos cuantos que tenían el mismo problema pero mucho más acentuado, y de aceptar que su caso era importante sería tanto como aceptar que ellos estaban totalmente fuera de la realidad, con sus motos, sus tatuajes, sus pelos teñidos y su ausencia de proyectos. ¡Bah! No era posible, sus dudas eran la prueba de que estaba madurando, su inquietud era saludable y el momento que estaba viviendo lo había llevado a ello. Todo iba bien. Corita lo miraba con ojos impenetrables, en eso se parecía a un jugador de cartas; sin emociones. No era un interlocutor indeciso, decía todo lo que tenía que decir, con el atrevimiento animal, no era distante a pesar de su mirada, no permanecía mucho rato en silencio, sino que demostraba que podía rebatir las ideas de Richie, comprenderlo, matizar sus posturas e incluso dar consejos. Hasta aquel momento no se había mostrado contrariada por nada, por eso Richie era prudente, sabía que en algún momento la vería enfadada, tal vez furiosa y cansada, era una parte ella que deseaba que legara lo más tarde posible. Tenía el pelo largo y salvaje, eso le gustaba de ella. Lo apartaba de los ojos con frecuencia, le daba una vuelta e intentaba colocarlo sobre su oreja derecha, en eso resultaba muy presumida, y también le gustaba. Nadie diría que era del tipo de chico que se emocionara con los gestos de una mujer, pero le resultaba tan inocente e incitante a la vez que no podía dejar de imaginarla entre sus brazos. Se levantaron, era tarde, él puso la mano sobre la manilla de la puerta de la cafetería y la dejó pasar, después pasó él y dejó caer la puerta de aluminio de forma que hizo un estruendo metálico y vibrante al cerrarse. Pasearon hacia la casa de Corita, no había indecisión en eso, ya lo habían hecho antes y era un camino repetido. -Eres un chico melancólico -dijo Corita en una de aquellas ocasiones. -El día menos pensado voy a terminar por reconocerlo, me lo dicen mucho -respondió con convicción-. Parece bastante claro. Detrás de aquellos paseos había un interés incipiente por una relación que debía avanzar y coger confianza. Charlie sólo entró una vez en la casa de Corita, y ella aprovechó por presentarle a su madre, no le pareció casual. Eso era lo que en otro tiempo hubiese considerado una encerrona, pero no se enfadó, al contrario, aquel día había vuelto a casa bastante animado. Por supuesto, quedaba claro para todos que el interés de los dos se manifestaba de forma continuada, incluso la madre de Corita hizo un comentario a favor cuando le soltó, “es un buen mozo”. -No te preocupes por eso. A mi me gustan los chicos melancólicos y tristes, tiene un atractivo innegable -insistió ella-. Hoy en día no se ven mucho los chicos así, pero los que hay aprenden a explotarlo y e vuelven presumidos. Ya le encontrarás el gusto a ser lo que eres, pensar en cambiar porque a la gente no le gustes es un grave error. ¡Qué se jodan! No llegarás a nada sin ser tu mismo. 50


La imagen de la pareja de vuelta a casa, en un paseo lento y lleno de conversaciones, era romántico a los ojos de todos. La acera se estrechaba y se acercaron de frente a una gran cristalera de una cafetería. Desde lejos Charlie pudo ver a Sue acompañada de un hombre al que no conocía. Cuando sus miradas se cruzaron, Sue se les quedó mirando un segundo, se levantó de un salto y salió disparada al baño. Cuando volvió le dijo a su acompañante, “lo siento, tenía unas ganas de orinar que reventaba”.

el final

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El conflicto de lo frรกgil


1 El conflicto de lo frágil Puede que la vida pase ante nuestros ojos sin sacarle el partido que esperábamos, tal vez nos hayamos quedado dormidos para algunas cosas importantes y luego, como en una cadena, nos encontremos cómodos dentro de nuestras limitaciones. Una cosa lleva a otra, se empieza aceptando los márgenes y por algún perezoso motivo, todo nos parece suficiente. Algo así le pasaba a Glue Antías, por algún motivo se veía una persona aburrida, sin conversación inteligente, sin chispa, sin posibilidad de sorprender ni de impresionar, sin embargo, con la llegada de aquella navidad tan esperada, todo pareció cambiar en algún modo. Para mucha gente recién llegada de vacaciones, el invierno no es una parte del año que desearan mantener en el calendario. A pesar del tiempo desapacible, Glue se puso el abrigo y se dirigió a la estación de tren para recibir a su mejor amigo, al que hacía mucho que no veía y que llegaba del extranjero. Había sido un día difícil intentando ponerlo todo en orden para que su amigo, con el que iba a compartir el piso por un tiempo, se sintiera cómodo. Había ordenado y limpiado, había llenado la nevera y había sacado su bicicleta estática de la pequeña habitación que iba a ocupar. Cuando se aproximaba la hora de llegada del tren creyó que se ahogaba, pero le dio tiempo a hacer compras antes de salir para la estación. Una espesa niebla lo cubría todo, esperó un taxi delante del portal y se le quedaron los pies fríos. Se abrochó el abrigo hasta el cuello y tuvo que sacar un pañuelo de papel en varias ocasiones para sonarse un incómodo moquillo líquido, suelto y molesto, que le ocupaba la nariz en ese momento y que amenazaba con gotear. Tenía una respiración ruidosa; era el efecto de la humedad. Con todo estaba más animada de lo que era normal en ella. Se hizo de noche de pronto, sin previo aviso y sin haberlo esperado. Mientras tanto, el taxista evitaba los baches cubiertos de agua de lluvia y seguía las luces frotándose los ojos y se ofreció para poner música navideña, sonó Frank Sinatra y Bing Crosby; Glue se encogió de hombros. Con voz trémula señalo que la persona a la que había ido a buscar estaba esperando delante de la puerta de la estación, sentada sobre su maleta y moviendo la mano alegremente. Ella pasó la punta de los dedos sobre el bao del cristal para poder verlo y el taxi se detuvo delante de aquel hombre sentado sobre su maleta. Hubiese sido más fácil aparcar en el sitio habilitado para taxistas, pero lo hicieron a pie de acera, justo delante del hombre que agitaba los brazos y haciendo esperar a otros conductores que empezaron a insultarlo. Puso la maleta en la parte de atrás y al subir al taxi dijo, “se me han quedado los pies helados. Estas preciosa Glue”. El taxista dijo que el coche no tenía calefacción pero la verdad era que no le gustaba ponerla porque le levantaba dolor de cabeza. En una esquina, unos jóvenes delante de un edificio en construcción quemaban maderas dentro de un enorme bidón oxidado. En la avenida más grande, justo en dirección al centro de la ciudad, un grupo de niños cantaban canciones navideñas delante de una tienda de juguetes, pero llevaban las ventanillas perfectamente cerradas y no podían oírlos. El taxista conocía perfectamente el camino de vuelta, era suficiente con seguir las luces de los comercios iluminados sin salir de la avenida. El taxista no dejó pasar mucho tiempo después de ver que se saludaban efusivamente para

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intervenir. Demostró ser un racista sin piedad cuando hizo un comentario despectivo sobre unas mujeres extranjeras que pedían en la puerta de un centro comercial. Dijo que deberían ir a su país porque su pobreza los hacía pobres a todos. Ni siquiera esperó respuesta ni fue tan prudente de suponer que su racismo no era compartido. Bajó la ventanilla y gritó algún tipo de insulto, todo muy incómodo y ausente de alguna profesionalidad. Acabó murmurando algo entre dientes que los pasajeros no pudieron entender. Entonces Glue se percató de un tatuaje militar en su cuello, parecía un arma y el emblema de un regimiento, se limitó a hacer un gesto a su amigo con los ojos y Sammy puso las palmas de las manos boca arriba y se encogió de hombros como un signo inconfundible de interrogación. -Cualquier día entrará uno de esos tipos en el taxi y tendré que mandarlo a su país -aseguró el chófer con desprecio depresivo. -No creo que deba preocuparse por eso, ellos no usan taxis. Pero puede echarme a mi, vengo de trabajar en un país extranjero. -Su caso es diferente. No perjudica la economía -dijo aquel hombre muy convencido-. Tendría que ver las cosas que hacen estos. Lo ensucian todo, y no les importa romper los bancos del parque para quemar la madera... ese tipo de cosas y otras mucho peores. No creería si le contara lo que he visto en esta misma avenida entre los árboles y detrás de los contenedores de basura, todo tipo de porquerías. Después de haber trabajado en el extranjero y haber sentido aquel mismo discurso allí, por seres tan despreciables como aquel, no estaba para muchos discursos. Le pidió que aparcara y que los dejara allí mismo; ya no quedaba mucho para llegar al portal de Glue y ella estuvo de acuerdo en dar un paseo. -No te preocupes -dijo ella-, estas cosas no suceden con frecuencia. Después de un largo viaje, Sammy estaba cansado, y además estaba la maleta, pero no quería seguir un minuto más en el taxi. -Supongo que tengo un aspecto desolador, no he podido afeitarme en el tren, lo que sin duda ayudaría un poco -reconoció Sammy al mirarse en un escaparate-, sin embargo tengo que decir que estoy muy contento de estar aquí y dar este pequeño paseo a tu lado. Glue tenía, al menos, veinte años más que él, pero se sentía muy coqueta y alagada. Había cosas que le consentía a Sammy que no le consentía a ningún otro hombre, y cosas que él le decía que podían sonar ordinarias pero que aceptaba sin rechistar. Puesto que Glue era su mejor amiga, él siempre estaba dispuesto a bromear y en el pasado habían tenido algo que no había durado demasiado, pero ya parecía haber concluido. -No te preocupes, ya llegamos y nadie te va a ver. -Esta noche o estoy para visitas. -Hablando de visitas, mañana en cuanto te levantes, tendremos que ir a ver a Ruhe. No sé que problema tiene con los pagos de su casa y quiere verte, ya lo sabes. Después de encontrar trabajo en el extranjero, Sammy se había enfadado con su madre, o mejor dicho, ella se había enfadado con él, o tal vez fue mutuo, ni ellos lo tenían claro en la memoria. Estuvieran un año sin hablarse, y en ese tiempo, todo lo que Ruhe llegó a saber de él fue a través de Glue, y eso él nunca lo supo. Por otra parte, al contrario de lo que muchos creen de los que trabajan fuera, apenas había ahorrado, y aunque tuviera dinero suficiente, le agradaba la idea de seguir viviendo con Glue, como había hecho en el pasado, y cuando ella se lo ofreció no tuvo dudas sobre eso. La madre de Sammy era una mujer muy conservadora y tenía su casa como un museo, lo que no favorecía que Sammy se encontrara cómodo allí, y ese era uno de los motivos de que se hubieran distanciado tanto. Después de dormir tantas horas que casi pierde la memoria, Sammy se levantó consciente de la visita que le anunciaran, no podía eludir verla a pesar de los reproches que le esperaban, pero

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además, necesitaba coger algo de ropa y unos discos viejos que quería tener a mano. Por supuesto, a todos les quedó muy claro desde el principio, que no tenia pensado instalarse en casa de su madre por muy necesitado que estuviera. Y Glue tuvo la impresión de que la señora quería seguir viviendo sola, porque en ningún momento de la conversación, por el tiempo que duró la visita, hizo alusión a ese tema, y ni siquiera quiso preguntar dónde se iba a alojar su hijo. A su edad, Sammy tampoco estaba para dar demasiadas explicaciones, y no deseaba enfadarse con su madre el primer día de su vuelta. Pero había algo importante que había detonado su regreso de forma precipitada y tenía que ver con la hipoteca de su casa. Aquella mañana, Glue le contó algunas cosas acerca de como marchaba todo, sobre las protestas de su madre por sentirse sola -cuando todos sabían que no deseaba, ni soportaba, compartir su vida con nadie., las quejas por la falta de atención y lo difícil que se hacía el día a día, cuando las piernas fallaban para cosas tan simples como hacer la compra, los problemas con los vecinos y como estaba cambiando el barrio al volverse más peligroso, al menos a sus ojos, los problemas de salud y lo poco que le gustaba su médico, la preocupación ante una anunciada bajada de pensiones, y mientras Glue le relataba algunas de las conversaciones de los últimos meses con Ruhe, en su paseo matinal se iban acercando a la casa de la señora. Sammy parecía aburrido, no estaba precisamente deseoso de aquel tipo de conversaciones que, por otra parte, parecían ineludibles. No le desagradaba como actuaba y pensaba Glue al respecto, sino que comprendía perfectamente sus preocupaciones, e incluso después de haberla escuchado con atención durante más tiempo del que hubiese imaginado, permanecía en silencio dispuesto para todo tipo de analisis al respecto. Glue lo miraba y comprendía su preocupación y que no quisiera hablar de ello, por eso se cayó y caminaron el tramo final de la calle, en silencio. Después de su salida al extranjero, por primera vez, Ruhe y Glue parecieron congeniar, y Ruhe utilizó a la amiga de su hijo para seguir en contacto con él y saber como le iba. Estaba convencida de que nada podría sacarlo de aquella cárcel de convicciones que lo llevaran tan lejos y que debía comprobar por sí mismo que no se trataba de ningún triunfo aceptar aquel cambio tan radical. A Glue le gustaba recibir sus cartas porque no le gustaba usar el teléfono, era agradable que se confesara sobre el papel de un modo que no haría en persona o usando su propia voz, incluso tipos de gran formación académica eran incapaces de expresarse con semejante frescura; ella lo sabía porque había trabajado durante un tiempo para una editorial de libros de texto, y eso la había marcado para siempre. A pesar de la corrupción sistemática de algunos escritores, y de la influencia que sobre ella marcaran al leer sus novelas con la avidez en que lo hacía, no podía dejar de reconocer que las cartas de Sammy tenían una humanidad y una conexión con su realidad que las volvían mucho más interesantes que cualquier ficción. Y aquello había sucedido durante dos años de rutinas irrenunciables, además de las inseparables visitas de su madre para saber más de él y que le contara en que se había metido, como le iba en cada momento, o sus últimas amistades. Le gustaba escuchar a Glue desarrollando las ideas de sus cartas sin que él llegase a imaginar en ningún momento que aquellos encuentros se producían, sobre todo porque nunca esperaría de la soberbia religiosa de su madre, que se rebajara a salir de su “refugio nuclear” e interesarse por su vida, teniendo que, para ello, en cierto modo mendigar un poco de información de una mujer a la que apenas conocía. Ruhe les contó los pormenores de sus problemas económicos hasta donde ella entendía. A Sammy le sorprendía ver como se expresaba y las reacciones de su amiga ante aquella avalancha de palabras con virtuosas pretensiones, incluso ella misma se había visto alguna vez intentando expresarse mejor de lo que su fluidez lo hacía posible, pero conocía sus límites y eso no sucedía con frecuencia. Ruhe estuvo muy agradecida por su interés, tal vez en exceso, y eso llevó a Sammy a acortar su visita, mientras su madre se deshacía en en elogios y agradecimientos, lo nunca antes visto. A partir de aquel momento se vieron comprometidos en la solución del problema, porque si algo era evidente, eso era que Ruhe, por si misma no sabría salir de aquel atolladero y que a la vuelta de unos meses, el

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banco se quedaría con su casa. Desde entonces, Sammy se decidió a visitar a algunos parientes para intentar juntar el dinero que le hacía falta, y entre ellos estaba su hermano Filipo, al que no veía hacía tiempo, el angustioso tío Feodor, hermano de su madre, y la tía segunda Karina, prima de su madre, sobre la que recaían muchas esperanzas porque era una persona lo que se dice “con posibles”. Fue tan rápido en pensar y organizar algunas de visitas que le dio a su propósito un sesgo casi religioso, tenía que pedir sin poder asegurar a los que le ayudaran que algún día podría devolverles el dinero. Se trataba entonces de una situación de caridad, y eso le llevó, a ojos de todos, a aceptar a regañadientes que el cura jesuita de la parroquia, Smithy Leblanque, amigo de su madre desde hacía muchos años, también podría echarle una mano,. Mientras vivía en el extranjero, la madre de Sammy había tenido episodios de falta de memoria, llegando a perderse en medio de la ciudad en días de lluvia pesada y eso había sido un motivo más para precipitar su vuelta, aunque nunca lo reconocería. Tenía todos los achaques de una mujer mayor y al salir de un comercio de ropa en el que había pretendido, sin conseguirlo, comprar un impermeable, se vio en la calle sin saber donde se encontraba y sin ser capaz de volver a su casa. Las chicas de la tienda le llamaron un taxi y la ayudaron a recordar su dirección, cuando por fin pudo encontrar sus llaves y entrar, se sentó en un sillón y se mantuvo allí sentada sin moverse durante, al menos, una hora, el tiempo que le llevó recuperar se de aquel episodio que ella atribuyó a falta de riego. “Me quedé sin sangre en la cabeza” repetía cuando contaba lo que le había pasado, sin dar la oportunidad a ningún médico de decir otra cosa. Tal vez la causa más notable de sus dolores de rodillas y cambios de ánimo, debería haberlas buscado en su edad, pero estaba convencida de que necesitaba moverse con frecuencia porque su corazón no movía la sangre de forma conveniente, lo que si así fuera, en todo caso también requeriría de dejarse analizar y reconocer que era una mujer de edad avanzada. Uno de los vecinos de la señora Ruhe, tenía una antigua pendencia con Sammy desde que era un estudiante, y aquel día lo vio entrar de vuelta a la casa de su madre, después de perderlo de vista durante años. Siendo muy joven, Sammy no había sido siempre un chico modelo, aquel hombre lo acusaba de pasar por su propiedad con frecuencia molestando a su perro, lo cierto era que para llegar a la boca del metro por allí se ahorraba unos minutos de oro cuando iba tarde para el instituto. Y como discutieran insultándose, aquello terminara en una tremenda pelea en la que aquel modélico ciudadano rompiera un dedo y le quedara torcido para siempre. Todo había sido muy sórdido y violento, pero lo que más le molestara al vecino de los Ruhe, fueron los insultos proferidos por el muchacho, al que consideraba de una clase inferior; sin embargo, la venganza tan ansiada por él iba a tardar en llegar. Había creído que no lo volvería a ver y no podría cumplir su promesa de hacerle todo el mal deseable, pero cuando aquella tarde vio a Sammy entrar en casa de su madre, se apostó detrás de un árbol para salir a su encuentro. Era un tipo que solía vestir con ropa caqui como si se tratara de un militar retirado, lo que todos pensaban que era bastante probable, o eso o como si buscara en un aspecto marcial una pretendida hombría. Cuando lo vio, Sammy intentó recordar todo lo malo que hubiera entre ellos, y supuso que seguía siendo el mismo mezquino al que no soportaba porque nunca se había interesado por nadie y le había dado la espalda a los que lo habían necesitado, nunca había simpatizado con ninguna causa que ayudara al planeta, a los pobres, a los sin techo, ni nada parecido, muy al contrario se había manifestado beligerante con los inmigrantes y los músicos callejeros como si esos dos grupos humanos fueran sus enemigos principales, en resumen, un ser despreciable al que no podía ver. En un minuto volvió a construir la imagen que se había hecho de él desde su infancia para ser consciente de aquello ante lo que se encontraba, un tipo egoísta que celebraba las fiestas nacionales y patrióticas izando su bandera en el jardín y soltaba a su pastor alemán para que los repartidores de publicidad no llegaran hasta su puerta. Le dijo a Glue que fuera delante y lo esperara en la boca del metro, y cuando hubo desaparecido, salió pavoneándose delante de aquel individuo a sabiendas de que era la peor provocación que le podía hacer, más que un gesto

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obsceno o un insulto. Creyó verlo detrás de las cortinas de la planta baja, con la puerta principal abierta y a través de en una rendija, se movía y parecía seguirlo a cada paso de tal manera que, en un momento, vio con claridad aquella cabeza engominada girar sobre los ojos rojos de ira. Sammy se movió para mirarlo mejor, y en ese momento, El señor patriota hizo un gesto con la uña de su dedo pulgar alrededor del cuello, y Sammy sólo lo pudo interpretar de una manera, ¿aquel tipo deseaba su muerte?, pero no se atrevía a salir de sus casa en su busca y eso le pareció muy cobarde; digamos que quería hacerle el mayor daño posible pero sin que nadie lo notara, ¡menudo personaje! Le sonrió y siguió para reunirse con Glue. -Todo el mundo parece empeñado en mostrarme cual es mi lugar, pero si yo no lo sé, ¿cómo lo van a saber otras personas? -dijo Sammy mientras veía a través de una ventanilla como el metro entraba en una nueva estación y reducía su marcha- ¿Hace mucho que sabes lo de Ruhe? -He tenido contacto con ella, pero no te quise preocupar con sus cosas hasta que no fuera totalmente necesario. -Me lo ocultaste. -No te lo tomes así, fue sólo que no quise preocuparte. Tenías tus sueños puestos en que todo saliera bien allí y me contabas de tus nuevos trabajos. En aquel momento no hubiese sido lo mejor alarmarte y crearte una inseguridad sobre tus planes, que al fin son lo que nos mantiene en marcha, sin sueños no somos nada. No fue una ocultación en toda regla, por así decirlo. -Fue premeditado. -¿Por qué haces conjeturas acerca de las intenciones que no conoces? Vuelve a la tierra, estás molesto, nada ha sido tan malo estando tú tan lejos. Lo importante ahora es solucionar el problema. Además, no va a ser fácil, la gente que conocías ha seguido con sus vidas, has pasado años sin verlos. No puedes llegar ahora como si nada hubiese pasado apelando a los viejos sentimientos y lazos que se han debilitado. En aquel tiempo el metro había contratado guardias de seguridad que estaban por todas partes y que perseguían a los que pasaban el día dando vueltas o buscaban donde dormir, a los que pedían en las puertas de entrada, a los que vendían relojes, anillos o pulseras de segunda mano que no eran de oro, a los carteristas y a los jóvenes que habían bebido y que se divertían molestando a los solitarios. Tal vez se pudiera justificar la necesidad de tanta seguridad, pero a Sammy no le gustó aquel cambio. Él ni siquiera quería recordar que en otro tiempo había corrido por aquellos pasillos y había cambiado de vagón sólo por divertirse jugando a esconderse de sus amigos, porque no iban al metro sólo por diversión, pasaban allí dentro también horas aburridas fumándose las clases. Glue intentó explicarle que la crisis lo había cambiado todo y que la sociedad control estaba en marcha, a pesar de que algunas cámaras de vigilancia habían sido golpeadas o pintadas con espray. Lo dijo sin expresar el desprecio que sentía por los que lo querían tener todo controlado, porque la vida normal de las personas, la que debía realizarse necesariamente al salir de sus casas, para ella también formaba parte de su intimidad y aunque nadie lo compartiera, debía ser respetada. Glue conocía la sonrisa falsa de los políticos cuando intentaban convencerlos de la necesidad de aquellos cambios, la falta de sensibilidad dramática con los que habían perdido la posibilidad de llevar una vida normal e integrarse en el sistema, y eran acorralados y perseguidos para que se movieran a otros sitios en los que fueran menos visibles. Entonces salieron del vagón, anduvieron por un túnel largo y estrecho y se confundieron con gente trabajadora que apuraba el paso subiendo una escalera interminable que los llevaba al exterior, justo el centro de la ciudad, en una plaza de centros comerciales y boutiques. Sammy controlaba su paso y la dejaba ir adelante o se ponía a su altura, pero no quería que pareciera que le pedía más energía ni vitalidad. En otro tiempo le desesperaba que fuera tan lenta, la miraba y se lo decía esperando una respuesta airada. Tras una relación como la que ellos tuvieran, y a pesar de haber renunciado a seguir comprometidos sentimentalmente, había llegado a entender que debía hacer eso, o esperar o ponerse a su paso, pero no molestarla con sus exigencias. Al final lo

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había entendido y se había convencido de que si seguían siendo tan buenos amigos, era porque había renunciado a sus exigencias. Creía en ella porque nunca había dejado de ayudarlo, y la diferencia de edad, sin embargo no hacía que viera esa ayuda como la de una madre o una hermana, era una mujer y hacía esfuerzos para no verla con deseo, tal y como hiciera en otro tiempo. Ella notaba esa dedicación y resistencia, y también lo apreciaba por eso. Todas las mujeres aprecian que los hombres que las desean sean capaces de renunciar a sus aspiraciones a cambio de ser sus amigos. Él era joven y atractivo, compartía con ella sus más íntimos pensamientos, hablaban de todo con una libertad difícil de encontrar y entender sin ser pareja, ella lo valora, ¿qué más podía desear? Tal vez no fuera a durar para siempre en aquellos términos, pero vivía el momento, y era muy apreciable poder vivir y sentirse pendiente de su atención. Filipo vivía en las afueras, y sólo se acercaba a la ciudad a menos que fuera imprescindible, por eso deberían haber decido visitarlo más adelante, sin embargo, fue la primera elección y se fueron moviendo hasta la estación de autobuses de cercanías, para poder visitarlo. Era un tipo rudo, poco convencional, casado con una mujer físicamente flexible y alta, que había sido gimnasta en su juventud y tal vez ese era el rasgo más sobresaliente y todo lo que a Sammy se le ocurría poder decir de ella, mientras le daba un poco de conversación a Glue de camino para su casa. Su hermano también había sido deportista, en la universidad era de los mejores en lucha greco-romana y lucha libre, y eso le había granjeado mucho respeto: ser respetado en un ambiente tan competitivo no era fácil y había sido muy importante para él. 2 Los amigos del silencio Mientras él hablaba, ella recordaba un episodio que tuviera con su exmarido no hacía más de una semana. Había aparecido después de dos años de no saber nada de él y como no tenían hijos, le resultaba totalmente innecesario saber como le iba, y mucho menos escuchar sus quejas. Él apareció de pronto sin previo aviso, timbró y al abrir la puerta allí estaba, con aquel aspecto deplorable y una voz triste que no conducía a nada bueno. Se trataba de una presencia lastimera y poco deseada en aquellos términos. Lo dejó pasar y tomaron café, pero no entendió la visita hasta que empezó a quejarse. Estaba pasando por un mal momento, deprimido y sin saber que iba a ser de su vida. Glue ya no tenia nada que ver en eso, hacía cinco años que se separaran pero intentaba no tratarlo como a un desconocido. Aunque nunca se lo dijo, le notaba que la culpaba de la ruptura y eso era motivo suficiente para desear “sacárselo de encima”, pero era una mujer paciente y los años le habían enseñado a ser condescendiente, lo que resultaba muy conveniente en esos casos, aunque la pusiera en una situación de falsa superioridad que no le gustaba a nadie. Además, ella sabía que todo aquel resentimiento llegaba de una mal entendida veneración. Siempre había tenido una elevada opinión de su belleza, la miraba como el resultado estético de todas las mujeres que había deseado, un compendio de todos los modelos televisivos y de las revistas que compraba, y al perderla, todo lo físico de su relación lo llevó a aquella amargura que mostraba mientras sorbía de la taza que ella le había puesto delante de los ojos para que cogiera. De entre las relaciones que se rompen por diferentes motivos, de las que no se superan, las peores son aquellas en las que una de las partes, veneraba a la otra con auténtico amor estético y en las que, a su vez, se había olvidado de la entrega y las nuevas necesidades. Se conocieran en un viaje a la playa, un verano en el que todo el mundo parecía escapar de su

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ciudad para situarse cerca del mar. Glue iba con una amiga y él viajaba solo, pero compartían agencia y la coincidencia de fechas les hacía compartir el tren, la piscina y también se sentaban juntos para comer y cenar en el restaurante del hotel. Ella, desde el principio había interpretado sus impulsos equivocadamente, y había creído que se inclinaba por los encantos de su amiga, más joven y mejor formada. Sin embargo, cuando volvieron a su ciudad, después de tomar el sol juntos, pasear a la luz de la luna e ir de compras por los centros comerciales del centro, se sentían tan unidos que ya no dejaron de llamarse y comenzaron un tórrido romance que culminaría en una ceremonia civil de matrimonio. Él parecía tan enamorado que cualquier muestra de afecto lo interpretaba como una revelación de amor eterno. Todo aquel derroche de amor lo recordaba con sorprendentes detalles para convencerla de que la había tomado siempre en serio, mientras ella miraba el reloj y sopesaba la posibilidad de cambiar de domicilio para forzarlo a “pasar página” y le permitiera también a ella, descansar de sus depresiones. No estaba segura de que no fuera a aparecer en cualquier momento mientras Sammy estaba en casa, lo que sería incomodo, y tendría que darle alguna excusa para no recibirlo, pero ya le estaba empezando a molestar que recurriera a los buenos momentos pasados para seguir reclamando un poco de atención. “Al menos podemos seguir siendo amigos”, le decía sin esperar respuesta y ella lo miraba suspirando. Sammy parecía empeñado en desafiar la autoridad desde muy joven. Esta vez los detuvo un policía para pedirles la documentación porque se acababa de producir un atraco en una sucursal bancaria no muy lejos del lugar en el que se encontraban. Llevaba prisa y no estaba de humor. -¿Tenemos aspecto de delincuentes? -le soltó al policía que, posiblemente sólo buscaba justificar su presencia en aquel lugar, sobre todo cuando sus superiores pasaban en un coche que se deslazaba lentamente. -Se trata de un urgencia, debería ser usted un poco más amable y colaborar -le respondió mirando su carnet de identidad y sin apreciar la cara de indignado que le ponía Sammy. Al cabo de unos minutos, seguían su camino en dirección a la casa de Filipo. Glue lo miraba sorprendida. -Si sigues tratando así a los policías, vamos a tener un problema. -Es superior a mi, lo siento. Lo que antes era una reacción inconsciente, en los últimos años se ha convertido en rabia hacia el orden establecido, y sobre todo a los “perros” que lo guardan. Resultaba muy convincente en el papel del resentido al que la sociedad sólo le había dado golpes, el papel de humillado al que no le habían dejado otra salida. Al hablar de la policía todo en el él era grave y trascendente, no admitía bromas con eso, nunca le habían hecho ningún bien, y posiblemente se guardaba para él alguna escena de juventud en la que no había salido bien parado. En aquellos años, las manifestaciones estudiantiles se habían multiplicado y en alguna ocasión había pasado la noche en la comisaria en espera de poder declarar, lo que aquella noche sucedió, le dijeron o le hicieron, o lo que pasó por su cabeza, nunca nadie lo sabría. Glue ya conocía ese resentimiento de antes, pero no le restaba ni un gramo del aprecio que le tenía, si su relación sentimental, una vez no había funcionado, había sido por otros motivos más personales. Ella había decidido frenar su romance en el momento más excitante y en el que Sammy estaba más motivado, no había sido muy delicada en eso, pero entonces no deseaba que él pudiera aferrarse más a aquella relación y su pasión parecía no tener freno y ser creciente. No le resultó extraño entonces que decidiera separar sus caminos buscando trabajo en el extranjero. Él creía que la diferencia de edad había influido en aquella decisión de ruptura. Era como si Glue pudiera imaginarlos a los dos unos años después y que la imagen que sacara de su imaginación fuera sórdida y dolorosa, no había futuro en cruzar la barrera de los sentimientos cuando se entra en esa edad en la que ya no hay razón para grandes romances que se alarguen en el tiempo. -Eres encantador, no puedo ver nada malo en ti a pesar del rencor que expresaban tus ojos al ver al guardia directamente -le dijo-. Tú siempre fuiste muy comprensivo con mis rarezas y eso lo valoro.

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Me hizo muy feliz que siguieras contando conmigo a pesar de todo lo pasado. Creo que se me nota que deseo ser merecedora de la confianza que me demuestras y que te sientas cómodo. Otros hombres en una situación similar a la tuya, hubiesen puesto una distancia entre los dos, y no me refiero físicamente, que eso sí que lo hiciste. Cuando nos conocimos tu eras muy influenciable y te excitabas con facilidad, tuvimos nuestra historia y lo recuerdo con ternura, debemos quedarnos con eso. La casa de Filipo estaba cada vez más cerca y no había espacio para una conversación larga ni tratar el tema en profundidad, tal vez por eso ella decidió decir aquello, sin dejarle mucho margen para la respuesta. -Recuerdas a Glue -le dijo Sammy a su hermano mientras ella le ofrecía la mano para que él se la estrechara-. Es mi mejor amiga. -Recuerdo que erais más que amigos. -Somos sólo buenos amigos. -Esta bien -concluyó Filipo y los dejó pasar abriendo la puerta de una enorme casa que parecía un museo, “¿quién es?”, se oyó la voz de Andreia desde la cocina, a lo que el marido respondió, “es mi hermano, tenemos visita”. Y se sentaron en unos enormes sillones blancos en el salón. Andreia se acercó a saludarlo intrigada por una visita que no sucedía con frecuencia. No ocultaba que estaba preocupada por la alfombra que había mandado recientemente a la tintorería y les veía los zapatos con descaro porque quería saber si estaban lo suficientemente limpios para que siguieran allí sentados, además, no veía razón para no poder realizar aquella entrevista en la cocina. Con la excusa de tomar un café los fue llevando a la cocina y allí sentados comenzó una reunión en la que Sammy fue muy directo y les explicó la difícil situación económica que pasaba su madre. Andreia los observaba como se observa a los extraños porque, verdaderamente, nunca había tenido oportunidad de estrechar lazos familiares con el hermano de su marido, ni siquiera con la madre de su marido ni con ningún otro miembro de su familia. Había en ella esa frialdad que convierte a la gente muy comedida y pretendidamente educada, en actores gesticulantes con un enorme vacío sobre sus hombros. -¿Recuerdas el día de nuestra boda? -preguntó Filipo desde sus casi dos metros de altura mientras permanecía en pie-. Estuvimos viendo las fotos recientemente, y hablando de ti. Andreia, no sabía que habías estado trabajando en el extranjero y me extrañó que volvieras tan pronto. -No tenía pensado hacerlo aún, pero creí que debía volver ahora. En cualquier caso, nunca está del todo descartado volver a intentarlo. ¿Cuánto tiempo hace que no ves a Ruhe? -No nos llevamos bien, tú lo sabes. Nunca nos llevamos bien. No la veo desde antes de tu partida. -Tú madre es una mujer muy difícil Sammy -intervino Andreia sin obtener demasiada atención. -¿Nunca te habló de sus problemas? Está a punto de perder su casa -advirtió-. Supongo que todo lo que está sucediendo es más importante que esa falta de entendimiento, o lo que sea que rige vuestra relación. Tiene un carácter muy fuerte, yo también he tenido ocasión de comprobarlo, pero sigo visitándola, tal vez crea que es una obligación. No sé. -No te voy a decir que fuiste su preferido, porque también tuviste tus diferencias con ella en el pasado. Es como si no le gustaran sus propios hijos. Nunca procuró que nos sintiéramos cómodos en su propia casa y no nos demostraba ninguna simpatía, nada especial que pudiera promover un acercamiento. Yo siempre fui muy emocional y me dolía especialmente. Pero supongo que no estamos aquí para juzgarla, en los peores momentos siempre surgen los reproches. -He hecho un cálculo y pensado en quién estaría dispuesto a ayudarla. Poniendo todos un poco de nuestra parte... -Nosotros también necesitamos el dinero -intervino Andreia de nuevo-. Debería de haber llevado la cuenta de sus gastos. -En cualquier caso no se trata de de lo que pudo hacer o de cómo va a responsabilizarse en el

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futuro de sus gastos, que de eso también hablaremos más adelante. Ahora hay que salvar la casa de las garras de los bancos. -Hace mucho que la gente ya no piensa así. Cada uno debe llevar su carga, Cuando murió mi madre mi situación también fue difícil, dejó deudas y cargas que tuve que asumir. Nadie me ayudó entonces -advirtió Andreía que parecía no estar dispuesta a ayudar-. Nadie vino a preguntarme lo qué necesitaba. -Debo parecer un tonto mendigando un poco de ayuda, pero es mi madre, y es la madre de Filipo -estuvo a punto de decirle a Andria que se callara, pero se mordió la lengua. Después de que Filipo se casara habían pasado diez años, y era la segunda vez que estaba en su casa y la primera había sido el día de la boda, ni siquiera una visita formal. Por supuesto, era evidente para todos que aquella visita no se produciría si no considerara realmente importante el motivo que lo había llevado hasta allí. -Creo que no podremos ayudarte esta vez. Ahora si no os importa voy a cambiarme de ropa, íbamos a salir justo en el momento que habéis llegado. No debemos suspender nuestro paseo de la tarde, es una cuestión de salud. Cuando estés libre ven a ayudarme a poner las zapatillas -concluyó despidiéndose. Los dos hermanos se miraron sin saber que decir mientras Andreia se alejaba. Sammy era el más fuerte de los dos, aunque su apariencia física era menuda. En el momento que había entrado por la puerta, una enorme simpatía los recorrió, como si durante mucho hubiesen estado echando de menos verse y no lo hubiesen hecho sin un motivo reconocido. Sammy miró por encima del hombro de Filipo y suspiró. -Es mejor que nos vayamos. Al menos lo hemos intentado. -Un momento -dijo Filipo mientras se dirigía a la mesa para extenderle un cheque-. Ella no tiene por qué saberlo. Nunca. -Siento haberte manchado la alfombra -dijo Sammy con cinismo. -Ella tiene la casa como si fuera su museo, yo sólo me dejo llevar. Un momento antes de la reacción decidida de su hermano, la desolación que sintió Sammy estuvo a punto de hacerle decir algo de lo que sin duda se iba a arrepentir, pero se contuvo y fue lo mejor. Filipo les llamó un taxi, les ofreció unos pasteles que él mismo había hecho el día anterior y les abrazó antes de despedirse desde el porche. Ya nadie recordaba una despedida tan formal porque los tiempos iban cambiando y todo el mundo decía “ciao” en un sucio italiano que se sacaba a los malos vecinos de encima. Ni siquiera al salir para el extranjero había besado o abrazado a nadie. Era una costumbre en desuso, pero Sammy creyó que debía mantenerse en la familia, al menos después de lo reconfortante que le resultó después de aquel momento. “Empieza a no quedar nada de la formalidad de los viejos afectos”, le dijo a Glue mientras subían al taxi y se dirigían al centro, el lugar donde vivía el extraño tío Feodor, funámbulo en su juventud y pensionista a tiempo completo después de los sesenta. Su imagen, después de tanto años, podía haber cambiado. Ni siquiera estaba seguro de poder reconocerlo o de que sus tío lo reconociera a él. No sabía si andaba bien de memoria a su edad, o si estaba tan demacrado y sordo y que su visita no resultara inútil. Le gustaría encontrarlo como lo recordaba, siempre dispuesto a desafiar las normas, cuestionando las prohibiciones y el orden establecido, viviendo fuera de lo políticamente correcto, en lugar de un hombre anciano, apergaminado y derrotado, tal y como lo imaginaba después de lo que su madre le contara de él y lo mal que se encontraba en los últimos tiempos. Cuando e visita a un anciano al que no has visto en diez o quince años, lo cierto es que no sabes si las persona que te vas a encontrar es la misma que una vez conocieras. La vida le arrebata la fuerzas, las ilusiones, los sueños, el futuro y la posibilidad interacción con lo que les rodea, aunque sólo sean los muebles de su habitación y los familiares más inmediatos. En tales casos, suelen transmitir una imagen dolorosa para el que ya haya pasado por la

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situación de vivir y ver consumirse a un anciano día a día, y no poder hacer nada por evitarlo. Feodor siempre había sido un buen hombre y comunicativo, y a pesar de eso, Sammy había perdido todo contacto con él, pero sabía que su madre lo había visitado en ocasiones señaladas para ambos, posiblemente difuntos, navidad y su cumpleaños, y como era habitual en ella apareciendo sin avisar primero, ni una llamada de teléfono, tal y como Sammy y Glue estaban dispuesto a hacer ahora. La imaginación de Sammy lo llevó a pensar en un hombre que ya no se levantaba de cama, en su último momento, respirando con dificultad, sacándose las flemas con pañuelos de papel y pidiendo que lo ayudaran a levantarse para poder orinar en una palangana. Sin embargo nada era tan grave, ni de lejos. Feodor conservaba su capacidad de levantarse cada día y salir a la calle si lo deseaba, podía vestirse, asearse y hacerse algo de comer, si lo deseaba, aunque contaba con la ayuda de una señorita que le mandaban los servicios sociales y que le hacía la compra cuando se lo pedía. A pesar de esa buena expectativa, tal y como les contó la portera antes de que pudieran pasar al ascensor, Feodor había ido a urgencias porque se había golpeado un dedo con un martillo intentando poner una cuadro. Ella misma le había llamado a un taxi y le había escuchado maldecir un par de veces al gobierno de la nación porque le habían congelado la pensión en los últimos días. Aquel inconveniente convertía su pretensión en un mero accidente. Pedirle ayuda a quien también la necesitaba era demasiado hasta para Sammy, había empezado a compadecerse del anciano antes, ni siquiera, de ver como se encontraba, y sobre todo tener en cuenta, que acudía a él cuando necesitaba ayuda sin haberlo hecho antes y en tantas ocasiones como hubiese sido necesario preocuparse por como le iban las cosas. Sammy se había alejado de todo, se había encasillado a sí mismo como un ser poco tratable, y eso no funcionaba cuando intentaba volver de su retiro emocional. En ese momento de su vida, muchos lo habían considerado un fugitivo de la realidad y otros, familiares y viejos amigos, ni siquiera sabían si seguía con vida (pero como siempre había sido considera como un ser extraño y difícil de entender, pues ya no sorprendía). Sammy, era consciente de ello, en los últimos diez años se había convertido en una sombra. Aunque llevaban una mañana ajetreada, estaban cansados y no habían comido nada en las últimas horas, decidieron ir hasta el hospital central y probar a mirar en urgencias. Hubo suerte y allí lo encontraron, saliendo con un dedo vendado y cubierto de esparadrapo. Feodor lo reconoció enseguida y cuando Sammy le habló, no pudo por menos que darle dos besos, como hacía cuando era un niño y como si a sus ojos aún no hubiese crecido. La sorpresa de verlo tan fuerte y animado, fue suficiente para que Sammy se encontrara mejor, pues de camino para el hospital había estado preocupado por como lo pudiera encontrar. Y en ese momento, después de charlar un rato, hubo tiempo para interesarse por otros familiares, por la madre de Sammy y él le señalara que estabs bien de todo, pero que pasaba por apuros económicos. Feodor nunca se había casado y sus parientes consideraban que debido a esto tenía mucho dinero ahorrado. A Sammy le molestaba especialmente pedirle dinero a un anciano porque no sabía si le podía hacer falta en el futuro, pero le dijo que llamara Ruhe, que hablaran de sus dificultades y que la ayudara en lo que pudiera. No quiso aceptar en este caso, ser portador de dinero. Aún más, le hicieron la compra en el súper y le llenó el congelador sin aceptar que pagara la cuenta. Aquella visita sirvió sobre todo, para reencontrarse con su realidad, la de sus mayores y lo apartados que los tenía. En aquella acción de llevarle la compra de una semana a casa, hubo algo de remordimiento no dejaba de frotarse las manos con nerviosismo evidente. Que para mucha gente fuera normal permitir que la gente mayor viviera sola aunque no tuviera familia directa, como mujer o hijos que lo visitaran, para Sammy no excusaba no haber pasado antes a charlar un rato con Feodor, y eso no hacía más que rechazar una sociedad que considera un estorbo a los ancianos y que pronto lo haría con los hijos. “Los afectos no están de moda”, le dijo a Glue mientras se despedían. Por supuesto, seguía preocupado por obtener el dinero necesario que detuviera el desahucio de Ruhe, pero durante el tiempo que habían pasado comiendo con Feodor y después, en el súper y

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ordenando la compra en las alacenas de su piso, lo olvidó por un instante. Durante la comida, Feodor manifestó “no sé por qué me has traído aquí, no me gustan estos sitios. Siempre como en casa”, y lo comprendió cuando el camarero puso mala cara porque tardaba no se decidía por ningún plató y lo estaba retrasando en otros pedidos. Casi crea un conflicto violento. “Haga usted el favor de no volver a esta mesa y mande a otra persona, no creo que pueda llegar a entenderme”, le dijo. Y se levantó a punto de irse, lo que hubiese sucedido si no fuera por la rápida intervención de Glue que lo ayudó a sentarse y lo calmó, “no se preocupe, nosotros le pediremos lo que quiere, si nos dice lo que desea, ¿pescado?, Vale pescado. Todo está bien”. Era un hombre de convicciones puras, de irrrevocables decisiones y dañado por la forma tan rápida y radical en la que le había resultado envejecer, y a pesar de eso, se dejó mimar por la dulzura de Glue. Para él, ya no se trataba de ser el desconocido solitario que le gustaba, aquel al que siempre había aspirado. De pronto se mostraba con una fuerza que quería colaborar, ser tenido en cuenta y olvidarse de si mismo. Parecía que a su edad, lo más importante era la opinión que pudiera tener de sus propios actos, estar orgulloso de de ser quien era, y al tiempo esperaba mucho también de los demás, quizás demasiado en el mundo en el que aún se desenvolvería unos cuantos años más. De nuevo, Sammy estaba animado, su segunda visita le había reportado una gran satisfacción, además del compromiso de Feodor, se trataba de conocerlo mejor, de apreciar su punto de vista acerca de las cosas del mundo y volver sobre su parte más humana y sociable. Los tres habían disfrutado de aquella comida. Hacía mucho que Glue no veía reír a Sammy como lo hizo entonces, y posiblemente no volvería a suceder en mucho tiempo. No cabía duda al respecto, podía haber otro tipo de diversiones más primitivas, la diversión de las fiestas a las que habían estado yendo los últimos años había sido más explícita y entregada, pero escuchar las bromas con los que se arrancó Feodor, eso había sido tan magnífico como inesperado. El espectáculo animado de Feodor contando chistes verdes era algo totalmente nuevo e inesperado para su sobrino, que lo recordaba como un hombre regio y serio; en algún momento había cambiado y nadie se había enterado. Hasta el nuevo camarero que les pusieron parecía divertirse con el anciano y no reprimía su risa si se encontraba cerca de la mesa y los demás también reían. “Fue una comida magnífica, gracias por todo Feodor” le había dicho Sammy mientras rememoraban los mejores momentos sentados en las rígidas sillas de la cocina de su piso. Aquel día todos alrededor de Sammy empezaban a estar un poco más felices... todos menos Fachisti, el vecino de su madre que se apostaba en la calle detrás de una farola demasiado estrecha para evitar que su prominente estómago no se viera. Sammy se percató enseguida de su presencia, ¿era posible que aquel tipo los hubiese seguido hasta allí durante horas y hubiese esperado pacientemente a que salieran por aquella puerta? Al menos eso denunciaban las colillas de bisontes a sus pies. Sammy no era capaz de explicarse una cosa así. De nuevo, le pidió a Glue que se adelantara, le escribió una dirección en un papel y le dijo que se encontrarían allí en una hora. Se trataba de un taller de automóvil, pertenecía a la prima de su madre Karina, y Sammy había llevado su coche allí cuando aún no se había quedado sin él por no poder pagar los gastos. Sammy sabía que intentar hablar con tipos como Fachisti no daba resultado, y por lo que parecía sus intenciones no eran las mejores, así que esperó a que Glue desapareciera al girar en otra calle y a continuación lo abordó. -¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues? -¡Aparta! -respondió Fachisti, que al verse descubierto intentó crear una atmósfera adecuada a sus deseos, con una teatralidad inesperada-. ¡Socorro, este hombre quiere agredirme! -dijo cogiéndolo por la maga de su gabardina, exhibiendo el dedo que Sammy le había roto años atrás, rígido torcido como un garfio. Tal vez todo aquello se trataba de un intento muy poco inteligente de poner a los transeúntes de su parte antes de comenzar una pelea. “El me golpeó primero”, decía mientras levantaba su su puño. O

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tal vez, estaba pensando en que si era acusado tendría más posibilidades en un juicio de ser considerado la víctima; todo lo que se le ocurría a Sammy pensar acerca de su proceder, era de una pobre moral de hombre vencido por la vida en busca de un enemigo real que lo hiciera sentirse capaz de nuevo. Sammy cogió su brazo con fuerza y le pidió que se fuera sin problemas, no estaba en su idea rogar porque la paz del mundo empezara allí en aquel momento. Algunos vecinos empezaban a detenerse y observar la disputa. Sammy lo miraba con el ceño fruncido pero guardando la serenidad. No deseaba que nadie interviniera, pero la diferencia de edad era significativa y no quería que aquello pudiera desmandarse. Empezó a enojarse, y cuando perdió la paciencia lo empujó y lo tiró sobre un charco de lluvia sucia de invierno. Salió corriendo con la seguridad de que no podría seguirlo esta vez, mientras Fachisti gritaba, “¿lo han visto, lo han visto? Me ha agredido, ha sido él, me ha agredido”. Estaba intentando llamar la atención lo más posible y sólo conseguía que algunos se rieran de él mientras maldecía entre diente y juraba, “ya te cogeré bastardo, ya te cogeré”. Fachisti procedía de un tiempo de niños sin padre, hijos de la guerra y el desamparo, y aunque él no fuera uno de ellos, había crecido en aquel habiente en el que todo se reducía a la defensa de la patria y el orgullo por los caídos. Crecían convencidos de sus posibilidades y ocultando sus debilidades, eso era un bien precioso para ellos, al mismo nivel de sus más íntimos, inconfesables deseos, pero al mismo tiempo, se volvían pendencieros y violentos. Era por todo esto que Fachisti no sólo estaba dolido por su dedo roto, por los insultos y arrogancia de Sammy, se trataba de aquella necesidad de orden miliciano y de enseñarle cual era su sitio; se consideraba llamado a enseñarle a cada uno cual era su lugar y a los que sacaban su cabeza por encima de la raya que lo definía, había que cortársela -metafóricamente hablando, claro está, si bien en el caso de Sammy, ya nadie sabía...-. El día se había presentado difícil pero prometedor. Quedaba una buena tarde para pasar por el taller de la tía Karina. Todo el mundo parecía feliz, era como si algo sucediera que animara a ello, como si las tormentas solares hubieran cedido y eso pudiera hacerles sentir un bienestar inesperado. Sammy no sabía nada de tormentas solares, pero tenía la firme convicción de que eran las culpables de sus migrañas, así que cuando entró en el taller, acompañado por Glue, pensó que a su tía le pasaba lo mismo, porque lo recibió con una enorme sonrisa y dándole besos hasta que manchó sus mejillas de grasa. De ningún otro modo podría explicarse aquel buen humor y la apariencia juvenil y vibrante de su rostro. Era posible que se debiera sólo a su alimentación a base de fruta, avena y compuestos naturales de todo tipo, pero además, a su estructura física embutida en aquel sucio mono de trabajo y portando en una mano una llave inglesa, nadie adivinaría su edad. Fue una suerte que llegaran en aquel momento, el día en que Karina se acababa de reincorporar de su viaje de novios, se acababa de casar por cuarta vez y no la hubiesen encontrado un día antes. Podría haber terminado sus días dedicada a atender su negocio, sin ninguna otra distracción, pero era una mujer inquieta y de imaginación sin límites. No había nada de delirante en un matrimonio a la tercera edad, ni siquiera esperó que se extrañaran cuando les presentó a su marido, que salió detrás del motor de un Volkswagen, sucio y feliz, como era de esperar de un recién casado. Aquel muchacho al que Karina llevaba alrededor de cuarenta años estaba preparado para enfrentarse a las miradas de extrañeza de todos los amigos de su nueva mujer, sobre todo porque había crecido en un barrio marginal y había convivido con el rechazo toda su vida. Poseía ese nervio mezclado con una sonrisa poco natural que avisaba de no bromear a menos que se estuviera seguro de no ofender, así que lo saludaron y exhibieron una sonrisa sin entrar en preguntas incómodas. Tan sólo una pequeña oportunidad al quedarse tarde y solos en el taller una noche de primavera, hizo saltar la chispa de la pasión desenfrenada de los dos. Sammy apretaba los dientes imaginando a su tía sentada sobre aquellas llaves fijas y manchándose el trasero mientras intentaba besar a aquel joven atlético que la cogía en peso como si se tratara de una jovencita de veinte años. Cuando Karina supo que era exactamente lo que quería y esperaba de aquella situación decidió no demorarlo más y en apenas un par de meses estaban casado y viviendo juntos, todo un récord a los ojos de Sammy. Aquella situación hizo

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recapacitar a Glue y llevarla a reconocer íntimamente, que había sido muy tonta al dejar marchar a Sammy por su diferencia de edad, cuando delante tenía un caso mucho más radical ejecutado sin complejos y con la valentía necesaria al enfrentarse a los estereotipos sociales. Ella le llevaba veinte años a Sammy pero nadie se daría cuenta si no fuera por la forma tan formal en que ella trataba todos los temas de conversación, con él y con extraños, era la mujer de otro tiempo y lo sabía. Glue no había llegado directamente al taller, lo había buscado y había dado unas vueltas por el lugar. Había llegado tarde y no era la primera vez que le pasaba, buscaba una dirección y daba vueltas pasando varias veces por el mismo sitio sin terminar de situarse o saber donde se encontraba, y eso incluso le había pasado en lugares que conocía desde hacía mucho tiempo. En una calle aledaña, cerca de una parada de taxi vio pasar a lo lejos a Sammy y lo siguió hasta allí. Tampoco se encontraba muy despejada a esas horas de la tarde y arrastraba ligeramente lo pies, lo que era una señal de su cansancio. Entonces recordó que en el colegio le llamaban “la tardona” y fiel a su apodo, una vez que supo del lugar al que se dirigía, dio media vuelta sin ser vista y paró en una cafetería a tomar un café. No fueron más de cinco minutos, pero “la tardona” fue fiel a su apelativo, tan doloroso en otro tiempo. Glue seguía enamorada de él y sabía que todo aquello debería haber terminado mucho antes, pero parecía tener un imán para sus ex. Podría haber acabado mal, tal y como hacen otras parejas para no volver a verse nunca más, ponen una barrera de rencor que les hace vivir de espaldas a los buenos recuerdos y sólo tener en cuenta los sinsabores de sus amores pasados. Desempeñaba su papel con absoluta fidelidad, pero en el caso de Sammy iba más allá, una espina le había quedado clavada en el corazón y no podía dejar de mirarlo con aquella ternura. Se decía que no habría nada de malo en volver, pues el amor es lo único que lo justifica todo, y le daba mil vueltas y terminaba una y otra vez por contenerse y disimular. No hay nada de lógica en el amor, se va cargando sin motivo alguno y de pronto se desata contra todo pronóstico, nadie podía haberlo imaginado se dicen los contendientes de tan desigual enfrentamiento de posibilidades. “No pretendía impresionarte”, le decía con frecuencia Sammy, y ella sabía que era así, pero la seducía sin remedio ni piedad y se había dejado llevar hasta que decidió que no podrían aguantar demasiado. La diferencia de edad es una condición insuperable para alguna gente, sin embargo, en el caso de Karina, parecía justificarlo todo. “No tengo tiempo que perder, la vida pasa”, se decía mientras seducía a su marido cada noche. Había días en los que Glue escapaba de casa para ver a Sammy a escondidas. Yerry Soyoku no se enteraba de nada porque no le notaba aquel brillo en los ojos, ella tomaba la puerta y no volvía hasta un par de horas más tarde. En esos casos, al llegar a casa le daba una excusa cualquiera y el se concentraba viendo el fútbol en la televisión, o simplemente lo encontraba durmiendo a pierna suelta. En aquellos días, Sammy trabajaba en una cafetería pero nunca lo visitaba allí, quedaban en algún parque o en otra cafetería, pero nunca cerca de aquella en la que él trabajaba. Él era muy conocido por su trabajo, ponía cafés a media ciudad, y la otra media pasaba por delante del escaparate mirando hacia adentro. Tan sólo en una ocasión en el que no la esperaba, estuvo dando vueltas a la manzana hasta que lo vio salir. Otro de los camareros que la vio pasar varias veces por delante de la puerta, le dijo que pasara que la invitaba, pero no le hizo caso, ni siquiera se molestó en responder. Le hacía falta dinero y Sammy se lo prestó, se la encontró en la calle, sin saber que llevaba allí un buen rato esperando. Yerry Soyoku nunca supo de donde sacó el dinero, le dijo que lo tenia ahorrado y él se lo creyó... Al menos pudieron pagar el alquiler y la luz. Más tarde, después de su separación, murió el padre de Glue y ella recibió una inesperada herencia; suficiente para no volver a tener que pedir dinero para pagar el alquiler. ¿Qué podía haberle parecido más chocante que haber recibido su herencia un día después de pedirle el préstamo a Sammy? Sobre todo si tenemos en cuenta que se sintió tan agradecida y sensible, que aquella fue la primera noche que se acostó con él. No fue nada romántico, lo acompañó a su apartamento y en menos de una hora había vuelto a casa y le había hecho una tortilla francesa con jamón a Yerry. No solía hacerle la cena, pero aquella noche se sentía

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tan feliz y tan culpable a la vez, que creyó que era lo menos que podía hacer por él. Volvió a ver a Sammy justo delante del taller, entre coches rotos o desvencijados, había dado una vuelta buscando a Glue y cuando la vio ya no esperaron para entrar. Karina era una mujer agradable y muy habladora. Cuando pasaron a la oficina se sentaron en un sillón que se hacía cama y se sentaron en él mientras Karina lo hizo en una silla delante de la mesa llena de facturas y fotos viejas. -El sillón está un poco hundido, Toni vivió aquí muchos años antes de casarnos -dijo refiriéndose a otro marido que tuviera un par de años antes y como no la entendieron tuvo que aclarar que los hombres iban y venían en su vida como un carrusel, pero que ya se encontraba un poco cansada de jugar con ellos y su actual marido iba a ser el definitivo-, no es un barrio muy seguro y me hacía falta un vigilante, así que nos pareció buena idea. Al fondo de la oficina había un pequeño retrete con lavabo y una puerta sucia; Sammy aprovechó para ir a orinar, pero puso mucho cuidado al coger el pomo redondo porque estaba manchado de aceite. -No tiene cierre cariño, pero no te preocupes, nosotras cuidamos de que nadie se meta contigo -le dijo la tía Karina girando la cabeza en su dirección-. Me quedé embarazada al mismo tiempo que mi hermana de Sammy, y tuve que abortar, si no fuera así ahora tendría un hijo de su misma edad y hubiesen crecido juntos. -¿No volvió a intentarlo? -preguntó Glue sabiendo que tocaba un tema delicado. -No, nunca más quise quedar embarazada. Durante el primer matrimonio, mientras estaba en estado, mi primer marido se lo pasó en el bar. Nunca volví a conocer otro hombre tan egoísta como aquel, ni los que me duraron apenas unos meses. Los hombres de hoy en día se han vuelto muy flojos. Tu y Sammy... ¿Sois pareja? -preguntó. -Lo fuimos durante un tiempo y no nos iba mal. No me preguntes por qué lo dejamos, no existió ningún motivo grave. Fue una decisión caprichosa por mi parte, y como el se lo tomó con normalidad... Seguimos muy unidos. -No quiero agobiarte con esto pero, ¿vais a volver? Curiosidad familiar, ya sabes. -No lo sé, estuvo en el extranjero, desde su vuelta estamos como amigos, pero creo que aún nos agrada estar juntos. En ese momento, Sammy salió del lavabo subiendo la cremallera de su pantalón y metiéndose la camisa por dentro. -Está bien, una cosa menos que hacer en el día de hoy -dijo. Karina encendió la luz, se trataba de un fluorescente que daba una luz blanca y poderosa para un espacio tan pequeño y los tres parecieron palidecer. Karina era tal y como Sammy la recordaba, una mujer que no le daba demasiadas vueltas a las contrariedades, si no tenían solución, pues no tenían solución, y pasaba a otra cosa. Una máquina retumba al fondo, pero podían conversar sin demasiados problemas. Como si Sammy no deseara dejar para el último momento el motivo de su visita, explicó a la hermana de su madre que a pesar de irle bien en todo lo demás, Ruhe tenía un problema con el banco y que como todo el mundo sabe, los banqueros no tienen piedad. Inexplicablemente, Sammy era de ese tipo de hombres que no terminaban nunca de crecer, delgados, rasgos faciales poco pronunciados, ojos grandes y peinándose con un casi ridículo flequillo. Empezó a notar que Glue aún se sentía atraída por él por la forma en la que lo miraba mientras hablaba con su tía. Sin embargo, conocía bien a Glue y sabía que nunca se dejaba llevar por un deseo espontáneo, que le daba varias vueltas a todas las cosas y si eso era así, no había forma de saber que lugar ocupaba en sus pensamientos, o dicho de otra forma, en que vuelta iba si estaba pensando en él. Hablaron un rato largo de Ruhe en aquella oficina, Karina contó algunos recuerdos graciosos que tenía de ella y trataron de analizar aquella despreocupación por todo lo material, y la ausencia total de capacidad para organizar sus gastos y sus cuentas. Excepto por ir cada mes a cobrar su pensión, lo que le llevaba buena parte de la mañana en la cola del banco, el resto pensaba que se pagaba solo.

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No se trataba de ninguna manera de mala intención, ella se gastaba su dinero olvidando los gastos contraídos previamente y eso le traía muchos problemas. -Tu madre es un ser maravilloso. Un día le dije que era la mejor hermana del mundo, y lo sigo pensando -empezó Karina-. En aquel tiempo todo lo que yo pudiera decirle era poco, acababa de divorciarme de mi segundo marido y me consoló como si yo fuera su hija. Yo creía en ella sobre todas las cosas, si me permitís la expresión, como los católicos creen en su dios. lo dicen mucho, “sobre todas las cosas”. Nunca nos peleamos, ¿cómo no iba yo a ayudarla? Pasaré a hablar con ella y veré lo que puedo hacer, os dejaré allí el dinero, pero si no sois capaces de juntar el resto, decírmelo. Por desgracia, el dinero lo es todo, y por suerte, en este momento tengo suficiente. Entre todos la ayudaremos y saldrá de sus problemas con los bancos. Karina se emocionó, de pronto convertía sus obligaciones en la oportunidad de sentirse cerca y aproximarse a su madre, tenía que poner todo de si para estar tan cerca de su hermana como lo estuviera en otro tiempo. Pero en ese momento, aunque sólo fuese una anciana sin demasiadas preocupaciones, ya no podía dejar de pensar en el tiempo perdido. Ya no podía considerar que su matrimonio y su reciente joven marido, fuera lo primero, ni aunque eso afectara a esa pasión que nacía entre los dos, ni aunque tuviese que divorciarse de nuevo. Su marido tendría que aceptar que compartiese sus amor y los momentos que pasara con él, con las ausencias que ya adivinaba que serían muchas, por visitar a la hermana que tanto quería y que había dejado de ver por pura costumbre. Así iban afectando a todos, las visitas que Sammy iba realizando. No hacía tanto tiempo de su separación, si se veía con ternura y, aunque no acostumbrara a lamentarse de sus errores, Cada vez que Glue miraba a Sammy, todas sus emociones se ponían a funcionar reconociendo ese extremo. Haberlo perdido de vista el tiempo que estuviera fuera no había dejado de encender sus pasiones, cada una de sus cartas por anodinas que fueran, excitaba de nuevo su interés por volver a verlo y ese momento había llegado. Y ahora, aunque seguía sintiéndose preparada para lo que tuviera que venir, incluido el desenfreno sexual que en otro tiempo vivieran, todo había sucedido tan deprisa y estaban tan sumergidos en solucionar aquel lío, que apenas le quedaba tiempo para pensar en plantear otra cosa. La solución al problema avanzaba rápidamente, estaban satisfechos con el resultado, parecía que reunirían la cantidad sin mayores contratiempos y ya sólo les quedaba visitar al cura jesuita Smithy Lablanque. Sammy lo conocía de antes y concertó una cita por teléfono, pero no lo visitarían hasta el día siguiente. Lo que no podían imaginar es que el vecino de la señora Ruhe, Fachisti el incansable, estaba tan irritado que no paró un momento de intentar tener algún dato que lo condujera hasta él, y antes de que su llamada se produjera, ya había pasado por la vicaría para preguntar por el domicilio de su humillante rival. Como si su pasado de servidor patriótico le otorgara un valor especial, o como si su imagen de ciudadano ejemplar fuera más apreciado delante de Smithy y su predicamento, que en las oficinas municipales, consiguió que el cura soportara su excitación y algunas palabras malsonante mientras le hablaba y preguntaba sobre los Ruhe, y más concretamente sobre Sammy y su paradero. “Es necesario que lo encuentre, ese muchacho es un veneno para nuestra sociedad”, y cuando decía sociedad se refería al orden políticamente correcto y a la necesidad de que los “ciudadanos de bien” hicieran todo lo necesario por hacer cumplir las leyes. Aquella tarde, justo antes de entrar en el metropolitano, Sammy quiso volver a visitar a su madre para tranquilizarla y Glue dijo que haría unas compras y que se verían después en el psio. Pero aunque pasó la tarde a paso firme de un lugar a otro porque deseaba llegar a casa antes que él, lo cierto es que se enredó viendo vestidos en boutiques y Sammy tuvo que esperar por ella en la puerta porque aún no le había dado una llave. Subieron en silencio la escalera como si fuera una obligación mantener aquella vitalidad que los había llevado todo el día, y ahí también fue ella la que demostró estar más acostumbrada, y más en forma a pesar de los años. Hubiese sido mucho mejor llegar antes y preparar algo de comer, se sentía culpable por tenerlo en la puerta con ese frío, en la noche que

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acababa de caer. A veces pasa que nuestra vida entra en bucle anodino del que no podemos salir, la rutina seca todos nuestros sueños y nos limitamos a vivir, aceptamos respirar como mal menor. De pronto todo cambia, y en un sólo día suceden más cosas de las que podemos asimilar, renace la sorpresa; esto era lo que le acababa de pasar a Sammy y se sentía feliz de que así fuera. Cuando la historia de nuestra vida se renueva y todo vuelve a suceder, reaccionamos con la oportunidad de conocernos a nosotros mismos. Inexplicablemente, en los momentos más duros todo se pone a prueba y eso parece llevarnos a comprender como funciona el universo -o como no funciona si admitimos su parte más destructiva-, y lo que tiene que ver con nuestras vidas. Pero no había sucedido nada tan malo ni radical, inexplicablemente el rato que esperó delante del portal a que Glue volviera de sus recados, fue muy revelador. Estaba especialmente a gusto a su vuelta, y empezó a menospreciar el país extranjero que lo había acogido y con el que, si embargo, no había congeniado. En aquellos minutos de demora, creyó que todo podría volver a ser como antes, pero su forma de renunciar y de aceptarlo, cuando Glue había querido romper, le hacía tener dudas de lo que sentía acerca de ella. Posiblemente, no fuera amor. Descubrir esto lo enfrentó con sus sentimientos y emociones, ¿era posible que fuese un tipo tan enrevesado y poco de fiar? Ella siempre lo excusaba, después de todo no se creía mejor que él. Cada vez que él se había cuestionado a si mismo en voz alta, Glue lo había defendido hasta convencerlo de que el mero hecho de hacer autocrítica quería decir que era bueno; mejor que la mayoría de la gente. Incluso aquella tarde, en la que apenas habían tenido tiempo de hablar, Glue había aprovechado una oportunidad en el metro para decirle que aquello que estaba haciendo era digno de un buen hijo, y que lo valoraba. Ella sabía que tenía sus debilidades, que a veces bebía más de la cuenta o que había frecuentado a una mujerzuela a la que había conocido en plena calle, sabía que le costaba enamorarse aunque lo fingiera y que se creía el hombre más egoísta del mundo aunque no lo era en absoluto, y menos mal que no aspiraba a ser perfecto como algunos repeinados a los que había conocido en otro tiempo. Era suficiente para ella, o lo era todo, según como se mirase; no quería renunciar a él, pero no sabía si podría retenerlo sin comprometerlo de nuevo. Por muy nervioso y activo que fuera, en lo que tenía que ver con ella sabía contenerse y ser paciente, y eso era más de lo que necesitaba para empezar una nueva etapa, que, al fin, era lo que parecía que estaba sucediendo. De camino a casa, una vecina la paró para indicarle que como cada año, asociación del barrio haría una fiesta navideña una semana antes de navidad y que estaba invitada. Aquellas fiestas, ya lo había podido comprobar en años anteriores, no eran exactamente fiestas burguesas. Su esencia era popular, con vasos y plato de plástico, dulces caseros y vino y sidra barata. Todos acababan bastante perjudicados al final, cantando agotados y contándose problemas personales en un momento en el que sólo le iba a servir de desahogo y que a la mañana siguiente seguirían estando ahí. El problema de esas fiestas, según Glue lo veía, era que a pesar de no tener criados para poner la mesa, lo que se solía hacer en la sala de juntas de la asociación de vecinos, algunas mujeres que trabajaban en la fábrica de conserva, se empeñaban en ponerse sus abrigos de pieles y sus joyas, porque era una de las pocas ocasiones que podían hacerlo en todo el año. Hubiese reaccionado violentamente por la falta de comprensión que esa actitud destilaba con otros que no tenían la misma suerte, pero sobre todo, a Glue, aquellos que intentaban parecer lo que no eran, le parecían extremadamente ridículos. La imaginación se le ponía a cien, y aunque en la fábrica de conservas pagaban bien, sabía que muchas de las casas de aquellos nuevos ricos asalariados -por así llamarles, si después de todo era lo que ellos pretendían-, eran casas húmedas y viejas como las otras casas sociales que habían dado vida al barrio desde siempre, y que por mucho empeño que pusieran en ello, tendrían que utilizar sus abrigos para estar en casa y no pasar frío. No era una pensamiento deseable, ella nunca había pensado en una masa de gente toda igual y los que se salían de la norma daban un colorido kitch al total que era muy deseable, sobre todo para artistas visuales como los pintores o los fotógrafos.

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Siempre había huido de lo convencional, pero la reunión vecinal de navidad del barrio, la superaba. “¡Es absurdo comer turrón barato en platos de plástico con abrigos de pieles, y eso sería lo de menos, pero cuando se arrancan con los villancicos no lo soporto!”, pensaba cuando ya podía ver a lo lejos la figura de Sammy esperando y fumando un pitillo delante de la puerta. Se detuvo para lamentar su retraso y buscar las llaves en su bolso, llevaba algunas bolsas y él la ayudó. Parecía cansada, no era extraño, pero también decaída y tuvo dudas acerca de si sería más serio de lo que parecía. En un hilo de voz le dijo que había llamado a Soyoku, su exmarido y le explicó la razón, él la había estado buscando y quería hablar con ella; también le contó que una vecina le dijera que se pasara toda la tarde esperándola delante de aquella misma puerta. Y a continuación le soltó que podía encerrarse en su habitación y que no tenía que soportar sus elucubraciones si no lo deseaba. Después de mirar la cara que le puso a ese comentario, añadió que si lo deseaba podía estar con ellos, nadie se molestaría por eso. Añadió que tenía días en los que se ponía muy pesado y que no se hacía responsable de nada. Imposible entender lo que quería decir con “pesado”, o a donde llegaba el significado de esa palabra. Es se trataba de temer que tramara algún discurso en su contra; tal vez no supiera que él se encontraba allí, pero Sammy prefería estar un rato con ellos y ver como se desenvolvían. No sabía si eran celos, y se repetía que no estaba enamorado, pero cuanto más lo hacía, más crecía su interés por aquella reunión. Todos tenemos al menos dos formas de enfrentarnos a los contratiempos, uno más pausado y reflexivo y otro más visceral y desafiante. Glue solía exhibir su paciencia por encima de todo, pero su lado más primitivo existía aunque permaneciera mucho más tiempo oculto. No le resultaba fácil superar el día siguiente a una fuerte discusión, se le quedaba mal cuerpo y todo era peor cuanto más apreciaba a la persona con la que había discutido. Eso tal vez se debía a que le daba un sentido trascendente a todo. Sabía que mucha gente ni se acuerda de las discusiones al día siguiente, pero ella seguía dándole vueltas al día en que le había dicho a Soyoku que todo había terminado, o también, al día en que le había dicho a Sammy que podían seguir viviendo juntos pero debían acabar con la parte sentimental. “Con diez años más no estaré segura de poder retenerte, por eso prefiero dejarlo ahora, ¿es tan difícil de entender?”, le había resumido gritando. Además de aquello, estaba su necesidad de sentirse ocupada y desear volver a trabajar en alguna cosa. Después de eso, él había buscado trabajo en el extranjero, y, aunque habían seguido en contacto, nunca se había arrepentido tanto de haber sido tan directa.

3 Los años no condenan Sammy enseguida observó que Soyoku era u tipo bastante anodino y que no tenía mucho interés en salir adelante en la vida. No tenía trabajo pero tampoco parecía demasiado interesado en buscar uno, pertenecía a ese tipo de hombres que caen de pronto en una desidia galopante que los va consumiendo. Aquella noche no se sinceró con Glue porque él estaba delante pero se quejó de que todo lo iba mal y que intentaba salir adelante como podía. No era fácil mantener una conversación equilibrada con un hombre así, en absoluto, y aún más, si de Sammy dependiera “no le daría tanta bola”. Se enrollaba en sus cosas como una serpiente moribunda. Pero allí estaba, compartiendo la noche de cháchara con Glue y su ex, no iba a renunciar de pronto después de saber lo que se cocía allí, como si estuviera tutelando sus decisiones. Pero había que echarle paciencia para asumir

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aquellas dos horas que duró la reunión. Casi tuvieron que ponerle su abrigo en la mano y hacerle ver que era tarde y estaban cansados. Así las cosas, Sammy volvió a sentir que Glue lo miraba cuando creía que él no se daba cuenta, lo observaba con ensoñación como si lo situara en otro entorno para hacerse una idea de como funcionaría allí, tal vez en zapatillas, fumando una pipa y leyendo el periódico, ¿sería eso posible? ¿Podría ella llegar a imaginar cosas semejantes? Fue en ese momento, un minuto antes de irse a dormir, que ella se mostró más dulce de lo que recordaba y bajó todas sus defensas para agredecerle que hubiese estado en la reunión y hubiese conocido a Soyoku. Perecía tener un profundo sentimiento, un afecto inesperado e inspirado en aquella presencia, que al fin, a él no le había parecido para tanto. Entonces ella lo besó en la mejilla mientras le acariciaba la otra mejilla con la mano y se fueron a dormir. Esa noche, sin saber de donde le vino, como si se hubiese tratado de una imposición del sueño, o aún peor, de su propia imaginación, se le vino desearla como no lo había hecho desde su separación. No tenía la fuerza suficiente para resistirse a un sueño, pero si podría hacerlo si pasada la noche, con el nuevo día el desafío de la realidad lo buscaba en su principiante somnolencia. Se levantó a media noche y estuvo leyendo hasta que la primera luz del día entró por la ventana, se comió una chocolatina que había guardado de su gabardina y se entretuvo mirando desde la ventana, a los taxistas ir tomando posiciones en la parada. Evitó pensar en Glue y se centró en el cura Smithy Lablanque, del que no tenía demasiadas referencias, aunque lo había visto algunas veces de veces. Si su madre había sido tan generosa con él como recordaba, justo era que él le devolviera una parte de esa generosidad en un momento tan difícil. De haber sabido que pensaba así, su tía Karina le hubiese dicho lacónicamente, “tu no conoces a los curas”, y no la hubiese sacado de ahí, pero hubiese sido una advertencia suficiente. Se volvió a meter en la cama intentando dormir una hora más, pero cuando se levantó eran más de las diez de la mañana y Glue había salido y había comprado bollos, la casa olía a café recién hecho y estaba sentada leyendo el periódico del día, perfectamente arreglada y lista para lo que el día le pudiera deparar. -Me casé con un inconformista -dijo Glue mientras él se servía un café-. ¿Cómo pude vivir sin darme cuenta? -Lo querías, eso suele volvernos muy ciegos. Además, estabas demasiado cerca y no tenías perspectiva. Tal vez conmigo te pasó lo mismo y aún no te has dado cuenta... -No digas eso. La única culpable de nuestra rotura fui yo, tu te portaste con mucha elegancia. Nadie sabe lo que me pasó por la cabeza, ni yo misma lo sé -lo interrumpió porque no deseaba que pensara libremente al respecto y pudiera hacerse una idea equivocada. Le temía a su imaginación, y tal vez, temía que pudiera acertar porque se avergonzaba de sentirse tan mayor y nunca se lo había dicho, pero empezaba a estar claro-. Es posible que temiera que encontraras otra mejor, pero sigues aquí. -Sí, pero sigo aquí -él, de nuevo, no era del todo sincero. Se había escrito con Adelaida, una chica durante algún tiempo, y estaba deseando verla, pero de eso no iba a decirle nada. Al fin y al cabo, cuando empezó a escribirse con aquella otra mujer, ellos ya no eran pareja. Sin embargo, al observar ahora sus reacciones, sus miradas y sobre todo, la dulzura con que lo había besado la noche anterior, empezaba a creer que se había precipitado. Alrededor de la parroquia había casas importantes, grandes, soleadas y bien construidas, todo lo que una parroquia necesita para sobrevivir con donaciones. Recorrieron aquel lugar en el que Sammy había estado otras veces acompañando a su madre, pero de eso hacía mucho. Se preguntó si el motivo de sus desencuentros se debiera a una visión tan diferentes de la religión, la políticas migratorias, los rechazos políticos, la disciplina y otros dogmas en los que ella parecía inamovible. Smithy Lablanque los estaba esperando y sin saber de qué se trataba el asunto que los convocaba, y después de su conversación del día anterior con Fachisti, no se sentía muy receptivo. Pero como es sabido, la falsa amabilidad de los curas es notables, aunque desde el principio tengan muy claro que

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no te ayudarán les pidas lo que les pidas. También cabía la posibilidad de que Sammy quisiera hacer un descargo de conciencia, en cuyo caso lo escucharía en confesión y a continuación le mandaría rezar diez ave Marías y cinco padrenuestros, hasta ahí si que podía llegar. Glue comentó acerca de los hombres encorbatados y trajeados que subían a sus grandes coches de marca sin apenas dejar sitio para pasar, al cruzarse con ellos. Dieron una vuelta por el barrio porque la arquitectura era sobresaliente y eso demostraba un fuerte talento artístico, pero no tenía necesariamente nada que ver con los burgueses que las ocupaban. Las casas de los irlandeses estaban especialmente engalanadas para navidad porque nadie era más religioso que ellos, decían, y lo querían demostrar al aproximarse la navidad. Era en los paseos, Sammy lo recordaba de siempre, cuando Glue lo escuchaba con más atención, lo dejaba soltar todo lo que tuviera que decir, incluso lo que se le ocurriera en el momento, sin interrumpirlo. Se ponía en modo “stand by”, sin correcciones, sin añadir nada, sin contraindicaciones. Se sentaron en el banco de piedra delante de la iglesia para tomar aire antes de entrar y allí el le contó que hubo un tiempo en que su madre iba a misa con frecuencia, y que se había sentado en aquel banco alguna vez, esperando para llevarla a casa. Smithy Lablanque salió de la iglesia y se acercó para hablar con ellos, por algún motivo supo que se trataba de la cita concertada el día anterior. Es difícil saber cuando un cura te engaña, sus pensamientos están protegidos como se protegen las contraseñas. No hay síntomas ni señales que los delaten, porque incluso en el caso de que no tengan nada que ocultar sin sin mostrar emociones y con esa voz de no haber roto un plato en su vida. Sammy sabía como eran ese tipo de personas, había conocido algunas de ellas y no todos eran curas, claro está. No le hizo falta preguntar como iba la madre de Sammy con su vida, porque él voluntariamente le contó todo creyendo que él los ayudaría. La verdad era que no había sido idea suya y que su madre le sugirió que hablara con él porque ayudaba a mucha gente. Seguramente ayudaba a los más pobres que se acercaban a la parroquia dándoles un bocadillo alguna vez, pero por su silencio, no hizo falta mucho más, Sammy comprendió enseguida que no les iba a ayudar. Aquel cura que pasaba de los sesenta parecía demasiado apuesto y preocupado de su imagen para ser lo que se esperaba de él. El ridículo pelo, completamente blanco y peina hacia atrás como algunas estrellas de Hollywood lo hacían e los años cincuenta, le daba una aspecto que no deseaba pasar desapercibido, además estaba aquella piel tersa bajo la que se adivinaban las cremas antiarrugas, y para terminar, los dos enormes anillos de oro, uno con un cristo y otro con una virgen, todo muy adecuado. Posiblemente no había un ápice de grasa en su cuerpo, o así lo anunciaba aquella piel de buena calidad que sólo se daba en gente que cuidaba su alimentación hasta el extremo. Como todos los hombres, puesto en fila esperando un pelotón de fusilamiento, encorvado por el miedo, con la cabeza rapada y desnudo, parecería menos que un perro callejero, pero allí delante, perfectamente estirado y cambiando su ropa interior cada día, su aspecto era poderoso sin necesitar más que hablar en un hilo de voz de falsa compasión. Glue lo miraba como si estuviera viviendo una alucinación. No fue una conmoción cuando el cura de la forma más educada, pero sin dar una excusa, rechazó ayudar. Se limitó a decir que la iglesia no entraba en ese tipo de problemas. No tardaron más de un cuarto de hora en terminar la reunión. Para terminar el abrió un cajón y les dio un rosario pidiéndoles que se lo hicieran llegar a Ruhe, y a ellos les dio unos calendario con San Lorenzo pidiendo que le dieran la vuelta a la parrilla. La madre de Sammy ya no iba a esa iglesia, tenía otra más cerca de su casa. Años atrás, había sido chocante verla pasar delante de sus vecinos y no entrar con ellos en misa, para darse una caminata y acudir al sermón de Smithy. Tal vez se había tratado de un enamoramiento, los curas suelen ser hombres bastante coquetos, y con frecuencia algunas, y otros jovencitos, mujeres se enamoran de su pretendida espiritualidad, pero nunca lo confiesan. Si eso sucedió, ella supo mantener las distancias y nunca dio motivos para las habladurías, sin embargo, había que reconocer que era muy extraña y fatigosa, aquella conducta. Cuando volvía a casa, aún tenía tiempo de leer la biblia y hacerle algunas

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apreciaciones acerca del sermón del día a Sammy. Recitaba con fuerza en la voz y emoción disimulada, algunos pasajes de la traición de judas con frecuencia, que era la parte de la historia de Jesús que más le gustaba. “El nuevo testamento es la historia de una traición”, repetía, “todo lo que sucede es una preparación para ese momento”, matizaba con su alma de poeta. Por supuesto, Ruhe no podía adivinar cuánto molestaba a Sammy aquella conducta, y continuaba comentando acerca del cura y las conversaciones que tenía con él, hasta que conseguía que Sammy saliera de casa con la excusa de ver a algunos amigos con los que había quedado. Parecía como si los curas se pasaran la vida esperando los momentos de debilidad de la gente inocente, para meterles un rosario en la mano; lo que no podían sospechar era que después de la visita de Fachisti, había hablado con algunas vecinas de confianza y les había preguntado por la inclinación política de la señor Ruhe. Podía estar tranquilo, ella no era una comunista. Otra cosa, sin embargo, que no pudo aclarar fue por qué su hijo nunca la había acompañado a misa, y eso le hizo albergar muchas dudas acerca de él. Después de todo, las sospechas de Fachisti podían ser ciertas y que quería que aquella reunión se alargara más de lo necesario. Por algo de lo que el cura dijo, Sammy se dio cuenta de que había estado preguntando por su familia en el vecindario. En lo traidor que puede ser un cura era en lo único que podía pensar en esos momentos, en como habían vendido a muchos resistentes durante la guerra. Acudían a ellos pidiendo ayuda y protección, y los hacían hablar y hablar hasta que sabían donde se escondían, entonces se lo decían a las autoridades; ha pasado en muchas partes del mundo. Todo muy callado, muy discreto, sin que nadie lo supiera, en conversaciones a puerta cerrada. Pero del mismo modo que se sintió deprimido por la entrevista con el falso galán de alzacuello, en un minuto, Sammy se sintió eufórico cuando Glue le dijo que también quería ayudar y que tenía suficiente ahorrado para aportar lo que faltaba. -Ya has hecho suficiente. Creo que si mi tía se estira como espero, no hará falta más -le dijo con un tono de indudable agradecimiento. -¿Suficiente? ¿Tan pronto? -preguntó ella que no conocía las cuentas que él llevaba escritas en una simple hoja cuadriculada. Sabía que la cantidad no era tan preocupante después de todo, pero aún así su expresión de sincero compromiso invocaba que alguien le permitiera ser parte de aquella familia que acababa de conocer y le resultaba tan cercana. También tenía la esperanza de que Sammy estuviera siempre cerca de ella, y quería establecer los cánones de una nueva relación. -¡Por supuesto, lo hemos conseguido! -respondió mostrando su dentadura tan amplia como era en un gesto de satisfacción. De ninguna manera se le habría ocurrido pensar que pudiera ser de otra manera, pero no tan rápido -. Todo está aquí, en este papel. En realidad el cura era una excusa para poder decirle a mi madre que le había pedido ayuda, y porque ella quería que lo hiciéramos, pero desde el principio sabía que iba a decir que no. Creo que todo lo que ella quería era saber de él, y voy a tener que decirle que sigue siendo el mismo encantador de serpientes del pasado. Glue lo miró intrigada, pero no creía que las palabras de Sammy ocultaran nada grave. Tal vez aún le faltaba algo de dinero, pero él sabía como conseguirlo sin implicarla. Por supuesto, él siempre había intentado buscar lo mejor para todos, era de ese tipo de hombres que tiene su propia idea de como han de levar las cosas, sin dar demasiadas explicaciones. Era el momento de irse, Glue y él estaban a punto de abandonar la sacristía, donde habían sido atendidos. El cura hacía que había salido y cuando Glue se asomó detrás de los visillos para verlo, pudo comprobar hasta había llegado animándolos en la falsedad de sus palabras. Allí estaba, en el jardín exterior saludando a Fachisti y a sus tres amigos, “los guardianes de la moral”. Les señalaba hacia la ventana desde donde ella miraba. Llamó a Sammy y el profirió una terrible maldición que resonó en los cimientos del infierno, un súbito acento de instintiva rabia por no haber previsto aquella crueldad. Debían demostrar su ingenio y envitar enfrentarse a aquella fuerza bruta que no buscaba nada

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bueno. -Uno de ellos lleva gafas oscuras, tal vez para no ser reconocido, y otro se ha puesto guantes. Los de los guantes ya lo he visto antes en los guardias de seguridad de los centros comerciales, se los ponen cuando va a haber follón, pero con este frío cualquiera podría pensar que no es por eso -afirmó Sammy. -Podemos llamar a la policía -dijoGlue. -No. Prefiero que no. Tengo multas pendientes y casi prefiero vérmelas con éstos. Al principio creyó que Glue no estaba preparada para salir corriendo, pensó que no debería haberla metido en aquello, sin aclarar el peligro que corría, visto lo persistente que podía se Fachisti, pero lo cierto es que ni él mismo había imaginado que se lo encontraría allí. Vio la expresión de emoción frente al riesgo de Glue y comprendió que se sentía nerviosa pero viva a la vez, y que de alguna forma que nadie entendería, estaba disfrutando frente a aquel peligro. Los ojos dulces y castaños lo miraban con confianza, asegurando que de él dependía salir de aquel laberinto y que sólo él podía darle solución. -Los haré correr detrás de mi. No te preocupes. Espera a que desaparezcan, a la izquierda en la siguiente calle hay una parada de taxis. No te detengas hasta que estés dentro y vuelve a casa. Aquella mañana fue la más sofocante que recordaba en los últimos años. Sammy tuvo que saltar la verja de hierro con puntas de lanza, se le enganchó el abrigo y tuvo que deshacerse de él. Al actuar así, buscaba huir, pero también poner a prueba a sus perseguidores, porque conocía sus condiciones físicas que sabía que eran buenas, pero no las de ellos. Tanto de una forma emocional, como desde la más irreflexiva de sus decisiones, tener a aquellos tipos corriendo detrás era más peligroso de lo necesario, pero no podía hacer otra cosa, dejar de correr era el desastre. Entró en un centro comercial y ellos lo hicieron detrás. Él chocaba con algún cliente, pero ellos, al correr en grupo parecían dispuestos a chocar con todos, carritos y stand promocionales. Eso le proporcionó alguna ventaja. Uno de sus perseguidores se estampó contra una puerta de cristal y se levantó sangrando por la nariz. Glue le había dado las llaves y eso era un nuevo compromiso, aunque no una relación sentimental; así lo veía. Cuando consiguió despistar a los nazis, se dirigió a casa de Glue y en la puerta del portal miró la llave y la agitó mientras la miraba pensando que al menos aquello marcaba una nueva diferencia. Nadie conocía donde estaba, ni siquiera Smithy Lablanque y su tropa de fisgonas dispuestas a darle la más delicada información -Sammy había hecho un examen para entrar a estudiar en un taller profesional años atrás. Era un lugar dependiente de las subvenciones eclesiásticas. Le había salido relativamente bien, y cuando ya creyó tener su plaza le habían llamado diciendo que otro compromiso previo lo hacía imposible. Siempre creyó que los curas habían pedido informes en el vencindario- “Funcionan así”, se decía sentado en las escalera mientras cogía fuerzas para subir y acabar su carrera matutina. Su paradero era totalmente secreto, y ni su madre, a pesar de su contacto con Glue en el pasado, sabía donde vivía. Eran cómplices una vez más y Glue quiso celebrarlo. Era su forma de soltar la tensión de los últimos días, descongeló medio pollo en el microondas y lo puso al horno, después el se divirtió contando como resbalaban aquellos tipos en el suelo recién fregado del centro comercial y sobre todo, bebieron vino, una botella de vino siciliano que ella guardaba en una vitrina como quien guarda un santo en un altar. Se lo comieron todo, y lo acompañaron con puré de patata y tomates. Al acabar quedaron como en un estado de inconsciencia y se sentaron juntos en un sillón del que lo único que sobresalía eran sus dos panzas llenas a reventar. Fue entonces cuando observó que ella, de nuevo, lo miraba atentamente. -Quiero que te quedes -le dijo frotándose la frente con fatiga-. Quiero decir de forma indefinida. -Bueno, si eso es lo que quieres... Por fortuna no tengo otros planes, no he reservado nada en ninguna otra parte. No soy un gran tipo, pero me gusta dejar las cosas claras, no tengo a donde ir y me vendrá bien por un tiempo, después ya veremos.

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-No te quiero tener como un amuleto. A mi también me haces falta y estoy pensando en volver a trabajar. Me ha ofrecido algo en una galería de arte. -¿Algo? -preguntó sin convicción. -Tengo una amiga que expone en su galería los cuadros de artistas que aún no son reconocidos pero pueden llegar a serlo en cualquier momento. Toda una aventura. Necesita alguien que le ayude en el proceso, y eso quiere decir hacer de todo, desde abrir la puerta, hasta ayudar a los operarios a colgar los cuadros. Me gusta creer que sería una supervisora, tendría que ver que todo estuviera bien para cuando ella le dé el visto bueno. Pero, no creo que pueda decir que voy a cobrar una gran cantidad. Suficiente para una temporada. -Pero no te hace falta... -Sería una forma de ponerme de nuevo en marcha. Creo que busco un cambio, pero sólo lo creo. No estoy segura de nada, como siempre. -Mira Glue, de eso tenemos que hablar con más detenimiento. No quiero ser la causa que cambie tu vida. Tienes tus costumbres y tu comodidad. Fue en ese momento cuando Sammy se dio perfecta cuenta de Glue era tan delicada y vulnerable como una mariposa, pero lo que le resultó aún más revelador fue derivar en su propia inseguridad. Eso le hizo sentir incómodo consigo mismo y ella nada tenía que ver con esa incomodidad, al contrario, ella representaba la seguridad que echaba de menos y no pudo negar esa verdad que lo venía carcomiendo desde su vuelta; la necesitaba. No tuvo que esforzarse para aceptar la idea inicial de quedarse una temporada. Tanto si le gustaba como si no, ella iba siempre por delante. El juego del amor y de los afectos es un castillo de naipes, sobre todo en lo que concierne a la otra persona. Uno sabe cuando parar si nota que no le va bien, pero sigue adelante y a ciegas cuando se trata del amor ajeno. Tal vez no estaba siendo cuidadoso con eso y sabía que podía causarle un gran daño si la decepcionaba, por eso, una y otra vez le repetía, “es algo provisional, aún no sé qué voy a hacer con mi futuro”, y aceptaba la dulzura de sus besos de buenas noches. En la primera visita a su madre después de volver, tal vez ella creyó que volvería a la casa familiar y lo entendió por su mirada, pero no se sentía culpable por eso. No intentaba vengarse de ella por los años de infancia en los que no había sentido su afecto, ni en los años de adolescencia en los que su frialdad lo cubrió todo, no tenía nada que ver con eso. Ella siempre había sido una mujer valiente y capaz de enfrentarse a todo, pero los años no perdonan y ya no era así. Glue se dio cuenta enseguida en aquella entrevista pero tampoco quería perderlo. Después, sólo la llamó por teléfono para decirle que casi tenía solucionado el problema de la hipoteca, ni siquiera se molestó en una segunda visita. “Ya iré, estuvimos allí hace unos días”, le dio a Glue porque necesitaba excusarse. Estaba dolida con él, había perdido toda autoridad y él actuaba de forma inconsciente. Podía haberlo notado con sólo haberla mirado alguna vez a los ojos, de haberlo hecho todo hubiese sido un poco más complicado para tomar las decisiones a las que se enfrentaba. Con sólo seguir su instinto podía seguir llevando su vida de forma independiente, después de todo siempre había aspirado a serlo, pero su madre parecía haber envejecido de pronto y empezaba a sentir que no estaba siendo justo con ella. La primera novia que Sammy tuviera era una chica apenas un par de años más joven y con cara aniñada. Llegó a casa de su madre como cada día solía hacer al salir del instituto de bachillerato, sin avisar de que la chica lo acompañaba. La chica miraba a su madre con curiosidad y la señora Ruhe abrió los ojos como si tuviera delante al mismo demonio. Aquella tarde, Sammy tenía intención de enseñarle su habitación pero Ruhe no los dejó pasar de la cocina. Les hizo unos bocadillos y se portó como si sentiera la mujer más desafortunada del mundo. Les habló del pecado y las malas ideas que se le metían a los jóvenes en la cabeza. El padre Smithy Lablanque había hablado de eso en la iglesia y había reunido a un grupo de padres que tenían a hijos en edad adolescente para mostrarles los pasos a seguir en caso que se dieran situaciones como la que acababa de experimentar. Llevó a Sammy aparte y le dijo que no volviera a llevarle chicas a casa, que eso no era apropiado. Aquel

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chico barbilampiño y sin maldad se sintió tratado con tanta desconfianza que apenas podía creer que se tratara de su madre. Ella, ignorando su presencia, empezó a hablarle a la chica de lo bueno que era su hijo y que no deseaba que ninguna pelandusca se quedara preñada para “cazarlo”, Sammy no daba crédito a sus oídos. La madre siguió para indicar que no creía conveniente que tuviera novia tan joven, pero que enseguida se veía que ella era buena chica y que no pensaba eso de ella. En sus palabras los inducía a actuar de una determinada manera, y poco más o menos, sin ser demasiado explícita, le estaba indicando a la muchacha que no lo volviera a ver fuera de las horas de estudio, mucho menos que volviera a pasar por su casa. Esa fue una conducta repetida durante años, Ruhe no quería chicas en casa, se lo repitió muchas veces hasta que cumplió los dieciocho, edad a la que el chico empezó a llevar a sus amigas a su habitación a escondidas y aprovechando la hora de la tarde en la que su madre iba a la iglesia para la cataquesis. Ruhe nunca se extrañó de encontrar la cama deshecha en aquellas ocasiones y a veces, ni siquiera entraba en su habitación. A Glue nunca la había llevado a escondidas para pasar un par de horas retozando en su habitación de juventud e infancia, cubiertas aún las paredes de posters de chicas y grupos de pop, hubiese sido algo bastante extraño después de tantos años sin vivir allí, pero en ese momento en que se puso a pensar sobre las cosas que había hecho a escondidas en la casa de su madre, recordó también aquel regusto clandestino que parecía haber perdido para siempre. Coincidiendo con la vuelta al trabajo de Glue en la galería de arte, Sammy encontró que se sentía especialmente cómodo con su nueva vida y se pasaba el día leyendo y escuchando la radio. En una ocasión, aprovechando su ausencia, rebuscó entre sus prendas de ropa más habituales, también las íntimas. No buscaba nada en especial, ni hubo en ese comportamiento nada pervertido o excitante, se trató de pura curiosidad, de la necesidad de romper las normas y quebrantar la confianza que había puesto en él, si tenía que llegar hasta esos extremos; de hecho, ni siquiera estaba seguro de que a ella le pareciera mal demostrar semejante interés por sus cosas. Aquella travesura le hizo pensar en las relaciones personales de tantas parejas, y en cuantos hombres, formalmente casados lo habían hecho alguna vez con las ropas de sus mujeres, porque él, en su más personal forma de pensar, daba por hecho que las mujeres fisgoneaban en los bolsillos de sus maridos buscando, posiblemente, algún tipo de señal de sus infidelidades. No se sentía inquieto ni aburrido por pasar tantas horas en casa, pero no deseaba salir a la calle y encontrarse con Fachisti y sus amigos; ellos no sabían donde estaba y era mejor dejar que todo se tranquilizara y volvieran a sus vidas cotidianas, aquel hombre, en algún momento, tendría que olvidar su venganza y el pago por sentirse tan ultrajado, porque al fin y al cabo, no se trataba de otra cosa. Bebía vino de Oporto, comía galletas saladas y se inclinaba cobre la ventana cerrada para ver pasar a los paseantes que entraban en el parque justo enfrente del portal. Algunos días se los pasaba en pijama y con una bata larga que le llegaba a los tobillos, no se afeitaba y se quedaba dormido en su sillón como si se tratara de un perrito de compañía. Miraba los relojes de la casa y contrastaba las horas con su reloj de pulsera para ver que el tiempo no se había detenido, o que los relojes si lo había hecho y marcaban una hora falsa tendientes a confundirlo. A pesar de la generosidad mostrada por Glue, Sammy intentaba mantener su independencia provocando pequeñas discusiones sobre temas intrascendentes. Al menos, a sus ojos era una forma de mantenerse en un plano de igualdad porque, a su vez, tal y como lo entendía, el mero hecho de depender de ella y aceptar vivir en su casa lo hacía sentirse inferior, sumiso y extremadamente dependiente (como si se tratara de un minusválido). Glue le decía que no debía verlo así, que ya habían vivido juntos antes y que no era un intruso, pero no servía de nada. Intentó explicar sus motivos para no salir y haber seguido el resultado del pago de la hipoteca por teléfono, el mismo modo que empleaba para hablar con su madre. Le contó sus enfrentamientos con Fachisti de joven, y como todo había derivado en un odio que a aquel hombre, condenado a perder, le nacía de las vísceras. Ni siquiera se trataba de un problema político, aunque parecía que había sido investigado y que Fachisti conocía su pasado en las juventudes anarquistas, lo que no dejaba de ser

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un pretexto frente a sus amigos fascistas para que lo ayudaran a perseguirlo. “A la caza del comunista”, parecía ser su lema, si bien llamaban comunista a todo el que no reconocía su bandera. Cada persona resultaba un mundo insondable y con ella se sentía bastante a gusto, pero no dejaba de pensar en Claudia. Ella le cuenta que su día a ido bien, que los últimos días había conocido a algunos artistas que querían exponer en la galería y que había vendido uno de los cuadros que tenían en una sala en la que sólo estaban aquellos en propiedad de la firma, lo que era todo un logro. Mientras las cosas fueran así de bien, todos estarían contentos, y eso era mucho más de lo que ella había pensado antes de tener felizmente a Sammy de nuevo en su vida. “Me traes suerte, mi vida se ha llenado de proyectos”. Empezaba a tener el control de la galería, Betania, la dueña, confiaba en ella y tardaba en aparecer por allí durante días, y cuando lo hacía, solía ir acompañada de alguno de sus amigos artistas. Durante aquellos primeros días, Glue sintió la necesidad de presentarle a algunos de sus nuevos amigos. Después de pasar la navidad los dos solos y sin sobresaltos, es más, cenando sin apenas brindar y acostándose temprano, ella le descubrió que había planeado celebrar una fiesta en año nuevo y que invitaría a algunos chicos de la galería, y también estaría Betania, por supuesto. Procuró no ser demasiado espontánea en su forma de expresarse, pero no había pensado en la posibilidad de que a él no le agradara la idea, ni si quiera lo había considerado. Le restó importancia al hecho de recuperar aquel sentido alocado de la vida que él conocía de otro tiempo, incluso, de pronto, las arrugas de sus ojos desaparecieron y a Sammy le pareció que se había quitado cinco o diez años de encima. Recordó que quizás, ya con anterioridad, había vivido situaciones similares, y aborrecía que ella intentara poner nervio y pasión en sus vidas, pero las cosas habían cambiado y si quería considerarse un invitado, debía ser así para todo. Decisiones tan elementales como lo que les apetecía comer o si quería que le comprara cervezas para la cena, eran compartidas con tono amable. Glue ponía una gran naturalidad en hacerlo, sobre todo porque sabía que no era un hombre al que le gustara despilfarrar ni aprovecharse de la situación. Pero aquellas fiestas que en otro tiempo se le hacían más llevaderas, resultaban en su nueva situación, un anuncio apenas tolerable, así eran las cosas. Ser el invitado de piedra cuando ella le demostraba tanta dedicación y ternura no resultaba nada fácil, y se llenaba de razones para aceptar ser tan sumiso, lo que no hacía más que exacerbar su imaginación acerca de a dónde iba a parar y cuales eran sus más ocultas pretensiones. 4 La sombra paga mañana Todo estuvo demasiado tranquilo antes del fin de año, pero se notaba la tensión. No hablaban mucho, pero si lo hacían, resultaba forzado. Ella lo había notado, él no estaría cómodo y así sucedió. Intentó bajar la presión de la fiesta orientándola a la música melódica, a algo más refinado que descolocado, al fin y al cabo eran los dos únicos tipos de fiesta que conocía. Poco alcohol (si eso era posible), música baja y mucho de charlas y conocerse. “¿No vamos a bailar?” Preguntó Betania, y Glue le explicó que tenía un vecino un poco protestón y que mejor se iban después a la discoteca. Había pequeños bocadillos de paté y queso, y todo tipo de galletas y bombones, lo necesario para que la noche se hiciera más corta. Durante aquellos primeros momentos, Sammy intentó sentirse distendido, comió algo y bebió cerveza, probó a escuchar a un tipo que le hablaba del poder de los sueños en la vida real, pero en cuanto comprendió que el tema parecía no tener fin, se distrajo mirando a una pareja que habían empezado a besarse como si no hubiera un mañana. Ya no

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escuchaba, los labios de aquel hombre se movían a una velocidad inusitada, pero no escuchaba una palabra de lo que decía. Aquel comportamiento era propio de dos adolescentes, pero el tipo era un artista maduro y la muchacha podía ser su hija, ni siquiera parecía que hubiese terminado sus estudios. De nuevo la diferencia de edad se hacía presente a su alrededor y eso le hizo pensar en Glue, ¿dónde se había metido? Miró a su alrededor con preocupación, incluso se permitió interrumpir al orador para preguntarle si la había visto, y como sólo obtuvo una mirada de interrogación y los hombros encogidos sobre su cuello por toda respuesta, se alejó y dio unos pasos en dirección a la habitación contigua. Allí el humo era denso y todo se reducía a dos parejas que se abrazaban de forma romántica, una de las mujeres era Betania. Intentaba prestar atención a todo lo que sucedía a su alrededor pero la seguía buscando, entonces se dio cuenta de alguien había salido al balcón, era otra pareja, la chica se dio la vuelta y golpeaba el cristal para que le abrieran y la dejaran entrar, estaba tiritando. No se trataba de Glue, dio media vuelta y la vio salir del cuarto de baño, estirándose la falda e intentando no caerse sobre los enormes tacones de sus zapatos nuevos. Ella no solía andar en tacones, por eso Sammy pensó que debía tratarse de una forma de parecerse a aquellos nuevos amigos de la galería de arte, o que en otro tiempo los había usado haciendo equilibrios magníficos e intentaba ser de nuevo, aquella chica que una vez había sido -sin tener en cuenta, claro está, que había engordado diez kilos y tenía diez años más. Porque suele pasar que en nuestra mente seguimos siendo como éramos años atrás y vivimos inconscientes de nuestra edad real, y eso nos da el ánimo necesario para vivir-. A Sammy, mientras la buscaba, no se le ocurrió que ella estuviera esperando el momento para “asaltarlo”. No fue buena idea buscarla y lo entendió en cuanto vio sus ojos brillando como si se hubiese vaciado una botella de bourbon o alguna otra cosa, intentaba mantener el equilibrio y estaba claro que entraba en crisis. Tenía las emociones a flor de piel, levantó los brazos y se arrojó sobre él para intentar bailar como bailan los enamorados. Posiblemente habían bailado así muchas veces antes, ella pegaba su cuerpo sobre el de él intentando introducirse en su pecho, y él la sostenía. Antes de que pudiera darse cuenta, ella había puesto su cabeza sobre su hombro y sollozaba, él la abrazó con más fuerza y la condujo hasta una de las habitaciones donde la echó sobre la cama y la dejó dormir. Tranquilizó a todos y Betania le ayudó a quitarle los zapatos, ponerle una manta por encima y hacer café. Algún tiempo después, la fiesta había decaído tanto que los invitados empezaron a marcharse para recibir el año en la calle, en el centro de la ciudad, con orquesta y confeti. -Es hora de irse. Cuidala mucho -acertó a decir Betania-. Creo que debería quedarse unos días en la cama. Obviamente lo que ha pillado es una gripe. Aquel era el tipo de diagnóstico que se le daba a las chicas cuando parecían deprimidas, nada emocional, por supuesto. Había aspirinas en algún cajón, pero a Sammy no le parecía que necesitara eso para recobrarse. Todo iba encajando, se normalizaba una relación que parecía ir más allá de una simple amistad. Sammy lo iba comprendiendo, no era que huyera de un encuentro fortuito con los fascistas, era que ella disfrutaba teniéndolo en casa, el mito de la jaula de oro. El comportamiento de ella durante aquellos días desde su llegada, las miradas, los besos, la condescendencia, acompañarlo, ayudarlo, al fin, mimarlo era lo que hacía, todo era parte de una obsesión, y él, al fin, lo iba entendiendo. La conocía, no iba a abandonar, siempre conseguía lo que quería, pero, a su favor, estaba el pasado, ya lo habían intentado y no había funcionado. Tal vez algo inestable se movía en su interior, una tormenta de emociones, que, sin embargo, no impedía que lo tratara con respeto. Se lo consultaba todo, y hasta cuando organizó la fiesta de año nuevo, lo hizo pensando en él, para animarlo en aquel inútil cautiverio. La atracción había vuelto y estaba al descubierto. ¿Era la hora de poner las cartas boza arriba? Sammy consideró que eso no ayudaría y evadió, cada vez, dar respuesta a las preguntas más comprometidas. Su respuesta era siempre la misma, “acabo de reiniciar mi vida aquí, necesito tiempo

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para entender lo que quiero”. Algunas noches, después de cenar se sentaban a hacer que veían la tele y charlaban o leían. Ella se empeñaba en contarle cosas de aquellos años perdidos, del tiempo que no estuviera y no lo había podido ver. Habían seguido unidos en cierto modo, se hablaban por teléfono y mantenían el contacto, pero todo había sido sórdido y distante. Ella parecía querer normalizar aquel tiempo de soledad y convencerlo de que no había habido nadie especial, que todas sus actividades habían sido tediosas y sin vida porque lo echaba de menos. Aún no había pasado tanto tiempo desde su vuelta, y todas aquellas historias parecían encaminadas a recuperar el tiempo perdido; Glue estaba obsesionada y él lo notaba, y aunque hacía todo lo posible por controlarse y no agobiarlo, no lo conseguía. No había sexo, pero ella parecía sentirlo tan cerca que lo comprometía. Era extraño, ninguna mujer hacía eso. Ninguna mujer que él hubiese conocido, le había hecho sentir un compromiso sin haber sexo por medio. Un día, ella quiso saber si había tenido alguna mujer en el extranjero, si se había relacionado y empezado algo que deseara retomar en algún momento. Puso tanta atención en esa pregunta y esperó la respuesta con tanta avidez que él se asustó. Lo miraba sin parpadear y se hizo un largo silencio, tal vez porque Sammy no consideraba necesario contarle cosas tan personales. No se trataba de corresponder a su entrega, porque cuando ella expusiera su parte acerca de como había vivido durante su separación, él no le había pedido que lo hiciera, es más, se había sentido incómodo escuchando sus íntimas confesiones. Respondió que no había conocido a nadie especial, pero de cualquier forma, aquellas veladas de sillón y conversación sirvieron para aproximación, después de todo el pasaba muchas horas sin hablar con nadie y, sólo por eso, ya era de agradecer. Todo cambió con el año nuevo y al terminar las fiestas. Pasó una etapa sumido en sus más profundos pensamientos y creyó que la casa se le venía encima, así que empezó a hacer salidas y paseos por la calle, dispuesto a vender cara su vida y golpear a Fachisti donde más le doliera, llegado el caso. ¡Qué cobarde he sido! Pensaba, sin comprender que había sido parte de la manipulación de Glue que lo encerraba en su comodidad. Legaron algunos panfletos publicitarios de un nuevo centro comercial con cafeterías y restaurantes que dejaron en el buzón. Las subió y se encerró en su habitación para analizar el contenido. Lo que lo atrajo de aquella publicidad fue la posibilidad de un trabajo. De hecho se trataba de una monstruosa construcción con tiendas de todo tipo, desde telefonía hasta joyerías. Se decidió a visitar el sitio que iba abriendo locales y otros en construcción esperaban su momento. Allí hacía calorcito y había música agradable, las alfombras del pasillo principal eran nuevas y mullidas, y los cuadros de las paredes tenían una luz que los alumbraba rebajando el valor absoluto de la luz fluorescente del pasillo. Le dejó su solicitud acompañada de un curriculum en todas las tiendas y se amparaba en su experiencia profesional en el extranjero. Sus oportunidades crecían a cada paso porque el lugar era enorme y detrás de cada curva y en cada nuevo piso, aparecían nuevas tiendas y cafeterías. Entre los curiosos y los clientes potenciales, descubrió a otros como él en busca de trabajo. Eran chicos jóvenes y muchas chicas también para las boutiques. En un restaurante italiano le atendió un tipo que respiraba bastante mal y concretó una entrevista para unos días después. En poco tiempo todo el mundo empezaría a conocer que el centro iba a abrir sus puertas y los más lentos en reaccionar, como él mismo, acudirían para encontrar algún puesto entre los restos de puestos aún no cubiertos o aquellos que eran abandonados demasiado pronto. Aún estaba medio dormido una mañana en la que, de forma inconsciente dirigió sus pasos hacia la calle en la que vivía Adelaida, su amiga postal. Tal vez tampoco fue premeditado pasar por allí, justo a la hora en la que ella salía para su trabajo. Era la peor hora del día para un encuentro tan poco fortuito. No le había escrito desde su llegada, no habían tenido contacto, y si ella le había mandado alguna carta debía estar perdida en algún buzón en Alemania, porque no sabía que ya no vivía allí ni conocía su nueva dirección, tan cerca de su casa. La vio pasar después de mucho demorarse, en

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dirección a la parada del autobús del colegio en el que era profesora, cargada de libros, con gafas grandes y negras, con un peinado nuevo -recientemente se había cortado el pelo y se había teñido de rubia-, le pareció que no era tan alta de como la recordaba, pero a pesar de los rasgos más duros de su cara cuadrada, era una chica joven y preciosa. -No puede ser. Tiene que haber una explicación -dijo en un susurro de increible sorpresa cuando Sammy se paró delante de ella. -Cuando yo no estoy seguro de la realidad, tiendo a tocarla. Tócame y verás que soy yo -dijo él. Ella le dio un abrazo, pero intentó ser comedida, eran buenos amigos, pero no habían pasado de esa fase. Habrían podido hacer una montañita con sus cartas, una especie de obra de arte dedicada a los que aún escribían a mano y utilizaban el servicio de correos. Al menos en eso estaban de acuerdo, escribir a mano no estaba pasado de moda. -Pero tú..., ¿no estabas en Berlín? -exclamó sin poder ocultar su excitación después de haberlo tocado y comprobar que era el mismo tipo huesudo de siempre y que los sueños no creaban imágenes tan sólidas. -Claro que estaba allí, pero surgieron algunas complicaciones con la casa de mi madre y creí que era una buena excusa para volver. Tal vez, Sammy estaba a punto de coger un catarro, no se había afeitado, no era demasiado cuidadoso consigo mismo, no se abrigaba lo suficiente, ni temía la lluvia ni pensaba que su calzado no era el adecuado para aquellos días infames. Acaba de surgir de la niebla como un fantasma pero tosía con la fuerza de un humano. Ella pensó que o había dormido en la calle o llevaba horas dando vueltas por la ciudad, y la realidad se acercaba más a la segunda hipótesis. Sammy llevaba mucho tiempo dando vueltas alrededor de la casa de Adelaida esperando el momento de encontrarse con ella. Sammy se había hecho con un teléfono y como Adelaida llevaba prisa quedaron en llamarse. Mantenía en secreto su adquisición y sólo lo encendía para hacer alguna llamada. En los días siguientes, la chica volvió a saber de él. Adelaida le gustaba, lo atraía, pero también se sentía en deuda con Glue y eso lo frenaba todo. Necesitaba repensar su vida y todo lo que lo había llevado hasta allí. A veces tenía la impresión de que las cosas que hacía no eran propias de él y guardarle ese secreto a Glue era tanto como admitir que ella nunca volvería a confiar en él si conociera a Adelaida. Glue empezó a sospechar que algo andaba mal cuando lo encontraba más animado de lo habitual. Esperaba llegar a casa de la galería y responder a sus rabietas, a su desesperación por no salir de casa, y darle todo el consuelo que él necesitara, pero no era así, él estaba cómodo por primera vez en aquella situación, como si se tratara de un puente para nuevos planes y eso la inquietó. Recapitular era un asunto que se le daba bien, pasaba horas pensando en lo que había sido su vida, sus aciertos y sus errores -los errores tenían un apartado especial y obsesivo, cuando uno de sus errores se convertía en un recuerdo recurrente, le reconcomía y se frotaba las manos con ansiedad hasta sacarse la piel-. En su pasado, de nada estaba tan seguro como de esto, lo mejor que le había pasado había sido conocer a Glue, sin embargo, y eso también formaba parte del total, en aquel momento se encontraba tan distraído que no podía decir ni saber, qué era lo que quería ni esperaba para los siguientes años de su vida. El tiempo que trabajara en Berlín había aprendido a cocinar además de poner cafés en la terraza de un hotel, pero sobre todo, aquella pereza infantil de otro tiempo se ha había quitado en París, donde su trabajo se había limitado a lavar platos. Creer que estaba listo para enfrentarse a un nuevo desafío no tenía nada que ver con su necesidad de aprovechar el tiempo, ni con que en diez años ya no tendría la misma energía, pero, tal vez necesitaba probarse que algo había aprendido en su perfil profesional, en su capacidad de trabajar muchas horas sin descansar y ganarse la confianza de sus compañeros y de su jefe, entrar de nuevo en el juego y sentirse de nuevo capaz; eso era después de todo. “He trabajado en la restauración en el extranjero”, eso fue lo primero que dijo en su entrevista de

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trabajo, y justo antes de empezar a echarse lisonjas sobre lo contentos que habían estado sus jefes con él siempre, lo que no era cierto, porque había tenido jefes tan egocéntricos que lo único que había aprendido de ellos era a soterrar la manía que les tenía y que no pudieran notarlo. Era un trabajador agradecido y se puso a prueba un par de semanas sin cobrar más que el desayuno. No sirvió de nada, la tercera semana estaba en la calle. No le contó nada de todo eso a Glue, y como trabajaba a las horas que ella no estaba en casa, se contentó con decirle que había superado sus miedos y que había empezado a salir de casa. Tampoco le contó que le había tirado el la salsa carbonara por encima a un cliente y que le había dejado la camisa echa un asco. Se había tratado de un lamentable accidente, pero le costó el puesto. En aquella ocasión se había empeñado en demostrar que era capaz de llevar cuatro platos a la vez desde la cocina hasta las mesas, utilizando tan sólo sus manos y sus antebrazos. Fue totalmente innecesario porque no había mucha gente esperando y la falta de actividad de los últimos dos meses le hizo perder práctica y tambalearse como un marinero. Por su parte, Glue seguía esforzándose por poner en marcha aquella galería de arte obsoleta. Pronto corrió la voz de que había una nueva dirección, lo que no era verdad, porque la dirección siempre había sido la misma, la de su dueña, Betania. Aquel edificio tenía más de cien años y la galería poco menos, porque ya había pertenecido a su familia cuando ella era una niña. El cambio operado al contratar a Glue no le había supuesto un especial esfuerzo, ni deseaba un vuelco en la situación de ventas o curiosos que se acercaban a ver lo cuadros sólo por dar un paseo. Algunos pensaron que Glue intentaba modernizar la sala, pero que Betania desde el principio le había puesto en calro que no deseaba cambiar el estilo “antiguo” de la misma. “Quiero que mis amigos la sigan reconociendo y se sientan cómodos en ella”, había dicho. A Glue le empezó a quedar claro que nada iba a ser como había imaginado, un par de meses después de tener las llaves y abrir todos los días. La llenó de asombró la cordialidad con la que la trataba Betania a pesar de desechar cada nueva idea que le proponía. ¿Tendría que acostumbrarse a ser un simple florero? La misma semana en la que empezó a sentirse derrotada por cada negativa de Betania a cambiar algunas cosas de sitio, empezó a sospechar que las cosas con Sammy tampoco iban bien. Llegaba un poco antes a casa y en ocasiones él aún no había llegado -ella sabía que empezaba a salir, pero le costaba volver a casa, eso también estaba claro-, y en ocasiones, cuando coincidían para la cena, el se iba inmediatamente para la cama con la excusa de que estaba cansado. Su vida dejó de ser de aquel gratificante tedio del principio y todo la inquietaba, no podía soportar la idea de volver a estar sola. La deprimía saber que la vida era tan inestable, y en el caso de la gente tan vulnerable y solitaria, la vida se convertía en una hija de puta poco fiable, por así decirlo. Aquello la devolvía a la realidad y la hacía sopesar la idea de que Sammy pudiera estar planeando vivir solo, y fue entonces cuando descubrió que estaba buscando trabajo. Se obsesionó con la idea de que aquello empezaba a “desinflarse” y que si él tomaba la decisión de irse, todo se aceleraría y lo haría tan rápido que apenas le daría tiempo parpadear. Al final resultó que Sammy no había sido despedido por derrochar la salsa carbonara sobre un cliente, el propietario italiano expresándose batiendo sus brazos como molinos intentó hacerle comprender que necesitaba a alguien más rápido y menos intelectual. No hacía falta pensar tan to para hacer aquel trabajo, fue la conclusión. Los trabajos en los que no se superan los primeros quince días de prueba le hacían sentir estafado. Diez años antes se aceptaba a cualquiera para ese tipo de empleos, te daban un mandilón y te ponías a trabajar; a veces sin contrato. Pero todo iba cambiando, nadie estaba dispuesto a tener un empleado que no le gustara y con el que sabía que o no iba a congeniar. Sin embargo, Sammy no le quiso replicar, aceptó una pequeña compensación por el tiempo que había durado su nueva aventura y empezó a creer en serio eso que dicen de los italianos, que son incapaces de tomarse nada en serio si hay otros por medio. Imposible entenderlo, sobre todo, porque él no deseaba ser su socio, sólo su empleado. Dado el carácter inconformista anarquista de Sammy, cualquier relación con sus patronos debía ser exquisita, no quería poner como excusa su

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forma política de pensar, o la idea de un mundo más justo, para parecer un descontento protestón de los que en realidad ponían de manifiesto su pereza (o eso es lo que ellos dirían en tal situación). No quería que se le notara lo que pensaba de la falta de empatía de sus superiores cuando hacía falta ayuda extra, o lo que esas actitudes de “trabaja que para eso cobras”, y lo que ese tipo de cosas provocaba en su mente y las alucinaciones y terribles pensamientos que le hacían crear. No, no podía contar nada de todo aquello a Glue, ¿qué necesidad había? Si lo hiciera, todo se complicaría. Aún así, ella notaba que empezaba a perder la inicial influencia de los primeros días. Lo condicionara todo al convencerlo para que siguieran en su estrecha relación, esperando avanzar en ella. Al principio creyó que lo conseguiría, había creído que encontrar el trabajo en la galería era todo un éxito, las fiestas, volver pronto para casa y sentarse a charlas hasta la media noche, todo lo hacía por él y lo orientaba a un tiempo mejor que estaba por llegar. De ese modo, actuando de forma de rígida y calculada, le había limitado su capacidad de decisión por un tiempo, pero no podía saber que él no había dejado de pensar en Adelaida. Sin duda, el juego de Glue no era abierto, pero él tampoco había puesto todo en claro. En aquel punto, no podía culparlo por haber aceptado su hospitalidad, dando por supuesto que él no imaginaba los planes que tenía para ellos. Por más que intentara poner en evidencia lo que le importaba y hacerlo leer entre lineas, él seguía con la cabeza en otra parte, y eso sí que era cada día que pasaba, un poco más evidente. En todo caso, la conciencia de los dos parecía haber quedado a resguardo, no tanto los sentimientos. Glue estaba tan convencida de que había otra persona que cayó enferma. Tal vez no se trató más que de una simple gripe, pero la tumbó con fiebres altas y depresión. Durante aquel tiempo, Sammy se dedicó a cuidarla y olvidó a Adelaida hasta el punto de perder su número de teléfono. Fue una buena ocasión para reencontrarse y hablar de como iba pasando todo y como habían llegado hasta allí, según Glue “con su amistad indestructible”, y dicho en esos términos no parecía del agrado de Sammy. No parecía fácil que volvieran a ser pareja algún día. Él no recordaba haberla deseado desde que empezara a trabajar en la galería de arte, y creía que era debido a que al no verla pasear por la casa en ropa íntima se le hacía todo un poco más fácil. Incluso el mero hecho de salir temprano de casa, mientras él aún dormía, y no cruzarse con ella a primera hora oliendo a perfume y sin sujetador, había adormecido la atención y tensión de los primeros días. Ya no se lo diría, pero no hacía tanto, ver su ropa interior sobre la cama le causaba una gran turbación. No podría hacer que ella comprendiese que quería iniciar algo con Adelaida, a pesar de todo ese deseo reprimido sobre su persona. Y si ella lo hubiese sabido, si hubiera notado todo esa atracción adolescente, la habría llenado de orgullo, y se habría sentido poderosa, a pesar de todo. Pero eso había sido al principio y todo había cambiado.

5 El truco de los especialistas Cuando la gripe remitió y Glue volvió al trabajo, Sammy empezó desear de nuevo ver a Adelaida. La influencia de Glue no podía hacerle olvidar aquella imagen inocente con los libros en la mano, la profesora dispuesta a un nuevo día de clase totalmente entregada a su vocación. No estaba seguro de merecerla, era como una figura religiosa en su pedestal que lo hacía sentirse sucio y atrevido por sus pensamientos. De este modo, analizando sus posibilidades, lo poco que se conocía y cualquier

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relación pasada que pudiera vincularlos, procurando no ser demasiado exigente consigo mismo, llegaba una y otro vez a pensar que ella lo miraba con afecto piadoso, pero que tendría otros planes. No sólo se trataba de parecer ocurrente, de creer que podía impresionarla en un rito verbal lo más parecido a la danza animal de algunas aves en periodo de celo, si de eso dependiera, estaba seguro de podría hacer algunas piruetas más o menos fantásticas para atraer su atención. Pero no, en aquel caso, sabía que la inteligencia debía trascender y que ella acabaría aceptando a algún colega profesor al que le hacía ojitos y le hablaba directamente de los planes y proyectos en común, que le ofrecería seguridad y le adornaría la idea de una vida familiar alcanzable. Frente a eso, sus artificios de masculinidad quedaban muy relegados. Sin duda, Glue hubiese intentado interferir de algún modo poco discreto si hubiese sabido que él se disponía para un nuevo encuentro frente a la casa de Adelaida. No deseaba perjudicarlo, pero para ella había tanto en juego, que hubiera intentado encerrarlo en casa, y si no lo conseguía, lo hubiese seguido y se hubiese interpuesto entre ellos pidiéndole que se la presentara para poder juzgar por si misma la naturaleza de aquello a lo que se enfrentaba, para que él pudiese tener una noción real de su traición (si es que había traición en ello), y sobre todo, intentar hacer recapacitar a su rival y hacerla consciente de que estaba rompiéndole el corazón a otra persona. Lo de romperle el corazón a una tercera persona, puede suceder cuando una chica se dedica a jugar con un hombre al que en realidad no quiere para si. En esos casos, se rompen relaciones, se provocan peleas o se elevan depresiones que de otro modo se hubieran evitado. Pero es tan fácil para una chica guapa jugar con el hombre de otra mujer. Y Glue estaba siendo muy posesiva, porque Sammy no le era nada, nada absolutamente. Ella lo hacía suyo, pero lo cierto en ese caso había sido que él había dejado claro que lo pasado se había quedado en el pasado y que su amistad no debía confundirse con otra cosa. Un día volvía a esperar a Adelaida frente a su casa y desde entonces, la vio en varias ocasiones, tenía de nuevo su número de teléfono, que esta vez memorizó. Comprendió entonces que su separación no se debía a motivos de necesidad, si no a que sobre el amor, cuando uno cree que todo es de una manera, o al menos que puede llegar a ser como piensa, mientras no haya cama, no hay nada decidido, y aún así, a veces dura poco. Como una revelación, vio en el futuro, se vio a si mismo y Adelaida no estaba. No fue un buen día, estaba deprimida, cansado y algo decepcionado porque nada avanzaba y pasaban los meses. Desde su vuelta, nada se había movido, seguía en el punto de partida. Ni siquiera veía a su madre con frecuencia, y en las fiestas navideñas, tan sólo la había visitado un par de veces y eso porque Glue le había pedido que lo hiciera. Dentro de él empezaba a sonar un aviso que lo alarmaba y le decía, ponte en marcha, no está haciendo nada para solucionar tu vida, el amor no es tan importante. Lo entendía perfectamente, pero no podía eludir la llamada interior que lo hacía desear pasar un rato cada tarde con Adelaida. Pero si Adelaida aceptaba aquel juego inocente, en realidad no era que pensara en él de una forma tan comprometida, y se lo empezaba a notar. Se trataba de una forma de piedad, o si se prefiere, una malentendida amabilidad. Lo notaba, sabía que no tenía ninguna posibilidad con ella, y aún así la seguía llamando, poniendo a prueba su paciencia. Una de esas tardes, en un café del centro, después de que Adelaida terminara sus clases, hablaban de la posibilidad de un cambio de gobierno, porque los recortes a los funcionarios empezaban a ser muy duros. Era una conversación muy normal entre dos amigos, la cafetería estaba llena y habían conseguido una mesa retirada. La gente entraba y salía apretándose los unos con los otros, sacándose los abrigos y guardando sus paraguas, cuando en medio de aquella masa viva de hombros y cabezas, Sammy reconoció los ojos de Soyoku que lo tenían calvado con expresión torva, frotando la cara sobe una sonrisa maliciosa y guiñándole un ojo al cruzarse sus miradas. Sólo hubiese tenido que dar unos pasos para plantarse delante de él y saludarlo, pero no lo hizo, dio media vuelta y saliendo, dejando a Sammy lleno de dudas y con un mal presentimiento, ¿habría salido disparado a contarle a Glue lo que acababa de ver? A pesar de no tener muy buena opinión de él, estaba tan a

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gusto interrogando a Adelaida sobre su futuro, que permitió que una forma de bondad se adhiriera a él interviniendo entre aquellos malos pensamientos y nuevamente se distrajo totalmente sumergido en su conversación. Totalmente libre de aquellas malas ideas, su conversación se alargó más de lo previsto y cuando volvió a casa, era ya muy tarde. Debido a que ya no albergaba esperanza alguna de llegar a nada serio con Adelaida, tampoco podía sentir, como antes lo había sentido, que estaba (aún sin desearlo ni entenderlo) traicionando a Glue. No le costo mucho, a través de las ideas que Adelaida sacaba en sus conversaciones, hacerse una idea del tipo de hombre que le gustaba y que quería para construir su vida futura, esa vida futura tan burguesa y estable que deseaba. Al volver a la casa de Glue, vio la luz en la ventana y comprendió que ella ya estaba en casa. Le parecía que era una de sus aspiraciones en el pasado, llegar a casa y no encontrarla vacía, con señales de vida desde la calle. Ese era el motivo por el que a veces se distraía viendo chimeneas echando humo, la ropa a orear en primavera, o las luces de las ventanas exhibiendo las escenas del interior en plena noche. Glue le dijo que Soyoku lo había llamado y que quería verlo; no añadió nada más. Se volvió hacia ella para decirle que lo llamaría y observar su expresión; su rostro no se movió. Era un poco extraño y no quiso que lo pareciera, sólo observó que posiblemente quería charlar, pero que no hablarían de ella a sus espaldas. “¡A saber lo que te diría de mi!” Dijo Glue. Después, le recordó que iban a abrir un centro comercial y que era una buena ocasión para dejarles los curriculums, a lo que él le contestó que ya lo había hecho. Intentó predecirle el futuro, cuando afirmó que era un hombre con suerte y que no tendría problemas, y que no necesitaría volver a salir al extranjero. Un minuto después, él quiso contarle sobre su peripecia en él restaurante Italiano. Ignoraba de donde había salido semejante idea, y tuvo que morderse la lengua para no llegar a aquel grado de sinceridad que lo que pondría de manifiesto era, que lo había estado ocultando durante semanas. Ni siquiera mencionó que había pasado tiempo suficiente desde que enviara los curriculums que ya no contaba con que le respondieran, al menos esa vez y en aquel lugar. A pesar de todo lo que habían pasado juntos, de lo mucho que se apreciaban y de que no había expectativa real de que Sammy pudiese renunciar a su ayuda, una grite de silencio empezaba a abrirse entre ellos, y a manifestarse en sus conversaciones. No podía ser de otra manera, estaban en esa fase de que o daban el paso siguiente o sus conversaciones se enquistarían en lo que no debía ser dicho, no porque Sammy no tuviera la imaginación necesaria para poder manejarse entre temas superficiales con absoluta apariencia de normalidad, sino porque en su situación esas conversaciones se iban a prolongar tanto en el tiempo que se le haría insufrible su propio proceder. Un aburrimiento inquietante empezaba a invadirlo cuando se levantó y se aflojó el pantalón para empezar el ritual de irse para la cama. El proceder dentro de la normalidad lo dejaba al borde de la rutina del sueño sin un gramo de remordimiento por su insinceridad, si bien, eso debemos reconocérselo, había empezado a pensar que estaba llegado el momento de aclarar algunas cosas con Glue, aunque sabía que eso podía partirle el corazón. -Soyoku no me parece tan mal tipo después de todo -dijo Sammy-. Te tiene en un pedestal. No sé que fuerza tienes para retener a los hombres de tus vidas pasadas, en tu vida presente. -No es eso. Hubo algún amor de juventud que salió huyendo. -¿Sabes Glue? Nunca podré agradecerte lo suficiente todo lo que haces por mi. A veces presiento que no estoy siendo justo contigo. -No te entiendo. Somos amigos. De alguna forma, estamos muy unidos y confío en ti. -A eso me refiero. Me siento desbordado al no poder corresponder como tu esperas. Todo lo que haces por mi me excede. -Olvidalo, ya hemos hablado de esto antes. No te he pedido nada. Posiblemente se me nota que aún siento algo por lo nuestro, pero el amor no se mendiga -respondió ella cogiéndose el brazo derecho con la mano izquierda, tan fuerte que casi se hace daño. -¿Por qué no puedes aceptar que me sienta en deuda contigo?

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-Tu pones mucho en la vida de esta vieja solitaria, ¿y aún quieres sentirte agradecido? Lo tuyo no tiene perdón. Sammy la miró fijamente y durante un momento la recordó como había sido en sus mejores tiempos, exuberante, espontanea, decidida, capaz de atraerlo con su voz con sólo pedírselo. Y como si no viniese a cuento le dijo que había sido una gran amante, que no había sentido a ninguna mujer como a ella, y sonó como un final. Habría prescindido de todo contacto físico, pero ella se levantó y lo besó antes de irse a la cama. “Cariño, no hace falta que te sientas en deuda, esto lo hago por mi. Me voy a dormir”. Y sin más desapareció tras la puerta de su habitación, dejándola entornada para que él pudiera ver como se desnudaba. Sammy se encontraba débil, capaz de coger todas las gripes y todos los catarros. Se fatigaba al subir escaleras y sus músculos se habían vuelto fláccidos y sin el nervio necesario para una vida activa. Lo achacaba a sus situación, a la necesidad de comer poco para no seguir cogiendo peso, a la falta de ejercicio y, sobre todo, a la ausencia de los beneficios para la salud de un trabajo que lo mantuviera ocupado. Se recuperó levemente cuando decidió hacer ejercicios físicos cada día al levantarse, y se tumbaba boca abajo levantando su cuerpo apoyado en la punta de los pies, tan sólo con sus brazos, una y otra vez, hasta que ya no podía y caía derrumbado sobre la alfombra. Después salía a caminar con paso decidido y sólo dejaba de hacerlo si la lluvia era intensa, o si en la televisión anunciaban algún temporal del profundo invierno en el enero que estaba a punto de finalizar. Eso fue antes de que renunciara a dejar de ver a Adelaida, y justo después de su conversación con Soyoku, porque fue Soyoku con sus simpleza y exposición directa de lo que estaba bien y lo que no, lo que le hizo comprender que aunque él tuviera derecho a aspirar a tener su propia vida, si eso le iba a causar dolor a Glue, tendría que ser cuidadoso o renunciar definitivamente. -Glue es una mujer que va de frente, no debes esperar nada malo de ella, ni aunque tu le falles primero. Ella anda muy alborotada por tu amor -dijo Soyoku mientras se tomaba una cerveza de las grandes. -He hablado con ella y le he dicho que lo que nos une no es tan sentimental como en el pasado -respondió Sammy que nunca habría sospechado que tendría que darle explicaciones sino lo contrario, después de todo, el ser inestable era Soyoku no él. -Tal vez en otro tiempo ella pensó que separarse de ti era lo mejor, pero eso fue un error, y te lo digo yo, que nunca dejé de albergar la idea de reconciliarme con ella. Pero soy un perro sin hogar en el que nadie confía, lo sé. Me llamó cuando te fuiste para que la ayudara a organizarse, había cosas de las que quería deshacerse y cuando una separación le causa tanto dolor como le causó la tuya, se refugia en la limpieza. Pero después de aquel primer momento, seguía obsesionada, no dejaba de pensar en ti y me resultó muy chocante ver como te echaba de menos. La vida le había quitado lo que más quería y yo sólo era un hombro sobre el que dejar su angustia en forma de lágrimas. Cuando volviste, creí que eso había acabado, pero no, y te lo digo porque ella nunca te lo contaría. Es una persona sensible. -Yo también soy una persona sensible, pero sé que mostrando esa parte de mi, genero rechazos. Somos iguales, ya me había dado cuenta. -Escucha, yo soy el menos indicado para pedirle a nadie fidelidades y honestidades, no pega conmigo, pero me preocupa que la hagan sufrir, ya ha pasado lo suyo. En el caso de Glue y Sammy, se podría aplicar la frase atribuida a Lennon, “la vida es lo que sucede mientras haces otros planes”. En ambos casos la espera se convertía en una forma de estar y, aunque los dos intentaban moverse para salir de su situación, ella para consolidar su relación su relación y él buscando un trabajo que le permitiera ser independiente, lo cierto era que no se empleaban a fondo. De algún modo disfrutaban de la languidez de esperar un momento mejor. Hay que tener una naturaleza especial para no sentir la presión de la vida y rechazar las prisas del último momento. Tal vez esperar mientras haces otros planes sea la vida, y eso entroncaba con el acecho.

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La naturaleza se comporta de ese modo para la supervivencia, acechan a sus víctimas pero también a sus parejas. Vendría a ser algo así como esperar por instinto, y a Glue no le quedaba más solución que esperar que Sammy comprendiera las bondades de su ofrecimiento y terminara por ceder, sin apenas darse cuenta de su presencia, si presión, imperceptiblemente observando sus movimientos y deseándolo como sólo ella lo sabía hacer. Que poco edificante era sentir como despreciaba todo lo que le ofrecía y seguir intentándolo, sin orgullo, pero deseando cada minuto perder tanta falsa humildad. Sobre todo para una mujer que nunca había sentido la tentación de creer en ningún dios, y venerar como lo hacía a un ser humano, era más de lo que nunca había creído que podía llegar a hacer. A pesar de todo, de avergonzarse e intentar olvidarlo un minuto después, se conducía en una situación de espera placentera, eso era. Cada día que ganaba era un triunfo, y todo parecía apuntar a que perdería su presa, pero seguía intentándolo, con paciencia de cazador. Nunca se sabe como acabará un lance como el que había construido, sin prisa, volviéndose lenta y cuidadosa, sin asustar a su presa. Nada podía pedirle, ni ir contra sus deseos, no había exigencias, sólo cabía esperar y vivir mientras lo hacía. Soyoku parecía necesitar hablar. Había concertado la cita porque al verlo con otra mujer en la cafetería, temía que pudiera hacerle daño a Glue, eso estaba claro. Sin embargo, en el transcurso de su conversación, encontró que era él, el que más necesitaba un poco de apoyo. Entonces le contó a Sammy algo que no había entrado en sus planes. Se quitó la chaqueta y la acomodó en el respaldo de su silla, lo que descubría al hombre menudo que era y sus hombros le parecieron a Sammy, más estrechos de lo que había pensado. -Yo fui criado de una forma muy convencional -comenzó-. Mi familia me dio todo lo que necesité, a pesar de que cuando dejé mis estudios, a los veinte, su situación económica había empeorado. Eso no fue fácil para mis padres y pactaron un matrimonio muy conveniente con la hija de una vecina que tenía una gran fortuna. Lo único que yo tenía que hacer era esperar porque la niña tenia doce años y la boda no se celebraría hasta su mayoría de edad. Te cuento esto porque creo que tiene que ver con tu relación con Glue, en cierto modo vosotros habéis pactado seguir juntos esperando un momento mejor -obviamente Yerri Soyoku se empeñaba en seguir pensando que la relación entre ellos era sentimental, pero Sammy no dijo nada y lo dejó continuar-. A aquella edad, yo era muy inquieto y no me gustaban los planes que mis padres tenían para mi. No fui capaz de esperar y lo eché todo a perder. Las deudas se comieron el dinero que mis padres tenían ahorrado y tuvieron que hacer auténticas “piruetas”, para salir adelante. Después llegaron algunos problemas de salud que prefiero no recordar, y todo empeoró. A nadie le gustan las esperas, pero no cometas el mismo error. Si sabes esperar iras entendiendo y haciendo tu vida, alrededor de ti irá tomando forma. Se miraban sin saber que decir. Habría prescindido de aquella parte de su encuentro si hubiese podido, pero ya que estaba allí, se sintió obligado a escucharlo con atención. Pero aunque no hubiese sido así, estaba seguro de que Soyoku, al que ya creía conocer desde hacía un siglo, se las hubiese ingeniado para atrapar su atención. Tal vez su historia no fuera cierta, pero tenía ese efecto que causan las historias verdaderas, nos cogen por sorpresa, nos afectan la psique y ya sólo podemos encajarlas sin saber que responder. Sammy suspiró y se quedó en silencio. Se trataba de una conversación de bar, nada tan trascendente. No cabía esperar que las cosas tomaran un tinte tan profundo, porque ni siquiera con Glue las cosas le parecían tan graves, pero se daba cuenta que no había otro tema en su vida más importante, ni nada que lo ocupara si no tenía que ver con ella. Había creído que podría hacer que las cosas no fueran así al frecuentar a Adelaida, pero había fracasado también en eso al crearse falsas esperanzas.

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6 Un largo encuentro Cada día desde el principio de diciembre, Fachisti hizo guardia en su ventana más grande, la que daba a la casa de la señora Ruhe. Organizaba veladas de radio clásica sin separarse de los visillos, merendaba viendo a la calle usaba unos prismáticos de última generación capaces de ver una sombra moverse en la noche. Había descubierto que la vecina de al lado se daba el lote cada noche en el portal, que los empleados de la limpieza fumaban mientras recogían las bolsas de residuos orgánicos y que las puestas de sol de diciembre en los mejores días eran de un rojo intenso e ininterrumpido. Muchos de sus amigos habían notado un cambio en él, ya no tenía la desesperada necesidad de llevar la razón cuando alguien entraba en discusión sobre los verdaderos motivos del ejército alemán al entrar en Polonia. En otras discusiones, no hacía tanto tiempo, era capaz de llagar a situaciones violentas sólo porque alguien llegara a afirmar que los polacos no se habían merecido aquel trato tan inhumano. Con un aplomo desacostumbrado empezó a recortar sus salidas al bar, y a llenarse de paciencia para pasar las horas en casa intentando descubrir al hijo de la señora Ruhe. “Él tendrá que volver a visitar a su madre, y yo estaré despierto para verlo”, se decía fumando sin consuelo y tomándose una taza de café tras otra para mantenerse en pie pegado a la ventana cada noche. Los coches relucían entre las líneas blancas de la avenida y las calles mojadas empezaban a arrastras las hojas muertas de los árboles. El invierno avanzaba, nadie podía hacer nada por evitarlo, si Sammy volvía a casa de su madre, tal y como su principal enemigo había señalado, él lo tendría entre sus manos y esa vez no lo dejaría escapar. Para celebrar que por fin las fiestas navideñas habían terminado y aquel derroche de aparente felicidad que tanto le molestaba, ya no se manifestaba en las calles, Fachisti empezó a beber más de lo acostumbrado y las botellas vacías de ginebra estaban por toda la habitación. En cierto modo, aquella conducta lo devolvía a sus años de adolescencia en el servicio militar, dando vivas a la bandera completamente borracho. Aquella había sido una época en la que apenas había tenido que sufrir la presencia de los revolucionarios comunistas como el hijo de la señora Ruhe. Creía firmemente en su valores, en la patria, la religión y la protección de la propiedad privada -daba igual la forma en la que la gente se hacía millonaria, la riqueza del país estaba en esos hombres que defendían el Estado Patriótico con sus fortunas-. Era poco probable que la gente normal, las familias normales en su actividad cotidiana pudieran entender sus inquietudes y que fuera capaz de sentirse tan violento y enfurecido contra aquellas personas que lo querían cambiar todo. Él había sido elegido por Dios para hacer respetar la historia y su legado de justicia militar. Era un caballero, un hombre de honor (se decía para justificar venganzas), y a su manera, casi un monje guerrero defendiendo tierra santa. Los ojos se le inyectaban en sangre cuando pensaba en esas cosas, y acechaba la llegada de Sammy convencido de que su cacería tendría éxito al final. La espera formaba parte de su naturaleza. Para mitigar el efecto de una vejez solitaria, la señora Ruhe se movía mucho en busca del calor humano, paseaba con frecuencia por los lugares en los que sabía que encontraría viejas amigas con las que saludas y con las que se paraba a hablar en plena calle, iba a a iglesia, al mercado y a la biblioteca en la que leía el periódico y por la tarde salía a tomar café a la hora de menos afluencia, justo después de comer. Aquellas idas y venidas estaban perfectamente registradas en la memoria de Fachisti. El lugar en el que Ruhe había vivido toda su vida estaba lleno de caras conocidas y otras que se echaban de menos, unas con las que había tenido más trato e incluso afecto, y otras, con las

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que se había cruzado durante años y que no significaban gran casa y a las que resolvía con un escueto movimiento de cabeza; Fachisti ni siquiera pertenecía a este último tipo de vecinos poco deseables. En toda su vida apenas había reparado en él, y no porque no lo tuviera delante. Lo había padecido como una presencia no deseada tratando de ignorarlo, salvo que estuviera en misa hablando con el cura, situación en la que le era imperativo “perdonar las ofensas”, no porque lo hiciera de corazón sino porque era lo que se esperaba de una buena cristiana. Sin embargo, en cuanto volvían a cruzarse en la calle, en el exterior de sus casas, o en los aledaños de parques y jardines, volvía a adoptar aquella postura tan digna y superior con la que le hacía entender que no deseaba dirigirse a él de ningún modo, ni que, por supuesto, el fuera tan descarado de hacerlo. Pasaban uno al lado del otro como dos perfectos desconocidos y eso ya entraba dentro de la más absoluta normalidad. Tal vez, la señora Ruhe y Fachisti, se parecían más de lo que pudieran imaginar, porque los dos tenían un concepto de la dignidad que los paralizaba. Cuando Sammy le había hablado a Glue de Fachisti para explicar aquel episodio de persecuciones frente a la casa de su madres, y después, por la ciudad y en la iglesia, le había dicho una frase que lo resumía, “a Facusiti, como mínimo hay que reconocerle su coherencia, no cambia con facilidad sus principios, sigue siendo el mismo hijo de puta asesino nacionalista de siempre”. Era muy probable que Sammy visitara a su madre después de las fiestas navideñas y Enero estaba a punto de terminar cuando le dijo a Glue que iría a verla. Ella había estado insitiendo y le dijo que si quería podría acompañarlo al salir de la galería de arte, pero que ya sería de noche. Él estuvo de acuerdo, pero no le dijo que pasaría por allí por sorpresa y la esperaría en la puerta. La galería de arte era un lugar basta grande y bien iluminado, al menos en su fachada, pero hacía frío así que extremó su puntualidad para no tener que esperar demasiado. Era normal que Glue saliera hablando con alguno de sus compañeros de trabajo, y lo hizo cogida del brazo de un tipo que reconoció de la fiesta en su casa. Ella lo besó en la mejilla cuando se despidió y eso lo turbó, aunque podía no significar nada más que una expresión de amistad. Llamaron a la señora Ruhe para avisar de que iban a visitarla y se pusieron en marcha echando columnas de humo cada vez que hablaban. Los dos parecían animados, y él ya no sentía aquel bloqueo psicológico tan parecido al miedo, cuando salía a la calle. Todo iba cambiando para bien, o al menos eso le pareció, a pesar de una nueva sospecha que, sin ser de gran relevancia, parecía inquietarlo. Se trataba de que la insistencia de Glue, intentando animarlo para que visitara a su madre, le hacía pensar que las dos estaban de algún modo conectadas a sus espaldas. Ruhe nunca había sido una madre afectuosa, lo que para un niño era una carencia y condicionaba su personalidad hasta hacerlo resentido por no poder tener lo que otros tenía; demostraciones de cariño. Ella siempre tuvo suficiente con la iglesia y sus rezos, y él se había ido distanciando sin remedio. Estaba oscuro y caía una leve lluvia, era apenas imperceptible pero se pusieron las capuchas de sus anoraks. Así, embutidos en su ropa, Fachisti sólo lo pudo reconocer por su forma de andar. Todo concernía a la actitud, que Sammy fuera un tipo liberado de viejas ataduras y represiones, a Fachisti lo encendía, lo provocaba, lo hacía sentir la necesidad de golpearlo para que entendiera que era un pobre hombre y que estaba siendo observado por otros hombres superiores. Aquel paseo por el barrio de su infancia le trajo a Sammy viejos recuerdos, carreras y travesuras con sus amigos, todos sentados sentados encima de un coche caro a la espera de que llegara su propietario para salir corriendo. Mientras pensaba en su infancia y se recreaba en las sensaciones de mojar los zapatos en los charcos de la acera, advirtió a lo lejos, que la luz del salón de la casa de su madre estaba encendida. Se sentía cubierto de la misma valentía infantil que lo llevara tantas veces a correr a través del campo de Fachisti perseguido por su perro. No podía dejar de apreciar a aquel muchacho vibrante que había sido y en cierto modo le impresionaba haberse dejado llevar por el vértigo hasta arriesgar la vida en más de una ocasión. “No sé como sobreviví a mi infancia. Hacía cosas impropias de los jóvenes. Me arriesgaba a caminar sobre los pasamanos de los puentes porque los otros lo

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hacían y nos parecía divertido”, le dijo a Glue ya cerca de la casa. Quisieron bordear la valla para no pisar el césped y terminar de mojar los zapatos. Hicieron ruido al arrastrar la puerta chirriante de la cancilla, y el perro de Fachisti -a éste no lo conocía, era de una raza de cabeza y patas grandes con ojos desorbitados- empezó a ladrar como si le fuera la vida en ello. Por su naturaleza, claramente se apreciaba que aquel animal no estaba allí para ser acariciado por los vecinos, le comería la cara o el cuello a cualquiera que se atreviera a pasar el límite de banderas de su dueño. Dispuesto a no dejarse intimidar, Sammy lo insultó. -¡Deja de ladrar hijo de puta! -le gritó. Después miró a lo alto, hacia la ventana y observó que se movía el visillo. Fachisti estaba al otro lado, analizando cada movimiento. Llamaron a la puerta -Sammy tenía llave pero no la usaron-, Ruhe abrió y entraron. La calle quedó cubierta de una penumbra fácil, apenas unas sombras anunciaban una débil luz en la farola de la parada del autobús. Todo estaba tranquilo. La madre de Sammy no era especialmente habladora, pero siempre había intentado que su hijo fuera por el buen camino, y por eso se empeñaba en darle consejos en ese sentido. Él no tenía un recuerdo demasiado preciso de como había sido su educación y de qué forma ella lo había ido moldeando con esos pequeños pero concienzudos consejos. Había una forma enérgica de darlos que había servido en el pasado para reprenderlo por las travesuras, pero eso ya no era posible porque él se resistía a visitar a una madre que lo castigaba con sus irónicos y resentidos comentarios. De tal modo, consciente de esa realidad, se medía mucho para no molestar a un hijo adulto que no guardaba buenos recuerdos de sus castigos de infancia. Ruhe pensaba en eso y en como habían cambiado también el resto de las cosas sobre las que tenía alguna autoridad en su vida. Mientras tomaba un té con un poquito de anís, se estiraba el vestido que le apretaba en la cintura cuando sonó el timbre y se dispuso a abrir. No era tan mayor como muchos pensaban por su aspecto, pero lo cierto era que cuando se levantaba de una silla hacía un sonido, como un suspiro forzado, que la ponía en marcha. La reunión familiar transcurrió conforme a lo esperado, Ruhe había pagado sus deudas y Su hermana, Karina, la visitaba con cierta frecuencia lo que había supuesto una nota agradable de afectuoso color en su vida. La gente como ella no solía tener visitas, no le gustaba, pero tampoco hacía vida social ni tenía muchas amigas, incluso, visto desde el punto de vista de Sammy, aquello era así porque no le importaba y no tenía ningún interés en cambiar esa forma de vivir. Envejecer es la clase de cosas que resulta de una larga experiencia de encuentros y desencuentros, de aprendizajes y decepciones, y que por lo tanto, se hace conforme a la idea que cada uno tiene de lo que quiere y cree que es mejor para sus costumbres más arraigadas. Se trataba pues de una mujer con una vida tan normalizada y programada que apenas se podía decir que nada escapara a su control, su conversación era nñitida y acerca de las cuatro cosas que le importaban, la subida del precio de los alimentos, los concursos televisivos y la religión como único sustento moral de la civilización europea. Por todo ello, Glue llegó a la conclusión de que era una persona triste, y procuraba no forzarla hablando sólo si tenía algo que decir que viniera al caso, de lo contrario guardaba un silencio que acompañaba con una mirada curiosa que la hacía parecer atenta a lo que Ruhe tuviera que decir. Sammy recordaba que en sus visitas siempre fumaba más que lo de costumbre, más que lo habitual y que en tal caso, un paquete no le duraba todo el día. Lo que explicaba esa forma de proceder era la ansiedad que le producía la conversación con Ruhe, si bien parecía haber bajado sus complicadas exigencias y comentarios que no llevaban a ningún sitio aunque lo pretendieran. Cuando el momento de la reunión llegaba a un estado muerto exterior, y a una terrible irritabilidad dentro de la cabeza y la presión sanguínea de Sammy, entonces intentaba salir y volver a casa sin dejar que su malestar se desbordara. Era entonces cuando cundo comprobaba que había fumado más de la cuenta y volvía a guardar el paquete en el bolsillo de su chaqueta sin sacar ningún pitillo. Intentaba evocar los mejores momentos de su infancia sin conseguirlo, y de aquellas tarde de té de su madre con sus amigas del

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coro de la iglesia, ya sólo recordaba sus desaires cuando le volvía la espalda, y le sonreían con una hipocresía difícil de encajar en su propia casa. Era entonces incapaz de restablecer el sosiego, después de dar rienda suelta a su ira contra la almohada de su habitación. Pero en aquellos tiempos aún no fumaba, entonces Ruhe no se lo permitía y mucho menos que otros fumaran dentro de la casa. Habían sido momentos difíciles y no podía controlar sus manos nerviosas, si intentaba hacer algo tan simple como pasar las hojas de sus tebeos. Por fortuna, y tal vez por no poner impedimentos a sus visitas, cuando llegaba le ponía un cenicero que guardaba en un cajón, y cuando se iba, lo lavaba inmediatamente y lo volvía a guardar porque esa visión, la mera presencia de aquel objeto de porcelana cóncava, le resultaba molesto a la vista. Después de una media hora de charloteo incesante y planes que no tenían intención de cumplir, empezaron a moverse en el sillón y a mirar su reloj. -El mes que viene podemos ir de compras -dijo Glue, y añadió-. Conozco un sitio donde ponen el mejor chocolate con churros de la ciudad, podemos pasear y ver que ponen en el cine. Sammy se había levantado y miraba por la ventana; en la calle todo estaba tranquilo y oscuro como era propio de un mes de enero en el que oscurecía tan temprano. Desde allí podía oír a Glue que intentaba animar a su madre, pero no lo conseguiría, el carácter triste de Ruhe era lo que más apreciaba de su vida. Sammy alcanzó a oír un coche que se acercaba y le pareció ver las luces de posición, pero se movía tan lentamente que apenas pudo precisar el lugar en el que se detuvo antes de quedar todo de nuevo envuelto en una quietud desoladora. -Hace un poco de frío aquí -interrumpió Sammy a las dos mujeres, y dirigiéndose a su madre con una mirada anodina-, deberías poner un poco la calefacción, ya no te vas a arruinar por eso. Entonces oyeron ladrar al perro de Fachisti, aunque sólo Ruhe era capaz de reconocer aquellos ladridos que la molestaban con frecuencia. Estuvo a punto de decir algo impropio, algo como que un día le pondría veneno en una salchicha y cantas pascuas, pero no lo hizo porque era un pensamiento que le venía con frecuencia y la alarmaba pensar así porque ella nunca se comportaría de forma semejante. Sammy le dijo a su madre que había estado buscando trabajo, entonces ello le prestó atención y lo miró interesada. “No encuentro nada que valga la pena. Hay mucha gente ofreciendo trabajos mal pagados o por horas”. Aquello la alegró porque significaba que no tenía pensado volver a trabajar al extranjero y podría verlo de vez en cuando. Sabía que él podría encontrar algo que le atrajese, pero que no quería molestarse demasiado porque se había situado en una vida cómodo al lado de Glue. En aquella visita programada, Sammy se acercó para ver la biblioteca de su madre. Siempre le habían gustado las historias de amor y pasiones románticas, lecturas piadosas, por supuesto la biblia, además de las interpreteciones religiosas y filosóficas sobre la existencia de Dios. Tenía un libro sobre la estantería de la biblioteca, “A la busca de amores paganos”, conocía aquel libro, era un libro subido de tono, con escenas eróticas fuertes y explícitas, no quiso tocarlo pero no imaginaba que Ruhe leyera cosas tan atrevidas. Entonces tomó una idea del fondo de sus recuerdos, una idea que le había rondado cuando de adolescente se decía que los curas tocaban a los chicos, y cuando las amigas de su madre lo sentaban en su regazo. Aquella idea tenía que ver con la relación entre las vidas tan encerradas de los piadosos católicos y su sexo desbocado. Era como si aceptaran los pequeños pecados, es decir no a las drogas pero sí al alcohol -algunos pueblos de los más católicos vivían en una embriaguez permanente-, y del mismo modo se mostraban muy en contra del sexo sin matrimonio o fuera del mandato de la iglesia, pero con discreción todo les estaba permitido si eran creyentes practicantes. La válvula de escape de tocamientos y otros secretos inconfesables, parecía un pecado apropiado para ellos. Ese tipo de reflexión le resultó incómoda y le dijo a Glue que era hora de irse o se les haría muy tarde para volver a casa, de noche y con aquel frío del demonio. El hecho de que Ruhe quisiera que Sammy la visitara con más frecuencia no parecía influir en los planes de la pareja. Las excusas no eran necesarias, con un “se hará lo que se pueda”, Sammy daba

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por terminada la cuestión. Tendría que soportar en privado las advertencia de Glue sobre la necesidad de visitar a nuestros mayores mientras están, porque cuando desaparecen se echaría de menos esa posibilidad. Al menos no dijo nada delante de ella por no comprometerlo o meterle una presión innecesaria, y tal cosa estaba bastante relacionado con la complicidad de ambos, porque también en eso actuaban como una sólida pareja. Tracy Gallófalo era la amiguita de Fachisti. Lo mismo podía tener con él encuentros íntimos, que emborracharse juntos el fin de semana viendo documentales sobre sobre la Francia ocupada por los alemanes, que le hacía los baños. Entre ellos no había conciencia, cualquier cosa que hubiese sucedido en su pasado, por horrible que fuera, los unía aún más. Era como la pareja de Donald Sutherland en la película de Bernardo Bertolucci, “Novecento”, dispuesta a seguirlo en cualquiera de sus más fanáticas aventuras. En esa ocasión, Fachisti le dijo que se trataba de darle un susto al vecino, que hiciera como que lo iba a atropellar, y que para eso era necesario poner el coche muy revolucionado en segundos. -Ya sabes -le dijo-, a cien por hora en un segundo. Es posible que Tracy no lo entendiera del todo, pero estaba dispuesta a divertirse un rato con aquella nueva propuesta, y como Fachisti la acompañaba en el asiento del copiloto, podía seguir sus indicaciones en cada momento, así que no había problema. Fachisti habría querido hacerlo él mismo, pero pensó que si algo salía mal, y la policía intervenía, no podrían encontrar ninguna relación entre Tracy y sus vecinos. Tal vez fue un pensamiento muy rápido, y un poco tonto también, pero los reflejos nos llevan en ocasiones a movernos sin sentido, y casi todo lo que hacía Fachisti era un reflejo de alguna otra cosa. Así, en aquella calle que tan bien conocía y por la que se había movido con confianza en los últimos cuarenta años, esperaron a oscuras dentro del coche esperando que Sammy saliera y tuviera que cruzar los diez metro que lo separaban de la acera. A menos que lo hiciera corriendo, para cuando quisiera darse cuenta de su presencia tendría el coche encima, pero Tracy estaba segura de poder esquivarlo en el último momento si le daba un frenazo y el tiempo de un segundo para que él pudiera dar un salto y librarse de la colisión. Con todo pensado, planeado, estratégicamente situados y sin un ápice de emoción de ningún tipo, se dispusieron a encender el coche y dejarlo al ralentí. Era un motor alemán con las revoluciones muy bajas cuando no se tocaba el acelerador, por eso apenas se oía. Sammy, cuando se disponía a cruzar, sólo vio un coche que encendía las luces, lo que no le debió parecer extraño. Nada salió como se había planeado, Sammy no dio un saltó para evitar que lo embistieran, y cuando Tracy Gallófalo, intentó dar un volantazo para no atropellarlo, Fachisti puso su mano sobre el volante y lo bloqueó firmemente hasta que Sammy salió despedido por el aire, Glue aún estaba despidiéndose de la señora Ruhe en la puerta de su casa. En esta historia, Tracy ha tenido un papel muy importante, ha llegado para que todo cambiase, sin embargo no creo necesario entrar más a fondo en su personalidad, en lo que la unía a Fachisti desde mucho tiempo atrás, u otras consideraciones psicológicas que podrían entroncar con la historia. Lo cierto es que fue utilizada como un arma, como si hubiese sido una escopeta y Fachisti la hubiese disparado, nada más. Para una pequeña aspirante a alcanzar el nivel de ejecución de maldades de Patriotero Fachisti, lo cierto es que aquello la superó y como salieron disparados del lugar del atropello, a nadie le dio tiempo a coger la matrícula ni reconocer a los que dentro del coche se agitaban como insectos. Nunca nadie supo que Fachisti había consumado su venganza, no hubo justicia ni reparación, ni nada parecido, pero un cáncer lo barrió un año más tarde. Así se escribe la historia, con mártires de todos los colores a manos de torturadores que nunca han pagado por sus atentados contra la piedad humana. No todos los accidentes de automóvil tienen traumatismos similares, pero perder algún miembro cuando son accidentes de gravedad parece bastante corriente. En el caso de Sammy el golpe fue tan retorcido y fuerte, que perder una pierna y los dos ojos en su golpe contra el parabrisas, era algo que los médicos no habían visto antes. Glue recogió los ojos del suelo y los llevó envueltos en un pañuelo

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hasta la ambulancia, y cuando llegaron al hospital le dijeron que no podían reimplantarlo, lo que sí se hubiera podido hacer si se tratara de un dedo o una oreja. La decisión de cortar su pierna derecha se tomó por parte de los médicos sin consultar a las dos mujeres que acompañaban al hombre inconsciente. Tan sólo se trataba de una información necesaria, pero les dejaron claro que el daño era de tal relevancia que no se podía hacer otra cosa. Todo se había hecho conforme a los protocolos, los pormenores de la operación se lo dejamos a los médicos, por supuesto, como suele suceder, el enfermo fue el último en enterarse de que había perdido una pierna y se había quedado ciego. A Glue los hospitales siempre le habían parecido demasiado blancos para lo tristes que eran, pero aquel en el que se encontraban se lo pareció especialmente. Por fortuna o por desgracia, Sammy ya no podría opinar nunca al respecto. Cuando Sammy volvió en sí había empezado a llover y el ruido de la lluvia en el quicio dela ventana era de un ritmo escandaloso. Él aún no sabía que no recuperaría la vista, pero como si perder ese sentido hubiese potenciado los otros, cada gota rebotaba cien veces antes de deshacerse y pasar a formar parte de un charquito que se iba desahogando sobre la fachada del edificio. Llegó a bromear sobre eso unos días después al decirle a Gñue, pegada a su cama con absoluta fidelidad, que mientras no le quitaran aquella venda sus orejas eran un cine. Ese fue el momento más difícil porque le dio pie para descubrirle que no volvería a ver. El médico le había dicho que él mismo podía hacerlo, pero Glue no quiso y Ruhe estuvo de acuerdo. Sammy estuvo sin hablar varios días, tal vez lloraba pero si sus ojos soltaban alguna lágrima quedaba retenida en las vendas. 7 Circunloquios finales. Sammy la sentía a su lado en cada momento, era capaz de oír las páginas de un libro cada vez que avanzaba hacia la solución final de un conflicto sin resolver. A Glue, durante aquella convalecencia en el hospital, leer le sirvió de mucho, dejó temporalmente su trabajo y se pasaba las tardes haciéndole compañía en silencio, leyendo todo lo que caía en sus manos. Leía revistas, un viejo libro de Cheever, las folletos médicos de la sala de espera, y los prospectos de los medicamentos que había sobre la mesa de la habitación. La luz del día se apagaba temprano y de pronto entraba una enfermera con algo para merendar, la cena aún tardaría y a él le costó entrar en esa dinámica. Le costó porque estaba deprimido y poco dispuesto a luchar por una vida digna sin una pierna y completamente ciego. Ruhe iba y venía y se turnaron para acompañarlo, él las oía hablar pero parecía que todo lo daba igual y tardó en empezar a responder cuando le pedían que se inclinara para poder lavarlo o mover los almohadones para que estuviera más cómodo. Aquellos días fueron los peores. Apenas una o dos de las mujeres que visitaban a los enfermos en el hospital, se atrevían a llevar allí su cepillo de dientes y unas zapatillas de andar por casa, Glue era una de ellas. Ella había visto en un programa de televisión, que algunas mujeres, oficinistas y cargos ejecutivos lo hacían en sus despachos, la necesidad de programación de conductas particulares, llevaba a las grandes cadenas a cubrir reportajes como aquel, en el que, sin duda, Glue habría encajado perfectamente. Como no quería que los virus hospitalarios la acompañaran a casa, cuando por fin instalaron a Sammy en su habitación, ella lavó las zapatillas dos veces, la puso a secar en la secadora y, al terminar, las roció con colonia para bebés. Sentía una cierta repugnancia por los hospitales, pero eso no fue un impedimento para estar al lado de su antiguo amante como si aún fueran una pareja sentimentalmente unida, o como si ella así lo creyese. Así pues, intentó hacerle ver, sin llegar a decirlo de una forma

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explícita, que se encargaría de todas sus necesidades, que estaría atenta a todo lo que pudiera decir o sentir, e intentar descubrir como iban a plantear un nuevo ciclo en su amistad sin abandonarlo. En su vida cotidiana, a veces se veía condicionada y limitada en todo lo que quería comunicar con sus atenciones, y eso era debido a que había cosas que tenía que hacer y eso le impedía pasar las horas en la habitación. No quería que él pudiese tener una idea equivocada de lo que ella pensaba o de si ya no era necesario seguir teniéndolo como invitado, temía que llevado por esa confusión le pidiese que lo llevara a casa de su madre y que lo dejara allí, hasta que la anciana, o él mismo, se decidieran a morir de puro cansancio. No pocas veces la asaltó esa idean llenándola de inseguridad y temores infundados. La pierna cosida fue mejorando, y aunque una enfermera acudía para conrobar como marchaba la consolidación de sus cicatrices, era Glue la que le cambiaba las vendas y lo lavaba de de pies a cabeza con abnegada entrega. Sammy advirtió que la dulzura que Glue ponía cada vez que lo tocaba era parte de todo lo que una vez sintieran el uno por el otro, y lo aceptaba con gratitud. El sacrificio no fue en vano y él empezó a pensar en ella como un ángel salvador, pero a la vez se sentía tan vulnerable, ta indefenso y débil que no quería que se notara que había bajado todos los puentes y que ya sólo podía aceptar lo que la vida aún no le había quitado del todo. En esos primeros tanteos para equilibrar su nueva vida, el más desconcertado era Sammy. Descubrió que las mujeres, o de forma más específica, Glue, amaba con la entrega de los cuidados. Es decir, el amor y los cuidados eran para ella una misma cosa. Empezaron a conversar mientras ella cada día lo aseaba, pasaba una esponja enjabonada por todo su cuerpo, y lo secaba amorosamente. Cada vez que sus manos se posaban en su cuerpo y pasaba una toalla para secarlo, era como si lo acariciara y le estuviera diciendo al mundo, lo cuido, me pertenece. Él no sabía si se trataba de una situación definitiva, pero para poder sobrevivir frente a una situación así, intentaba no pensar en sus limitaciones, a menos que fuera para decidir nuevos trucos que le permitieran superarla. Al decir trucos, me refiero a todas las reformas que los enfermos limitados hacen a su alrededor para poder valerse, al menos en su pequeño radio de acción, sin necesidad de llamar a nadie. El tabaco a la derecha, el mechero sobre la cajetilla, el cenicero siempre limpio, a su lado. La varilla de rascarse la espalda, un pañuelo humedecido en colonia, cleenex, una pequeña de botella de agua, la radio a la derecha sobre la otra mesita y todo a su alcance con un simple movimiento de brazos, tal ves, estirando un poco el cuerpo. Este era el tipo de cosas que deseaba que ocuparan su cabeza, y sabía, cada vez que se le ocurría algo nuevo que facilitara el diario acontecer de su incapacidad, que estaba sobreviviendo. Sabía que Glue se lo tomaba como parte de su familia, no deseaba otra cosa, y le pareció que se lo tomaba como si su vida tomara sentido por cuidarlo. ¡Era todo tan frágil! La oía ir y venir por su forma de poner los pies a cada paso, reconocía aquella forma de andar, el sonido de sus pies, cantarines, apurados, resueltos. Desde luego no podía decir que fuera una forma triste de moverse, y si lo era, posiblemente tan sólo pretendía ocultar cansancio o su hastío. De nuevo se propuso ser positivo, no se trataba de una pose, ella andaba así porque era una persona alegre por naturaleza, siempre se había movido así, no era nada nuevo. La devastación de su ceguera era lo peor, nada que ver con la ausencia de una pierna, o la dificultad de mostrarse hablador y capaz de tomar las riendas, o, si lo pensaba mejor, la consecuencia de su dificultad al hablar o al querer decir alguna cosa que le sirviera para sentirse apreciado. Tal vez un incapacitado como él lo era, no podía tener un sólo pensamiento inteligente, porque todo lo que se espera de él es un lamento. ¿Es que cualquier cosa que dijera en el futuro, iba a tener siempre que estar conectada de alguna manera con sus, dolores, torpezas o impedimentos? No podía hablar de como se sentía, o si había deseado en aquellos últimos días, sencillamente, morirse. De eso no podía hablar, mucho menos de las conversaciones intrascendentes de los programas de radio, de los deportes o de la política. Eso poco importaba. Aún estaba en el proceso de lamerse la heridas, de recrearse en sus dolores, de llorar sin lágrimas y volver de su desesperación en un silencio maldito. Cada ruido era un aliado en sus circunstancias. También sabía que el silencio total no significaba

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que Glue o su propia madre, no estuvieran sentadas en la habitación observándolo, analizando cada movimiento o simplemente, dispuestas para alcanzarle lo que necesitara. A veces, podía notar su respiración, eran presencias distintas, y también, el roce de sus ropas al moverse le parecía distinto. Cuando las dos mujeres coincidían y se paraban a hablar en el salón, en la distancia, también podía oírlas. No todas sus palabras eran interpretadas con claridad, pero el sentido general de sus conversaciones quedaba más o menos descifrado. Ya no había más secretos, una pierna menos y dos ojos protésicos, eso era todo, y más que suficiente. Temblaba cuando cuando empezaban sus lamentaciones, cuando la madre se echaba a llorar para decirle a Glue que era un chico muy bueno y que no merecía aquello. A veces, necesitaba toda la tarde para recuperarse de aquellos dramas, no le hacía nada bien a su carácter, ya tan deprimido, escuchar algunas de aquellas conversaciones. Sin embargo, no dijo nada, era una fuente de información importante escucharlas, sin que ellas supieran que podía hacerlo. Hablaban con libertad, cualquier tema podía ser abordado en aquel salón del otro extremo del piso, por edificante, religioso o sórdido que fuera, cualquier tema que en el mundo sucediera, podría estar a su alcance. Si los USA soltaran una bomba atómica sobre Teheran, el sería uno de los primeros en saberlo. Le incomodaban algunos pensamientos que no podía exteriorizar. Aquel murmullo complaciente y cómplice, le hacía odiar su nueva condición de lisiado sin remedio. No era por aquellas dos mujeres que lo cuidaban, quería al meno ser justo en eso. Era un pensamiento general acerca de la gente que parecía disfrutar siendo piadosa con él, o que lo sería cada día de su vida hasta que se muriera. Y, lo que aún era peor, que no lo fueran y lo odiaran por ser una carga, porque sabía que de esos también los había. A pesar del desmedido interés por hacer que empezara a someterse a aquella situación -eso también se lo notaba-, su extraordinaria fortaleza mental empezaba a dar síntomas de fatiga, y a aceptar que ellas sabían que aquellos primeros meses iban ser importantes en cómo se relacionara en el futuro con sus carencias y, a partir de ahí con el resto del mundo. ¿Se podía ser feliz de ese modo? No tenía tanto valor como para aceptar lo contrario, jamás tiraría la toalla, se decía con desesperación; no era un suicida y tenía que encontrar la forma de desarrollar alguna actividad creativa que lo entretuviera; al menos eso era lo que le había dicho el psicólogo. Se rió sólo imaginándose así mismo construyendo figuritas de madera sin usa más que palillos y pegamento, y por fortuna pudiendo tocar sus obras para decidir cuanto de arte había dentro de la ceguera más oscura. Había casos de tipos que aprendieran a pintar con los pies, y otros que intentaban hacer música con una sordera pronunciada, pero se creía capaz de tanto. Si al menos tuviera una edad avanzado no tendría que decidir qué iba a hacer con el resto de su vida. ¡Menuda putada, todo! Glue se volvió una buena conversadora, le interesaban todos los temas con los que pudiera abrir su interés mientras lo lavaba. Un día descubrió que no le lavaba el pie que le quedaba, con suficiente frecuencia y lo hizo sentar en la cama para poder meterle el pie en una palangana con agua tibia. Tenía esa capacidad que las mujeres parecen desarrollar de cuidar amorosamente a los hombres como si fueran sus hijos, y aún en el caso de no haber nunca gestado ni de haberse preocupado por una fierbre a media noche. Observó que las uñas le habían crecido desmedidamente en aquel tiempo, y que ninguno de los dos se había preocupado por aquello, así que tomó el cortauñas y empezó la labor de recortarlas. Le avisó primero de lo que iba a hacer para que no se asustara. Cogía sus pies amorosamente, y sabía que todo lo que hacía por él no sería en vano y le parecía gratificante tenerlo en aquella habitación, porque ya no se sentía sola y otros fantasmas habían desaparecido. Soñaba con el momento de que empezara a levantarse y tenerlo a su lado en el salón, traerlo y llevarlo a la cama y hacer una vida lo más equilibrada posible, a pesar de todo el dolor que subyacería, aún cuando ese día llegara. Atrás quedaban las inseguridades, las sospechas, las infidelidades y la permanente queja de libertad. Ya ninguno de los dos podía imaginar el mantra maldito que él no se había cansado de repetir cuando le decía que no quería ser una carga, que no la quería engañar ni aprovecharse de ella, que sólo eran amigos. En lo único que Sammy podía pensar en su situación, era en sobrevivir.

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Ya no era una mujer joven, de eso habían tratado sus relaciones desde que se había comprometido a ser sólo amigos. Durante un tiempo se había empeñado en comprar ropa de adolescente, en verano no era raro verla con vestidos vaporosos, o minifaldas a cuadros con medias hasta la rodilla y coletas de lolita inconsciente, y en cierto modo lo era, inconsciente de a dónde la llevaría aquella actitud. A Sammy no le gustaba verla representando aquel rol tan confuso, y eso había sido uno de los motivos que lo llevó a buscar trabajo muy lejos de todo. Habría sido importante que él pudiera verla, ya no se comportaba así, ya no había actitud juvenil ni miradas maliciosas. De pronto, como si la tragedia lo cambiara todo, por raro que parezca, había empezado a imitar la forma de vestir y de arreglarse de Ruhe, sus abrigos oscuros, su cara muy pintada y sus botas para la lluvia, grandes y seguras. No se lo decía, no le iba a decir, he cambiado, ya no soy la jovencita alocada de los cincuenta. Gradualmente, cada imposición de este nuevo tiempo, se iba asumiendo con normalidad, la palangana con agua tibia y jabón, las esponjas, las toallas que le permitían acariciarlo sin que apenas se diera cuenta. Al cortar las uñas de su pie, tenía que tener cuidado porque salían volando y caían sobre el agua espumosa, las apartaba con cuidado y mojaba de nuevo la esponja para lavar su pie, su pierna hasta la rodilla y finalmente su ingle y sus genitales. Los conocía bien y evitaba tocarlos lentamente, sin prisas, buscando aquella turbación que tanto le gustaba. ¡Está tan asustado!, se decía Glue. Y le hablaba con un tono dulce trazando una relación de afectividad que exhibía la ternura infantil de sus primeros años de vida. Lo peinaba y lo perfumaba como si estuviera a punto de salir para el colegio, le tocaba la frente para ver si tenía fiebre y se saltaba la dieta con dulces y bollos. El médico apenas lo visitaba, todo el trabajo lo hacía una enfermera. Parecía muy satisfecho de su trabajo. Lo miraba, lo tocaba, comprobaba que las cicatrices cerraban y decía cosas como, “muy bien, muy bien, muy bien. Esto va muy bien. Hemos hecho un buen trabajo y pronto podrá levantarse con ayuda de una muleta. Ha quedado, yo diría que hasta estéticamente, tiene buen aspecto. Pocas veces he visto una cicatriz tan perfecta”. Era todo orgullo, más allá de su trabajo de cortar, de cerrar, de coser y darle amparo psicológico a los enfermos, le gustaba lo que hacía. Cada médico es diferente, cada especialidad crea una satisfacción diferente, aunque los cuerpos eran carne humana que necesitaba ayuda, y no había diferencia en que parte del cuerpo hubiera que intervenir. Daba igual si tenía que amputar una pierna de una modelo de alta costura, que la pierna de un encofrador de segunda generación. No era la imagen de un carnicero la que Glue tenía de este tipo de hombres, sabía bien que muchos pensaban que eran ángeles que salvaban muchas vidas, no ponía eso en duda, era sólo que no concebía tanta satisfacción después de arrojar toda aquella carne al cajón de pudrirse. Cuando se producían estos controles de vendas y cicatrices, ella se ponía muy cerca y lo tocaba con su mano en el hombro para que se tranquilizara, aunque previamente, cada vez, le habían dicho lo que iban a hacer antes de empezar a levantar las mantas y dejarlo boca arriba como una tortuga sin ganas de bromear. Podía percibir el olor acre de su propio cuerpo y de sus heridas, el sudor y la sangre reprimida, y le avergonzaba pensar que otros, allí delante de su exhibición anatómica pudieran sentir algún tipo de repugnancia. -No sabes como siento todo esto, pero no me voy a separar de ti si tu me quieres a tu lado -le dijo Glue una tarde lluviosa después de tomar un té con ron. Sammy intentó no escucharla y giró su cabeza sobre la almohada en dirección contraria al lugar de donde venía la voz. -No, no me rechaces. Eso sería el final para mi -le advirtió muy afectada-. Nada de esto me supera, podemos llevarlo y querernos, pero no soportaría que me rechazaras. ¿Cómo hemos de comportarnos después de todo lo que nos ha sucedido -y dijo aquello como si a ella le dolieran aquellas amputaciones tanto como a él. Sammy pensó que era una mujer muy valiente y que se merecía que la admirase. Frente a sus apuros, estaba ella allí para sostenerlo. Nadie podría resistirse a una entrega de como aquella, a

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semejante expresión de amor. De nuevo, lo hacía sentirse como un niño, capaz de moldearlo y convencerlo de los razonamientos más indebidos. -No puedo pensar en como van a ser las cosas. Sólo puedo vivir el momento para no volverme loco. -Este momento pasará Sammy, verás que podrás seguir viviendo y, en algún momento, dejar de sufrir. Te lo prometo. He hablado con el doctor, dice que has respondido con fuerza psicológica y que no te dejarás vencer. Aquella mañana, por primera vez, mientras lo limpiaba él sintió una erección y ella siguió tocándolo sin su permiso, consintiendo en su jadeo, y aquello lo hizo respirar con tanta fuerza que casi se hace daño al estremecer sus heridas. Al terminar siguió lavándolo y fue al baño, se miró en el espejo y lloró.

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