No hay papel en el mรกs allรก, gravedad incendiada. 1
1 No hay papel en el más allá, gravedad incendiada. A pesar de que Johnny no era un gran actor, ni obtenía, ni de lejos, los beneficios de una incipiente estrella de teatro, y aunque ponía todo el entusiasmo y toda la dedicación posible en intentar mejorar, lo cierto era que en su compañía empezaban a desconfiar que aquello siempre iba a ser tal y como era, y que estaban condenados a no destacar en nada y arrastrarse por los escenario de segunda de las ciudades de todo el país de por vida. En ocasiones, Stiller, el manager y productor, por lo tanto el que tenía más que perder con todo aquello porque solía poner dinero para que pudieran seguir comiendo, le preguntaba si iban a tardar mucho en dar el paso a la popularidad y empezar a ganar dinero, y Johnny Sirine lo invitaba a un largo paseo en el que podía hablar sobre sus posibilidades y compararse con algunas estrellas del momento que a él le parecían muy mediocres, y, de esta forma, intentar hacerle comprender, que la fama y el éxito, era una cuestión que nada tenía que ver con su trabajo. Aquello desorientaba al manager, que consideraba que trabajaban para obtener un fruto en forma de reconocimiento en algún momento, y aquella postura no le gustaba a Johnny pero se guardaba su malestar y evitaba confrontar con él. Por supuesto, si Stiller hubiese sabido de antemano que Johnny era un conformista, jamas se habría embarcado en aquella aventura, pero ya que estaba, al menos se reservaba el derecho a intentar hacerlo cambiar de opinión pidiéndole que hiciera algo fácil, unas varietés o un entremés facilón, que les diera un respiro. Los motivos por los que Johnny, en ningún momento aclaró este extremo a Stiller se debía a su personalidad histriónica y egocéntrica, es decir, sólo deseaba compartir su experiencia con aquellos que estuvieran a gusto a su lado, y los que desearan cambiar de aires, siempre tenían la puerta abierta. Tal vez Stiller consideraba que su amigo había retrasado el momento de aclararle algunas cosas porque, en realidad, no sabía a donde iba, o, dicho de otro modo, no sabía a donde los conducía, y también, porque mientras seguir con aquella aventura le pareciera divertido, no encontraba motivo alguno para desear salir de su precariedad. Disfrutaba de los locales con menos de la mitad del aforo, declamando a media voz con aquel sonido a ultratumba que se le ponía a la voz cuando el eco de un espacio vacío les hacía representarse en un nuevo fracaso para ocho almas sin voz que los seguían a todas partes y que hacían de todo, desde montadores, electricistas, tramoyistas, apuntadores, porteros y, por supuesto, actores. ¿Sería posible que gran parte de su placer sobre el escenario se debiera a actuar para aforos tan reducidos? Al fin y al cabo, ese fracaso de su poder de convocatoria era una extensión del fracaso total que los perseguía, pero seguían viajando, quemando gasolina y enfrentándose a cada nueva experiencia sin demasiado interés, y lo peor de todo a los ojos de Stiller, era que no sabía cuanto tiempo podían seguir a su líder sin poner demasiadas objeciones. Anunciaron su llegada a El Mariner para mediados de agosto, lo que era un atrevimiento en un pueblo tan pequeño asediado por las moscas en verano. Sin embargo, allí tenían una conexión especial con el público, ya habían estado otras veces, y se desplazaban algunos amigos de los 2
alrededores sólo por verlos, y para ellos eso era muy especial. El día que llegaron intentaron eludir el puesto de control de la policía, que también les esperaba porque la última vez que estuvieran allí, los chicos se habían excitado un poco y hubiera algunos desórdenes con rotura de mobiliario urbano, y un hospitalizado, porque en el último momento se empeñó en que era capaz de tirarse al río desde el puente, y lo hizo, eso sí con un resultado más que cuestionable. Unas cuantas veces al año, en las Verbenas populares, fiestas navideñas y en las fiestas patronales del verano, había orquestas y bandas que se acercaban para amenizar la vida tediosa y cansada del campo, y en medio de ese jolgorio extremo, estaban aparecían ellos con su obrita clásica con su doble lectura política. De todos, eran ellos lo más rechazados por el alcalde que los esperaba para recibirlos y los había declarado una mala influencia para los jóvenes. A pesar de no gustarle demasiado las recepciones en los ayuntamientos, y de que no se consideraban merecedores de tanta lisonja, en ocasiones aceptaban tratar con las autoridades de los lugares a los que se desplazaban, a los que se enfrentaban con toda la seriedad de la que eran capaces, cambiándose incluso la ropa interior y lavándose el pelo. Por su puesto, si en aquella ocasión hubiesen tan siquiera adivinado, que la reunión a la que habían sido invitados tenia como motivo establecer normas de conducta y exponer la disciplina a la que estaban sometidos según las leyes vigentes, ni se hubieran acercado por allí. Tal vez, aquellos seres estirados que los esperaban en una sala de grandes homenajes, disfrutaban con aquel momento en el que ponían de relieve su importancia y el sometimiento que les debían, y sin duda, su forma de estar en la vida y los movimientos que en ella hacían, se debía al placer que les proporcionaba sentirse poderosos. -A estos si les pones un gorro hecho de papel de periódico y una espada de madera, se creen Napoleón. Están para que los encierren -Dijo Johnny a su actor secundario, el joven Eustaquio Mailer. Les habían puesto unas sillas de madera muy cerca de la puerta, y había unos cuatro metros entre ellos y la mesa de los oradores, lo que intentaba dejar a las claras, la distancia que los separaba en todos los órdenes, y lo que permitía verse de cuerpo entero a pesar de la gran mesa del siglo XIX que los separaba. El cura, que era hombre taimado y detallista, había sugerido que se hiciera así, porque según él, la gente de orden no debía establecer una distancia con los feriantes, y el alcalde estuvo de acuerdo. El señor Hersmit, el alcalde, en el puesto durante dos décadas, habría creído suficiente que los esperaran delante de la mesa y reducir aquel espacio, pero el cura de ninguna manera hubiese consentido que se relajaran las costumbres hasta aquellos extremos. Expuso el religioso con nítida precisión, llegado el momento, que del mismo modo que los símbolos eran necesarios en una iglesia para que la gente se reconociera en ellos, aquella mesa debía dejar claro que los mundos en los que vivían eran muy diferentes de los de los comunistas obligados con el poder soviético. Ninguno de ellos entendía de qué hablaba. -La identidad nos permite conocer el camino por el que hemos llegado hasta aquí, a este momento de la historia, y el que debemos escoger para seguir adelante. Debemos saber quienes somos para acertar -Dijo frotándose las manos con avaricia espiritual. La iglesia se mostraba impaciente en lo que tenía que ver con su posición en la nueva España. Después de la dictadura, su influencia caía hasta límites que nadie había podido sospechar, y en Europa, muchos países eran protestantes y laicos, y el alcalde era también una reminiscencia de otro tiempo y orden. Tal vez los ciudadanos soportaban aquella situación como un mal menor, porque la propaganda y la televisión les habían avisado contra la izquierda comunista que lo quería desmontar todo, es decir, separar la iglesia del Estado y negar la ancestral influencia que cada milagro había obrado en su pueblo. No siempre se esperaba lo peor de la llegada de actores anarquistas, o lo que era peor, con influencias extranjeras de libertad, ni siquiera, a aquellas fuerzas institucionales a la antigua, les suponía ya una sorpresa o los cogía desprevenidos, lo que venía a demostrar que durante años, habían tenido la ocasión de comprobar por medio de aquellas fiestas, películas, libros y obras de teatro, que otros mundos se estaban fraguando fuera de sus muros, y algunos muchachos, unos hijos 3
de rústicos campesinos, otros atendiendo el pastoreo o explotaciones ganaderas, sabían más de las influencia de músicas extranjeras que del pasodoble patrio. Esos chicos coleccionaban vinilos, fotos de actores de hollywood y libros prohibidos durante la dictadura, paseaban solitarios por la montañas con sus camisetas de los Sex Pistols, bebían bourbon y fumaban hierba, como máxima expresión de los nuevos desafíos. La política no cambiaba mucho, eso era cierto, pero el mundo se movía bajo sus pies, y eso no podían impedirlo. La permisión de las nuevas influencias y corrientes culturales, la nueva diversión que los jóvenes encontraban en cuestionar sus propios rasgos culturales y aceptar otros más generales, todo lo que fuera dejarlos para ver hasta donde podían llegar, también tenía que ver con evitar conflictos generacionales que cuestionaran aquella especie de democracia que no había cambiado en lo fundamental, y a pesar de que todo el mundo votaba cuando le tocaba, las instituciones, el funcionariado, desde jueces, hasta mandos de el ejército y la policía, seguían siendo los mismos que ya lo fueran durante la dictadura. En este contexto, no fue extraño que advirtieran a los comediantes que las fiestas debían desarrollarse dentro de un orden, y que guardaban una denuncia detallada de rotura de mobiliario urbano por una cifra astronómica que deberían pagar, si aquel año se repetían los incidentes del año anterior, y sobre todo, si encontraban rasgos de rebelión política en alguna frase de su obra. Johnny supuso que el jefe de policía y algún brillante empresario, esperaban en la habitación contigua, y no quiso tensar la situación. Se limitó a contestar que sería lo que Dios dispusiera en último lugar, pero que lo iban a intentar, lo que pareció contener, de momento, la desconfiada furia del religioso, que estaba a punto de despellejarse las manos por la fuerza con la que se las estrujaba. Entonces, cuando salían, Johnny vio a una muchacha que no debía tener más de diecisiete años, escondida detrás de una pesada cortina que se le acercó y le pidió un autógrafo. Era la hija de Hersmit, el alcalde, y le preguntó a Polski, un actor que solía hacer de galán por su buen porte y nariz perfectamente cincelada, si lo vería más tarde. Después le hizo una broma con eso de que los actores tenían un amor en cada puerto, y él replicó que eso eran los marineros, y quedaron para verse. A johnny nada de aquello lo inquietó, en absoluto. Para él no era más que una chica conociendo a un chico de su edad, y lo que pudiera ocurrir a partir de ahí era lo que solía ocurrir cuando dos chicos se gustan, pero si el padre de Magret supiera que había hablado con ellos, todo podría complicarse aún un poco más. En una conversación que tuvo más tarde con Venturra Mais, un hombre con bastante edad para hacer todos los papeles femeninos de mujeres mayores, Johnny aseguró, con un respeto icónico por aquel actor veterano, que nada de lo que pudieran decir las fuerzas dirigentes de aquel pueblo le iba a hacer cambiar ni una sola línea de sus diálogos. Pero como había sucedido otras veces, era de esperar que el jefe de policía estuviera esperando una señal, para entrar a caballo en el teatro y subir al escenario con intención de suspender la obra. Lo que mostraba claramente que nada había cambiado tanto, pero como no era del todo seguro que eso les volviera a suceder, Venturra Mais aseguró que ese tipo de cosas era lo que hacía grande a una compañía, si no eran capaces de incomodar al poder, tal vez sólo eran sus siervos. Podría haber sido cualquier otro, pero la chica vio primero a Polski y tal vez, se sintió esperanzada, dispuesta para un amor puro, como es el amor a esa edad, y que pudiera ayudarla a escapar de sus problemas. Sabía perfectamente que aparte de la confusión que iba y venía como un carrusel mareando su cabeza, cada vez que interpretaba la realidad se equivocaba sin remedio. Y también, que por mucho que lo intentara, seguiría siendo hija de quien era, y eso la llevaba a analizar cada cambio como había aprendido a hacerlo, de una forma casi exacta a como lo hacía su padre. Se decía que si su padre cojeara, ella hubiese aprendido a cojear sin remedio. Hablar de sus problemas más íntimos con un muchacho que acababa de conocer, dejándose llevar tan sólo por su intuición, no dejaba de ser un atrevimiento “peligroso”, no por que Polski fuera violento o irresponsable, sino porque podía asustarse y romperle el corazón al salir corriendo como un conejo que, en alguna parte, presentía una escopeta apuntándolo a los ojos. Ni en las peores familias, los padres permitirían que sus hijas se 4
relacionaran con un cómico, ella lo sabía bien, y por eso fue discreta desde el primer momento. También debemos tener en cuenta la edad de Magret, y si creemos que romperle el corazón era demasiado decir de una relación personal tan incipiente. Para una niña de diecisiete años que consuma sus relaciones inmediatamente, que abre su corazón contando sus problemas, que desea ser salvada de todos ellos y que no encuentra otro modo de salir de su pueblo, un bombón como Polski, era algo peor que peligroso, era la posibilidad de una decepción dolorosa. En la habitación del hotel se besaron, se desnudaron y pasaron la tarde dando vueltas sobre la cama. -¿Qué haces con la gomina que hay en el baño? -preguntó ella-. No usas gomina en el pelo. -Tengo una escena con grandes bigotes victorianos, los llevo en la maleta. Necesitan ser elevados cada vez que los pongo. Si mi repuesta ha de ser menos concentrada, debo decir que en realidad la paga la compañía y la comparto con otros actores que la utilizan en sus caracterizaciones. Es un bien valioso para un actor -dijo adentrándose en aquel mundo que a él lo había atrapado tiempo atrás y al observar los ojos que Magret ponía y la cautivaba-. Pero si quieres saber algo más -añadió movido por aquella plena atención que le demostraba-, porque al fin y al cabo la vida actor tiene estas cosas, podemos usar gasa animal si en alguna ocasión en que se nos cabe inesperadamente, y no encontramos alguna tienda abierta. Creo que es somos muy sacrificados en nuestro oficio. Hay cosas que la gente desconoce y que no son nada cómodas. Entonces, cuando el empezaba a notar que le volvía su energía y la miraba con renovado deseo, ella empezó a llorar. -La vida no es fácil para nadie y no te quiero engañar. -¿Por qué me ibas a engañar? -Me gustas mucho y quiero irme contigo. Podría haber sucedido con cualquier otro, pero le sucedía a él, Polski el galante sin corazón. Cada frase que ella pronunciara le resultaba tan poco real como las declamadas por un mal actor. Eran tal para cual, porque en su caso, del mismo modo, todo era pura pantalla y ella parecía saberlo. Hablar hasta la extenuación sin comprometerse en nada con lo dicho, era lo que hacía mejor. Para él, era una tradición entrar en los secretos de la gente para después intentar imitar como creía que se sentían. Pero hacía algún tiempo que no tenía una oportunidad tan real. Hasta aquella tarde, allí retozando sobre una cama de hotel, o había tenido tanto tiempo para pensar en como se sentían otras personas, su única ocupación del último mes, había sido esforzarse, cargar material, ensayar y memorizar, y eso unido a los viajes lo había tenido bastante ofendido consigo mismo por haber escogido aquella profesión, ninguna distracción había roto su falta de ánimo en aquel tiempo, hasta que apareció Magret, con sus ojos increíbles y sus piernas largas y bronceadas. Los dos eran habladores y siguieron sus confidencias hasta que Magret desembocó, con absoluta locuacidad, en el motivo principal que la tenía en vilo, la hacía tan infeliz y la provocaba para que se diera rapidez en sus movimientos. Confesó en un momento de lucidez, que estaba embarazada de su novio al que ya no quería, y que su padre la mataría si llegaba a descubrirlo. En aquel instante lo único que quería era seguir desahogándose, contarle su vida a aquel chico al que apenas conocía y con el que acababa de copular. Su intuición iba a tener que funcionar como nunca, si después de aquella confesión, él aceptaba sus condiciones. En algún momento al verlo, ella había decidido que era el muchacho que sucumbiría a su amor de tal modo, que cualquier cosa que le contara o deseara, sería un mero trámite si se interponía entre ellos. Magret escondía la cara entre sus manos, porque sabía que debía avergonzarse de su situación y de como actuaba, pero no sentía nada, nada en absoluto, sólo esperaba las reacciones de Polski. Pensar que ella pudiera abandonar a su familia, tener su niño lejos de ellos, elegir a los chicos como quien tira una moneda al aire, y no temer que un día muy lejano él la abandonara y la dejara tirada, era algo que paralizaba al actor. No existía una fuerza mayor que la del porte convencional de un actor, capaz de seducir, convencer y falsear la realidad, sin que nadie se diera cuenta, pero aquella situación lo superaba y no quería presentarse 5
ante el mundo como un ser monstruoso. Una cosa eran sus amores de verano, los que siempre había tenido, y otra muy diferente el lío en el que se estaba metiendo. Se dejó llevar por la conversación un rato más, hasta que afirmó con unos ojos fríos como el hielo, que no se encontraba preparado para enfrentarse a aquella proposición.
2 Cuchillos en el desierto. No eran tiempos fáciles para la libertad de expresión, pero eso a Stiller no le preocupaba demasiado. En el colegio cuando castigaban a un compañero por hablar a destiempo, solía decir que lo tenía merecido por charlatán, y al fin, el oficio de actor que en cierto modo compartía, era también un oficio de charlatanes y feriantes. Pero lo que le gustaba de su trabajo, no era tanto el teatro como todo lo que lo rodeaba, la prensa, el interés que despertaba, las críticas aunque fueran malas, los viajes, y, sobre todo, tratar con las autoridades cuando querían conocerlos. Era por eso que la reunión de aquella mañana lo había deslumbrado, y no había entendido nada, porque en algún momento había creído que se trataba de una recepción o un homenaje a su trabajo, y había tranquilizado al alcalde al decirle que tendrían en cuanta su exposición y condiciones. En aquel momento vivía en un mundo ideal, una fantasía de relaciones con lo más florido de la burguesía local. Era el momento de los agradecimientos y reconocimientos, y a pesar de su fuerza de voluntad, no pudo menos que aceptar cuando lo invitaron a comer con algunos amigos empresarios -como él mismo era, aunque no tuviera campos o construyera edificios-, un banquero, un marqués que tenía un latifundio y el jefe de policía, que, esta vez, no había sido relegado como en otras ocasiones y sustituía al párroco. No era de extrañar en aquellas circunstancias, que Stiller se pusiera su mejor traje, y que saliera al supermercado para comprar algún tipo de perfume, lo que sería muy conveniente por muy barato que fuera. Estaba convencido de que aquellos que parecían controlar el pueblo por medio de la política y el orden militar y religioso, en realidad funcionaban como una gran familia, y estaría muy a gusto entre ellos. La decisión de quedarse en el pueblo de forma permanente y abrir su propia sala para interpretar una obra con cierta frecuencia, o permitir que otros grupos llegaran para actuar en ella, no fue casual. Les resultaba barato vivir allí, y la gente los quería. La decisión también respondía al deseo humano del resto de la compañía para llevar una vida menos viajera y sacrificada, pero fue Johnny el que los animó. Su sueño era que las mejores obras se interpretaran allí. Stiller intentó convencer a las autoridades de que era una buena idea, pero ya habían expuesto su obra y no la habían censurado, así que nadie iba a ayudarles. Johnny miró una sala sin ventanas con un buen aislamiento sonoro, sólo habría que dotarla de un escenario y butacas, pero debían ir paso a paso, si todo iba como esperaba, podrían añadir una cafetería y máquinas de snaks. Había sido el local de ensayo de un grupo de rock, y antes el garaje del supermercado, y Magret que conocía al dueño y se lo presentó a Johnny, había jugado allí en más de una ocasión. El supermercado estaba en el otro lado de la calle y los sábados se llenaba de gente que vería su cartel anunciando cada nuevo estreno. Venturra Mais era un buen dibujante y capaz de hacer un cartel con cada idea que le propusieran. Johnny nunca olvidaría aquella entrevista con el dueño de la sala, un tipo rudo que bebía una cerveza mientras pintaba la fachada de su casa. Formaba parte de lo más profundo del pueblo y no estaba a favor de las novedades, pero si podía alquilar no iba a dejarlo pasar. 6
-¿Ha visto el local? -Nunca he visto nada mejor, pero no podemos pagar mucho. -Bueno, son 300, seguro que de donde viene los alquileres cuestan tres veces más. -No lo sé, nunca intenté alquilar allí. -Si hay protestas, tendrán que irse. Para mi es más importante llevarme bien con los vecinos que el dinero. ¿Lo entiende? Johnny sonrió, pero Stiller que lo acompañaba estaba muy serio. La gente de pueblo no se andaba con rodeos y eso le gustaba. Intentaba ser amable e inteligente, pero era muy posible que estas aptitudes no fueran tenidas en cuenta por su interlocutor que no dejaba de mover una barra con un rodillo en el extremo y empapado en pintura blanca. Se hizo el contrato pulcramente redactado, sencillo, corto y con claridad, y firmado unos días después. De lo que no hablaron fue de un viejo coche inservible que tuvieron que desmontar y utilizaron como parte de la decoración. Limpiaron y la sala fue tomando forma. Magret, en todo este proceso, se fue integrando como una de ellos y sus padres para entonces ya habían aceptado que aquella enorme barriga no era de comer pan de leña. Hasta aquel momento, Polski había actuado como si tan sólo fuera un amigo especial de Magret, pero cada noche esperaba algo más de ella, y en ocasiones, ella se quedaba a dormir en su habitación. Por muy bien construido que fuera su cuerpo y delicadas las facciones de su cara, había empezado a decepcionar a la chica, tal y como su anterior novio hiciera antes. Era u chico joven y guapo, pero eso no iba a ser suficiente cuando naciera el niño. Su amor era lo único que tenían, y eso les parecía indispensable, pero ya no era suficiente, y aunque durante un tiempo ella esperaba que, mostrándose comprensiva pudiera cambiarlo, lo cierto es que él ya no quería formar parte de la compañía y estaba pensando en abandonar y seguir su viaje en solitario. Cuando Magret se enteró de sus planes, no quiso verlo más, y eso terminó de animarlo en su idea y desapareció. Estuvo durante un tiempo evitando discusiones, se propuso que si tenían que separarse lo hicieran como amigos, pero se daba cuenta, que, en su situación, todos se la quitaban de encima como si fuera una carga. Empezó a vestir de forma más convencional y con vestidos cómodos, atrás quedaban los jeans y las camisetas en las que se podía adivinar el tamaño de sus pezones, a pesar de su metro sesenta y con el pelo más corto, empezaba a parecer mucho mayor. Por una parte, la idea de su embarazo llenaba su mente. Johnny solía decir, y también se lo dijo a ella, que esperar no era desesperar, era la vida misma, y que mientras se esperaba, la gente no se metía en líos. La recompensa iba a ser tan grande, que Magret no necesitaba demasiado y seguía visitándolos cada día. Pasó algún tiempo de la desaparición de Polski y Johnny se mostraba amable y protector con Magret, por muy lacónica que ella se estuviera volviendo. El actor parecía revivir cuando la muchacha estaba cerca, y a pesar de que le doblaba la edad se permitió encariñarse con ella, pero intentando por todos los medios que no se le notara, lo que no conseguía. Encargó a Venturra Mais que la vigilara para que no hiciera esfuerzos y que la ayudara en lo que pudiera. En otro tiempo Johnny había tenido un moderado éxito en una compañía grande y eso le había reportado popularidad, llegando a ser mostrado por la crítica como el actor más prometedor del año. Escapó de todo aquello porque las obras eran de entretenimiento y no era lo que él quería hace, pasaron diez años, y el actor tan prometedor, se había escondido en un pueblo en el que nadie lo reconocía. Johnny debería haber informado a las autoridades de que algunas de sus obras de teatro no eran políticamente correctas, pero como no lo hizo, el canal de diálogo que una vez tuviera desapareció, y ya sólo se comunicaban con él para mandarle amenazas y advertencias por escrito. Al menos deberían haberle puesto menos problemas administrativos para abrir la sala de teatro, porque al final, la justicia le dio la razón y todo quedó en papel mojado. Eso habría ayudado a la comunicación, aunque no habría influido en el ansia de libertad que tenía aquella industria incipiente. No parecía buena idea enfrentarse al padre de Magret y al mismo tiempo empezar a sentir algo por una chica embarazada que acababa de cumplir los dieciocho, sino que debería haber actuado con la cabeza fría y haber pensado que si quería hacer que sus sueños se hicieran realidad, era mucho mejor no poner el 7
corazón y dejar que el amor enredara por el medio. La situación exigía de él una contención que no tenía, pero su fuerza de voluntad era incorregible, y eso lo ayudaba. En un momento, el alcalde se acercó con toda humildad y le rogó que le prohibiera a Magret visitarlos, y aunque la chica volvía cada noche a dormir a casa de sus padres, su relación ellos era cada vez más difícil. Johnny le respondió que no podía hacer nada, que ella era mayor de edad y que formaba parte del equipo. En verdad, nadie entendería que le diese el gusto al alcalde en eso, pero la situación le resultó muy violenta, sobre todo porque Hersmit desconocía lo que Johnny sentía por la muchacha. De la misma manera que el alcalde se ponía a su altura para pedirle algo que necesitaba y no podía conseguir con todo su poder, Johnny aceptaba su ayuda para acabar de montar la sala, pero sin ceder en sus pretensiones. Hubo dos trabajadores que llegaron para hacer trabajos complicados de montaje, mecánica y carpintería, pero siempre sospecharon que que aquellos dos intrusos tenían como finalizar observar todo lo que sucedía a su alrededor para, más tarde, trasladárselo a Hersmit, que al fin, era el que les pagaba. Magret estaba convencida de que si huía por su cuenta a una gran ciudad, terminaría dando a luz en un callejón oscuro sin más ayuda que la de algún borracho que no se atreviera ni a llamar una ambulancia. Se trataba de dominar las absurdas dotes de una imaginación desatada o terminaría equivocándose del todo. Para ella, todas sus esperanzas y sueños color de rosa, tenían la justificación del que cree merecerlo, pero a lo que todos se opondrían por considerar que vivía en un mundo fantástico en el que finalmente chocaría con la realidad. Por primera vez empezó a vestirse como una mujer, con vestidos de una pieza y zapatos de tacón, cuando notó que Johnny la miraba, y él lo hacía con insistencia haciéndole ver que existía un interés que necesitaba ser correspondido en aquella relación, hasta el momento, de amistad. La sala se había convertido en un lugar caótico que nadie entendía, la premura de terminar las obras lo antes posible, se mezclaron con los ensayos en cuanto el problema del escenario estuvo resuelto. Los obreros solucionaban algunos inconvenientes de encaje a martillazos, y los actores declamaban en voz alta, como si les fuese la vida en ello. Pasaron dos meses y Magret y Johnny iban juntos a todas partes. Ella se mudó a su apartamento y sus padres esperaban en vano que se le pasara su enfado y volviera casa. Con la ayuda de sus amigos Hersmit empezó a concebir la idea de hacer la vida imposible a los comediantes para que tuvieran que marcharse del pueblo. El que parecía más animado a la acción era el marqués de Pivedí, un refinado aldeano que amaba los caballos pero que había ido una vez invitado al palacio real para la boda de una princesa, y hermana del príncipe heredero. La monarquía era tan fuerte que llegaba hasta el más pequeño rincón del país, desde el despacho del jefe de redacción de periódico, hasta la sala de teatro de un pueblo olvidado por todos, en cualquier lugar en donde se cuestionara su papel en el nuevo orden democrático, había un monárquico o un cura dispuesto a chivarse al jefe de policía. Cada mañana, después de desayunar, el alcalde sale para su paseo, antes de ir al ayuntamiento. No se da prisa, no quiere que aquel momento dure menos de lo necesario. La risa de su hija resuena en sus oídos con la felicidad de otro tiempo, y se desespera pensando en como pudo salir todo tan mal. Una mañana de domingo, sin previo aviso, los actores representan una pequeña obra de veinte minutos e la plaza del pueblo, son las fiestas patronales y les servirá como enlace con aquellos que aún no han pasado nunca por la sala para asistir a una de sus obras más largas. La policía pasaba con frecuencia por el domicilio de Johnny, que era también el de Magret, para pedirle los permisos necesarios de apertura y de exhibición, y cada vez que empezaba una nueva obra, los permisos de obra. Era como si no existiera otra cosa más importante en el pueblo que hacer que controlarlos. Pero de pronto, cuando llegaron las elecciones generales, se detuvieron. Johnny alquiló el local para los mitines de partidos republicanos y de izquierda, y la presión cedió. Era como si temieran un escándalo, y mientras Magret daba a luz un niño de pelo oscuro y ojos grandes, Johnny lo dejaba todo en manos de Venturra Mais y Stiller y se tomaba unas vacaciones para pasar aquellos días al lado de Magret y su hijo, que, en cierto modo lo era de los dos. 8
En una reunión organizada por el jefe de policía, el marqués de Pívodi afirmó que todo tenía solución y que debían aclarar sus diferencias por el bien de todos. Directamente quiso hablar con Johnny, porque, según afirmó, Hersmit estaba fuera de todo control y se dedicaba a hacer idioteces que nadie entendía. Comprendía muy bien el señor marqués, que el pueblo necesitara diversiones, y al fin y al cabo, el teatro era la cuna de la cultura en cortes europeas desde el siglo dieciséis. Le habría gustado no llevar aquella carga, pero le había sucedido a él vivir en los márgenes de producción agraria del pueblo, y también defendía su negocio, y como suele pasar en estos casos, se refirió a tantas familias de trabajadores que dependían del salario que él les daba. Si hubiera podido correr sus tierras un poco al norte y evitar aquella entrevista lo hubiera hecho, pero desde las instancias más altas le habían pedido que hablara con Johnny, y no podía renunciar a ser quien era, ni a formar parte de aquella identidad patriótica que se revolvía contra cualquier cambio. Pero, a pesar de mostrarse conciliador y amable, sabía que no conseguiría demasiadas concesiones, y como Johnny no quiso ir a su palacio, él mismo llamó a la puerta de Johnny y hablaron en la cocina, mientras Magret le daba el pecho a su hijo, encerrada en la habitación. -Te agradezco que me escuches, lo que tengo que decir es importante para mi, y espero que a ti también te lo resulte -dijo el marqué con gesto grave-. La incomprensión entre clases está en el origen de muchos problemas. No te pido que cambies eso, sólo que, cada uno dentro de sus posiciones intentemos solucionar los más pequeños malentendidos. -¿Cuales son? -Por nuestra parte, no deseamos que renuncies a tu sala de teatro, es todo lo que tienes y sabemos que eso te llevaría a defenderlo de forma irracional. -Parece que sabe muchas cosas desde su esa altura consagrada que tiene la sangre real. -El teatro está a salvo, y ahora con las elecciones has hecho un movimiento que ha puesto la violencia de Hersmit fuera de juego. Él siempre se inclinó por la acción, yo no. -Sabemos que tenemos vigilancia, no es nada nuevo. -No os consideramos una posesión. ¡Maldita sea! Pon un poco de tu parte. Nadie entendería que me haya rebajado tanto viniendo hasta aquí. Saldría en todos los periódicos si pudieran sacarme una fotografía. Al menos, le había permitido entrar en su casa, lo que era mucho más de lo que, en un principio, estaba dispuesto a hacer. En realidad, aquella entrevista esta motivada por la curiosidad, no había intención de llegar a algún acuerdo. Por supuesto, si algo se había escapado a su control era buena saberlo, el poder siempre se especializa en “buscarle tres pies al gato”. No resultaba ninguna novedad que se tenían un rencor visceral, a pesar, por las dos partes, de intentar disimularlo. Pívodi era el más interesado en encontrar una solución, y hablaba sin parar buscando punto de conexión, si a Johnny le hubiesen gustado las serpientes, en aquel momento decisivo, él se hubiese convertido de improviso, en el mayor defensor de este tpo de animales, a pesar del rechazo que mostraba casi todo el mundo por ellas. Nada de lo que dijera parecía interesar o sorprender a Johnny, hasta el momento en que le mostró un sobre que llevaba en el bolsillo de su chaqueta. -No se trata de un intercambio, es una aportación para tu teatro. Desde siempre, la cultura ha tenido benefactores que coincidían con su enfoque. -¿Qué enfoque? -Nos gustaría financiar un plan cultural y ponernos de acuerdo en el programa de obras para un año. Si vemos que funciona y todos estamos de acuerdo, entonces podemos renovarlo por otro año. Nosotros (al decir nosotros, el marqués de Pívodi, dudó y se detuvo un momento, entonces siguió) no deseamos imponer las obras que nos gustan, se trataría de ponernos de acuerdo. -El teatro no se vende, ¿lo entiende? Tiene que ser un bien puro al servicio del pueblo humillado que pide justicia. Ya sé que le sonará muy comunista y republicano. Su dinero ha dejado de ser decisivo en la relación que intenta establecer de equidad. Le gustaría ponerse en un plano superior, pero usted sabe que a esos los sacamos de nuestras vidas, y sólo estamos a gusto con los que nos 9
sentimos iguales, de nuestra misma clase clase. Y no somos iguales, pero lo seríamos si aceptara su dinero. La corrupción a roto esa diferencia en muchos que se decían de izquierda. No acepto el acuerdo, y prefiero no ofenderme por su oferta, pero lo haré si lo vuelve a intentar. -Usted con su pureza es incapaz de dar un paso adelante, sea inteligente. Los nazis también se creían puros y ya ve como acabó aquello. Aquel ser despreciable no lo amenazó hasta que se sintió rechazado, entonces dijo, “esto le costará muy caro”, recogió su dinero y salió airado, como si, de hecho y a pesar de haberlo negado, creyera que el pueblo llano estaba a su servicio, fueran parte de sus posesiones y estuvieran obligados a aceptar sus propuestas con una sonrisa falsa en los labios, pero demostrando el miedo que se esperaba de ellos. Magret salió de la habitación con su hijo en los brazos y preguntó, ¿quién era? -Nadie, no era nadie. Ya no es nadie.
10