a favor de la luna

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A favor de la luna

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1 A favor de la luna Nadie debería haberlos interpretado mal por quedarse hasta la madrugada escuchando música, bailando y bebiendo, pero los vecinos, hoy, no suelen entender estas cosas, y entonces tampoco. Todos vivimos en un estado de confusión cuando anteponemos nuestras costumbres, a intentar comprender las circunstancias de otras personas que se comportan de forma extraña. No se trataba de provocar un altercado cada vez que subían a protestar. Al contrario, se mostraban comprensivos y bajaban un poco la música, pero la fiesta continuaba de una u otra forma. A la pérdida de energía natural después de una edad, a Ethan su última separación lo había dejado deprimido. Hubiese necesitado mucho más que imaginación y sentirse muy fuera de su mundo, para no aceptar que el tiempo pasaba por él con la agresividad una máquina trituradora. Esa era la diferencia sustancial entre él y el resto de su nueva familia, que al fin, era la de siempre. Lejos de toda incomprensión, no le hizo falta dar demasiadas explicaciones a sus dos hijas, al fin y al cabo no era tan extraño que hubiese puesto tanto interés en rehacer su vida después de que su mujer fuera internada. Jordis era el marido de su hija mayor, Jolene, y le había dicho, intentado animarlo, que aquella chica no sabía lo que se perdía y que era demasiado joven para él. Jolene había aceptado, primero que su hermana viviera con ella, y ahora, de forma transitoria, ayudaba a su padre durante su separación, no quería dejarlo solo en un momento así. Desde siempre, ellos habían entendido que era normal que después de un divorcio las parejas siguieran con sus cosas, el problema era que su padre no se había divorciado y cuando iban a visitar a su madre ni siquiera los reconocía. El mundo cambiaba y la forma de ver estas cosas era mucho más abierta, pero en su caso, todo resultaba mucho más complicado. Ya no era cuestión de aceptar nuevas costumbres, las chicas no podían hacer planes a largo plazo con Ethan, porque para él Milenia seguía siendo su mujer, aunque ya hubiese fallecido. Todo está permitido si no se vulnera la ley, le decía Jolene a su marido. Jordis la miraba con incredulidad. -Debiste estar en el entierro de mamá -dijo Jolene-Era lo más parecido a un viaje de novios. El primer viaje en pareja, llevábamos mucho tiempo aplazándolo, y estábamos tan lejos que no me hubiese dado tiempo a llegar de vuelta. Además, se me hacía muy cuesta arriba ver a sus padres, o que ellos me miraran con reproche -le respondió su padre. Jolene siempre lo había admirado, no se lo tenía en cuenta, aunque lo notaba cambiado. Siempre había sido alegre y les había contagiado esa alegría a ella y su hermana, pues durante mucho tiempo, cuando las cosas se pusieron difíciles, tener una persona así cerca, había sido más de lo que podrían haber esperado. O bien, la vida terminaba por volverlos a todos tristes y cansados, o finalmente, lo que parecía también creíble, las desilusiones habían terminado por vencerlo. Era su padre, estaban atadas a él de por vida, pasara lo que pasara, hiciera lo hiciera, siempre estarían ahí cuando a él le 2


hiciera falta, y viceversa. Era algo más que un compromiso, más que un juramento, eran lazos de sangre. Cada familia del bloque sindical tenía sus propios problemas, sobre todo las familias sin estructura fija, es decir en las que los padres cambiaban sin motivo aparente, y luego estaban aquellas en las que los hijos adolescentes daban problemas con la policía, esos si que eran ruidosos. Así las cosas, no podían acusarlos precisamente a ellos, de ser los vecinos más molestos. Si bien, era cierto que los vecinos del piso de abajo eran seres religiosos, contemplativos y trabajadores, y no querían importunarlos gratuitamente. En una ocasión habían simulado un ataque de ansiedad de una señora mayor, una abuela que no podía dormir, para llamar a la policía sin que de aquel movimiento inesperado pudiera desprenderse que ellos estuvieran poniendo la música tan alta, aunque ese fue el motivo que alegaron para hacer llegar hasta allí a aquellos señores de uniforme. Ellos se limitaban a bajar la música, oírlos protestar en la escalera y permanecer a la espera, haciendo creer a todos que no se enteraban de nada. La policía subía a preguntar, hablaba con ellos pidiendo un poco de concordia, pero no podía tampoco argumentar que fueran unos escandalosos o que se dedicaran a provocar sin sentido. La hermana pequeña de Jolene era Helinda, nunca había sido la preferida de sus padres, y realmente era difícil luchar contra la disposición y el carácter práctico de su hermana mayor, eso gustaba mucho a los adultos cuando las iban juntas a primaria. Siempre era Jolene la que se ocupaba de ella y le recordaba que debía llevar sus libros o la considerarían una rebelde, aquella situación de dependencia derivó con el tiempo en una afición desmedida por el alcohol, y eso era lo único que hacía que no le importara el mundo tan responsable, en el que se movía Jolene. La diferencia entre las dos no se empezó a ver pronto, es decir, que hacían las mismas cosas, andaban con chicos, bailaban, bebían y se reían, pero Jolene sabía parar a tiempo. Eran inseparables hasta que Jolene conoció a Jordis, entonces, durante un tiempo dejaron de verse, y eso acentuó la afición por el alcohol de la hermana pequeña. En el tiempo que Ethan se acopló en la habitación que quedaba libre, Helinda tenía veintidós años y su hermana, dos años mayor que ella, ya no podía decirle lo que tenía o no tenía que hacer con su vida, aunque le doliera que la estuviera echando a perder de aquella manera. Las dos hermanas habían discutido en el pasado alguna vez, por fortuna la dos eran de poca estatura y masa corporal débil, y en ningún momento se golpearon aunque estuvieron tentadas de hacerlo. La sala de estar era grande, podían sentarse separados, una mesa en el centro y sitio suficiente para bailar. La primera noche, a Ethan le costó reducir su timidez y entrar en aquel lugar, pero las noches siguientes ponía bocadillos y cervezas sobre la mesa, mientras Helinda ponía un disco de Pink Floyd. Bajaban las persianas y ponían la luz tenue de una lampara de pie. Bailar a Pink Floyd, o algunas cosas psicodélicas parecidas era lo que más le gustaba a Helinda, y a veces Jordis y Jolene se sumaban a ella y movían los brazos como si hubiesen tomado algo más fuerte que la cerveza, o el ron que Helinda guardaba en su habitación. Desde el edificio de enfrente hubiesen imaginado algo más excitante de lo que en realidad sucedía, si hubiesen visto las sombras de las chicas bailando a través de las cortinas, pero al cerrar las persianas aún les resultaba todo mucho más misterioso y prohibido. -¿Esto os divierte? -le preguntó Ethan a Jordis que tampoco parecía especialmente animado. -Fue idea de Jolene. Helinda salía todas las noches. Le dijo que era lo mejor mientras le duraban las vacaciones. En vez de salir, la convenció para hacer la fiesta en casa. Creo que terminarán aburriéndose, o cambiando la música por la tele. El vínculo que unía a aquella cuatro personas tenía que ver con no tener más familia, y eso los llevaba a ser capaces de reunirse, porque, parecía que Helinda y Ethan eran dos solitarios aunque estuviesen luchando contra eso. Helinda, sobre todo, no era capaz de conservar sus novios, se aburría de ellos rápidamente, y Ethan, escogía a mujeres jóvenes que terminaban dándose cuenta de que vivían en una relación sin futuro. Después de bailar “psidélicamente” (si esa forma de bailar existe), Helinda volvía a su habitación medio borracha y lloraba profusamente ahogando el sollozo 3


en la almohada. Una noche, la hermana pequeña, le dijo a sus familiares que iba a hacer una performance artísticodeportiva. Como, en otro tiempo, había realizado ejercicios gimnástico con diferente resultado, era posible que hubiese conservado alguna de esas habilidades y todos prestaron atención con curiosidad. Ella misma lo preparó todo en un momento, moviendo muebles y generando espacio al pedirles que se cambiaran de sitio. Sus movimiento no eran refinados pero la intención de la pirueta era reconocible. Todos adivinaron que aquello iba a ser arriesgado y se pusieron aún un poco más lejos de lo que ella les pidió. Aparte los cuadros de la pared, no existía ninguna otra cosa que pudiera molestarla o que fuera un riesgo, si algo no funcionaba como se esperaba, ni siquiera el aparato de música que se encontraba en la otra esquina de la habitación. No existió en esos primeros instantes ninguna inquietud al respecto, al menos hasta que Jolene se dio cuenta de que a su hermana el aliento le olía a ron. Al igual que su padre, a Helinda le gustaba hacer las cosas bien, y puso todo de su parte para seguir el proceso que ya le era conocido de otro tiempo, al seguir la música de Rachmaninoff: piano concerto no. 2 op.18, con cierta gracia. No resultaba impecable, pero sus movimientos eran graciosos. Eso también lo había heredado de su padre, que había sido un notable bailarín en su juventud. No hizo una larga presentación, se limitó a decir que se trataba de un trabajo de ejercicios que realizaba durante sus años de atleta y que esperaba no tenerlos muy oxidados; todos supusieron que se refería a la memoria, pero también al estado de sus músculos y huesos. Lo más importante de su exposición era no intentar impresionar, sólo se trataba de mostrar una de sus habilidades, tal vez, porque necesitaba un poco de reconocimiento, una palabra de ánimo o sentir un poco de afecto. Según lo que Jordis había oído acerca del tema, en su tiempo, Helinda había sido bastante buena haciendo ejercicios gimnásticos, Y pudo comprobarlo apenas ella pasó de su baile artístico a ponerse cabeza abajo sobre sus brazos, primero apoyando los pies en la pared, y luego separándose hasta quedar en equilibrio. El equilibrio no era lo que tenía más dominado en aquel momento, así que volvió a apoyarse en la pared. Hacia la mitad del ejercicio, se había sentado en el suelo y había abierto las piernas totalmente estiradas a ambos lados del cuerpo, entonces se inclinó y apoyó su cabeza sobre una de sus rodillas. Hizo otros movimientos que demostraron que conservaba la elasticidad de su cuerpo, y al acabar todos aplaudieron y ella salió corriendo hacia su habitación totalmente turbada. -Y bueno, aquí se acaba la velada -dijo Ethan mientras se levantaba para retirarse. -Pues si que lo hace bien -añadió Jordis mientras se levantaba. -Llevaba más o menos cinco años sin ejercitarse. Es increíble que conserve esas capacidadesJolene no intentaba ser amable, estaba realmente sorprendida. Encendió un pitillo y se acomodó en el sillón. Entre todas las mujeres que había conocido, Jordís tenía que reconocer que Jolene era la más sensible y difícil de entender. Por eso cuando vio que no lo acompañaba a la habitación, se puso el pijama y volvió a buscarla, porque sabía que algo le pasaba. Posiblemente había algo dando vueltas en su cabeza que a él le quedaba muy lejos en aquel momento. Podría ser una gran madre pero no quería tener hijos, y él imaginaba que eso se debía a que quería evitarles el dolor de existir, sin considerar que la vida misma era o no, la compensación. No era precisamente un pensamiento alegre pero eso era lo que pensaba que se desprendía de su forma de actuar. A pesar de no ser una experta bebedora como su hermana, se había servido un poco del vino que sobrara de la cena y apuraba su pitillo como si disfruta de un placer nuevo en cada calada. Había puesto el disco de Stand by me, tan bajito que apenas podía oírse en la habitación contigua y, sin embargo, los vecinos le volverían a decir a la mañana siguiente que ellos sí lo habían oído. A esa hora, todo el día pesaba sobre sus hombros, aunque no hubiese ninguna actividad especialmente física. Se recostaba sobre el sillón de una forma que cualquiera pensaría que su fatiga era una enfermedad. -¿Te encuentras bien? -preguntó Jordis. 4


-Si, estoy bien. Es sólo que los días pasan demasiado rápido. -Pareces deprimida. Cuéntame lo que te pasa -insistió preocupado intentando provocar una reacción en ella al sentarse a su lado y dejar que apoyara la cabeza sobre su hombro-. Tus pensamientos se han ido muy lejos... Ella estaba convencida de que podía contarle lo que fuera que él lo encajaría con cierta elegancia, por muy grave que fuera, podría encontrarle un sentido, interpretarlo para ayudarla. Pero no era nada tan grave. -Es que no quiero que nada cambie. Me asustan los cambios, necesito tiempo para asimilar todo lo que me pasa y sé que Ethan se marchará, y tal vez Helinda, también lo haga un día, pero me necesita tanto... -La vida nunca permanece igual. Tendrás que acostumbrarte a eso. Lamento de verás que sea así, pero no se puede luchar contra el destino de cada uno. Hay cosas que van a suceder, da igual si nos oponemos a ello. Siempre ha sido así, ¿no? -insistió en una idea antigua de la que ya habían hablado en otras ocasiones. -Además está la noche. Al llegar esta hora, justo antes de dormir, me siento inquieta. Supongo que le pasa a mucha gente. El miedo a que todo se pare, a los fantasmas de los errores del pasado y del presente. A lo que estamos haciendo mal sin darnos cuenta. Antes de dormir, a veces, siento miedo y te necesito más que nunca. Normalmente, a aquella hora de la noche, Jolene debería caer dormida en pocos minutos en cuanto se metiera en cama, pero no siempre. Había noches que se le negaba el sueño, pasaban los minutos sin encontrar el momento de descansar. Una hora después se levantó a orinar, Jordis estaba dormido, la casa en silencio y no quería volver a la cama. Era un momento que la invadía sin planearlo y del que deseaba escapar, por eso se puso ropa de deporte y zapatillas para salir a correr. A veces solía salir con Jordis a correr de noche, no era tan extraño, pero esa noche, por primera vez lo iba a hacer sola. Cuando estuvo preparada, comprobó que todo seguía en absoluto silencio y quietud. Por una inercia salvaje, algo que llevaba en su forma de ser, vació los ceniceros y recogió los platos del salón para dejarlo en el fregadero, después abrió la puerta de la calle y salió. No cogió el ascensor, bajó las escaleras corriendo y nadie la vio. Ni siquiera el vecino que sacaba al perro por la noche estaba en la calle. Luego observó a un lado y a otro, y se dio cuenta de que no llevaba música, lo que creyó que sería lo mejor para no distraerse. Sus pasos no eran seguros en los primeros minutos de la carrera, le temblaban las rodillas de manera desacostumbrada. Llevaba consigo un sentimiento de culpa del que no se podía liberar, aunque correr la ayudaba. En otras ocasiones se había sentido eufórica y emocionada al poder salir por la noche a correr y creer que era la solución a su insomnio, parcialmente comprobaba que al llegar de vuelta a casa podía dormir, pero ya no siempre daba resultado, y cuando eso pasaba, la solución se convertía en un martirio el resto del día. No se trataba de que la visión nocturna no fuera atrayente, de que no se dejara cubrir por las luces de la avenida o de que la vuelta a la manzana no fuese suficiente para una carrera que la hiciera sudar y quedar sin aire al estar de vuelta, todo se reducía a si, en esa media hora, era capaz de reducir la agresividad de su inconsciente. A Jolene la inquietaban sus peores recuerdos, pequeños errores convertidos en remordimientos, cosas a las que otras chicas no le daban importancia. Chicos con los que se había divertido indebidamente y no había vuelto a ver, amigas a las que no había ayudado como se esperaba de ella, la prisa por empezar cosas que no había acabado, no haber pasado más tiempo con su madre antes de su enfermedad; ese tipo de cosas iban y venían por su cabeza como un torbellino. Reconoció la figura de su padre en la puerta de su casa cuando aún faltaba un buen trecho para llegar. Decidió mostrar su mejor imagen, nada de preocupaciones. Pero no podía sacarse de la cabeza todos sus miedos, su hipocondría y aquella sensación de estar muriendo cada vez que se metía en cama. Y no, no iba a habar de eso con él, ni siquiera cuando la miró y le preguntó, ¿tú tampoco puedes dormir?. -Somos seres nocturnos, a veces me gusta quedarme a ver películas por la noche. Jordis es 5


diferente. Además, él tiene que trabajar, se le acabarán las vacaciones muy pronto; en unos días. -No parece haber haber disfrutado mucho de sus vacaciones -dijo Ethan, intentando que no sonara como una pregunta. -No, no mucho. Pero se entretiene con cualquier cosa. -Espero que no haya sido por mi culpa. He llegado en el peor momento. No esperaba que todo sucediera tan rápido. Ella cogió sus maletas y salió corriendo. -Te gustan muy jóvenes. Te lo he dicho otras veces. -Tal vez, porque no me hago planteamientos a largo plazo. -No es que seas un hombre inseguro. Helinda y yo, nunca te vimos así. Pero a tus parejas no les ofreces tanta seguridad como a nosotras. -Debe ser eso -respondió mirándola como si no lo hubiese pensado así con anterioridad. Ethan recordó a su mujer, como había celebrado cada paso en su relación que significaba un nuevo compromiso. La decisión de tener hijos, de comprar un apartamento y de que Ethan se quedara cada día en al oficina a hacer horas para poder pagar todo lo que ellas necesitaban. Retenía en la memoria cada vez que la había visto feliz, antes de la enfermedad. Pero no quería pensar en eso, la gente moría cada día por diferentes motivos, la vida tenía que seguir ofreciendo momentos para celebrar, que hicieran que mereciera la pena seguir teniendo sueños. Mientras Jolene se duchaba, se fue a su habitación y se tumbó vestido sobre la cama. Ella ya no intentaría dormir, se vestiría y en cuanto se hiciera de día saldría a comprar. Ethan se quedó dormido sobre las mantas, sin descalzarse ni sacarse la chaqueta, sin darle tiempo al sueño. 2 La marquesa calva Ningún hombre que pasa de los cincuenta, que se separa, divorciado o viudo, es decir, de nuevo intentando plantearse su vida, lo tiene fácil para ser apreciado por algún mérito personal, además de su cuenta corriente. Ni siquiera los escritores, los artistas más populares o los que presumen de sus títulos nobiliarios, pueden evitar ser vistos con la lástima con la que se ve a los ancianos, si en esas circunstancia de la arruga, intentan parecer más jóvenes de lo que son. Tal vez por eso, a Jordis la presencia inesperada de Ethan le pareció algo patética. Lo que intentaba, era que, al menos, no se le notara. No lo conocía lo suficiente e intentaba hablar con él para conocer como pensaba, pero sabía como se había conducido en los últimos años y cuanto lo habían necesito sus hijas, sin que él estuviera, pero lo había excusado pensando que no siempre se puede hacer lo que se espera de nosotros. Al contrario de lo que él había pensado, aquella forma de conducirse no respondía a la necesidad de seguir viviendo, a pesar de todo lo que se nos puede venir en contra; al fin y al cabo, eso le podía pasar a cualquiera. Más bien le parecía, después de un tiempo viviendo en la misma casa, que era un hombre a la deriva, que se dejaba llevar y que no tenía ningún plan ni necesidad de organizar su futuro de una forma concreta. -¿Te vas a quedar mucho tiempo? -preguntó Jordis- Ellas quieren que te quedes. -No puedo, lo saben. Debo seguir con mi vida. No quiero depender de nadie, a pesar de la soledad. En mi situación soy muy vulnerable, y es tentador, pero no sería práctico. Se refería a su necesidad de tener su propia casa, con cierta urgencia. No tenía ni la menor idea de si eso iba a ser cerca o lejos de sus hijas, ni siquiera era capaz de adivinar, en aquel momento, si iba a seguir en aquella ciudad. Pero ellas tampoco lo sabían y como ya había sucedido otras veces, no le iban a preguntar. Nunca había rehuido sus responsabilidades, aunque a Jordis se lo pareciera, y él se 6


lo notaba. Lo sentían como un reproche en cada comentario inocente, era demasiado sensible a esas cosas y no le ayudaba a devolverle la confianza. Los rasgos de su cara se habían vuelto duros, tal vez porque ya no podía esperar tanto de la vida como unos años antes, y porque cada día se convencía más de haber perdido las mejores oportunidades de ser lo que quería. -Esa chica te ha dejado muy tocado -dijo Jordis refiriéndose al desamor-. Tenía que ser muy hermosa. -No soy el tipo de hombre que se deja seducir por una jovencita. Hubo otras antes que ella, pero sí, esta, por algún motivo relacionado con mi edad y mi desbocada melancolía, me pareció especial. Quise que os conociera, pero ella presentía que lo nuestro no iba a durar y no quiso complicarlo más. -No me das pena. No me gusta que te creas un mártir. No lo digo con acritud. -Te entiendo. Tú y yo tampoco nos conocemos tanto. -Hay otra cosa que te quería decir. Deberías prestarle más atención a Helinda, ella no está muy bien. -Hay cosas que no hago porque no creo que deba. No me siento con la fuerza necesaria para decirles a mis hijas lo que tienen que hacer, si lo hiciera, me lo reprocharían. Sólo puedo esperar que me pidan ayuda. Y tú no deberías tampoco, si no estás seguro de que a Jolene le parece adecuado, no le gusta que nadie interfiera. Después de aquella conversación, a Jordis, nada le había sonado convincente. No había sido una conversación cómoda, de hecho, aún sin haberlo mencionado, se había tratado de un reproche. Estuvo a punto de decirle algo más y de como había llegado a aquella situación en la que no podía ayudar a nadie, ni nadie deseaba que le ayudara. Algo así tiene que ser horrible. Sólo podía desaparecer y seguir con su vida, y algunos meses después mandar una postal con las vistas de una cala en algún pueblo marinero francés, o algo parecido. Jolene era el vivo retrato de su madre y Ethan podría pasarse horas mirándola en silencio. A veces le asustaba aquel parecido, porque deseaba seguir viviendo cerca de ella indefinidamente, y de pronto volvía a la realidad, y empezaba a hacer planes para alejarse de sus hijas lo antes posible. La vida se había convertido en una tragedia en poco tiempo, pero, ¿a quién no? ¿quién podía decir que no le hubiese pasado lo mismo con el paso de los peores años? Pero no iría al médico mientras no se encontrara mal, a pesar de los consejos de todos. No iba a desmayarse ni a montar ningún numerito, si podía evitarlo. Tal vez el día que tuviera que ver a un médico porque le doliera algo, ese día, iba a ser demasiado tarde. De hecho, ya le parecía que después de los sesenta era demasiado tarde. Se sentía como un anciano porque en cierto modo, ya pensaba como ellos. No había tiempo para nuevos sueños, para planes o estrategias, la botella estaba casi vacía. Él era el resultado de la vida que había llevado, y no estaba enfadado con Jordis, pero no le había gustado aquella conversación, ¿sería tan insensible? Era como si la hubiese llevado preparada. Como si supiese lo que le tenia que decir y estuviese deseando soltárselo. No, no había sido muy elegante por su parte portarse así con un invitado. Si Jolene le hubiera pedido a su hermana su opinión sobre Jordis, posiblemente se hubiera llevado una sorpresa al no poder quitarle una palabra al respecto; era tan discreta como buena bebedora. No le gustaba mezclarse en asuntos ajenos, y nunca juzgaba, y en cuanto a lo de buena bebedora, no sólo me refiero a que le gustaba beber en abundancia, sino que sabía como hacerlo sin ser inoportuna, esperando en momento en que no pudiera molestar a nadie, o si lo hacía a media tarde, moderando lo suficiente para que no se le notara más de la cuenta. Pero hubiesen existido razones de peso para que Jolene le hubiese hecho aquella pregunta, y eso era debido a que ya no se sentía tan enamorada de él como al principio, lo que, si hemos de decirlo todo, siempre le había pasado con sus parejas cuando llegaba a conocerlas lo suficiente. Antes de que hubieran pasado dos años de relación, empezaba a tener dudas acerca de sus buenas intenciones y si era mezquinos en su trato con los demás, no soportaba a esos que se pasaban de listos. Posiblemente no fuera más que una expresión de sus propias manías, pero le bastaba notar aquella falta de generosidad al hablar mal de 7


otros, de sus exparejas o de antiguos amigos y conocidos, para que necesitara perderlos de vista. A Jordis le bastó verla volver de la compra y que Helinda y Ethan hubiesen salido, para ponerse cariñoso; justo lo que ella no necesitaba en aquel momento. Esperaba que la ayudara un poco con la comida, después de todo, él no cocinaba mal, pero en aquella situación la fue llevando a la habitación y a fue desnudando beso a beso, sin que ella apenas pudiera evitarlo. Ella recordó que cuando conociera a Jordis, esa forma de encenderse imparable, ese deseo desmedido y ciego, había sido una de las cosas que más le gustara de él, y con el paso del tiempo todo había cambiado hasta el punto de sentir lo contrario. No quería hacerlo en aquel momento, no le apetecía y lamentaba que él no lo entendiera. Se resistió todo lo que pudo, pero al final, el terminó jadeando y ella muy enfadada por lo que acababa de ocurrir. -¡Maldita ses Jordis! ¡Es que no eres capaz de controlarte? En otro tiempo hubiese sido un halago que él sintiese aquella pasión, aquel desenfreno primario, por ella. En otro tiempo era una señal sincera de cuánto la deseaba y todo lo que estaba dispuesto a ceder por tenerla, pero ya no. -Tu padre me ha dicho que se irá pronto. Es un tipo cojonudo -mentía a sabiendas, intentando ocultar que aquella situación no le agradaba. No le gustaba Ethan, aunque en lo de si se iría o no, todo apuntaba a que era lo más probable. No era el mejor momento para ponerse a hablar, pero Jolene empezaba a pensar que ese día nadie tenía intención de comer, así que el que llegara primero que empezara a desempaquetar la compra. Si preguntaba a Jordis acerca de aquella situación familiar y de lo que los había llevado hasta allí, no era tanto por saber lo que pensaba, sino como se sentía. El intentaba no diferir mucho en una versión sobre otra y ella lo miraba con precisión porque no le creía siempre. Las contradicciones se sucedían y ella, en eso, era implacable, no se le escapaba una. -Pero si hace un momento has dicho que te caía bien... -Bueno sí, pero estoy un poco cansado y me gustaría que las vacaciones fueran otra cosa. Empezaba a pensar que había perdido demasiado tiempo con él, y que no era como había pensado. Intentaba no apartarse demasiado de sus sentimientos cuando dormía poco, así que lo emplazó para que hiciera la comida y dejara la cama vacía porque quería dormir. Él hizo todo lo que le pidió sin rechistar. Lo que más le hacía sentirse tan odiosamente obediente era la forma en que ella proponía las tareas, lo hacía sentirse culpable. A los pocos días de la llegada de Ethan comprendió que todo se podía complicar aún más, y el necesitaba simplificar su relación. No era un deseo muy inteligente, dejarse llevar por el deseo casi nunca lo es. Se trataba de que se sentiría más dueño de sí, lo que sucedería cuando los dos pudieran estar al fin solos, en una relación estrictamente de pareja. No se consideraba anticuado por eso, era una cuestión de orden sentimental; si nada distraía a Jolene, pensaría más en él y volvería el amor tal y como lo habían conocido en el principio. En aquella situación, todo lo hacían con prisa a escondidas, las conversaciones se cortaban de pronto, las iniciativas duraban poco, los planes se truncaban. No había ocasión para la intimidad, para poder comprender abiertamente lo que pensaba el otro, y una vez mas, Jolene le decía que eso era demasiado pedir para una pareja que procedía de la clase trabajadora, pero él no la creía. Empezaba a llover justo cuando sonó el timbre, Jolene llevaba una hora durmiendo, aproximadamente. Jordis apagó el fuego de la cocina y se dispuso a abrir. Se trataba de la inesperada visita de la vecina de abajo, la misma que solía quejarse del ruido, pero en esta ocasión no se trataba de eso. No resultó muy fiable su discurso, pero en resumen había discutido con Helinda en el aparcamiento del centro comercial. Siguiendo los consejos de su hermana, Helinda había dejado de frecuentar a los chicos de los soportales que la invitaban a cerveza, pero ahora se dedicaba a ayudar aparcar en los estrechos márgenes de aquel aparcamiento, sólo pedía a cambio un poco de comprensión y una propina. Jordis no tardó en cerrarle la puerta y le dijo que hablarían con ella y que ellos eran los más interesados en que dejara de hacer aquello. Helinda no había entendido muy bien 8


su parte del compromiso de convivencia, si deseaba vivir con ellos, tendría que intentar hacer cosas menos radicales. También en eso Jordis parecía un poco desorientado. Helinda, una vez más, hizo caso omiso de las advertencias de su hermana. Esa noche llegó con unos discos de The Cramps, a los que acababa de escuchar en la radio. y que le habían vendido baratos de segunda mano. Todos la miraban extrañados, como si sintieran que no le importaba nada lo que pensaran. -¿Qué? Se quita un dinero aparcando coches, ¿Qué creíais? En un instante, pasaba de ser la pequeña desafortunada que todos querían mimar, a la impertinente capaz de golpearlos sin importarle el daño que podía causar. No se trataba de un desafío, para ella no era tan raro intentar sacar un poco de dinero de forma fácil, y le daba igual lo que pensaran los vecinos. Puso la música y se sentaron a cenar. Se sentó al lado de Ethan, estaba feliz de tenerlo cerca aunque fuera por unos días. Le puso la cabeza en el hombro dejando atrás los recientes reproches. Una bandeja de ensaladilla rusa y un plato de albóndigas y carne empanada, era cuanto los separaba de Jolene y Jordis, sentados enfrente. Ethan alargó el brazo y sirvió a Helinda, después se sirvió él y le pasó la fuente de ensaladilla a Jolene. Delante de los ojos de Jordis había una botella de vino tinto y se dispuso a abrirla, la tomó con seguridad y pulcritud, esa era una señal más de su obsesivo estatus, del convencimiento de que había dejado de ser un joven que vivía el momento, y se había convertido en un trabajador responsable, tal vez cabeza de familia, y sólo tal vez, porque a él le gustaba pensar que así era, pero la situación se volvía tan complicada que prefería no mostrarse como tal. Flotando sobre las paredes, había unos reflejos y brillos, de una mantilla que en otra ocasión también comprara Helinda, y que colocada estratégicamente sobre la lámpara, se movía con la corriente de aire al abrir la ventana, haciendo aquel efecto sobre las paredes. -Quiero excusarme contigo Helinda. No debería haberte reprendido por aparcar coches, ya no eres una niña. Necesitas tu dinero, lo sé -dijo Jolene mientras sostenía el tenedor en el aire-. Me he portado como una idiota. -No digas eso. Eres la hermana mayor. Toda la vida te has comportado como una madre, lo entiendo. -Nunca podré sustituirla. Por todo lo que hizo por nosotras nunca pudimos compensarla. -Vuestra madre fue muy valiente. Por lo que a mi respecta, sabéis que nunca podrá olvidarla -intervino Ethan-. Lamento que por intentar seguir con mi vida, a veces, pueda parecer otra cosa. -Sé que podéis estar pensando en hacer vuestras vidas lejos de mi. Y no quiero que eso suceda, tanto tú, Helinda, como Tú Ethan, deseo que me acompañéis, porque hay un motivo que debo anunciar. Se trata de algo que tiene que ver directamente con Jordis, y que no he hablado aún con él. Querido, creo que debemos separarnos -dijo dirigiéndose a Jordis-. He preferido decírtelo así, porque creo que es la única forma de que entiendas que es una decisión muy meditada, y que estoy decidida a ello. Además. Tú y yo, lo hablaremos más tarde con más pausa, pero quería que ellos lo supieran por si estaban planeando abandonarme cuando más los voy a necesitar. -Me parece que me he quedado fuera de juego. Es una putada, una solemne putada, ¿qué que esperabas que dijera? ¿Amén? Jolene se mostraba compungida, pero tal vez Helinda reía por dentro, o Jordis sólo lo imaginaba. Se consideraba motivo de mofa por como se acababa de desarrollar aquella escena. Intentaban seguir comiendo, pero estaban a la expectativa. Ethan cayó e la cuenta de que Jordis apenas había probado bocado y ya no lo haría, no dormiría o si lo hacía con el estómago vacío se pondría malo. -No es eso Jordis. Es un paso que debimos dar hace tiempo. Me gustaría que lo entendieras y me apoyaras. -¿Cómo puedes decir eso? Yo no creo en las parejas que se separan y dicen que siguen siendo amigas, eso sólo puede pasar si no hubo amor. Si amas a alguien y te deja tirado, es una traición de las más grandes. -Tienes que entender que para mí también es doloroso. Pero si ya no te quiero será por algo. 9


-No me juzgues. He dado todo de mi. -Éramos muy jóvenes. Nos dejamos llevar. Ahora nos conocemos mejor. Era una relación de juventud, sin futuro. -Tienes razón. Tú tampoco eres tan especial. Nunca serás tan refinada como pretendes. -¿Cómo puedes decir eso? Al menos a partir de ahora no tendré que besarte con náuseas. Ya no necesitaré la ginebra al acabar para sacar de la boca el regusto amargo de tu lengua. -Creo que e voy a tomar el aire. No puedo seguir aquí. Este aire es fétido. No voy a pretender que todo es muy normal como tu deseas. No voy a darte ese gusto. Creo que ha quedado bastante claro. Jordis no volvió aquella noche. Ni aquella ni ninguna, ni ella lo deseaba, pero estuvo preocupada por si le había pasado algo. Unos días después le dijeron que estaba viviendo con un amigo. Durante toda la noche se dedicó a dar vueltas sin poder quitarse de la cabeza lo que acababa de ocurrir. Pese al mal tiempo, había dejado de llover y no hacía tanto fría como las semanas anteriores. Funcionaban los salones de juegos a esas horas, y estuvo echando unas monedas en las máquinas frutas. Le salió un premio moderado, como si alguien en alguna parte pretendiera animarlo. Conocía un lugar cerca en el que podría beber cerveza, no le apetecía ninguna otra cosa esa noche. Podía ir a una pensión e intentar dormir, pero se dio cuenta inmediatamente, de que sería un error encerrarse entre cuatro paredes para seguir dándole vueltas a lo mismo. Si cualquier persona, en un momento así, le hubiese pedido un poco de buena voluntad y comprensión con la situación vivida, se hubiese dado media vuelta y la hubiese dejado con la palabra en la boca. Para Jordis se había tratado de una mezcla de sus malas decisiones y de algo de mala suerte. Y así iba a seguir siendo su vida en el futuro si seguía dejándose llevar por su instinto al elegir una pareja, y no hacer lo que parecía que hacía todo el mundo, buscar una relación estable y segura y dejar lo de enamorarse para otros. Es posible que intervinieran otras razones en su forma de conducirse, pero antes de que pudiese darse cuenta ya estaba complicándose en historias sin futuro; siempre había sido así. Debería sentirse ridículo, lo sabía, habían pasado los años y la adolescencia había quedado atrás, no podía seguir comportándose indefinidamente como si lo fuera. Al día siguiente decidió llamar a casa de su padre al que no veía hacía mucho. Sus padres estaban divorciados y Redcom, el padre, había demostrado ser el más equilibrado y había rehecho su vida al lado de una viuda con un hijo mayor. Nunca hasta ese momento había necesitado pedirle nada, y sólo quería pasar con él una temporada, instalarse en su casa de forma temporal, y aunque ya pasaba de los treinta, nadie podía reprocharle el hecho de que le pidiera ayuda a su padre. Llegaba como un perdedor, lo sabía. Y con los perdedores ya se sabe que pasa siempre lo mismo, da igual que se trate de una relación de pareja, o de volver lisiado de una guerra, inspiran una gran lástima en todo el mundo. Cada persona con la que se cruzan cree que deben portarse bien con ellos, aunque se trate de la hipocresía burguesa que los hace justificar que a otros les vaya peor que a ellos. Para Jordis era un experiencia vergonzosa, y nunca se sintió tan turbado como cuando Lavinia Lucinda lo acogió como a un hijo y le enseñó su habitación. No podía pensar en nada más que en como se había venido abajo su mundo en tan poco tiempo. En pocos días se acabarían sus vacaciones y necesitaba un cierto equilibrio antes de volver al trabajo. A favor de la luna tenía que decir que, a pesar que ni en sueños habría esperado una traición semejante, la había querido con todas sus fuerzas. El que parecía menos cómodo con su presencia era Rodi, el hijo de la mujer de su padre, un chico deportista que pasaba de los veinte. Los hijos únicos no saben compartir, nunca han necesitado hacerlo, la soledad les obliga. Por supuesto, con los hijos únicos pasa lo mismo que con el resto, no quieren competencia, y en su caso ese sentimiento es mucho más exacerbado. Hablaba poco, y no quería tener demasiado que ver con Jordis, desde el minuto cero, había pensado y deseado el momento de que desapareciera. Pero como el momento era tan especial e inesperado, Jordis no podía tener en cuenta lo que aquel muchacho quisiera, no podía pensar en otra cosa que no fuera salir adelante y tener algo de tiempo mientras se organizaba. No era momento para sentirse 10


abrumado por las atenciones de su padre, ni por el contrario, de deprimirse por la falta de tacto de un joven egoísta. 3 Encarnada en un matadero, la redención espera. A medida que el tiempo pasaba y iba conociendo al hijo de Lucinda, se iba sintiendo cada vez más sorprendido por aquella aparente estabilidad, por la decisión de sus respuestas y la categórica firmeza de sus pensamiento, todo aquello que escondía una personalidad inmadura. Era mal pensado y malicioso con las decisiones ajenas, pero impresionaba ver como intentaba darle categoría de ley a alguna de las ideas superficiales que se le ocurrían. Jordis esperaba que con el tiempo fuera capaz de demostrar un poco de sentido común, descubrir en él algún rasgo de bondad que pusiera de manifiesto que, en el futuro, tendría alguna oportunidad de cambiar. Pero no parecía que eso pudiera pasar, y entonces, Jordis recordaba que él también había sido así en algún momento, y que se había equivocado muchas veces. Era predecible y siempre había una aspecto negativo en sus conclusiones, lo que debía provocar un cierto rechazo entre sus amigos y compañeros de estudios, pero. Sin duda, aún no se había dado cuenta y se expresaba con libertad, sin complejos, con elocuente mal humor y sin calcular que a nadie le interesaba su punto de vista. En lugar de responderle, Jordis encajaba sus reproches, y se había tomada como un mantra que le preguntara con frecuencia la fecha de sus partida. En varias ocasiones había intervenido Lucinda para excusar a su hijo, “no se lo tengas en cuenta, creo que lo he mimado demasiado”, le decía dulcemente. Pensó que nunca llegarían a ser amigos si Rodi seguía con aquella actitud tan beligerante. Era un chico afortunado después de todo, no sólo por tener un techo en el que se sentía como un príncipe, sino también, por tener una madre capaz de excusar todos sus desafíos. El tiempo había ayudado a Jordis, había jugado a su favor y le había enseñado. Le habían pasado algunas cosas tristes últimamente, pero podía con ellas. La vida tenía esas interrupciones, pero aún no había llegado el momento en que esas interrupciones fueran insoportables. Así iba descubriendo que podía resistir mucho más de lo que una vez imaginara, mucho más de lo que había creído que alguna vez iba a necesitar. Un día, mientras desayunaba, en el momento menos esperado, Redcom le dijo que quería hablar con él y que salieran a dar un paseo. Procuró no parecer preocupado, si es que lo estaba, y fue haciéndole algunas preguntas acerca de cómo le había ido la vida, esperando el momento de abordar el tema al que quería llegar. Así descubrió que su hijo no lo había pasado bien en los últimos tiempos y que lo habían hecho sentirse como si no fuera capaz de poder ofrecer lo suficiente para tener el aprecio de todos, sin embargo, ya no le importaba demasiado y eso era bueno porque le permitía mirar al futuro con cierto optimismo. A efectos prácticos, en algún momento de su niñez se le había olvidado decirle que nadie se lo iba a poner fácil, esa y otras enseñanzas se le habían quedado en el tintero. Las dificultades para un oficinista, hijo de un oficinista, no eran tanto de no saber interpretar cómo debían actuar frente al sistema laboral que los reducía, como el salario insuficiente y todo lo que de eso se derivaba, y debido a eso, también él tenía que reconocer que en todas las parejas siempre hay una carga. Hay mujeres que le dan más importancia al dinero que al equilibrio, y llevar una vida equilibrada no siempre tiene que ver con el dinero. Apenas se encuentran ya personas dispuestas a sacrificarse por formar una familia, tal y como antes se hacía. Apenas existe ese objetivo, a costa de cualquier cosa, en la mente de los jóvenes. Eso favorecía las separaciones y 11


divorcios, y dificultaba aquellas vidas equilibradas de las que Redcom hablaba como si se tratara de una virtud de otro tiempo. -Yo vengo de un tiempo en el que los padres se mataban a trabajar por sacar sus familias adelante, Lo consideraban lo más importante. Esa era medida de su éxito o su fracaso. Se rompían la espalda. Nadie sale de pobre trabajando, pero hay cosas que lo complican todo aún más, ese es el nuevo credo de la juventud. No consideran que valga la pena luchar para enriquecer a otro y seguir en la necesidad toda la vida -Redcom tenía ganas de hablar, eso era evidente y miró a Jordis con tristeza. -Todos chupan de la clase obrera. Eso lo sé. -No vivimos en el peor lugar del mundo, pero tenemos que andar espabilados. El gobierno va a hacer una ley para ayudar a los jóvenes a pagar sus alquileres. Al menos, eso se dice -Redcom construía su discurso-. Nadie me ayudó cuando me casé. Fue un gran esfuerzo. Pero dejemos eso. ¿La novia de Rodi se ha quedado embarazada? -Eso lo cambia todo. ¿Te ha pedido Lucinda que hables conmigo? -Eso sería atroz. De ninguna manera. Ella te quiere como a un hijo. Así te considera. Todo el mundo tiene problemas de vivienda hoy en día. Todo el mundo se muda con frecuencia buscando algo un poco más barato y las familias se hacinan en espacios pequeños. Las estadísticas son terribles sobre eso. -¿Qué quieres? -Los padres de la chica se desentienden de todo. Ella vendrá a vivir con nosotros. No te pido que te vayas, podemos intentar compartir el espacio. Sólo quería que lo supieras. -La vida me está demostrando lo importante de tener una vivienda que no esté sometida a sorpresas. No puedo contar con nadie para eso, ni siquiera con el gobierno, lo deja todo en manos del mercado y del mercadeo. Una vez que consiga estabilizarme en ese sentido, podré elegir como estar en el mundo. Veo a muchos que tienen preocupaciones parecidas, pero cualquier elección de como estar en el mundo, será un error si no es con dignidad. Y eso lo aprendí de ti. -Pues gracias si es así. Suena bien. -Eres un buen padre. No el mejor padre del mundo, pero a mi ya me vale -seguía Jordis intentando ayudarlo, porque sabía que que quería darle soluciones y no las encontraba-. En el pasado, tu eras el mejor referente, la seguridad de la que partía todo. Ahora tus fuerzas están un poco mermadas. No lo tomes como un reproche, ni te ofendas, ni siquiera te sientas obligado a demostrar lo contrario. Es ley de vida. Todos iremos perdiendo fuerza. Jordis tenía claro que debía buscar un alquiler barato y hacer su maleta lo antes posible. No muy lejos de la casa de su padre, había visto que se alquilaba un pequeño apartamento. La zona era buena, había pizzerías, bares, una librería y unas ruinas de antes de la guerra, en un parque al cruzar la calle. Todo lo demás era lo normal que te puedes encontrar en u barrio céntrico, un centro de salud, una parada de taxis y un colegio. Aquel lugar estaba vivo, y le recordaba su primera vivienda, de la que no se movió durante su niñez. Aquello había llenado su cabeza de buenos recuerdos. Pasaron por allí, se detuvieron en el escaparate de un bazar, miraban las radios y los tocadiscos, todo muy antiguo. En la puerta había una estantería con libros y cómics de segunda mano, o el lugar era tranquilo o, si alguien robaba, no le gustaba leer. Redcom hizo un comentario al respecto y los dos rieron. Se pararon y echaron un vistazo, después siguieron hasta un bar y tomaron unas cervezas. Después de todo, se lo merecían, los dos habían pasado por momentos difíciles, pero seguían sabiendo que podían contar el uno con el otro. No todos los chicos que conocía podían decir eso, y Jordis se sintió orgulloso de que las cosas pudieran ser así. Redcom intentaba hacerle ver que la vida era una cuestión de resistencia, y que eso era debido a que las sorpresas a veces tardaban en llegar, pero algunas de ellas, si no eran lo esperado, podían hacerle mucho daño. En la complicada tarea de aleccionar a un hijo sin sentir que se rebelaba contra el mundo, Redcom tenia un poco de experiencia en eso, pero ya no temía, como una vez hiciera a los dieciséis años, que cogiera su petate y se dedicara a dar vueltas sin rumbo fijo durante meses. 12


-No todos los jóvenes se van de casa a tan temprana edad. Tú en eso, fuiste muy imprudente, pero ahora puedo entender que te metía demasiada presión. Lamento que eso halla sido así. -A los chicos de aquel momento no nos parecía tan raro. Otros lo hicieron, no creas que fui el único. Eran como una vacaciones. Algunos de iban a la playa en autostop. Dormíamos donde podíamos y comíamos lo que había, era una aventura. A juzgar por todo lo que Jordis decía, estaba claro que Redcom se había perdido algunas cosas que, aún unos años después, desconocía por completo. Cuando la vivienda es una problema, desde las altas instancias políticas piden comprensión, pero no hacen nada que solucione el problema. Tal vez, sencillamente, no desean cambiar las cosas. Prefieren no tocar ahí, no provocar a los especuladores. Tanta comprensión no podía ser buena. Esta forma de pensar no se debía sólo a sus necesidades más íntimas, sino a su intento de posicionarse, la necesidad de hacerlo, algo parecido a lo que llevara al quijote a partir en busca de nuevos desafíos; lo que dicho así sueña a que a Jordis se le iban las ganas muy lejos de la normalidad. El menosprecio que sentía por pertenecer a la clase trabajadora y que pasaran los días sin poder sumar en su favor, en poder adherirse a un pensamiento común capaz de poner las cosas en su sitio, aquel sentimiento de impotencia empezaba a encender el germen de una rebelión interna que lo devolvía a los días de adolescencia en los que había sido más rebelde e inconformista. No hay revolución sin necesidad, y el estaba en esa revolución. El dos de mayo volvió al trabajo. Sentado en su mesa de la oficina recordó que debía pasar por el banco para pagar la señal del alquiler de su apartamento. Recordó que aún tenía algunas cajas que llevar de su mudanza y que desembalar y poner cada cosa en su sitio le llevaría toda la tarde. Tendría que solucionar aquellas pequeñas incomodidades lo antes posible, a fin de poder descansar un poco y enfrentarse con claridad al trabajo atrasado que muy inteligentemente, algún jefe había pospuesto para cuando se incorporara. No solía pensar casi nunca, cuando volvía de sus vacaciones, en lo que se encontraría a su vuelta, diciéndose que sin duda las preocupaciones debían quedarse atrás y aprovechar hasta el último día. No todo el mundo es capaz de desconectar de esa manera, pero él sí. En la lucha contra la simpleza intentamos ponernos en un plano superior y eso nos hace idiotas. Entonces, muchos luchan contra su pretendida superioridad, pero lo consigan o no, siempre han sido el mismo, nacido en la misma cama, de los mismos padres, con las mismas capacidades y lecturas limitadas, con la misma mediana inteligencia de siempre. Al menos, en su caso, nadie podría decir que había sido un tipo tan orgulloso y arrogante. Sería sórdido intentar parecer lo que no se es y perder sus sueños por eso. No es bueno vivir con el ceño fruncido, siempre a la defensiva o buscando que otros sirvan a tus propósitos. Miraba en la oficina a su alrededor y algunos parecían acercarse con esa actitud superior que tanto detestaba. No los esquivaba, permanecía firme, en espera, con los dos pies bien anclados al suelo, se detenía. O cambiaban de registro o chocarían con él. No se enfrentaba abiertamente, sino que lo hacía esperando sus reacciones, como respuesta a la primera agresión, al primer desprecio, a los exabruptos triunfadores de los que nada esperaban de él. Era como si en la vuelta al trabajo, necesitara poner de nuevo las cosas claras, no se iba a dejar arrinconar por los triunfalistas. No era un malentendido, se trataba de que intentarían ponerlo al final, como los chicos en el colegio que nadie quería en su equipo. No se trataba de un a ilusión o un espejismo, todo sucedía de verdad, puesto que lo habían llamado porque siempre llegaban la quejas, y los ojos con los que lo veían desde arriba eran los mismos. El alquiler se llevaba la mayor parte de su sueldo, vivía con estrecheces mientras no encontrara con quien compartir el piso, pero si perdía el trabajo todo se complicaría aún más. A sus compañeros, aún cubiertos de aquella burbuja de superioridad, les pasaba lo mismo, vivían sumidos en un miedo atroz a fracasar, o al menos, a no poder mantenerse. Y, no obstante, mantenía sus posiciones, los zapatos firmes en el suelo, los veía venir con sus urgencia y se detenía; algunos tropezaban y le llamaban inútil, a esos de buena gana les habría pateado el culo. Redcom lo ayudó con todo lo necesario hasta que estuvo instalado, y no lo volvió a ver hasta un 13


año después. Quedaron por teléfono y se acercó a ver a su hijo en su nueva casa. Todo seguía tan desordenado como el primer día, y eso a pesar de los esfuerzos. Había algo en su forma de expresarse, cuyo fin era demostrar cuánto lo apreciaba y que indicaba que nunca se enfrentaría a él, que estaba a dispuesto a perder en todas las diferencias, que por muy difícil que fuera su carácter, estaban en aquello juntos y así tendría que ser hasta el final de sus días. -He estado bastante ocupado, no he tenido mucho tiempo para poner esto un poco más habitable. Por suerte para mi, el trabajo no me falta, aunque siempre pretenden que les debes algo. -¿Cómo es eso? -No me parece bien que crean y lo digan abiertamente, que por cobrar puntualmente todo está arreglado. Nosotros trabajamos, ellos te pagan, a más, eso no justifica que te traten como a un paria, aunque sepamos que lo somos. -Te comprendo. Bueno, creo que sabes perfectamente que debes luchar. Nadie regala nada, nadie te lo va a poner fácil. Ellos no sólo te cobrarán por tu tiempo de trabajo, creen que tienen derecho a reventarte para que no tengas una vida. Eso pasó siempre, es una forma de tener el tiempo en que no estás en la empresa, y se lo dedicas intentando recuperarte. No dejaba ni un momento, de ser comprensivo. Eso hacía que aquel encuentro valiera la pena, ofrecer ayuda frente a las crueldades, después de todo, de eso trataba lo de tener hijos. Sobrevivir en la obstinación de la clase obrera, a sabiendas de que los favoritismos iban estar de parte de los otros. Eso siempre había sido así. Para ellos siempre había comprensión y un sillón que ofrecerles para que pudieran sentarse. Jordis empezó a suponer en ese momento, que las etapas que iba quemando le enseñaban más de lo que había esperado, tal vez, más de lo necesario, y que si conocía una chica en aquellos días iba a ser una señal de la fortuna, más que probablemente una obligación con el destino. La había conocido no hacía tanto en el café donde solía comer a mitad de semana. Habían hablado y quedado para salir, no obstante, pasar a una fase más comprometida, no entraba de momento en sus planes. -Prefiero no hacer planes de momento -dijo él en aquella primera cita-, las cosas en la vida nunca salen como esperas. Hay demasiada gente frustrada y enfadada porque las cosas no le salieron como esperaba. No es que sea cicatero o mezquino, es sólo por eso, prefiero no ser generoso con los planes a futuro. Lo entendería si no te vuelvo a ver. No era casualidad en él hacer mención a los planes, parecía haberlo estudiado, o al menos, haber pensado más de una vez al respecto. Era joven, pero no quería más sorpresas. Y aunque la hubiera deseado más que ninguna otra cosa, habría eludido una segunda cita si hubiese notado un excesivo celo en ella por establecer los cimientos de algo mucho más pesado para el futuro. Su ansia por tener una compañera, estaba firmemente reñida con la sospecha de que ella tuviera su propia idea de una relación en los cánones de una vida organizada, establecida y competitiva. No estaba preparado para eso. La creencia de que no lo conseguirían era una constante en todo lo que podía percibir a simple vista. Otro día fueron a la playa, ella se quedó en bikini y él lució un bañador amarillo muy ceñido. Se sentaron en una rocas, era tarde y como la hora los apremiaba, no perdieron un minuto en ponerse demasiado cómodos para no perderse la puesta sol. -El mundo quiere hacernos creer en nuestra felicidad, y yo lo acepto después de ese bombardeo televisivo de increíbles marcas de cremas, comida y colchones para dormir cómodamente. Pero entonces me pregunto si tendremos tiempo para probar todas esas cosas, y creo que no. -El colmo de la felicidad consiste en ser joven, estar sano y hacer un poco de deporte al aire libre. Mis abuelos murieron, muy viejos, enfermos y anclados a un sillón -respondió ella sonriendo-. Tenemos que aprovechar el tiempo mientras somos jóvenes. No estaba preparado para reconocer lecciones tan simples, y posiblemente, ella tenía razón, pero su vida transcurría por los lindes del trabajo, las obligaciones con hacienda y las labores de la casa. Sin mucho tiempo para lo que proponía. -No es tan fácil -replicó. 14


Al mencionas los planes de futuro, Jordis se volvía cáustico, incapaz de entender y con respuestas destructoras. No le interesaba seguir por ahí. No había nada que no estuviera dispuesto a intentar para que la vida no cambiara, para que no hubiera riesgos, ni tentaciones, para respetar el día a día en los términos en los que se iba construyendo. Dispuesto a pequeños cambios si eso era necesario para conservar el resto. No podía tener con él a la gente que quería, incluso a la que una vez había querido, ni siquiera movería un dedo por tenerlos cerca. “Lo que hay es lo que hay”, decía como si eso fuera un triunfo. Ir aprendiendo de todo y de todos, era satisfactorio. Lo que más le había costado había sido aprender a conocer a la gente, y que siempre iban a poner por delante su libertad, a su fidelidad, por eso la puerta estaba siempre abierta, sin planes ni proyectos. Al hablar de ello, aquella chica lo miró extrañada, como si lo único que importara y tirara del mundo hacia arriba eran los sueños y ilusiones, cuanto más locas mejor. Y al mencionar que ya no había tiempo para creerse las patrañas capitalistas de que todos podrían alcanzar sus sueños, y los que lo creían, eran gente sin piedad, ella lo miró como si no lo conociera o estuviera desequilibrado, lo que no era del todo incierto. No la culpaba por mirarlo así, se había hecho una falsa imagen de la persona que tenía enfrente y acababa de descubrir que no encajaba en su idea de la vida.

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