Tanta nueva alegría

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Tanta Nueva AlegrĂ­a


1 Tanta Nueva Alegría Ricks se tiró al agua e intentó nadar pero lo resultó imposible, no había suficiente profundidad y debía doblar los brazos porque tocaban el fondo cada vez que intentaba una nueva brazada. Se puso en pie y el agua le daba por las rodillas. Le dolían los hombros y se cogía el izquierdo con la mano derecha, con un gesto de algo artificial, que indicaba que también le dolía el orgullo. Al mirar hacia las escaleras del museo, descubrió que, en realidad nadie lo miraba. Patty, Nelly y otras chicas rodeaban e intentaban hablar con el nuevo alumno, al que no conocían demasiado. La puerta de la biblioteca seguía abierta, y el baño lo había despejado, estaba empapado, y si pasaba corriendo delante del conserje podría encerrarse en uno de los baños para sacarse la ropa y escurrirla. Al menos podría intentar volver a casa con lo mínimo, y por el camino se le secaría algo más; era un día caluroso. Había sido una estupidez lo de intentar nadar en el estanque y cuando lo hizo salpicó a los que sólo se mojaban los pies sentados en el borde, se oyeron quejas y algún insulto: debería tenerlo en cuenta, antes de que alguien se hartara de sus reacciones inesperadas y tuviera un problema. Le llegó un fuerte olor a césped recién cortado a través de la ventana del servicio, la abrió del todo y el bullicio, los gritos de las pequeñas peleas de las chicas, las carreras y las conversaciones le parecieron lo mejor del mundo, no podía existir una forma mejor de vivir ni de estar en el planeta, cualquier forma de vida que lo apartara de aquellas voces llenas de vida, tenía que tratarse de un error. Ricks tuvo tiempo suficiente de quedarse desnudo y poner una camiseta y el pantalón bajo el aire caliente del “secamanos”. En ese momento entró un conserje con un guardia de seguridad y apenas le dio tiempo a vestirse con el mismo pantalón húmedo y la camiseta lo mismo. La camisa, la ropa interior, los zapatos y la cartera lo llevaba en las manos. Aquella noche iba a cenar con Annastasia, por fortuna ella no había estado presente en el parque para ver la absurda, ridícula, truncada hazaña que acababa de intentar. A principios de año se habían ido a vivir a una casa de estudiantes y entonces apenas se conocían. Aquellas casa estaba a pocos metros del gran edificio del campus, y no necesitaban mucho más para facilitarles la vida, al menos hasta el verano. Desde la ventana de su piso se veía el parque delante de Ingeniería, y en ocasiones le gustaba verlo de noche, cuando se encendían las lámparas alrededor del estanque y de los otros edificios, y Patty, Curt y Annastasia veían un capítulo de una serie de zombies o un concierto de rock de los que ponían los sábados por la noche. La madre de Curt les había alquilado el piso, no era una mujer simpática, pero mientras los chicos hicieran sus cuentas y entre los cuatro juntaran el dinero del alquiler, no tenía mayores motivos por los que enfadarse con ellos. Se trataba de un mujer rubia y esbelta que rondaba la cincuentena pero conservaba todo su atractivo, sobre todo porque se ponía ropa ajustada y daba la impresión de tener los músculos siempre en tensión; eso le gustaba Ricks. Se preguntaba si habría hecho deporte en serio, si se entrenaría para cubrir algunos eventos populares como maratones. Ricks tenía ganas de correr algún maratón, y hubiese sido perfecto acompañar a las señora Harrys en eso, aunque sólo se trataba de dejar volar la imaginación, a lo que era aficionado. La señora Harrys vivía con su marido, un abogado muy ocupado que le dejaba mucho tiempo libre, y como su casa no estaba lejos de allí solía ir una vez al mes a cobrarles en mano, “nada de bancos”, les decía, “terminan por quedarse con una parte sin que sepas como lo


hacen”. Deberíamos traer a cuenta la incontrolable impresión que le causaban tantas cosas, la belleza, la violencia, los actos arriesgados, los curriculums bien estructurados, los espacios abiertos, las heridas abiertas, los comentarios descarnados y grotescos, todo se lo ahorraría de buena gana. Convencido de que su sensibilidad era más un inconveniente que una oportunidad de explorar aquellos aspectos de la vida, sobre lo que el resto pasaban de forma superficial, intentaba no enfrentarse a ello. Estas consideraciones una y otra vez repetidas en busca de la tan ansiada tranquilidad, era lo que lo convertía en un excéntrico con reacciones inesperadas. Una simple conversación, si se volvía escabrosa al tocar la intimidad de sus amigos, las confesiones sobre experiencias sexuales, o simplemente sus preferencias en cuanto a nombres bien conocidos por todos, de amigos y amigas o simples compañeros de clase. Se dejaba sugestionar en lo que otros consideraban una inquietante aventura, y podía terminar intentando hornear un trozo de pan a las tres de la mañana y llenando de humo la cocina y el salón. Rompía la penetración que suponía dejarse impresionar, todos lo hacían de una forma u otra, se decía. A una edad muy temprana, Annastasia había sufrido un trauma, una escena de horror de la que no solía hablar, porque a pesar de haber sucedido siendo muy niña, lo sentía muy reciente, y posiblemente no olvidaría mientras viviera. Debería bastarnos saber, de momento, que su familia fue asaltada en el aparcamiento de un restaurante, y que los asaltantes armados, habían disparado contra sus padres matándolos a los dos, después, ante los ojos aterrados de sus hijos los registraron y se llevaron todo el dinero que encontraron. No es necesario aclarar que fue un golpe de suerte que no dispararan sobre los niños, y que cuando fueron identificados y detenidos, un juez los declaró culpables, y de haber sido éste un país con pena muerte, hubiesen pagado con su vida, pero la pena fue la máxima establecida para estos casos y seguían en la cárcel. Era por eso que cada vez que quedaba con ella para cenar, Ricks evitaba los sitios retirados, solían ir andando hasta un gran centro comercial, y allí escogían restaurantes de comida rápida que estuvieran muy concurridos. La única conversación posible aquella noche iba a girar alrededor de la inminencia del fin de curso. Ricks no quería que aquella cena se repitiera al año siguiente, y estuviera delante de ella lamentándose por no haberla visto durante todo el verano, por haber pasado un calor del muerte en el pueblo sin nada más interesante que hacer que echarla de menos. Pero los primeros intentos de hablar del asunto quedaron sin respuesta, no fue hasta la última hora de la noche, después de haber tomado unos combinados en que su insistencia obtuvo alguna respuesta. La llevó a un bar solitario, un bar de trasnochadores sin ánimo de relacionarse, uno de esos bares de gente que busca tomarse una copa sin ser molestados. Un par de aquellos tipos se acodaban en la barra inclinados sobre sus bebidas, no se les veían los ojos. Ricks hizo un gesto al barman pero no obtuvo respuesta, así que se acercó hasta él para pedirle un par de cervezas. Apenas había luz y olía a humedad, así que ya se estaban arrepintiendo de su elección cuando llegaron las bebidas. “Mi madre me llamó la noche pasada, quería saber si este verano podía contar conmigo en el pueblo, y le respondí que no sabía bien aún”, Ricks hablaba intentando obtener un compromiso para pasar el verano en compañía de Annastasia, pero con sus rodeos no conseguía demasiado. La chica estaba sensible y algo deprimida, y no parecía que tuviera una idea clara de sus planes, ni de los que debía responder cuando él le pidió que lo pasaran juntos. Unos amigos del pueblo de sus tíos con los que vivía, le habían escrito porque también querían saber cuando llegaría para ir a recibirla. En cualquier momento les respondería y les contaría acerca de su curso escolar y todo lo que había aprendido y conocido ese año, y entonces tendría que decidir si en su respuesta incluía una decisión firme. De manera que no iba a responder inmediatamente, y decidió tomarse unos días para pensarlo. Annastasía no tomaba decisiones de manera impulsiva, al contrario, era mucho más fácil que perdiera buenas oportunidades por su indecisión, que por ser demasiado resolutiva y dejar de ver todos los pros y los contras. Era su personalidad, y a él le gustaba que fuera así, aunque la mayoría de sus amigos la rechazaban por ser demasiado parada. La lentitud en la juventud es un lastre, hay prisa por vivir a esas edades tempranas y nadie espera por nadie. En una mujer tan joven, cuya principal virtud no era tener los ojos como si se acabara de levantar de cama en cualquier momento del día, esperar facilidades acerca de tal o cual propuesta no era lo


más conveniente. Semejante cualidad nos lleva a imaginar la desgana, pero se trataba de una impresión física, que no tenía tanto que ver con una actitud. De hecho su comportamiento nunca denunciaría las preocupaciones que la asolaban. La languidez de algunas personas nunca exponen sus sueños inauditos, o los deseos que más los avergüenzan, pero eso no quiere decir que no existan. Durante la noche, se había quedado observándola con curiosidad, porque durante todos los momentos cotidianos, a través de sus movimientos, a cualquier hora del día, aquellos ojos medio caídos no producían el efecto desolador de aquellas horas que parecían convocar lo más sórdido de cada uno. El aspecto de su amiga había cambiado desde aquel momento unos años atrás en que su depresión se había comportado con virulencia pero él, entonces, aún no la conocía. La delgadez actual y su mirada abandonada tenía el estilo de la decadencia, tal vez resultaba la expresión de la belleza, pero no tenía nada que ver con la calavera convaleciente que había sido después de la muerte de sus padres. No se trataba de impostura, o artificio, ella era como era de forma natural, si bien no hacía demasiado por corregirse, en el supuesto de que hubiera algo que corregir. Varias veces a la semana se alisaba el pelo, y le caía lacio sobre la frente y sobre uno de sus ojos, porque era de ese tipo de pelo graso que siempre parece pastoso y apenas es necesario tocarle para que recobre su forma habitual. Se hacía la raya al lado, se lavaba la cara y parecía que acababa de salir de la piscina, con ese aspecto sofocado, limpio y sin maquillaje que esgrimen las que van al centro deportivo municipal para recuperar alguna lesión. A veces, unido a todo lo anterior sacaba de alguna parte una voz grave y profunda capaz de agrietar una porcelana, pero por fortuna no gustaba de hacer frases largas, y eso lo hacía todo aún más interesante y misterioso. Quería parecerse a Betty Davis, pensaba Ricks, y sin embargo, no pasaba de Lauren Bacall. Pero eso era mucho más de lo que cualquier humano pudiese resistir. Prefería verla como una mujer fuerte y simple, que no lo complicara emocionalmente, y mucho menos, que lo enredara con instintivos juegos de inteligencia, o como ella solía mostrarse, a la expectativa de lo que otros tuvieran que decir para sencillamente tener que expresar su aprobación o rechazo. No todo el mundo vale para hacer planes, y los que se dedican a organizarle la vida a los demás terminan por ser muy difíciles de tratar, así que en ella todo parecían ventajas. A menudo Ricks se desesperaba pensando que era demasiado raro para encontrar una chica que fuera capaz de soportar sus rarezas, pero en esta ocasión nada le parecía imposible. No le notó nada al principio, había que compartir un piso y los cuatro habían estado de acuerdo, sin entrar en pormenores ni rarezas de personalidad. En realidad se mostraban felices de la convivencia mixta, y eso se les notaba. Curt no estaba dispuesto a dejar su habitación, y las chicas estuvieron de acuerdo en compartir la suya y dejar que Ricks se instalara a sus anchas en la que quedaba libre. Curt tenía la ventaja de ser el hijo de la casera, cuando llegaba, al principio de su convivencia, a casa recogían un poco, tenían la intención, a pesar de la provisionalidad, de pasar allí unos cuantos meses; al menos hasta que terminara el curso. No tenían porque excusarse por el desorden ni nada de eso, y tampoco había forma de mantenerlo todo en orden de forma permanente. Esto duró un tiempo pero fueron cogiendo confianza, o tal vez llegaron a la conclusión de que Curt era tan abandonado a su pereza como todos ellos, y al fin todo fue más natural pero también más lleno de colillas, latas vacías y papeleras rebordantes. Annastasía tenía la costumbre de desayunar muy temprano. En aquel tiempo no tenía mucho que hablar con ella, pero le apetecía desayunar con ella y en un momento empezó a espirar sus movimientos y poner el despertador para poder hacerlo. Al cabo de un tiempo empezó a notar que había algo más que timidez en sus reacciones y sus apartes. Escuchar por primera vez su voz en una conversación, algo más que respuestas en monosílabos no había sido fácil. Tuvo que insistir y tener paciencia, y por lo que recordaba eso no había sucedido en el primer desayuno compartido, ni en el segundo, ni en el tercero. No quería parecer pesado y de nuevo había adoptado aquella postura ante una mujer que era dejarla llevar la iniciativa, y dio resultado, porque finalmente, algún tiempo después la conversación surgió. Fue familiarizándose con sus costumbres y sus manías, a veces desaparecía y lo dejaba con la palabra en la boca, pero el aceptó ese juego como parte de una personalidad muy complicada pero que empezaba a presentarse ya entonces como interesante. Lo que nos hace mejores o peores es como nos enfrentamos a la muerte, y en eso ella había sido humilde dentro de la desesperación infantil del


trauma recibido. Debido a las extraordinarias circunstancias que suelen acompañar a un trauma infantil, no es extraño que el individuo involucrado pase el resto de su vida desafiándose para intentar asumir que no es como el resto, y que sus amigos, sus compañeros de clase, sus familiares o incluso, sus compañeros en el trabajo, podrán entender como se siente. Ella llevaba en su corazón un gran dolor que se manifestaba de forma inesperada, que podían surgir inmediatamente después de una feliz experiencia y arruinar su vida. Podía salir con un amigo a cenar, empezar una relación con un chico, dejar que la amaran, y al segundo siguiente sentir que un miedo cerval unido a un injusto remordimiento, la obligaba a salir huyendo, llegar a su casa, refugiarse en su habitación y pasar horas encogida a pesar de tomar su medicación. En muy pocas ocasiones había sido capaz de completar con el necesario sosiego una experiencia placentera, era como si se lo negara a sí misma, como si creyera que no se merecía ser feliz, o como si temiera que la felicidad fuera una trampa para que de nuevo, un hecho grotesco, violento o una terrible enfermedad mortal, se cruzara en su camino para recordarle que debería haber estado esperando que el momento llegara. El psiquiatra, el señor Tante, se lo había dejado muy claro, nadie dejaba de amar por miedo a sufrir si perdía a la persona amada. El más maravilloso pensamiento estaba a su alcance, la vida más fantástica podría entrar en sus planes sin miedos, asumiendo el dolor e intentando superarlo cada si se presentaba, pero sin aventurar que una maldición caería sobre ella por desear una vida normal llena de esperanzas, sueños e ilusiones; eso le había dicho. En una persona joven como Patty, cuyo principal rasgo era desesperarse cuando no entendía algo, permitirse ser la primera en entender la buena sintonía en los desayunos de sus compañeros de piso, fue un avance por el que se felicitó. Por supuesto, durante un tiempo largo no dijo ni insinuó nada, porque por la personalidades que desplegaban, aquello podía tratarse de uno de esos amoríos inconscientes que se mantienen latentes, pero no avanzan. Se trataba de un comportamiento normal entre jóvenes y que exigía el mayor respeto. La timidez, la vergüenza, el miedo al ridículo, y por otra parte ,la importancia a la propia reputación, y el reconocimiento de la popularidad de los más avispados, suelen ser cosas a tener muy en cuenta en ese tiempo por el que todos pasamos. Así, que con su silencio, durante todo el año había sido cómplice de algo que se iniciaba sin saber si iba a durar, si se iba a consolidar, o si al llegar el verano y dejar de verse, se difuminaría aquel interés. Conocía sus reacciones pero no esperaba la urgencia por volver a casa después de que Ricks se levantó para pagar en la barra. Era una oportunidad para insistir sobre las vacaciones de verano, caminarían sin pausa pero sin dejar de hablar de sus cosas. No estaba seguro de que fuera buena idea, pero si notaba que la contrariaba tendría tiempo de asumir sus errores. Había algo de impostura en hacerse creer a sí mismo que estaba pensando en lo mejor para Annastasia, cuando en realidad le aterraba la idea de un largo verano sometido a la canícula del pueblo. Una vez a la semana tendría que desplazarse a la ciudad en el coche de los viejos para hacer algunas compras, y si ese día era sábado se podría quedar hasta tarde, comer algo en el centro comercial o ir al cine. En alguna ocasión se encontraría con otros chicos del pueblo dispuestos a pasar un rato charlando de los viejos tiempos. En condiciones normales volvería a casa antes de la madrugada, y es posible que encontrara al viejo en el porche dando cabezadas de ojos entornados en una silla de mimbre. Si antes del amanecer aún no había vuelto se preocuparían, y eso sería muy engorroso. Creía que, con su edad, esas salidas de fin de semana ya deberían parecer más normales y estar más asumidas, pero no era así, por eso estaba pendiente de la hora aunque parase en algún bar de carretera de camino a casa. Por la mañana se levantaría antes de las doce para ayudar en casa con las tareas, y eso sería lo más excitante que le pasaría en toda la semana y cada semana del verano. La vida en casa de sus padres era muy diferente a la que llevaba en la gran ciudad. Al principio lo asumió como un cambio necesario, como un mal menor si deseaba seguir sus estudios fuera del pueblo, pero lo cierto es que se estaba acostumbrando a todo lo nuevo, y ya nada le parecía igual de bueno. La libertad de salir corriendo hasta el río, bañarse en él tirándose desde la roca más alta, subir a la montaña saliendo de mañana para volver a última hora de la tarde, ya no se parecían aventuras necesarias. Antes de volver cada uno a su habitación, tomaron café en silencio y a pesar de haber vuelto a hablar de ello no fue capaz de sacarle ni una sola palabra que le indicara que podían hacer planes juntos. En la soledad de su habitación Ricks reflexionaba acerca del año escolar que terminaba. No


hubiera podido obviar que se hacía mayor, ni le daba la espalda a la realidad de su postergada madurez, sino que se sentía bastante satisfecho de como le iban las cosas -a pesar de que sus calificaciones no iban a ser las de otros tiempos-. Había algunos inconvenientes en ello, como el choque que le suponía acostumbrarse a las nuevas ruidosas exigencias, y así y todo, ¿cómo no aceptar cuanto lo excitaba y lo emocionaba su nueva vida y sus expectativas? El día era soleado, pero el parte meteorológico no había sido igual de optimista para el día siguiente. Ricks se concentró en ponerse la ropa del “equipo de lo novatos”, tal y como todos llamaban a los chicos de atletismo de primer curso. Vio al compañero nuevo que intentaba situarse para no molestar, y se puso a su lado en los vestuarios. Luego lo volvió a ver corriendo a su lado y una sonrisa que parecía anunciar, “he venido a hacer amigos”. Por lo que contaban de él, ese muchacho se había movido con su familia desde la parte más al sur del país, y podría haber perdido el curso, pero había tramitado una traslado de expediente y estaba dispuesto a presentarse a los exámenes; si aprobaba salvaría el curso a pesar de no haber sido un año fácil para él. Ricks era de los mejores corredores del grupo, pero debería mejorar su marca si quería participar dignamente en la maratón municipal de principios de verano, y para eso no debía distraerse demasiado. No se trataba de rechazar nuevas amistades, pero necesitaba un poco de concentración y “el nuevo” no se separaba de sus talones. Intentó deshacerse de él en los últimos mil metros, y entraron casi juntos. “Buena carrera”, le dijo, y eso fue más de lo que tenía pensado decir. Una de aquellas noches, Patty quería montar una pequeña fiesta e invitó a Dred, el chico nuevo, y a Nelly a cenar. Llegaron juntos y saludaron a todos antes de ir a la cocina donde ayudaron con las tareas. Era extraño invitar a alguien y que se pusieran a trabajar, pero parecía que eso les calmaba; o, tal vez, era que huían de aquella situación de verse en la sala con Curt que era muy serio, sin saber que decirse. Sin embargo, el equipo de cocineros funcionaba animadamente, hacían chistes y conversaban. El resto los escuchaban desde la sala, y terminaron por poner música y ponerse algo de vino. Para la hora de la cena ya habían bebido suficiente, y ya no pararon. Todos se sentaron en dos mesas que unieron para la ocasión, y parecía como si se conocieran de antes porque estaban desinhibidos y riendo escandalosamente. Terminaron pronto de cana porque no tenían apenas hambre y se dedicaron a beber mucho vino, plenamente convencidos de que en su juventud nada podía hacerles daño. El espectáculo empezó a ser grotesco cuando sacaron los licores para el postre, y Curt invitó a Nelly a su habitación con la excusa de enseñarle sus revistas, lo que sin duda su madre no aprobaría. Patty entró más tarde y los encontró intimando, eso debió mover algún resorte olvidado dentro de la chica porque salió corriendo, pero se excusó diciendo que iba a tomar el aire para que le bajara el alcohol, lo que fue un detalle porque ya no volvió hasta el día siguiente sin que nadie supiera nunca donde pasó la noche. Curt siempre creyó que la había pasado dando vueltas por las calles más iluminadas del centro, o que tal vez cayó agotada en la escalera y se quedó a dormir allí mismo. En cualquier caso, no sentía culpable y después de aquella noche, él y Nelly fueron pareja por unos meses. La odiosa noche había sido idea de Patty y resultó de todo menos divertida, al menos para ella. Ricks creía que había estado muy agudo con de sus impresiones acerca de Annastasia, pero enseguida empezó a notar que lo que él creyera timidez, había sido desinterés. No quería ser cruel, pero la actitud con Dred resultaba de lo más chocante, abalanzándose sobre él, riéndose, buscándole la boca, si se me permite decirlo así. De haber tenido una idea clara de que él quería lo mismo los dos abrían acabado copulando allí mismo, debajo de la mesa, y sin importarles que Ricks estaba a su lado bebiendo como beben los cosacos. Y, aunque no llegaron a tanto y Dred parecía poner un poco de equilibrio, sin rechazarla absolutamente, siguiéndole la corriente, pero evitándola cuando se empeñaba en tocarlo, la repugnancia que sentía Ricks era la misma, que si la escena anteriormente descrita hubiese sucedido. La principal virtud de esa noche y de noches parecidas, es que, al fin, se ponen las cartas boca arriba, o dicho de otra forma, los seres más ambiguos se quitan la careta, y concretamente en el caso que nos ocupa, la dolida y traumatizada Annastasia, de pronto se despegaba de su cuadro psicológico y lo dejaba correr hasta los límites de los que pierden el control. Atrás quedaban meses de tedio, de modosas respuestas y vidas comedidas, era el momento de hacer locuras por algún motivo difícil de comprender; quizás porque se cansara de ser una buena chica, porque necesitaba abordar ese cambio de cara a presentarse como


una experimentada mujer en los cursos superiores, o también, y esta posibilidad parecía la más probable, Dred le había gustado tanto que habría hecho cualquier cosa por pillarlo aquella misma noche. Para un joven, aún no acostumbrado a los desenfoques que la vida inesperadamente nos ofrece, cuyo carácter aún estaba por decidir, semejante situación producía un compromiso interno inasumible, una batalla heredada de razón, personalidad, orgullo y sentimiento. Pocas veces, por fortuna se sentía tan traicionado y sus convicciones expuestas a los retos de la vida. La escena a la que asistía era la demostración de cuanto se equivocaba al intentar encasillar a sus conocidos, en buenos, malos, o peores. Intentar salvar a Annastasia por encima de todo lo había hundido, no era ni parte de lo que había pensado, se le rompía el corazón. Era un idiota incapaz de ver en el fondo de las personas y, como solía sucederle, deseaba salir huyendo. Y además estaba Dred y su flagrante traición, su inesperado comportamiento. Por un lado mendigando amistad y por otro corriendo a coger la chica para irse con ella y no decir ni adiós, o eso claramente pretendía. Como en el más esplendoroso teatro, intentó interpretar al gran amigo, histriónico se levantó con voz profunda y agitando los brazos, “¡Eh Dred!, ya tenía ganas de que nos visitaras. Eres un tipo de mérito”, lo adulaba, “¿sabes Ann?, corremos en el mismo equipo de atletismo, y es de los mejores, todo un campeón, así es”. El comportamiento de Ricks sobrepasaba todo lo racional, estaba dolido pero lo ocultaba con su representación; “Vamos Dred, deja la chica un rato, parece como si tuvieras el culo pegado al banco. ¿Te apuesto a que no eres capaz de seguirme y bajar la fachada de la casa hasta la piscina del vecino y darnos un baño allí?”, le respondió con un desprecio, le espetó que estaba borracho y debía irse a dormir, pero Ricks estaba dispuesto a seguir adelante con su desafío y no dejó de hacerlo ni ante los gritos de Annastasía que le pedía que desistiera, terminó corriendo por el parque sin más ropa que un slip y una remera. En el gesto de Ricks se dibujaba una mueca amarga. Con todo, su energía era capaz de asumir todas las tempranas decepciones. Cuanto más corría más relajado se sentía y finalmente, lejos de allí, se paró y respiró hondo. Puso las manos sobre las rodilla e intentó recapacitar. Para los errores de juventud, todos ellos asumían que había tiempo a rectificar. Errores de juventud, luchas sin importancia llevadas al límite, decisiones impulsivas y volver, una y otra vez, a empezar. Empezaba a pesarle seguir siendo joven, por imposible que parezca. En la templada noche, la ausencia de aire fresco dejaba en la boca un regusto acre, sabía como una amenaza impredecible. Había un lago no muy lejos al que solían acudir los excursionistas que aparcaban en hileras y comían sobre el césped, y le pareció que podía sentir la humedad recociéndose en el aire, llevando nubes de mosquitos que se agolpaban en las farolas. No podría aliviarse del calor por mucho que corriera, pero tal vez podría algún día salvarse de sí mismo. Le subió la tensión hasta sentirla en el cuello y golpeó una pared de ladrillo con la mano abierta mientras soltaba una maldición. No tenía prisa por volver, quería darle tiempo suficiente a las parejitas para que decidieran desaparecer. Las calles vacías dan una dimensión real de su utilidad, de su imprescindible colaboración con el progreso, pero a esas horas lo hacían sentirse pequeño. Era como si un buen atasco demostrara que estaban al servicio del hombre y por lo tanto, en cierto modo domadas. Sin embargo, a esas horas de la noche lo intimidaban con su grandeza, las creía peligrosas y no dispuestas a comprometerse con nada ni con nadie. 2 “Lo que sucede en una noche de fiesta, se queda en la noche de fiesta”, eso era lo que se solía decir, pero nadie lo cumplía. Ninguno de los alumnos de la universidad era capaz de mantener en secreto las grandes heroicidades, las extravagancias, los actos grotescos de los que no sabían beber, pero, sobre todo, los despelotes y la perdida de respeto. Cuando aquel día, las chicas pensaron que se trataba de una simple cena entre amigos, confiaban en sus propias fuerzas para controlar la situación, pero no podían suponer que en los próximos días estarían en boca de todos. Esto no sería


del todo exacto sino excluimos a Patty Verna del estigma, bastante tuvo con pasar la noche en la escalera. No resulta fácil prever lo que va a suceder cuando juntamos juventud y alcohol, pero supo reaccionar a tiempo y dejar espacio y tiempo por medio. La palabra de todos aquellos que quisieron incluirla en la ligereza de las listas a otras fiestas similares, fue una palabra rota, un brazo torcido, por la fuerza de su carácter. Creo que Patty y Ricks estaban hechos el uno para el otro, pero se ve que en aquel momento aún no lo sabían, si bien se les empezaba ya a ver juntos con cierta frecuencia. En tal momento, Ricks abandonó su costumbre de levantarse temprano para desayunar con Annastasia, todo empezaba a cambiar, y entonces todos creían conocerse mejor pero de ninguna manera se tenían reservas entre ellos, eran jóvenes, seguían adelante. En otro sentido habría que tener en cuenta el dolor sufrido, eso existía, pero terminaban por atribuirlo más a su propia inocencia que a un engaño intencionado. La juventud es sabia en algunos aspectos, todos hemos sido jóvenes y debemos recordar que nunca tendremos una capacidad de encajar como entonces. No es probable en los tiempos que vivimos, que creamos podemos vivir sin contagio, ajenos a los pecados de los demás, inmunes a nuestras tentaciones e irrenunciables deseos. La renacida confianza tanto de Patty como de Ricks los llevó a acordar verse en verano. Por lo cual creyeron conveniente darse sus direcciones de correos y sus respectivos números de teléfono para así seguir en comunicación. Nadie creería que se trataba de un espontáneo romance, no esperaban eso de ellos porque sus clases sociales, sus concepciones del mundo y sus gustos eran muy diferentes, pero lo que estaba, estaba. En todo caso se expresaban con libertad, y ses sentían tan cómodos juntos, que Patty fue a recibirlo en la meta después de la maratón, y tuvo que ser paciente porque entraron un par de cientos antes de verlo a él. Precisamente por aquel motivo llegaban tarde a una de sus clases y decidieron ir juntos al parque a tirarse sobre la hierba, y, sobre todo él, recuperarse de su cansancio. Y seguía sin representar nada romántico, se trataba pues de un germen, de un incipiente interés, de conversaciones que les salían con naturalidad y de silencios compartidos. Nada podía ser entonces, porque para Ricks, los planes que había querido hacer con Annastasia estaban muy recientes. A esa edad de la juventud, cuya principal virtud es empezar a sentir la necesidad de madurar, aportar a su educación y sus nuevas vivencias la inolvidable experiencia de aferrarse a sus veranos en el pueblo, ayuda con la necesidad de ser fiel a la identidad. Semejante solución no siempre resulta de una decisión voluntaria, pero lo ayudaba a seguir teniendo los pies en el suelo. Así era, durante el primer mes que siguió a su vuelta a la casa familiar, se dedicó a tareas atrasadas de la finca, a arreglar puertas y ventanas, a alimentar a los animales y a ordenar la caseta de las herramientas. Cualquier cosa imaginable acerca de unas vacaciones bañándose en el río, tomar el sol en la piscina municipal, o dar paseos por la montaña y merendar con la puesta de sol, era sobrepasado muy ampliamente por una realidad dolorosamente mezquina. Pocas veces se había sentido tan desagradado por tener que hacer lo que siempre había hecho, por una parte no deseaba dejar de ser quien era, pero por otra, el privilegio del hombre llamado a tener estudios superiores y, algún día, llegar a optar a un puesto del concurso nacional de funcionarios de primera, eso era difícil de asumir. Sus fuerzas, sin embargo, estaban en su plenitud. Lo más esplendoroso de su vida lo estaba viviendo en aquel preciso momento. No era ese un drama tan relevante, en realidad nunca volvería a ser tan libre. Todo parecía aquel verano transcurrir con normalidad, sus padres gozaban de buena salud, el dinero para el mantenimiento de la casa era suficiente y el clima no se había mostrado más cruel y ardiente que otros veranos. Sin embargo, durante una de las visitas a la ciudad, sin haberlo deseado, Ricks se vio rodeado por una pelea en la puerta de una discoteca. Quizás no debería haber pasado por aquel lugar, sabía perfectamente que era una calle conflictiva. Iba aparentemente inmerso en sus pensamientos cuando una silla que salió de una terraza acabó encima del capó de su coche; sorprendido e intimidado metió la cabeza entre los hombros e intentó mirar al lugar del que había salido aquel objeto. Esa fue su primera reacción, llevado por el instinto frenó de golpe y cogió con fuerza el volante. En su cara se dibujó un gesto de dolor, acababa de ver a Dred entre los contendientes, daba golpes a ciegas, sin mirar a la cara de sus oponentes, sin saber de quien se trataba, o si alguno de sus golpes se podía escapar a uno de sus amigos. Inconscientemente, a través


de la ventanilla de su coche, se quedó mirando, inmóvil paralizado por la impresión. Al cabo de un rato, dudó si salir porque al fin esa había sido su primera impresión, pero no lo hizo, puso el motor en marcha y salió entre la muchedumbre muy despacio. Antes de ponerse a darle vueltas a su decisión necesitaba mover el coche, o terminaría por romperle un cristal, o eso le pareció. Intentó conciliar la seguridad en la que se amparaba, y haber bajado poniéndose el mismo a dar golpes a diestro y siniestro. Conciliar la prudencia y el desahogo no era fácil, pero además estaba lo de Dred e intentar asumir si deseaba ayudarlo, y de ser así, si hubiese conseguido llegar hasta él. Miraba la escena que quedaba atrás por el espejo retrovisor, y cuanto más fijaba en el sus ojos más imposible se le hacía dejar de hacerlo, tal era la fascinación que el nerviosismo que lo invadía ejercía sobre todo su cuerpo. Al final de la avenida torció hacia una calle más estrecha y siguió conduciendo hasta que estuvo muy lejos. Mientras duró la escena de la pelea, no tuvo tiempo de pensar en Dred, en el Dred que conocía y aquel que acababa de ver. Sin embargo, al entrar en carretera para volver al pueblo, no dejaba de tener dudas acerca cual de los dos era el verdadero. Se propuso no aprovecharse de una simple pelea, para poner en duda la reputación de aquel. Mantuvo la compostura y aceptó que no se trataba de dos personas, eran la misma, cualquiera puede pelearse alguna vez sin que eso cambie nada. La tentación de cuestionar la reputación de Dred había existido. Dio las indicaciones necesarios a su conciencia para cerrar el episodio por aquella noche. Pero, desde aquel día, notó una alteración en su ánimo, su carácter se manifestaba rudo, huraño y se encerraba en sí mismo. Sus contestaciones a los requerimientos de sus padres, eran ceñudas y eso los trajo durante unos días bastante desorientados. Se empeñaba en llevarles la contraria y corregirlos en cosas absolutamente superficiales. Se le iba el sosiego que hasta aquel momento habían conseguido en la convivencia. Al mismo tiempo su actividad y sus costumbres se vieron alteradas, se notaba cansado y desganado, y pasaba horas tirado en una manta vieja que había puesto debajo de la sombra de unos árboles. Resultaba evidente que algo lo había alterado, pero los ancianos no se atrevían a decirle nada. Patty Verna vivía a cien kilómetros de la casa de Ricks. No era un viaje fácil en coche, pero cuando lo llamó por teléfono para decirle que le haría una visita, ya estaba pensando en hacer aquel trayecto en tren. No le dio la oportunidad de dudar, le apetecía verlo y estaba decida a no dejar pasar el verano sin pasar unos días a su lado. Una tarde de calor, sin haberle dicho el día exacto ni la hora, bajó de un taxi que llegaba desde la estación y que la dejó al borde del camino. Arrastró una pequeña maleta con ruedas de plástico sobre la tierra seca. Estaba sudando y aún no sabía si se podría quedar o tendría que buscar un hotel en el pueblo. Sólo tardó un rato en disipar sus dudas, Ricks la abrazó, se la presentó a sus padres y le enseñó la habitación en la que podría pasar aquellos días. Era una habitación sencilla, la ventana cerraba mal y el colchón era demasiado blando, pero había dormido en sitios peores. Tal vez, llegado aquel momento de su vida, Ricks empezaba a saber que no es fácil vivir sin una máscara. La persona tiene formas de convivencia que exigen abandonar el estado natural por algo más elaborado, y es por eso que si a algunos les gusta correr, dejan de hacerlo en la calle, y pagan un gimnasio para hacerlo sobre una cinta eléctrica. Pasa lo mismo con la elaboración de los alimentos, es posible que sea mucho más sabroso un pescado recién salido del agua y puesto a la brasa, que otras cosas mucho más elaboradas en las que se emplean todo tipo de especias y salsas artificiales, que posiblemente tienen aditivos químicos. Pero todos, o casi todos, parecen estar de acuerdo en que lo más elaborado es lo más civilizado, lo más cultural y a lo que debemos aspirar. Quiero decir, que Ricks, empezaba a sentir que todos lo juzgarían si no daba ese paso, si no se cubría con una máscara que le sirviera a la vez de protección y tuviera algo que intimidara en su nueva y sofisticada apariencia. Ella se mantenía firme en sus convicciones, creía saber llegar al corazón de la gente, y muy posiblemente se llevaba menos sorpresas que él con sus nuevos amigos. Mantenía con claridad las diferencias fundamentales de unos y otros a pesar de ser tan joven. Se sentía tranquila y confiada en aquella cama de rancho, y se iba a cuidar de no perder los nervios si al final nada salía como había esperado. El sentimiento de camaradería que desarrollaba en favor de Ricks, era verdadero. Le parecía que su vida era mejor cuando pensaba en él. Era fuerte, pero también creía conocer sus


límites, y de lo que no estaba segura era de que él hubiese olvidado a Annastasia. Pero, al menos por un momento, aquel verano había conseguido estar a su lado, bajo su mismo techo y respirando su mismo aire, y eso era mucho más de lo que Ann podía decir. Al día siguiente se levantó temprano y salió al porche para contemplar la naturaleza en todo su esplendor. La casa estaba rodeada de grandes árboles de verdor intenso. Oyó cantar unos pajarillos en uno de ellos, e inútilmente intentó descubrirlos entre el follaje. Podría haberse ahogado de tanto aire, pero sus pulmones resistían y se acostumbraban cada minuto que pasaba. La vida se manifestaba en aquel lugar como nunca antes la había interpretado. No conocía el latir humano más allá de los atascos, las colas del metropolitano, y los estadios abarrotados para ver a los héroes deportivos los fines de semana. Todo lo que de salvaje tenía la naturaleza se volvía tibio, y se dejaba observar dulcemente. Un leve sonido a su espalda la puso alerta, un movimiento a continuación le hizo comprender que alguien, o algo, estaba a su espalda. Era un ruido de pasos ligeros, de uñas contra el suelo de madera, y de soplidos inconscientes. No parecía nada peligroso pero estaba a su espalda, eso la inquietó y se dio la vuelta. Se quedó inmóvil un segundo y al fondo del hall vio pasar a León, el perro peludo y posiblemente pulgoso de la familia. A su alrededor se movía una sombra que acudía detrás del perro, era Ricks, que le preguntó si quería café, ella asintió. “Voy a la cocina a prepararlo, no te vayas muy lejos”, y se dio media vuelta seguido por León. Los árboles eran como gigantes cargados de buenos deseos, de respeto y de vida. El mundo les debía más de lo que les daba. La estremecía la naturaleza porque no estaba muy acostumbrada a ella, y se dejaba llevar. Al mismo tiempo que imaginarlo, el viaje había comenzado en el ferrocarril, en la excitante pretensión de poder planear como iba a ser, cuando ya estaba sucediendo, y no la defraudaba. Era un todo de amistad, viaje, paisaje, y posiblemente había algo también, nuevamente de albergar buenos deseos acerca de su amigo. Ahora que se había dejado guiar por sus impulsos, se estremecía descalza sobre el porche, y aceptaba su destino fuera cual fuera. Pero primero debería terminar en la universidad, cumplir sus más inmediatos deseos, madurar, y sobre todo, encontrar un piso y nuevos amigos para compartirlo el curso próximo. Uno de ellos sería Ricks, de eso estaba segura. Se sentó en un banco recibiendo la luz del primer sol de la mañana, y escuchó la cafetera gorgotear, todo era perfecto. La existencia se hace de pequeños momentos en los que no sucede nada y debemos valorarlos. Debemos abarcar el pensamiento y sustituir los malos augurios por esperanzas, planes, y solvencia de nuevas ilusiones. La muerte parece tan lejos a los veinte años... La angustia existencial no le había llegado aún a Patty, sin embargo, con Ricks era diferente, cuando sentía la ansiosa naturaleza de los negros pensamientos necesitaba correr, por eso después de tomar un café acompañando a Patty en el porche le dijo que salía a correr, y al rato vestido con ropa apropiada y unas zapatillas de carrera salió como una flecha por el camino arenoso que lo conducían hasta los árboles que Patty había estado mirando con tanta atención. Eso le dio tiempo para dedicar la mañana a un baño largo y a lavarse la cabeza como si toda la tierra del mundo se hubiese instalado en la raíz de su pelo. No era tan descabellado intentar hablar con los padres Ricks, y ellos respondían con una sonrisa y monosílabos, porque no eran habladores, pero también porque no creían tener mucho en común con aquella muchacha que les tiraba de la lengua. No se trataba de espíritus antagónicos o desconfiados, simplemente consideraban más cómodo no hablar demasiado, eso no era tan raro entre la gente solitaria de las granjas de la comarca. Ah, pero con Ricks era diferente, tenían aquella confianza nacida de los malos momentos, e incluso, a poco que él lo reconociera, un afecto que esperaba agazapado entre las horas muertas que pasaban juntos. Pero todas sus convicciones no eran aún suficientes, Patty pensaba más de lo debido, y ella nunca había sido una persona dominante...Al llegar a aquel lugar, a pesar de que lo habían hablado, y él le había confesado que el verano se le hacía muy largo allí, y con toda las fuerzas que había tenido que acumular, le gustaría al menos, no parecer tan invasiva. No lo era, se decía, no lo presionaba. Los padres de Ricks eran muy conocidos en el pueblo, habían vivido toda su vida allí, y en los alrededores todos se conocían, se encontraban con los vecinos de otras granjas cuando bajaban a comprar algunas cosas -cosas que siempre surgían y no se podían aplazar, herramientas, un congelador, neumáticos para el auto, etc.-, cuando esos encuentros se producían dejaban de ser los seres lacónicos y silenciosos, y entonces se paraban a hablar con ellos demostrando interés por las


vidas de aaquellas personas a las que conocían y apreciaban, y se contaban las últimas novedades de sus vidas, los giros más importantes y como iba cambiando todo con el paso del tiempo. Pero con Patty era diferente, había alguna cosa que los bloqueaba, sin por ello dejar de ser amables, e intentar mostrar toda la simpatía de la que eran capaces. El día empezaba muy lentamente, era suave a esa hora, y cuando Ricks regresó de su carrera decidieron salir a dar una vuelta por el campo. Él tenía una idea vana del camino adecuado para no someter a su invitada a los inconvenientes de pasar entre las vacas de los vecinos, saltar vallas o caer de golpe en cuidadas huertas de las que los echarían a gritos si los vieran. Pasaron delante de algunas casas y él le iba contando algunas anécdotas de las personas que vivían en ellas. En un lugar, el camino tenía un repecho desde el que se podía ver el valle, y lo subieron, y Patty gozó viendo los campos sembrados, los bosques y la red de caminos del Estado pasando entre las granjas. Se sentaron en una roca, y bebieron agua de una cantimplora que él había tenido la previsión de llevar consigo. Aquel verano hicieron varios paseos parecidos, alquilaron un caballo para que Patty pudiera aprender a montar, fueron un un par de veces a la ciudad para ver el ambiente de noche y bailaron delante de una fuente, ella conoció algunos de sus amigos y fueron juntos a una verbena al pueblo de al lado, bebieron cerveza bajo la luz de la luna y, sobre todo, tuvieron mucho tiempo para hablar de sus cosas y de la vida que llevaban como estudiantes. Uno de aquellos días el padre de Ricks anunció que el sábado iba a matar un cordero y que el domingo comerían todos juntos, se trataba de una ocasión especial, y Patty se sintió muy honrada. El viejo reía orgulloso, como si de pronto se le hubiera contraído el gesto y mostraba la dentadura poderosa y amarilla. No dejó de mirarlo hasta que él conforme consigo se dio media vuelta y desapareció para ir a afilar los cuchillos. No demoró el sacrificio y ella no asistió a él porque Ricks le buscó una ocupación en al ciudad, y le pidió que fuera a hacerle recados. Cuando volvió apenas quedaban restos de la matanza, y no la dejaron entrar en el galpón donde habían desollado al animal. No vio la carne hasta el domingo, cuando la tenía en el plato cubierta de guisantes, cebolla y patatas. Removió desconfiadamente con el brillante tenedor pero eso era habitual en ella. Mientras intentaba reconocer cada uno de aquellos productos cubiertos de grasa y aceite, movía los hombros hacia adelante y evitaba mirar al viejo que tenía enfrente. Sin embargo, esto no duro, y en cuanto empezó a comer fijó sus ojos en él que l sonreía agradado. Ella tenía curiosidad por aquellas formas rústicas, sin complejos, abierta al mundo, y el anciano le respondía con la satisfacción de saberse observado. Él comía con ansia, y eso la sofocaba. En realidad no se trataba de nada obsceno, de hecho, para él era algo muy natural, y soportable para una chica por muy delicada y de ciudad que fuera. Así continuaron el tiempo suficiente para que pudiera terminar de engullir toda la carne, cuando ella apenas había probado unos guisantes. Después de aquello, no parecía que le pudiese quedar mucho espacio en el estómago, pero se puso una tazón de vino como si fuera a desayunar, y se lo tomó de un golpe. Estaba rojo, embotado y apenas capaz de hablar, y nadie se atrevería a decirle que fuera más comedido; al menos por una cuestión de salud. Sin embargo, lo miraban mientras el cometía todo tipo de excesos. Hace todo tipo de mezclas, toma tarta de postre con vino, y después se pasa al licor cuando aún tiene la boca llena de dulce. Las orejas se le ponen rojas como si fueran a empezar a arder en cualquier momento, se rasca la frente justo encima de los ojos y resopla, pero no se deja vencer. Una gran satisfacción lo invade, ya no parece su rostro,a mudado, se ha instalado en el la mueca del hombre orgulloso capaz de despreciar al mundo y sus bajezas. Ella sigue ensimismada, a su ritmo, modulando cada vez que lleva el tenedor a la boca como si estuviese afinando las cuerdas de una guitarra. Ya nada la sorprende, y nunca le molestó, acepta las costumbres por muy lejos que esté de todo el exceso. Ricks no es ajeno a todo, pero no parece importarle, está a gusto y sin aplicarse con la voracidad de su padre, como con cierta velocidad y acaba pronto, sin aspavientos. Patty se sentía por encima de otros sentimientos, llena de atenciones. El tiempo que pasó en la granja todos estuvieron pendientes de cualquier cosa que pudiera necesitar. Y resultó que a pesar de todo, Ricks no deseaba avanzar. Un sábado por la tarde fueron a nadar, el río era un bien precioso, y anduvieron hasta un lugar solitario donde tomaron el sol casi desnudos para secarse para secarse del baño. No hablaron de amor, pero tuvieron sus cosas. No les importaba ser vistos y pusieron la ropa


mojada al sol. Nadie les veía desde la carretera y en cuanto pudieron se vistieron y empezaron a caminar de vuelta. Fue entonces cuando Patty le preguntó por Annastasia, él respondió que no sabía nada de ella, pero que había visto a Dred en una pelea en la puerta de un bar. Los dos coincidieron en estar sorprendidos pero que la gente no siempre actuaba conforme a lo que se esperaba de ella. Desde luego el perfil amable e inofensivo de Dred se ponía en duda. Patty se paró y lo miró a los ojos, no quería ser malinterpretaba, pero había algo que le quería contar. Se rascó la cabeza pegando el mentón al pecho, y lo miró desde abajo levantando los párpados todo lo que pudo. “Annastasia tiene una depresión, y se cree que es culpa de Dred, pero no están juntos. No debería contarte esto. Nunca estuvieron juntos en realidad, él se aprovechó de ella, y no la quiere ver.” Ricks no respondió pero estaba pensando que Dred era un indeseable al que le habían dado su amistad y se había a provechado de todos. Los había engañado, eso parecía claro, pero ya nunca volvería a hacerlo. No deseaba empezar una conversación interminable, apremiando a su interlocutor, que acordaran convertir a aquellos que les habían causado algún daño, en demonios rabudos. El paseo hasta el río y el baño, les había hecho bajar la comida que siempre parecía más de la que podían asumir. Ella se lamentaba de estar engordando, de haberse abandonado a los placeres del campo y el sonreía porque le agradaba que así fuera. Ya no pesaba, fuera de aquel ámbito, la necesidad de recuperar los sueños de momentos anteriores. El campo estaba haciendo una labor regenerativa, una cura de paz interior que le hacía aprender a ser más paciente, porque los tiempos allí se alargaban y la inundaban; era consciente de ello y lo apreciaba. Todo lo que había conocido aquel año fuera de su hogar había sido estupendo. Además de los amigos, todos los conocimientos y la nueva forma de ver las cosas, le ayudaban a encarar la vida. Como si unicamente hubiera una forma de enfrentarse a los estudios, empezaba a relegar sus aficiones por otras más acordes con su nueva forma de estar en el mundo. Hasta había corrido la maratón, en lo que nunca había pensado, y a la que posiblemente seguiría presentándose como una cuestión de orgullo. Cuando no era más que un niño empezó a destacar por sus notas, y su padre estaba muy orgulloso de él, solía presumir en el bar del pueblo, y decía a todos que iba para presidente. Posiblemente no llegaría a presidente de nada, pero había puesto el primer pie en los estudios superiores. Aún en ese momento, a través de los verdes campos, y las cercas que limitaban las propiedades, se sentía un joven y brillante estudiante, capaz de interpretar los textos más farragosos, y dispuesto a conocer el espíritu humano. Y al mismo tiempo intentaba recordar quien era en realidad, sobre todo cuando se enfrentaba con las necesidades de la casa y las limitaciones de sus padres ya ancianos. Miraba atentamente a su amiga mientras encaraban la carretera andando, todo lo que sucedía era bueno, y las decepciones, las contrariedades establecían su inocencia en un nivel descendente, lo que no le venía nada mal, porque, nada había más chocante que un estudiante de pueblo que precisamente por eso fuera considerado un ser inocente y fácil de engañar. Debía hacerse el duro, aprender y someter sus emociones. La lucha por demostrarnos a nosotros mismos cuánto valemos, por encontrar aquello que justifica todos nuestros desvelos, empieza siempre demasiado pronto. La ansiedad que se dibuja en nuestro descomunal esfuerzo por seguir en carrera encaja en la idea que podemos hacernos de búsqueda de la felicidad, como no sucedería de otra forma, en lo que el mundo parece esperar de nosotros. De ahí nos vienen muchos de nuestras frustraciones, las que nos llevan en algún momento a asumir que somos limitados, y en ocasiones ni siquiera llegamos. No necesitamos llegar a viejos para saber que no vamos a tener una segunda oportunidad, pero, a pesar de ello, puede que desafiar a nuestras fuerzas a cualquier precio, no sea lo más acertado. Tensa como ella era, llegado un momento, empezó a interiorizar que el verano se terminaría cuando volviera a la ciudad. Allí tendría que organizar un nuevo viaje al final del verano, el que la llevaría a la ciudad universitaria. Se pasaba la vida haciendo maletas, debía asumirlo. Empezó a transmitir las señales de la partida, y finalmente lo anunció una tarde que estaban sentados en el porche despidiendo un día de mucho calor. La tierra estaba caliente de recibir el calor de sol durante todo el día, y despedía un vapor de olor agradable incluso cuando se había hecho de noche. Aún antes de partir y volver a su vida cotidiana, Patty fue agasajada con otra copiosa comida, que era para el padre de Ricks el mejor reconocimiento y muestra de amistad que podía mostrar. El


último domingo se sentaron a la mesa como si no fueran a levantarse más. Todos comieron con sin lujos, pero hasta la invitada, después de tantos días respirando aire puro había abierto el apetito y empezaba a coger kilos. No hace falta mucho para acostumbrarse a lugares que se entregan en el respirar, en el vivir, pero sobre todo, en la mesa. Miró a aquella familia con ternura terminando con todas las barreras. Se sentía abrumada por su amabilidad, y se complacía por haber vivido todos aquellos momentos. De ninguna forma podía interferir con sus costumbres de ciudad frente a la poderosa razón de aquellos dientes fuertes, capaces de masticar hasta el infinito sin levantar la cabeza del plato. Asumía sus diferencias, pero se había prestado por unos días a formar parte de todas sus contradicciones, y dejarse llevar por esa fuerza. Reconocía aquella vastedad, el territorio, el trabajo y las incomodidades, como una experiencia de vida por la que se sentía muy agradecida. Aquellas gentes de la comarca, y también la familia que la había acogido por sus vacaciones, se lo entregaban todo a su tierra, con la devoción de un creyente que hace místico su trabajo en la huerta, le daban su vida, sin engaños ni ambigüedades, lo que era, era, y estaba. El subterfugio de la máscara era un acontecimiento que ella conocía de la ciudad, y que no descubría en aquel otro ámbito que la cubría y que estaba a punto de abandonar. Hay una razón trémula para respetar a la gente que vive de la tierra, y lo había comprendido; eso se llevaba en su aprendizaje. Pero aún con todo, debía renunciar, porque sabía que nada de eso podía exigir de ella la fidelidad que se exige a una cenicienta que muere de deseo. Cuando se despidió y ya iba al coche en el que Ricks la llevaría a la estación, el viejo saludó desde la puerta de la casa, a su lado, el perro movía la cola, y después, apareció su mujer, sonriendo y saludando. Entonces, dejó las maletas en el coche y volvió para darles la mano, y abrazarlos si podía. Ante la diferencia de una despedida, le resultó reconocible abrazarlos. La reconfortó haberlo hecho, con simpleza, porque algo en sus pulmones se lo había pedido. Hubiese podido partir sin más, pero volvió hasta la puerta de la casa y respiró mejor, conteniendo la emoción de la partida que a veces sucede. Volvía fortalecida, y sin embargo, le temblaban las piernas, vacilaba, emergía de un sistema de pensamientos encontrados que la harían subir al tren incrédula de los nervios que se desataban sin haber sido convocados. De nuevo, aquella mañana se pintó los labios, y le sonrió a Ricks con aquella mezcla obscena de labios hinchados y dientes amarillos, adornada de ruidosas pulseras y anillos sin futuro. Dijo adiós desde la ventanilla de su compartimento con el pelo recién lavado, aún húmedo sacudido por el primer trote de la locomotora, frecuentemente forzado, tomando velocidad, alejándose a techo descubierto. Siempre que podía viajaba en tren, no se trataba de ningún privilegio, cualquiera podría hacerlo en clase turista. Se trataba de un pequeño aparato de cercanías, por lo tanto ni siquiera disponía de vagones individuales, y mucho menos algo realmente exclusivo. Por lo que pudo llegar a saber, sólo había dos trenes que comunicaran aquella parte del país con una gran ciudad, uno a primera hora de la mañana y otro a media tarde, fuera de esos horarios tan convenientes, la estación aparecía sumida en la soledad y un somero abandono. Tampoco resultaba incómodo, de hecho, iba casi vacío. Desde el momento que se puso en marcha creyó que podría dormir un rato, pero no fue capaz, tenía demasiadas cosas en la cabeza, sensaciones y recuerdos de los días que acababa de pasar al lado de Ricks. Una vez el camino estaba adelantado, y ya quedaba menos de la mitad del viaje sus pensamientos fueron de atrás hacia adelante; dejó de pensar en todo lo nuevo que le había pasado y empezó a pensar en como serían las cosas en el inmediato futuro. El tren se movía con uniformidad, y no tenía la impresión de velocidad de otros trenes, y eso le resultaba agradable. No tenía la impresión de urgencia de otros viajeros, uno tras otro iban pasando los postes telefónicos al lado de la ventanilla, y reconocía en los viajantes profesionales el fastidio del retraso. A eso de las cuatro de la tarde ya estaba cerca del destino, y los grandes y agrestes campos dejaban espacio a un paisaje cubierto de pequeñas casas. Le hubiera gustado haber llevado encima su aparato de música, ponerse esos tapones en las orejas, y aislarse de todo; tal vez dormitar. Miraba de reojo a un tipo preguntón que parecía querer iniciar una conversación y al que respondió sin ánimo acerca de la temperatura n el vagón. “Sí, hace calor”, y se giró ligeramente. El señor no debió entenderlo porque aún lo intentó de nuevo, “Parece que vamos con retraso”, le decía, y ella, “si, parece”, y de nuevo se giraba intentando hacer evidente que le daba la espalda y no quería conversación.


3 Encaramado Al Sol Aquel verano había sido inolvidable, pero la vida debía continuar. Unos meses pasaron, después de arreglar los papeles del nuevo curso y de encontrarse en ese trámite con muchos amigos, Patty echó de menos a Ricks. Se hizo la distraída por los pasillos por ver si lo veía aparecer para formalizar su matrícula, pero no fue así. Luego bajó a la cafetería de la facultad y allí se encontró con Curt y Nelly, que por lo que parecía avanzaban en su relación, pero ni rastro de su amigo más fiable. Él le había dicho que se iba a entrenar todo el verano y lo que le quedaba de año, para volver a participar en la maratón, pero eso no debería tener nada que ver, en absoluto, con aquella ausencia. Sabía que no apreciaba especialmente los estudios académicos, pero no podía creer que perdiera un curso por olvidar las fechas en que debía pagar su plaza. Ella sabía que de él se podía esperar lo más extraño, así que lo llamó por si ese era el caso, pero no. Le dijo que tenía las fechas apuntadas en su agenda, pero que había sucedido algo que lo cambiaba todo. Le dijo que su padre había muerto de un ataque cardíaco, y que de un día para otro había tenido que asumir la responsabilidad de mantener la granja respirando, y estar al lado de su madre, porque sólo lo tenía a él. Contestó que lo lamentaba. Estaba confusa, apenas podía reaccionar. Ricky aceptaba que se debía convertir en un granjero. Empezaría una nueva vida llena de pequeños compromisos, de producción y venta de pequeños productos. Una explotación agraria no espera por nadie. Ella, que no solía aceptar reticencias, había sido batido en un minuto con razones que no tenían objeción posible. Antes de colgar le pidió un favor, que siguiera entrenando porque quería volver a verlo en la maratón. Sonó como una despedida, uno de esos favores que, en realidad, nadie espera que se cumplan. Ya no esperaba ser querida con la avidez de un año antes, en aquellos lugares que visitaba en madrugadas de dolorosa dificultad. Por primera vez creyó que debía desafiar a lo que se esperaba que sucediera, y empezó a notar una atracción por lo que no siempre tenía que estar conforme a lo dictado. La moderada satisfacción por su resta conducta empezaba a sentirse cuestionada. Fue entonces, en su regreso para incorporarse al segundo curso, cuando la visión de costumbres de sus compañeros y compañeras empezaba a despertar. Y como si fuera un animal capaz de imitar todas las formas, los sonidos y los gestos, no perdía detalle de como se comportaban aquellos que eran considerados populares por el resto -debo decir que si todos hemos pasado por circunstancias parecidas, ahora creeremos que aquel reconocimiento era inmerecido, y si nosotros mismos fuimos populares, tal vez, y sólo tal vez, consideremos que hacíamos bastantes payasadas-. Otra característica de su carácter y forma de estar que empezaba a cambiar, tenía que ver con aquella simulada pasividad que la había retenido en tantas ocasiones, y que ahora, al ver a sus antiguos amigos era incapaz de reeditar, saltaba sobre ellos, gritaba y los abrazaba con vehemencia. Otras chicas de primero, ocupaban el lugar que ella dejaba, sentadas solitarias y modositas, atisbando a los escandalosos veteranos, dispuestas a abandonar la cafetería de la recepción en busca de lugares más recogidos para el estudio. La devoción que se suponía que los novatos debían sentir por los alumnos de cursos superiores, ella lo sabía bien, nunca había existido. Los más sobrios estudiantes, atribuían aquellas demostraciones de alegría a una necesidad o sentido de pertenencia, como una forma de reafirmar su estatus en el prematuro comienzo de curso. No es necesario observar que en tal caso, como complemento y


extensión de esa reafirmación, presumían delante de los nuevos despistados, les tomaban el pelo o adoptaban una postura de superioridad delante de ellos. No faltaba en aquel momento, en el que se trataba de conocer quienes iban a ser los nuevos compañeros de curso ese año, echar de menos a los que habían cambiado su especialidad, el horario o habían renunciado definitivamente a seguir estudiando. Y, en este último grupo se incluía Ricks, así que Patty, que conocía los detalles de esa renuncia, tuvo que explicar a uno por uno, lo lamentable de su decisión. No había morbo en ello, podía haber rivalidad, pero el sentimiento de pérdida era sincero, ni ninguno creía haberse sacado de encima un competidor, porque lo que los unía tenía más que ver con lo que vivían juntos, fuera de clase, que con los objetivos académicos y profesionales. Todo esto no llegaba a darle forma a la escena que todos ellos, premeditadamente, habían imaginado. Es decir, aquello que habían esperado nunca era como deseaban, aquel intento de escribir una historia en su pensamiento, que inmediatamente sucedería. Y había partes que se repetían, las caras habían cambiado un poco, pero, algunas aparecían. Quedaba convertir la reunión en algo memorable para contarlo con el acento de una gran fiesta, cuando no había pasado de un aburrido papeleo de oficinas, y un burocrático atardecer de cubrir instancias y recibir los sellos necesarios. Tenían la briosa concepción de sus vidas que les permitía poner un simple hecho cotidiano a la altura de un acontecimiento, y casi al momento, pasar a a otra cosa, como si su descomunal esfuerzo de un minuto antes, no valiera nada. Se asignaban la tarea de llevar al máximo exponente de la excitación, de convertir en extraordinario cualquier encuentro fortuito, y al momento, lo dejaban caer por cualquier otra causa que los distrajera. No digo que en esta tarea ostensible de no pasar nunca desapercibidos se fueran a dejar la piel, muy al contrario, su característica principal era que lo hacían porque no le costaba nada escandalizar, reír, darse abrazos y empujarse, porque estaban en su papel. Y al fin, sin haber pasado por la universidad, la mayoría de los mortales busca la misma cosa, que sus tareas se puedan hacer con cierta comodidad. Patty Verna ni siquiera sabía cuando volvería al sosiego que en su infancia y juventud había venerado, la aterraba tanto que le pusieran la etiqueta de mediocre que estaba dispuesta a unirse al club de los inconsciente, en busca de un poco de emoción. No había respeto por la commoción ajena, no estaba bien visto retirarse en silencio si se aceptaba que otro era capaz de demostraciones de alegría insuperables, había que intentar que se podía responder con una sorpresa y nervios mayores, y nunca desfallecer. El encuentro después del verano con los amigos y compañero del curso del año anterior era una fiesta de alucinaciones, sin de drogas, sin demasiado alcohol, pero alucinaciones al fin. Le pareció ver a Dred entre un grupo que se detenía para hablar delante de un ascensor, que a su vez estaba al lado de una ancha escalera, donde se iban a separar y despedirse. Se alargaba el momento, y su permanencia, cuyo principal rasgo era estar bloqueando la puerta, empezaba a resultar incómodo porque el río de estudiantes no cesaba. Lo contempló un rato, dudando si acercarse para saludarlo. Necesitaba compañeros para compartir un piso de estudiantes, y siempre sería mejor alguien a quien conocía por malo que le pareciese, que un perfecto desconocido. Aquellos gestos no le parecían como para desconfiar. Comprendía las reservas de otros chicos, ellos, como gallitos, siempre se están disputando el favor de las chicas, por eso no quería juzgarlo por lo que se contaba de él. Acaso su temperamento no era tan ceñudo, ni sus reacciones tan inesperadas. Rechazó toda prudencia y se dispuso a un encuentro que pareciera fortuito, pero lo cierto es que llevaba un rato sin quitarle ojo, y esperaría el momento oportuno para saludarlo. Al fin, algo sucedió, empezaron a darse abrazos ruidosos y se esparcieron, unos por la escalera, otros por el ascensor. Iba Dred a entrar el último, cuando ella le tocó un brazo, él se dio la vuelta y le dijo que subieran que en seguida los acompañaría. ¡Qué pastosos se vuelven los chicos con las despedidas!, se dijo Patty, pero sonrió. Lo miró de nuevo, y le pareció que llevaba ropa nueva, un polo blanco y unos jeans, todo limpio y bien planchado. Eso la intimidó un poco, nunca lo había visto así, impecable, sonriendo con la dentadura perfecta y el pelo trigueño, casi rubio, reluciente, como si lo hubiese secado al sol. Tal vez no había sido buena idea acercarse hasta allí, estaba empezando a notar un desagradable complejo de inferioridad, y eso no era normal en ella. Se acercaron el uno al


otro hasta que su conversación fue nítida, pero a pesar de los esfuerzos no conseguían decir nada especialmente excitante. Se preguntaron con qué profesores les había tocado, si tenían clases en común y cosas parecidas. De la misma forma mostraban interés por cómo habían pasado el verano, pero Patty no contó nada de su visita a la granja. Ninguno parecía impacientarse, ni él tenía prisa, a pesar de que había prometido a sus amigos que se reuniría con ellos. Posiblemente para cuando llegara ya no estarían donde habían dicho que lo esperarían. Se quedaron mirando en silencio el uno para el otro un minuto mientras pedían unos refrescos. El camarero los sirvió con rapidez, pero sin apenas hacer ruido, lo que no era normal, porque con las prisas se oían los vasos, las bandejas, y los cascos vacíos de las botellas rebotar entre sí. Patty no creía que fuera raro lo que estaba haciendo, sólo porque Dred hubiese roto con Annastasia, después de todo las parejas van y vienen durante el periodo universitario. Muy pocas aguantan y sobrepasan esa frontera, como si una vez conseguido su título necesitaran respirar. De hecho había parejas unidas por sus malas relaciones, por sus celos y discusiones, como si sus broncas fueran algo realmente importante en común, una dimensión de la pasión que quería respetar, pero que al final terminaba por destruirlo todo. Nadie podía obligar a Dred a seguir unido a Ann, sólo por evitarle la factura del psicólogo, y en eso también estaba siendo cruel. Fríamente, ¿estaba eligiendo entre su ética, y encontrar un compañero de piso? Después de todo, tendrían que ser cuatro para que aquello resultara de una economía, digamos, conveniente. Sabía que debería haberla llamado a ella primero, pero desechó la idea de Ann, por algún motivo que no entendía del todo, pero que tenía que ver con Ricks. O para no exponerla a más engaños, porque si convivía con ella iba a necesitar de toda su teatralidad para hacerla creer que la apreciaba naturalmente. Debería haberle dado esa oportunidad, y tal vez lo hubiese hecho, pero Dred estaba allí, y todo resultaba fácil, sólo tenía que plantearlo y esperar que él no tuviera ya esa parte arreglada de algún modo. Entonces, si las cosas seguían manteniendo a Ann en su vida, y en su camino, debería tener en cuenta que le debía una disculpa; pero era poco probable que el tiempo corriera en ese sentido. Al fin le colocó la pregunta a Dred, indirectamente le preguntó si tenía y a arreglado su alojamiento, y él respondió que lo tenía bastante adelantado. Los ojos de ella debieron mostrar una cierta decepción, porque el se apresuró añadir que podía sumarse al grupo, pero que tendría que dormir en una cama mueble, que la casa estaba bien, pero que ya se habían repartido los huecos y que no podía hacer nada al respecto. Le dijo quienes era los otros estudiantes, y ella apenas los conocía, pero no le pareció un mal arreglo. Ella levantaba los ojos para no coincidir con los de él. No sabría responder a algunas cosas que él pudiera preguntarle, y mantenía una estrategia que guardaba las distancias. “No sé como resultara esto”, se decía sin terminar de convencerse de estar tomando la decisión adecuada, pero suele ser determinante en tales casos, que uno lo haya buscado, eso parece tranquilizarnos acerca de nuestras propias equivocaciones. Quiero decir que si hubiese sido al revés, y hubiese sido Dred quien la buscara para ofrecerle el acuerdo, sin que ella lo esperara, le hubiese dicho que no. Además, si alguien hubiese insistido en que aceptara una propuesta que llegara desde fuera de sus cálculos, y esa insistencia hubiese sido firme, se hubiese exasperado, y hubiese gritado si fuera necesario, pero nadie la habría convencido de que aceptara. Era por eso que estaba convencida de que con ella, la psicología inversa funcionaría, en el caso de que alguien tuviera la malicia de ofrecerle lo contrario de lo que en realidad quería que aceptase. En una ocasión, cuando aún no había decidido que era lo que quería estudiar, su madre le había dicho que le gustaría que estudiara derecho o psicología, lo que le quedó claro de aquella conversación fue lo que no le gustaba. “En realidad no nos conocemos tanto, y debes saber que tengo mis rarezas, pero creo que me puede interesar esa cama mueble”, le respondió al fin. El dijo que no importaba que fuera rara, siempre que no asaltara el frigorífico por las noches, a lo que ella añadió rápida de reflejos, “no he dicho que fuera rara, sólo que tengo rarezas”. No había calculado exactamente cuánto iba a necesitar hacerse respetar con el nuevo grupo y no quería que se equivocaran con ella. Desde el principio se indignaría por cualquier malentendido si era necesario, pues esa era una de sus rarezas. Era una chica sobreprotegida por sus padres, y si por ellos fuera, se hubiesen encargado de buscarle los compañeros de piso, a lo que de ninguna manera estaba dispuesta. Su madre llegó incluso en una ocasión a pedirle a otra chica de su edad, que también cursaba estudios en la misma ciudad, que le diera noticias de ella, porque hacía mucho que no la llamaba. Cuando Patty se enteró


se armó un buen follón familiar, y nunca más intervino en la libertad que tanto deseaba. Estaba contenta, pero no quería que él lo notara. Se contuvo hasta que lo perdió de vista y entonces se fue dando saltitos infantiles, como si acabara de recibir un regalo que había deseado durante mucho tiempo. Necesitaba confiar en Dred para dar aquel paso, y lo hizo, y para cuando empezara el curso ya conocería a sus amigos Tania y Joss, y se habría instalado con ellos, por un precio repartido que le pareció ajustado a sus necesidades, y bien dividido. Se fue caminando entre avenidas, y con la cabeza mirando al suelo, llena de las novedades que lo condicionarían todo. Apenas podía dejar de pensar y mirar los grandes edificios que se levantaban a ambos lados, impaciente para cruzar sin esperar a cambiara el semáforo a verde. Le suponía un esfuerzo añadido seguir andando sin tropezar con sus propias reflexiones. Era el nuevo estado que se definía, alumna de segundo curso, incontestable. Tan sólo cuando llevaba tiempo suficiente caminando sin rumbo fijo, el aire fresco, y el arrullo de los árboles de los parques la empezaron a despejar. Cambiaba su identidad, todo aquello lo hacía, y era por su fuerza, por la forma en que su nueva vida conspiraba para cambiar el futuro. Posiblemente nada de lo que resultara al final se habría deseado premeditadamente, ni iba a ser tal y como ahora lo imaginaba, pero presentía sus capacidades. Era algo más que estar satisfecha por como había hecho las cosas hasta llegar allí, era la parte final de un reto que la llevaría a capacitarse profesionalmente, y personalmente, para interpretar los códigos de lo que exigía de sí. En ese momento, en que sus pensamientos eran más esperanzadores, tropezó con un anciano. En apenas unos segundos el hombre rodó por suelo, y se llenó de barro. No se levantaba y eso la asustó hasta hacerla dar un salto y casi ahogarse, se abalanzó sobre él para ayudarlo, y lo complicó todo aún más. Sintió el agobio propio de una situación así, y el hombre la miró enojado y rechazó su ayuda. Se levantó y se alejó maldiciendo. Lo vio irse en un borrón, porque los ojos se le hacían pequeños sin poder asumir del todo lo que acababa de suceder, y aquella imagen encogida, de paso dolorido avanzando con el pantalón lleno de barro y sin terminar de sacudirse la chaqueta. Y siguió, esta vez directamente hacia la estación, preocupada pero despierta, con la intensidad de quien acaba de recuperar el suelo. Quería animarse, pero no entendía cómo acababa de suceder aquello. No tenía la cabeza en su sitio, no podía aceptar como normal que Dred le causara aquel estado de excitación. No levitaba, pero chocaba contra pobres viejos sin culpa, no era capaz de concentrarse y su imaginación volaba. La vida es un acontecimiento tan efímero, que da pena que esté sometida a juicios superficiales, a malicias y a mezquinas estrategias, pero supongo que pensar mal es una defensa. No quería juzgar a Dred, ni por sus tatuajes fascistas, ni por su sentido desmedido del honor, que de nada le había servido cuando se decidiera a dejar tirada a Ann y no volver a hablarle. Unos meses después la convivencia parecía normalizada, y si ella había estado un poco asustada al principio, había cogido la suficiente confianza con Tania y Joss, para pasar veladas de tele hasta altas horas, en las épocas que los exámenes les daban un respiro. Ya casi había olvidado la fiesta en que Nelly y Curt se habían conocido y ella había terminado haciendo tiempo en la escalera, esperando que se hiciera de día para volver al piso y poder dormir un poco. Aquella noche, finalmente, había conseguido rehacerse y conseguir las fuerzas suficiente para entrar y pasar por el salón donde Dred y Ann estaban besándose. Él le miraba mientras pasaba en dirección a su habitación, y sin dejar de besar a Ann, ella había creído que la sonreía. Después había conseguido meterse en cama y dormir hasta mediodía. Dred no había vuelto a acercarse a ninguna chica en segundo curso, y eso la había agradado, pero necesitaba conservar el piso de estudiantes hasta los exámenes finales y no estaba en situación de poner condiciones. Si sus compañeros se decidían a hacer fiestas, tendría que acostumbrarse a que ya no era ninguna niña. La madre de Curt, posiblmente no estaría muy contenta con dejarle el piso para él y Nelly, porque ya no podría alquilarlo, y era un dinero que necesitaba, y además porque Nelly estaba embarazada y su barriga estaba tan crecida que apenas le permitía ir a clase. Además, la situación requería de un tacto especial y una complicidad con los padres de la chica, que no resultaba agradable pero lo creían una obligación moral. Fue al principio que todos estaban muy contentos con la novedad, y todo parecía ir sobre ruedas, pero cuando Curt tuvo que empezar a ocuparse de todo porque Nelly estaba muy avanzada en su estado, el muchacho tuvo que dejar de ir a clases y aplazar su carrera. Empezó a plantearse en sacar a su familia adelante


y buscar un trabajo, y todo se le iba complicando sin que pudiera comprender como todas las cosas se habían sucedido en aquella cascada de consecuencias. Todo el mundo parecía conocer los aspectos más personales de la situación que vivían Curt y Nelly, y sobre todo, las chicas, no podían comprender que hubiesen sido tan bien intencionados y tan inocentes. Si algo había contra lo que ellas estaban bien alerta, era contra un embarazo no deseado que truncara su posibilidad de terminar sus carreras, aquello por lo que se habían esforzado tanto. Pero a veces sucedía, y lo comentaban entre ella muy escandalizadas. A la futura mama le decían que estaban muy contentas por ella, pero a su espalda solían comentar que estaba tonta o que había sido muy poco inteligente. De noche, mientras veían la tele, Patty solía acostarse en una parte del sofá apoyando su cabeza sobre el regazo de Dred, porque se movía poco y la hacía sentirse segura, a pesar de ponerse pesado cuando empezaba a hablar del honor, de la patria y de la muerte. Nada estaba saliendo tan mal como algunos podían haber predicho. De cuando en cuando iban a cenar fuera o al cine, y con cierta asiduidad a pubs de moteros con cascos de la primera guerra mundial, y gruesas gafas de la misma época. Empezaba a sentirse cómoda con su nueva vida, como si hubiese pertenecido de siempre a ese mundo. A veces se quedaba sola en casa y pasaba la tarde leyendo revistas o intentando ordenar su armario, lo que se trataba de una labor muy ambiciosa, y muchas veces llegaba Dred de improviso, y tenía que salir dispara al cuarto de baño a arreglarse un poco. Sudaba intentando recomponer su cabello, lavarse la cara y cambiar la bata por una sudadera, en el mínimo de tiempo. Dred se reía por la coquetería de su amiga, pero no hacía comentarios al respecto. El resto del tiempo lo empleaba en estudiar, pero procuraba no obsesionarse, y se esforzaba lo justo para los aprobados. Tal vez el exceso de café ayudaba en ese juego de pasar la noche anterior a un examen intentando contener los datos que no había sido asimilados en su momento, y la reacción astringente de la lengua la avisaba de nuevas reacciones. Parecía muy conveniente hacer las cosas así, pero había llegado hasta allí con otra prudencia que ahora le estorbaba. También acostumbraba, en noches como esas, de llevarse un plato de pasta simplemente hervida y sin más aliño que un chorro de salsa de tomate de bote. Nunca había dejado de hacerlo, en realidad, era una costumbre infantil que le resultaba fácil y conveniente, cuando el tiempo estaba medido y necesitaba cada minuto para intentar lo imposible, superar un examen sin haberlo preparado más que la noche anterior. A su padre, un hombre recto y firme de la política local, le hubiese parecido indecente esa forma de actuar, ella nunca había sido así y lo decepcionaría conocer que estaba cambiando tanto, pero nunca lo sabría. Patty Verna estaba sujeta a su pasado, a una familia equilibrada y al amor de sus padres. Era por eso que no solía contar a los dos mundos a los que pertenecía, cosas del otro. Era fiel al dicho, de que “tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”, y parecía que así todo podía seguir funcionando. Pero sabía que debía ser cuidadosa, que una conducta escandalosa llevaría a su padre a “cerrarle el grifo”, y que eso supondría renunciar a sus estudios hasta que se los pudiera pagar por si misma,él no se andaba con medias tintas. Esa era la verdad. A veces, llevada por la tensión lloraba a escondidas, del mismo modo, se le daba por reír en fiestas escandalosas, era pasar de un extremo a otro sin poder interpretarlo. Si alguien entraba en la habitación porque había oído sus gemidos, se enjugaba las lágrimas y terminaba riendo como una tonta, y diciendo que reía porque se sentía feliz, lo que no era verdad. Se avergonzaba de su suerte, y temía que cambiara, parecía débil, pero no lo era. El pudor existía, pero una vez superado podía esgrimir un carácter firme durante semanas sin volver a dar síntomas de alguna pena desconocida. Llorar un poco no está mal, se decía, y reanudaba su trabajo con más fuerza y determinación. Pasaba de las ganas de comerse el mundo, a la angustia que le producía el temor a fracasar, pero por lo que todo daba a entender, se trataba de arrebatos y dudas, que duraban poco. Los miedos se presentan a veces como la presencia suave de un fantasma, al que presentimos y desaparece al mirarlo fijamente, un fantasma efímero, pero que vuelve una y otra vez con la obstinada dedicación del que pretende obsesionar a su víctima. Una de aquellas noches que salían a un pub, Patty quiso parar en un cajero para consultar su saldo y calcular si podía retirar algo de dinero. Pararon en una oficina que les quedaba de camino y que no estaba lejos de su casa. Un lugar rodeado de tiendas pequeñas que a esas horas ya habían cerrado. Pero llevaba en la cabeza que andaba mal de fondos y que posiblemente no le llegaría el


dinero hasta final de mes, por lo tanto, en lugar de sacar dinero (lo que sin duda la animaría), se iba a llevar una sorpresa al ver que volvía a estar en números rojos y eso le iba a amargar la noche definitivamente. Todo estaba solitario y en silencio, Dred y lo otros chicos la esperaron en el coche de un amigo mientras ella se encaminaba a la oficina, y entonces ocurrió algo inesperado, volvió al coche muy asustada y dijo que había alguien en el cajero y que no se atrevía a entrar. Dred fue determinante, “malditos inmigrantes”, dijo mientras saltaba del coche acompañado de su amigo. Entonces, fueron las chicas las que observaron la escena desde el coche. Dred le pidió la tarjeta para abrir la puerta, y entraron de forma violenta, arrojando a aquel hombre de raza negra a golpes, después le tiraron sus cosas a la calle. “Vete a tu país”, le decía mientras lo pateaba sin darle tiempo a lamentarse. Desde aquel momento un apreciable cambio se operó en la conducta de Patty, no podía disimular el desagrado por lo que acababa de vivir, como si profundamente hubiese alterado la naturaleza de todas las cosas. Una vez más la vida la superaba con su crueldad, sus contradicciones y decepciones. Al mismo tiempo que había temido ser atacada por el extranjero, odió a Dred por golpearlo cuando ya todos sabían que era inofensivo. No era fácil ver a Patty perder los estribos, pero les gritaba que lo dejaran mientras los chicos se empeñaban en golpearlo una y otra vez. Durante algún tiempo estuvo reflexionando sobre lo ocurrido, todo tipo de ideas iban y venían en su mente en las largas horas en que se aisló en su habitación, y la más recurrente era que deseaba salir de aquel lugar lo antes posible. Se sometió a repetidos arrebatos de impotencia, y de nuevo, como si fuese un mal de los esforzados estudiantes, pasaba de sentirse feliz e ilusionada, a padecer de los nervios y creer que nada era como debía ser. El trato con sus compañeros de piso se fue haciendo menos directo y cordial, y pasó a un tenso silencio que superaba distanciándose aún más y encerrándose en su habitación. Este cambio de conducta no les agradó a sus compañeros pero la consentían. En aquel tiempo no faltaron los desprecios y los apartes, y en una ocasión pudo oír a Dred con absoluta nitidez, presumiendo de sus conquistas entre las cuales la contaba a ella. Al mencionarla, y contar los más escabrosos detalles de su breve relación lo hacía sin ningún respeto, pero... ¿qué otra cosa podía esperar de él? No dudaba en contar como la había seducido, como le habían gustados sus juegos, e incluso imitaba las caras y los ruidos que ponía en el clímax de la pasión. Ella pegada a la puerta de su habitación lloraba encogiéndose como si la hubiese golpeado como al hombre que dormía en el cajero. Para terminar de ser francos, hubo otra circunstancia que influyó en estos acontecimientos. Dred era el chico más independiente y convencido de sus cosas que había conocido, no sólo era difícil influir en sus decisiones, sino que gustaba de andar solo sin que nadie supiera de sus idas y venidas. El amigo de Dred, Joss, era más o menos de su misma edad, y se conocía desde hacía años. Unos días antes de la escena con el inmigrante, Patty volvió temprano a casa y Joss estaba tirado en el sofá escuchando la radio y leyendo revistas, cuando la vio se recompuso y se sentó esperando que ella se sentara a su lado y descansara. Parecía cansada, así que Joss imaginó que se había dado una larga caminata y que querría sentarse. En el salón, el ruido de la radio parecía dispararse en los momentos de publicidad, y joss la apagó. Olía a café y ella agradeció aquel momento mientras comentaban como había ido el día (recordemos que ella entonces aún no había sido apartada del grupo, al contrario, gozaba de sus simpatías). El chico estaba animado y hablador y así empezaron a comentar lo que había pasado aquella mañana, y él le dijo que Annastasia había estado, que se lo había pasado charlando mucho rato con Dred y que finalmente se habían ido juntos. Fue una noticia de una consistencia suficiente par hacerla retroceder y para estimular su imaginación acerca de cosas que estaban pasando y que ella no sabía. Hizo algunas preguntas a Joss, pero no consiguió sacarle nada más, y aquello podía ser un problema, porque ella no sabía exactamente cuales eran sus sentimientos, pero había avanzado con Dred hasta el punto de ceder a sus más íntimas exigencias. Después de aquello Dred se vio más veces con Annastasia, y lo peor de todo fue que lo hizo furtivamente, manteniendo el secreto.


4 Las Bonitas Los estudiantes y los dueños de los bares más baratos solían llevarse bien. Llegaban con sus escándalos inocentes, sus desmedidas disculpas de principiantes cuando rompían algo, con sus chandals sudados, sus impermeables y sus monederos rebuscados de céntimo a céntimo. Los camioneros, o los repartidores eran gremios muy deseados porque consumían hambrientos y dejaban propina. Pero los estudiantes no fallaban y, si el verano flojeaba, volvían al año siguiente, así que los dueños de los bares de comidas, intentaban mantener esos dos tipos ambientes con cierta concordia. Los estudiantes se movían en grupo y eso aseguraba llenar el local a determinadas horas de la tarde, y cuando llovía a penas se movían. Eran agradecidos, y siempre tenían parra un bocadillo y una cerveza, o en su lugar, tres o cuatro chupitos de licor. Entre ello pululaban unos cuantos que eran amigos y que les gustaba el ambiente, pero que no estudiaban y les proporcionaban entradas para conciertos, discos baratos y estimulantes sin los que no aguantaban toda la noche estudiando. Algunos los miraban como chiquillos, pero cualquier cosa que hicieran se salía de la inocencia, rechazaban juegos que habían consumado un año antes por parecerles infantiles y nunca contaban a sus padres las novedades que aceleraban sus vidas -lo que habitualmente hacían antes de dar ese paso hacia la edad del despegue-. Aquellos que aún seguían en la carrera apuraban la mitad de curso y habían olvidado a los compañeros que iban dejando sus lugares vacíos en los bares. Sentada en un taburete de un bar pasaba las horas Annastasia, sin saber que sus antiguos compañeros habían cambiado sus costumbres y a esas horas estaban en otra parte de la ciudad. Ann seguía queriendo a Dred, lo buscaba, preguntaba por él, frecuentaba los lugares en los que creía que lo podía encontrar. No creía que tuviera que culpar a su amigo, por su depresión, por su inestabilidad y por su incapacidad para superar viejas inclinaciones a enfermar sin motivo. No era tan desagradecida, aunque sabía de las habladurías que lo culpaban de su recaída y no había hecho nada por cortarlas. En aquel tiempo había consultado algunos psiquiatras que había buscado en otras ciudades, sin desvincularse del señor Tante, y para eso había viajado en sus vacaciones de verano. Pero no habían sido viajes de placer porque apenas se apartaba de los circuitos programados, y volvía a su casa, inmediatamente después de hablar con los médicos. Fuese por el motivo que fuese, intentar recuperar el tiempo perdido con Dred le pareció una buena idea, y desoyó los consejos del doctor Tante que le aconsejaba llevar una vida tranquila, sin grandes desafíos o sobresaltos. Annastasia quería vivir, o dicho de otro modo, sentir la vida, y ese era un riesgo que no podía obviar. Creo que Annastasia se dejaba seducir por aquella seguridad impostada de Dred, lo mismo que le había sucedido a Patty, y posiblemente a otras chicas antes de ellas. Después de todo nadie sabía muy bien cual había sido el motivo de llegar a mitad de curso el año anterior. Desconfiar es a veces prudente, y a veces se trata de prejuicios, pero si llegaba rebotado de otro lugar del que había tenido que salir corriendo, la dimensión violenta del muchacho podía ser peor de lo que todos pensaban. Todos tenían que ir aprendiendo que sólo aquellos que pasaban los años a su lado, eran dignos de una total confianza, y aprender de los desconocidos que terminaban por darles esquinazo. Fue entonces cuando observando esta historia y otras parecidas, llegué a la conclusión de que exacerbar el nacionalismo, creer que debemos comportarnos como pueblos cerrados que temen a lo extranjero, a sus enfermedades y a su pasado asesino inconfesable, son prejuicios que llevan a los hombres a temerse y odiarse. Con sorpresa y estupor, cualquiera que


nunca haya visto en sí mismo un rastro de xenofobia, puede llegar a creer que son necesarias las referencias si no conoces a alguien de mucho tiempo, y me dispongo a rechazar cualquier pensamiento parecido. Dred no parecía recordar si lo perseguía alguna historia lamentable, si en algún momento desaparecería para entrar en prisión, contando a todo el mundo que se iba embarcado por unos años; estas cosas pasan a veces. Se traba de una persona que inclinaba a los jóvenes a confiar en él, por sus convicciones, por su firmeza y porque nadie calculaba sus secretos y sus evasivas. Supe en ese momento de la historia que nos ocupa, que el rechazo que los extranjeros producían en Dred, era el mismo que él, con su supuesto criminal pasado, producía en mi. Si él se aplicaba sus prejuicios debería rechazar su propia presencia tan lejos de su ciudad y comunidad de origen. Dred no era trigo limpio. Cuando se dio cuenta, Annastasia llevaba días coincidiendo en los bares a las horas de estudiantes, y esa búsqueda ya se había hecho muy evidente. En cierto modo se había comprometido con sus preguntas, y cuando pasaba horas sentada esperando oía cuchichear a sus antiguos compañeros, “ahí está la loca esa, tendremos que cambiar de bar”, decían. Parecía un fantasma moviéndose entre las conversaciones animadas de los otros. La puerta de aluminio y cristas se golpeaba por que tenía caída para cerrarse sola, y la lluvia empapaba la entrada con un reguero de cuerpos que resbalaban hasta la barra. Entonces, el día menos esperado encontró a uno de los amigos de su antiguo amante, y el dio las indicaciones necesarias para que lo pudiera encontrar. Este muchacho la acompañó sin desviarse demasiado de su ruta, pero el lugar que le indicaba quedaba lejos de allí y se encontraba en un lugar de intrincadas calles, de cruces difíciles de interpretar y de demasiados giros a derecha e izquierda para memorizar sin más. Le pareció que nunca había visitado aquella parte de la ciudad. Se despidieron y ella siguió avanzando hacia el lugar indicado, introduciéndose en callejones desconocidos, desembocando en amplias avenidas y de nuevos asistiéndose por estrechas callejuelas en las que poder preguntar a las señoras que hacían la compra por el ansiado destino. Iba justamente a tomar un camino cuando al preguntar a una señora de negro por el mercado de abastos -enfrente del que quedaba el bar que buscaba-, le indicó que debía seguir en la dirección contraria a la elegida. Todo esfuerzo era poco por acertar, y ella no era una chica torpe, pero parecía como si alguien se hubiese empeñado en ocultar aquel barrio del resto del mundo. Todo iba bien pero entonces, subitamente, sin que pudiera haberlo creído, se encontró en un lugar por el que ya había pasado unos minutos antes. Las calles, las esquinas, los comercios los campanarios, surgían reconocibles y avanzaba intentando no volver a encontrarlos de nuevo. Ya iba a desistir de su empresa, cuando uno de aquellos amables señores que salía de comprar fruta en una tienda, estuvo dispuesto a acompañarla hasta la siguiente carretera. Annastasia empezaba a preguntarse, ¿qué pensarían de ella y de su obsesión? Sintió la necesidad de explicarse, y entonces comprendió que no era fácil, y que ni ella entendía muy bien que hiciera todo aquello por volver a ver a una persona que tenía su propia vida, y que no sabía si la recibiría con corrección. Supo al mirar la cara de aquel hombre, que estaba deseando darles las últimas señales para separarse de ella y cruzar la calle. En ese punto se despidieron, ella siguiendo adelante como le indicaba, y él cruzando para perderse en calles aledañas. Ella se rió nerviosa, e hizo un movimiento impreciso, perturbada por al indecisión. Pero seguía sintiendo la necesidad persecutoria del reencuentro. Entonces le vino a la cabeza una idea recurrente, era demasiado tarde para cambiar las cosas; y digo recurrente, porque otras veces en su vida le había servido de trampolín hacia adelante. Tal vez se tratara de una trampa que se autoimponía, pero después de todo lo andado no iba a renunciar. No era negociable, ni se iba a llegar a un acuerdo al respecto, el regateo no se puede establecer para las cuestiones capitales, y encontrar a Dred se había convertido en el asunto más importante de su vida. Y como sucedía en esos casos, renacía de su momento de fatiga hasta encontrar un nuevo camino. Mientras estos ligeros pensamientos iban y venían como flashes en su cabeza, se rascaba nerviosa los brazos. Recordó que le había prometido a su tía que estaría el domingo para comer de vuelta a casa, y estaba quemando sus últimos cartuchos. Por algún motivo estaba convencida de que no debía cejar en su intento. Además, Dred había llegado a convertirse en algo importante, una necesidad más, dentro del complicado entramado psicológico que la mantenía en pié. De cualquier modo aquel lugar tenía que existir, y estaba ofuscada y muy cerca. Había adelgazado los últimos días, estaba


nerviosa y en ocasiones le dolía el vientre, pero no se sentía enferma como quien coge un virus o un frío. Se podía decir que estaba siempre enferma, pero de la enfermedad de los que no son capaces de poner puertas a su pensamiento. Tomó una calle en la que vio hombres cargando una camioneta, era el mercado, y enfrente encontró el lugar que buscaba. Eran las tres de la tarde, y se preguntó qué hacía a esas horas aún dando vueltas. El bar estaba vacío, unicamente dos estibadores comían platos de legumbres con tocino, nadie más. La angustiosa realidad de la espera, no era nueva para Annastasia, se había pasado la vida esperando que su sufrimiento pasara, o al menos, se mitigara. De cualquier forma, es cuanto podemos hacer, en eso no era diferente al resto del mundo. La vida es una sala de espera a la que sólo le vale la resignación. Esta sensación de estar en manos de lo que tenga que suceder se revela sobre cualquier otra, o también sobre la idea que cree justificada la existencia por uno u otro avatar de la existencia. El lector habrá percibido que. Como suele suceder en casos parecidos, Annastasia creía que salir al paso de sus ansiedades iba a disminuir su sufrimiento. El convencimiento de que puedes hacer algo por evitar las peores cosas que te pasan, por aliviar el peso, también la llevaba a ella a la obsesión por encontrar a Dred. Tal vez eso es lo que buscan algunos en los gimnasios, les tranquiliza creer que pueden hacer algo contra el tiempo y sus calamidades. Este humilde narrador no puede olvidar la imagen de un cuidador de ancianos, sentado en un taburete al lado de un moribundo, cultivando los músculos de sus brazos y sus hombros con pesas silenciosas. De ahí que algunos crean que los que luchan por sobrevivir “a brazo partido”, tienen menos posibilidades de verse invadidos por las tensiones de las enfermedades mentales; en cambio morirán pronto y sin apenas haber pensado que sucedería. Hay, en fin, un reflexión aún sobre la obsesión de Annastasia y su necesidad de demostrarse que estaba capacitada para competir. Seguía aspirando a una continuación en sus estudios, aunque eso ya no sucedería ese año. La grandeza de los que luchan por superar sus miedos, de arrancarse sus incapacidades, sólo es comparable al que decide seguir viviendo con valentía a pesar de estar perturbado y dolorido por traumas infantiles. Dejándose caer sobre un taburete, respiró como si hubiese cruzado la ciudad de punta a punta. Durante un tiempo indefinido estuvo reflexionando acerca de las cosas que le preocupaban y parecían inconexas. Meditó sobre Dred, sobre lo que le faltaba, sobre lo que tenía, sobre sus inseguridades y ansiedades, sobre la muerte de sus padres y si eso tenía tanto que ver en sus miedos de adulta, o si en realidad, sus temores dependía tan sólo de su miedo al fracaso. No tenía duda de que sus fantasmas eran reales, y precisamente por eso había convencido a su tía para conservar su psicólogo y alojarse por temporadas en un hostal barato, seguía contándole al doctor Tante sus martirios pero no le iba a contar que buscaba a Dred. Temblaba de pensar que se podía hacer de noche antes de reconocer las calles de vuelta, pero era mediodía y no parecía que fuera a tener problemas por eso. Si se le hiciera de noche en la calle, y alguien se le acercara, aunque sólo fuera por pedirle fuego, es posible que saliera gritando y corriendo con los ojos llenos de angustia. Y como sabía que eso le podía pasar, y que no podía controlarlo, llevaba un estricto control sobre los horarios en los que caía la noche en invierno y en verano. No importaba que fueran las siete de la tarde, y que la actividad fuera la normal a esas horas, la fobia a la noche la inundaba si no iba acompañada. Pidió algo de beber al tiempo que soportaba la opresión de las esperanzas incumplidas y de los fracasos pronunciados. Estaba segura de no haber perdido el tiempo, siempre se avanza, y la hora no era la mejor, pero había conocido aquel lugar y eso era importante para ella. Salieron los hombres que acabaron de comer y volvió a golpearse la puerta de aluminio. Annastasia estaba segura de que sólo haber modificado la firmeza de sus convicciones -podía verse así-, podía haber convertido sus nuevas obsesiones y exigencias, aunque también fuera capaz de apreciar que este planteamiento suponía una excusa. Agradecía cuanto le pasaba por malo que fuera, pero era incapaz de calcular como iba a terminar toda aquella motivación extra. Allí mismo, un poco más tarde se encontró con antiguos compañeros, al fin estimados amigos, o, al menos, queridos compañeros con los que poder hablar. Todos le preguntaban por qué no se había matriculado ese año, y ella respondía que estaba fatigada pero que lo retomaría. Siguió preguntando por Dred, y supuso que pronto lo sabría porque no todos los chicos eran tan discretos. Fuese como fuese, pasó otro día y al fin lo encontró. Siguió considerando la posibilidad de retomar su relación


donde la habían dejado, y al contrario de lo que hubiese pensado cualquiera, él estuvo de acuerdo, lo que no pareció una sorpresa para ella que lo besó como un animal hambriento. Se amaron toda la tarde en su habitación del hostal, y en ese tiempo, ella no dejó de llorar, alegando que lloraba de felicidad. ¡Oh Dios mío, nadie puede ser más feliz! Decía ella en momentos de aparente sosiego. Delante del doctor Tante empezó a comportarse con cierta distancia, él notaba su falta de colaboración, pero como la veía animada lo dejaba correr. Suponía que había conocido algún chico con el que había empezado a salir, y no andaba lejos de la realidad, y, si bien, los excesos de felicidad eran un anuncio de nuevas recaídas, tendría que acostumbrarse. En esos momentos hubiese podido entender cualquier cosa que le contaran sobre Dred por muy sórdido que fuera, se lo perdonaría todo tan sólo con que él la aceptara. Una de las características de las reacciones de Ann -el doctor lo sabía bien- era una ausencia absoluta de vergüenza, porque nunca había sentido estar condicionada por nada parecido. Los miedos, eso era lo que la había conducido desde niña y había descartado tantas cosas de su conducta. Poco a poco, en aquella habitación a la que Dred acudía procurando no ser visto por otros clientes del hostal, se iban habituando a una relación furtiva, en ocasiones de escapadas, de disfraces, de gestos disimulados y de caricias escondidas. Ann iba y volvía de casa de su tía, que se preocupaba por ella, pero creía que no debía interferir en sus intereses de juventud, para que fuera aprendiendo a ser independiente. La irresistible atracción que la chica tenía por Dred se manifestaba cuando surgían problemas, cuando él demostraba que era una persona violenta y en esos momentos ella creía que ya no podía estar sin él. Era una falsa sensación de seguridad, una atracción irracional que la iba llevando por un camino nuevo y desconocido. Se iba desprendiendo de su encierro, y así llegó a visitar el piso de estudiantes y supo que Patty también salía a veces con él, pero al principio no le quiso dar importancia. Estaba en la posición del que debe hacer todo lo posible por ganar su lugar en un espacio, y no podía adoptar otras posturas más decididas. Hubiese sido de una venganza implacable si se hubiese sentido traicionada, no debemos engañarnos, pero no estaba en situación de exigir la fidelidad de una relación estable. En todos los extremos de sus reacciones había algo de desequilibrio, por la imprudencia. En ese sentido, cualquier médico hubiese esperado situaciones semejantes, o habrían afirmado, sin temor a equivocarse, que los errores de juventud a los que todos los jóvenes se arrojan desafiando sus limitaciones, también se complicaban en su caso. A Dred parecía no importarle el trauma de Annastasia, consideraba que había muchas chicas menos atractivas y con peores rarezas, por muy onerosas que a otros le parecieran. Es difícil disociar la enfermedad de los acontecimientos de nuestra vida, y saber si otra persona en iguales circunstancias actuaría de la misma forma. Pero también sabemos, que hay reacciones inexplicables en las que nunca intervienen condiciones personales definitivas. Siempre he sentido un interés manifiesto por aquellos actos inexplicables que las autoridades políticas y policiales, los médicos y los familiares, sólo pueden atribuir a los desequilibrios psicológicos del agresor, pero este no era el caso de Annastasia. Por muy molesta que se sintiera no iba a reaccionar con violencia. Algunos estudios anuncian que los maltratadores de adultos, han sido niños maltratados, y se podría aventurar la teoría de que el asesinato temprano de su padres ante sus ojos infantiles, podría de adulta llevarla a cometer un crimen. Pero eso no iba a suceder, no sentía ningún tipo de empatía con aquel suceso, ni creía que eso fuese una forma de darle solución a sus problemas y sus dolores. Era precisamente ese recuerdo lo que la hacía encajar con resignación cualquier nueva contrariedad. Recordemos en este punto, que Annastasia tenía un hermano, que por su parte, llevaba una vida mucho más equilibrada, que ya no necesitaba un psicólogo y que mostraba claramente que en su caso, ya nada lo torturaba y había sabido olvidar aquello sucesos lamentables. Podía haber intentado superar su “disfunción” creyéndose sola en el mundo, pero la ayudaba y le daba fuerza pensar que su propio hermano, después de una vida igual de desgraciada había sido capaz de la fortaleza a la que aspiraba. Pasaba horas pensando, dándole vueltas a todos los aspectos positivos y negativos de su vida, y ya no se justificaba por nada; ya no sentía que todos la observaban en silencio, hablaban de ella cuando no podía oírlos, y la juzgaban injustamente. En una ocasión se lamentó de tener que acompañar a Dred a la biblioteca, hacía mucho que no


pasaba por allí, y se sentía extraña a aquel que no hacía tanto había sido su mundo. Tuvieron problemas para entrar, y como solía hacer, el bedel llamó al guardia de seguridad. Los ojos de Dred enrojecieron, y el portero recordó un hecho lamentable que sucediera hacía ya algún tiempo; un deterioro de materia o algo parecido. Desde luego, Dred no parecía el tipo de muchacho que se dedica a dejar mensajes en las mesas haciendo letras con una navaja sobre la madera. O pagaba una multa o no le volvería a dejar entrar en la biblioteca, y eso no solía suceder, así que sólo se podía atribuir a un capricho y un abuso de aquel hombre delgado y ceñudo. Cuando Dred sintió que un calor incontrolable le subía al pecho dio un brinco sobre el mostrador de la recepción, y se arrojó al cuello del otro. Annastasia sintió un estremecimiento, pero sobre todo era como si se sintiera orgullosa de toda aquella violencia. También eso era una extensión escondida de sus rarezas, y si lo pensara fríamente, cuanto más se conocía menos se gustaba. Algunos alumnos miraban la escena desagradados, y algunos no pudieron contenerse y tomaron parte defendiendo al funcionario e intentando inmovilizar a su amante. Nadie iba a aprobar aquel comportamiento, mucho menos el doctor Tante, o su tía, así que se fue escurriendo entre los curiosos y volvió sola al hostal. Aceptó estar cambiando y ya no parecía la niña tímida y sufridora de otro tiempo, muy al contrario, al verse en el reflejo de un escaparate encontró una cínica sonrisa sobre su cara y hubiese reído, porque lo estaba deseando. El cambio consistía pues es no lamentar todo lo que desgraciado tiene el hombre, ser igual al resto del mundo, integrarse en una cadena de sucesos sórdidos era lo que hacían todos; en lo que el mundo andaba. Dred miraba a Annastasia con la animosidad propia de quien se siente molestado por alguien muy cercano de quien no sabe prescindir. Con la profunda certeza de desconocer el significado del amor aprovechaba los instantes que ella ponía a sus pies. Le daba la posibilidad de experimentar una sensación de plenitud que sin embargo nunca podría acercarlo al amor. Nunca lo había sentido, nunca lo había deseado. Patty tampoco le había ofrecido eso de lo que muchos hablaban y no acababa de entender. Experimentaba algunas sensaciones nuevas, eso sí, pero no era amor. Empezaba a vivir una vida sin sobresaltos, hasta donde alcanzaba. El turbulento pasado ya no lo acosaba, y el último encuentro con Annastasia, aunque sabía que ella lo había estado persiguiendo, esperando y, si así podía decirlo, cazándolo, le había ofrecido la serenidad que deseaba durante un tiempo, y que Patty no le expresaba. Lo que había sucedido en la biblioteca no podía recordarlo con nitidez, sólo que había acabado en comisaria. Annastasia huyó, y ahí terminó el sosiego. Él no sólo sabía que estaba estrechamente relacionado con la violencia, sino que creía en ella porque las cosas importantes de los hombres de honor debían defenderse. Creo necesario decir que Dred no se consideraba un delincuente, o un ser peligroso, muy al contrario, creía firmemente en la gente que como él, se consideraban guardianes de un orden necesario. Aunque no creo que él fuera capaz de comprender en una mínima parte, que era un problema para el resto, para la gente pacífica que sólo deseaba ser libre, y que, lo he dicho muchas veces, lo que para él eran convicciones, para otros eran prejuicios. Siempre, desde que recordaba, había formado parte del orden occidental, del cristianismo, de la libre empresa, de naturaleza y costumbres de su pueblo, del rechazo a lo extranjero. Naciera entre sus iguales, creía en la historia de las naciones fraguadas por la espada, y si le era fiel a su propia tradición familiar, algún día terminaría su carrera y estaría dispuesto para tomar una posición relevante en los puestos de responsabilidad de alguna gran empresa. Donde el se movía, donde estaba cómodo, otros pensaban igual, eran parte de una ideología. Paraba en sus bares, asistía a sus reuniones lúdicas, pero nunca se había afiliado, y eso también le sirvió esa vez para no pasar una temporada en la cárcel. En cuanto a sus sueños, también los tenía, como todos los jóvenes, pero, como ya he dicho, iban más lejos de los sueños corrientes, de los que quería trabajar en su especialidad, o los que aspiraban a una vida honrada con su familia y su trabajo, Dred soñaba con la grandeza, aspiraba a convertir su vida en un acontecimiento, a ser un yuppie capaz de llevar una gran empresa a la dimensión de imperio internacional. Confusamente decidía su futuro y estaba dispuesto a demoler cualquier cosa o persona que se interpusiera entre él y eso destino que tenía que estar escrito en algún antiguo pergamino profético. La inquietud de no ser capaz de amar, no era una de sus debilidades. Sabía que otras personas, algunas que conocía, eran capaces de desesperarse por no conocer alguna vez el amor, pero nunca había sentido la necesidad de conversar al respecto con


nadie. Despreciaba a los obreros, a la gente que realizaba trabajos manuales, a los que limpiaban lo que otros ensuciaban, a los que reparaban, a los que construían, a los que no tenían inteligencia que ofrecer y se conformaban con poner su esfuerzo y su fuerza mecánica. Vivía en esos límites, y si me preguntan a mi, a Dred le hacía mucha más falta ir a la consulta del doctor Tante, que a Annastasia. Tal vez la vida lo vencería en algún momento, siempre sucede, pero mientras no llegara ese momento de fracaso y de mortalidad, seguía viendo el mundo desde su torre de oro. En su cabeza lo creía todo perfectamente estructurado, nadie regalaba nada, en la sociedad había fuerzas antagonistas y el sabía exactamente donde situarse. No quería cambiar, no se arrepentía de su ferocidad y salvajismo; humillar y aplastar a los débiles era lo que se debía hacer, guardar el orden, eso hacía. Y en los momentos libres que los estudios y sus pendencias le dejaban, se entrenaba para la maratón del principio del verano. Eso no tenía nada que ver con el amor, ni con los extranjeros, ni con sus sueños, pero sí con su necesidad de vencer, de recibir los honores y de sentirse superior al resto. La tarde de su reencuentro con Annastasia llegaba de entrenar para la maratón, había estado corriendo y en las pistas de la universidad se había colado un extranjero. Entrenaba con el resto como si cualquier cosa, jadeaba, sudaba y volvía a correr, esforzándose como si quisiera ganar. ¡Qué pretensión! ¡Qué se había creído? Dred se incorporó al grupo que corría y se puso a su lado, diciéndole algunas cosas desagradables y amenazantes, como que debía volver a su país antes de que alguien le partiera las piernas. El moreno seguía corriendo y lo ignoraba. Cuando Dred lo hubo molestado suficiente, en un intento desesperado por perderlo de vista, aquel joven se puso el primero y sacó distancia al pelotón, y corrió como ninguno llevado en volandas por su indignación. En su situación era realmente delicado reaccionar de otro modo, poder expresarse o reaccionar enfrentándose a un desconocido que lo provocaba. Entendía todo lo que Dred le decía, su idioma era el mismo, por lo tanto no hubiese fallado la comunicación de haber existido la voluntad de entenderse. Pero no era así y hubiese sido interrumpido y tal vez golpeado si hubiese intentado razonar con su agresor, porque sólo de agresión podemos calificar lo que allí sucedió. Dred había oído que una chica andaba preguntando por él, y cuando vio a Annastasia allí sentada, en el taburete de aquel bar barato, la trató fríamente, pero al final accedió a acompañarla a su habitación para pasar la tarde fumando y bebiendo. Entonces le contó lo que había sucedido como si se tratara de una historia inventada y ella lo atendía con un profundo silencio. “En cierto modo, este tipo de cosas suceden todos los días, y me causa un profundo dolor la normalidad con que la sociedad se lo toma. Le pido a Dios que no me afecte, pero no consigo superar el hartazgo y la ira. Nos dejamos llevar por las estúpidas propuestas de la televisión comercial, que nos alinea y pretende hacernos olvidar que estamos siendo invadidos por culturas que nos son extrañas.” Bajo la triste oración que parecía recitar se escondía también el miedo. “Entré en las pistas de entrenamiento de mi facultad, que es el lugar donde suelo entrenar habitualmente con otros compañeros, y me encontré al moreno, con sus aires de superioridad, dejándolos a todos en ridículo. ¿Qué te parece? Para muchos soy un “liante”, uno que busca problemas, lo sé bien. Tuvimos unas palabritas al acabar, y no creo que vuelva, pero me han pasado una notificación para que vaya a hablar con el director. Le hubiese dado una buena paliza, pero me hubiesen expulsado, creo que hice lo correcto. Pero que sepas que el tipo no se callaba, le dije que si deseaba pelea que volviera otro día por allí, ¿y sabes que me contestó? Que estaría encantado. Annastasia le acariciaba el pelo, mientras el fumaba un cigarrillo, le temblaban las manos, y estaba nervioso. En realidad, no le gustaba que le sucedieran aquellas cosas, pero no podía controlarlo. No tenía nada más que hacer en toda la tarde. No le iba a hablar a Annastasia de Patty, y de que tampoco con ella se llevaba bien ahora. Era una traidora, y la traición no la soportaba. Cuanto antes se fuera del piso mejor, habría más espacio para todos. Así que los planes eran pasar la noche jugando con Annastasia, escuchando música y bebiendo, no cambiaba mucho del plan de la tarde. Hacía muchos meses que no sabía nada de Annastasia y su depresión, pero parecía mejorada. De todas formas, no parecía que los cambios en su vida sucedieran para durar. El relato de la confusión que reinaba en la cabeza de Dred no necesita aclaraciones adicionales. Por sus expresiones, sus intenciones, sus actitudes y su reacciones violentas, queda sobradamente


aclarado cuales son sus intenciones. El por qué de sus ansias no necesita agregar crueldades mayores. Tampoco es necesario saber gran cosa de él, los hechos en el momento presente son suficiente para juzgarlo si eso es lo que deseamos hacer con él. Pero tenemos que suponer que su personalidad procede de un estímulo cultural añadido, posiblemente de un ambiente familiar equivocado, antiguo, o resentido, en el que no vamos a entrar.

5 Predisposición Predestinación Y Perspectivas Nelly, Patty y Annastasia, como otras muchas chicas, a las que se exigía una disposición avanzada y superior acerca de sus sueños, terminaban, cada una en su lugar, tropezando con sus rupturas. Necesitaban deshacerse de su pasado para alcanzar un nuevo estatus, o al menos eso creían. Nelly al quedar embarazada y aspirar a formar una familia de forma prematura, ya casi había renunciado a terminar su carrera, y a Annastasia le pasaba algo parecido porque atender convenientemente a las tensiones que su madurez infringía a su falta de equilibrio, convertía a la enfermedad en un hijo que necesitaba atenciones adicionales. Posiblemente nunca se atreviera a tener hijos, y eso era otro drama añadido. Patty, por su parte, era la mujer que se supera afrontando decepciones. Era duro, pero se endurecía e iba comprendiendo algunas cosas. Los motivos de Dred para dejar los estudios serían mucho más serios, antes de acabar la carrera, mataría a un hombre y sería condenado a veinte años de cárcel. En el caso de Curt era también su rol de macho, tenía una familia de la que se sentía responsable y necesitaba un trabajo para darle de comer a su mujer y a su hijo. La madre de Curt, estuvo muy afectada por la “poca cabeza” de su hijo, con el que tuvo algunas conversaciones muy serias lo que los llevó a no hablarse en una temporada. Patty Verna supo que habían detenido a Dred, y no lo lamentó demasiado. Le había dolido cuando comprendió que era incapaz de amar, y que no había significado nada para él, pero eso ya había quedado atrás y no le importaba el resto. Antes de acabar el año académico, volvió a saber de Ricks, él le escribió una carta contándole los últimos acontecimientos. No eran buenas noticias, algunos meses después de la muerte del padre, había muerto su madre, y se había quedado solo al cargo de aquella enorme granja que era su arraigo pero también su cárcel. Había transcurrido tiempo suficiente para que el mundo diera muchas vueltas. Un año de vida, es un vertiginoso movimiento de cosas, actitudes y mentalidades, en los parámetros de la juventud. Era, como no podía ser de otra forma, como si hubiese pasado un largo viaje, del que no quería contarle algunas cosas. Iba a pasar tiempo en la ciudad, preparándose para la carrera maratón, y durante ese tiempo cerraría la granja, y le gustaría verla. Ella se sintió inmediatamente halagada. Estuvo en seguida dispuesta a contestarle para aceptar aquella invitación y poder acompañarlo en aquella preparación. Se veía a ella misma, animándolo y esperándolo en la meta, para saltar de alegría celebrando su hazaña. Estaba muy agradada por aquella idea, porque el curso se había vuelto muy anodino, y estudiaba por mecánica sin darse demasiadas alegrías el resto del tiempo. Posiblemente, de aquel grupo de amigos que habían compartido piso el primer curso en la universidad, Patty había sido la única, que había entendido que debían superar las dificultades. Ricks hubiese estado también en la carrera de una comprensión superior del mundo, si la vida no lo hubiese golpeado tan salvajemente. Ellos no estudiaban para ser superiores ni para sentirse mejores, pero el ego los separaba de la realidad, y en eso también podían llegar a parecerse a Dred. Asistimos a los avances del mundo en investigación, en adelantos tecnológicos, en desafíos aritméticos y arquitectónicos, y esperamos lo mejor de


nuestros universitarios. Ponemos nuestra esperanza en todo lo que hay de grande en sus desafíos y confiamos en que sus motivos sean superiores. Esperamos que sean capaces de expresar todo lo que como hombres sentimos sin comprender. Cualquier evocación de otras vidas y otras muertes con las que nos hayamos cruzado, terminan por ser inexplicables y debemos confiar en aquellos que apuntan a seguir interpretándolo desde sus cátedras. Sublimamos a nuestros estudiantes y confiamos en ellos para que nos saquen de nuestras dudas y dignifiquen todo lo que de bueno hay en la humanidad. Algunos pensarán que no hay para tanto, que las universidades no sirven para el desarrollo del espíritu y que algunos de esos muchachos, están allí perdiendo el tiempo, por diversión o eludiendo enfrentarse con el momento de asumir responsabilidades mayores. No era fácil para Patty sobreponerse a cada nuevo giro del destino, cada nuevo desafío intentaba ponerla en una nueva situación, regularmente más difícil que la anterior, y tardaba a reaccionar ante propuestas inesperadas. Por esa falta de reflejos se había perdido algunas cosas buenas, pero en este caso, reaccionó al asombro que le supuso recibir la carta de Ricks, y respondió inmediatamente que estaría encantada de verlo. Las circunstancias convertían a aquella carta en la posibilidad de terminar el curso superando los sinsabores anteriores. No obstante, no se trataba de arrojarse libremente a días y días de paseos y entrenamientos, era consciente de que debía seguir centrada de algún modo en lo que se le vendría en breve, que serían los exámenes de primavera. Al menos, hasta que creyera que tenía las materias tan dominadas como para superarlos sin problemas. En ese sentido, era conocida su prudencia y la solvencia con la que se estaba enfrentando al segundo año. Ya no era una novata, una principiante dispuesta a comerse el mundo, y sabía que los éxitos dependen de la constancia en primer lugar, pero también de una pequeña dosis de talento. Por su parte, Ricks había llegado a las mismas conclusiones pero extrapolándolas a sus entrenamientos. Estaba muy centrado en ese maratón y sus posibilidades, y había trabajado mucho para ganarlo. A veces se sentía desanimado pero perseveraba en sus sueños, podía encontrarse aún muchas dificultades en su camino, pero la peor era su propio desánimo. Nada nos puede librar de nosotros mismos, si ofendemos a nuestros sueños con las dudas del vacío y del desánimo. Hay gente, que es su peor enemigo, que actúan con una superioridad que les cierra todas las puertas, y que tienden a valorar su esfuerzo con un prisma equivocado. Pero, por mucho que molestara a sus competidores, Ricks había sabido llevar su entrenamiento paso a paso, sin anticiparse a los acontecimientos. Estaba en la recta final de un año de pequeños objetivos cumplidos, y sus marcas habían crecido mucho, empezaba a obtener la satisfacción de correr contra si mismo y superarse. Pero al enfrentarse a la idea de la competición debía hacer una nueva reflexión al respecto, y preguntarse si realmente quería ser el primero, llegar antes y pasar la meta demostrando que no había nada imposible ni para un aficionado, o un atleta mediocre como él. Al manifestar su interés por ser el vencedor en un maratón que corrían miles de personas, Patty Verna lo escuchaba embobada por aquella borrachera de triunfo, sin creerle en absoluto. No eran sus pretensiones lo que la seducían, sino la pasión que ponía en contar cuanto lo había deseado. Sus actos parecían conducidos por su desafío, y así lo dejaba ir, y lo exteriorizaba. En ese sentido, su viaje para permanecer un tiempo en la ciudad no parecía tener otro significado que el puramente deportivo. Su característica prudencia no quedaba, sin embargo, a un lado. Una vez hechas las gestiones y compromisos necesarios comenzó sus entrenamientos sin más transacciones. La estancia no le iba a suponer un desembolso inasumible, ni mucho menos, ahora era el dueño de su vida y su solvencia nadie la ponía en duda, pero había algo de contención y ahorro que daba señales de una inminente madurez. Ricks era un caso aparte, y él lo sabía, y es posible que nunca pensara en serio en terminar sus estudios. Había una disposición a los placeres elevados en los que habían sido sus compañeros burgueses de carrera que no convergían en él. No lo determinaba convenientemente como uno más, ni tampoco por su familia o línea de procedencia. Tampoco representaba una amenaza para ajenos linajes burgueses, ni ellos se sentían amenazados. En todo caso, un rústico hijo de granjeros, a lo más incómodo que puede aspirar, en su relación con los burgueses universitarios, es a obligarlos a rechazarlos cuando pretende su amistad. Poner en evidencia a un rubicundo hijo de burgueses no es tan fácil. Este argumento debe responder a viejas experiencias de un narrador que sin haber


alcanzado estudios superiores, trató con poco humildes universitarios, que por lo demás no mostraban una sola aspiración más elevada en la vida, que la de conseguir destacar en algún deporte, tomar drogas a escondidas o demostrar una clase que se diluía en la pereza. Y estoy siendo benevolente con algunos de ellos, que se matriculan por darle el gusto a sus padres, y terminan la carrera por puro aburrimiento. No puedo comportarme como un sentimental a este respecto, ni ser más generoso con una clase dirigente que alimenta el fascismo burgués como algo natural; no sería decente. Como tantos otros hijos de obreros que empiezan a trabajar muy pronto, estudiar en el tiempo libre que te permite un oficio manual, debería ser motivo suficiente para renegar de todas las universidades burguesas, privadas y politizadas desde las clases más altas. Una nueva universidad pública que permite el acceso a los hijos de los trabajadores, con un sistema de becas suficientes para que puedan estudiar aunque no puedan pagarla, se está creando y debemos confiar que entonces podrán contribuir políticamente a la sociedad luchando por genuinas utopías y no por aspirar a un puesto ejecutivo en una poderosa multinacional. La inquebrantable voluntad de los hombres espirituales -nadie ha visto ninguno-, es lo que los filósofos centro-europeos no supieron sustituir: en su afán por renunciar a la tutela divina, terminaban aquejados de terribles enfermedades venéreas o rindiéndose al vicio del propio trabajo. Debemos aspirar a estudiantes capaces de renunciar a las primeras ideas, y dispuestos a darle una segunda vuelta a esta sociedad que nos ofertan como si se tratara de un pollo de supermercado. No es un capricho formar mentes que puedan liderar procesos de cambio. Pero, si esto lo aplicamos a la historia que nos ocupa, como podemos ver, muchos de nuestros estudiantes se distraen con el vuelo de una mosca, se entretienen con cualquier cosa que los pueda apartar de su camino, o desisten porque no son capaces de resistir a las particularidades que la vida pone en su camino y los condiciona hasta el extremo de hacerles pensar que sus objetivos son banales. Patty Verna parecía decidida a terminar el segundo curso, y empezaba a verse en interpretando un personaje de relevancia social, ¿por qué no? Al manifestar su interés por Ricks, Patty no sabía lo que podía durar, si era en verdad lo que necesitaba o si lo tomaba tan en serio como creía. En ese sentido sus actos estaban sometidos a condiciones como el tiempo que le faltaba para terminar sus estudios, que en las vacaciones de verano volvería a su casa y sólo lo vería de forma esporádica, o que tal vez a la vuelta de un tiempo él decidiera que necesitaba un tipo de mujer más “robusta”, por así decirlo, para que le ayudara a sacar adelante la granja y formar una familia en aquel medio, con todo lo que eso podía conllevar. Una vez que había decidido la imposibilidad de resolver todas sus dudas, y dejarlas pendientes de otro análisis a la vuelta de un tiempo y después de ver como rodaba todo, se creyó preparada para ver a Ricks cada día y aceptar una especie de cortejo rural, al que él parecía haberse inclinado al fin. Era consciente de que para Ricks las decisiones tenían un peso difícil de quebrantar, en ese sentido hubiese dado un buen estudiante. Al igual que otros muchos amantes rechazados, necesitó en su caso esperar el tiempo necesario para sacar de mente a Annastasia, lo que se produjo cuando supo que, aún sumida en su depresión había vuelto con Dred. Nunca supo si había estado enamorado de ella, pero parecía obvio que había albergado algún tipo de esperanza. Caso cerrado: Annastasia ya no iba a volver a su vida. Patty empezaba a comprender de qué iba todo, a darle a cada cosa la importancia que merecía, y sobre todo, a no comprometer lo importante. Era consciente de que las cosas nunca iban a ser del todo como ella esperaba, y, sobre todo en el amor, estaba dispuesta a aceptar sus diferentes movimientos y sus engaños, sin rechistar. Se ilusionaba con Ricks como antes lo había hecho con Dred, y cualquier resultado inesperado lo iba a ser menos porque aceptaba su derrota de antemano. Le había parecido muy conveniente que recurriera a ella, y eso la satisfacía, aunque sabía que no podía hacerlo, en los mismos términos, con ninguna otra persona del mundo. A pesar de que el tiempo en la memoria juvenil se alarga, y lo que había pasado tan solo unos meses atrás, parecían años, esta vez, Patty recordó el verano en la granja con cierta ternura y proximidad. Fuese lo que fuese, estaba dispuesta a encontrarse con Ricks abiertamente y darle una oportunidad al romanticismo, siempre, eso sí, que no supusiera poner en riesgo el curso. Ricks empezaba a sospechar que correr era una cuestión de obstinación, e intentaba superar sus marcas con pundonor, sin sucumbir a las tentaciones que lo apartaran definitivamente del deporte.


Su fuerza propendía a la superación, pero no podía calcular si encontraba en ello una presunción aldeana. Era posible que necesitara probarse que era tan bueno que cualquiera, porque el triunfo también era eso. Quedaba, eso estaba claro, fuera de las aspiraciones de Dred en esa misma carrera -si bubiese podido correr, pero estaba fuera de circulación, por así decirlo-, cuales eran, derrotar y humillar a sus rivales, sentir el ebrio calor de los ganadores y creerse capaz de todo, a partir de entonces. Consciente de los motivos de otros para sacrificarse en entrenamientos sin fin, despreciaba el triunfo tal y como esos lo entendían. No obstante, esa necesidad de sentirse tan bueno como el mejor, era u aspecto que también necesitaba ser revisado. La atracción que la carrera ejercía sobre él lo extraía de un destino cierto entre sus animales y sus campos, y ese era un aspecto que los corredores amateur, los que corrían por placer, por hacer montón y por terminar en grupo, jamás entenderían. El camino de la vida hacia la superación, hacia empezar carreras y entrenamientos transitables de los que poder aprender, que nos alejen del sentimiento de culpa infantil y terminen por encarnarnos en ancianos enfermos y moribundos, pero, al fin, satisfechos. Un maratón no es una sacudida de espiritualidad, no se trata de una interpretación religiosa de los límites del desaliento; al menos, él así lo interpretaba. Entretanto, después de un día de sudor, si llegaba a casa con las piernas rotas, los fantasmas de sus muertos lo respetaban, y sus obsesiones no eran tortura. Tampoco corría para evitar el dolor o la confusión que los tristes acontecimientos de los últimos meses le producían. También consideraba absurdo que otros pudieran correr por apaciguar su furia, ¿tan indignados podían estar por las injusticias a las que eran sometidos? Corriendo no se solucionaban los problemas, pero calmaba, se dijo. Un día, algunas semanas después de que Ricks volviera a la ciudad, quedó con Patty al acabar uno de sus entrenamientos. Se dio una ducha y se reunieron en el parque, justo enfrente de la biblioteca. El conserje perseguía a algunos chicos de primero que entraban peleándose y jugando en sus dominios. Los oyó gritar y responder a sus amenazas, y comprobó que nada había cambiado tanto. Miró el estanque y se rió intentando comprender como se le había ocurrido alguna vez intentar nadar en tan reducido espacio. Desde la escalera tomó posiciones y dejó la bolsa de deporte en el suelo. Podía mirar todo lo que pasaba en el parque, las parejas, los estudiosos, los juguetones, y los que adormecían sobre la hierba tomando cerveza, pero sólo si no se movía de aquel lugar. Pero al ver aparecer a Patty en la distancia, se puso la bolsa al hombro y salió corriendo para encontrarse con ella. Se empezaba a notar la primavera en el calor de la tarde, pero sobre todo en el olor del césped. Fue una momento memorable, tomaron una cervezas y terminaron por dejarse caer al ocaso sentados en el muro de la estación de ferrocarril, contándose sus cosas, y viendo pasar trenes. Por su parte, Patty no tuvo que arrepentirse de haber dicho nada inconveniente, aunque, le hubiese gustado hablarle de Dred, y lo que nunca sintiera por él. Se trataría en tal ocasión de aclarar algunas cosas, de hacerle saber que nunca había estado entusiasmada con el temperamento de aquel, pero que se había entregado con una inocencia que no comprendía, y que la imagen que se había formado de él hasta convertirlo en un ideal, pronto se vino abajo. Ni ella ni nadie podía mantener una imagen idealizada de Dred por mucho tiempo. Le hubiese contado lo de su violencia, lo mal que trataba a los desconocidos sólo porque no le gustaban o porque eran extranjeros, y lo simplistas que eran sus argumentos al respecto. Ya no lo toleraba, le molestaba su voz, su risa, su presencia, y hubiese añadido que por eso había dejado el piso de estudiantes que compartían. Pero ese día prefirió callar, escuchar lo que su amigo tuviera que decir, adoptar una posición comprensiva, y llevar aquella tarde en un tono armonioso difícil de igualar, sin habérselo planteado primero. El sol cayó naranja y desparramó su luz como zumo, eso los llenaba de energía. Eran conscientes de que para muchos compañeros, observadores, antiguos alumnos y conocidos del liceo, eran culpables por olvidar tan rápido, por enamorarse sin comprometerse y por pasear sus delirios encariñados con los callejones más estrechos. Posiblemente había algunos estudiantes muy serios y disciplinados, y esos pensarían que perdían el tiempo porque el romanticismo es una afición deplorable para los que tienen el tiempo en tanto aprecio. Se podría hacer un tratado práctico sobre la escena universitaria, sus diversiones, sus aficiones y sus amoríos, pero eso sería tanto como pretender meter toda esa pasión juvenil en una botella y olvidarla en un desván. Debería lamentar no poder dar una idea más cercana de como son, de como piensan y como


actúan los estudiantes universitarios, porque, en realidad, no son tan diferentes de otros chicos de su edad, pero no los tratado lo suficiente ni he vivido en su mundo más íntimo. Puedo, sin embargo, contar esta historia hasta donde yo conozco, intentando no caer en lo tópicos acerca de las drogas, los romanticismos, los viajes en grupos, las fiestas universitarias o las escapadas a los festivales índies. Dadas las circunstancias, y sin haberlo deseado, haber terminado hablando de la influencia de los amores de juventud en el resultado social que busca líderes, es un asunto difícil y delicado. No hubo un planteamiento premeditado en las relaciones que los personajes iban a tener entre ellos, y al escribir sobre jóvenes, uno no tiene más remedio que aceptar ese juego. Me daba perfecta cuenta de como se iba moviendo el juego, y posiblemente saliendo de los cánones que se habían pensado de antemano, pero es lo que tiene la narrativa, en algún momento cobra vida, y corre por su cuenta. Tal vez algún lector intrépido pueda ver en Patty, un posible y preparado presidente de gobierno en el futuro, o una ministra brillante, yo me conformaría -como personaje del que se espera lo mejor- conque no olvidara con tanta facilidad. Ricks corría cada mañana desde muy temprano y hasta mediodía. Se movía con libertad por calles que nunca antes había visitado, pero no reparaba en los detalles. Ya no se veía como un estudiante, sólo como un hombre que se entrenaba para una carrera. Se había hecho un hombre de golpe y ni siquiera podía intentar disimularlo. No había pensado mucho en ello en ese tiempo definitivo de asumir sus responsabilidades en su casa. No podía dejar de pensar en las escenas de sus padres muertos, de los entierros y de la casa vacía. Apenas unos pocos parientes había acudido para darle el pésame y se habían ido inmediatamente. Es posible que mientras corría escapara de esas imágenes. Conocía alguna gente en la ciudad, pero sólo quería ver a Patty, el resto del tiempo o estaba corriendo o encerrado en su habitación. Estaba en una encrucijada, en uno de esos momentos en los que llegamos sin darnos cuenta y nos hacen cambiar de golpe, hasta las últimas consecuencias. Corrió por los parques, por las aceras casi vacías de primera hora de la mañana, rodeaba los centros comerciales, y nunca paraba, a través de las plazas y las grandes avenidas. Después de la primera hora hora se detuvo en la parte más alta, y se apoyó en el muro de la fortaleza, que era la atracción medieval de la ciudad y que también tenía parques y jardines. Se tomó una barrita energética y miró un mapa, haciéndose un recorrido mental de lo que quería hacer en lo que quedaba de mañana. Desde el muro, allí en lo alto, los tejados de la ciudad conservaban la humedad de la noche, Acababa de salir el sol detrás de unas nubes, y le calentaba la cara. No tenía prisa, no había mucho que hacer, y cualquier otra cosa que no fuera correr lo podía hacer por la tarde, sin embargo, sabía que no podía estar mucho rato como un turista, contemplando el paisaje. No quería quedarse frío, nada sería peor que el sudor que se pegaba en la ropa de su espalda, se enfriara. Guardó el mapa, y cerró las cremalleras de su impermeable. Miró al cielo y una nueva nube se movió cubriendo el sol de nuevo. Al cabo de un minuto empezó a trotar de nuevo, respiró y modificó el ritmo de su respiración hasta alcanzar un paso corto pero pesado. Se equivocaría aquel que intentara atribuir a Rick un profundo y ordenado pensamiento, o su profunda fe en sus entrenamientos a alguna causa superior. Él había tomado la decisión de correr aquella carrera mucho antes de los cambios que se habían operado en su vida, y según lo que se desprende de lo hasta ahora descrito, no intentaba imponer una presencia superior a sus decisiones. Todo lo que tenía de cumplidor, se expandía en responsabilidad en aquel año de dolor, y tal vez, unido a esto, si ponemos la preciosa obstinación que ponía en lo que realmente apreciaba, inmediatamente descubramos en él perfil del entregado deportista. Por no intentar añadir más de lo estrictamente necesario, debemos en fin conocer, que su entrenamiento lo llevó en serio, que se esforzó y que mejoró sus marcas del año anterior. Nadie podría negar que físicamente se había producido un avance. Antes de ponerse de nuevo en marcha, Ricks vio acercarse a dos policías que lo miraron con desconfianza. A su lado pasaban hombres bien arreglados, recién afeitados y apurando el paso en dirección a sus trabajos. Los envidió porque tenían claro a donde iban, cuan era su cometido y el sentido urbanita de hacer un recorrido diario por calles estrechas acortando en una dirección determinada Uno de los policías le pidió la documentación. Nadie se detenía, ni siquiera lo miraban, mientras rebuscaba en los bolsillos de su impermeable. Sacó el documento de identidad de una


cartera muy pequeña, y aprovechó para estirar los brazos mientras el agente procedía a examinar cada detalle. Podría haber parecido una falta de atención, casi una provocación, pero no pareció afectarle a aquel hombre que separaba el documento para ver la foto y compararla con extrañeza con el original. Ricks sonreía levemente sin parpadear. Antes de devolvérselo hizo una señal de aprobación y se reunió con su compañero para alejarse con escueto, gracias. Ricks seguía haciendo sus ejercicios, abrió las piernas y se tocaba la punta de los pies con las manos. Previamente había guardado el documento y no le había dado más importancia. A continuación empezó a trotar entre aquella legión de viandantes que se dirigían sin freno a sus oficinas del ayuntamiento. Poco después de la carrera, intentando calcular... posiblemente alrededor de una semana, se encontraron en una café. Patty había vuelto a su casa porque tenía cosas que hacer allí, y ese tiempo no había pensado en lo mal que le había ido a Ricks. Apenas había entrado en un pelotón unos quince minutos después de que entrara el primero. Algunos decían que no era un mal tiempo, pero él se sentía fracasado. Ella acababa de llegar de ver a sus padres y al bajar del tren casi no le había dado tiempo a volver a su apartamento para dejar su maleta y reunirse con él. Por lo que podía contar con respecto a su estudios el año no había ido mal, y eso le permitía asegurar que el año siguiente se parecería mucho al que ya iba dejando atrás. Al menos eso era en lo que pensaba, y en lo que tenía que ver con el tiempo que pasaba en la ciudad universitaria, aunque, no volvería a ella hasta octubre. Aún conservaba sus aspiraciones intactas, y no quería que aquello tuviera que eternizarse porque sus malas notas le hicieran intentarlo una y otra vez. Se trataba de un día de transición, a Ricks ya no le quedaba mucho que hacer allí, y Patty en cuanto terminara algunos exámenes le sucedería lo mismo. Sabía exactamente la fecha de su vuelta y ya se lo había dicho a sus padres que la esperaban con los brazos abiertos. La pregunta estaba en el aire, y Patty querría saber si volvería a intentarlo al año siguiente, si ser un corredor de maratón era algo que se quedaba para siempre, o si se trataba de un acto de superación que no duraba más que en casos muy extraordinarios. Aquel verano Patty no lo visitó en su granja y él tampoco la llamó, era como si los dos entendieran que lo estaban dejando pasar. Una noche, después de un día de mucho calor, rompió a llover. Fue como si se hubiese estado preparando durante todo el verano en las nubes ocultas en las montañas, y descargara sin previo aviso. Tuvo que ser muy fuerte porque golpeó contra los cristales hasta que lo despertó. Miró un momento por la ventana desde la cama y le pareció algo muy raro, pero enseguida hundió la cabeza en la almohada y siguió durmiendo. A la mañana siguiente salió el sol, y a mediodía terminaba de secar el suelo que se había hecho charcos. Aquel día bajó al pueblo y tomó una cerveza en el bar de Rosetta. En realidad el bar era de sus padres pero le habían puesto su nombre, y todos lo conocían por el bar de Rosetta. Era uno o dos años más joven que él, y siempre le había dejado claro que haría lo que le pidiera. Tal vez esa entrega incondicional fue la principal razón para su rechazo, pero poco a poco se había ido convenciendo de que no había en ello nada tan malo como había creído. Sin prisa -nada tenía la urgencia de otro tiempo- se iba convenciendo de las ventajas que tendría salir con Rosetta, aunque fuera por una temporada. Todos los sueños tienen un mérito en si mismos por ser tan atrevidos, nos proponemos lo que creemos inalcanzable, pero muchos llegan a su meta, demostrando que la dificultad si se persevera no significa imposible. Pero la vida no perdona, como si el más grande esfuerzo es una opción muy pequeña en nuestro contexto, por muchos años que disfrutemos con salud. Los sueños están bien, pero hay que asumir el resto, la pobreza, la enfermedad, el trabajo, el dolor de la inteligencia, la contradicción suprema de nuestra muerte, la cobardía, y la obligación de existir por un mínimo espacio de tiempo. En Ricks, la naturaleza del tiempo no era una preocupación moral, en él todo empezaba a tener sentido si le facilitaba la cotidiana existencia, si no era así, lo alejaba de sus urgencias y lo complicaba todo. La poesía del estudiante rústico perdido en la gran ciudad empezaba a pasar de largo. Veía los campos, las montañas y el cielo como no lo había hecho antes, y sentía que es pertenecía. Era hermoso darse cuenta que se encontraba allí para manifestarse en los aguaceros, en las tardes de calor imposible, o en las noches de tenebrosa tormenta. Lo satisfacía saberse mirado con ternura por la vida salvaje, que lo colocaba con cuidado en el centro de la existencia, actor principal del mundo entre sus animales y sus árboles. Ayudaba a su vecinos si


enfermaban sus animales, los acompañaba a comprar medicinas o mismo a buscar al veterinario, para pasar la tarde esperando ver remitir en ellos la fiebre de alguna infección. Aquellos insaciables días de volver sobre sus pasos y asumir los sueños perdidos, se preocupaba de entender a aquellas gentes a las que siempre había visto como un niño sin compromisos. Ya había pasado tiempo desde que dejara la idea de estudiar, y muchas cosas habían pasado desde entonces, pero eran tantas que ya no podía recordar muchas de ellas. Las escenas de la niñez, creciendo en aquel lugar al lado de sus padres era una realidad que lo impelía a existir para el mismo desafía que ellos habían aceptado, la resonancia metálica de su casa, de la cerca que delimitaba sus tierras y frente a la necesidad legendaria de tener una familia lo más rapidamente posible. Nadie se casaba en el pueblo después de los veinte ni antes de los dieciséis, y él había estado distraído aprendiendo cosas que ahora no le servían más que para leer novelas en las tibias tardes de otoño, mientras esperaba que la noche entrara con un nuevo frío.

6 Los Tacones De La Campiña Por alguna razón que hasta él desconocía empezó a salir con Rosetta asiduamente. Pasaban veladas en los pubs de otro pueblo que no era el suyo, y donde también los conocían pero no los molestaban. Se sentaban en sillones en rincones oscuros y allí podían pasar horas besándose y sobándose hasta la madrugada. También bebían cerveza pero no se emborrachaban hasta los límites de no poder conducir de vuelta. A los padres de Rosetta nada de esto les extrañaba, ni les parecía mal, porque verían con buenos ojos un noviazgo algo más serio. Claro que si la chica se quedaba en estado, eso sería otra cosa, y aquella familia no tenia buenas pulgas en todo. Pero eso no iba a suceder, y si en algún momento llegaban a romper todo estaría dentro de la corrección. No era muy frecuente que antes de volver al pueblo pararan en la granja con alguna excusa y terminaran en la habitación de Ricks, pero a veces sucedía. Después de unos meses llegó el momento en que los padres de Rosetta quisieron invitar a comer en su casa a Ricks, no por conocerlo, pues desde niño lo habían visto crecer, pero por preguntarle las cosas comprometedoras que se preguntan en estos casos, como, por ejemplo, cuales eran sus intenciones. Y sin saber como se vio sentado en aquella cocina dando respuestas convincentes y tranquilizando a los padres de Rosetta. Lo que había empezado un poco a lo tonto iba tomando un sentido que no le resultaba desagradable, y algunas virtudes de Rosetta que hasta entonces le pasaran desapercibidas, se manifestaban seduciéndolo. Después de eso, empezó a comer en el bar como si fuera un miembro más de la familia, se sentaba en una mesa al lado de la ventana y allí le ponían lo que hubiera de plato del día sin cobrarle nada. No se trataba de otro cliente, ni siquiera de un novio de tantos, todos albergaban esperanzas más serias. Algunas veces por motivos diferentes no podía estar en esa cita del mediodía son Rosetta, e inexcusablemente debía llamar por teléfono para avisar de su ausencia; eso era lo normal. O si en otra ocasión, debía salir precipitadamente para atender cualquier urgencia, lo que solía suceder porque tuviera obreros trabajando en casa, o algún animal se la pusiera enfermo, entonces volvía lo antes posible o le pedía a la chica que se reuniera con él. A veces, esas reuniones daban lugar a tardes de trabajo en las que ella le ayudaba en todo lo que podía, y así empezó a demostrar que era muy fuerte y capaz de realizar un trabajo duro igual que un hombre. Cuando se comprometía con alguna labor no cejaba en su intento de terminarla de forma conveniente, aunque ello supusiera levantarse temprano al día siguiente y reanudarla antes de volver al bar para empezar una nueva jornada detrás de la barra.


La primera vez que llegó a la granja, Ricks le enseñó cada habitación, también la de sus padres, de la que no había tocado nada desde su muerte. Ella no quiso entrar, se limitó a mirar desde el umbral, y a tirar de Ricks para que salieran de allí. Eso había sido muy al principio, cuando empezaban a salir, y cuando empezaba a descubrir a un chico diferente al que conocía de toda la vida. Rocks la llevó con la intención de que se quedara con él toda la noche, pero no lo consiguió, Rosetta lo miró todo con insana curiosidad, hasta los establos y el cobertizo de herramientas, pero cuando terminó no quiso quedarse. Cuando volvió a verla, aquel mismo día por la tarde, ya no estaba seguro de nada, pero ella lo recibió con una sonrisa y siguieron viéndose. Unos días después accedió a dormir en su habitación, y esperar a que saliera el sol, antes de volver al bar. Ricks recordaba aquellos primeros días con añoranza, porque había sido muy dulce y paciente, y porque con el tiempo todo se vuelve costumbre. Un día, sin previo aviso, aparcó un coche en el umbral de la finca. Ricks quedó estupefacto al ver llegar a aquel tipo vestido de negro, y que más que un banquero, parecía un enterrador. No hubiese podido disimular su curiosidad aunque lo hubiese intentado, dejó las herramientas con las que construía una valla nueva a un lado de la casa, y anduvo un poco en su dirección sin dejar de mirarlo. Las gafas diminutas y un vestido ajustado, le daban un aspecto de fragilidad que no era real,no debía dejarse engañar. No se trataba de la forma habitual de vestir de los banqueros que conocía. Llevaba un maletín en su mano derecha, y un pañuelo en la izquierda que se pasaba por la frente y por el cuello una y otra vez. Los zapatos habían llegado lustrosos hasta que bajó la pista de tierra que bajaba hasta la casa, y ahora se veían cubiertos de una pátina de arena. Las manos eran de dedos largos y delgados, parecían manos nerviosas, difíciles de domar y su voz estridente parecía a juego con unas manos así. Puso el pañuelo y el maletín en la mano izquierda, y estrecho la de Ricks con la derecha. Se presentó y aceptó un vaso de agua de limón. Conocer el estado real de sus cuentas era algo que se volvía a plantear, porque hasta tal momento todo parecía estar controlado. Las noticias no eran buenas, y abrir los ojos cuando se trata de un gran deuda es doloroso, sobre todo si la inocencia de un corazón puro lo acepta como una verdad infranqueable. De nada hubiese servido negar los papeles, posponer la disposición a conocer contratos, facturas, viejas firmas, intereses y nuevas dudas, en tales casos los agentes del banco hacen gala de contumaz insistencia y de su ventaja profesional. En lo referente a su fe, estaba empezando a perderla toda, y esa noche no le quedarían santos a los que rezarle, aún sabiendo que todo podía ir a peor. Siempre le quedaría su fuerza interior, las ganas de vivir que lo mantenían creyendo en sí mismo. Uno de aquellos papeles, tenía que ver con un préstamo que sus padres habían pedido para pagarle sus estudios, y que al no ser devuelto le exigía vender la granja para poderle hacer frente. El impulso con que se lo planteó a Rosseta no impidió la sorpresa ni el desánimo, y pudo ver como se le ensombrecían los ojos y se apartaba de él. Y sin embargo, una cosa tan común, un hecho que sucede todos los días -el hombre de negro con el maletín lo sabía muy bien-, llegaba tan inesperado como demoledor. La perdida de la granja incluiría, claro estaba, cambios en todos los planes, y replanteamientos en todos los sueños. La perpetua ferocidad de los impagos persiguen a los deudores como insaciables depredadores, y no lo iban a dejar en paz hasta que cumpliera con sus compromisos. En un lugar donde los vecinos intentan ayudarse y donde la honradez y la reputación eran sólidos valores, no iba a encontrar, sin embargo, el apoyo necesario. Hasta en la ambigüedad de las respuestas que encontró cada vez que pidió ayuda, comprendió que todos creían que él jamás podría devolver lo que pedía. Rosetta poco a poco fue dejando de ver a su amante, declinando sus invitaciones, e incluso escondiéndose en casa de sus padres para no recibirlo. Era una chica fuerte, capaz de levantar troncos de muchos kilos, arar, serrar y clavar como cualquiera, y algunos de sus trabajos en la granja quedaron a medias, pero no había más vueltas que darle; no podía aceptar un novio pobre, ninguna chica en el pueblo lo haría, y ella pretendía ser mejor que las demás, ni un ejemplo para nadie. Se equivocaría que lo diera por vencido, quien lo diera todo por perdido, tan sólo se trataba de una mutación, de una cambio hacia adelante, de una nueva invisible disposición de los planes para el futuro. Quizás todo fuera mejor así, nada podía ser tan malo para un muchacho con toda la vida por delante, y las ganas de probarse tantas cosas. Realmente, sin miedo a equivocarnos, debemos


afirmar que Ricks era capaz de superar aquella contrariedad y otras muchas similares. No había motivo para la alarma en este caso. Era muy capaz, intrépido y tenaz, ya lo deberíamos conocer a estas alturas. Miro a Ricks con cierta familiaridad, con ánimo, pero no como a un héroe, no le haría esa jugada tan fea. De haber creído que ciertos pasajes de su vida empezaban a exigirle una dedicación y un compromiso mayor que al resto de los mortales, hubiese renunciado. En cualquier caso los motivos para seguir luchando partían de la confianza que tenía en sus fuerzas y la capacidad para desarrollarlas. La razón para tanto optimismo tenía que ver con ese instinto de supervivencia, y la reacción a estos primeros fracasos. Hubo de pasar un tiempo para que entendiera que los derrumbes a temprana edad dan la posibilidad de maniobra, se está a tiempo de enderezar un giro inesperado, y convertir lo que parece inevitablemente el anuncio de la decadencia, en la posibilidad de un cambio para mejor. Tan pronto como la implacable sensación que le produjo verse atacado y dolorosamente agredido se presentó, decidió no recrearse en su desdicha y empezar a planear su futuro. Nadie sospecharía, al verlo en un momento así, que había tomado una decisión que lo cambiaría todo. La imagen del fracaso iba a quedar atrás, se mudaría a la ciudad, buscaría un trabajo, acabaría sus estudios, conocería gente, viajaría, y nunca, nunca, volvería a su pueblo. No se trataba de rencor, pero había razones para no honrar aquella tierra que lo condenaba a la parcialidad, a limitados razonamientos y a desconocer todo lo que debería conocer un hombre de su tiempo. Mientras seguía dando testimonio de vida imaginando emprender aquel viaje, intentaba olvidar por completo a Rosetta. Además, en cierto modo, había sido expulsado. ¿Cómo podía alguien imaginar que su postura buscaba una venganza o un orgulloso desprecio? Intentaba sobrevivir en un mundo en el que nadie se lo iba a poner fácil. De un ojal del pantalón negro le colgaba un llavero que entraba en uno de los bolsillos al extremo de una cadena. Sacó unas gafas de leer y abrió el maletín, sin abandonar un minuto la expresión de forastero despistado. Como si se tratara de una ceremonia puso los papeles sobre el maletín que utilizó de mesa mientras lo sostenía en el aire con uno de sus brazos. -No me mire usted así Ricks, sólo soy un agente, un enviado, si lo prefiere -dijo-. Las historias que cuentan de los bancos no son todas falsas, pero en lo que a mi respecta podían ahorrarse algunos detalles. Algunos resentimientos los comprendo bien, yo también soy humano, aunque comprenderá que, por mi trabajo, tenga que tomar cierta distancia con el dolor que sin duda genera esta actividad. Según su mirada yo soy el único culpable de sus desgracias, y me gustaría convencerlo de lo contrario, pero sé que si lo intentara no lo conseguiría. Ahí tiene su casa, posiblemente el trabajo de una vida, el símbolo del esfuerzo de sus padres, nada de eso me es ajeno. ¿Acaso no podría ahorrarme este discurso? Usted finalmente tendrá que hacer lo que tenga que hacer, no le va a influir en nada, lo sé. Pero para los que son como yo, permitirnos decir unas palabras, es importante. Los negocios son los negocios, y tengo la impresión de pedir disculpas por mi trabajo... -No hace falta que siga. Puede ahorrarse el discurso. Ricks examinó los papeles dejándose llevar por las indicaciones del agente del banco. Le mostró las deudas, las facturas impagadas y devueltas, copias de los préstamos asumidos al aceptar la herencia, el estado de las cuentas y las posibilidades (omitiendo las más ventajosas). Toda huella de piedad desapareció de su cara cuando Ricks le dijo que consultaría a un abogado y volvería a hablar con él más adelante. Su respuesta fue que ya no quedaba tiempo, y que deberían tomar una decisión en una semana, pero que lo mejor era vender la propiedad, y que el banco les haría un buen precio. Guardó todos los papeles y le dejó algunas copias a su cliente, se dio media vuelta y emprendió la subida por el camino arenoso en dirección al coche. El pantalón estaba tan gastado que el negro bruñido de la parte delantera, hacía brillos en su trasero. Cualquiera podía haber observado que utilizaba mucho aquella prenda y que también estaba carcomida en los talones, porque le quedaba un poco grande y la había pisado con frecuencia en aquel punto. Tenía los pies grandes y los arrastraba, tropezando en


ocasiones con pequeñas piedras que salían disparadas a ambos lados. Tal vez las pateaba a propósito, pero Ricks no lo quiso atribuir a un episodio de desgana. Una semana después, puso la granja en venta y se le presentó una buena oportunidad. Recibió por ella mucho más de lo que había estimado el banco que valía, y no le hizo acudir a abogados para realizar esta operación, ni ganas tenía de contraer nuevas deudas. Pagó las deudas, preparó el auto de su padre para un largo viaje, y aún le quedó una bonita cantidad para empezar su nueva vida. El auto ronroneó al encenderlo, y crujió al soltar el freno de mano en cuesta arriba; iba cargado hasta los topes. Ricky se pasó toda la noche quemando lo que no había podido vender o regalar. No los muebles, claro está, vendía la casa con todo, pero sí las cosas personales: ropa, juguetes, facturas, las fotos de Rosetta y todo lo que le recordara a ella, libros, calzado, todo lo que alimentara una gran hoguera que resplandeció en la distancia. Condujo hasta el pueblo para comprar algo de comer y de beber y ya no se detuvo. El techo iba cubierto de maletas, unas encima de otras y atadas con elásticos y cuerdas, pero tomaba las curvas con precaución y nunca cogía demasiada velocidad. Partió una hora antes del amanecer, iluminando la carretera con sus faros y asistiendo al espectáculo de ver apagarse la última estrella entre montañas. A media tarde, aún faltaba un poco para llegar a su destino. Entonces tuvo un pensamiento para Annastasia, y lo último que supiera de ella. Entonces estaba en apuros, no dejaba de tomar pastillas para la ansiedad, y de visitar a su médico. De eso hacía unos dos años, y se dijo que si hubiera seguido estudiando ahora estaría a punto de graduarse, y tal vez su enfermedad se lo impidió, pero no a otros de los chicos compañeros de aquel primer curso. Así sucedían las cosas, la obstinación era el mejor aliado. Pero si de algo estaba seguro era de que aquel tipo, Dred, no iba a ninguna parte. No quería imaginar que si se le hacía de noche, y debido al frío se le ocurría protegerse del frío dentro de un cajero, él podría aparecer y darle una paliza. O tal vez, eso sucediera al revés, y su rebelión desatara tal furia que lo matara allí mismo. Ricks se había ocupado de sus cosas, había intentado hacerlas bien, y aún así, todo se había venido abajo. Hubiese necesitado ayuda, pero no podía contar con nadie, así que seguía adelante. Comprendió que volver a la ciudad donde había plantado sus estudios, esta vez, para intentar empezar de nuevo y encontrar un trabajo, lo llevaba a aquellos pensamientos, y aquellas caras familiares que daban vueltas como personajes en su mente. Y por fin, pensó en Patty, la que había causado la más honda impresión en él, y la más inalcanzable; tenía que reconocerlo. La imaginaba triunfando, saliendo adelante, siendo famosa e importante, saliendo en los informativos, tal vez como un líder político o una reconocida ensayista vendiendo miles de libros de sus teorías filosóficas. Para Curt y Nelly apenas tuvo un simple pensamiento, su hijo debería tener cuatro años.


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