12 minute read
Los juguetes de los sabios
— 69 —
locomotora eléctrica: ésta matará á aquélla; pero .¿cuándo ha de verificarse el sublime crimen?
No es fácil predecirlo, porque depende de muchas circunstancias.
La locomotora eléctrica será de marcha mucho más ordenada que la locomotora de vapor, sin esa complicación de sacudidas y movimientos irregulares que hacen del monstruo de hierro un monstruo incómodo y temible. Sin aquella respiración de humo sucio y molesto, caminará la locomotora eléctrica á lo largo de los carriles, pulcra y tranquila. Podrá utilizar, como varias veces hemos explicado, multitud de fuerzas naturales; como son las caídas de agua que hoy se precipitan estériles en el seno de los montes y de lassoledades; ypodrá, finalmente, aprovechar todo el peso del tren para la adherencia.
Aun empleando el carbón de piedra y el vapor que su convulsión engendra, llegaría á producir grandes economías. Pero á pesar de todas estas ventajas que ya en otros artículos hemos analizado, el triunfo de la tracción eléctrica ha de ser más lento de lo que el deseo quisiera que fuese.
No ya una sociedad entera, ni siquiera una industria como es la industria de los ferrocarriles, se da por vencida y se entrega á las nuevas ideas, por hermosas que puedan ser, sin larga lucha y tenaz resistencia.
De todas maneras, la lucha ha comenzado, y hoy
— 70 —
la electricidad aparece con todas sus energías en una gran experiencia de que vamos á dar cuenta á nuestros lectores.
Se trata nada menos que de duplicar la mayor velocidad de ios trenes actuales; es decir, de obtener inmediatamente, como ya parece que en gran parte se han obtenido, velocidades de 200 kilómetros por hora, que es como si dijéramos salir de Madrid por la mañana temprano, almorzar en San Sebastián ó en Biárritz, y después de descansar unas cuantas horas, volver á comer á Madrid.
Más aún, porque el genio de la invención no se contenta con tan poco: se pretende llegar á la velocidad absurda, insensata, verdaderamente fantástica, de 400 kilómetros por hora. De suerte que lo que antes decíamos de San Sebastián pudiéramos decirlo de París.
Como el año de 1856 se iba á Aranjuez, á París se iría á mediados del siglo actual, si tales esperanzas se realizasen.
Decididamente, á medida que el mundo se va haciendo más grande por el triunfo de la ciencia, el globo terráqueo se va haciendo más pequeño , y el tiempo y el espacio tienden á borrarse.
Todas estas no son puras creaciones de la fantasía, porque hoy se trata de hechos reales y positivos.
En un periódico sumamente útil y muy interesante que se publica en Barcelona con el título de
— 71 —
E l Mundo Científico, hemos encontrado la siguiente noticia tomada de la prensa alemana, y sobre ella llamamos la atención de nuestros lectores:
La «Allgemeine Elektricitats Gesellschaft», de Berlín, ha realizado diferentes experiencias en el ferrocarril militar de Berlín á Zossen, cedido para este efecto por las autoridades militares alemanas.
Trátase de un coche eléctrico, como si dijéramos de un coche locomotora, que ha marchado á más de 200 kilómetros por hora.
Los datos que acompañan á esta noticia son inte - resantes y estupendos como la noticia misma; pero téngase en cuenta que no se trata de un proyecto ni de una idea más ó menos atrevida, sino de una realidad, á saber, las experiencias efectuadas.
En el fondo, el sistema es el de los tranvías eléctricos que ya conocemos. Producción eléctrica en una fábrica, transporte á lo largo de la vía por varios hilos, toma por diversos troles y dinamos establecidos en el carruaje que hacen girar á las ruedas con una velocidad periférica de 56 metros por segundo.
Es un «eléctrico» más, según la gente le llaman á esta clase de vehículos, pero monstruoso en comparación de los que conocemos; monstruoso por sus dimensiones, y sobre todo por su potencia.
La longitud del coche es de 22 metros; se apoya sobre dos «trucks» que pesan 30 toneladas, pro-
— 72 —
visto cada uno de seis ruedas con un diámetro de 1 metro 25 centímetros.
Los dos ejes extremos de cada truck llevan motores independientes de 750 caballos de vapor.
El voltaje que hasta ahora se ha empleado es de 12.000 voltios, pero el definitivo será de 40 ó 50.000.
Sobre este voltaje colosal ya daremos explicaciones en éste ó en otro artículo; por ahora, sigamos con la descripción del mecanismo.
Estamos acostumbrados á ver en cada eléctrico un trole, pues este nuevo y monstruoso eléctrico tendrá nada menos que seis troles.
Y si uno da tanto que hacer, pensará el lector, ¿qué serán seis troles corriendo sobre tres cables, ó, mejor dicho, tres hilos de trabajo con voltajes de 50.000 voltios?
Al pronto, la idea asusta; pero en el siglo XX habrá que perder estos miedos infantiles, ó habrá que renunciar á vivir en el siglo.
De todas maneras, téngase en cuenta que esta enorme tensión no penetra en el interior del carruaje.
La extraordinaria velocidad del vehículo exige la adopción de muelles triples para la suspensión de los motores y del coche, y si las aspiraciones de los Ingenieros hubieran de realizarse y se llegara á la velocidad de 400 kilómetros por hora, no estaría de más proveerá cada viajero de una armadura completa,
— 73 -
acolchada por dentro y erizada de poderosos resortes por fuera.
De cualquier modo que sea, la empresa es seria; ha empezado ya á realizarse, y el Gobierno alemán y el propio Emperador la protegen decididamente, demostrando un gran interés por todos estos progresos industriales de la electricidad.
Acaso el lector se pregunte: ¿y para qué estos voltajes tremendos de 40 y de 50.000 voltios, cuando con 400 ó 500 vivimos en continua alarma? ¿No es este un exceso de crio de los Ingenieros electricistas, cegados por las maravillas del fluido eléctrico?
La pregunta es natural, pero la contestación es fácil.
Estos voltajes enormes no obedecen ni á un capricho de los Ingenieros, ni á un alarde peligroso é inútil. Bien al contrario, hacen posible la industria de la tracción eléctrica á grandes distancias, que de otra suerte no lo sería.
Entendámonos: sería posible científicamente, hasta prácticamente, pero no industrialmente.
La industria tiene una ley suprema: la baratura, la reducción de gastos, para que de esta suerte se pueda pagar al obrero y al capital.
Permítasenos algunas explicaciones. Según hemos dicho muchas veces en estas crónicas, toda corriente eléctrica que circula por un conductor lo cal- dea; y si el conductor es de pequeño diámetro, es
- 74 -
decir, si la cañería es estrecha, en proporción con el número de amperios, que es como si dijéramos con el número de litros de fluido eléctrico que circulan por ella, ó sea por el hilo, éste se enrojecerá y se destruirá al fin; con lo cual la empresa será imposible, y por tanto imposible la tracción.
La tracción eléctrica en tan gran escala y con tales velocidades supone el transporte por el hilo conductor de centenares de caballos de vapor, y, por consiguiente, de una gran energía eléctrica.
En esta energía entran dos factores, cuyo producto da el número de voltios, y en último resultado el número de caballos de vapor. Y son estos factores el número de amperios, que es la cantidad de fluido, y el número de voltios, que es la tensión.
Del mismo modo que en una catarata de agua, la potencia depende de otros dos factores: primero, la masa de agua que cae; segundo, la altura de donde se desprende.
Ahora bien; si el lector ha seguido con atención las sencillas observaciones que preceden, comprenderá fácilmente el enlace lógico de esta serie de proposiciones que vamos á presentar.
El ensayo á que'venimos refiriéndonos y el proyecto definitivo de un transporte eléctrico á razón de 200 kilómetros por hora supone el transporte de muchos caballos de vapor por los hilos de trabajo.
Luego el producto de los amperios transportados
- 15 -
por los voltios, ó de otro modo, de la cantidad de electricidad por la tensión, ha de ser un número muy grande. Lo que sea cada uno de los factores importa poco, lo que importa es el producto. Uno de los factores puede achicarse, con tal que el otro aumente en la misma proporción. ¿Cuál de los dos factores nos convendrá que sea pequeño? Evidentemente el que representa el número de amperios, ó sea la cantidad de fluido, porque esta cantidad de fluido al pasar por el hilo es el que lo caldea, lo enrojece y lo destruye. El calor desarrollado depende de los amperios y no de los voltios.
Pero en este caso habrá que aumentar extraordinariamente el otro factor, el de las tensiones ó los voltios, y por eso se emplean esas potencias enormes de 40 y de 50.000 voltios. * Y así, para transportar grandes energías, no habrá que transportar grandes cantidades de electricidad, al contrario, podrán ser muy pequeñas relativamente, con tal que crezca el voltaje. Y aquí se aplica el dicho vulgar: «lo que no va en lágrimas, va en suspiros»; lo que no va en amperios, va en voltios.
De esta manera podrán transportarse centenares de caballos de vapor por hilos relativamente delgados; la economía de conductores será importantísima y será posible una empresa que de otro modo sería irrealizable.
Así veremos ir, ó mejor dicho nos figuraremos,
— 76 -
cómo por un hilo delgado viajan 200 ó 300 caballos de vapor, sutiles, invisibles, prodigiosos, á modo de espíritus formidables de la industria.
Este problema de las altas potenciales de 40 ó 50.000 voltios en el caso que estamos examinando, es, según queda explicado, cuestión de economía, y, por tanto es el verdadero problema industrial.
Hemos demostrado la necesidad de las altas potenciales, de esas tensiones eléctricas que pudiéramos decir, si se nos perdona la palabra, que se hombrean con el rayo, pero todavía le quedarán sobre este punto algunas dudas al lector, si es que hay alguno para estos artículos.
Sí, dirá. Reconozco la necesidad de esas potenciales estupendas; no me espantan gran cosa mientras imagino que la corriente eléctrica va por un hilo atravesando llanuras y montañas, porque en todo ese trayecto no pueden hacerme mucho daño; pero ¿y cuando lleguen al coche? Porque al coche han de llegar forzosamente, si han de actuar sobre el receptor eléctrico, ó sea sobre los dinamos receptores del carruaje.
Fácilmente podemos tranquilizar al lector; pero ya este artículo va siendo demasiado largo para materia tan árida y lo dejaremos para otra ocasión.
Bueno es que el público se vaya interesando por estas cuestiones y por estos problemas, y uno de los mayores estímulos del interés es el miedo.
— 77
Además, hay otro punto en que habremos de insistir y que exige amplias explicaciones, porque es lo sutil de lo sutil, como si dijéramos la quinta esencia de la electricidad.
Nos referimos á ciertos fenómenos eléctricos que se ocultan, en cierto modo, tras una frase que hemos empleado varias veces en este artículo y que ya se va empleando por esos mundoscon mucha frecuencia.
Hemos dicho corrientes trifásicas (otros dicen tri- fáseas), y nuestro lector imaginario preguntará qué quiere decir este adjetivo.
Con las corrientes eléctricas continuas ya estamos familiarizados. Nadie sabe lo que son, ni los doctos ni los ignorantes; pero el nombre no nos asusta, y puede decirse que han entrado de lleno en el saber común ó en la ignorancia general, que son dos conceptos casi equivalentes.
Pase, pues, por las corrientes continuas; pero ¿qué quiere decir esto de corrientes trifásicas?
Hay que explicarlo hasta donde se pueda explicar, y lo explicaremos, Dios mediante, en otro artículo.
LAS ENERGÍAS DEL RADIUM
Dijimos en otro artículo, publicado hace tiempo, que el «radium» aparecía en la Ciencia como un metal revolucionario, como un verdadero anarquista que viene á pertubar todo el orden establecido y á destruir todas ó la mayor parte de las leyes de la Ciencia clásica.
Según parece, no ha podido obtenerse hasta hoy completamente puro; pero las sales de «radium», por ejemplo, los cloruros y los bromuros, presentan una serie de fenómenos verdaderamente extraordinarios.
Algunos de ellos son nuevos, pero no son alarmantes, si se me permite la palabra. Que el «radium» emita rayos parecidos á los rayos catódicos ó verdaderos rayos catódicos; que emita rayos parecidos á los X ó verdaderos rayos X; que de éstos sean unos
— 80 —
electropositivos y otros electronegativos, que atraviese cuerpos opacos, que impresione planchas fotográficas, que presente fenómenos de fosforescencia, que convierta en conductores á cuerpos que no lo son, por ejemplo al aire; que en el espectro luminoso presente grupos de rayas antes no conocidos, y que serán precisamente caracteres para definir el nuevo cuerpo; todo esto constituye un conjunto de hechos nuevos, curiosos, dignos de estudio, que ensanchan los horizontes de la Ciencia, pero que no la perturban, ni la niegan, ni la ponen en peligro.
Caen todos ellos, por decirlo de este modo, dentro de la legalidad existente, y el campo de las investigaciones será para el «radium» y para sus diversas radiaciones un campo neutral.
Podrán estudiarse estos diferentes rayos, ver cuáles de ellos son verdaderas vibraciones del éter, cuáles se asemejan á los «iones» de las pilas hidroeléctricas, y así sucesivamente.
Mas, dejando aparte este grupo de fenómenos, que vienen al mundo de la ciencia respetando el orden de la misma, como nuevas fábricas y nuevas industrias vienen á la sociedad sin pretender aniquilar- la, y sí sólo, aumentar el trabajo y la riqueza, hay otro grupo de fenómenos en el «radium» que desconciertan, perturban y alarman; porque, al menos en la apariencia, y nótese que sólo en la apariencia decimos, llegan en son de guerra contra las grandes