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La fotografía del sonido

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cia y una voluntad á prueba, sino que es muy trabajador, cualidad que no abunda mucho en estas hermosas tierras de sol brillante y de cielos azules, se dedicó al estudio de un nuevo problema: el de la navegación aérea.

Verdad es que este problema se hizo sospechoso, Gracias á un sinnúmero de aventuras desprovistas de toda base científica y á la interminable falange de los que, con más osadía y entusiasmo que juicioso saber, pretendieron dar dirección á los globos, cuando debieran haber empezado por orientar el de su propio cerebro. ün inventor de este género era como un inventor del movimiento continuo ó de la cuadratura del círculo; empezaba por ser, como antes decíamos, sospechoso, y acababa por ser ridículo, á menos que el sainete no terminase por tragedia.

De algún tiempo acá, las cosas han variado.

Prácticamente se demostró en la memorable experiencia de los capitanes franceses Renard y Krebs que es posible dar dirección á los globos, y por primera vez los ilustres aeronautas cerraron una curva en el espacio á modo de corona triunfal, volviendo al punto de partida. Pero el motor que emplearon era débil, el aeróstato no podía marchar contra vientos superiores á seis metros por segundo, y por mucho tiempo el problema quedó en tal estado.

Después se inventaron los motores de petróleo, y

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el célebre problema avanzó notablemente én el terreno de la práctica con la atrevida y gallarda experiencia del insigne Santos Dumont, que dió la vuelta á la torre Eiffel, cerrando otra ancha curva por allá, por los aires.

Recientemente se han realizado nuevas experiencias, sobre las que no tenemos datos suficientes, pero que, según las noticias publicadas por los periódicos, han sido satisfactorias todas ellas, volviendo el aeróstato veintinueve veces en treinta ascensiones al punto de donde salió, lo cual supone que una parte de su trayectoria marchó contra el viento.

El problema, pues, de la dirección de los globos no es ya un problema fantástico ni burlesco; es un gran problema científico que ha empezado á resolverse, y que puede perfeccionarse con aplicación y utilidad para muchos casos, como, por ejemplo, para la guerra.

Hasta aquí, los esfuerzos de los inventores se habían fijado principalmente en el motor; obtener un motor de muy poco peso y de mucha fuerza era el verdadero objetivo.

Á. este objetivo se ha llegado, obteniendo una primera solución, mediante la cual es de creer que pronto puedan vencerse velocidades de 12 metros por segundo, que son las del término medio dominante en el centro de Europa; y esta solución ya hemos dicho cuál es: el motor de petróleo.

Sin embargo, el problema de la navegación aérea depende, no sólo del relativo al motor, sino de otro importantísimo y difícil, el de la estabilidad ; toda máquina necesita un motor, pero necesita ser estable, con estabilidad dinámica en nuestro caso.

A este segundo problema dedicó de preferencia sus esfuerzos el Sr. Torres, estudiándolo amplia y científicamente, proyectando un aeróstato que realizase prácticamente las conclusiones de su estudio, y condensando éste en Tina Memoria, que presentó á la Academia de Ciencias de París y á la Academia de Ciencias de España. v Esta última dió un informe por todo extremo favorable, y aun entusiasta; entusiasta, principalmente por el mérito del trabajo y además por las simpatías que le inspiraban el talento, el ingenio y la fuerza de voluntad del Sr. Torres; pero si animó á dicho informe el entusiasmo y le dió calor la simpatía, lo dictó la justicia. ú en efecto, toda sospecha de benevolencia para •el amigo y el compañero por parte de nuestra Academia se desvanece con sólo leer el informe de la Academia de París, que en el fondo es idéntico al nuestro.

Era la segunda vez que triunfaba el Sr. Torres ante aquella docta Corporación, de tan gloriosa historia y de tan indiscutible competencia.

En dicho informe se reconocía el mérito del tra-

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bajo del Sr. Torres, se consignaba que el problema, de la estabilidad de los globos jamás había sido tratado con tanta profundidad ni con tanto esmero científico, y por fin, la conclusión de la Academia de París fué la misma que la de la Academia de Ciencias- de España; á saber, que era de desear que se ensayase el sistema propuesto por el Sr. Torres en el aeróstato de su invención.

Mas el Sr. Torres no se contenta con la teoría ni quiere lanzarse á la ventura á la construcción de un globo más; no quiere subir por subir, quiere subir para vencer.

En este problema, como en otros muchos, hay que distinguir dos cosas: la teoría con sus fórmulas- algebraicas y sus coeficientes hipotéticos ó mal conocidos, y las fórmulas prácticas de coeficientes verdaderos deducidos de la experiencia.

No le servirían de mucho al Ingeniero para construir un puente las fórmulas abstractas, si no conociese con toda exactitud la resistencia de los materiales que va á emplear, expresada dicha resistencia por coeficientes numéricos deducidos con toda exactitud de una serie de estudios experimentales.

Estas sóri las aspiraciones del Sr. Torres.

Antes de construir su aeróstato, realizar una serie de experiencias para obtener datos numéricos seguros; por ejemplo, para no citar más que uno, cuál es el coeficiente de resistencia del aire en función de la

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velocidad y de la forma del mecanismo; además, ver prácticamente hasta qué punto son exactas las conclusiones de su teoría, ó cómo habrá que modificarlas para que se acomoden á la realidad.

Por eso el Sr. Torres ha acudido al Gobierno pidiendo una subvención, á fin de emprender las experiencias citadas y poder construir después con grandes probabilidades de feliz término el aeróstato •que proyectó.

Y adviértase que los resultados de dichas experiencias, por ser de carácter científico general, podrán aplicarse, no sólo al problema de la navegación aérea, sino á otros muchos de la Física.

Mas estos trabajos y estas invenciones del Ingeniero español, con ser importantísimos, quedan en cierto modo obscurecidos por su último invento, que es verdaderamente admirable, de extraordinaria importancia cuando llegue á encarnar de lleno en la rea- lidadyde aplicaciones numerosas y transcendentales.

El aparato inventado ha recibido del Sr. Torres el nombre de «telekino», que en rigor significa «movimiento á distancia», ó, más claro, é interpretando convenientemente los radicales de la palabra, «dirig ir el movimiento desde lejos».

El enunciado del problema que el Sr. Torres ha resuelto, no ya en teoría, sino prácticamente, suena á cosa estupenda ó fantástica, porque puede formularse de esta manera.

Desde una playa poner en marcha y dirigir cualquier embarcación que esté en el mar á gran distan cia, á distan ocia de algunos kilómetros. Y esto sin disponer de algún intermedio artificial, por ejemplo: un alambre ó un cable; el espacio tan sólo.

Tal enunciado, claro es que admite muchas variantes; sea esta otra: dirigir desde la playa un bote de salvamento hasta un buque que naufraga, ó bien mandar desde tierra un torpedero contra un buque enemigo; ó efectuar la misma operación desde un buque lejano contra un acorazado; ó, por fin, desde tierra siempre, dirigir la marcha de un globo, sin que el globo, ni el torpedero, ni el bote de salvamento lleven tripulación, es decir, sin arriesgar vidas humanas.

Y si se consiguen estos resultados, será, volvemos á repetirlo, «sin haber establecido ningún enlace material» entre el centro director y el cuerpo ó el sistema móvil: embarcación ó globo.

Tal problema, hace algunos años, hubiera parecido más que imposible, absurdo; y los sabios hubieran oído su enunciado, no ya con sonrisa de incredulidad, sino con profundo desdén; ¡un delirio más!, hubieran pensado.

Sin embargo, cuando hace algún tiempo anunciaron los periódicos que Tesla, y además otro Ingeniero, no sé si húngaro,ó alemán, pretendían resolver el maravilloso problema, todo el inundo, al menos

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los dedicados a la electricidad, afirmaron que en teoría el problema era posible, y que el sistema que debía emplearse era el de la telegrafía sin hilos.

Pasaron años y años, y nadie fuera de España se volvió á ocupar de este asunto, al menos que yo sepa. El Sr. Torres, en cambio, se ha ocupado de él, con el talento, el ingenio y la tenacidad de siempre, y ha llegado á una solución. No ya á una solución teórica, ni, por decirlo así, esquemática.

No: ha inventado un aparato, que no hemos tenido aún el gusto de ver, pero que sabemos que lleva una hélice, un timón y los «demás mecanismos» que constituyen el «telekino».

Con este aparato ha trabajado en el Laboratorio de la Sorbona y luego en la Academia; y á distancia de algunos metros, empleando el transmisor y el receptor de la telegrafía sin hilos, gobernó el timón y la hélice con asombro y entusiasmo, según nuestras noticias, de los académicos franceses que fueron á observar la curiosísima experiencia.

Este es, en rigor, un tercer triunfo del Sr. Torres en la capital de Francia, en el centro del saber y en presencia de sabios ilustres.

Es una experiencia de gabinete, es cierto; pero que no sólo confirma la teoría, sino que da cuerpo á la esperanza.

T para perfeccionar el invento, para aumentar su escala, para que del centro de un laboratorio salga

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al aire, para que la distancia vaya creciendo desde algunos metros á algunos centenares y más tarde á algunos kilómetros, para que al fin en mar abierto se dirija desde la playa un bote salvavidas sin gente que lo tripule, para que se aplique el mismo sistema á una serie de experimentos cada vez en mayor escala relativos á la dirección de los aeróstatos, es para lo que él Sr. Torres acude al Gobierno y pide auxilios materiales, que creemos le sean concedidos: una suma relativamente modesta para los dos problemas, el del aeróstato, como antes dijimos, y el del «te- lekino».

Y téngase en cuenta que esta clase de trabajos, ya por su parte científica, ya por sus aplicaciones prácticas, han de ser de los que contribuyan de una manera más eficaz á la regeneración de la Patria, á la cultura de todos, y al nombre científico de España ante las demás naciones civilizadas.

Hoy por boy, se sabe que el problema es posible, no sólo en teoría, sino en realidad; así lo prueba la citada experiencia de la Sorbona; y como las consecuencias serían importantísimas y todo el mundo tiene y ha de tener confianza en el talento del señor Torres, parece que la protección que solicita debe ser amplia y decidida.

Una protección generosa y constante, sin exageraciones anticipadas de entusiasmo, que la historia de pasados inventos, que eran, sin embargo, impor-

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tantes, ha demostrado que son peligrosas y casi siempre bordean el cansancio y el olvido; pero sin desfallecimientos ni tornadizas voluntades, porque estos problemas no se resuelven sino á fuerza de constancia, de talento y de dinero.

Sirva de ejemplo el célebre Edisson, que, estando ya en posesión de la idea generadora de la lámpara de incandescencia, no llegó al resultado final, mejor dicho, al triunfo definitivo de su invención, sino después de muchos intentos, de muchos ensayos, de muchos fracasos y de muchos miles de dollars, que un espíritu escéptico y mezquino hubiera creído consumidos inútilmente.

Aunque el Sr. Torres no hace un misterio de su invención, y publicada está en varias partes, no hemos de dar la descripción completa, ni en este artículo, ni el siguiente. En primer lugar, porque el sitio no es á propósito, puesto que tendríamos que reproducir figuras y entrar en numerosos pormenores técnicos.

Además, porque nunca está de sobra la discreción, y aunque el invento es público, sólo es conocido de un pequeño número de personas, y no conviene por el momento ensanchar desmesuradamente el círculo.

Pero si no hemos de dar una descripción técnica y minuciosa del «telekino», podemos dar y daremos á conocer, en el artículo próximo, el principio en que se funda.

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El invento, á decir verdad, parece maravilloso, y yo tengo empeño en que el público se persuada por convencimiento propio, de que la solución es posible, y que, «poco más ó menos, comprenda cómo podrá ser dicha solución».

Es infundir «la fe por la razón», que es la mejor manera, dadas las corrientes que hoy dominan, de conseguir el apoyo de la opinión pública.

Ya el público conoce, por las líneas que preceden, cuáles son las condiciones científicas y de seriedad del Sr. Torres.

Conoce los términos del problema y su importancia. «Adivina» su transcendencia.

Sólo falta que se convenza de que el problema es de posible solución, y que cada cual, con las luces de su entendimiento, atisbe por lo menos la forma en que podrá resolverse.

Este será el objeto del ai’ticulo próximo.

II

Imaginemos, como decíamos en el artículo anterior, un buque á unos cuantos kilómetros de la costa. En el buque no hay ni capitán, ni piloto, ni marinería, ni nadie.' Sólo caballos de vapor, pilas, aparatos eléctricos, servo-motores y el «telekino» inventado por el Sr. Torres Quevedo.

En la costa se encuentra un transmisor de telegrafía sin hilos y un Ingeniero que lo dirige.

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