— 129 — cia y una voluntad á prueba, sino que es muy traba jador, cualidad que no abunda mucho en estas her mosas tierras de sol brillante y de cielos azules, se dedicó al estudio de un nuevo problema: el de la na vegación aérea. Verdad es que este problema se hizo sospechoso, Gracias á un sinnúmero de aventuras desprovistas de toda base científica y á la interminable falange de los que, con más osadía y entusiasmo que juicioso saber, pretendieron dar dirección á los globos, cuan do debieran haber empezado por orientar el de su propio cerebro. ün inventor de este género era como un inven tor del movimiento continuo ó de la cuadratura del círculo; empezaba por ser, como antes decíamos, sospechoso, y acababa por ser ridículo, á menos que el sainete no terminase por tragedia. De algún tiempo acá, las cosas han variado. Prácticamente se demostró en la memorable ex periencia de los capitanes franceses Renard y Krebs que es posible dar dirección á los globos, y por pri mera vez los ilustres aeronautas cerraron una curva en el espacio á modo de corona triunfal, volviendo al punto de partida. Pero el motor que emplearon era débil, el aeróstato no podía marchar contra vientos superiores á seis metros por segundo, y por mucho tiempo el problema quedó en tal estado. Después se inventaron los motores de petróleo, y