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La esperanza del débil
N A V E G A C I Ó N A É R E A
Siempre ambicionó el hombre la conquista del espacio; bajar al fondo de los mares y cruzar sus misteriosos senos; subir á las transparentes esferas a tmosféricas y recorrer sus anchuras azuladas; nadar bajo las olas ó volar sobre las nubes.
Realizar, en suma, lo imposible, porque lo imposible es lo único que nos atrae, lo único que aviva el deseo. En cambio, lo posible, es prosáico y es ruin. Ir en dos pies por el mundo, ¿qué mérito tiene? Esto lo hace cualquiera, y los cuadrúpedos hacen mucho más: precisamente el doble, porque van en cuatro.
Parece que la Naturaleza sólo puso á disposición del ser humano la superficie del planeta, tan llena de valles y montes, pedruscos y matorrales, para que el rey de lo creado, á cada paso tropezase; y que, en
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cambio, para excitar su envidia, cuajó á sus pies la esfera cristalina de los Océanos y dilató sobre su cabeza el flotante velo de los aires, convirtiendo al hombre en pobre ser pegado á una superficie rugosa, como á lo único posible, entre dos imposibles, el que se riza en olas y el que se condensa en nieblas y en nubes.
De la superficie terrestre, la ciencia y la industria humanas supieron hacer cimiento de sus vías férreas y de sus líneas telegráficas y telefónicas, y conquistaron el espacio superficial por medio de la velocidad siempre creciente del vapor y de la prodigiosa velocidad eléctrica.
Porque conquistar el espacio de una manera absoluta, sería estar en todos sus puntos á la vez-, no nos es dado hacer esto, estando sucesivamente en dos puntos, que distan 100 kilómetros, con el intervalo de una hora. La diversidad desparramada del espacio se condensa y se sintetiza coir la velocidad; caminar con velocidad infinita, sería anular el espacio, mejor dicho, apretarlo todo él en nuestro ser, como si la extensión inmensa fuese gasa que apretásemos dentro del puño.
Pero con todos nuestros triunfos, con la locomotora, con la electricidad, con los trasatlánticos, no hemos conseguido más que triunfos superficiales, que bien podemos darles este nombre, puesto que sólo se extienden á la superficie terrestre.
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¡Tanto luchar para correr sobre el esferoide! ¿Y los abismos oceánicos? ¿Y las inmensidades atmosféricas? Un problema en buena parte resuelto, entre dos problemas que apenas empezamos á resolver. Pero al menos les hemos dado nom bre, y esto «s algo: la navegación submarina y la navegación aérea.
De ésta última vamos á dar las liltimas noticias •en el presente artículo.
De dos maneras, y por distintos procedimientos, se puede aspirar al dominio de la atmósfera.
Ó por sistemas más ligeros que el aire, como son los globos en general: ó llenos de humo, ó llenos de gas del alumbrado, ó llenos de hidrógeno.
Ó por sistemas más pesados que el aire; por grandes pájaros mecánicos, pudiéramos decir, ó como ahora se dice, aeroplanos.
Subir, como sube el humo; volar, como vuela el ave; no hay más, al menos, por hoy.
El primer sistema parece el más natural y el más expedito. Lo primero para caminar por la atmósfera, es subir á la atmósfera; pero un globo relleno de hidrógeno nos lleva tan arriba como queramos, pues, ¡á lo alto!
Sin embargo, en los espacios aéreos, como en la vida, no todo es subir; para subir, á veces, basta arroj a r lastre-, pero una vez arriba, el pobre globo queda á merced de vientos y corrientes, si no elevó consigo
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fuerzas y energías que le permitan tomar rumbo y vencer los vendavales.
La opinión vulgar cree, que la dificultad de la navegación aérea consiste en que no hay punto deapoyo en el aire, y no es así; donde existe materia, existe punto de apoyo. Una vez en el centro de la atmósfera, si con uno de los infinitos mecanismos- que pueden inventarse, se empuja violentamente el aire en un sentido, el globo camina en sentido contrario y ya tiene dirección; pero, ¿cuánto camina? ¿Qué es lo que camina comparado con lo que el viento le hace caminar? ¿Qué fuerza es preciso que desarrolle el aeróstata para ganar velocidad y espacio contra el viento? Este es el problema y esta es la dificultad.
Regla general: en teoría, todo mecanismo, empujando á una masa en un sentido, toma por su parte una velocidad contraria; poco importa que la masa sea de aire, de agua, ó que consista en un cuerpo sólido, el principio de la reacción igual y contraria á la acción es ineludible, así en el orden físico como en el orden moral.
No consiste la solución del problema en emplear hélices de esta ó de aquella forma, paletas ó ruedas, ó mecanismos más ó menos complicados; consiste en encontrar un motor de gran potencia y poco peso; descúbrase un motor de cien caballos que pese 10 kilogramos, y no hay Ingeniero que no resuelva en el acto el problema.
Mucha fuerza y poco peso-, energías que no estén abrumadas por la materia; potencias espiritualizadas, por decirlo así; esto es lo único que puede resolver la dificultad y que puede darnos el imperio de los aires. Mientras la fuerza traiga mucha ganga, mientras se agite en el seno de un organismo pesado y macizo, mientras la tortuga lleve sobre el lomo enorme caparazón, no volará la tortuga. Darle anchos pulmones que reciban torrentes de aire, una combustión activa que desarrolle en gran escala el calórico, que es la fuerza, y con esto, un pulmón vigoroso, un plumaje sólido y ligero, un alma de fuego metida en un cuerpo de gasas, con esto, repetimos, el ser así fabricado subirá al espacio y cruzará los aires y navegará contra ciclones y tormentas.
Pero hasta lo presente, una gran fuerza va acompañada de un gran peso, lo mismo en las máquinas de vapor, que en las de aire comprimido, que en las de g-as, que en los acumuladores. Y no es esto decir que no se haya adelantado en tal sentido, pero todavía la materia abruma la fuerza aun en las máquinas eléctricas.
Como el anacoreta procuraba desprenderse de la carne pecadora para que el espíritu pudiera volar más fácilmente á las regiones celestes, así la industria, en su esfera, procura desprender la vibración del calor, la fuerza elástica del gas y la corriente eléctrica de envolturas carnales, por decirlo de este.
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modo, para que sutilizadas las potencias naturales dominen la tierra, las aguas y los aires.
Para que un globo que ha subido á la atmósfera pueda caminar en ella contra el viento, es preciso que el globo lleve una potencia disponible, capaz de mover con gran rapidez una hélice, pongo por caso. Girando la hélice muy á prisa, se atornillará en el aire, penetrará en él y avanzará tras la hélice, el globo, la máquina y la barquilla; si la fuerza es tan gránete que la hélice se atornilla con una velocidad de 30 metros por segundo, aunque el viento arrastre al aeróstata 20 metros en sentido contrario, todavía se habrán ganado 10 metros contra el viento.
Todo queda reducido á elevar una máquina de suficiente poder: ¿no basta cinco caballos de vapor? Pues se eleva una máquina de 50 caballos. Pero es el caso, que á la fuerza va unida la materia; que para subir los 50 caballos, hay que subir toda la impedimenta material que á estos 50 caballos acompaña; que para elevar un peso diez veces mayor, tendremos que hacer un globo diez veces mayor también, y que 1 habiendo aumentado sus dimensiones, crecerá la resistencia del aire en proporción de lo que creció la superficie.
En resumen, disponemos de más fuerza motriz, pero tenemos que luchar con una resistencia mayor.
En esta lucha han pasado los inventores años y años, buscando las formas de menor resistencia y de
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mayor estabilidad, perfeccionando detalles, mejorando toda la parte accesoria de globos y aeróstatas, llegando á inconcebibles atrevimientos, como el de llevarse una máquina de vapor por los aires, y preparando de este modo, á fuerza de constancia y de ingenio, el triunfo definitivo... para el día en que se triunfe.
Lo más notable en esta materia, son las experiencias de MM. Renard y Krebs en la instalación de Chalais-Meudon. El 9 de Agosto de 1884 realizaron por vez primera un viaje aéreo en curva cerrada, es decir, volviendo al punto de partida y caminando contra el viento.
El aeróstata era de forma pisciforme; el motor eléctrico; el volumen del globo, de 1.800 metros cúbicos; la fuerza, de unos 8 caballos; y la velocidad contra el viento, de unos 6 metros por segundo. Dé este modo recorrió el aeróstata unos 8 kilómetros, volviendo, como hemos dicho, al punto de partida; experiencia memorable que se repitió dos ó tres veces más en meses posteriores.
Como resultado científico, es admirable; como resultado práctico, es todavía muy poco.
Y desde entonces acá, nada importante se ha publicado sobre empresa tan transcendental.
E l sistema más ligero que el aire, con las experiencias de Renard y Krebs, ha dicho por ahora su última palabra.
En este punto de reposo estábamos, cuando los
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periódicos científicos han publicado á fines del año 91 nuevas noticias sobre el dificilísimo y tentador problema.
Volvemos á la navegación aérea y volvemos por otro camino: abandonamos por abora los sistemas más ligeros que el aire, y volvemos á los sistemas más pesados que el fluido atmosférico: de los aeróstatas pasamos á los aeroplanos.
Al globo se sustituye el pájaro mecánico ó la cometa. Y no son aventureros de la invención, inventores del movimiento continuo, gente de poco más ó menos en el terreno de la ciencia, constructores de juguetes; sino un sabio como el Director del Observatorio de Washington; un Ingeniero, como Mr. Maxim, célebre inventor americano, constructor de la lámpara eléctrica que lleva su nombre, y nada menos que de una ametralladora, lo cual le hace por toda manera respetable; un hombre tan conocido como Mr. Ader, de París, y un hombre como Mr. Lan- gley, los que emprenden estudios y experiencias para llegar á la resolución del problema por el segundo de los dos sistemas antes reseñados, es decir, por mecanismos más pesados que el aire.
Ello es, que Mr. Maxim está construyendo un aeroplano ó cometa colosal, de 400 metros cuadrados de superficie, compuesto de tubos de acero y hojas de metal, ni más ni menos que los chicos hacen sus cometas de cañas y periódicos.
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¡Telas, hidrógeno, cuerdas de seda para subir á los aires! Nada de eso. Hierro, acero, cobre, ?náquinas de vapor como combustible... ¡y á volar! ¿No se ha rendido la atmósfera al flotante globo? Pues tendrá que rendirse al metal y al fuego.
Es ya sobradamente extenso este artículo, para entrar en la descripción del enorme aeroplano de Maxim; en otra ocasión volveremos sobre este asunto, ó para entonar cántico de triunfo, ó para suavizar la caída, si el pájaro de metal no lograse encontrar nido en las altas nubes y tuviera que posarse más ó menos en la prosaica tierra.