Los locatarios del Pino Suárez, una tradición Le tienen pavor al fisco Por Juan Lizárraga T. NOROESTE-Mazatlán, 3 de diciembre de 1980. El comerciante, el distribuidor de mercancías —importante pieza de nuestro engranaje productivo—, es constantemente incomprendido y con frecuencia recibe insultos de los consumidores, quienes lo acusan de ser el responsable de las alzas de precios. En cierta medida tienen razón, pero habrá que tomarse en cuenta que son bombardeados por las autoridades con los impuestos, que si aumentan los precios es porque ya lo hicieron lo hicieron los productores y que ellos, a fin de cuentas, también son consumidores. Quizá por esta razón, el locatario del mercado municipal es reservado. Sólo en honrosas, raras excepciones, accede a hablar sobre su actividad. Tendrá una lengua de loro como merceólogo, es decir, para anunciar al cliente las bondades y cualidades de sus productos, pero se convierte en una muralla de hierro cuando se les pregunta sobre sus ganancias. En estos momentos prenavideños es cuando aumentan más sus ganancias, podría decirse que las recogen "a carretadas", pero al empezar el año lo que recogen son malas caras, palabras y en algunos casos hasta agresiones de parte de los consumidores. Ahí, en el mercado, el pueblo descarga la ira que le producen los aumentos de precios en los artículos de consumo necesario, aumentos que son incontenibles al iniciarse el año.
NO SÓLO BUSCAN LA UTILIDAD Hay excepciones, decíamos y Román Peraza, dueño desde 1935 de un local donde expende cremería, es una de ellas. Amable, platicador, afanoso por atender a su clientela; innumerables son las características de este locatario. Ayer llegamos a su local y con gusto accedió a la entrevista, sólo nos pidió que esperáramos unos segundos para atender, terminar de hacerlo, a unos clientes. Eran como las once de la mañana y estaba rodeado el puesto de clientes. ¿A qué se debe la preferencia del público hacia sus productos? le preguntamos. —Es que aquí vendemos productos de calidad y a precios bajos —nos respondió en tono sencillo y cordial para informarnos luego que los artículos (queso, crema, chorizo, huevos) los adquiere en la región y otros los trae de de Jalisco o Chihuahua. Independientemente de la calidad de sus artículos y de los bajos precios a los cuales el entrevistado dice vender, la enorme clientela con que cuenta se debe a la tradición. Son 45 de sus 63 años los que Román Peraza ha dedicado a atenderlos. ¿Cuántos son los días en que se ha levantado a las cinco de la mañana para abrir el negocio y cerrarlo a las ocho de la noche y entregar al cliente el sabroso queso ranchero que le pone sabor a la comida? Saque la cuenta. Y la excepción en el trato hacia el público se refleja también en el trato que el público brinda a su proveedor. Así, don Román dice que no tiene problemas al aumentar los precios. "Los clientes se acoplan pronto al cambio", señaló. Como Román Peraza, hay varios locatarios que con sus largos años de trabajo han visto desfilar por sus mostradores a miles, a cientos de miles de personas, las remodelaciones al mercado, el incremento de los impuestos. Abraham Bernal es uno de ellos, con su puesto de carne; Manuel Galindo en abarrotes; Óscar Brito en verduras y otros. LOS MINICOMERCIANTES
En los corredores del mercado se instalan a diario personas que venden una sola mercancía. Así se encuentra una vendedora de nopales, otra de tamales, de estropajos y una caja que quiere ser mostrador, un joven lisiado expone a los ojos de los consumidores sus "cabezas" de ajo. Estos personajes (figurillas) del comercio, son los más desconfiados. Sólo hablan para decir el precio de sus pobres mercancías. ¿Cuántos pesos de ganancia puede tener el vendedor de ajos, si vende la cabeza a tres pesos? No lo sabemos porque, viera usted el azoro que se posesionó del vendedor cuando le preguntamos. Hay que decir que el propietario del —vamos a decirle así— expendio, no se encontraba y lo dejó al cuidado de un tío que seguramente ha de llevar su parte de utilidades. Sucedió que nos confundió con un inspector de alguna dependencia y aunque le dijimos al encargado que éramos periodistas, no quiso decir nada que no fueran insinuaciones de que nos retiráramos. Y es que le tienen pavor a los impuestos. No es gratuita la actitud de los comerciantes del mercado, pues independientemente de recibir la catapulta de insultos de los consumidores, con puntual frecuencia reciben la dictatorial visita de los cobradores de impuestos y deben acudir a pagar otros tantos a las diferentes dependencias.