MELVIN CANTARELL, 14 AÑOS EN MAZATLÁN PROMOVIENDO LA CULTURA Hoy, APEMAZ le dará un reconocimiento por su actividad en el puerto Por Juan LIZÁRRAGA T. Noroeste-Mazatlán, martes 31 de mayo de 1988.
El honroso sentimiento de la amistad no ha de desbordar el pensamiento y no ha de llevarlo a verter elogios gratuitos en esta entrevista de relación de hechos. La información habrá de vaciarse tal cual, pues el maestro Melvin renuncia a ese título, a pesar de que “maestro” es creador y el entrevistado es de lo más creativo, culto y cultivador, de los que hacen la luz con la cultura en Sinaloa. Pero rechaza la vanidad. Hacemos la entrevista paralela al reconocimiento que hoy le brinda la Asociación de Periodistas de Mazatlán al profesor, periodista, campechano, casicincuentañero, Melvin Cantarell Gamboa, por la labor prolífica e intensa que ha realizado en su diariamente espontánea cátedra universitaria, en la televisión, en la sala cinematográfica, en la estación de radio…, en la calle, en el café. Un dicho popular nos servirá de antesala para entrar de lleno a la entrevista: “no hay mal que por bien no venga” y un cuatro de marzo de 1974, Melvin, con la tragedia a cuestas, en cada poro de su piel, en cada pensamiento, llegó a Mazatlán, tranquilizó su espíritu, reinició una nueva vida… Pero antes de hablar de ello, de su quehacer, hablemos de su concepción de la vida, de su posición ante la realidad, y de su origen. Este heterodoxo del aprendizaje nació en Campeche en 1940. Seis años de su infancia los vivió allí, en la ciudad y en las selvas, en los montes, pues su padre era tractorista. A Melvin, desde siempre le llamaron la atención los libros, al mismo tiempo que repudiaba la enseñanza institucionalizada, la escuela, a pesar de lo cual estudiaría la preparatoria en México y ahí mismo la carrera de Filosofía en la UNAM… Y le llamaron la atención desde niño, cuando hacía su fortunita con la venta
de chicles y la boleada para comprarse su enciclopedia, y leía tanto que a pesar de casi no asistir a la escuela, los profesores lo distinguían. El sueño de Melvin, su gran anhelo, es alcanzar la libertad del pescador sereno en el lago: leer, escuchar música, escribir sin ataduras de ninguna especie. Ese anhelo estuvo a punto de lograrlo en Mazatlán, creyó que se acercaba el momento de realizar ese anhelo de escribir como una manifestación vital y no por oficio. Se frustraron sus planes, se han perdido estas posibilidades por la actual situación del país, y el mismo sueño lo llevará el mes de julio a la tierra donde nació. ¡La libertad! El entrevistado le otorga dos condiciones a esta palabra, la una, la libertad espiritual, y la otra, la libertad del trabajo, del quehacer. Para lograr la libertad espiritual es necesario ser un escéptico, dudar de todo, incluso de la misma duda, pues si se acepta o se hace suya una idea, ésta se transforma en dogma y todo dogma atenta contra la libertad espiritual. Hay que jugar con la lectura, con el conocimiento y buscar la lucidez. A su arribo a Mazatlán, Melvin participó en movimientos universitarios de corte claramente marxista o socialista, más él asevera que no defendía ninguna teoría ni estaba casado con una de ellas. Luchó y lucha porque la sociedad en que vivimos está escindida, dividida, hay explotación del hombre por el hombre y los oprimidos han aspirado siempre a liberarse y ésta no es una teoría, sino una aspiración que ha hecho suya. No ve el problema desde una óptica teórica. El marxismo es, reconoce, la teoría que hizo más en serio la crítica al capitalismo del siglo XIX y en este sentido se ha acercado bastante a la teoría de Carlos Marx, la que considera fallida porque se ha tergiversado, más aclara que lo anterior no significa que el marxismo sea una teoría falsa. Para identificarse con las posiciones de los humildes no hay que levantar la bandera de revolucionario, lo que es volver a lo mismo en la historia de la humanidad. Uno tiene que transgredir la vida cotidiana. Quien es incapaz de cambiar su vida, es también incapaz de cambiar el mundo. UN PROFESOR SIN ESCUELA Cantarell empezó a impartir clases en 1967 en la Universidad Iberoamericana, en la Escuela de Historia del Arte. Lo hizo por placer, porque así tenía la oportunidad de revisar lo que estudiaba, de ver mejor las cosas.
Ha habido una desilusión. La gente hoy asiste a la universidad para obtener un título. No interesa el conocimiento, la calidad de la enseñanza y esto acaba con la educación, en primer lugar. En segundo lugar, hay un vicio que la educación arrastra: se confunde el conocimiento con la reproducción del conocimiento, nunca se enseña al estudiante a producir aquellas ideas y normas que el profesor ha asumido previamente. No hay receptividad, no se lee. Los estudiantes de hoy apenas leen dos libros cada semestre, cuando mínimo debían leer treinta páginas semanales. Esto produce en el profesor una cierta desesperanza y si no es así, hemos llegado al cinismo y dice con ironía que esto es bueno porque permite a los profesores trabajar menos. La universidad pasa por una profunda crisis que no es sólo de recursos, ya que rebasa los ámbitos de la misma institución. Habla del origen: se copió el modelo alemán de la universidad a través de Inglaterra, puesta a la cabeza de Europa por la industria. Era, por tanto, una institución medieval y así llegó a México y fue medieval hasta antes de Justo Sierra. La institución, en este siglo XX, fue reestructurada y se le dio un corte positivista. Después de 1968, la universidad se masificó, sin romper el mismo carácter cientificista, pero nunca ha estado realmente vinculada al proceso productivo y sólo es generadora de burócratas y de fuerza de trabajo. No ha producido conocimiento y decir que nos sacará del subdesarrollo es una falacia mientras sea ajena al proceso de desarrollo que ha seguido el país. Es necesario revisar todo el bagaje teórico de la ciencia occidental. Debemos generar nuestra propia cibernética. Para Melvin, esta vinculación es imposible cuando quienes enseñan nunca han puesto en duda las teorías impartidas ni generan nuevas teorías y sólo trasladan esquemas que les parecen novedosos o verdaderos para una realidad que es diferente. Y la vinculación de Melvin con la universidad es completa, sin embargo, no le gusta que se le diga “maestro” porque maestro es aquel que tiene algo que enseñar, una verdad que transmitir o que enseña un modo de vida o la manera de mejorarla. Lo que él enseña “carece de enseñanza” porque trata de generar en los alumnos una preocupación por la lucidez más que la repetición memorística de los conocimientos. Antepone la lucidez a la erudición. Su preocupación es cambiar la vida, no decirle a nadie cómo vivirla. Por lo anterior, sus lecturas las hace por placer y no es nada selectivo en las mismas. ENTRE A CULTURA Y LA POLÍTICA En su peregrinar por toda la República, el entrevistado conoció e quehacer periodístico de cada lugar y considera que el de Sinaloa es uno de los periodismos
más valientes, pero se tiende mucho a la nota impactante, a veces se cae en el amarillismo y se tiende a ver más el aspecto negativo y rara vez lo positivo de la vida. No se puede hacer un periodismo ni objetivo ni neutral, más el comunicador debe tender hacia la imparcialidad. ¿Qué mueve a Melvin Cantarell para trabajar en la televisión? Asumir los intereses y aspiraciones de la gente que trabaja a través de la comunicación, sin panfletos ni doctrina. Ve en la televisión, como medio, la posibilidad de promover y desarrollar la cultura. El objetivo inicial de la televisión se ha perdido, se ha abandonado en aras del mercantilismo, pero todavía es posible hacer algo que entretenga y que en términos culturales despierte inquietudes, porque, argumenta el profesor, “nunca he querido educar a nadie”. La política es un tema que apasiona a Melvin. Dice: En México no hay organizaciones de izquierda. Desde el punto de vista del sistema establecido se habla de derecha, de izquierda y centro, y esto, desde el punto de vista de los trabajadores, no existe, no ha existido. Las supuestas posiciones no se nutren del movimiento real de los trabajadores y los campesinos, sino de concepciones doctrinarias de los intelectuales, quienes tienen cierto acceso al poder, presencia, reconocimiento y cheques en la universidad. La derecha es muy tramposa, dice medias verdades, denuncia aspectos del ejercicio del poder que afectan sólo sus intereses y se calla que ese gobierno es el que más ha apoyado al capital privado y para los capitalistas e industriales es muy fácil estar en la derecha porque obtienen así prebendas, presionan para que el capital tenga mayores concesiones. Melvin Cantarell no participa en las contiendas electorales. Nunca ha votado porque para él no hay opciones, ya que éstas no son de personas o partidos, sino de modo de vida y no hay ninguna opción que permita el bienestar de quienes generan la riqueza y los campesinos. Estos son los únicos que se han perdido a partir del fin del milagro mexicano y del principio de la crisis. DE LA VIDA PRIVADA Cuando Melvin fue de Campeche a México para estudiar, a los 16 años de edad tuvo relaciones sexuales con una mujer a la cual, por honor, lo ligaron sus padres. De este matrimonio involuntario nacieron cuatro hijos, el mayor de ellos, hoy, de 29 años de edad; todos vinculados con la ciencia y el periodismo científico. La separación fue siempre inminente y llegó. Después, Melvin se unió a una mujer muy inteligente, sensible para las artes, hablaba varios idiomas, era concertista de piano, había cursado dos carreras. El
matrimonio era feliz y completo, lleno de comunicación, de respeto a la opinión de cada quien, sin ceder en falsas amabilidades. La mujer falleció en un parto. El desquiciamiento fue luego total. Algo se rompió en la vida de Melvin. Era subdirector de un tecnológico en Tehuacán, Puebla, y abandonó el trabajo. Viajó sin rumbo, para distraerse, y así llegó a Mazatlán hace 14 años. Llegó a la Universidad, a la preparatoria Rosales, donde los alumnos lo rechazaron en principio porque no simpatizaban con el profesor que lo recomendó, pero a la semana ya impartía clases en todos los grupos. Como siempre le ha gustado leer y aquí no había librerías, viajaba constantemente a Culiacán, Guadalajara y México, hasta que instaló su propia librería, la que lo situó en un estado de prosperidad económica. Era entonces cuando casi lograba su anhelo. Se casó de nuevo en esta ciudad y es padre de tres hijos, pero sucedió lo inesperado: otra separación. Ahora, Melvin Cantarell Gamboa se apresta a rehacer su vida. Vuelve a Campeche en busca de su sueño anhelado y se siente fortificado, apoyado por una compañera que comparte gustos y planes. Hoy, la Asociación de Periodistas de Mazatlán le otorgará el merecido reconocimiento que le debe esta ciudad a la cual adoptó amorosamente, y el sinaloense, el que ha sido su mejor amigo, al que califica como la mejor gente del país, el que le dio asilo en un momento difícil, aprecio desinteresado y amistad plena.