Verde, pintón y maduro: los 25 años de El Pobre Diablo

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¡verde, pintón y maduro! los 25 años de El Pobre Diablo 1995 ˜ 2015


¡verde, pintón y maduro! los 25 años de El Pobre Diablo 1990 ˜ 2015 © El Pobre Diablo, agosto de 2016 Edición general: Rafael Barriga, Pepe Avilés y Juan Lorenzo Barragán Editorial: Mi País: el Ecuador por los ojos Edición y coordinación de textos: Rafael Barriga Producción: Juan Lorenzo Barragán Coordinación y archivo: Patricia Endara Asistente general: Martina Avilés Corrección de textos y estilo: Esteban Crespo Diseño gráfico: Azuca / Juan Lorenzo Barragán, Pepe Avilés Impresión: Imprenta Mariscal Textos: Esteban Michelena, Daniela Game, Alfonso Reece Dousdebés, Margarita Laso, Hugo Idrovo, Nelson García, Analía Beler Novik, Ana Fernández / Miranda Texidor, Juan Rhon, Vanessa Terán, Santiago Rosero, Grecia Albán, Leonor Zambrano, Alexis Moreano Banda, José María Avilés. ISBN: 9789942146236

El Pobre Diablo Pepe Avilés, Patricia Endara, Fernanda Riofrío y Paco Salazar Isabel La Católica N24-274 y Galavis, Quito, Ecuador elpobrediablo.com


¡verde, pintón y maduro! los 25 años de El Pobre Diablo 1990 ˜ 2015


CONTENIDO Presentación del secretario de cultura del Distrito Metropolitano de Quito Prólogo: 25 bananas... y contando

Todo ya fue 6

Ana Fernández / Miranda Texidor

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Abide

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Juan Rhon Este debe ser el lugar

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Rafael Barriga

Todos los héroes de guerra

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Vanessa Terán El santuario de los abrazos

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Esteban Michelena

Un lazo de afección

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Santiago Rosero Ella y él

129 Casi como hacer puenting

Daniela Game

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Grecia Albán Desde el siglo pasado

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Alfonso Reece Dousdebés

Un Cantuña moderno

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Leonor Zambrano Lo quiteños que somos

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Margarita Laso

Veinticinco años es algo más que quince años más diez (que eran ya un montón de años)

Todo lo que buscas lo tengo yo

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Alexis Moreano

Hugo Idrovo El hermano favorito Quito, 6 de septiembre de 2015

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José María Avilés

Nelson García Epílogo: Sostener la jarana en pie En mi imaginario siempre Analía Beler Novik

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Juan Lorenzo Barragán

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Presentación

N

o sólo que sobrevivió 25 años, sino que se implantó en nuestra ciudad, se volvió parte de su tejido, de su carácter. ¿Alguien de nuestra generación puede comprender la noche quiteña sin ese espacio irreverente, irremediablemente vivo, la guarida de los bohemios, de los artistas, de los poetas, de los que por unas horas le apuestan al olvido? ¿Alguien puede imaginar la cultura de Quito sin el jazz, sin la fotografía, sin los afiches, sin la efervescencia creativa de El Pobre Diablo? Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que entré a El Pobre Diablo. Era un adolescente temeroso y allí estaban los titanes, los grandes pintores, los escritores, los músicos, los fotógrafos, los diseñadores, los que forjaron esta ciudad con su mente y sus manos. Era el lugar de encuentro, el punto central de la fiebre contestataria, de la imaginación, del diálogo, el espacio donde todo era posible. El Pobre Diablo es la prueba viva de que la cultura no puede ni debe ser monopolio de lo estatal. Un grupo de jóvenes emprendedores decidieron abrir un negocio que girara en torno de lo creativo, de lo lúdico, de lo cultural, y consiguieron que sobreviviera 25 años. Eso en este Quito veleidoso ya es un triunfo. Pero mayor es el triunfo constante de su presencia transformadora. Esa red estrecha de artistas, de pensadores, de ciudadanos que se formó en torno a El Pobre Diablo ha marcado la cultura del país por un cuarto de siglo. Es imposible tener una cultura saludable sin emprendimientos autosostenibles. El modelo de la caridad cultural estatal está en franco deterioro. Mucho antes de que se hablara en el país de la necesidad de promover las industrias culturales, El Pobre Diablo ya se había convertido en el epicentro de nuestra economía creativa. Nos unimos con entusiasmo a esta gran fiesta, porque en ella los don nadie y los importantes, los bohemios y los artistas, los revolucionarios y los pelucones, los funcionarios y los desempleados, se encuentran y se reconocen como parte de esta ciudad a la que tanto le debemos. Y, oh milagro, dialogamos, nos tomamos un trago, bailamos, celebramos nuestras deliciosas diferencias. Pablo Corral Vega Secretario de Cultura de Quito

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«B

25 bananas… y contando anana al año, no hace daño» decía, con fino humor, la postal que anunciaba el aniversario de El Pobre Diablo, hace ya una que otra década. Han desfilado los calendarios, y el mítico lugar quiteño cumple sus «bodas de plata». 25 años. 25 bananas. ¿Qué le hace tan irresistible a este lugar –bar, restaurante, club de jazz, escenario para toda música y toda expresión cultural, galería de arte, sede de talleres y aprendizajes– que se ha convertido durante todos estos años en un referente de vecinos, de paseantes y de afuereños? La respuesta más simple es la más certera: es, sobre todo, un punto de encuentro. En las mesas, casi siempre ocupadas a tope, en medio de los almuerzos y de las meriendas, al calor de las bebidas de espíritus añejados, en medio de las cadencias de músicas de todo tipo, siempre hay gente de todas partes, de todas las edades. Se dicen palabras de todos los calibres, se dan diálogos de todos los temas. En El Pobre Diablo, el hedonismo –ese oscuro objeto– se vivifica, y también las ideas se generan. Los desconocidos se hacen amigos y los amigos se hacen hermanos, y la vida de la ciudad andina –a veces pacata, a veces de locura– cobra otra perspectiva. El rol que ha cumplido El Pobre Diablo, para la ciudad de Quito, es de singular valía. Ha acercado a la gente de todos los caminos de la vida a la música, a las artes visuales, al arte contemporáneo. Y, cosa más importante, ha acercado esa gente a otra gente. Y lo ha hecho sin más aspiración que ser gozo y alegría. Lo ha hecho con humor y con sencillez. Sin alharacas. El Pobre Diablo cumple 25 años. Eso es lo que importa. Para las miles de personas que por ahí han pasado, para los cientos de músicos que allí han tocado, para los tantos otros artistas que allí han expuesto, para los quiteños, para los ecuatorianos, es un momento de celebración. Este, pues, es un recuento de las cosas que aquí pasaron, de las ideas que aquí se generaron, de la música que aquí se tocó, del arte que aquí se gestó. Es un registro, además, de cómo ha transcurrido la vida desde 1990. Esa vida que se ha construido al interior de estas cuatro paredes, y también la vida exterior que ha entrado por estas puertas, se ha instalado en una silla verde y una mesa de madera, y luego ha salido con mayor vigor. Entre las muchas fotos, entre los cuentos –verdaderos unos, otros de leyenda– y las anécdotas que aparecen en este libro, está la pequeña historia de una ciudad que en 25 años creció, se hizo grande, tan grande que pocos la entienden ahora. Esta es la historia de una existencia, la de El Pobre Diablo, un lugar que terminó por influenciar muchos pensamientos y cambiar una que otra vida. Rafael Barriga

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Este debe ser el lugar

generación de mis padres, e incluso una mayor. Pero también estaban gentes más jóvenes. Y estábamos nosotros. Y luego de nosotros, otros más chicos. Pronto conocí a Pepe Avilés, a Fernanda Riofrío, a Paco Salazar y a Patricia Endara, quienes con gran audacia rentaron una vieja casa de La Mariscal para abrir el lugar. Todos estaban –están– en la flor de la edad. Luego de pocos días de abierto, el lugar era ya un sitio donde varias experiencias, diferentes edades –nosotros mismos empezamos a ir siempre– concurrían con un solo interés común: encontrarse. A los pocos días ya tocaba Margarita Laso por la fiesta de Quito. Al año siguiente empezaron las bandas, las permanentes exposiciones, y muy pronto el descubrimiento de que se estaba creando una estética propia que empezaba a marcar referencias en todas partes. Más tarde, la consumación de una dimensión de influencia política, de potente generador de contenidos. Las universidades que se hallaron tocando adentro del lugar. El Pobre Diablo absorbía la vida que pasaba afuera y la hacía propia. En el camino hubo risas y humor. Juan Lorenzo Barragán y Pepe Avilés, generando esos gags visuales y textuales que, también, tomaban el chiste de afuera y lo traían para generar otro, con diferente sentido. Todos la pasaban bien, o por lo menos parecía que la pasaban bien. Pasaron 25 años desde esa primera vez. Me siento en una mesa del lugar, a compartir los recuerdos con los cuatro elementos en cuestión –las parejas Avilés-Endara y Salazar-Riofrío–, esos que tuvieron la idea y la llevaron a cabo. El tiempo ha pasado. La memoria se agrieta y de pronto el recuerdo se vuelve claro. ¿De dónde vino esa idea? ¿Cómo éramos hace 25 años? ¿Cómo fue esa génesis?

P

or aquí han pasado generaciones. El Pobre Diablo abrió sus puertas el año en que me gradué del colegio. El año en que el niño quería ser hombre. De la primera vez que concurrí, con la muchachada de siempre, recuerdo dos cosas: la música –cosas muy buenas salían del parlante del bar– y que, al primer impacto, parecía ser un sitio para gente vieja. Recuerdo haber visto, en esa primera visita, a Hernán Crespo Toral, vieja gloria de la gestión cultural; a Abdón Ubidia, que por esos años escribió sus Divertinventos; a Omar Ospina, conocido comentarista cultural; al gestor Iván Cruz, connaisseur, y padre nuestro amigo Catón. Es decir, la cosa nos parecía que iba dirigida para la generación de nuestros papás, no para nosotros, que buscábamos bautizar de bohemia nuestros dieciocho años. Hoy, 25 años después, vuelvo a El Pobre Diablo –quizas por vez número seiscientos desde esa primera vez– y en el concierto de Daniel Bitrán, saxofonista que frisa los 23 años, sigo escuchando la excelente música que ahora ya no solo sale de los parlantes, sino que se vivifica en el escenario, y veo, al primer impacto, que parecería ser un sitio para gente joven. Escucho la voz de Grecia Albán, también veinteañera, recuerdo a los Bueyes de Madera – que tocaron aquí hace pocos días–, veo las mesas del lugar llenas de gente joven. Y en la mitad, en esas quinientas noventa y ocho veces restantes que he venido a este lugar, recuerdo a las varias generaciones que por aquí han pasado y siguen pasando. Naturalmente, el primer impacto de ver, en 1990, a «gente vieja» era mirar solo la epidermis. Sí, es verdad, estaba toda la

La génesis Eran todavía adolescentes y ya querían ser fotógrafos. José Avilés y Paco Salazar se conocieron por intermedio de Fernando Espinosa Chauvín, más conocido solamente por su segundo apellido. «Entre los tres nos armamos de cámaras y laboratorios caseros, y salíamos a tomar fotos de la ciudad», me cuenta Paco

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Salazar mientras comemos sendos pescados encocados en una mesa retirada del lugar. Fernanda, su compañera, lo escucha con la sonrisa cómplice de quien ha escuchado esta historia un millón de veces. «Ya más grandes yo entré a la Politécnica, y el Avilés, con la Patricia, se fueron a vivir a Cuenca. Nosotros íbamos a visitarlos, y en uno de esos viajes pensamos que a Cuenca le faltaba una salsoteca». Claro, ellos venían de Quito, lugar donde reinaba, para los muchachos de clase media acomodada, el Seseribó, una salsoteca que vivía su edad de oro en esa década de los ochenta. Cuenca, a donde Pepe Avilés y Patricia Endara habían migrado temporalmente, y donde Avilés pintaba cuadros que permanecen embodegados hasta hoy, no contaba con semejante lugar… pero todo era, para Avilés y Salazar, una quimera cuencana. ¿Habrá sido esa la génesis primigenia de El Pobre Diablo? ¿La convicción de que otra ciudad necesitaba otro espacio? Pronto Avilés y Endara volvieron a Quito. Fernanda Riofrío, que trabajaba en la empresa Plastigama, se quedó sin trabajo, y Paco Salazar se graduaba de la universidad. El destino los encontró, en la capital, sin capital, pero con un futuro por hacer. «Cuando pensábamos en el lugar que queríamos abrir, creíamos que debía haber un sitio donde se pueda conversar», dice Fernanda. «En Quito había lugares para bailar, pero no para conversar». «Si uno quería conversar, había que comprar una jaba de cervezas en una tienda, y sentarse en la vereda», continúa Salazar. «La idea era hacer una especie de cantina, un lugar simple, donde los rasgos ecuatorianos puedan sentirse en cada momento», dice Pepe Avilés, mientras deglute un seco de chivo acompañado por una Club helada. Patricia ya me lo había dicho antes: encontraron una suerte de inspiración en el barrio de La Ferroviaria, donde existía, primero, una cantina de mala muerte, a donde iban a emborracharse los pobres diablos de la ciudad. La reputación del barrio fue delineada a imagen y semejanza de la cantina, y pronto a La Ferroviaria se le conocía como «El Pobre Diablo». De allí vino el nombre.

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Ya con la idea, pero sin tener demasiadas expectativas, empezaron a buscar una casa, un sitio apropiado para el lugar. «Sólo nos decidiríamos a abrir El Pobre Diablo –dice Fernanda– en el evento de encontrar un local que sirva a las características que buscábamos». Como la vida puede ser así de generosa, a los pocos días encontraron una vieja casa en la calle Santa María, entre la Juan León Mera y La Rábida, en La Mariscal. Era el sitio. Casi sin pensarlo, la alquilaron. Pusieron una cuota entre todos y empezaron los trabajos de remodelación. Paredes que se venían abajo, muros que se derrocaban, y a la entrada, subido en una escalera, Avilés pintaba al fresco esa suerte de escudo del lugar: el mono, aquel trabajo gráfico que sería el primer manifiesto estético de El Pobre Diablo. El día de abrir se acercaba. Veinticinco años después, los que estuvieron allí todavía se emocionan ante su audacia. Todavía no pueden creer lo que sus ojos han visto. Maldá y belleza Patricia Endara pone frente a mí decenas de cajas, listados enormes, recortes de periódico. Ella ha ido guardando cada postal que se imprimió, recortando cada artículo que se publicó en la prensa. Me confundo entre postales, afiches, obra gráfica diversa, cintas de audio con miles de horas de conciertos: son recuerdos y registros de toda la actividad. Es evidente que es inmensa. Pepe Avilés me conduce por una amplia bodega de negativos. Las fotos que tomó en todos estos años, en el lugar, deben sumar decenas de miles. Avilés y Salazar, como dos de los más importantes fotógrafos del Ecuador contemporáneo, y sobre todo como anfitriones, han venido registrando con su cámara, minuciosamente, todo cuanto aconteció aquí. Para contar la historia de El Pobre Diablo hacen falta, pues, documentos. A veces la memoria de todos falla un poco; la mía, sobre todo, porque persistentemente ha estado influenciada por las ofertas del bar. Y para contar esta historia también hacen falta palabras,

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Página 4-5: UDLA Big Band 24/06/2015, Foto (F): Pepe Avilés (PA) Página 7: Juan Borja 31/08/2002, F: Paco Salazar (PS) Página 8: «Astaizappa y los hijos de la Mama Cuchara» Dirección Andrey Astaiza 30/05/2013, F: PA Página 11: Primer comunicado de prensa de la inauguración de El Pobre Diablo 11/1990 Página 12: Swing 42: Ángel Cobo, Dany Cobo y Galo Larrea en la noche de la inauguración 12/1990, F: PS Página 12: Margarita Laso, Pablo Valarezo y Julio Bueno en el primer festejo de Fiestas de Quito 05/12/1990, F: PS

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Página 12: Insignia o «mono» sobre la entrada de la vieja casona 11/1990, Pintura al fresco: PA F: PS Página 13: Preinaguración de El Pobre Diablo Pepe Avilés, Patricia Endara, Fernanda Riofrío y Paco Salazar 18/10/1990, F: no identificado Página 13: Marcelo Aguilar y Nelson García 1991, F: PS Página 14-15: «Plátano maduro no vuelve a verde» Inauguración de la muestra 10/1995, F: PS


porque esta historia es una historia de historias. Es una crónica de miles de pequeñas crónicas que allí ocurrieron. Unas tremendamente públicas, que hicieron titulares de varias columnas en los rotativos de la ciudad, historias que alimentaron a los correveidiles de la aldea; otras del tipo más privado posible. Esas historias imposibles de contar. «Maldá y belleza» repite siempre Hugo Idrovo, a quien veo repetidamente en los recortes y en los afiches, y a quien recuerdo como uno de los grandes animadores del lugar. Por eso, junto a esta pequeña crónica que narra eso que encuentro en los archivos y lo cotejo con mi propia memoria, he pedido dieciséis testimonios a dieciséis personas que han actuado, de muy diversas formas, en el lugar. Algunos de ellos, no todos, se han asociado artísticamente con El Pobre Diablo. Otros simplemente han estado. Importante eso de estar. Quería que escribieran sobre su visión personal del lugar, acaso su experiencia en él. Al final les he dicho que escribieran lo que quisiesen. Quedan afuera de esta historia, por supuesto, todas las historias privadas –las cientos de miles–, esas que tienen que ver con el ámbito más intimo, y quedan afuera porque son eso, privadas. Cada uno las tiene. Cada uno las recuerda. El álbum blanco El primer día, el fotógrafo italiano Mimmo Privitera, que ya vivía por acá hace tiempo –y lo sigue haciendo–, exponía la serie «Immagine latente». El Pobre Diablo abría sus puertas (lo dice una foto de la página social de El Comercio). Allí Salazar, Riofrío, acompañados de la futura bióloga Lourdes Torres departían de, como dice el pie de foto, «un ameno momento». Al mismo tiempo, mientras ocurría la muestra, jóvenes jazzistas llegaron con sus instrumentos y empezaron a tocar en la inexistente tarima: «El niño» Danny Cobo, con su Swing 52, junto a Galo Larrea y a Ángelo Cobo. Quienes fueron a ese primer día me dicen que el lugar era diáfano, joven. Que los taburetes eran nuevos. Que el servicio era malo, pero que, cuando llegaban, los canelazos

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Página 16: Festejo por los cinco años 11/1995, F: PS Página 16: La vieja casa en sus primeros días 1990, F: PS Esta página: «Trío tres tuertos» Exposición fotográfica de Paco Salazar, José Avilés, Iván Garcés 11/1993, Diseño (D): Juan Lorenzo Barragán (JLB)/PA, F: Mimmo Privitera «Vecinos» Exposición de fotografías y presentación del libro de José Fernando Zapata, 03/2003 «Trío tres tuertos» Paco Salazar, José Avilés, Iván Garcés en los extintos «Billares Nacional» 11/1993, F: Patricia Endara «Blomberg en Ecuador» Lanzamiento del libro 06/2005, F: Rolf Blomberg / D: PA «Retratos» Exposición de retratos fotográficos de Olivier Auverlau 02/2000, F: Olivier Auverlau

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rebosaban de puntas y las empanadas explotaban en queso. Pienso que quizás, en ese primer día, todas las motivaciones estaban marcándose: el son montuno en el parlante, el granulado en la pared, lo espirituoso en la barra, las risas en el alma. Encuentro en una de las cajas del archivo la primera invitación para ese primer día. Es perfectamente blanca de anverso y reverso, con mínimos caracteres impresos. Parece una invitación a una primera comunión. No divulgaba nada, excepto los más básicos apuntes logísticos. Empezaba así, este lugar, como hay que empezar con todo: con una hoja en blanco. Con un álbum en blanco.

–que había cobrado alguna notoriedad en el mundo del arte como ganador del primer premio en el Salón Mariano Aguilera–, Gabriela Dávalos, Diana Valarezo –quienes luego se radicarían en Holanda y en China, respectivamente– y Hugo Yánez. Plata sobre gelatina Hay que pensar siempre en algo: los gestores que dieron vida al lugar son fotógrafos contemporáneos. De esta manera, y apegados a su vocación y a su instinto, dos cosas pasaron. Todo cuanto ocurrió en el lugar, a través de los tiempos, fue registrado en los diversos formatos de la fotografía. Y, además, mucho fue el trabajo de difusión y consolidación de la escena fotográfica que se dio desde El Pobre Diablo. Para quienes simplemente vienen a tomar un café o un vino hervido, o para quienes se proponen ver un concierto o asistir a una exposición, es común ver a Avilés y a Salazar armados de poderosas máquinas fotográficas, captando las cosas del noche a noche. Y tan temprano como 1992 ya se organizó allí una colectiva de fotos. El 13 de mayo de ese año se inauguró la muestra «Estas tres fotos» (cuyo nombre hacía referencia al clásico del pop criollo de la época, «Estas tres notas», interpretado por AU-D, una especie de rapero de heladería). Se trataba de la primera muestra colectiva de fotografía contemporánea en El Pobre Diablo. Se mostraron fotos de Juan Lorenzo Barragán, Bolívar Franco, Iván Garcés, Diego Falconí, Luis E. Hurtado, Jeff Braberman, Adriana Uribe, Mimmo Privitera y de los anfitriones, Paco y Pepe. Era todavía un tiempo en el que se tomaba con película, se imprimía en plata sobre gelatina. Todavía ser fotógrafo era cuestión de laboratorios y químicos.

Cobrando fama La revista Palabra Suelta, que por esas épocas publicaba la editorial El Conejo, reseñaba, a principios de 1991: «En un barcito que se va haciendo famoso por su ambiente y sus vinos hervidos, se ha abierto un espacio para romper el silencio quiteño y con los espacios tradicionales para la exposición de su arte». La revista Diners de agosto de 1991 –todavía en su formato cuadrado– publicaba: «Un diablo pobre pero sabroso: Lo abrieron hace casi un año y el sitio sigue in. ¿Será por la simpatía de los propietarios, por los vinos calientes, por la cerveza fría, por la Milagritos León que suele caer por allí de vez en cuando? [...] Y como todos tienen derecho al goce, por allí se le ve al Abdón Ubidia, queriendo descubrir en las líneas de alguna bella mano, no sabemos qué recónditas promesas; al Pablo Cuvi también, cuando no está trepado en un jumbo de Lufthansa; al Johnny Reece con la Bacha, o sin. O ella sin. De repente cae también algún hombre de negocios, de los importantes y con corbata, aburrido de las cinco estrellas o los tres tenedores. Y la pasa fenómeno en medio de la gente linda». Al mismo tiempo, Pepe, Patricia, Paco y Fernanda se anotan otro punto, y uno que sería también parte de la vocación del lugar: la promoción de los artistas más jóvenes. El 28 de mayo de 1991 se presenta la exposición colectiva de nombre «TAGG», con Gonzalo Jaramillo

Levanta el vaso En octubre de 1992 en todo el continente había un solo tema de conversación: la conmemoración de los 500 años de la conquista española. Solo unos meses antes, se daba en el Ecuador el primer levantamiento indígena de real alcance. Cientos de miles

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Página 19: Pepe Avilés, Paco Salazar, Lucía Chiriboga, Diego Cifuentes y Francisco «Pájaro» Febres Cordero 05/10/1995, F: Iván Garcés Página 19: Día de los muertos en El Pobre Diablo 11/1995, F: PA Página 19: La Grupa en concierto Ivis Flies y Christian Mejía 1998, F: PA Página 19: «Levantamiento popular Ecuador» Muestra fotográfica de Fredrik Hjerling 01/2000, F: PA Página 20: «Me cago en los 500 años» Concierto de Hugo Idrovo 10/1992, D: Jorge Espinosa Página 20: Concierto de Hugo Idrovo 03/1993, Ilustración (I): Jorge Espinosa Esta página: Omar Ospina y Antonio Correa 10/01/2009, F: PA

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de indígenas, cansados de su situación centenaria de miseria, salieron a los caminos y marcharon a Quito, y de paso pusieron en jaque a las autoridades nacionales dirigidas por el tibio doctor Borja. En todo el país se dio, quizás por primera vez desde que tengo memoria, una conciencia de que aquello que el Ecuador mestizo llamó siempre «el problema indígena» era mucho más que un simple problema, mucho más que un grupo de la población que vivía en la pobreza. «Me cago en los 500 años», fue la respuesta del cantautor Hugo Idrovo a aquella todavía imperante noción de que los españoles habían venido a nuestro continente a fundarlo y a traer –como recuerdo que en una mesa de El Pobre Diablo repetía un político socialcristiano de medio pelo– «la maravilla de la religión». El concierto constituyó su debut en el lugar. A lo largo de estos tantos años, muchas habrían de ser sus apariciones en la que, como él dice, es «mi fonda favorita». Allí lanzó algunos de sus temas más representativos y conocidos, y también algunos –como «Tú no sabes» o «Lejos de Guayaquil»– que permanecen inéditos. Por esos tiempos, incluso, la prensa ecuatoriana no escatimaba elogios para el guayaquileño. El Comercio publicó: «Jueves, once de la noche, en El Pobre Diablo no hay donde poner un vaso. Está anunciado Hugo Idrovo, uno de los compositores que más en serio se toman el acto de creación, el trabajo de transmitir un sentido a la vida a través de una propuesta estética. [...] La gente calla y escucha. [...] La sensación es la de estar en uno de esos pocos instantes perfectos». Idrovo había empezado su trova en el puerto, y cuando migró a la capital se encontró, a principios de la década de los ochenta, en medio de un florecer creativo que ocurría, sobre todo, en Guápulo. Allí, junto con su compadre y paisano, Héctor Napolitano, y con Álex Alvear –entre otros– creó la que acaso ha sido la más influyente de todas las bandas ecuatorianas del fin de siglo: Promesas Temporales. Aquella banda produjo una única obra, el disco epónimo publicado en 1984 –y auspiciado por

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Página 22: Concierto de Hugo Idrovo 1996, F: PA Página 22: «Festival de bolsillo’s» Concierto de Hugo Idrovo y el Trío Pambil 10/2008, D/F: PA Esta página: Postal de año nuevo 2002 12/2002, I/D: PA

«RETRATO inSÓLITO» VII Aniversario - Fotografía histórica, 20 retratos insólitos 10/1997, D: PA Página 24: «El que no cae resbala» Exposición fotográfica por el IV Aniversario 10/1994, D: PA Página 24: Postal de año nuevo 2004 D: PA

«A Dios rogando y con mi retrato dando» Exposición fotográfica por el VIII Aniversario 12/1998, D: PA

Página 24: «El último palo del siglo» Exposición de años viejos, música y disfraces para la distinguida concurrencia 12/1999, D: Alexis Moreano

«Banana al año, con esta van 3» III Aniversario Exposición de arte 10/1993, I: PA, D: PA/JLB

Página 24: «Estas tres fotos (son para ti)» Exposición fotográfica 05/1992, D: JLB/PA

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Emelnorte–, que hacía una fusión casi inédita entre música popular y música ancestral. Su devenir en la música continuó junto con Napolitano, con el que editó otra joya: «Arcabuz», pocos años antes de la creación de El Pobre Diablo. Pero fue en este lugar donde Idrovo tocó sin cesar –durante varios años lo hizo siempre por las fiestas de Guayaquil. El dueto Idrovo-Napolitano (bautizados por la sal quiteña como Idrogo y Narcolitano, presumiblemente por las aficiones juveniles a eso que «Caloúlio» Arosemena Monroy calificaba de «vicios masculinos») en El Pobre Diablo provocaba jornadas húmedas y épicas, llenas de gran música e incontables rondas de bebidas espirituosas. Allí, temas como «Gringa loca» o «Extremaunción» fueron elevados por las audiencias a condición de himnos de la noche y el buen humor. Así, cuando Idrovo cerraba sus conciertos con el clásico del tremendo compositor Juan Carlos González, «Levanta el brazo», la audiencia coreaba, simplemente, «Levanta el vaso». Efemérides Al principio de los tiempos, los aniversarios de El Pobre Diablo servían como pretexto para organizar muestras artísticas especialmente curadas para la ocasión, con obras de arte contemporáneo o fotografía, creadas por los artistas para este espacio. En muy poco tiempo, los cumpleaños del lugar se volvieron verdaderos eventos culturales serios, y siempre culminaban con dicharacha y humor. Para 1993, en el tercer aniversario del lugar, se organizó una muestra colectiva con aquellos que, hoy lo sabemos, representaban un trabajo interesante para esos tiempos: Marcelo Aguirre, Hernán Cueva, Gerardo Guerra, Ramiro Jácome, Carole Lindberg, Luigi Stornaiolo, Alejandro Vásquez y Pepe Avilés colgaban sus obras en el evento «Banana al año». Con esta del 93, iban tres bananas. El día de la inauguración la confraternidad era visible, aunque, ya con algunos añejos adentro, algunos artistas jóvenes decidieron

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resolver sus diferencias con una extraña combinación de boxeo y lucha greco-romana en los exteriores del lugar. Aun así, la prensa calificaba a El Pobre Diablo como «el bar de las amenas tertulias» y también definía el espíritu polifuncional del lugar narrando que «esta es una vieja y discreta casa, acondicionada para filósofos e intelectuales, que esa noche estaba, sin embargo, repleta de extranjeros, que prefieren gastar menos y disfrutar más…». El viejo Napo Héctor Napolitano es toda una leyenda en la música ecuatoriana. Mientras escribía esta memoria, lo encontré, como otras muchas veces, en una mesa de El Pobre Diablo. Allí hablamos de las faenas idas y recordadas, y me contó de sus nuevas peripecias. Instalado en Guayaquil por estos días, «el viejo Napo» –como lo conocen todos– había vivido en Quito por mucho tiempo, dejando muchas huellas. «No tengo verdaderos amigos en Guayaquil. Todos mis amigos reales están aquí en Quito. Los hice en Guápulo, los hice aquí en este antro», dice la voz ronca del rockero y sonero guayaco. Su historia es instrumental para explicar el desarrollo de la música ecuatoriana. Fundador de Promesas Temporales, junto a Idrovo, Alvear y otros, gran aporte en Rumbason –una banda de músicas cubanas con imperdible sabor andino–, creador de temas icónicos de toda una generación, Napolitano es además una personalidad expresiva, canchera, hiperextrovertida, malhablada, violenta a veces y, otras, capaz de la más absoluta ternura. Y como si esto fuera poco, es un virtuoso de su instrumento, la guitarra. Por la década de los noventa, Napo hacía son montuno de calidad, interpretaba, con Danny Cobo y Juan Terneus, una fusión de jazz-rock que recordaba a Jean-Luc Ponty, y hacía blues con la banda sensación del momento, la Hot Choclo Blues Band. Ellos hacían una mezcla de blues tradicional y contemporáneo. Y, aprovechando no solo el furor que causó entre los capitalinos el film de Oliver Stone, sino que además el vocalista de la banda,

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Página 25: Postal de año nuevo 2000 12/1999, F: PS, D: PA Página 25: Postal de año nuevo 2003 12/2002, D/F: PA Página 25: Postal de año nuevo 2008 12/2007, F: Tomada del diario El Comercio, D: PA Página 25: Postal de año nuevo 2007 12/2006, I: Ana Fernández, D: PA Esta página: Héctor Napolitano en concierto 02/05/2013, F: PA

Página 29: Jorge Espinosa, María Rosa Jijón, Omar Ospina, Alexis Moreano y Pablo Ayala 1995, F: PA

Página 28: Héctor Napolitano en tradicional actitud 2006, F: PA

Página 29: María Fernanda Cartagena, Kevin Power y Alexis Moreano 1999, F: PA

Página 28: Concierto: «Media gamba que no juega, 50 años del viejo Napo» 12/2005, D: Hugo Idrovo/PA

Página 29: El maestro José Luis Cuevas en la barra de El Pobre Diablo 08/11/2005, F: PA

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Gustavo Brianza «El Chacal», imitaba con particular fortuna los aires y la voz de Jim Morrison, incluían en su repertorio clásicos de The Doors. Ver a Napolitano con la Hot Choclo Blues Band, en su debut en El Pobre Diablo, en febrero de 1991, tocando los solos con los dientes, llenando de asombro el lugar, pasando de la razón a la ebriedad en menos de dos temas musicales, resultaba una experiencia inolvidable para los ojos que lo vieron. La sala de nuestra casa «El Pobre Diablo nos sacó de la sala de nuestras casas», me dice Carlos Arboleda en su escritorio del Ministerio de Cultura. Compositor de larga data en la escena local, con su grupo Karma, Carlitos debutó en el lugar en 1994, cuando poco a poco los grupos locales iban teniendo más actividad en la ciudad, y más lugares estaban dispuestos a presentar bandas en vivo. «El Pobre Diablo, por esos años, era uno de esos sitios aglutinadores. Un café de artistas, donde no te daba vergüenza sentarte en una mesa, solo, con un libro. Nadie te hacía sentir mal». Allí, en una de esas mesas, Arboleda vio y escuchó por primera vez a Hugo Idrovo. «Fue un momento de gran inspiración y mucha influencia posterior». A los pocos días Arboleda se uniría a la banda de Idrovo, y Karma, su grupo, se presentaría allí, para así mismo influenciar a otros. «No había un lugar parecido», dice Arboleda mientras me muestra afiches y fotos de esas épocas. «Había otros lugares, pero ninguno tenía el carácter de El Pobre Diablo. Ahí se tenía un propósito diferente a muchos otros lugares en donde sus dueños querían hacer el billete fácil. Al final, todos esos sitios quebraron a los dos meses. El Pobre Diablo se quedó porque era como parte de nuestra casa». Arboleda era parte una legión de caras nuevas que empezaban a dominar la práctica musical y artística. Por esos mismos meses, Daniel Andrade y Jorge Vinueza presentaban fotografías; Alexis Moreano, Jorge Espinosa y María Rosa Jijón inauguraban una muestra con pinturas, y las noches se animaban con el rock quiteño de Vade Retro y con el jazz de La Quito Norte

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(también conocidos como «Tres en raya»), con Eddie Mejía, Iván Acosta y el bajista y arquitecto Andrés Núñez. Eran días vibrantes, donde algunas cosas empezaban a nacer. Estos nuevos rostros – unos más nuevos, otros menos– irían forjando, ya en 1994, lo que un par de años después sería un verdadero boom de la creatividad quiteña y ecuatoriana. La gráfica Un día de 1994, hacia las cuatro de la tarde, divisé a mis amigos, Alexis Moreano y Jorge Espinosa, ataviados de overoles y pinturas a las afueras de la casona del bar. Pepe Avilés dirigía la obra, que consistía en dotar al ícono de El Pobre Diablo –el ya famoso mono, que se encontraba pintado en la entrada del bar– de una serie de medallas y condecoraciones, me imagino para celebrar algún aniversario. El mono del Pobre era algo que había que tomar en serio. Para la inauguración del lugar, unos años antes, Avilés pintó el agraciado animal al fresco. El mono –que a la postre se convirtió en el logotipo del lugar– le daba verdadero realce a la vieja casa de la calle Santa María. Moreano, investigador de las artes contemporáneas, artista y sobre todo teórico, y Espinosa, artista contemporáneo y bajista, trabajaban por esos días con Avilés y Patricia Endara resolviendo los eventos y conciertos, que cada vez eran más frecuentes. Aprovechando la habilidad artística de Moreano y Espinosa, se crearon afiches, dibujados a mano en carboncillo, pasteles y otras técnicas, en tirajes únicos, que servirían para promocionar los eventos de aquellos meses. Así se continuaba una especie de tradición instaurada desde el primer momento: dotar a todo evento de una gráfica –un cartel, una postal, un hablador de mesa. Al principio fue el diseñador Juan Lorenzo Barragán quien, junto a Avilés, llevaron las ideas de ambos al papel. Con el tiempo, la creación de los diseños para estas piezas promocionales de todos los eventos que han ocurrido en El Pobre Diablo ha sido realizada por varios artistas y diseñadores, todos «hierbas» del lugar. Pero,


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Página 30: «Todas las locas todas» Concierto gentil de Hugo Idrovo y Héctor Napolitano 06/1996, I: Alexis Moreano Esta página: Jaime Guevara, Karma y Tres en raya Concierto 07/08/1996, I: PA/PS «Tagg» Exposición colectiva de pintura de Gabriela Dávalos, Gonzalo Jaramillo, Diana Valarezo y Hugo Yánez. Primera producción de afiche 06/1991, D: Colectivo Tagg Cacería de Lagartos Concierto de rock 12/1995, D: Bito «Pasillero» Concierto de música ecuatoriana contemporánea 08/2002, D/I: PA «Expatriado» Concierto de jazz con Ernesto Karolys 07/2005, D/F: PA «Hipsteria» Concierto de Ernesto Karolys 01/2016, D/F: PA

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Esta página: «Incubadora» Instalación de Pablo Cardoso 06/1999, D: Anima CV Concierto «100 años de blues» 08/2003, D/F: PA Página 33: Concierto «Jazz Rock» 04/1994, I: Alexis Moreano Página 34: «Bestiario» Concierto con Andrés Noboa, Carlos Mena y Ernesto Karolys 07/2007, D: PA Página 34: Lanzamiento del libro «Máscara» de Juan Lorenzo Barragán 2006, D: JLB Página 34: Portada del libro del XV aniversario 2005, D: PA Página 34: Portada del libro «Ana y Milena» Lanzamiento del libro de Fabián Patinho 11/2009, D: Fabián Patinho

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«El colorado» El lugar cumplió cuatro años con las mesas llenas casi siempre, y con el recientemente integrado apodo de «El decano de la Mariscal». Ya El Pobre Diablo era casa de los mejores momentos de la música ecuatoriana. El 25 de enero de 1995 ocurre en El Pobre Diablo el show intitulado «Músicos dispuestos a improvisar». Según El Comercio de dos días después, aquella era una «reunión musical que parecía familiar, y que procreó un concierto de jazz latino, soul, blues y rock, con Álex Alvear, José Ormaza (batería), Nélson García (órgano), Esteban Molina (flauta) y Héctor Napolitano (guitarra). El espacio quedó reducido. Se esperaba 80. Fueron 130. Todos se aplastaban. Frente a los artistas, poco faltaba para que los espectadores se subieran encima». Ese día marcó un hito especial: el debut de Álex Alvear en el lugar, uno de los músicos más importantes de la experiencia musical ecuatoriana de todos estos años. A Alvear lo conocí cuando, estando en el mismo colegio, yo en cuarto grado, él en sexto curso, tocaba un animado rock ’n’ roll en el teatro del viejo colegio de La Floresta. Su dorada y larga cabellera, sus zapatos de inmensas plataformas, eran, para mí –un niño de cerquillo y zapatos de tenis– un símbolo de libertad y rebeldía. Muy pronto, «el Colorado» Alvear circulaba por los confines musicales de la ciudad. Enseguida fundó la ya mentada banda Promesas Temporales y, de forma vertiginosa, la ciudad le empezó a quedar chica. En los Estados Unidos pasó por Berklee en Massachusetts; le cantó a la Reina Rumba, Celia Cruz; hizo un poco de todas las músicas, pero se fue dando a conocer como un gran compositor e intérprete de músicas afrocubanas. Su banda Mango Blue ha producido dos excelentes discos, y a pesar de su larga estadía en el país del norte, Alvear ha sabido mantener también un pie en esta su tierra. Su álbum Equatorial –lleno de una actitud muy andina– es una obra magnífica, que el tiempo sabrá reconocer como un hito de la música contemporánea del Ecuador. Alvear ha tocado muchas veces en El Pobre Diablo. También es su segunda casa. Lo ha hecho con diferentes combos y en muy

desde siempre, han sido hechos, sobre todo, en muchas noches y madrugadas, por el propio Avilés. El Pobre Diablo puso de moda hacer postales para promocionar los eventos culturales y artísticos. Las redes sociales no existían y, en el lugar, crear redes era importante. El grueso de esa obra –centenares, si no miles de piezas– es una especie de opus magnum, una contribución potente al diseño local. Quizás esto lo explican mejor Felipe Taborda y Julius Widemann, editores del libro Latin American Graphic Design, publicado por Taschen en 2008: «Gracias al hecho de haber sido capaz de crear una marca y una forma de trabajar que lo distinguen de cualquier otro estudio de diseño, El Pobre Diablo es una de las iniciativas creativas más originales de todo el continente. Inaugurado en 1990 como bar-restaurante, El Pobre Diablo ha promovido desde sus inicios acontecimientos artísticos y exposiciones. Junto con El Conteiner, un espacio productivo específico, El Pobre Diablo ha sido el centro de la escena creativa de Quito a partir del año 2002. Gracias al impulso de su director creativo y cinéfilo Pepe Avilés, este lugar de encuentro también ha producido sus propios carteles y publicaciones, las cuales han sabido captar la atención internacional por su impactante sentido del humorismo logrando aparecer en innumerables ediciones». Hace unos días hablé con el diseñador Pablo Iturralde. Me dijo, a propósito del tema: «El Pobre Diablo es un referente para todos los diseñadores gráficos de Quito. Siempre ha sido la mejor vitrina para ver los afiches de artistas, fotógrafos y diseñadores locales y extranjeros. Sus afiches, diseñados para tremenda oferta cultural, pueden constituir un resumen del afiche cultural quiteño de los últimos 25 años. Algo que me parece importante es la prolífica y bien lograda producción de afiches del Pepe Avilés, que con la fuerza de su fotografía y un acertado uso del texto en el espacio, ha logrado establecer una marca que ahora le dicen “estilo Pobre Diablo”. Para mí, como diseñador, es puntazo que trabajos míos y de mi equipo estén exhibidos ahí». No se hable más.

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Esta página: Álex Alvear, Hugo Idrovo, Héctor Napolitano, Flaco Víctor, Dani Cobo y David Gilbert 01/1995, F: PA Álex Alvear, Juan Mullo, Héctor Napolitano, Hugo Idrovo, Ataulfo Tobar y Negro Acosta 02/05/2013, F: PA «Los inse(u)pa(e)rables hermanos culibolsa» Reencuentro de Promesas Temporales 06/01/2005, F: PS Concierto: «Amor, comprensión y ternura», Alveares 04/2014, D: PA Concierto: «Alvear y Wañukta Tonic» 04/2015, D/F: PA Página 37: Álex Alvear 28/08/2007, F: PA


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diversas situaciones. Últimamente ha creado unos espectáculos llamados «Levanta el bajo», y una nueva banda, Wañukta Tonic. Cada vez que toca este maestro de la música, el espacio queda reducido y poco falta para que los espectadores se suban encima. De moda El año de 1995 es la antesala a un gran boom de las artes contemporáneas en Quito, que ocurriría un par de años después. Los artistas jóvenes empiezan a tener fuerza y, poco a poco, espacios. El 12 de septiembre de ese año, la artista plástica Ana Fernández, que recién llegaba al Ecuador después de vivir en California por algunos años, inaugura su primera exposición en el lugar, con grandes dibujos en papel kraft. La muestra trae elogios. «Ana Fernández sabe dibujar, y eso agregado a sus preocupaciones intelectuales, a sus lecturas, a su indagar por el terreno del mito y del misterio, pueden llevarla con seguridad por el difícil terreno del arte grande», opina Omar Ospina en la revista 15 días. Días después, el lugar cumple 5 años con una muestra colectiva de fotografía, de nombre «Plátano maduro no vuelve a verde». Lucía Chiriboga presenta su serie «Sombras para un fin de siglo». Iván Garcés presenta un trabajo con un tema de su experticia: la noche quiteña. Diego Cifuentes hace un estudio sobre mujeres. Paco Salazar expone sus fotos sobre la escena del rock quiteño del sur de Quito. Pepe Avilés combina pintura y fotografía. La muestra inaugura con público hasta las banderas. El lugar es ya el lugar. «El Pobre Diablo carga el aroma de una casa de pueblo. Los meseros son todos jóvenes. Son informales, con las camisas sueltas anotan los pedidos. La carta lleva la filosofía del mestizaje: vino herido, brandy, cuba libre o un locro de papas. Las personas que visitan El Pobre Diablo parecen conocerse entre ellas. Mientras se toma un vino hervido, algún comedido pone más leña a la chimenea», reporta El Comercio hacia finales de 1995. Francisco «El Pájaro» Febres Cordero escribe en

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Diario Hoy, a propósito del primer quinquenio del lugar: «Cinco años que llenaron un espacio. Cinco años que llenaron tantas soledades compartidas a través de una charla, varios tragos y música. Cinco años a través de los cuales, imperceptiblemente, se fue aglutinando un puñado de seres inquietos por la fotografía que son los que ahora, unidos por su afán de búsqueda, de experimento, enseñan sus últimos trabajos creativos». Multimedia En el Ecuador de mediados de los noventa, tomaba verdadero impulso una nueva profesión: diseñador gráfico. Ya las nuevas universidades –incluyendo las de garaje– ofrecían el currículo. Ya los estudios de diseño florecían por todas partes. Ya se tomaba en cuenta, en muchos lugares del camino empresarial y cultural, la necesidad de «tener diseño». El estudio de diseño gráfico Azuca llevaba ya, por esos tiempos, nada menos que diez años de trabajar en el medio, siendo uno de los pioneros en una época en que no existían todavía ordenadores para el diseño ni programas para el retoque de fotos. La cosa era a mano y con buen pulso. Para celebrar esos diez años, Juan Lorenzo Barragán, el gerente-propietario del estudio, organizó una exposición de doce obras de diseño relevantes en ese decenio. Barragán es colaborador permanente en las cosas de El Pobre Diablo, y la vieja casa de la Santa María era el lugar –aunque incómodo– apropiado para presentar las obras de Margara y Jorge Anhalzer, María Mercedes Salgado, Wilo, entre otros. Eran, pues, las primeras impresiones digitales que se exponían en la ciudad. Por esos días, 10 mil sucres era el valor para entrar a El Pobre Diablo para ver el espectáculo multimedia –uno de los primeros de ese tipo en la ciudad– «Desnudos, entre Marx y una mujer», realizado tomando como inspiración la novela Entre Marx y una mujer desnuda de Jorge Enrique Adoum. El texto, escrito a mediados de los setenta, cobraba en esos momentos, mayo de 1996, una dimensión nueva a partir del film estrenado por esos días, dirigido por Camilo Luzuriaga.


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Página 38: Concierto «Mondo Freudo» Álex Alvear y Hugo Idrovo 18/04/2013, F: PA Página 38: Jam session organizada por Álex Alvear, Nelson García, José Ormaza y Esteban Molina, junto a Claudio Durán 25/01/1995, F: PA Página 38: «Dando dando pajarito volando» Concierto de Levanta el bajo 09/2011, D/F: PA Página 38: Concierto «Full Ácidos ¿Cachas?» 01/2013, D/F: PA Página 38: Concierto «183 likes» 12/2013, D/F: PA Página 39: V Aniversario «Plátano maduro no vuelve a verde» 5 fotógrafos x 5 fotos exposición fotográfica 10/1995, D: JLB, F: PA Página 40: Lucho Pelucho 29/10/2008, F: PA Página 40: «Vi & Son» Presentación de audio experimental y noise art 06/2006, D: PA Página 40: Jorge de los Santos y Paúl Rosero 21/06/2006, F: PA

Página 41: «Desnudos entre Marx y una mujer» Instalación y multimedia: Carla Barragán 05/1996, F: PA Página 43: Concierto Rarefacción y Motomichi 12/2007, D: PA, I: Motomichi Nakamura Página 43: «Diez años/doce obras» Calendario, exposición y música por los 10 años de Azuca 10/1996, D/F: JLB Página 43: «Pinturas digitales óleos y pasteles» Exposición de Kathy Hamon 11/1996, D: Kathy Hamon Página 43: «Vi & Son»: Dimitri 19/06/2006, F: PA Página 45: Cathy Elliott 31/01/2007, F: PA

¡Aquí los plátanos no se mosquean!

Página 45: Camila Terán 26/04/2008, F: PA Página 45: Juan Borja 02/2003, F: PA Página 45: Carlos Grijalva 09/03/2004, F: PA

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El espectáculo consistía en: música en vivo de Nelson García, interpretada junto con Ivis Flies y Esteban Torres, quienes, además, presentaban la obra gráfica y visual de Paula Barragán y Manuela Ribadeneira; un video de Jorge Oquendo, y una coreografía de danza ejecutada in situ por Carla Barragán. Hugo Burgos –hasta hace poco decano de Multimedia de la Universidad San Francisco– diseñaba la compleja iluminación del show. Todo esto, junto, lejos de formar un gran caos –el relajo vino porque hubo demasiada gente en esos tres días de performance y el servicio del bar se ralentizó– se convirtió en una instalación de profundidad artística como pocas veces se vio antes. «El conjunto hacía una instalación surrealista: piso y muros cubiertos de plástico, destapadores de cañerías en las paredes, una pantalla de video en el cielo raso, otra, cubierta también de plástico blanco, junto a una mesa. [...] Un verdadero performance con concepto y ejecución cuidadosa hasta el más mínimo detalle», publicó la sección cultural de El Comercio unos días después. Era el despertar de una serie de estrategias de lo contemporáneo que luego sería parte permanente del lugar.

y espíritu industrioso de nuestra población. Y la segunda parte de la idea era la de repartir ese dinero equitativa –y salomónicamente– entre los 10 millones de habitantes del país de esa época. La idea encontraría, según el Partido Salomónico Terminal, muchos interesados. ¿A qué potencia mundial no le interesaría comprar este territorio prodigioso, que además tendría a cada habitante estrenando su nueva condición de millonario? Así, la aventajada potencia podría explotar este país sin remordimientos neocolonialistas de ningún tipo e incorporar –y lucrar de– las más agresivas estrategias de consumo para su población. El manifiesto era salomónico, porque repartiría el dinero de una manera justa y equitativa; y era terminal, porque de esa manera terminaba con el Ecuador como supuesto país soberano. La idea caló hondo en la clientela de El Pobre Diablo. Un folleto explicando la idea al detalle fue repartido. Dino-Guida se iba convirtiendo en el redentor que la patria necesitaba, por lo menos en los confines de El Pobre Diablo. Hasta que un buen día, el profeta decidió irse, abandonar, muy a pesar de todos, El Pobre Diablo, y el país que había soñado vender. El Manifiesto del Partido Salomónico Terminal hubo de morir allí, en esas mesas. Pero, claro, vive en la memoria de quienes lo recordamos con una sonrisa en el rostro.

El Partido Salomónico Terminal Las ideas bullían. El Manifiesto del Partido Salomónico Terminal fue un acto revolucionario. El ideario fue presentado, mesa a mesa en El Pobre Diablo, durante varias noches de 1996. Su ideólogo, el publicista argentino radicado en Ecuador, y permanente suscitador de la movida del lugar, Sergio Dino-Guida, había creado un Partido –unitario y monolítico, pues solo él era miembro– y un manifiesto. Su idea era simple: vender el Ecuador a una potencia extranjera (nada nuevo: el Ecuador siempre se ha ido vendiendo, de a poco, en pedazos, a potencias extranjeras). Pero ahora sí, la idea era venderlo abiertamente, sin ambages, sin dineros por debajo de la mesa. El precio era razonable: un millón de dólares por habitante, sea este hombre, mujer o niño. Una minucia comparada con las reservas probadas de gas y petróleo en nuestra Amazonía, con los ingentes e interminables recursos naturales de nuestros campos, con la pujanza

¿Quién soy? ¿Cómo soy? La recuerdo como una de las obras de arte contemporáneo más poderosas que había visto en mucho tiempo. Era muy simple: una serie de recortes de noticias de periódicos impresos, que habían sido intervenidos con tachones y pocos textos suplementarios y que, en esa intervención, modificaban el sentido original de los textos periodísticos, casi siempre de una forma reflexiva y a la vez humorística. La postal de la invitación simulaba la portada de un diario. La obra y la exposición se llamaban «Un rito universal» y el artista era Miguel Alvear. Él había vuelto al Ecuador después de una larga temporada en el

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Esta página: «Un rito universal» Exposición de trabajos en técnica mixta, Miguel Alvear A.K.A. Carlos Ballesteros 09/1997, D: JLB/PA Página 47: «Sandra Correa: mi poder en la reproducción» Performance de Alexis Moreano 01/1997, D: Alexis Moreano Página 47: «Mi poder en la reproducción», Nota de prensa en el Diario Hoy 01/1997, D: Alexis Moreano Página 49: «0° 0’ 0” 1998 D.C». Instalación de Patricio Ponce 08/1998, D: JLB Página 49: «Biblioteca» Instalación de Pablo Barriga 11/2004, D/F: PA Página 49: Juan Lorenzo Barragán reacciona ante una obra de Wilson Paccha 12/06/2002, F: PA Página 49: «Desnudos entre Marx y una mujer» Instalación y multimedia 05/1996, D: Nelson García y Paula Barragán Página 49: «Follar o morir» Muestra y performance de Wilson Paccha 06/2002, D: PA

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exterior, donde había estudiado y trabajado en las artes visuales. Esta era una de sus primeras acciones, aunque recuerdo haber exhibido sus obras visuales «Chagruna» y «Amina mar» en una muestra de jóvenes cineastas ecuatorianos que organicé en Multicines, ese mismo año de 1997. «Un rito universal» sería el inicio de una serie interesante de obras. En ese mismo año, también en El Pobre Diablo, Alvear participó en una muestra colectiva curada por Pepe Avilés y con bases escritas por Alexis Moreano y Lupe Álvarez –académica cubana que se había mudado de La Habana a Quito ese año y quien, desde ese momento, sería pieza clave en el desarrollo del arte contemporáneo ecuatoriano– llamada «A Dios rogando y con mi retrato andando». La contribución de Alvear para esa muestra fue, como escribió Alexis Moreano, «la más aplaudida» de ese año y de esa muestra. La obra, titulada «José Miguel Alvear Lalley», resultaba, como escribía Moreano, de «la edición de cuatro cédulas de identidad reales (documento único de existencia oficial), en las que [Alvear] aparecía travestido de negra, otavaleño, burócrata típico y biólogo profesor de la Sanpancho. Se hizo fotografiar en cuatro oficinas distintas del Registro Civil con un disfraz para cada ocasión, argumentando que había perdido la cédula en cada caso. Lo suyo despertaba la reflexión sobre la convocatoria de la muestra (¿qué se requiere para que un autorretrato sea tal? ¿quién es el verdadero autor de las fotografías?) tanto como sobre la constitución y asunción de la identidad en nuestro país (variable, paseante, acomodaticia, divertida... ¿quién es la persona detrás de la imagen que me presenta?), así como sobre los modos de reconocimiento oficial de la existencia ciudadana (¿cuánto le importa en verdad al país quién soy y cómo soy?)». Mi poder en la reproducción En agosto de 1996 asumió la Presidencia del Ecuador el abogado Abdalá Bucaram Ortiz, férreo populista cuyo gobierno resultó uno de los más cortos de la historia republicana del país. El


¿Cuándo hay arte? El arte joven iba tomando impulso en Quito hacia el fin de la década de los noventa. Toda una promoción de nuevos valores iba tomando la escena. En 1998 se dio un interesante diálogo entre artistas plásticos de tres generaciones diferentes del arte contemporáneo ecuatoriano. «Arte × 4» proponía nuevas obras de cuatro artistas maduros en su obra: Marcelo Aguirre, Hernán Cueva, Luigi Stornaiolo y Ramiro Jácome. A semana seguida, tres jóvenes artistas de Cuenca hicieron su debut en El Pobre Diablo: Tomás Ochoa, Patricio Palomeque y Pablo Cardoso presentaron una instalación donde «cuyes asados y vivos y proyección de diapositivas desconcertaron a los asistentes», según dijo El Comercio. No pasó mucho tiempo y dos exposiciones de dos muy jóvenes artistas continuaron la racha de triunfos del lugar: Patricio Ponce con «0 grados, 0 minutos, 0 segundos» y Wilson Paccha con «Los papilovers también lloramos». Ambas fueron exposiciones poderosas, reveladoras de la riqueza artística que se gestaba esos días. Alexis Moreano, a la sazón coordinador de eventos en El Pobre Diablo, comentaba en la página de cultura del extinto Diario Hoy: «Prácticamente nadie conoce a Wilson Paccha ni a Patricio Ponce. Por eso el porotazo que se anota El Pobre Diablo al tener en sus poco cómodas instalaciones a dos de nuestros artistas jóvenes más sólidos, en un mismo mes [...]. Ha presentado dos propuestas renovadoras, cargadas de lucidez y artisticidad». Al mismo tiempo, María Rosa Jijón representaba, en ese año de 1998, también parte de lo más destacado del arte joven del Ecuador. Ella había debutado unos años antes en El Pobre Diablo –con Moreano y Jorge Espinoza–, y ya había expuesto en varios otros lugares. El nombre de su exposición, «Ay Dios, ampárame», constituía un guiño a la cultura afrocubana que había influenciado, entre otras cosas, a la obra de la Jijón, y a la canción del grupo habanero Los Van Van, que, por esos días, se escuchaba en cada reunión de La Muchachada. «Ay Dios, ampárame» contenía crucifijos de silicona en bomboneras de dulces, altares, estampas religiosas... una apropiación religiosa muy

5 de febrero de 1997 fue echado del poder por una movilización ciudadana y, necesariamente, por el «retiro del apoyo» por parte de las Fuerzas Armadas, reales dirimentes de toda crisis política en el país. Uno de los más graves alborotos de la época vino por parte de su ministra de Educación, Sandra Correa, quien, el 31 de enero de 1997 fue censurada por el Congreso Nacional, acusada de haber plagiado una tesis ajena, la de Irene Pesántez, para editar un libro de su autoría. El caso fue sensacional y escandaloso, y de él se aprovechó el todavía artista Alexis Moreano para realizar su obra «Mi poder en la reproducción», muestra inaugurada en El Pobre Diablo días antes de la caída de Bucaram Ortiz. La obra de Moreano consistía en unos montajes de diez portadas de populares discos compactos de la época en donde el artista original era suplantado por el nombre y el rostro de Sandra Correa. Así, según escribía María Campaña para Diario Hoy, «en la portada del CD Mi tierra de Gloria Estefan, Correa aparece sensual y con un aire de los años 50; en otro disco, cuatro rostros de la ministra reemplazan a los cuatro Beatles y en la portada de Seargeant Peppers Lonely Hearts Club Band; un tercer disco muestra a Sandra Correa con un gran sombrero negro, al típico estilo de Juan Luis Guerra». Moreano no solo ponía el dedo en la llaga en la situación coyuntural de un país y un gobierno en el que la corrupción era cosa de cada día, sino también en las teorías institucionalizadas del arte. «Personalmente no creo en los originales –decía Moreano en entrevista para Diario Hoy–, pues dicen que el castigo de la perfección es la reproducción, y que en esta época ya no es del autor sino del lector. Sin embargo, entre apropiarse de un pensamiento para retrabajarlo y aportar en él, y copiarlo negando su origen hay una gran diferencia». La obra fue la primera y la última ejecutada por el sello «Pensamiento universal producciones». El día de la inauguración de la muestra, con cientos de personas en la calle, sin poder entrar, se pudo observar a varios políticos de oposición, tratando, sin duda, de pescar a río revuelto.

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Estas páginas: Muestra «Arte x 4» 06/1998 D: JLB, F: PA Registro de la creación de la muestra «Arte x 4» Luigi Stornaiolo, Marcelo Aguirre, Ramiro Jácome y Hernán Cueva figurando para la cámara y ejecutando un mural colectivo 06/1998, F: PA

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