© Juan Lorenzo Barragán, 2009 © de esta edición: Dinediciones González Suárez 335 y San Ignacio, Quito, Ecuador www.dinediciones.com Colaboración en edición y textos: X. Andrade Asistencia de investigación: Malena Bedoya y Janett Herrera Corrección de textos y estilo: Katya Artieda Diseño: Azuca, www.azucaingenio.com Impreso en Imprenta Mariscal, Quito Derechos reservados, prohibida la reproducción del contenido de este libro. ISBN: 978-9942-02-548-7
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Juan Lorenzo Barragรกn
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Prólogo Introducción Íconos Créditos Glosario Agradecimientos Índice de íconos
111 Íconos POPULARES
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Juan Lorenzo Barragán con la colaboración de X. Andrade
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Prólogo
sta es una compilación de imágenes y objetos que forman parte de un saber común que es ampliamente valorado como ‘ecuatoriano’. Los significados que a ellas y ellos se les anexan, no obstante, dependen de muchas variables. En un país étnicamente diverso y marcado por desigualdades sociales, los cristales a través de los que miramos son múltiples y lo que es considerado como ‘ícono’ para unos, no necesariamente lo es para otros. Sin embargo, estos tienen particular fuerza a la hora de crear ciertos acuerdos. De hecho, el diálogo sostenido con Juan Lorenzo durante los meses de producción de este libro, siempre dejó lugar a la duda y a la réplica. Las imágenes que conforman estas pági-
nas y los textos que las acompañan se encuentran atrapados en el libro. Las lecturas que de aquí en adelante se hagan de estos forman parte de aquella historia que suele llamarse, a veces de manera muy suelta, la ‘cultura’ ecuatoriana. Muchos dudarán, por ejemplo, del carácter divino que marca los pasos artísticos de Aladino. Así y todo, el mero hecho de que todavía brinde aliento a una tecnología sonora casi abolida, la de la rocola, habla de la fortaleza de un aura que bien puede aparecer en el televisor y ocultarse junto a otros elementos insignes que forman parte del circuito de su música: no sorprende encontrar, por ejemplo, una botella de Caña Manabita, sea en la cantina o en la tienda de barrio, así como tampoco llama la atención,
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debido a su omnipresencia, la etiqueta de la cerveza Pilsener a lo largo y ancho de este territorio fraccionado por paros, sobresaltado por nepotismos, escandalizado por reflexionar siquiera sobre la impronta colonialista de los símbolos patrios. Muchos encontrarán que alusiones al alcohol como parte de lo ‘ecuatoriano’ es desatinado pese a que nuestra historia de identidades intoxicadas diga todo lo contrario. No obstante, es precisamente el conflicto interpretativo que subyace al valor que podemos otorgarle a algo para convertirlo en un ícono lo que se destapa cuando hablamos de estos temas, salvo cuando, claro, nos sentamos a la mesa. Allí, en el templo del breviario culinario, no queda espacio para el debate: los cuyes asados inmediatamente nos ponen en el mapa, así como el tipo de cebiche que consideramos ‘nuestro’, y hasta las colas Manzana o Tropical que aquí han sido incluidas para dar
testimonio de su artificial naturaleza, pero también de su curiosa historia, como la de la legendaria Fioravanti, una de las primeras carbonatadas en el mundo. Artificial naturaleza. La de los íconos, ejemplificada por el ‘estilo Guayasamín’, que terminó afectando no solo al carácter serial de imágenes miserables de lo indígena que pululan en todo mercado artesanal, sino a la forma como la gestión cultural sigue siendo manejada para ‘representarnos’. Artificial naturaleza. Y risible, la de la arqueología que terminó denominando a ciertas piezas cerámicas de Valdivia como “Venus” para sentirnos europeos desde la etapa prehispánica. Frente a la hegemonía de ciertos íconos, este libro contrapone evidencias del registro material sacado de la vida cotidiana, de los monumentos a la madre que se hallan en cada pueblo, del tacho de basura con rostro de feliz payaso, de los besos largos, mojados y apasionados que tienen su ecología en La Playita del Guasmo. Naturaleza al
fin, la de nuestras plantas emblemáticas de toda altura y territorio, la de los pedazos de la Amazonía que evitan todavía que nos caigamos a pedazos, la de los nevados helados que no verán nuestros hijos sino en tanto reliquia estampada en una etiqueta del agua mineral Güítig. La riqueza que los íconos seleccionados –y el juego que se establece con algunos de los textos– yace en su capacidad para encontrar lecturas irónicas, muchas de ellas cargadas de humor frente al destino de un país que guarda en su anterior moneda las representaciones más heroicas del legado indígena. Súmense los 111 incluidos en esta compilación y tendremos efectos imprevisibles: Rumiñahui junto a Olmedo, un juego de cuarenta y otro de pelota nacional, una banda de pueblo y el baile de El Loco, una barra brava de camisetas negras y el color de los futbolistas del glorioso pero pobre valle del Chota, una diva tecnocumbiera y el afiche
del político con su mejor amiga: un arma. Todo ello nos constituye, el populismo y el autoritarismo que, felizmente, se opacan por un momento frente al conjunto de bondades aquí enlistadas. Todo ello y mucho más, que desborda al alcance de estas páginas, meticulosamente construidas bajo la lógica del diccionario gráfico abierto porque, a pesar de los códigos compartidos, siempre hay espacio para leer la realidad desde el disenso. 111 íconos. ¿Por qué? La respuesta directa es simplemente ¿por qué no? Me encanta. Frente a la batalla de las imágenes mediáticas que tienden a estandarizar las opiniones sobre identidad y política, sirve este libro como una invitación para armar álbumes propios, individuales, que reflejen la complejidad de aquello con lo que terminamos sintonizándonos. Después de estos 111, ¿alguna pregunta sobre qué somos ‘los ecuatorianos’? X. Andrade
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ara que una manifestación, cosa o persona entren al ‘inclusivo’ mundo de lo popular tendrían que cumplir ciertas condiciones básicas, admitiendo que este es un ejercicio subjetivo puesto que ‘lo popular’ alude directamente a un posicionamiento de clase (y para el Ecuador hasta de ‘raza’). Sin embargo, el concepto trasciende ambas variables y se convierte en un complicado tejido de significados que genera afectos y rechazos, por lo que la catalogación/ inventario que hacemos a continuación, obviamente tendrá cierto sesgo gracias a nuestros insalvables –a pesar de nuestros esfuerzos– extractos sociales, geográficos, sexuales y de edad.
Intro ducción
¿Qué mismo es lo popular? Está vivo y evolucionando a diario y su existencia depende de factores de penetración –o resistencia dependien-
do del caso– en los conglomerados humanos a los que pertenecen. Si tomamos en cuenta que el plato de comida más popular del Ecuador urbano en la actualidad, el encebollado, hasta hace unos 25 años no existía y que ahora es parte de la dieta de millones de paisanos sin haber sido publicitado, veremos que no necesariamente se depende de los medios masivos de comunicación para ‘ascender’ a esta categoría. En cambio, marcas que invierten millones para tratar de posicionarse como el estándar en el imaginario popular fracasan sin que los marketeros se lo expliquen. ¿Son íconos populares Rumiñahui y Abdón Calderón? Para llegar a ser parte del imaginario colectivo un fenómeno necesita un canal de propagación que puede ser tan diferente como la fe o el texto oficial escolar de un país como el nuestro, el cual, por la necesidad de justificar nuestra nacionalidad, ha llegado a plasmar realidades a partir de mitos. Sin embargo, hay algo que logra que ciertos íconos, como la estatuilla de
la Venus de Valdivia (que ahora consta en el logo del flamante Ministerio de Cultura), más que la vasija de barro, se cuelen en este imaginario a través del tiempo. Este ‘algo’ puede ser una característica estética o su sencillez, que hace que el ícono sea recordado y apropiado por la masa a pesar de la fragilidad de la memoria colectiva. ¿Sharon “La Hechicera” o León Febres?, ¿Cristina Reyes o Iván Hurtado? Por supuesto, todos son populares. El reto está en ubicar a los más populares, para poder calificarlos de íconos, meta que nos propusimos con un par de amigos para la publicación de este libro. Para lograr nuestro objetivo hemos empezado a recorrer física y mentalmente los ámbitos de nuestra identidad como país. Obviamente corremos el riego de equivocarnos y peor aún, hacer que lo popular se transforme en otra cosa. Sin embargo, de hecho, es precisamente en la capacidad innovativa de la tradición, donde reposa la evolución de lo popular.
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El riesgo de calificar Cuando la academia o la élite se apropian de lo popular, su inercia generalmente se estanca y la manifestación específica muchas veces se torna un esnobismo a la inversa. Los puristas del género salsa son un buen ejemplo: desprecian como aberrante cualquier música tropical que se salga de lo que estrechamente han escuchado durante décadas hasta el cansancio, sin darse cuenta de que el mismo término que califica la manifestación abre las puertas a todo tipo de influencia y evolución. Por ende, están convirtiendo a la salsa en un género ‘clásico’ y poco popular, pero al mismo tiempo trunco y sin futuro. Recordemos la no muy lejana encuesta de un grupo de medios de comunicación masiva sobre el ‘mejor ecuatoriano’, y la manera como se tuvieron que maquillar los resultados para hacerlos más ‘presentables’ dada la premisa y relatividad del calificativo mejor. Lo popular, de todas maneras, está de moda en las élites. Circuló
hace poco la revista BG #30 con el kitsch como tema monográfico, que trae interesantes reflexiones de algunos actores y autores de nuestro medio sobre el significado y las diferencias del ‘buen y mal gusto’, lo popular y la moda. Si una minoría selecta ‘se da el lujo’ de adueñarse de lo popular, éste debe cambiar de nombre a algo sofisticado como kitsch y así volverse exclusivo, o más claro: excluyente. Es un error pontificar en cuanto a gustos o tendencias. Estos simplemente fluyen en los grupos sociales como fenómenos libres de interpretación o catalogación por su ‘rica o pobre’ estética. Categorías o clasificación Hasta hace algunos años lo popular era sinónimo de folclore y en nuestro país se hicieron varios registros bastante completos. Los ojos foráneos de Olga Fisch y Paulo de Carvalho Neto –será que nos cuesta más a los locales apreciar lo nuestro– nos dejaron un gran legado de lo que se consideraba popular hace
medio siglo. Pero sin embargo, el concepto ha cambiado. Solo en lo musical, al haber pasado del sanjuanito o el pasillo a la tecnocumbia o al DJ, o en ropa de la chalina al CholoMachine, se han roto casi todos los esquemas. Un hecho significativo, no obstante, es que coexisten, brindando un ejemplo del carácter abierto de ciertas tradiciones. Decidir en la actualidad cuáles son los íconos –en otras palabras los que sobresalen– de la cultura popular es un tanto arriesgado y difícil. Los hay sagrados, que empiezan a ser desmitificados por el tiempo y el arte contemporáneo. Los hay tapiñados, por su ‘poco apropiado’ y nada aséptico carácter, pero que para el observador atento no es necesario hurgar mucho y encontrarlos. Y así podríamos seguir creando categorías en todos los ámbitos que se nos crucen por delante. Al hacer nuestra lista hemos pensado encarrilarnos en la práctica del sociólogo que a partir de una estadística o un grupo focal enuncia los escogidos. Sin embargo, y a pesar de contar con
cierta información ‘científica’, consideramos que es más idóneo confiar en nuestra intuición y valoración de lo que nos identifica como ‘nación’, asumiendo siempre que esta última también es un concepto imaginario e imaginado.
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n momentos en que la identidad de un país empieza a reducirse a las 100 marcas del top of mind, o cuando se intenta hacer de una ciudad una marca para ‘venderla’ como si fuera jabón de ropa, se hace necesario buscar una perspectiva que nos deje ver otra realidad, que está siendo borrada por la globalización y los medios de comunicación que ven en el ‘desarrollo’ el destino de la humanidad; y, por otro lado, la incapacidad de los ecuatorianos, especialmente de los quiteños, de poder reírnos de nosotros mismos, tal vez son las razones que nos impulsaron a realizar este ejercicio. Juan Lorenzo Barragán
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Virgen del Quinche (El Quinche, provincia de Pichincha, foto: AF)
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Imagen esculpida por Diego de Robles. Originalmente pertenecía al pueblo de Oyacachi, un sitio ya en esa época conocido por sus energías sobrenaturales, por lo que en 1604 la Iglesia católica la “bajó” del páramo al pueblo de El Quinche, para sacarla de un contexto en el que se realizaban “ritos paganos”. Hoy es venerada por cientos de miles de ecuatorianos que le rinden tributo todo el año. Anualmente, en el mes de noviembre, la visita una enorme peregrinación que según las estimaciones de la Iglesia católica sobrepasa el tercio de los quiteños. Gracias a su portentosa capacidad de hacer milagros, creyentes y favorecidos hacen fervientes votos, algunos de los cuales están profusamente ilustrados en las paredes del santuario.
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Suburbio de Guayaquil (Foto: JA)
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El suburbio sigue siendo la piedra en el zapato de la regeneración urbana a la que ha sido sometida la ciudad de Guayaquil en las últimas décadas. Ha sido un bastión del populismo durante época de elecciones, desde tiempos de Guevara Moreno y “Don Buca”. Crece y sigue creciendo desde que arrancó su vida a partir de la crisis del cacao en los años treinta del siglo pasado. La llegada de inmigrantes de todo el Ecuador rural a vivir en este crisol de multiculturalidad hace que aquí se gesten infinidad de manifestaciones y dichos populares que son la base del ‘pueblo’ ecuatoriano propiamente dicho. El hecho de seguir creciendo justamente en los extramuros de la ciudad manifiesta una curiosa simbiosis de lo superpoblado versus el entorno natural de mangles y esteros.
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Rumiñahui
(Detalle del billete de 1 000 sucres, ilustración probablemente basada en la escultura de V. Ribadeneira)
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Mito de la resistencia quiteña durante la conquista y ‘fundación’ de Quito. Algunos historiadores afirman que nació en Píllaro, hijo de Huayna Cápac y una princesa local; mientras que la investigadora Tamara Estupiñán, en su esclarecedor libro Tras las huellas de Rumiñahui, elucubra sobre su origen noble como un mitimae traído por Huayna Cápac de lo que hoy es el Perú. A comienzos del siglo pasado cobró relevancia gracias a la necesidad del ejército ecuatoriano de justificar nuestra nacionalidad a través de “la construcción historiográfica del Estado Nacional”. En su entorno se teje una fantástica leyenda sobre el tesoro de los incas, que debía ser entregado como rescate para salvaguardar la vida de Atahualpa, quien estaba cautivo en Cajamarca. Al asesinar los conquistadores al Inca, Rumiñahui, general del ejército de resistencia, supuestamente desaparece con este fabuloso tesoro en los cerros Llanganates, según la versión más difundida. Se han organizado infinidad de expediciones infructuosas en pos del rescate del tesoro en su mayoría con desenlaces dramáticos.
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“Venus” de Valdivia (Provincia de Sta. Elena, Ca. 4 000 a.C., foto JLB)
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Existen varias especulaciones de connotados arqueólogos nacionales y extranjeros sobre su significado y uso. La más aceptada: un ícono de belleza y feminidad de su época y que representa a la fertilidad. Sin embargo, por la cantidad de figuritas rotas que se encuentran en basurales de los sitios arqueológicos, hay quien elucubra que cumplían una función mágica y luego de romperlas se desechaban. Podrían haber sido objetos de un ritual iniciático sexual o herramientas de sanación del síndrome premenstrual de nuestras antecesoras. Nuestra interpretación es que fueron las muñecas precolombinas con las que jugaban las niñas de la actual provincia de Santa Elena. Es la pieza arqueológica más representativa del Ecuador por encontrarse en muchísimas colecciones privadas y por su refinada estilización del cuerpo femenino.
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Encebollado (Centro de Guayaquil, foto: JLB)
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Es probable que su origen sea guayaquileño hace no más de 25 años. Según Héctor Napolitano, era conocido como “cebiche de balde” y nació en el cerro Sta. Ana como cucayo de bajos estratos sociales. Se dice también que puede ser una variación de un plato conocido como “cholo en canoa”, que contiene los mismos ingredientes pero con cebolla encurtida. Obviamente, se prepara con cebolla, a la que se le añade albacora (especie de atún), yuca (a veces papas) y limón. Actualmente en un restaurante popular cuesta de $1.oo a $2.oo y “sufraga” para todo el día. Al igual que el cebiche, se supone tiene propiedades de “levanta muertos” para los chuchaquis y también afrodisíacas para los mojigatos.
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Petróleo (Foto: AB)
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El calentamiento global y la actual crisis financiera son factores que marcarían el final de la era de los combustibles fósiles. Sin embargo, el ser humano parecería no darse cuenta de ello, pues año tras año su consumo crece. Los economistas parecen olvidar que su costo no solo está en su extracción, refinación y especulación, sino en todos los periféricos que no se toman en cuenta: la destrucción del hábitat del cual es extraído, los continuos derrames y las millones de toneladas de CO2 que se descargan en la atmósfera y que afectan a toda la biosfera, no solo a la humanidad. En nuestro país, paradójicamente, el petróleo generó riqueza para unos pocos durante la década del setenta, y al mismo tiempo sirvió para agrandar nuestra deuda externa y pagarla a los especuladores. En definitiva, las promesas de desarrollo y riqueza han repetido el mito de “El Dorado”, que fue lo que hizo que los codiciosos conquistadores descubrieran la Amazonía hace ya cinco siglos.
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Mitad del Mundo (Pomasqui, provincia de Pichincha, Ca. 1950, foto: RR)
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Infaltable sitio de visita de nacionales y extranjeros a pesar de su pobre concepción arquitectónica y escultórica, de encontrarse a decenas de metros de la línea equinoccial real y de que su operación es subsidiada por el Consejo Provincial de Pichincha. Es decidor de nuestra idiosincrasia el hecho de que el mencionado error geográfico no solo se da in situ sino también en los mapas oficiales del Ecuador. El primer monumento –en el mismo estilo pero de corte más modesto–, que fue construido en 1936 por la conmemoración de los 200 años de la Misión Geodésica Francesa en Ecuador, fue desplazado al centro de la población de Calacalí.
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Jefferson Pérez (Murcia, España, 2008, foto: EC/PR)
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Héroe nacional, declarado mejor deportista ecuatoriano de todos los tiempos, ha sido tres veces campeón mundial de marcha y único medallista olímpico (oro en Atlanta ‘96) del Ecuador. Cuencano, de origen humilde, nació en 1974 y trabajó desde pequeño para sacar adelante a su familia. A la inversa de muchos deportistas que reclaman al Estado por la falta de apoyo, Jefferson Pérez cree que él le debe más al país de lo que ha ganado. Tal vez su principal virtud es que con la edad y su retiro del deporte ha aprendido a administrar su bien ganada fama en un mundo fatuo lleno de tentaciones de poder.
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Caña Manabita (Foto: JLB)
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Este ajenjo criollo ha sido vilipendiado por los medios como histórico causante de numerosas fatalidades en la vía pública. Caña Manabita es un inseparable elemento de la iniciación alcohólica de las mayorías y está presente por igual en los graderíos de peleas de gallos como en el ecuavolei. Este aguardiente –irónicamente membretado como “faja negra”– es parte de la oferta regular de cualquier licorería en el país que se precie de serla. Dicen que hay una relación de progresión exponencial entre los días que gana la selección nacional de fútbol y el consumo de ésta, que viene mejor acompañada de limón y hielo. Sus envases, mejor conocidos como “la chata” o “la pescuesona”, dependiendo del tamaño, han trascendido al YouTube y su devoción al Facebook, quizá como alternativas a las lagunas mentales inevitablemente generadas por su culto.
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Amazonía (Huaorani en cañada, foto: PO)
“Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas…” reza un rótulo/mural de la Plaza Grande en Quito. Esta máxima está lejos de ser una gloria si se toma en cuenta la manera como nuestra selva amazónica ha sido dilapidada en aras de un ‘desarrollo’ al que en vez de acercarnos, nos alejamos poniendo nuestra soberanía en manos de algunas de las transnacionales más grandes del planeta.
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Quizá hoy el más representativo símbolo de este tesoro mundial de megadiversidad biológica es el Parque Nacional Yasuní. A pesar de su importancia para futuras generaciones y para la conservación general del planeta, es vilmente explotado por madereros furtivos y petroleros que no respetan en lo más mínimo su categoría de parque nacional para hacer explotación, ofertas, negocios y prospecciones. Dentro del parque habitan las etnias huaoranis tagaeri y taromenani, tal vez los más aguerridos guerreros de la Amazonía ecuatoriana, supuestamente no contactados con la ‘civilización’. De vez en cuando aparecen en escandalosas páginas de crónica roja de revistas y diarios por sus ajustes de cuentas a lanza limpia con sus enemigos –generalmente madereros, petroleros o misioneros–. De remate, actualmente en la zona hay intereses chinos y brasileños para crear una “autopista líquida” dragando el río Napo. Esta megaobra de ‘desarrollo’ incrementará nuestra impagable deuda y dizque servirá para exportar nuestros productos al Brasil.
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Sucre (Foto: JLB)
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Antonio José de Sucre, nombrado Gran Mariscal de Ayacucho a la temprana edad de 29 años, dirigió batallas decisivas para la independencia de Ecuador, Perú y Bolivia del yugo español. Brazo derecho de Bolívar, fue asesinado en 1830, según algunas versiones, para dejar al Libertador sin sucesor. Su imagen y nombre sirvieron de moneda principal del Ecuador durante 116 años. En 1999, debido a la caótica situación financiera y la galopante inflación, el gobierno de Jamil Mahuad decretó la dolarización, que rige hasta nuestros días, a pesar de las opiniones divididas de muchos “kikuyos” sobre su idoneidad. Tal vez la peor secuela de esta medida ha sido la pérdida de un gran símbolo de identidad y soberanía.
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Escuela Quiteña (Joven de las medias rojas, anónimo, foto: JB)
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Es como se conoce a las manifestaciones artísticas gestadas en la Real Audiencia de Quito desde la llegada de los españoles hasta la independencia en 1822. Son una amalgama de estilos que bien puede compararse a la diversidad que caracteriza al Ecuador actual: precolombino, barroco, rococó, manierista, renacentista, gótico y bizantino. Sus temas casi siempre fueron religiosos. Sus artistas más prolíficos fueron Bernardo de Legarda, Manuel Chili “Caspicara” y Miguel de Santiago. A pesar de haber sido descrita como una escuela mestiza que afianzó su propio estilo con el tiempo, y que llegó a un apogeo y esplendor antes de la época republicana, más de un entendido ha puesto en duda su existencia justamente por la falta de un estilo que la caracterice.
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Carnaval
(Guaranda, provincia de Bolívar, foto: CH)
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A pesar de que en la actualidad se tiende a celebrar “civilizadamente” emulando los festejos expuestos por la comunicación de masas globalizada, convirtiendo esta celebración en una manifestación postiza, algunos ecuatorianos “salvajes” aún practican el popular ‘juego de carnaval’ con agua y harina, que data del siglo XVII, según referencias de los jesuitas de esa época. Visitantes extranjeros han tenido opiniones divididas respecto al juego: unos se escandalizaron por su práctica mientras otros quisieron canonizar a sus inventores. Antes de existir los populares globos de agua, se usaron esferas de parafina rellenas de agua coloreada para lanzar a manera de proyectiles a los desprevenidos, práctica que al parecer surgió luego de la primera prohibición de arrojar objetos de “toda índole”, registrada en 1868. El desenfreno y relajo que suscita esta práctica conllevan un contenido sexual bastante abusivo por parte del género masculino, que aprovecha esta excusa para manosear al género femenino, aunque éste, a veces, accede sin muchos ambages.
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Cebiche
(Salinas, provincia de Santa Elena, La Lojanita, foto: JLB)
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A pesar de ser el plato nacional peruano, y de que los peruanos se adjudican su creación, nadie ha podido dar a ciencia cierta con su origen. De hecho, este plato es consumido en varios países: Panamá, México, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Chile, entre otros. Una de las hipótesis elucubra que viene de la palabra cebo (carnada) cuando sin suerte en la pesca, tocaba sazonar los trocitos destinados a los anzuelos y comérselos para saciar el hambre. Tal como lo conocemos hoy –pescado/marisco, limón, sal, ají, culantro y cebolla–, debió originarse con la llegada de los conquistadores, pues antes no contábamos con todos los ingredientes que hacen de éste un plato espectacular. En nuestro país se lo sirve acompañado con patacones, chifles, tostado o canguil. Su elevado costo impide que sea el plato más popular del Ecuador.
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Pescador
(Provincia de Esmeraldas, foto: KG)
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Desde la permanencia en Playas de balsas reminiscentes a las que fueran dibujadas por los cronistas de la época colonial, hasta espectaculares mercados de mariscos como el de la Caraguay en Guayaquil, el pescador es una figura crucial en la economía alimentaria de la nación; traza puentes cotidianos entre sierra y costa y deja al margen las proverbiales competencias interregionales. Homenajeada su ardua labor mediante la proliferación de monumentos dedicados a este oficio, así como por el ingenio gráfico de las pinturas que adornan muchas de sus embarcaciones, tenemos el lujo, gracias a estos trabajadores del mar, de gozar de una oferta gastronómica envidiable. Sometidos muchas veces a faenas nocturnas, nuestros pescadores no están libres de las tragedias naturales y los atracos piratas, que han provocado en ellos una dedicada devoción a varios patronos, entre los cuales destaca, por supuesto, San Pablo.
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Full Speed (Foto: JLB)
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La más antigua marca nacional de cigarrillos establecida por la fábrica El Progreso hace más de un siglo. Su nombre evocaba el “A todo vapor” o “Full Speed” en el lenguaje marinero de la energía a vapor a comienzos del siglo XIX. En la década del setenta, “Evaristo Corral y Chancleta, Don Evaristo”, encarnado por el actor Ernesto Albán, dio un magistral golpe publicitario con el que Full Speed se hizo de consumidores que le duran hasta la fecha.
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Procesión Jesús del Gran Poder (Quito, foto: IK)
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Es la representación del Vía Crucis en una procesión imponente en las calles del centro de Quito, admirada por turistas que llegan de todo el Ecuador y el mundo. Las imágenes de Jesús y la Virgen María son cargadas en andas, rodeadas de cofradías, cucuruchos, verónicas y policías que hacen del desfile una analogía del vía crucis diario que vive el pueblo ecuatoriano. Los cucuruchos, personajes que cubiertos con una vestimenta –que algunos estiman llegó de Andalucía en España– hecha de telas de colores fuertes y una capucha con una punta cónica muy alta, se autoflagelan de diversas maneras, cargadas en ocasiones de cierta teatralidad, convirtiéndose en un espectáculo al dar públicas muestras de arrepentimiento de sus pecados ante sus congéneres.
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Cementerio General de Guayaquil (Foto: BF)
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Situado al pie del también emblemático cerro del Carmen, en pleno centro de Guayaquil, fue fundado a comienzos del siglo XIX, según algunos, con la bendición de Simón Bolívar, para albergar a las almas más dispares. Décadas antes, se formaron los primeros cuerpos de bóvedas al pie del cerro por los terribles brotes de epidemias de ese entonces. Un recorrido por sus laberintos internos da cuenta de las dos caras de la medalla: de la majestuosidad de los mausoleos hechos con mármol de Carrara en el sector patricio, hasta las cruces de madera desperdigadas caóticamente en las partes altas. Entre las paradas más significativas de este microuniverso están las tumbas de Eloy Alfaro, Abdón Calderón Muñoz, Julio Jaramillo y Augusto San Miguel (exhumado para efectos de descubrir los secretos del primer cineasta ecuatoriano, de quien decía la leyenda que se había enterrado con todas sus películas, sin dejar siquiera un fotograma como legado).
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Banda popular (Banda de la Niña María, foto: JLB)
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El origen de la banda de pueblo podría decirse que es precolombino. En los Andes existía la tradición militar de usar caracoles y trompetas de arcilla para anunciar la llegada de caudillos o ejércitos. Por otro lado, existe evidencia de que en Bolivia e Imbabura se reunían grupos de hasta 30 músicos para ejecutar una misma melodía bailable con instrumentos de viento tubulares, que a la llegada de los españoles fueron seguramente acompañados con añadidos “modernos”, esto es con instrumentos europeos. Esta fusión cuajó cuando las agrupaciones indígenas en la Colonia ejecutaban melodías en festividades religiosas bajo la tutela de la Iglesia. Por otro lado, se podría decir que tiene su origen en las bandas militares que datan del último tercio del siglo XIX y se constituyeron a la par o se formalizaron con los organismos gubernamentales: provinciales, municipales, parroquiales. A comienzos del siglo XX, especialmente en la costa, las bandas de pueblo empezaron a ejecutar su arte ya no solo en los contexto religioso, sino animando bailes, serenos y entierros. Aparecen entonces bandas profesionales e itinerantes que son las precursoras de las que tenemos en nuestros días y que ahora tienen una fuerte influencia de ritmos tropicales. En la gráfica una banda de jóvenes en Píllaro que funde en su manifestación la ‘modernidad’ con la tradicional música de banda de pueblo andina.
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