1650 - Pago de deudas

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INTRODUCCIÓN - PAGO DE DEUDAS El capitán entro en la sala. Estaba elegantemente decorada, como no era menos perteneciente a un alto dirigente de la Iglesia Protestante. El ostentoso adorno que había en la habitación contrarrestaba con el atuendo del capitán. Llevaba su sombrero en una de sus manos y la otra la apoyaba en su florete, vestía las ropas de color rojo, con adornos en negro típicas de su rango. Era un hombre joven, pese a sus treinta años, llevaba el pelo largo, como estaba tan de moda ahora, y su en su rostro no había la menor señal se vello, lo que indicaba que se afeitaba todos los días. Una capa de color bermellón con vuelta negra completaba su atuendo. Nada más entrar se arrodillo. - Su Eminencia- dijo con voz trémula. Ante él estaba un hombre que le doblaba su edad, a lo mejor no tanto, pero su obesidad lo parecía. Vestía una túnica morada, con ribetes en dorado, propios de su cargo y llevaba un birrete del mismo color. Extendió una de sus manos y el joven beso el anillo. - Capitán, ya sabe por qué le he mandado a llamar- dijo con el acento característico de un catalonio. - Sí. Le traigo informes. - Cuente capitán. El hombre se levantó y dejo el sombrero en uno de los sillones que había en la habitación. La luz entraba por el ventanal, pero era difuminada por el enorme sillón y la mesa que estaban enfrente a él. - Los informes son claros, Si Eminencia, De Maura ha huido a Ysbilia. De eso no hay duda. - Ese traidor pagara por lo que ha hecho. Romper el juramento de esa manera. Cuando se contrata a alguien es para que cumpla su misión. - Eminencia, no pude hacer nada. Conozco bien a De Maura y no me explico cómo pudo actuar así. - Esos católicos no tienen ni palabra ni decencia. Sencillamente su avaricia hizo que rompiera su promesa con nosotros. El capitán sabía demasiado bien lo que había pasado, pero calló y asintió. No estaba de acuerdo con el obispo, pero debía de acatar sus órdenes. - Mi pobre hermana lleva semanas, desde que se enteró llorando la muerte de su hijo pequeño, mi sobrino- dijo con voz calmada, pero en el fondo se notaba una rabia contenida-. Era la alegría de su casa, su pequeño y ese maldito lo mató a traición. Debe de pagar. - Entiendo Su Eminencia. - Encárgate de todo. Por lo que se, tienes hombres en esa maldita ciudad. - Si, Su Eminencia. Hace tiempo se introdujeron espías en la ciudad, antes de que estallara el “motín”. Aquello le hizo sonreír. En realidad no era un motín. Un grupo de soldados de los Tercios se había hecho con el control de una de las orillas de la ciudad y desde entonces había un estado de Guerra Civil en la ciudad.


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