INTRODUCCIÓN - PAGO DE DEUDAS El capitán entro en la sala. Estaba elegantemente decorada, como no era menos perteneciente a un alto dirigente de la Iglesia Protestante. El ostentoso adorno que había en la habitación contrarrestaba con el atuendo del capitán. Llevaba su sombrero en una de sus manos y la otra la apoyaba en su florete, vestía las ropas de color rojo, con adornos en negro típicas de su rango. Era un hombre joven, pese a sus treinta años, llevaba el pelo largo, como estaba tan de moda ahora, y su en su rostro no había la menor señal se vello, lo que indicaba que se afeitaba todos los días. Una capa de color bermellón con vuelta negra completaba su atuendo. Nada más entrar se arrodillo. - Su Eminencia- dijo con voz trémula. Ante él estaba un hombre que le doblaba su edad, a lo mejor no tanto, pero su obesidad lo parecía. Vestía una túnica morada, con ribetes en dorado, propios de su cargo y llevaba un birrete del mismo color. Extendió una de sus manos y el joven beso el anillo. - Capitán, ya sabe por qué le he mandado a llamar- dijo con el acento característico de un catalonio. - Sí. Le traigo informes. - Cuente capitán. El hombre se levantó y dejo el sombrero en uno de los sillones que había en la habitación. La luz entraba por el ventanal, pero era difuminada por el enorme sillón y la mesa que estaban enfrente a él. - Los informes son claros, Si Eminencia, De Maura ha huido a Ysbilia. De eso no hay duda. - Ese traidor pagara por lo que ha hecho. Romper el juramento de esa manera. Cuando se contrata a alguien es para que cumpla su misión. - Eminencia, no pude hacer nada. Conozco bien a De Maura y no me explico cómo pudo actuar así. - Esos católicos no tienen ni palabra ni decencia. Sencillamente su avaricia hizo que rompiera su promesa con nosotros. El capitán sabía demasiado bien lo que había pasado, pero calló y asintió. No estaba de acuerdo con el obispo, pero debía de acatar sus órdenes. - Mi pobre hermana lleva semanas, desde que se enteró llorando la muerte de su hijo pequeño, mi sobrino- dijo con voz calmada, pero en el fondo se notaba una rabia contenida-. Era la alegría de su casa, su pequeño y ese maldito lo mató a traición. Debe de pagar. - Entiendo Su Eminencia. - Encárgate de todo. Por lo que se, tienes hombres en esa maldita ciudad. - Si, Su Eminencia. Hace tiempo se introdujeron espías en la ciudad, antes de que estallara el “motín”. Aquello le hizo sonreír. En realidad no era un motín. Un grupo de soldados de los Tercios se había hecho con el control de una de las orillas de la ciudad y desde entonces había un estado de Guerra Civil en la ciudad.
Algunos decían que eran unos descontentos con la política del Antiguo Régimen, otros, los más, decían que el mismo Duque Del Alba los comandaba y había puesto cerco a la ciudad para instaurar un Nuevo Orden. Sea lo que fuera ese caos era muy interesante para el Rey galo. Tenía conquistado medio país, pero lo antiguamente se llamaba Andalusia, ahora llamado El Purgatorio, se resistía a caer. Y en su capital, Ysblia, se había atrincherado el gobierno del rey íbero impuesto a la muerte del Rey. Mejor dicho asesinato. Los rebeldes de los Tercios engañados y que no estaban de acuerdo con el rey impuesto, marcharon hacia la ciudad. Eran unos enemigos peligrosos, ya que eran los que habían rechazado los ataques de las tropas protestantes, mandadas desde Aragus y Catalonia por el rey usurpador y cabeza de la Iglesia Protestante. Y ahora, justo cuando iban a firmar un acuerdo con los dirigentes del Antiguo Régimen ocurría el suceso. De Maura recupero unos escritos que marcaban las posiciones de las tropas de los Tercios que no eran fieles todavía a Del Alba. El obispo mando junto a él a su sobrino a la sencilla misión de recogerlos, pero algo paso, algo se fue de las manos y acabo muerto. Él desde el primer momento se negó a esto. Sabía que no se le podía confiar esa misión y aún más con un hombre como De Maura. Este era muy orgulloso, un auténtico caballero íbero. Su familia, de recio abolengo en Matriz, era importante. Pero una serie de incidentes hicieron que se arruinaran. Y De Maura, se vio obligado a venderse como mercenario. Él lo conocía, de sus correrías por la ciudad y sabía que necesitaba dinero, así que le ofreció el trabajo. El sabia como tratarlo, si él hubiera recogido los documentos no hubiera sucedido nada. Pero no, Su Eminencia mando al lerdo de su sobrino. Tenía fama de bocazas y eso lo había llevado a la tumba. De Maura era muy orgulloso y la menor palabra sacada de contexto hubiera podido ser el detonante del incidente. Y ahora debía de arreglarlo él, como siempre. - Quiero que sirva de escarmiento- dijo el obeso Obispo-, quiero que sufra, quiero que sirva como ejemplo para que todos sepan lo que pasa por traicionarnos. - Entendido Su Eminencia. Mis mejores hombres se encargaran de ello. - Ahora retírate- dijo el hombre-, prepáralo todo. Debo de seguir con mis asuntos. El capitán se acercó, se arrodillo y volvió a besar el anillo arzobispal. Era un zafiro engarzado en un anillo macizo de oro. Debía de valer por los menos diez mil maravedíes, su sueldo de varios años como capitán. Atrás había quedado el espíritu del movimiento protestante, que se había diluido. Ahora era todo opulencia e imponían a todos seguir un ejemplo que ellos no seguían. Y el Obispo, antes había sido uno de los mayores enemigos de los protestantes. Pero al ver el cambio de escenario en Iberia, Había cambiado de bando y se había hecho uno de los seguidores protestantes que más odiaba a los católicos, pertenecientes al Antiguo Régimen. No era
de fiar, lo sabía y si cambiaba la marea se convertiría seguro en uno de los más fieles seguidores de El Padre. El capitán se levantó, se giró y salió de la habitación. Ahora debía de limpiar la mierda él. Andando a paso rápido se dirigió hacia sus habitaciones. Debía de escribir varias cartas y había poco tiempo.