YUMI Yuki miro a su alrededor y todos los presentes empezaron a reír. Siempre pasaba lo mismo. La subestimaban y eso era lo que ella quería. Ser una mujer yumi era raro en Hymukai. Y los que allí estaban se creían que eran lo suficientemente buenos para vencerla. Tenía unos dieciséis años, pero desde los tres años su padre le enseño el manejo del yumi. Además el que tenía ella era especial. Su padre se lo fabrico cuando cumplió los diez. Era muy ligero, además de tener un alcance mayor que los normales, pese a ser, en apariencia más pequeño.
Delante de ella tenía seis flechas, igual que su rival. El blanco estaba situado a medio cho ₁, algo que para ella era muy fácil. También lo era para su rival. Disparo primero él y dio en el centro del blanco. Tenía que fallar, para que fuera interesante, ya que la apuesta era solo de 10 kokus. Necesitaba por lo menos sacar 100. Disparo y la flecha impacto a mucha distancia de su rival. Se rio para sus adentros. -
No eras tan buena como decías- le dijo el hombre que estaba a su lado-. Kensue es el mejor yumi de la región, no tienes mucho que hacer. Eleva la apuesta, veinte kokus más- le contesto ella. Jajajajaajaja- dijo el hombre- eres tú la que va a perder, haz lo que quieras. Treinta entonces, ¿no?
El hombre asintió. Ya estaba picando. Kensue cogió su segunda flecha, pintada de azul oscuro. Tenso el yumi y lanzo la flecha, que impacto cerca de la anterior, pero no lo suficiente. Ella sonrió. Tocaba fallar de nuevo. Tenía que subir la apuesta, por lo menos hasta cincuenta y después alejar el blanco hasta por lo menos dos cho. A esa distancia su rival no llegaría. Cogió una flecha con aire nervioso, en apariencia, la monto en el yumi, lo tenso y disparo. No fue tan mal disparo en realidad, ya que se acercó bastante al de su rival, pero la dejo lo suficientemente alejada para que mantener la atención del apostador. Este, sus amigos y el tirador la miraron con risas. -
¿Eso es lo mejor que sabe hacer, pequeña? Creo que debería cambiar el yumi por una escoba o algo por el estilo- dijo apostador. Está muy cerca- dijo ella, eso es lo que quería, lo había hecho mil veces y siempre le salía bien-, si estuviera medio cho más lejos, tal vez sería mejor.
El apostador miro a Kensue, su rival. Este asintió. -
Bien, moved el blanco medio cho, hagamos lo que dice la señorita- dijo el tipo-. Eso sí, señorita, si está buscando alguien con quien casarse, soy un gran partido, tengo muchos kokus y hombres a mi servicio. Algunos de ellos son ronin. Y usted es muy joven y bonita. Necesita un buen hombre como yo.
Yuki miro al tipo. Era el típico patán que toda la fuerza se le escapaba por la boca. Tenía estrabismo, la nariz era como una cebolla, encima roja como un tomate y por barba tenía cuatro pelos mal cortados. Además le faltaban varios dientes. Tendría unos cuarenta años, más o menos. Ese tipo no era de los que le gustaran mucho. Había rechazado a muchos mejores que él, incluso más ricos. Incluso alguno que le gustaba, como a Damai, el hijo del tendero. Para ella lo primero era su yumi. Pensaba que era muy joven para casarse. Su padre, antes de morir le dijo solo una cosa, vive. Y ella quería vivir, vivir una vida sin ataduras, una vida de aventuras, como las que le contaba su padre de niña. Y en el estado que estaba Hymukai, podría logarlo. Desde la desaparición del Emperador, el país estaba en guerra, una guerra fratricida entre todos los clanes. Y ella pensaba sacar partido de aquello. Tal vez, cuando fuera lo suficiente rica, volvería a su ciudad y pudiera casarse con Damai, pero no ahora. El blanco estaba a la distancia. El apostador se acercó a ella y a su rival. -
Si sale el Emperador empieza él, si sale el Dragón, usted señorita.
Ella asintió, igual que su rival. El hombre tiro la moneda al aire. Vio como daba vueltas en el aire, vio los dos símbolos de la moneda, el Emperador y el Dragón, como giraban. Antes de que la moneda cayera al suelo sabía su resultado. -
Dragón- dijo el apostador-, comienza usted, señorita.
Ella preparo su flecha. La disparo y dio en el borde. El apostador rio con una carcajada estruendosa, así como sus amigos. Yuki se giró y vio detrás de ellos una muchedumbre que se había agolpado. Aquello no la inquietaba, ya que podía concentrar todos sus sentidos en la caída de una hoja y atravesarla. Su rival monto su arco. Era distinto al suyo. Era más largo, pero eso no significaba que tuviera más potencia que el suyo. Su padre era maestro yumi, le había enseñado tanto a construir como a ver si un yumi era bueno o no. Y el que tenía su rival era bueno, pero no supera al suyo, ya que era más pesado. Además su rival, aunque en teoría fuese más fuerte que ella, la menospreciaba. Eso era precisamente lo que los perdía. El menosprecio a una mujer. Su padre se lo había contado muchas veces. Las mejores yumi de la historia habían sido mujeres. Solo un hombre había sido mejor que algunas, pero este llevaba doscientos años muerto.
Kensue disparo el yumi e impacto en blanco. Era justo lo que esperaba. -
Bien, señorita- dijo el apostador. ¿Qué tal si elevamos la apuesta, a veinte kokus más? No me importa- le contestó ella, fingiendo estar preocupada. Cincuenta kokus, lo esperaba.
Ella tomó una flecha del suelo. Jugó con ella un rato y casi sin que nadie lo apercibiera y sin apuntar siquiera disparo la flecha, que impacto junto a la de su rival. Sonrió. El apostador se quedó casi sin aliento. Aquel disparo, sin apuntar era algo que nunca había visto. El mismo Kensue no daba crédito a lo que veía. Todo aquello fue cortado por la voz de Yuki. -
He tenido suerte- dijo ella casi disculpándose-, quizás en el próximo falle.
El apostador la miro. Veía a una chica joven, muy joven. Aquel disparo podía ser dos cosas, que era una maestra del yumi a pesar de su edad, o que como decía ella había tenido suerte. Y además la apuesta de cincuenta kokus estaba en juego. -
No está mal- dijo Kensue-, ¿pero y si alejamos más el blanco?, con ese arco que tienes creo que a un cho más no das.
Yuki sonrió para sí. Su rival se había picado, y era lo que ella quería. Solo faltaba que el apostador subiera la cantidad hasta cien. Vio como Kensue hablaba con el apostador. Este negaba con la cabeza, pero el yumi se mostraba muy seguro de sí mismo. El apostador hablo. -
El blanco se va a mover un cho y la apuesta sube hasta cien- dijo el hombre, pese a que no se le veía muy convencido. Es mucho dinero- dijo ella fingiendo. Si lo dejas ahora pierdes- dijo Kensue-. Es lógico que una mujer se retire, soy el mejor yumi de la región. Bien- dijo ella, falsamente herida en su orgullo. Por dentro se reía de los dos. Como le dijo más de una vez su padre, muchas veces los hombres son tan orgullosos y tontos que cuando se dan cuenta ya es demasiado tarde.
Eso era lo que usaba Yuki como arma. Kensue se pavoneo delante de ella. Entonces cogió su última flecha y la monto en su yumi. El blanco ya estaba en su lugar. Disparó. La flecha se quedó corta y no llego al blanco. Al apostador se le quedo la cara blanca, aún así hizo una jugada desesperada, cuando vio que la chica cogió su flecha. -
¡Doble si aciertas!- dijo gritando- ¡Si aciertas te doy el doble!
-
¿Y si no?- le replico ella. Se esperaba que le dijera algo que ella sabía. Te casas conmigo- dijo el estrábico apostador.
En su interior se reía a carcajadas. Aquello era de risa, de verdad. Ella no podía fallar a esa distancia y con ese arco. Cerró sus ojos y pensó en el vacío. No había nada ni nadie a su alrededor, solo ella, el yumi la flecha y el blanco. Un aire de tranquilidad paso por su rostro. Sus mejillas tomaron una tonalidad rosácea. Con los ojos cerrados alzo su yumi y apunto. Era una práctica común con su padre. Enfoco el blanco. Abrió sus ojos y lanzo la flecha. Vio como esta volaba los dos cho, vio como las plumas la hacían volar, vio como el astil del proyectil se tensaba y estiraba al chocar el aire con él. Y como si la flecha y ella fueran una vio como impacto justo en el centro, destrozando la flecha que anteriormente Kensue había clavado en él. El apostador estaba sentado en el suelo, llorando. Kensue no podía hablar. Toda la muchedumbre enmudeció. Yuki tranquilamente se acercó al hombre y le hablo. -
Mis doscientos kokus.
La muchedumbre se había dispersado y ella, con su yumi a la espalda y la bolsa llena de kokus era feliz. Aquello le había salido mejor de lo que esperaba. Eso sí, durante un tiempo debía de alejarse de esas tierras. Su hazaña podía atraer a gente que quisiera retarla, pero también a soldados. Y eso era lo que menos quería en ese momento. Estaba contando sus monedas cuando una voz la distrajo. -
Señorita- dijo a voz tranquila.
Alzo su vista y vio delante de ella a dos personajes. Uno era un anciano, llevaba una túnica blanca, con un manto de color rojo que le cubría. Distinguió detrás de él una katana. El otro era un joven, un monje, vestido con un turbante, una túnica debajo de la cual se veía una armadura de cuero con símbolos. En una de sus manos llevaba un bastón con la parte superior tapada, una naginata. Parecían dos pordioseros. Pero algo en su fuero interno le decían que no lo eran. -
¿Si anciano?- dijo ella metiendo las monedas en la bolsa. Eres la Elegida- y al decir aquello le mostro una gema azulada que brillaba y latía como un corazón.
Cho: unidad de medida de longitud equivalente a 109 metros aproximadamente.