En sus investigaciones arqueológicas, Emilio y Duncan Wagner descubren que el dios de la antigua cultura santiagueña era La Serpiente:
«[...] estas sencillas U invertidas y estas barretas de barro cocido [representan] el tótem de la raza o de la nación, el “hombre-serpiente”, del cual todos ellos pretendían descender y que vamos a ver representado de diversos modos en muchas otras urnas funerarias, y particularmente, estilizado del modo más curioso
[...] el “hombre-serpiente”, que ostenta las manchas redondas del lampalagua, posiblemente el tótem o por lo menos el protector de la nación, tal vez su divinidad tutelar. En él se encuentran reunidas la fuerza y la sabiduría de la gran serpiente, el lampalagua que habitaba esta región en los tiempos remotos lo mismo que hoy, y que encontramos modelado en relieve con sus manchas figuradas por pequeñas presiones en relieve».
Al igual que en las antiguas culturas babilónicas, la troyana, y las de los primitivos europeos.