Revista Bíblica Año 46 - 1984 Págs. 117-129 [117] LA TIERRA PROMETIDA. SACRAMENTO DE LA LIBERACIÓN DEL ÉXODO Juan I. Alfaro San Antonio (Texas), USA El presente trabajo sobre la tierra en la Sagrada Escritura es un humilde homenaje a la gigantesca figure de Mons. Juan Straubinger que tuvo la osadía de hacer lo imposible con su traducción de la Biblia al castellano y el auge que dio a los estudios bíblicos en toda la América Latina. Ojalá que su trabajo siga inspirando a otros a emularlo en la difusión de la Palabra de Dios. La historia de la Salvación contiene desde el comienzo la promesa de una tierra y acaba con la vista puesta en una tierra prometida. Para las personas que han crecido en un ambiente urbano y viven en una sociedad industrial, la tierra parece algo lejano y de una importancia relativa. Sin embargo, en la Biblia y en lo más profundo de nuestra existencia la tierra juega un papel fundamental. El ser humano viene de la tierra, vive de la tierra, crece en la tierra y, al morir, vuelve a la tierra. En más de un sentido, "la tierra hace al hombre" y cada uno es hijo de su tierra. PRINCIPIOS GENERALES SOBRE LA TIERRA Las dos palabras hebreas más usadas para describir la tierra en la Biblia son 'adamā y ha'ares. 'adamā es la tierra fértil que se cultiva, mientras que ha'ares suele designar a la tierra en general o a un país en particular. Ambas tienen una relación semejante para con Dios y una variada relación para con el hombre. La tierra prometida será el ideal para el pueblo de Israel y la revelación del plan que Dios tiene para todos los pueblos.
[118] 1.
La tierra y su relación con Dios
La tierra es criatura de Dios a quien sirve y obedece. Dios la hizo buena y hermosa para beneficio de la pareja humana. Ella reconoce la presencia de su creador, tiembla, llora, se derrite, alaba, se alegra y regocija saltando de alegría. Los rasgos de la tierra revelan y proclaman la bondad, grandeza y gloria de Dios. Toda su existencia depende de Él, ya que necesita la lluvia, el rocío y la fertilidad para poder ser madre y producir frutos. La tierra obedece a su creador en todo: coopera para premiar a los amigos de Dios y para castigar a los pecadores. La tierra es promesa para Abrahán, bendición para Esaú, providencia para Israel, castigo de Caín y devoradora que traga a los rebeldes (Num 16,1-34). Dios entregó la tierra a toda la humanidad para que la cuidara y dominara, continuando la labor que Él comenzó con su creación. Como un tesoro recibido de mano de Dios, la tierra debe ser cuidada, amada y adornada ya que tiene un carácter sagrado. Dios obra su salvación en medio de ella, a todas partes envía sus mensajeros, en todas las regiones hace sentir su presencia y revela su amor (1 Re 17,8-16). La tierra levanta su clamor a Dios y se siente manchada y profanada, especialmente por la violencia y la injusticia contra la propiedad de sus hijos preferidos, los campesinos que la cuidan, guardan y cultivan (Job 31,38). Dios, único dueño de toda la tierra, la ha puesto en manos de los hombres, dando a cada pueblo su territorio y dirigiendo su historia (Cf. Amós 8,7; Deut 2,5.9.19.22; Hech 17,26-27). Israel es un modelo o un ejemplar del plan que Dios tiene para cada nación. Los principios que gobiernan el don de la tierra a Israel deben iluminar el uso y la posesión de la tierra de todos los pueblos. 2.
La tierra y su relación con la humanidad
'Adam fue formado de la 'adamā. El hombre viene de la tierra en todos los sentidos: etimológico, físico y religioso. Sin 'adamā no hay 'adam. Las raíces de la persona están en su tierra. La tierra pertenece al hombre y el hombre pertenece a la tierra. Dios la ha entregado al hombre para que la controle y cultive, ayudándola a producir. La tierra y el hombre están íntimamente asociados y se necesitan mutuamente. El hombre fue creado de
[119] la tierra, vive en comunión y amistad con ella y está destinado a dormir eternamente en su regazo. Las características de la tierra llegan a determinar la personalidad de sus habitantes, sus actitudes y rasgos físicos; la tierra les obligará a ser nómadas o les invitará a ser agricultores. El horizonte sin limites de la llanura y del desierto, la altura de las montañas, el centelleo de las estrellas en la noche, condicionarán la apertura del espíritu humano. El hombre comparte la suerte de su tierra; su existencia depende de sus frutos y cosechas. La tierra comparte la suerte del hombre y por el pecado se seca y muere (Os 4,1-8). La tierra es un tesoro de Dios, y mucho más la Tierra Prometida que Dios dio a su pueblo. No está permitido hacer daño a la tierra, aunque se trata de la tierra de los enemigos: Si, al atacar una ciudad, tienes que sitiarla mucho tiempo para tomarla, no destruirás su arbolado metiendo en él el hacha; te alimentarás de él sin talarlo. ¿Son acaso hombres los árboles del campo para que los trates como a sitiados? Sin embargo, podrás destruir y cortar los árboles que sabes que no son frutales, y hacer con ellos obras de asedio contra esa ciudad que está en guerra contigo, hasta que sucumba (Deut 20,19-20). La idea del respeto a la tierra de los enemigos venía a sustituir a la costumbre primitiva de la aniquilación total del enemigo como un acto religioso agradable a Dios. Las guerras debían ser reguladas por una conducta internacional que incluía el respeto de ciertos derechos humanos básicos (Cf. Amós 1-2). La destrucción de la tierra llevaba consigo la destrucción de todos sus habitantes; era un mal que podríamos llamar escatológico y que ponía fin a la historia. En la "guerra total" de Israel contra Moab, la tierra no fue respetada: Avanzaron impetuosamente y derrotaron a Moab, destruyeron las ciudades, arrojaron sobre los mejores campos cada uno su piedra y los llenaron, cegaron todos los manantiales, talaron todo árbol bueno... (2 Re 3,24-25). Ante esta amenaza escatológica que iba a exterminar a su pueblo, el rey de Moab recurrió a un remedio desesperado de naturaleza semejante: El rey de Moab... tomó entonces a su primogénito, el que había de reinar en su lugar y lo alzo en holocausto sobre la muralla, y hubo gran cólera contra los israelitas que se alejaron de allí volviendo al país (2 Re 3,27).
[120] A grandes males, grandes remedios; el sacrificio del primogénito salvó a su pueblo, posiblemente infundiendo un terror religioso entre los israelitas. Solamente en aquellos casos en los que Dios parece haber decidido acabar con un pueblo o con la humanidad, la destrucción de la tierra forma parte del cuadro total. En el diluvio, la humanidad no acaba, pero la tierra es lavada y purificada. El castigo total y definitivo era anunciado por Jeremías en términos bien claros: En cuanto a ti, no pidas por este pueblo ni eleves por ellos plegaria ni oración, ni me insistas, porque no lo oiré... Por tanto, así dice Yahveh: He aquí que mi ira y mi saña se vuelve sobre este lugar, sobre hombres y bestias, sobre los árboles del campo y el fruto del suelo; arderá y no se apagará (Jer 7,16-20). Algo semejante encontramos en el Nuevo Testamento, en el Apocalipsis, donde el autor, al acercarse el castigo escatológico, nos presenta a ángeles preparados para devastar la tierra, el mar y los árboles (Apoc 7,1-4). Matando la tierra se da muerte a la humanidad y no queda esperanza de supervivencia. LA TIERRA PROMETIDA La narración bíblica de la conquista de la Tierra Prometida presenta serias dificultades literarias, históricas y arqueológicas; esto se debe a su carácter marcadamente teológico y al conocimiento y la experiencia de la tierra que tenía el autor. En las páginas siguientes seguiremos la línea teológica de la narración, mucho más que una posible línea cronológica o histórica. La teología bíblica sobre la Tierra Prometida podría muy bien resumirse en los siguientes puntos claves: 1. La tierra es un don de Dios para su pueblo 2. Dios es el dueño de la tierra 3. La tierra es santa 4. La posesión de la tierra tiene límites 5. La tierra es garantía de libertad para todo el pueblo La historia del pueblo de Israel comienza con la promesa de una tierra. Abraham salió de su patria hacia una tierra prometida (Gen 12,1). La promesa se fue cumpliendo gradualmente a lo largo de la historia, llegando a una primera plenitud en la conquista bajo Josué, en el reinado de David y Salomón, y final-
[121] mente en Jesús. En el Antiguo Testamento encontramos grandes secciones que cuentan las repetidas promesas de la tierra, su conquista, su geografía y administración. Como ya dijimos, todas las narraciones reflejan y subrayan el plan de Dios para su pueblo y para todos los pueblos. 1.
La tierra es un don de Dios para su pueblo
La doctrina de que la tierra es un don de Dios es una de las mas repetidas en el Antiguo Testamento. Israel conocía por sus tradiciones que no nació en su tierra en un tiempo inmemorial, sino que ocupó su territorio según los planes de Dios, no por sus propios méritos, para crear una sociedad nueva basada en la Ley; los antiguos habitantes habían sido destruidos por sus pecados (Deut 9,4ss). Los autores bíblicos, para subrayar que la tierra es un don de Dios, exageran las dificultades inherentes a la conquista así como la facilidad con que ésta se llevó a cabo. Los obstáculos para la conquista parecían convertirla en una misión imposible (Nun 13,30-33; cf. Num 13,27-29; Deut 1,26-28; 7,17-19; 9,1-6). La lucha por la conquista requiere una valentía y firmeza que solamente Dios puede inspirar (Jos 1,6.7.9.18; etc.). A pesar de las dificultades, la conquista de la tierra es presentada en algunos textos como algo que sucedió con rapidez y sin obstáculos serios. Hay que tener presente que el libro de Josué es más un libro de geografía que de historia; parte del material tiene elementos folklóricos y ayuda a mostrar que la conquista de la tierra se debe exclusivamente a la acción directa de Dios: -El primer obstáculo, el cruce del río Jordán, es empresa fácil al secarse su cauce milagrosamente, como antes había sucedido con el Mar Rojo (Jos 3,14-17). -El comienzo de la conquista está precedido por una teofanía que garantiza el éxito al hacer de Josué un nuevo Moisés (Jos 5,13-15). -Jericó, una ciudad amurallada, se convierte en presa fácil cuando Dios mismo hace el plan de batalla y sus muros se desploman al sonar las trompetas sagradas (Jos 6,1-21). -Solamente hay dificultades cuando alguien peca contra el mandamiento de Dios o cuando tiene confianza excesiva en sí mismo (Jos 7,1-26).
[122] -El terror de Dios se apodera del corazón de los enemigos que pierden la voluntad de luchar y resistir (Jos 9,3-27; cf. 2,11; 5,1; etc.). -No hay riesgo que pueda asustar al pueblo, ya que conoce por adelantado el resultado de las empresas y Dios es el primero en darle ánimo (Jos 8,1; 10,8; 11,6; etc.). -Dios mismo toma parte en la batalla lanzando sobre los enemigos grandes piedras desde el cielo que causan más muertes que las piedras y espadas de los israelitas (Jos 10,11). -El sol y la luna cooperan a la victoria deteniendo su curso para que los enemigos no puedan escapar al amparo de la oscuridad (Jos 10,12-15). Esta narración de la conquista, con los milagros que la acompañaron, debía convencer al lector de la bondad divina que había "regalado" la tierra a su pueblo. El don de la tierra iba acompañado de otros dones anexos que la convertían en fuente de abundancia, paz, seguridad, independencia, libertad y dignidad. La tierra era rica en fuentes, ríos y lluvias que la hacían inmensamente fértil; contenía en su seno toda clase de metales y riquezas y producía toda clase de frutos (Cf. Amós 9,13-15; Deut 6,10-12; 8,7-10.17-20; 9,1-6; etc.). Israel canta a su tierra, con sus praderas, flores y montañas. El don de la tierra, con el pasar del tiempo, se convierte en una tentación. Había el peligro de olvidar que la tierra era un don que se podía perder. La continua fertilidad la convertía en un don continuado. Los israelitas podían olvidar su historia y atribuirse a sí mismos la facilidad de la conquista; podían olvidarse de que el disfrutar de la tierra estaba ligado a ciertas obligaciones sociales y religiosas. 2.
Dios es dueño de la tierra
Dios había conquistado la tierra para darla a su pueblo. Él era el verdadero y único dueño. En la creación, Gen 1-2, Dios es presentado como dueño del universo que entrega su dominio a la pareja humana recién creada. Al crear a su pueblo, Dios le entrega su tierra, pero le recuerda sin rodeos que Él es quien tiene poder absoluto sobre ella. La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes (Lev 25,23).
[123] De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella el orbe y los que en él habitan; que Él lo fundo sobre los mares, Él lo asentó sobre los ríos (Sal 24,1-2). La tierra de Israel es la "tierra de Yahveh" (Os 9,3; Is 14,2; Jos 22,19; Ez 36,5; Jl 1,6; 3,2; Ex 19,4). Por ello, Yahveh impone condiciones para su uso. Las personas son simples administradoras que deben respetarla, protegerla y pasarla a sus descendientes. El dominio de la tierra para cada persona es temporal y, además, limitado. Cada uno deberá dar cuenta del uso que haga de ella. La tierra es herencia recibida de los padres (1 Re 21,3.4) y sobre todo, es heredad de Yahveh (1 Sam 26,19; 2 Sam 14,16; Jer 2,7; 16,18; 50,11; Sal 68,10; 79,1; etc.). Dios, porque es dueño, cuida y protege su tierra: Porque la tierra que vas a entrar a poseer no es como el país de Egipto de donde habéis salido, donde después de sembrar había que regar con el pie, como se riega un huerto de hortalizas. Sino que la tierra que vais a pasar a ocupar es un país de montes y valles, que bebe el agua de la lluvia del cielo. De esta tierra cuida Yahveh tu Dios; los ojos de Yahveh tu Dios están constantemente puestos en ella, desde que comienza el año hasta que termina (Deut 11,10-12). Las personas y los pueblos están llamados a reconocer el dominio supremo de Dios. Israel hace ésto obedeciendo las normas dadas por Dios y dirigiendo sus esfuerzos para que el ideal de paz, libertad y suficiencia se convierta en una realidad. Verdaderamente, sobre toda propiedad privada de la tierra recae una hipoteca social y religiosa. 3.
La tierra es santa
"Tierra santa" es el nombre que más comúnmente damos hoy a la tierra prometida, aunque no se usa frecuentemente en el Biblia. Toda tierra donde Dios hace sentir su presencia, esté o no en Palestina, es tierra santa (Cf. Ex 3,4; Jos 5,15). Se puede llegar a decir que toda la tierra es santa ya que Dios está presente en ella y le sirve de estrado para sus pies. La Biblia presenta a la tierra de Israel como especialmente santificada porque en ella Dios reveló su presencia de un modo especial y habitaba en ella en medio de su pueblo. El templo de Jerusalén era el lugar santo por excelencia por guardar el Arca de la Alianza y ser morada de la Gloria de Dios.
[124] La santidad de la tierra dependía de la presencia de Dios y, sobre todo, de la conducta de las personas que la habitaban. Las personas estaban llamadas a mantener la santidad de la tierra con su conducta moral. La falta de moralidad profanaba y contaminaba la tierra de modo que Dios se veía obligado a abandonarla, convirtiéndose en una tierra sin Dios, en tierra de pecado: ... me dijo: La iniquidad de la casa de Israel y de Judá es muy grande, mucho; la tierra está llena de sangre, la ciudad colmada de perversidad. Pues dicen: "Yahveh ha abandonado la tierra, Yahveh no ve nada" (Ez 9,9). La Biblia presenta la profanación y desecración de la tierra como consecuencia principal de la injusticia y opresión que aplastan a los pobres y destruyen la hermandad, dignidad y libertad que Dios quiere para su pueblo y para lo cual lo sacó de Egipto. La injusticia de Israel resaltaba ante los beneficios divinos que tenían por fin una mayor justicia social. Los ríos que la tierra prometida necesitaba no eran de agua sino de justicia y juicio; éstos eran los que traían la verdadera prosperidad, fertilidad y abundancia, convirtiendo la tierra en un nuevo paraíso (Amós 5,24; cf. 2,6-10). . El pueblo puede, además, profanar la tierra y prostituirla, atribuyendo a Baal y otros dioses las bendiciones y los frutos de la tierra. Con esa actitud se excluye a Dios de la tierra y de sus actividades y se producirá la pérdida de los dones recibidos. El pecado puede causar la pérdida del don de la tierra. La tierra santa es la antítesis de la tierra de pecado, la tierra de opresión y servidumbre, la tierra de Egipto. El respeto a la tierra lleva consigo el respeto a todos los que la consagran y riegan con el sudor de su frente, especialmente los pobres y los extranjeros. El recuerdo de la opresión de Egipto debía ser un aliciente que debía empujar a los israelitas a no oprimir ni explotar a sus hermanos ni a los extranjeros (Ex 22,20; Deut 10,19; Lev 19,33-34). Si el pueblo, a través de su conducta, se empeña en convertir la tierra santa en tierra de pecado y de opresión, volverá a Egipto. 4.
La posesión de la tierra tiene límites
Dios es el único dueño de la tierra y las personas son meras administradoras (Lev 25,23). Dios demostró esto a su pueblo poniendo restricciones en el uso de la tierra y de sus productos. Hay que respetarla como a cualquier tierra, aun la de los enemi-
[125] gos, y hay que tratarla con prudencia. En Israel no existe un derecho de propiedad privada total y absoluto. La extensión de tierra y su uso estaban regulados por la ley, de acuerdo a criterios religiosos, sociales y familiares. a. Limitaciones religiosas. Como dueño de la tierra, Dios se reservaba los primeros frutos de los campos y de los animales. La décima parte de la cosecha o su valor en dinero debían ser ofrecidos a Dios en el templo para sustento de sacerdotes y levitas, y para remediar las necesidades de viudas, huérfanos y forasteros (Cf. Deut 14,22-27; 26,1-15; cf. Lev 19,23). Las primicias y los diezmos pertenecían a Dios. El Año Sabático, cada siete años, la tierra quedaba sin cultivar, descansando. Todo lo que producía por sí misma ese año estaba reservado para los pobres y los animales (Cf. Ex 23,1012; Lev 25,1-7). Allí no valían títulos de "propiedad privada" o "prohibida la entrada"; por derecho "divino" el pobre podía entrar a recoger los frutos del Año Sabático. La limitación mas drástica en la posesión de la tierra estaba contenida en la ley de Jubileo o Año Jubilar. Cada cincuenta años se celebraba un "año santo" especial, en el que se debía volver socialmente al comienzo de la historia de Israel en la tierra prometida. La tierra que originalmente había sido dividida por Josué entre todas las familias de Israel debía volver a sus dueños originales. El Jubileo era el año de la reforma agraria masiva. Las personas que en años anteriores se habían visto obligadas a vender sus tierras, las recobraban; se volvía a restablecer un orden de igualdad, justicia y libertad entre todo el pueblo. Esta ley favorecía de un modo especial a las personas que se habían empobrecido durante los últimos 49 años y les daba la oportunidad de poder abrirse camino en la vida una vez más (Lev 25,8-19; Ex 21, 211; Deut 15,12-18). En Israel, mas que la venta de tierras, existía la renta de tierras hasta el próximo Jubileo. Ésto era así por lo menos en teoría, ya que no se sabe de cierto que esta ley fuera observada. b. Limitaciones sociales. Además de beneficiarse de los dones ofrecidos a Dios, los pobres y necesitados, por mandato divino, tenían derecho en los campos que no eran suyos. Cada año, después de las cosechas, podían entrar a hacer rebusco de cereales, viñas y olivares. Los dueños de los campos debían cosechar de modo que quedara algo para los pobres (Cf. Deut 24,19-22; Rut 2,2-17). Los frutos que caían al suelo pertenecían a los
[126] pobres. Los caminantes tenían derecho a mantenerse con los frutos que encontraban a lo largo de su camino. Tomar frutos para comer estaba permitido, aunque el tomar frutos para llevárselos era considerado un robo (Deut 23,25; cf. Mt 12,1-8). El Año Sabático y el Jubileo los frutos de la tierra pertenecían a los pobres; además, se les perdonaban sus deudas, de modo que idealmente se eliminaba la pobreza. El capítulo 15 del Deuteronomio describe progresivamente el paso del ideal a la realidad social de Israel a lo largo de su historia: Al cabo de siete años, harás remisión... con el fin de que no haya ningún pobre junto a ti (Deut 15,4) . ... Si hay algún pobre junto a ti de entre tus hermanos... no endurecerás tu corazón ni cerrarás la mano al hermano pobre (Deut 15,7). Ciertamente nunca faltarán pobres en este país; por eso te doy yo este mandamiento (Deut 15,11). a los pobres los vamos a tener siempre con nosotros; como incentivo, se les recordaba a los israelitas que Dios les recompensaría abundantemente su caridad para con los pobres. b. Limitaciones familiares. Los derechos de las familias a las que originalmente Josué repartió las tierras condicionaban profundamente la venta y readquisición de terrenos. El pariente rico más cercano, el goel, tenía derecho prioritario a obtener la propiedad de un pariente venido a menos; tenía además derecho a comprar la tierra que había sido vendida a un tercero, fuera de la familia. Podía ayudar al dueño a recobrar la tierra aun antes del Jubileo, prestándole el dinero necesario para ello. La propiedad vendida por los pobres debía volver a manos de los hijos. La tierra de la familia era algo sagrado que ligaba permanentemente a la persona con sus antepasados; se recibía de unos para pasarla a otros, ya que siempre era la "heredad de los padres" (cf. 1 Re 21,3.4). El crimen de robar tierras revestía una maldad especial ya que condenaba a la esclavitud y miseria a los descendientes. 5.
La tierra es garantía de libertad para todo el pueblo
Dios dio la tierra al pueblo de Israel. Los individuos tenían derecho a la tierra en cuanto eran miembros del pueblo. Josué distribuyó la tierra por suertes, imparcialmente, sin que nadie quedara excluido (Jos 19,49-50; Amós 7,17). Cada familia tenía
[127] derecho a su tierra para poder vivir en su propio jardín o paraíso, regado por Dios, a la sombra de su parra y de su higuera. Era garantía de paz y seguridad, fuente de felicidad. Éstas eran las , metas del éxodo (cf. Deut 4,21.38; 12,9; 19,10; 20,16; 21,23; etc.). Las leyes de Israel tenían por fin asegurar y mantener la situación de justicia. La ley del Jubileo era una buena medida preventiva de peligros. La estabilidad de la sociedad israelita estaba anclada en la familia y en la propiedad familiar. La acumulación de tierras era un mal que debía ser evitado a cualquier precio, ya que el enriquecimiento de unos solamente podía producir la pobreza de otros. La situación ideal presentada después de la conquista, no duró mucho tiempo. Los israelitas codiciaron las tierras de sus prójimos y el robo de tierras bajo diversos pretextos fue uno de los principales males del periodo de los reyes. Los profetas denunciaron especialmente a los reyes y a los acaparadores como principales criminales en este campo: ¡Ay de los que juntáis casa con casa, y campo con campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país! Así ha jurado a mis oídos Yahweh Sebaot: Han de quedar desiertas muchas casas, grandes y hermosas, ¡pero sin moradores! (Is 5,8-9). Maldito aquel que desplaza el mojón de su prójimo (Deut 27,17). La Biblia condena repetidas veces la acumulación de tierras y manda devolver sus campos y propiedades a los pobres (Cf. Mi 2,1-5; Prov 15,25; 22,28; 23,10-11; Neh 5,35.7-11). El quedarse sin tierra era una de las mayores calamidades que podían afligir a una persona, ya que en una sociedad agricultural el desposeído tenia que vender sus servicios como jornalero siendo blanco de explotación o tenía que venderse como esclavo para sobrevivir. Por ello, los autores bíblicos condenan con tanta severidad la acumulación de tierras, por ir contra el plan libertador de Dios. Las autoridades políticas, reyes y príncipes, fueron los principales criminales (1 Re 21,1-23;1 Sam 8,11.14-17) y recibieron castigos ejemplares por sus crímenes. El concepto de responsabilidad social y religiosa en la administración de la tierra en el Antiguo Testamento refleja un gran
[128] respeto y aprecio de los derechos humanos y de la dignidad de las personas; así se preparaba el camino para la plena igualdad y libertad anunciadas en el mensaje cristiano que solamente se podrán obtener cuando todas las personas reconozcan su hermandad en Cristo. La doctrina bíblica sobre la tierra tiene horizontes internacionales, ya que Israel es ejemplo y modelo para los otros pueblos. En el plan de Dios, cada familia, a lo largo de los siglos, debe tener la posibilidad y oportunidad de vivir con holgura, libertad y seguridad, sin estar a merced de otros. En el siglo XX no se puede pensar sencillamente en "volver a la tierra" como base de la economía y estabilidad nacional, aunque en algunos países esta sea aún una solución aceptable. En medio de una sociedad cada vez más urbana e industrializada, la humanidad se siente desafiada a encontrar medios que garanticen la libertad, dignidad y suficiencia de todos sus miembros. El papel que en Israel jugó un pedazo de tierra en muchos lugares es sustituido por un trabajo adecuadamente remunerado, en buenas condiciones físicas y que no pueda perderse fácilmente de acuerdo a los caprichos del que lo ofrece. Un trabajo honrado y permanente produce los mismos beneficios que un pedazo de tierra en el antiguo Israel. CONCLUSIÓN: LA TIERRA EN EL NUEVO TESTAMENTO La tierra, que en el Antiguo Testamento juega un papel tan importante como instrumento de justicia, no tiene la misma importancia en el Nuevo Testamento. San Pablo no incluye el don de la tierra entre las bendiciones especiales concedidas a Israel (Cf Rom 9); la heredad fundamental de los cristianos es Cristo en persona. San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 17, cuenta la tierra con sus fronteras y vicisitudes históricas como parte de las bendiciones comunes de Dios para todas las naciones (Cf Hech 17,26). Algunos autores han llegado a la conclusión de que la antigua promesa de la tierra, en el Nuevo Testamento, queda espiritualizada y sin contenido físico y material. Aunque la tierra queda desplazada por la persona de Cristo, no por ello pierde su significado, ya que es vista desde una perspectiva nueva. Jesús y los escritores del Nuevo Testamento miran a la tierra, con sus ciclos y frutos, como un medio pedagógico de la vida espiritual. Las parábolas del evangelio leen el mensaje de Dios escrito en la tierra y en la naturaleza. Jesús usa la tierra y sus frutos como instrumentos para sus milagros -agua, barro, pan,
[129] etc. Los escritores del Nuevo Testamento, como ya lo habían hecho los profetas (Jer 24,4-10; Is 5,1-8), ven en ella un libro abierto que desafía la vida del pueblo a la luz del mensaje de Dios. Un cambio profundo introducido en el Nuevo Testamento es la sustitución de la tierra como instrumento de dignidad y seguridad. El día de Pentecostés, los miembros de la comunidad cristiana de Jerusalén comienzan a vender sus tierras y a entregar su valor a los apóstoles para uso común (Hech 2,44-45; 4,36-37). La tierra parece perder su función antigua; el apego a la tierra y a cualquier forma de riqueza es contraria al espíritu cristiano de desprendimiento total. La dignidad y la seguridad de las personas se va a fundar en el espíritu de amor que une a toda la comunidad y en la inserción de todos los miembros en el Cuerpo de Cristo. La tierra en el Nuevo Testamento continúa siendo una promesa y una esperanza. Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra (Mt 5,4). Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia (2 Pe 3,13). Más que la tierra material, lo que se convierte en primordial es la conducta moral de los que habitan la tierra. La conducta de las personas santificará la tierra. de un modo no pensado en el Antiguo Testamento; un pedazo de tierra no será necesario para garantizar el respeto y la suficiencia de las personas. La unidad en Cristo, piedra angular, será el fundamento sólido de la convivencia humana. La conversión profunda del corazón de las personas hará realidad el cumplimiento de la esperanza cristiana de paz, justicia y libertad para todos.