Actividad Lección Final ACCIONES A SEGUIR
Realizar una lectura crítica de los textos que se transcriben a continuación y realizar una reseña con sus opiniones personales y conclusiones que logra descifrar del análisis que realice.
Aprobado el primer acuerdo mundial contra el calentamiento global 195 estados se comprometen a rebajar sus emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el calentamiento a 2 grados a finales de siglo. En una fórmula que contente a todos, no estarán obligados legalmente a cumplir con sus compromisos pero sí a hacer un seguimiento, comunicarlo y presentar revisiones cada 5 años.
Christiana Figueres, Francois Hollande, Laurent Fabius y Ban Ki-Moon en el momento en el que ha sido aprobado el acuerdo. REUTERS MÁS INFORMACIÓN
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LUCÍA VILLA PÚBLICO- REDES CRISTIANAS,13 de Diciembre de 2015 @Luchiva
PARÍS. -Después de las intensas negociaciones que se han prolongado durante dos semanas y con más retraso del esperado, 195 países han dado por fin su visto bueno al primer acuerdo mundial contra el calentamiento global.
El pleno de la Cumbre del Clima, reunido en el centro de convenciones de París-Le Bourget, al noreste de la capital francesa, ha aprobado pasadas las 19:25 horas un texto definitivo que por primera vez en la historia implica a la práctica totalidad del planeta en la lucha contra el cambio climático y que se compromete a transitar hacia una economía baja en carbono. Aquí es donde radica precisamente el principal éxito del texto, en su universalidad. El Protocolo de Kioto, adoptado en 1997 también se proponía reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, pero sólo lo ratificaron 37 países, entre los que no se incluyeron grandes contaminantes como EEUU o China. Ahora todos están en el mismo pacto. "Acabamos de hacer algo grande", ha dicho el presidente de la COP21, Laurent Fabius, en medio de un prolongado aplauso mientras abrazaba al secretario general de Naciones Unidas, Ban-Ki Moon. "Es el acuerdo más difícil que se ha negociado nunca", ha dicho este último. El Acuerdo de París, que no entrará en vigor hasta 2020, tiene 11 páginas (en su versión inicial en inglés) y una 'decisión' que lo desarrolla en otras 20. Ahora cada país tiene hasta mayo de 2017 para ratificarlo. No obstante, no será efectivo hasta que lo hayan firmado, al menos, 55 países que sumen el 55% de las emisiones globales. El objetivo que se marca el acuerdo es que la temperatura del planeta no sobrepase los 2 grados de aumento a final de siglo, aunque se hace referencia a hacer esfuerzos para aspirar a un objetivo más ambicioso de 1,5 grados. Como los compromisos voluntarios de reducción de emisiones de efecto invernadero que han presentado los diferentes países no son suficientes para lograr ese objetivo (según los cálculos se llegarían a sobrepasar los 3 grados), el documento incluye un mecanismo de revisión de esos compromisos cada 5 años, con el ánimo de hacerlos poco a poco más ambiciosos y lograr contener el calentamiento en el año 2100. "Es un posible punto de inflexión. Abre la puerta para que dejemos atrás la irresponsabilidad climática. Que este acuerdo sirva para algo dependerá de nuestra capacidad en cada país que acelere el proceso desde abajo", ha dicho el portavoz de Equo en el Parlamento Europeo, Florent Marcellesi, presente en París. Ahora bien, el texto evita fijarse metas concretas en el medio plazo, (en su lugar señala que "el objetivo es llegar al pico global de emisiones lo antes posible") y renuncia a utilizar el término "descarbonización". En un principio, el texto recogía la necesidad de dejar atrás la quema de combustibles fósiles para 2050, lo que implica que se queden sin explotar el 82% de las reservas del carbón, el 40% de las de gas y el 33% de las de petróleo. Pero esto era un punto que las grandes potencias petroleras no estaban dispuestas a aceptar. En su lugar, se ha optado por una fórmula que no requiere necesariamente reducir las emisiones, sino "lograr un equilibrio de las emisiones antropogénicas (generadas por el hombre) a través de fuentes de absorción de gases de efecto invernadero", es decir, que los países pueden compensar sus
emisiones a través de mecanismos naturales, como bosques u océanos; o artificiales, como la geoingeniería, métodos de captura y almacenaje de carbono, etc. El cualquier caso, el texto emplaza a los países a dirigir sus flujos financieros de acuerdo con los objetivos de reducción de emisiones (lo que supone dejar de subvencionar combustibles fósiles). Fabius ha presentado el acuerdo como "legalmente vinculante", pero no todo su contenido tendrá el mismo grado legal. Los países no estarán obligados a cumplir los compromisos de reducción de emisiones que han presentado, es decir, no habrá sanciones si se incumplen. Aunque sí debe hacer un seguimiento de una manera transparente, a comunicarlo y a presentar revisiones cada cinco años, supuestamente para aumentar la ambición de su compromiso o, al menos, dejarlo como hasta ahora. "Creo que es muy buen acuerdo y que marca una nueva etapa. Todos tendremos que aprender ahora a transformar las premisas de nuestro desarrollo", ha considerado Teresa Ribera, exsecretaria de Estado de Cambio Climático y directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI).
100.000 millones al año La diferenciación (que establece el grado de compromiso que deben asumir los países en función de si son más o menos desarrollados, y por tanto, más o menos responsables del cambio climático) ha sido uno de los temas más conflictivos del acuerdo. La Unión Europea y EEUU querían que China e India, que no están considerados oficialmente como desarrollados pero que se han convertido en los últimos años en dos de los cuatro mayores contaminadores del mundo, tuvieran la misma responsabilidad que los países ricos en cuestiones, sobre todo, de financiación. Pero lo dos países asiáticos se negaban. En el texto que se ha aprobado este sábado se ha llegado a una solución intermedia que establece, en casi todos los aspectos, tres velocidades diferenciadas: los desarrollados, las potencias emergentes y el resto de países. Sobre los primeros recae el grueso de las responsabilidades, pero a los segundos se les emplaza, de manera voluntaria, a hacer mayores esfuerzos. El tercer grupo debe empujar asimismo en la lucha contra el calentamiento, pero se les reconocen sus dificultades y se les concede mayor tiempo para adaptarse. También serán los que reciban el grueso de los fondos. El documento compromete a los países desarrollados a movilizar 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020 para que los países más pobres puedan adaptarse a la consecuencias del cambio climático. Esa será la cantidad mínima, que deberá revisarse para una posible ampliación en 2025. No obstante, este punto, que ha generado gran tensión entre los países, ha quedado finalmente fuera del articulado y sólo se contempla en la parte de las decisiones, lo que quiere decir que se puede cambiar en futuras cumbres.
Renuncias a cambio de un pacto universal Conseguir un acuerdo que acepten 195 países no es nada sencillo. A cambio de ser universal se ha tenido que ceder ante las exigencias de muchos países y renunciar o rebajar objetivos ambiciosos. Por ejemplo, la Unión Europea aspiraba a que en el acuerdo estuvieran contempladas también las emisiones derivadas del transporte aéreo y marítimo, que representan aproximadamente el 10% del total, pero se han quedado fuera. Al ser emisiones en territorio internacional no están incluidas en los compromisos nacionales de los países y era necesario incluirlas expresamente. Aunque el acuerdo sí reconoce que el cambio climático es también una cuestión de "derechos humanos", pero lo hace sólo en el preámbulo, lo que hace que pierda fuerza. En anteriores versiones sí se incluía esta consideración en el propio cuerpo del texto. Arabia Saudí es quien más se opuso en este punto. El texto mantiene asimismo el mercado de carbono con los mismos mecanismos que ya se desarrollaron en el Protocolo de Kioto y que contempla la compraventa y el intercambio de emisiones entre países para que puedan lograr sus objetivos. "Es decepcionante e insuficiente al carecer de herramientas necesarias para luchar con eficacia contra el calentamiento global y al desoír las luchas ciudadanas que ya están naciendo contra el cambio climático", ha considerado Ecologistas en Acción. "Es una farsa en la lucha contra el cambio climático. No definirá el futuro de la humanidad y el planeta", ha sentenciado Amigos de la Tierra.
Desafíos del cambio climático Ignacio Ramonet Adital, 10.12.2015 Lo que está en juego en la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC por sus siglas en inglés) –que comenzó en París, en su edición 21, el 30 de noviembre 2015 y que durará hasta el 11 de diciembre–, es intentar lograr por vez primera un acuerdo universal y obligatorio que permita combatir eficazmente la crisis del clima e impulsar la transición hacia sociedades no dependientes del petróleo. Un acuerdo global hacia una transición con equidad. Pero veinte años de fracasos sucesivos en las cumbres climáticas no dejan lugar al optimismo. A pesar de que ya casi nadie niega que la temperatura del planeta ha aumentado y que ello se debe a la actividad industrial humana. Incluso el Papa
Francisco, en su reciente Encíclica Laudato Si’, reconoce que "hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático”. Y "numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos sobre todo a causa de la actividad humana”. El mundo se modifica sin cesar pero nuestro conocimiento no siempre está al día de tantas transformaciones. A pesar de la multiplicidad de las fuentes de información, estamos viviendo en un planeta en buena medida desconocido. No en el sentido en que lo entendían los exploradores de antaño, sino porque no siempre percibimos las relaciones y las interacciones entre fenómenos pertenecientes a distintos ámbitos: por ejemplo, entre la economía y la ecología, entre el medio ambiente y los movimientos sociales o entre nuestro modo de consumir y el cambio climático. Por eso es necesario actualizar periódicamente nuestra visión del planeta. Tal es uno de los objetivos de la COP21. En pocos años todo ha cambiado. Fin de la era industrial. Informatización generalizada y mundialización de Internet. Conflictos étnicos y religiosos. Terrorismo yihadista planetarizado. Migraciones masivas. Nuevas pandemias. Efecto avasallador de la globalización liberal. Crisis financiera global. Y toma de conciencia colectiva de los peligros del cambio climático. Tenemos ahora el sentimiento de hallarnos ante un mundo más amenazante. Muchas de nuestras referencias anteriores se han quedado obsoletas. Se han derrumbado nociones políticas y sociológicas que habían estado vigentes durante dos siglos. Las herramientas conceptuales que empleamos durante tanto tiempo para comprender y para explicar la evolución de las cosas, se han vuelto de pronto inadecuadas, desprovistas de eficacia para evaluar los cambios actuales. La cuestión ecológica, durante tanto tiempo negada o minimizada, ocupa ahora el centro de las preocupaciones de muchos ciudadanos. Es el resultado del extenso e incansable trabajo de alerta de organizaciones ecologistas basado en informes científicos. En especial, la decidida acción de los fundadores de la ecología moderna, agrupados en el Club de Roma, quienes –ya en 1970– publicaron un resonante informe inaugural que despertó las conciencias del planeta. Después apareció el decisivo "Informe Brundtland”, que publicó en 1987 la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo con el título de Nuestro futuro común. Ese informe introdujo la noción de "desarrollo sostenible”, que habría de popularizarse tanto. Luego, con la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, se aceleró la toma de conciencia colectiva. En aquella ocasión se supo que la población mundial crece a un ritmo sin precedentes: somos 7.500 millones, cifra que sólo se estabilizará, hacia 2050, en alrededor de 10.000 millones. Ahora bien, tal y como la COP21 lo mostrará, si todo ser humano mantuviera el nivel de consumo de los terrícolas más ricos, el planeta apenas podría satisfacer las
necesidades de unos 600 millones de individuos, dado que los recursos no son inagotables. En medio de una confusión entre crecimiento y desarrollo prosigue la destrucción sistemática de la naturaleza, tanto en el Norte como en el Sur. Se suceden los saqueos de todo tipo infligidos a los suelos, al agua y a la atmósfera. Derroche energético, urbanización galopante, deforestación tropical, contaminación de los acuíferos, de los mares y de los ríos, reducción de la capa de ozono, lluvias ácidas… Todo ello, que los dirigentes mundiales detallarán en esta COP21, pone en peligro el futuro de la humanidad. Estos datos parecen haber provocado un saludable impacto colectivo en los últimos años. Nadie ignora ya que la acumulación de gases de efecto invernadero podría provocar un aumento de 2 ºC a 4 ºC en la temperatura media del planeta y una elevación de entre 20 y 150 centímetros del nivel de los océanos. El dióxido de carbono (CO2), principal gas causante del efecto invernadero, es responsable en un 65% del calentamiento global. Y, con el nuevo y masivo aporte de Estados-gigantes como China o la India, el CO2 se incrementa en unos 8.000 millones de toneladas cada año… Tanto la amplitud como la duración futura de los aumentos de temperatura dependerán de la cantidad de gases de efecto invernadero que sigamos emitiendo, ya que las perturbaciones climáticas son más pronunciadas a medida que la temperatura se eleva. Y esto va acompañado de una creciente frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos (temporales, diluvios, ciclones, canículas, sequías, desertificación), así como de una progresiva alteración climática que se extiende por todo el planeta. Si no se frenan las emisiones de gases de efecto invernadero, los desastres podrían alcanzar una gravedad excepcional. Las Conferencias internacionales sobre el Clima en Berlín, Bali, Poznan, Copenhague, Río de Janeiro y Cochabamba subrayaron la idea de que el mercado no está capacitado para dar respuestas a los riesgos globales que pesan sobre el medio ambiente. De ahora en adelante, el imperativo es proteger la biodiversidad, la variedad de la vida, mediante el desarrollo sostenible. Los países ricos –y en especial Estados Unidos, responsable de la mitad del gas carbónico emitido por los países industriales–,están obligados a respetar los compromisos suscritos en la primera Cumbre de la Tierra de Río, en 1992. Si bien la Unión Europea se pronunció a favor de una reducción de los gases de efecto invernadero, el Gobierno estadounidense (de George W. Bush) le dio largas al asunto y se negó a ratificar el Protocolo de Kioto –vigente desde febrero de 2005–, que obligó a los países industrializados a reducir en un 5,2% las emisiones de CO2 hasta 2012, tomando como base los registros de 1990. El presidente Barack Obama se comprometió a hacer de la cuestión ecológica una de las principales líneas de acción de su Gobierno.
El vuelco de la opinión pública, espantada por la multiplicación de catástrofes naturales, está impulsando a todos los Gobiernos, incluso a los más reticentes, a apostar ahora por soluciones energéticas alternativas. Más aún cuando, en la actualidad, el agotamiento de los hidrocarburos parece inevitable y las naciones ricas, por razones políticas y no ecológicas, querrían reducir su dependencia energética con respecto a los grandes países petroleros. Por lo tanto, el contexto favorece un cambio de modelo energético que los industriales del Norte parecen haber percibido y que, con la perspectiva de formidables beneficios, promete poner en marcha un nuevo ciclo económico: la economía verde. ¿Saldrá ganando el medio ambiente? No es seguro, dado que ya se anuncia la construcción de cientos de nuevas centrales nucleares, que, si bien producen poco CO2, conllevan otros peligros no menos letales. También la opción por los agrocombustibles, bien acogida al principio, empieza a revelar efectos perversos. En principio, podrían permitir mantener e incluso intensificar, con la conciencia tranquila, el nefasto modelo de "todo automóvil” o "todo camión”, con el pretexto de que los vehículos contaminarán menos. Además, provocarán una especulación desenfrenada con productos alimentarios básicos, como el azúcar o el maíz, utilizados para producir etanol. Tal y como lo demostrarán los diversos conferenciantes de la COP21, cambiar de modelo energético sin modificar el modelo económico significa correr el riesgo de que sólo se desplacen los problemas ecológicos. Pero ahora la opinión pública está atenta. Y desea disponer de información fiable en todos los terrenos (económico, social, político, cultural, ideológico, militar, ambiental, etc.) para entender mejor la realidad –en muchos casos poco visible– de los cambios mundiales en curso. El reto de la COP21 es eliminar los obstáculos que han impedido elaborar un acuerdo que logre el consenso general y que evite un fracaso como el de la COP de Copenhague, en 2009, donde no se alcanzó un compromiso y que dejó un mal recuerdo y mucha frustración.
Fuente: Le Monde Diplomatique
Ignacio Ramonet Le Monde Diplomatique