EN MANOS DEL PADRE
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EN MANOS DEL PADRE
Luc 23,46
“Era ya mediodía, cuando toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde, porque se había oscurecido el sol; la cortina del Templo se rasgó en la mitad. Jesús lanzó un grito muy fuerte: Padre, en tus manos entrego mi vida y dicho esto murió. El Capitán Romano, viendo lo que sucedía glorificó a Dios: Realmente, este hombre era inocente”. Un hombre cuyo secreto se llama Abbá: El relato de la pasión de Jesús según Lucas alcanza su punto culminante en este episodio que narra la muerte de Jesús. Con la mayor serenidad posible, ante una muerte tan ignominiosa como cruel e injusta, Jesús afronta la prueba definitiva, orientado plenamente hacia su Padre. Jesús aparece desde el principio como alguien que vive una experiencia única con Dios al que se dirige como Abbá: Padre amado aquí está el secreto de su vida. En el Evangelio de Lucas la primera y última frase que pronuncia Jesús se refieren a su Padre: Principio y final, origen y menta de todo ser. Luc 2, 49; 23,46. En estos tiempos de profunda crisis religiosa no basta creer en cualquier dios; necesitamos discernir cuál es el verdadero. No es suficiente afirmar que Jesús es Dios, es decisivo saber qué Dios encarna y se revela en Jesús. Tenemos ante nosotros la tarea apasionante de “aprender” a partir de Jesús, ¿quién es Dios, cómo es, cómo actúa, cómo nos siente, cómo nos busca, qué quiere para nosotros? Evitando así confundirlo con cualquier “dios” elaborado por nosotros desde miedos, ambiciones y fantasmas que tienen poco que ver con la experiencia de Dios que vivió y comunicó Jesús. Lo dice bellísimamente nuestro poeta Santiago Prieto Vega “Crear un Dios para temerlo y adorarlos es cosa fácil, derrotar la muerte, para crear la vida por encima de un fetiche es obra de titanes”. El camino más seguro para acercarnos a ese amorosísimo misterio que llamamos Dios es Jesús. Para Él, Dios no es un concepto sino una presencia amorosa y cercana que hace vivir y amar la vida de manera diferente. Su manera de ser, sus palabras, sus gestos y reacciones son detalles de la revelación de Dios. Al leer el Evangelio para responder a la pregunta quién es Jesús me he sorprendido a mi mismo. Al ir descubriendo como se preocupa Dios de las personas, como acompaña a los que sufren, como busca a los que están perdidos, como bendice a los pequeños, como acoge, como comprende, como perdona, en resumidas cuentas como ama.
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Lo que hace feliz a Dios es vernos felices, desde ahora y para siempre. Esta es la buena noticia que se nos revela en Jesucristo: Lo que define a Dios, según Jesús, no es su poder - como entre los paganos – ni tampoco su juicio - como en el Bautista, sino su bondad, su misericordia, su amor gratuito e incondicional. Este es el Espíritu de Jesús. Luc 15 – Luc 6 27-36; Mt 5,45. Jesús capta a Dios en medio de la vida y lo capta como presencia acogedora para los excluidos, como fuerza de curación para los enfermos, como perdón gratuito para los culpables, como esperanza para los aplastados por la vida. “El Reino de Dios está entre nosotros, cambiad de manera de pensar y actuar y creed en la buena noticia”. Dios tiene un gran proyecto. Hay que ir construyendo la Persona Nueva, la Tierra Nueva; una vida más humana empezando por aquellos para los que la vida no es vida. Dios quiere que rían los que lloran, que coman los que tienen hambre: que todos puedan vivir plena y dignamente. Cuanto mejor vive la gente mejor se realiza el Reino de Dios. A Dios le interesa nuestro bienestar, la salud, la convivencia, la familia, la paz, el disfrute de la vida, la realización plena y eterna de sus hijas e hijos. Dios está siempre del lado de las personas y en contra del mal, del sufrimiento, la opresión, la muerte. Jesús experimenta a Dios como una fuerza que solo quiere el bien, que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el ser humano. La raíz en toda su práctica es la defensa de la vida plena y digna y el auxilio a las víctimas. Su actividad curadora, sanadora, está inspirada por ese Dios a quien le interesa la salud de sus hijas y de sus hijos. El sufrimiento, la enfermedad o la desgracia no son expresión de su voluntad; no son castigos, pruebas o purificaciones que Dios va enviando a sus hijos. Si se acerca a los enfermos, no es para ofrecerles una visión piadosa de su desgracia, sino para potenciar su vida. Aquellos ciegos, sordos, cojos, leprosos, o poseídos pertenecen al mundo de los sin vida. Jesús les regala algo tan básico para ellos como es ver, oír, caminar, purificar su piel, ser dueños de su mente y su corazón. Esos cuerpos amados contienen un mensaje para todos: Dios quiere ver a sus hijos llenos de vida. Es lo que nos revela también su defensa de los últimos, los empobrecidos, los excluidos. Jesús no tiene duda alguna: la miseria es contraria a los planes de Dios. Su experiencia de Dios es la de un Padre que tiene un proyecto integrado donde no haya santos que condenen a pecadores, fuertes que abusen de los débiles, varones que sometan a mujeres. Dios no bendice los abusos y las discriminaciones, sino la igualdad fraterna y solidaria, no separa y excomulga sino que abraza y acoge.
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Su experiencia de Dios empuja también a Jesús a desenmascarar los mecanismos de una religión que no está al servicio de la vida plena y digna. Una religión que va contra la vida es falsa. La posición de Jesús quedó grabadas para siempre en un aforismo inolvidable: “El sábado ha sido instituido por amor al hombre no el hombre por amor al sábado”. Cuando el Padre José con esa fraternidad sacerdotal que lo ha caracterizado conmigo me pidió una colaboración para esta palabra me la enmarcó dentro del año sacerdotal. Un año que estamos celebrando en medio de tanto dolor, de tanta pena y vergüenza por nuestras equivocaciones y hasta aberraciones. Al ir reflexionando sobre ella fui comprendiendo que Dios no otorga a nadie una situación de privilegio sobre los demás; no da a nadie un poder religioso sobre el pueblo, sino fuerza y autoridad para hacer el bien. Esa es la única razón del sacerdocio de Cristo y por consiguiente del sacerdocio ministerial. Como actúa Jesús así deberíamos actuar nosotros los Sacerdotes: No con autoritarismo e imposición sino con fuerza curadora. Liberar de miedos y culpas generados por la religión en vez de introducirlos; hacer crecer la libertad no la servidumbre; atraer hacia la misericordia de Dios, no hacia la ley, disfrutar el amor jamás el resentimiento. Si Dios viene a reinar no es para manifestar su poderío sino para Mostar su bondad y hacerla efectiva. Es curioso observar que Jesús, que habla constantemente del “Reino de Dios”, no llama a Dios “rey” sino “Padre”. Su reinado no es para imponerse a nadie por la fuerza, sino para introducir en el mundo su misericordia y llenar la creación entera de sus entrañas de compasión y de bondad. Por tanto nada hay entre nosotros más decisivo que reactivar dentro de la Iglesia el seguimiento a la persona de Jesús y a su Proyecto de Vidas Plena y Abundante. Este seguimiento es lo único que nos hace cristianos verdaderos. Conclusión: Esta celebración tendrá sentido si nos impulsa, si nos llama no simplemente a hacer penitencia sino a entrar en el Reino de Dios como lo quería Jesús, si nos llama al seguimiento de Jesús que implica situarnos en la perspectiva de los que sufren, de los empobrecidos, de los excluidos. Hacer nuestros sus sentimientos y aspiraciones. Asumir su defensa. Seguir a Jesús. Por tanto es vivir la fraternidad sentida como compasión – misericordia y experimentada como servicio. Acercarnos a las personas en situación concreta, tener capacidad de sentir con el otro y actuar eficazmente en su favor. Con toda lógica Jesús en el Evangelio denunciará con dureza la actitud que bloquea la compasión: es decir, la indiferencia, que es ausencia de sensibilidad humana ante el sufrimiento del otro. No cabe ninguna duda la misericordia, fue ciertamente lo que llenó el corazón de Jesús. Lo central de su vida, su estilo más hondo. Jesús habla y teoriza sobre ella especialmente en la Parábola del Buen Samaritano – Luc 10, 25-37 -. Al hacerlo se describe a sí mismo y describe el
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elemento central de la misión de la iglesia. No fue lo único que hizo pero si fue lo que dio sentido y razón de ser a su misión y a su destino. Misericordia no es solo un sentimiento, es una acción: más exactamente una reacción en contra de los victimarios, de los que realizan el mal. La víctima tendida en el caminar toca la fibra más honda de lo humano: el corazón, sus entrañas para devolverle vida y dignidad. Entre nosotros esta misericordia toma muchas formas: Asistir a los desplazados, a los perseguidos Ayudar a la organización popular Defender los derechos humanos de los más débiles y excluidos: mujeres, niños, indígenas, afroamericanos, pobres. El horizonte de la misericordia en Jesús ha sido la liberación y su instrumento fundamental la justicia. Esto le ganó a Jesús el amor de las victimas y el odio de los victimarios. Por eso murió crucificado. Lo mataron porque estorbaba, es decir, porque desenmascaraba y denunciaba a las víctimas y decía la verdad para defender a pobres, indefensos, amenazados, oprimidos, torturados, desaparecidos, asesinados. Seguir a Jesús es en definitiva confiar en el Padre de todos, invocar su nombre santo y misericordioso, trabajar por la venida de un Reino, tomar la cruz de cada día en comunión con Jesús y los crucificados de la tierra y sembrar el espíritu de Jesús, por doquier. Un camino de humanización pues lo decisivo para Jesús y para el Dios que en Jesús se nos revela, no es la religiosidad, sino la humanidad. Al Padre, al Dios revelado por Jesús, se lo encuentra en la mesa compartida con otros. En el pan partido y compartido es donde el Padre se hace presente y se da a conocer. Es desde este pan partido y compartido donde Dios nos invita a dejar el corazón de piedra y revestirnos de un corazón de carne plenamente humano como lo fue el de Jesús. Nos invita a todos pero muy especialmente a sus sacerdotes.