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Instituto U. Ciencias de las Religiones

Los rostros de Dios Santiago Montero (Coordinador)

La lógica del don FRANCESC TORRALBA

Los apócrifos posmodernos MIREN JUNKAL GUEVARA

A vueltas con Dios en tiempos complejos (Conversaciones con G. Vattimo)

Un proyecto de vida es obra de la inteligencia, un esbozo mental de lo que uno aspira a llegar a ser. Es el fruto de una búsqueda interior. Sin proyecto la vida carece de sentido, de tensión.

JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ

Dios y la guerra JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Nadie desea apearse de la vida y jugar el papel de espectador, pero en muchas ocasiones todos sufrimos la tentación de abandonarlo todo, de dimitir de nuestros compromisos y dejar de existir. Cuando el demonio de la nada se adueña del espíritu no sirven los fármacos, ni las sesiones clínicas, tampoco los productos químicos, ni los bufones de la televisión. El único antídoto frente a la nada es el sentido. Solo la búsqueda interior de sentido puede neutralizar tal tentación. No elegimos existir; pero podemos elegir cómo existir. No elegimos cuánto tiempo vamos a estar en este mundo, pero sí podemos decidir cómo colmar de significado este tiempo. Podemos tratar de hacer con la vida un proyecto singular que posea sentido, que tenga valor para cada uno.

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Los rostros del mal

Francesc Torralba

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo? Interioridad y sentido

Francesc Torralba Nació en Barcelona en 1967. Estudió filosofía en la Universidad de Barcelona y teología en la Facultad de Teología de Cataluña. En la actualidad es profesor de la Universidad Ramon Llull de Barcelona e imparte cursos y seminarios en otras universidades de España y de Sudamérica. Forma parte de varios comités de ética. Actualmente es director de la cátedra Ethos de ética aplicada en

Francesc Torralba

la Universidad Ramon Llull, director del Ramon Llull Journal of Applied Ethics y presidente del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña. En 2011 fue nombrado por Benedicto XVI consultor del Consejo

Francesc Torralba

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Pontificio de la Cultura de la Santa Sede. Su pensamiento se orienta hacia la antropología filosófica y la ética. Está esencialmente preocupado por articular una filosofía abierta al gran público que pueda alternar profundidad y claridad al mismo tiempo. A lo largo de su trayectoria profesional ha recibido muchos premios de ensayo y ha publicado más de cincuenta libros de filosofía sobre temas muy variados.

(Interioridad y sentido) FRANCESC TORRALBA

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¿POR QUÉ PIERRE ANTHON DEBERÍA BAJAR DEL CIRUELO? Interioridad y sentido

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isbn 978-84-15995-02-9 © 2013-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid - España tel 913 344 883 - fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es

dirección editorial Juan Pedro Castellano edición Isabel Izquierdo dirección de arte Departamento de imagen y diseño GELV diseño de colección Mariano Sarmiento impresión Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España depósito legal: Z 1789-2013

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PRÓLOGO

Cuenta la novela Nada, de Janne Teller, que su protagonista, Pierre Anthon, siendo todavía un niño, se sube a lo alto de un ciruelo, porque llega a la conclusión, después de reflexionar a fondo, que no merece la pena vivir, que nada importa 1. Su gesto no es una provocación, ni la travesura de un pequeño crío burgués que desea llamar la atención de sus allegados para convertirse en el centro de las miradas y de los corrillos. Su movimiento obedece a la reflexión. No nace por imitación, tampoco por reacción. No está enfadado con nadie, ni ha sufrido ningún percance. No está frustrado. Sus padres le aman, no está disgustado con sus amigos, ni con sus maestros. Tampoco está dolido porque sus resultados académicos sean muy pobres. Todo lo contrario, es un estudiante brillante, capaz y disciplinado, el mejor dotado de la clase, el más lúcido. Se ha ganado el reconocimiento de todos y, sin embargo, decide subir a lo alto de un ciruelo para ver la vida pasar. Pierre Anthon no siente ira, ni rencor, al menos aparentemente. La vida le ha tratado bien. Nadie le ha abandonado. Vive 1

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J. Teller, Nada, Seix Barral, Barcelona, 2011.

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cómodamente en el seno de una familia burguesa. Tampoco ha experimentado la muerte de un ser amado. Su vida fluye con normalidad, con la cadencia propia de un niño de su edad en un país desarrollado. De casa a la escuela y de la escuela a casa y, así, semana tras semana, hasta las vacaciones. Luego, al regresar del verano, otra vez a empezar y, así, año tras año, hasta llegar a la universidad. Nada nuevo. Ninguna novedad. Después, en la universidad, vivirá más cursos, se someterá a más exámenes, gozará de otros veranos; sufrirá acaloradas pasiones juveniles y enamoramientos febriles. Alcanzará la tan deseada vida laboral, la estabilidad y fundará una familia. He aquí la foto final, el cuadro de rigor. Pierre Anthon anticipa las escenas de la obra que está representando. Es un niño; se encuentra, por lo tanto, en el primer acto del drama de la vida, pero puede intuir lo que será el segundo, lo que le espera en el tercero para llegar al acto final. Se ve a sí mismo, como joven, como adulto, como esposo serio y responsable, también como anciano y, finalmente, como un cadáver dentro del ataúd. No le gusta lo que ve. Desea apearse del tren de la vida, no se siente con fuerzas para convertir su existencia en una obra de arte, en algo único y singular. No puede rebobinar ni dar marcha atrás. Tampoco puede acelerar el paso de los días, ni las etapas de la vida. La existencia tiene su propio tempo. No puede no nacer. No puede no morir. Puede dejar de actuar, bajar del escenario y adoptar el papel de espectador. Eso es lo que hace cual Simón el Estilita. Le falta un objeto de deseo que haga latir su corazón, que mueva sus piernas, que excite su sensibilidad; un sentido, una razón, un para qué. Parece un hombre mayor, quemado por la

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vida, duro como el arado, asqueado, desengañado por un sinfín de promesas incumplidas. Lo parece, pero no lo es. No quiere reproducir, en su propio ser, el patrón social, pues tiene la impresión de vivir una vida adosada, una existencia precocinada que ya sabe, con antelación, qué sabor tendrá, antes saborearla. Pierre Anthon es la expresión de un estado de ánimo colectivo, la encarnación literaria del nihilismo indoloro que atenaza nuestra sociedad, del cinismo acomodado que la corroe por dentro. Y el nihilismo no es una broma, ni un pasatiempo; tampoco es una pura especulación filosófica; es un elemento patógeno que corroe el alma y frente al cual solo existe un antídoto: la búsqueda interior de sentido. Janne Teller refleja, a través del relato, algo más que una ficción literaria. Expresa el estado de ánimo de muchos ciudadanos que sienten en sus carnes la nada, y que no hallan una razón, un motivo, un sentido por el que luchar. También expresa la situación de muchos jóvenes de nuestras urbes tecnológicas. Muchos de ellos parecen habitar en otro mundo, desconectados de lo real; huyen de la insoportable complejidad de la vida, de las tensiones cotidianas; se revelan, secretamente, contra una sociedad que les escupe. El deseo de huir del mundo no es casual. Es el fruto de la indignación que muchos jóvenes experimentan contra una sociedad que no aprecia su preparación y que no les da cabida, ni posibilidad para desarrollar sus talentos ni sus capacidades. Muchos solo desean escapar, fugarse de la realidad cotidiana, otros tratan de instalarse en ella, y algunos, los más pocos, luchan para transformarla. Como escribe Viktor Frankl, «son especialmente los jóvenes los que, además de preguntar por el sentido de la vida, se atreven a cuestionarlo y no están dispues-

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tos a comulgar con las ruedas de molino de la tradición» 2. El índice de frustración existencial es especialmente elevado entre ellos. Nadie desea ser Pierre Anthon. Ningún maestro desea que sus alumnos se suban al ciruelo. Ninguna madre desea que su hijo dimita de existir. Y, sin embargo, la principal causa de muerte en los jóvenes, en los países desarrollados, es el suicidio. En este fenómeno concurren, evidentemente, muchos factores, pero sería insensato excluir la experiencia del vacío, la apatía vital, la crisis global de sentido, la desvinculación y la soledad no buscada. Escribe el sociólogo David Le Breton que muchos adolescentes y jóvenes optan por esta suspensión de sí mismos. Existe en ellos el deseo de desaparecer, les domina el sueño de ausentarse, la búsqueda de un coma. En el fondo no desean una muerte brutal y definitiva, sino reversible y maternal; en una palabra, una muerte sin cadáver. La preocupación no radica tanto en morir; más bien en no estar ahí 3. En el fondo, los jóvenes buscan un reconocimiento, un acompañamiento, una comprensión de sus sufrimientos. El deseo de ausentarse, de fugarse del mundo, de aislarse con los auriculares pegados a los oídos del trasiego del mundanal ruido tiene que movilizar a las instancias de la salud pública, a los organismos de prevención, de sostenimiento del adolescente, a las comunidades educativas, a la familia. La primera tarea que 2

V. Frankl, El hombre doliente, Herder, Barcelona, 1989, p. 69.

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Cf. D. Le Breton, En souffrance. Adolescence et entrée dans la vie, Métailié, Paris, 2002. David Le Breton es profesor de sociología en la Université de Strasbourg y Miembro del Institut Universitaire de France.

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maestros, terapeutas y educadores tienen que conseguir consiste en convencer a los jóvenes de que su existencia es preciosa, un don maravilloso; y despertar, en ellos, el deseo de vivir, el anhelo de existir. Nadie desea apearse de la vida y jugar el papel de espectador, pero, en muchas ocasiones, todos sufrimos la tentación de abandonarlo todo, de dimitir de nuestros compromisos y dejar de existir. Cuando el demonio de la nada se adueña del espíritu, no sirven los fármacos, ni las sesiones clínicas, tampoco los productos químicos, ni los bufones de la televisión, menos aún los estúpidos manuales de autoayuda. El único antídoto frente a la nada es el sentido. Solo la búsqueda interior del sentido puede neutralizar tal tentación. Lo que Pierre Anthon representa se puede denominar de múltiples maneras: vacío existencial, desidia, apatía vital o desgana. Puede, inclusive, llegar a tener manifestaciones de tipo patológico y derivar en formas de vida depresivas o semidepresivas, pero lo que él sufre no es una rareza, ni una anomalía del espíritu. Se llame como se llame, este estado de ánimo no es una estupidez, ni una sutileza para captar la atención. Tampoco es accidental. Nadie desea subirse al ciruelo. Parece una opción libre, pero no lo es. En el fondo, es una salida desesperada. No es algo que atañe solamente a una pequeña minoría de personas, pues todos estamos expuestos a ello, ya que todos llevamos, en nuestras entrañas, a un Pierre Anthon, que puede crecer y ahogarnos. No elegimos existir; pero podemos elegir cómo existir. No elegimos cuánto tiempo vamos a estar en este mundo, pero sí podemos decidir cómo colmar de significado este tiempo.

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Podemos tratar de hacer con la vida un proyecto singular que posea sentido, que tenga valor para cada uno. El sentido no se halla en el exterior; no está escrito en la naturaleza, ni en las paredes de las ciudades, tampoco en los libros de ciencias naturales. El sentido se halla en el interior del ser humano. Buscarlo es una posibilidad que está a nuestro alcance. Convertir la vida en un proyecto es una habilidad humana, porque es propio de todo ser humano planificar, calcular, anticipar y programar. El proyecto es un plan de futuro, algo que tiene una orientación y un fin. Cuando uno convierte su vida en un proyecto, no tiene la menor idea de si podrá culminarlo satisfactoriamente, pero, cuando menos, sabe para qué está viviendo, cuál es la meta de sus esfuerzos. Pierre Anthon no sabe para qué vivir. El proyecto es una obra de la inteligencia, un esbozo mental de lo que uno aspira llegar a ser. Es el fruto de una búsqueda interior. Solo quien proyecta puede frustrarse; puede desilusionarse, pero sin proyecto la vida carece de sentido, de tensión. El proyecto es, necesariamente, una obra personal. Nadie puede hacerlo por mí; nadie puede reemplazarme. Pierre Anthon representa una posibilidad que da que pensar. Es el síntoma de una época, el icono de una generación. Nos exige buscar motivos, razones para vivir. He aquí el sentido de estas páginas, pues lo que me propongo exponer, a través de ellas, son mis propias razones. Estoy convencido de que existen razones para vivir, pero también existen razones para subirse al ciruelo. Pierre Anthon no es un estúpido, tampoco es un comediante que no sabe cómo entretenerse. Sufre la tentación de la nada, la más temible de todas las tentaciones.

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Es un chaval, pero piensa como muchos adultos. Sus meditaciones desde lo alto del árbol son la vehemente expresión del nihilismo posmoderno, pero él no engaña, ni se engaña a sí mismo. Expresa con palabras claras y simples la conclusión a la que ha llegado. Parto de la tesis de que este personaje literario no es una mera construcción de la mente humana, ni una pura divagación literaria. Es una tentación siempre presente en nuestras vidas, una especie de demonio interior que, en ocasiones, se adueña de nuestra alma, nos susurra y nos conduce a lo alto del ciruelo para ver la vida pasar, como si ya no hubiera nada por lo que luchar, nada por lo que sufrir, nada por lo que temer; nadie a quién amar. ¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo? Porque, muy a pesar suyo, existen poderosas razones para vivir. De estas razones quiere dar testimonio este libro.

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Morgovejo, agosto de 2013

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I. PREÁMBULO PARA SUPERVIVIENTES

No solo de pan vive el hombre 4

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Escribe Viktor Frankl: «Los humanos necesitamos el sentido, lo necesitamos más que el pan» 5. Lo que Pierre Anthon desea es vivir su propia vida, quiere llenar de contenido esa posibilidad única que se le ha ofrecido, la de existir, ahora y aquí, pero el zagal no encuentra alternativa alguna. Nadie le convence de lo contrario y se sube al ciruelo. El guion que escribe, a lo largo de su infancia, lo hemos escrito todos mucho antes que él, con algunas variaciones de tono y de timbre, pero con la misma música de fondo. Por ello, nos resulta sumamente familiar. Tiene algo de tedioso, de cansino, de monótono, pero también posee sus alicientes, sus juegos, sus pequeñas fugas y diversiones.

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Texto bíblico del Evangelio de Mateo 4,4, que cita Deuteronomio

8,3. 5

Citado en E. Lukas, Viktor Frankl. El sentido de la vida, Plataforma, Barcelona, 2008, p. 177.

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Otros niños de su edad cuentan con más razones que él para dimitir de la existencia. Viven diariamente en condiciones infrahumanas; son explotados y vejados, tratados como pura mercancía o como fuerza productiva. Con frecuencia, son manejados como objetos sexuales. Los hay que sufren todo tipo de humillaciones y de abusos cotidianamente; sin embargo luchan para sobrevivir un día más, aunque sea de mala manera, soportando todo tipo de calamidades. Pierre Anthon goza de una vida fácil, como la de miles de niños en el denominado Primer Mundo. No sufre la lucha por la supervivencia, como esos niños de su edad que tienen que soportar duras jornadas de trabajo para persistir, aunque solo sea un día más, en ese miserable mundo. No es un resistente, ni un resiliente. Tampoco es un superviviente, ni un Lazarillo de Tormes posmoderno. Para él, el mundo no es un valle de lágrimas, ni un caos. Es, más bien, un escenario absurdo, un páramo donde nacen y mueren seres sin sentido; en el que pasan todo tipo de calamidades y de sufrimientos para, luego, desaparecer y formar parte del gran pantano del olvido, del depósito del anonimato. Él no quiere formar parte de esta Historia Universal, ni de esas luchas absurdas, pero lo han metido en ella muy a pesar suyo. El chaval del ciruelo vive confortablemente. No le falta de nada. Y sin embargo carece de lo fundamental, de una razón por la cual vivir, de un sentido que nutra de significado su existir en este mundo. Lo tiene todo; todo lo que un niño de su edad pueda desear y, a pesar de ello, carece de lo fundamental, de ese bien intangible que no puede cifrarse, ni medirse, tampoco cuantificarse;

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que no se puede vender, ni comprar. Carece del sentido, de la razón por la cual merece la pena vivir. La popular frase bíblica lo expresa de un modo preclaro: No solo de pan vive el hombre. Pierre Anthon lo sabe, pero nadie le ofrece una alternativa convincente. Está harto de pan, pero nadie se ha dado cuenta de que adolece de lo fundamental, de algo que no es pan, que no es tangible, que no es mensurable, que no pertenece al orden de lo material, sino de lo espiritual. Ahí está el meollo de su dramático dilema: puede seguir viviendo como los demás, persistir en la brecha a pesar de que nada de lo que hace ni de lo que espera tiene sentido para él, o puede huir, escapar, subirse al árbol y contemplar el mundo como aquel que está más allá del bien y del mal, para decirlo al modo de Friedrich Nietzsche; como aquel que está más allá de toda esperanza, pero también de toda desesperación. Solo puede desesperar quien espera, pero quien ya no espera nada tampoco sufre el suplicio de la espera, ni padece el tiempo. Pierre Anthon es un alma que ya no espera y un alma que no espera ya ha perecido. Como dice Søren Kierkegaard, le falta aire para respirar. Contempla el mundo sin ninguna intención; no persigue nada, ni siquiera los objetivos habituales de la condición humana: la fama, el reconocimiento, la gloria; ni fines tan extendidos entre los seres humanos como la riqueza o el poder. Nada le conmueve. Nada hace latir su corazón. Se podría decir que ha alcanzado un estadio de indiferentia mundi, aunque no exactamente al modo estoico. A pesar de ello, tampoco da muestras de serenidad, de paz, de esa paz, fruto del desasimiento, del desapego de todo objeto de deseo, que tanto ensalzan los místicos castellanos. Contempla pasivamente el mundo, pero

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con resignación. No vislumbra en él ni siquiera un ápice de eternidad; ningún vestigio de Dios. No espera nada, ni siquiera su muerte. Parece que nada pueda hacerle bajar del ciruelo. Pierre Anthon está lejos de la conciencia desesperada, al modo de Søren Kierkegaard. Tampoco padece el hambre de Dios, el hambre de inmortalidad de los atormentados personajes de don Miguel de Unamuno. La suya es una desesperación silente, discreta; es la resignada aceptación del sinsentido de la vida. El único antídoto a la desesperación, sea esta silente o ruidosa, radica en la práctica de la esperanza. «La esperanza —escribe Ernst Bloch— es el más humano de todos los movimientos del ánimo y solo accesible a los hombres, y está, a la vez, referido al más amplio y al más lúcido de los horizontes» 6. La esperanza anega la angustia. Es la confianza proyectada hacia el futuro, es la espera de un desenlace sobre el que no cabe la menor duda. La desesperación que sufre Pierre Anthon roza casi aquella nada a la que se aproximan todos los afectos de espera negativos. No hay un gesto de rebelión en él, al modo de Albert Camus. No es un hombre rebelde. No lucha contra el absurdo; tampoco lo padece con espíritu trágico. No tiene valor para edificar un sentido alternativo, para escribir su propio guion. Se fuga. Opta por vivir pasivamente, como espectador, y renuncia a toda acción, porque toda acción persigue, consciente o inconscientemente, un fin, se orienta hacia una meta que justifica el sudor, la descarga de energía, y eso es, justamente, lo que él descarta. 6

E. Bloch, El principio esperanza, vol. I, Trotta, Madrid, 2007, p. 105. La cursiva es de Ernst Bloch.

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Se trata, pues, de aprender la esperanza. La búsqueda interior del sentido tiene este cometido y ningún otro. ¿Para qué adentrarse en el propio ser si no es para hallar una razón para vivir y morir? La esperanza no es pasiva, da amplitud a los seres humanos, ensancha sus mentes y sus corazones, en lugar de angostarlos. El camino hacia la interioridad es una ocasión para vislumbrar destellos de esperanza, motivos para vivir, razones por las que luchar. De ahí la necesidad de hallarlo y de ejercitarse en él. El cínico y el trágico

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Cuando un ser humano llega a la conclusión, como el personaje de la novela, de que nada posee sentido, tiene tres opciones vitales: primera, seguir viviendo su vida, a pesar de no hallar en ella ningún sentido; segunda, dimitir de la existencia, cual espectador neutral; y tercera, buscar, con ahínco un sentido para su vida. Pierre Anthon podría optar por la primera parte de la disyuntiva. Podría seguir representando el guion social, el itinerario pensado para un niño de su edad; recorrer toda la secuencia de la narración, las cuatro estaciones de la vida humana, desde la infancia hasta la ancianidad pasando por la juventud y por la madurez, para luego morir. Podría limitarse a imitar a los demás y no interrogarse acerca de nada; no formularse preguntas de ningún tipo; fluir, dejar los días pasar, cumplir con los rituales del entorno y, finalmente, desaparecer, como todos, del gran escenario del mundo. Podría, en definitiva, vivir únicamente en la exterioridad, apelmazado en el medio; pero él se ha adentrado en la

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vida interior, ha tomado consciencia de su existir y ya no tolera una existencia puramente vegetativa o inconsciente. Pierre Anthon no es un cínico. No le gusta jugar al arte de la comedia, no desea vivir una vida que carezca de sentido. Lo propio del cínico posmoderno es la simulación y la hipocresía, pero el protagonista de Nada siente nostalgia de la autenticidad. Ha empezado su búsqueda interior, pero ha llegado a una trágica conclusión. ¿Será posible mostrarle que la indagación interior no necesariamente conduce a tal fin? ¿Acaso toda vida interior desemboca en el nihilismo? Si así fuere, no tendría ningún sentido suscitar tal proceso. Lo que salva a la persona del tedio vital, de la desgana y la pasividad no es la salida a la exterioridad; es, precisamente, el camino hacia la interioridad, el mismo que ha emprendido Pierre Anthon. La diferencia entre el cínico y el trágico radica en el arte de la simulación. El trágico se retira del mundo, porque sabe que en él no hay nada que hacer, mientras que el cínico, aunque participa de la misma sabiduría nihilista que el trágico, simula que existe un sentido, vive como si lo hubiera, da la impresión de que lucha por algo noble, que cree en alguna utopía; simula el compromiso, la vinculación, la fe, pero, en el fondo, solo le guía el instinto de conservación. Escribe Ernst Bloch: «Causa posiblemente más alegría un nazi convertido que todos los cínicos y nihilistas juntos» 7. El cínico posmoderno sabe, como Pierre Anthon, que nada tiene sentido, que ninguna lucha merece su sangre, su dolor y 7

E. Bloch, El principio esperanza, vol. I, ob. cit., p. 507.

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sus lágrimas; pero da la sensación de ser un luchador convencido, un hombre de convicciones, dispuesto a entregarlo todo por su causa. Al cínico no le mueve otra causa que su bienestar material y su confort; domina el arte de la simulación hasta tal extremo que sus coetáneos llegan a creer en sus intenciones altruistas. A un buen cínico jamás se le nota que lo es. Ahí radica la verdadera gracia del cínico: juega tan bien su papel en el Gran Teatro del Mundo que solamente él sabe que miente. Nadie se da cuenta, ni siquiera los más allegados. Domina perfectamente la mise en scène, sabe lo que hay que decir, cuándo hay que decirlo; sabe lo que hay que hacer para gustar, tanto en el Partido como en el Sindicato, tanto en la vida privada como en la vida pública, pero en sus adentros no cree en nada. Anima a los jóvenes a comprometerse, pero no cree en los jóvenes, ni en el compromiso social. Anima a sus compañeros a manifestarse, pero no cree en el sindicato, ni en las manifestaciones; mucho menos en la transformación social. Anima a los ecologistas a luchar por un mundo más armónico, pero no cree en los verdes, ni en la salvación del planeta. Escribe el filósofo francés Gabriel Marcel: «El hombre que no cree en nada, el hombre que no se siente vinculado a nada, es literalmente un hombre sin lazos. Pero ese hombre no puede existir. La existencia sin lazos no es posible. Falta saber en qué se convierten los lazos allí donde ha desaparecido no solamente la creencia en sentido pleno, la creencia en otra cosa, ¿tal vez podríamos decir también la creencia en la vida? ¿En dónde pone la atención el hombre? Yo diría crudamente: en él mismo» 8.

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G. Marcel, El mal está en nosotros, Fomento de Cultura, Valencia, 1959, pp. 71-72.

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Lo que no puede resistir el cínico posmoderno es el silencio. No puede sostener la mirada frente al espejo porque odia lo que ve reflejado en él, pero no es capaz de cambiarse a sí mismo. No es audaz para emprender el camino interior, menos aún la indagación consciente sobre su propio ser y su modo de habitar el mundo. El silencio le revela una verdad que no está dispuesto a hospedar y, por ello, escapa de él siempre que asoma el hocico por el horizonte. Pierre Anthon no disimula. No está dispuesto a vivir su vida como si tuviera sentido; a simular que goza de una existencia maravillosa, rebosante de felicidad. Parece haber sido objeto de una tremenda revelación o haber catado la amarga sabiduría de Sileno. Friedrich Nietzsche se hace eco de ella en El nacimiento de la tragedia (1872), su primera obra de juventud. Sileno expresa lacónicamente su sabiduría: Lo mejor para el ser humano es no haber nacido; pero una vez nacido, lo mejor para él es morir lo antes posible. Pierre Anthon no está resentido con la vida, ni siente asco por la existencia como el protagonista de La Náusea, de Jean-Paul Sartre, que deambula, perdido, por las avenidas y los bulevares de París, como un alma en pena. Este se siente de más en el mundo, se percibe a sí mismo como una excrecencia que está de sobras, como un vómito del ser. El chaval del ciruelo no siente el deseo de aniquilarse, tampoco grita, como Segismundo en La vida es sueño, que el mayor delito es haber nacido. Simplemente se retira discretamente de la vida, sin hacer ruido, se «apea» en un árbol y abandona la lucha por el sentido. De no ser por sus amigos, que tratan de persuadirlo, Pierre Anthon se quedaría solo en

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ese árbol, de manera indefinida, sin decir nada, sin protestar, sin gemir. No está dispuesto a convertir su existencia en un vodevil, en una comedia de salón con final feliz. Desea vivir una vida singular, distinta, única, colmada de sentido, pero no es capaz de hallar algo que, verdaderamente, se convierta en la fuerza motriz de su existencia. El estudio no le llena. El trabajo hipotético que le prometen, después de haber estudiado, tampoco. La estabilidad económica de sus padres no le seduce. Tampoco se siente motivado a crear, a darse a los otros, a investigar los entresijos de la materia, a montar una gran empresa o a viajar por el ancho mar y descubrir tierras inhóspitas. Nada colma su deseo. Nada satisface su voluntad de sentido. Está poseído por el vacío existencial. Ha descubierto algo muy humano, a saber, que el deseo jamás se colma en este mundo. Este descubrimiento no es menor; posee una gran trascendencia; puede elevar a un ser humano al plano de lo inmaterial, pero puede, también, hacerle sucumbir a la nada. Todo ser humano, con ingenio y astucia, puede dar satisfacción a ciertos apetitos, pero el deseo de plenitud que late en sus profundidades persiste mientras subsista su ser. Se transforma, cambia de objeto, pero nada lo satisface plenamente. El camino interior empieza con este descubrimiento, pero no necesariamente conduce a la frustración, ni a la fatalidad. Los demás, el círculo de compañeros que rodean a Pierre Anthon, no se preguntan si sus vidas poseen o no sentido; simplemente se evaden de la pregunta, y cuando esta, por algún intersticio, irrumpe, la censuran. Esta es la diferencia

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entre él y el mundo que le rodea. Esta es la diferencia entre el que ha emprendido con autenticidad la búsqueda interior del sentido y el que vive instalado en la exterioridad, respondiendo a estímulos y desparramado en la realidad que le circunda. Él piensa, pero el pensar, como el ser y como el amar, se dice de muchas maneras. No necesariamente desemboca en las tesis de Pierre Anthon. Sin embargo, cuando uno realmente emprende la aventura de pensar por sí mismo, sin censuras ni trampas, no sabe qué acabará pensando de sí mismo y de la vida; ni sabe, tampoco, qué meandros y qué ondulaciones dibujará su pensamiento. El pensamiento es libre. Con frecuencia es la única libertad que el mundo preserva en su pureza. La libertad de movimientos se limita en muchos enclaves del mundo. La de expresión se censura cuando uno no se atreve a cruzar el límite de lo políticamente correcto. Precisamente porque es una actividad libre, el pensamiento, cuando es personal e imprevisible, nadie sabe por qué vericuetos le llevará. Tiene una dimensión de aventura. La conclusión a la que llega Pierre Anthon es viable y legítima, pero no es la única conclusión posible que uno alcanza cuando piensa su vida, su presente y su futuro. Discrepo radicalmente de su conclusión; pues creo que existe una urdimbre de razones para vivir y que la búsqueda interior ilumina tales sentidos; pero no me resulta extraña su forma de pensar, porque, en determinados momentos de mi vida, he recorrido los mismos valles y congostos que ha recorrido Pierre Anthon.

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Instituto U. Ciencias de las Religiones

Los rostros de Dios Santiago Montero (Coordinador)

La lógica del don FRANCESC TORRALBA

Los apócrifos posmodernos MIREN JUNKAL GUEVARA

A vueltas con Dios en tiempos complejos (Conversaciones con G. Vattimo)

Un proyecto de vida es obra de la inteligencia, un esbozo mental de lo que uno aspira a llegar a ser. Es el fruto de una búsqueda interior. Sin proyecto la vida carece de sentido, de tensión.

JOSÉ MIGUEL NÚÑEZ

Dios y la guerra JOSÉ CARLOS RODRÍGUEZ SOTO

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Nadie desea apearse de la vida y jugar el papel de espectador, pero en muchas ocasiones todos sufrimos la tentación de abandonarlo todo, de dimitir de nuestros compromisos y dejar de existir. Cuando el demonio de la nada se adueña del espíritu no sirven los fármacos, ni las sesiones clínicas, tampoco los productos químicos, ni los bufones de la televisión. El único antídoto frente a la nada es el sentido. Solo la búsqueda interior de sentido puede neutralizar tal tentación. No elegimos existir; pero podemos elegir cómo existir. No elegimos cuánto tiempo vamos a estar en este mundo, pero sí podemos decidir cómo colmar de significado este tiempo. Podemos tratar de hacer con la vida un proyecto singular que posea sentido, que tenga valor para cada uno.

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Los rostros del mal

Francesc Torralba

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo? Interioridad y sentido

Francesc Torralba Nació en Barcelona en 1967. Estudió filosofía en la Universidad de Barcelona y teología en la Facultad de Teología de Cataluña. En la actualidad es profesor de la Universidad Ramon Llull de Barcelona e imparte cursos y seminarios en otras universidades de España y de Sudamérica. Forma parte de varios comités de ética. Actualmente es director de la cátedra Ethos de ética aplicada en

Francesc Torralba

la Universidad Ramon Llull, director del Ramon Llull Journal of Applied Ethics y presidente del Consejo Asesor para la Diversidad Religiosa de la Generalitat de Cataluña. En 2011 fue nombrado por Benedicto XVI consultor del Consejo

Francesc Torralba

¿Por qué Pierre Anthon debería bajar del ciruelo?

Pontificio de la Cultura de la Santa Sede. Su pensamiento se orienta hacia la antropología filosófica y la ética. Está esencialmente preocupado por articular una filosofía abierta al gran público que pueda alternar profundidad y claridad al mismo tiempo. A lo largo de su trayectoria profesional ha recibido muchos premios de ensayo y ha publicado más de cincuenta libros de filosofía sobre temas muy variados.

(Interioridad y sentido) FRANCESC TORRALBA

> colección Expresar Religioso C I 105180

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