San Juan XXIII. Un modelo de pastor

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José Luis González-Balado Janet Nora Playfoot Paige

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Antes de ser conocidos como papa Juan XXIII y como madre Teresa de Calcuta, lo fueron ambos como Angelo Giuseppe Roncalli (Sotto il Monte, Bérgamo, Italia: 25 de noviembre de 1881), y como Gonxha Bojaxhiu (Skopje, Macedonia: 26 de agosto de 1910). Considerados uno y otra grandes santos, no solo por cristianos católicos, sino también por practicantes de otras religiones y hasta de ninguna, José Luis González-Balado y su esposa Janet Nora Playfoot Paige han documentado en español y en otras lenguas a las que sus libros han sido traducidos los méritos de los dos grandes santos del siglo XX. Para la biografía de Juan XXIII contaron con fuentes tan fidedignas como un frecuente intercambio con su secretario

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Juan XXIII, un modelo de pastor y quizás el papa más querido de la historia y albacea monseñor Loris F. Capovilla, así como con el resobrino, escritor y biógrafo del Papa Buono, doctor en Historia, Marco Roncalli. Asimismo, para expresarle devoción y contrastar datos, Janet Nora y José Luis visitaron varias veces, en la cripta vaticana, la tumba, siempre inundada de flores, del Papa inolvidable, acudieron a su pueblo natal de Sotto il Monte y asistieron a su beatificación el 1 de septiembre de 2000 por Juan Pablo II. Por todo ello, esta biografía está contada desde el sentimiento personal de los autores con el deseo de que la figura de Juan XXIII sea conocida desde los detalles más personales y emotivos de este papa que sin duda tuvo un papel vital y renovador para la Iglesia católica en el siglo XX, especialmente como convocador y motor del Concilio Vaticano II.

J. L. González-Balado / Janet Nora Playfoot Paige

Otros de sus biografiados son José María de Llanos, Joaquín Ruiz-Giménez o Pablo VI.

José Luis González-Balado Janet Nora Playfoot Paige

San Juan XXIII

Pastor

Ambos, grandes conocedores y difusores del pensamiento y la personalidad del papa Juan XXIII, irradian la admiración por la fe y la obra de este papa al que consideran inolvidable y por el que sienten una gran devoción. Son autores también de numerosas obras sobre Teresa de Calcuta traducidas a varias lenguas. A la madre Teresa de Calcuta la conocieron y trataron personalmente, lo mismo que a sus Hermanas Misioneras de la Caridad, con las que colaboraron y siguen colaborando en España y en varios países. Con relación al Papa Bueno, han podido beber, además de en otras fuentes fidedignas, en una larga amistad y frecuentación de un singular Loris F. Capovilla, elevado por el papa Francisco a un cardenalato testimonial, reconociéndolo —en expresión de un fiel admirador— «más que secretario particular y albacea testamentario, hijo espiritual de san Juan XXIII».

Estimado papa Francisco, gracias de todo corazón por haber identificado en la vox pópuli la convicción unánime sobre la santidad del papa Juan XXIII.

A cuantos —¡cuántos…!—, antes y más que nosotros, han llevado y siguen llevando en sus corazones al que ha sido uno de los papas más queridos de la historia: san Juan XXIII.

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Pastor

Gracias muy cordiales a monseñor Loris Francesco Capovilla que tantas veces nos ha hablado con afecto y convicción del que fue siempre para él en la intimidad —¡también para nosotros!— san Angelo Roncalli (papa Juan XXIII).

José Luis González-Balado / Janet Nora Playfoot Paige Foto © Agusti Carbonell

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JOSÉ LUIS GONZÁLEZ-BALADO JANET NORA PLAYFOOT PAIGE Prólogo del cardenal Loris Francesco Capovilla

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isbn 978-84-15995-05-0 © 2014-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid - España tel 913 344883 - fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es coordinación de la obra Santiago Montero

dirección editorial Juan Pedro Castellano edición José Ramón Díaz Gijón dirección de arte Departamento de imagen y diseño GELV diseño de colección Mariano Sarmiento impresión Edelvives Talleres Gráficos. Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España depósito legal: Z 432-2014

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970 / 932720447).

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ANGELO RONCALLI PEREGRINO POR ESPAÑA EN 1950 Y 1954 Prólogo de Loris F. Capovilla, secretario de Juan XXIII

Al disponerme a redactar un breve prólogo sobre la figura de hombre y de cristiano, de eclesiástico y de pastor, que fue Angelo Giuseppe Roncalli para esta obra escrita por José Luis González-Balado y su esposa Janet Nora Playfoot sobre Juan XXIII, viene a mi mente un libro que me cautivó en mi adolescencia, titulado Spagna meravigliosa. Su autor, Luigi Ziliani, un sacerdote escritor de Brescia, había recorrido por los años treinta la península Ibérica en vagones de tercera clase, para conocer mejor y tratar de cerca a los verdaderos representantes del pueblo, labradores y obreros. Aquella lectura, que permanece grabada en mi fantasía, despertó en mí gratas sensaciones y fomentó afecto y respeto hacia España y sus gentes, sentimientos que perduraron a lo largo de los años y que se habían de intensificar, más tarde, en conversaciones con el papa Juan, de quien puedo asegurar que tenía en gran aprecio a España y que sentía un vivo interés por su historia y por sus mejores tradiciones. Angelo Giuseppe Roncalli solía recordar, entre sus bienhechores, al español fray Tomás de la Pasión, con quien se había encontrado en los ejercicios espirituales que hizo en el con-

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vento de los Santos Juan y Pablo del Aventino, en Roma, del 1 al 10 de agosto de 1904, cuando se preparaba para su ordenación sacerdotal. España, en lo que representó a lo largo de los siglos y en la historia reciente, incluyendo sus aspectos dramáticos y sus violentos contrastes, ocupaba un lugar destacado en el corazón del papa Roncalli, naturalmente inclinado a pensar que los motivos de gozo y de esperanza superan innegables crisis e involuciones. He aquí, pues, mi modesto tapiz tejido con manos y corazón de artesano y con el deseo de acercarme a la sensibilidad del pueblo español (al que presumo conocer y hacia el que siento un gran aprecio) y de cuantos en el mundo, particularmente en América, hablan la lengua castellana. Lo he bosquejado mientras mil argumentos y sugestiones bullían en mi cabeza. Lo he compuesto con temor y osadía, en la seguridad de ser comprendido y aceptado. Bien saben mis buenos amigos José Luis González-Balado y Janet Nora Playfoot Paige (que más de una vez me han visitado aquí y me llaman a menudo por teléfono) que vivo entre los muros de Camaitino en Sotto il Monte. Este caserón conserva, entre otros muchos, recuerdos de las dos visitas que Angelo Giuseppe Roncalli hizo a España en 1950 y 1954. Y guarda también los regalos que recibió de sus numerosos amigos españoles durante el quinquenio pontifical, rememorando momentos sagrados y profanos en los que se mezclan nombres de héroes y de santos, de santuarios e instituciones culturales, testimonios antiguos y recientes. Cuando por la mañana digo la misa en el altar donde celebraba el papa Juan, tengo ante mí el tabernáculo de esmaltes,

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obra maestra del artesanado español. Al bajar las escaleras, me topo con Nuestra Señora de Montserrat. Preside el dormitorio de quien luego fue papa la Virgen de Covadonga. Un severo crucifijo español dieciochesco de madera vigila mi sueño. Cuando mis amigos José Luis y Janet Nora me pidieron un prólogo para su libro, expresaron el deseo de que recogiera detalles susceptibles de interesar particularmente a los lectores españoles de su biografía. Creo que nada puede atraerles tanto como unos apuntes en los que Angelo Giuseppe Roncalli registró sus impresiones a raíz de su recorrido-peregrinación por España. El futuro Juan XXIII realizó su doble peregrinación por España en dos años. Cuando era nuncio en Francia, regresando de una visita al norte de África (abril de 1950); y cuando ya era arzobispo de Venecia, con motivo de una peregrinación a Lourdes (julio de 1954) que prolongó con una peregrinación por el norte de España:

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Granada, 17 de abril de 1950: Dije misa en la iglesia de San Juan de Dios, y tuve la inmensa satisfacción de celebrar ante la urna colocada en la capilla del gran héroe de la caridad. Córdoba, mismo día: ¡Maravillosa mezquita con 850 columnas y sus arcos! ¡A qué punto habían llegado los árabes en su tiempo! Burgos, 20 de abril de 1950: Visita muy interesante a la catedral. Inolvidable el guía con sus grandes llaves, una especie de Sancho Panza que nos hizo disfrutar de este verdadero museo de arte. San Sebastián, jueves 15 de julio de 1954: El paso de Francia a España resultó facilísimo. En casa de D. José Laboa encontré

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la típica familia católica; todos con mentalidad y sentimiento religiosos. Viernes, 16 de julio de 1954: Pude prepararme debidamente para la fiesta del Carmen. A las diez, después de confesarme, salí para visitar el Santo Crucifijo de la iglesia de Lezo. Acogidas populares por parte de la buena gente. Pasé por Añorga en plena fiesta del Carmen. Visita luego a la residencia del obispo, el nuevo seminario. Sábado, 17 de julio de 1954: Visitas a Azpeitia y Loyola. Paisaje parecido al de los valles bergamascos, quizá algo más abierto. En Loyola, acogida alegre por parte de profesores y alumnos. Impresiones excelentes por una y otra parte. La casa de san Ignacio, con la capilla interesantísima, devota, artística, acaso rica en exceso. Pero se trata del gran fundador y padre… Domingo, 18 de julio de 1954: Acepté celebrar la misa parroquial en Pasajes, en la iglesia de San Juan Bautista: todos los fieles presentes, órgano y coro a tope, numerosísimas comuniones… Después partimos para Javier (Navarra). Parada en Pamplona. ¡Oh, qué maravilla aquella catedral, digna capital de Navarra, y aquel claustro de los canónigos de estilo gótico! A la vuelta pasamos por el valle de El Roncal. Vuelve el verde, el verde del Valle Imagna; pueblo limpio, buen párroco. Pero su nombre es un misterio para mí 1. Lunes, 19 de julio de 1954: La peregrinación de ayer a Javier me gustó bastante, pero me dejó algo cansado. Supe a la vuelta que ayer, a las tres de la tarde, una hermana de D. Laboa había tenido una niña y me pidieron que la bautizase yo mismo. ¡Por

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El futuro papa intuía en el nombre del valle (El Roncal) cierta afinidad con su apellido: Roncalli. 1

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qué no complacerlos! Sus padres se muestran tan amables conmigo… Salimos luego hacia Bilbao. Cada vez España es más atractiva. A las dos de la tarde, en el santuario de Begoña, hicimos nuestros rezos. […] Desde allí proseguimos para Comillas, la gran universidad de los jesuitas en las cercanías de Santander. Un panorama hermosísimo. Los padres jesuitas se mostraron con nosotros gentiles y cordiales. Martes, 20 de julio de 1954: Hoy, en Comillas, he pasado un mal día. Alguna comida un poco fuerte y un poco de frío han indispuesto ligeramente mi estómago. Solo logré librarme con un poco de sulfato de soda. A duras penas logré celebrar la Santa Misa, teniendo luego que guardar cama todo el día, como ya me había ocurrido en Madrid, en 1950. Empezaba a temer por la prosecución de mi peregrinación. Miércoles, 21 de julio de 1954: Prosecución del viaje hacia Covadonga (Asturias) en condiciones perfectas tras el temporal de ayer. A las diez decía la Santa Misa en Covadonga, en la cueva de Nuestra Señora. ¡Oh, qué hermosas horas pasé en Covadonga, lugar sagrado del patriotismo español desde el 737, cuando murió Pelayo, primer liberador del país de la dominación musulmana! ¡Ah, Covadonga, nombre inolvidable! Desde allí bajamos a Oviedo y visitamos la magnífica catedral. De Oviedo fuimos a Gijón… Jueves, 22 de julio de 1954: Gijón, Mondoñedo, Lugo, Santiago. Fue un trayecto de unas seis horas con un ligero incidente de circulación: una señora más bien anciana, escasa de movilidad, que cayó al lado de la moto (sic). Pero fue algo sin mayores consecuencias. Se resolvió en un ligero retraso. Nos paramos en Mondoñedo, sede episcopal, donde el obispo nos acogió con toda amabilidad. Luego nos acompañó al Seminario reconstrui-

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do y hasta el santuario de Nuestra Señora de los Remedios. Proseguimos hacia Lugo, donde visité la catedral, hermosa, pero recargada en exceso de barroco. Hacia las 20 horas llegada a Santiago, donde cumplí inmediatamente el voto con el abrazo al Apóstol. Viernes, 23 de julio de 1954: En Santiago, el cardenal Fernando Quiroga y Palacios, cordialísimo y contento. Mi Santa Misa, en el altar mayor, rico y barroquísimo. Cumplí con mis devociones. Después, en compañía del cardenal Quiroga, di la bienvenida al cardenal Maurice Feltin y a la peregrinación de París. Más tarde asistimos al balanceo del botafumeiro. Banquete alegre con el Arzobispo Cardenal. […] Ocupé la tarde en la visita al complejo monumental de la basílica de Santiago y proximidades. ¡Qué maravilla y cuánta riqueza! Sábado, 24 de julio de 1954: Muy de mañana, Santa Misa en Santiago. Despedida y salida. A mediodía [estábamos] en la pequeña ciudad de Astorga. Catedral bellísima y rica, palacio episcopal nuevo. Clero reunido en el seminario por ejercicios espirituales. Proseguimos para León, la Septima Legio de Augusto. Catedral maravillosa, en gótico francés, síntesis de Reims y de Amiens, posiblemente la más hermosa de España. También el obispo, monseñor Luis Almarcha Hernández, es muy bueno y cortés. Con él pude razonar largamente. Diócesis extensa y rica de iglesias, de sacerdotes y de fervor. Llegada tardía a Salamanca. Domingo, 25 de julio de 1954: Alojamiento, en Salamanca, en una residencia del Opus Dei. Celebro la Santa Misa en la capilla. Jóvenes que asisten con dignidad y fervor. El obispo, dominico, monseñor Francisco Barbado y Viejo, extremadamente amable. También sus catedrales, la nueva y la vieja, interesantísimas. Con el obispo, que insistió en que comiéramos con él, visitamos

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con vivo interés, diría que con emoción, las cosas principales: Plaza Mayor, Palacio de las Conchas, el seminario, institutos o iglesias históricas, que conservan el eco de recuerdos innumerables y conmovedores. El obispo me acompaña hasta Alba de Tormes, donde veneramos el cuerpo de santa Teresa, que allí murió. Proseguimos hacia Ávila, pero no pudimos visitar el interesantísimo convento de la Encarnación. Lunes, 26 de julio de 1954: Valladolid. Llegamos ayer ya tarde. Huéspedes del Arzobispado, que preside monseñor José García y Galdaraz. Ciudad característica, en el centro de una archidiócesis no muy extensa. Celebré la Santa Misa en el templo votivo del Sagrado Corazón. Muy interesante la visita al museo de arte español del Colegio San Gregorio. Emprendido nuevamente el viaje, hicimos una parada brevísima en los Franciscanos en Soria. Llegamos a Zaragoza muy entrada ya la noche. Martes, 27 de julio de 1954: ¡Qué maravillas y qué riquezas también aquí, tanto en el Pilar como en la catedral! Cosas impensadas y que superan toda imaginación. El viaje me llevó hasta Lérida, a las puertas de Cataluña. También aquí, el obispo, monseñor Aurelio del Pino Gómez, nos dispensó la acogida más cortés en su gran Seminario, donde vive él. Por la tarde llegamos a Montserrat, donde los numerosísimos peregrinos se unieron a los monjes para recibir al Patriarca de Venecia. ¡Montserrat es un paraíso de belleza y de paz! Miércoles, 28 de julio de 1954: En la celda del Abad pude apreciar la riqueza y extraordinaria importancia de este monasterio, opus mirabile oculis («obra admirable para la vista»), lugar de oración, de estudio y de arte, gloria de España. Encontré aquí una cortesía sin par, digna conclusión de cuanto constituyó mi gozo en esta peregrinación por España. Desde allí hicimos una

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escapada a Manresa, la famosa gruta de San Ignacio, y bajando hacia Barcelona nos alcanzó el arzobispo de Barcelona, monseñor Modrego y Casaus, que luego me acompañó a su hermosa catedral. Desde allí me dirigí luego hacia la frontera francesa.

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No dudo de que los lectores españoles apreciarán estos breves apuntes sobre la doble peregrinación por España del primer nuncio en Francia (1950) y después patriarca de Venecia (1954). Queridos Janet Nora y José Luis: Juan XXIII habla a los españoles como padre que estima a sus hijos y sabe que son capaces de reformarse y ponerse al día, de captar el sentido del binomio acuñado por él, y por Pablo VI ampliamente ensalzado: fidelidad y renovación. La simple fidelidad reduciría la Iglesia a un museo. La simple renovación la llevaría a la anarquía. Dejó dicho el propio Juan XXIII: «La Iglesia no es un museo arqueológico. Es la antigua fuente de la aldea que surte de agua a las generaciones anteriores y actuales». + Card. Loris F. Capovilla Sotto il Monte, 25 de noviembre de 2013

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SAN JUAN XXIII En Sotto il Monte, en Roma y en el mundo entero

Hay quien dice que un autor —que en este caso somos dos, marido y mujer— debería desaparecer detrás de su tema. ¿Significa eso que tendríamos que omitir detalles subjetivamente importantes, de los que hemos sido testigos? Eso ocurriría si pasásemos por alto una relación en algunos aspectos cercana al protagonista de este perfil biográfico. Lo esencial de tal relación es habernos encontrado —en parte virtualmente— en la Plaza de San Pedro el día (28 de octubre de 1958) en que Angelo Giuseppe Roncalli fue elegido sucesor del recién fallecido Pío XII. Haber estado en la basílica vaticana el día (4 de noviembre de 1958) en que Juan XXIII fue coronado papa. Haber asistido a un cierto número de actos del papa Roncalli en el Vaticano y fuera, en su residencia de Castelgandolfo, en algunas de sus visitas a las parroquias de su diócesis de Roma, en su viaje a Loreto y Asís el 4 de octubre de 1962. Haber presenciado el acto más trascendental de su pontificado: la inauguración del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962) y haber vivido de cerca el agravamiento de su enfermedad y el luto-triunfo de su muerte (3 de junio de 1963).

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No podíamos renunciar a su beatificación el 3 de septiembre de 2000. Tal ausencia hubiera representado una frustración, habida cuenta, además, de que contamos con todas las facilidades. Estuvimos en la Plaza de San Pedro y tuvimos el privilegio de asistir muy de cerca a un acontecimiento que llegó con retraso. Pudo haber llegado antes. Su beatificación por Juan Pablo II fue un episodio positivamente feliz. El viaje que nos llevó a Roma tuvo antecedentes difíciles de olvidar. A finales de 1998 se nos había brindado la oportunidad de un viaje-premio al extranjero. No había sido fruto de ningún banal concurso televisivo ni se trató de uno de esos premios vinculados a promociones comerciales o a operaciones de marketing. El destino del viaje quedaba a nuestra elección. Con tal posibilidad abierta tropezamos, en un diario nacional, con la noticia, simple rumor, de que, con motivo del Año Jubilar, Juan XXIII sería elevado al honor de los altares. Sin titubeo, decidimos que el destino del viaje fuese Italia, con visitas a Sotto il Monte y Roma. Más que un viaje de recreo, lo nuestro quería ser una especie de peregrinación a dos lugares estrechamente vinculados con la memoria del beato en ciernes. Sotto il Monte queda lejos de Roma, pero relativamente cerca de Milán. Por eso, en lugar de por Roma, quisimos empezar el viaje por Sotto il Monte, donde el futuro papa abriera los ojos a la luz de este mundo el 25 de noviembre de 1881, y adonde acuden sin cesar peregrinos de todo el mundo. Había una razón añadida para que empezásemos el viaje por el norte en lugar de por Roma: en una fracción de Sotto il

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Monte llamada Camaitino teníamos un amigo que representa la más fiable referencia para todo lo relacionado con Juan XXIII: el arzobispo, hoy cardenal, Loris F. Capovilla, que fue, durante quince años de la vida de Angelo Giuseppe Roncalli, su secretario particular, y que ha sido, desde su muerte, una especie de memoria viviente, lúcida y fiel, del Papa Buono. Dado el enfoque que queríamos dar a nuestro viaje, empezarlo por la visita a monseñor Loris F. Capovilla resultaba particularmente conveniente por una razón añadida: puesto que la noticia leída en el periódico aparecía más como rumor que como certeza, pensamos que difícilmente podría informarnos nadie con mayor precisión que nuestro fiel amigo. Las cosas aún se pusieron mejor tras realizar la primera gestión que fue, antes todavía de sacar los billetes de avión Madrid-Milán-Roma-Madrid, telefonear a un amigo que ejercía en la capital lombarda. Le hablamos de nuestro viaje y de la intención de visitar a monseñor Loris F. Capovilla en Sotto il Monte. Nos dijo que para fijar una cita con monseñor Capovilla contaba con un intermediario seguro: Marco Roncalli, resobrino de Juan XXIII, estrechamente vinculado con el que fuera secretario de su tío abuelo. Desembarcados en el aeropuerto milanés de la Malpensa un lluviosísimo sábado al anochecer, teníamos ya confirmación de la cita, para la tarde del día siguiente, con monseñor Loris F. Capovilla en Camaitino-Sotto il Monte. Comprobaríamos que, a pesar de los años, Loris Capovilla seguía siendo un conversador brillante, con una envidiable memoria y una bien actualizada erudición histórico-literaria. Nuestra conversación con él giró en torno a un tema mono-

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gráfico que no podía ser otro que Juan XXIII, el lector comprenderá que las tres horas que había durado nuestra tertulia nos supiesen a poco. Salimos con deseo nuestro e invitación por su parte de volvernos a encontrar, cosa que felizmente habría de ocurrir varias veces. 3 de septiembre del Año Jubilar 2000

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En el día elegido para su beatificación, Juan XXIII compartió protagonismo con cuatro «beatificandos» más: un papa y un obispo-fundador italianos, Pío IX y Tommaso Reggio; un fundador francés, Guillaume-Joseph Chaminade, de los Marianistas; y un monje benedictino irlandés, Columba Marmion. El más cuestionado del grupo de «beatificandos», Pío IX, había definido como penúltimo dogma —en 1870, en el Concilio Vaticano I por él convocado— el de la infalibilidad pontificia. Aparte de que, desde tal definición hacía más de un siglo, solo un papa, Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, había comprometido tal infalibilidad, no hay constancia de que la definición implicase absoluta oportunidad de todos y cada uno de los gestos pontificios. Que todas las circunstancias que rodearon la beatificación del papa reconocido como más bueno y querido y santo de la historia del papado fueran oportunas, puede tener la obligación de decirlo quien de ello esté convencido. No se les escapará decir tal a quienes aquí escriben: porque carecen de convicción absoluta para afirmarlo con sinceridad. Y hasta tienen la seguridad de no ser los únicos que conservan dudas de que los responsables y organizadores de tal acto hubiesen acertado de pleno. Eso sin cuestionar la buena fe de unos y de otros.

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Hubo, en fechas previas al acontecimiento, intervenciones y protestas más o menos sonadas. Alguien llegó a filtrar algo que no era fácil de mantener en secreto: los obispos italianos pidieron al Vaticano que el protagonismo del acto del 3 de septiembre quedase reservado en exclusiva para Juan XXIII. Sin embargo, no hubo exclusividad de protagonismo para el inolvidable pontífice que naciera en Sotto il Monte 1.   Bajo el título «Se busca pareja para Juan XXIII», apareció el siguiente comentario firmado por la ya fallecida Rosario Bofill: «Ahora que por fin parece que todo está ya a punto para la beatificación de Juan XXIII y se prevé que será en septiembre del 2000, ha surgido un obstáculo porque, por lo visto y a tenor de lo que está ocurriendo, parece ser que Juan XXIII no puede ser beatificado él solo. En principio se pensó que le acompañara Pío XII —como si se tratara de un juego de equilibrios—, pero ahora el Vaticano estima más prudente dejar, por el momento, la causa de Pío XII. Por eso tratan de solucionar la cuestión buscando otra pareja al buen papa Juan. La pareja elegida es, nada más ni nada menos, Pío IX […] Nadie pone en duda que Pío IX fuera una buena persona y su labor en otros muchos aspectos encomiable, pero su trayectoria no parece ser la más indicada para beatificarle hoy. Se podría, claro está, beatificar a Juan XXIII él solo. Millones y millones de personas creyentes y no creyentes que aún le recuerdan se alegrarían. El papa del Vaticano II, el papa del aggiornamento, el papa que no condenó a ningún teólogo, ni a ningún obispo, ni a nadie. El papa gordo del buen humor del que se cuentan miles de anécdotas divertidas y enternecedoras, un hombre de una espiritualidad profunda y una gran confianza en el hombre y en Dios, claro. Pero por lo visto hay que buscarle pareja, como si al beatificarle junto con otro se pudieran limar, difuminar o disimular sus virtudes. ¡No vayan los cristianos a entusiasmarse demasiado con aquel estilo de gobernar la Iglesia!». 1

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No nos sorprendieron las protestas por la presencia de alguno de los «beatificandos» en el mismo acto que el papa Roncalli. Sí nos la llamó favorablemente lo que leímos en una publicación religiosa italiana que no acostumbra situarse en posiciones fronterizas a la hora de abordar temas religiosos o morales. En un número del verano de 2000, dedicado casi por entero a Juan XXIII, así empezaba el artículo editorial: «Lo dicen muchos y lo saben todos: en la larga lista de beatos y santos de este siglo, a Juan XXIII le corresponde un lugar especial. No es otra la convicción del pueblo creyente, que ya lo consideraba santo. La beatificación del próximo 3 de septiembre no será más que un reconocimiento, un sello especial, cual expediente para cubrir un retraso. Angelo Giuseppe Roncalli fue sacerdote, obispo, papa. Pero, sobre todo, fue un cristiano que vivió con coraje y serenidad la dramática transición de este siglo. De ese éxodo ha sido profeta y guía para todos los hombres de buena voluntad, como los había definido en la dedicatoria de la Pacem in terris. Eso es, y no otra cosa, la santidad. Provocan sonrisa determinadas maniobras, posiblemente de buena fe, para emparejar al papa Juan con Pío IX, con el fin de escenificar un compromiso, de fijar una señal que no se incline demasiado a derecha ni a izquierda, pero que no logra limitar la eficacia ejemplar de la beatificación del Papa del Concilio Vaticano II». Extraña un poco que esa Iglesia católico-romana del último cuarto de un siglo y comienzos del siguiente haya desaprovechado las posibilidades de un acto que hubiera podido ser religiosamente genuino. Tal hubiera sido el del 3 de septiem-

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bre de 2000 de haberse explicado con autenticidad la fuerza del testimonio de Angelo Giuseppe Roncalli (Juan XXIII). Del seminarista, sacerdote, obispo, cardenal y papa que en todo momento se esforzó, consiguiéndolo como pocos, por imitar el ejemplo del Maestro divino, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Quienes organizaron el acto que culminó el 3 de septiembre de 2000 perdieron una ocasión de oro para la rentabilidad religiosa de un acto virtualmente irrepetible. No es otro nuestro leal punto de vista. La cosa apenas tuvo que ver con los tres outsiders: Marmion, Chaminade y Reggio. Afectó en cambio, muy especialmente, a Pío IX. Juan XXIII no tenía la menor duda de que Pío IX fuese acreedor a la gloria de los altares. Tan era así que en alguna ocasión expresó el deseo de poder celebrar la beatificación de tal predecesor suyo. No ignorábamos, tras la lectura de un artículo de Loris F. Capovilla, la veneración que Angelo Roncalli había sentido hacia aquel a quien consideraba el Papa de la Inmaculada. Sabíamos incluso que, en los días que precedieron al cónclave del que salió elegido como sucesor de Pío XII, visitó su tumba en el cementerio de Roma. Conocía bien Roncalli las dificultades a que tuvo que hacer frente su remoto predecesor, que fuera «el hombre más amado y más odiado». Tampoco ignoraba, él que era experto en temas de historia de la Iglesia, el macabro incidente a que estuvo a punto de dar lugar el traslado de los restos del anciano papa al cementerio de Roma: la veneración por parte de unos, se vio enfrentada con gritos de odio por parte de quienes pretendían arrojar su cadáver al Tíber.

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Antes de ser conocidos como papa Juan XXIII y como madre Teresa de Calcuta, lo fueron ambos como Angelo Giuseppe Roncalli (Sotto il Monte, Bérgamo, Italia: 25 de noviembre de 1881), y como Gonxha Bojaxhiu (Skopje, Macedonia: 26 de agosto de 1910). Considerados uno y otra grandes santos, no solo por cristianos católicos, sino también por practicantes de otras religiones y hasta de ninguna, José Luis González-Balado y su esposa Janet Nora Playfoot Paige han documentado en español y en otras lenguas a las que sus libros han sido traducidos los méritos de los dos grandes santos del siglo XX. Para la biografía de Juan XXIII contaron con fuentes tan fidedignas como un frecuente intercambio con su secretario

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Juan XXIII, un modelo de pastor y quizás el papa más querido de la historia y albacea monseñor Loris F. Capovilla, así como con el resobrino, escritor y biógrafo del Papa Buono, doctor en Historia, Marco Roncalli. Asimismo, para expresarle devoción y contrastar datos, Janet Nora y José Luis visitaron varias veces, en la cripta vaticana, la tumba, siempre inundada de flores, del Papa inolvidable, acudieron a su pueblo natal de Sotto il Monte y asistieron a su beatificación el 1 de septiembre de 2000 por Juan Pablo II. Por todo ello, esta biografía está contada desde el sentimiento personal de los autores con el deseo de que la figura de Juan XXIII sea conocida desde los detalles más personales y emotivos de este papa que sin duda tuvo un papel vital y renovador para la Iglesia católica en el siglo XX, especialmente como convocador y motor del Concilio Vaticano II.

J. L. González-Balado / Janet Nora Playfoot Paige

Otros de sus biografiados son José María de Llanos, Joaquín Ruiz-Giménez o Pablo VI.

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San Juan XXIII

Pastor

Ambos, grandes conocedores y difusores del pensamiento y la personalidad del papa Juan XXIII, irradian la admiración por la fe y la obra de este papa al que consideran inolvidable y por el que sienten una gran devoción. Son autores también de numerosas obras sobre Teresa de Calcuta traducidas a varias lenguas. A la madre Teresa de Calcuta la conocieron y trataron personalmente, lo mismo que a sus Hermanas Misioneras de la Caridad, con las que colaboraron y siguen colaborando en España y en varios países. Con relación al Papa Bueno, han podido beber, además de en otras fuentes fidedignas, en una larga amistad y frecuentación de un singular Loris F. Capovilla, elevado por el papa Francisco a un cardenalato testimonial, reconociéndolo —en expresión de un fiel admirador— «más que secretario particular y albacea testamentario, hijo espiritual de san Juan XXIII».

Estimado papa Francisco, gracias de todo corazón por haber identificado en la vox pópuli la convicción unánime sobre la santidad del papa Juan XXIII.

A cuantos —¡cuántos…!—, antes y más que nosotros, han llevado y siguen llevando en sus corazones al que ha sido uno de los papas más queridos de la historia: san Juan XXIII.

Modelo de

Pastor

Gracias muy cordiales a monseñor Loris Francesco Capovilla que tantas veces nos ha hablado con afecto y convicción del que fue siempre para él en la intimidad —¡también para nosotros!— san Angelo Roncalli (papa Juan XXIII).

José Luis González-Balado / Janet Nora Playfoot Paige Foto © Agusti Carbonell

19/03/14 17:33


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