El arte puede expresar cualquier idea, incluso aquellas que son invisibles a los ojos: el amor, la pasión, la libertad, lo sagrado… Y lo hace con todo lo que tiene a su alrededor: el espacio, los recursos materiales, el tiempo o los seres vivos. El recinto sagrado, aunque delimitado en sí mismo, nos abre al infinito, despliega nuestra capacidad de intuir la inmensidad de la divinidad; nos anima a instalarla en nuestro corazón para que, cuando regresemos a lo cotidiano nos llevemos un trocito de infinito en nuestro corazón. En definitiva, la arquitectura sagrada es un intento de agarrar las estrellas.
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CAMINAR POR LO SAGRADO
Los espacios sagrados en las religiones
SILVIA MARTÍNEZ CANO
CAMINAR POR LO SAGRADO
Los espacios sagrados en las religiones
CAMINAR POR LO SILVIA SAGRADO MARTÍNEZCANO
CAMINAR POR LO SAGRADO Los espacios sagrados en las religiones
SILVIA MARTÍNEZ CANO
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Gracias a José Manuel por sus consejos sobre libros y librerías de arquitectura y su disponibilidad rápida y eficiente; a Chema por leerse hasta la última coma y aportar comentarios siempre lúcidos; a Antonio por su paciencia.
ISBN 978-84-938324-5-2 © del texto: Silvia Martínez © de la presente edición: 2011-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives Xaudaró, 25 28034 Madrid-España Tel 913 344 883-Fax 913 344 893 www.edicioneskhaf.es Dirección editorial: Juan Pedro Castellano Edición: Antonio F. Segovia Proyecto visual y dirección de arte: Departamento de imagen y diseño GELV Diseño: Mariano Sarmiento Fotografía: Thinkstock, AGE, Oronoz Ilustración: José Santos Coordinación de producción y maquetación: Área I+D de soportes editoriales GELV Impresión Edelvives Talleres Gráficos Certificado ISO 9001 Impreso en Zaragoza, España Depósito legal: Z-3987-2011 Reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (centro español de derechos reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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1.1
¿POR QUÉ UN LUGAR ES SAGRADO? Despertó Jacob de su sueño y se dijo: «¡Así, pues, Yahvé está en este lugar y yo no lo sabía!» Y asustado pensó: «¡qué temible es este lugar! ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo!». Jacob se levantó de madrugada y, tomando la piedra que se había puesto de cabezal, la erigió como estela y derramó aceite sobre ella. Y llamó a aquel lugar Betel [...] Jacob hizo un voto, diciendo: «Si Dios me asiste y me guarda en este camino que recorro, y me da pan que comer y ropa que vestirme, y si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces Yahvé será mi Dios y esta piedra que he erigido como estela será Casa de Dios...». (Gn 28,16-22)
Hay lugares que son más sagrados que otros. ¿Por qué? A lo largo del tiempo los seres humanos elegimos unos lugares determinados para construir en ellos espacios que son distintos al resto. Vamos a intentar explicar por qué lo hacemos. Cuando un lugar tiene que ver con algo divino lo solemos llamar «sagrado». El término latino «sacrum» proviene de la raíz «sak», que significa «real». Este significado se relaciona con el verbo «sancire», con lo que nos encontraríamos con una expresión parecida a «hacer realidad», evidentemente, algo. La acción haría referencia a la capacidad de conferir existencia o realidad a alguna cosa. ¿Y quién sería el sujeto de esta acción? Es el ser humano el que concede a las cosas el carácter de sagrado o profano. ¿Cómo elegimos ese espacio? ¿Cuáles son las características que debe reunir un lugar para que las personas lo reconozcan como sagrado? Se trata de lugares especiales. Lugares donde nuestro espíritu se abre al encuentro con lo divino. Espacios poderosos que provocan en nosotros un salto hacia lo trascendental, rompiendo la rutina diaria, dejándola atrás por unos momentos. En ellos, la paz y el silencio que anhelamos diariamente
se restauran y retomamos las fuerzas para seguir viviendo. Los espacios sagrados pueden ser lugares naturales, o pueden ser construidos por las personas. Cuando son lugares naturales, la geografía, los agentes naturales y la topografía juegan un lugar muy importante. Muchas montañas, algunos ríos, lugares recónditos como las profundidades de las cuevas... esconden en su interior una simbología que invita al ser humano a vivir experiencias especiales. Estas experiencias «teofánicas», es decir, que desvelan a la divinidad en un lugar determinado1, son vividas por aquellas personas que transitan ese lugar, integrantes de una comunidad o sociedad que reconoce a través de sus mitos y sus rituales que ese lugar es propicio para encontrarse con la realidad trascendente. Desde tiempos antiguos las comunidades humanas reconocerán y revivirán en ese lugar el acontecimiento fundante poderoso que una vez tuvo lugar. ¿Por qué subimos a la ermita de nuestro pueblo todos los años, arriba, en la montaña, y celebramos en comunidad la presencia real de nuestro Dios? Porque reconocemos que en ese lugar su presencia es más intensa, más viva y real. Por eso
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Figura 1: El Monte Kailash, en el Himalaya, lugar sagrado para budistas, hinduistas y jainistas.
es un lugar que merece ser significado, adornado y cuidado. Los seres humanos, de esta manera, construimos sobre el lugar, al lado de un árbol como el santuario de Bodhgaya en India o erigimos una escultura inmensa como el Cristo Redentor de Río de Janeiro. Y explicamos lo erigido con historias, los mitos, que narran el porqué del mundo y del ser humano, y las repetimos, no solo con palabras, sino también con acciones, siempre las mismas, en rituales, unos más simples, como cuando pasamos siempre por el lado de la izquierda de las stupas tibetanas, o más complejas como cuando los mismos budistas celebran juntos el kalachacra. Esta combinación de rito y mito, expresado en un lugar «sagrado» concreto (la aldea del Rocío en Almonte o el río sagrado Ganges), nos conecta con esa parte infinita y divina que todo humano tiene dentro y que le hace diferente al resto del universo. Los espacios sagrados son centros iniciáticos donde se trabaja de forma integral la salud de la persona, su cuerpo, su psicología, su ánimo, su sentido... Acudimos a recuperar la salud perdida, a retomar las riendas de nuestra vida, a recuperar o fortalecer la confianza en la divinidad y a recibir de ella su calor y su presencia. Nos perfeccionamos, se obran milagros en nosotros, nos situamos más cerca de las estrellas. Hay entornos físicos que reconocemos como sagrados desde tiempos inmemoriales. Muchos son los lugares naturales que nos sugieren una simbología y que hombres y mujeres reconocen como sagrados. Desde las cimas de montañas hasta las profundas cuevas. En valles frondosos o en estepas áridas. Un árbol, la luz y las tinieblas, el sol, el agua (ríos o lagos), una piedra, una montaña, una cueva...
1.1.1. LA MONTAÑA La montaña es uno de los lugares sagrados más frecuentes en las distintas religiones. Recoge en ella el simbolismo de lo ascensional que es rico en visiones de lo sagrado. Ascender
hacia lo divino es el anhelo de cualquier persona, en ello ponemos nuestros deseos y esperanza. Se trata de abandonar la condición humana para alcanzar el nivel de lo divino. La montaña, en cuanto que es elevada y vertical, se acerca al cielo y toca de alguna manera la trascendencia2. Su cima es el punto de encuentro del ser humano con los dioses, tras una esforzada ascensión. Moisés se encuentra con Yahvé en el monte Sinaí. El Monte Olimpus es el lugar donde habitan los dioses griegos... Multitud de montañas poseen mitos en torno a su presencia sagrada. Por ejemplo, el Monte Kailash en la cordillera del Himalaya se considera la esencia del universo para budistas, hinduistas y jainistas. Es el lugar de nacimiento de cuatro de los ríos más largos de Asia: el Bramaputra, el Indo, el Sutlej y el Karnali. Para los hinduistas es el lugar donde habita la pareja divina Shiva y Parvathi. Se considera el centro de un gran mandala que es el mundo, y los cuatro ríos dividen el mundo en las cuatro secciones de ese mandala. Para los budistas vajrayana3 es el lugar donde viven las almas, aquellos que tras su peregrinación a la montaña liberaron su espíritu de la eterna rueda de la reencarnación y viven en paz. Algunos creen que es allí donde está el Sambhala, paraíso de sosiego, paz y felicidad donde habitan algunos iluminados como el buda Demchok o el buda Milarepa4. Por eso, muchos creyentes peregrinan a la montaña y, mientras rodean su perímetro5, buscan las enseñanzas y la sabiduría que los lleve a la iluminación. Y desde esta visión, el mundo gira alrededor de la montaña, es el centro del mundo (axis mundi) porque desde su cúspide, sus laderas discurren ordenando el lugar donde se da la vida. Es, a la vez, centro y eje del mundo (omphalos, es decir, ombligo). Llama a lo alto, a lo trascendente, es la escalera fabulosa por la que la divinidad desciende y se encuentra con el ser humano que sube. Es símbolo de la reunión y, por tanto, es el primero y más sagrado de los santuarios, el primero de todos los templos. Este simbolismo es tan fuerte que en lugares
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donde no había montañas los seres humanos se las ingeniaron para levantar montañas artificiales. Tal es el caso de los zigurats mesopotámicos y los templos mayas. La montaña contiene en sí otras nociones como la estabilidad, inmutabilidad y pureza. A ella se asciende, se hace un recorrido religioso y personal. La escala o los peldaños de la escalera simbolizan ese ascenso que ha de realizar el ser humano para confiarse a los
dioses. Se cree que el zigurat de Ur (Iraq), actualmente semidestruido, tenía tres escalones que representaban los distintos niveles de compenetración con la deidad. Otros zigurats llegaron a tener entre cinco y siete plataformas escalonadas, que hacían referencia a los cinco planetas y los dos astros conocidos, como el de Marduk en Babilonia (Iraq). La persona debía subir esa escala para elevarse al cielo y santificarse, superar la
Figuras 2 y 3: Zigurat de la antigua ciudad de Ur (Iraq).
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Figura 4: Templo II del complejo maya de Tikal (Guatemala). Figuras 5-7: Distintas disposiciones de los templos mayas: en parejas enfrentadas (complejo de Tikal —fig 5—), en forma de plaza elevada (cuadrángulo de las monjas de Uxmal —fig 6—), con altas edificaciones (Templo IV del complejo de Tikal —fig 7—).
muerte, el amor o simplemente liberarse. El ser humano en la cumbre de la montaña es otro. Ha dejado en el ascenso retazos de su ser. Mira atrás y ve a sus congéneres y a su mundo pequeño, alejado, respira el aire frío, deja atrás la suciedad, la polución, la pobreza... Se siente purificado. Poco sabemos de los zigurats del valle del Tigris y el Eúfrates, pues nos ha quedado poco de ellos, ya que se realizaban con adobe en su interior y ladrillo cocido, a veces esmaltado, en su exterior. La peregrinación ascendente se realizaba por unas escalinatas laterales y de forma espiral, hasta la cima6. El zigurat se consideraba la morada de los dio-
ses y gracias a este edificio la gente podía acercarse más a ellos. Esta construcción era el eje cósmico que conectaba el cielo y la tierra. Cuando en el texto bíblico de Génesis 11,1-9 nos narran la historia de la torre de Babel, el autor está reflexionando sobre la imprudencia del ser humano al romper la polaridad arriba-abajo que se establece entre la divinidad y la humanidad. La persona puede ascender, pero por muchos escalones que ponga a su zigurat, nunca será Dios. Contrariamente a lo que se piensa a menudo, las pirámides egipcias no son templos, sino tumbas en concreto del rey. La pirámide solían formar parte de un complejo funerario más am-
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plio donde se disponían siempre un templo adosado a la base de la tumba y otro más pequeño al otro extremo de la avenida funeraria que unía el primer templo con el Nilo. Pero es interesante comentar que la transformación de mastaba (la tumba tradicional) a pirámide, desemboca en una montaña artificial que cobra el significado del principio divino que crea el cosmos, emergiendo del caos7 y organizándolo. La pirámide de Keops estaba coronada con una punta dorada (realizada con una amalgama de oro y plata) y en ella se reflejaba el sol, que desde ahí se unía a la tierra. De este modo, sin dejar la tierra, la pirámide tocaba el cielo, y el alma del faraón, depositada en su interior, participaba de la divinidad de los dioses. Los templos mayas tienen en común con los zigurats el camino ascensional pero tienen una organización arquitectónica distinta. Los mayas destacan por su actividad constructiva constante e ininterrumpida. La traza urbanística se organizaba en torno a plazas rectangulares aparentemente dispersas y distanciadas unas de otras. Es posible que los mayas pensaran que el espacio urbano estaba dotado, al igual que la selva que lo circundaba, de espíritus que habitaban en los objetos, piedras, estelas y construcciones. Por eso, los edificios, las escaleras y las plazas tenían un nombre en el que se concentraban las cualidades de su espíritu concreto. De igual manera que por el cuerpo de hombres y mujeres corría la sangre donde vivía el chulel o espíritu, la traza de las ciudades adoptaba la forma especial que pedía el espíritu8. De esta manera, la divinidad estaba presente constantemente en el desarrollo de la vida y se emparentaba con los seres humanos. El templo maya es una montaña artificial, insertada en estos espacios urbanísticos. Su presencia simboliza un microcosmos, donde su base se ancla en las aguas primordiales, es decir, el mundo de los vivos y los muertos, del que sale el sol todos los días y se eleva en el cielo. Por su escalinata, el ser humano ascendía al templo que hay en su cúspide, donde se manifestaba lo sagrado (hierofanía). Es por eso
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que los rituales formaban parte de la vida cotidiana y eran el cauce habitual de encuentro con los dioses. Los templos mayas varían en función de los estilos y los linajes a los que pertenecen. Pueden disponerse en parejas enfrentadas como en el complejo de Tikal (Templo I y Templo II), o en forma de plaza elevada como el famoso cuadrángulo de las monjas de Uxmal. Unos son más altos que otros, con mayor cantidad de terrazas. El más alto de todos es sin duda el templo IV de Tikal, de 64,6 metros de altura. Aparte de los templos piramidales se construían otro tipo de templos. Los templos solares o astrales recogían las ceremonias cosmológicas y de legitimación de los gobernantes, y los templos teratomorfos permitían la comunicación con el inframundo y en ellos se realizaban conjuntos de rituales relacionados con el calendario. Estos templos solían estar adornados con monstruos o dragones cósmicos con las fauces abiertas por las que asomaban seres sobrenaturales que poblaban los mundos acuáticos primordiales, como Kinich Ahau o el dios Chac. Algunas de estas representaciones se colocaban en los dinteles de los templos y se cree que podían formar parte del ritual en el que el oficiante entraba por las fauces al interior de la tierra y se comunicaba con los muertos o los dioses del inframundo9. La montaña, sea natural o artificial, simboliza para hombres y mujeres un eje cósmico al que hay que ascender de forma gradual, porque nos permite un cambio de nivel existencial. Esta presencia de crecimiento hacia lo divino sigue estando presente en la sociedad moderna. Algunos artistas, como Brancusi, dedicaron parte de su obra a reflexionar sobre esta dinámica. En Pájaro en el espacio, Brancusi quiso producir goce y tranquilidad en el espectador y, al mismo tiempo, cargar el ambiente de misterio y sacralidad. Quiso que estas esculturas (ya que realizó varias sobre el mismo tema) tocaran el espíritu de quienes las veían. Estaba obsesionado por lo que él llamaba «esencia del vuelo». Quería lograr expresar el impulso as-
censional utilizando la propia sensación gravitacional. El vuelo proclama que la gravedad ha sido olvidada, que se ha efectuado una mutación ontológica en el ser humano. De esta manera establecía una relación con la vida espiritual y, sobre todo, con las experiencias extáticas religiosas y la emoción contenida. El simbolismo del vuelo expresaba un salto de nivel hacia lo divino rompiendo con el universo de la experiencia cotidiana.
1.1.2. LA CUEVA (HIPOGEOS Y CATIYAS) Todo ser humano necesita orientarse, tener un punto de referencia, un lugar al que volver y retomar el camino que sale de él. Tiene que ver con la subsistencia, no solo física, sino también existencial. Hace referencia a la capacidad de responder a la pregunta ¿dónde estoy?, pregunta que tiene muchos niveles de respuesta. El simbolismo de la cueva responde a esta necesidad: la búsqueda del centro. Por un lado es una defensa material, un punto de protección y referencia. Por otro, representa la vuelta al útero materno, al calor de la seguridad frente al peligro y desconocimiento de lo exterior. La persona encuentra allí su centro, se identifica, se sitúa, al menos10. Para nuestros ancestros, la cueva era el lugar del clan. En ella se resguardaban y hacían la vida, incluyendo los rituales y sus cultos. Mientras que el grupo comía, se calentaba y trabajaba en la entrada, las profundidades oscuras de la cueva recogían el pensamiento simbólico que se iba conformando en el ser humano. No es de extrañar que las pinturas rupestres se encuentren en el interior de las cuevas, en zonas apartadas y poco accesibles. Este ejercicio de «pintar la realidad», no sabemos realmente con qué intención11, entronca radicalmente con la pregunta sobre la esencia de la vida. En esa oscuridad real estaba latente el simbolismo femenino del origen de la vida y con él la pregunta del por qué.
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La cueva es un santuario, en el que el ser humano necesita adentrarse y contactar con lo más profundo del universo. Los descubrimientos prehistóricos en cuevas refuerzan esta visión que tenían nuestros antepasados. El yacimiento de Atapuerca nos puede situar ante esta realidad. Entre los muchos descubrimientos que se están produciendo en él en las últimas décadas, nos interesa uno en particular. En la famosa Sima de los huesos, un espacio vertical al fondo de una de las cuevas, se han encontrado restos óseos de 32 humanos neandertales diferentes de hace aproximadamente 300 000 años. El descubrimiento es tremendamente importante, ya que nos sugiere que los neandertales realizaron algún tipo de rituales funerarios, enviando los cadáveres al interior de la tierra, devolviéndolos a su lugar de origen. Otras especies humanas que no son la nuestra (recordemos que nosotros somos homo sapiens) eran capaces de reconocer, si esta hipótesis es cierta, que el ser humano necesita rela-
cionarse con la trascendencia y valorar la vida desde su origen. Cuando el ser humano sale de la cueva y construye lugares para vivir, la cueva no pierde la simbología de centralidad que posee. Se convierte en templo rupestre, donde hombres y mujeres regresan al lugar donde la divinidad les cobija y acoge. Las cuevas no solo se pintan sino que se excavan y se decoran con programas iconográficos ligados a los mitos de los dioses. Es el punto de contacto entre dos mundos. Su oscuridad y estrechez nos acerca a lo ignoto, el abismo, la morada de los monstruos o de los que han atravesado la barrera hacia otro mundo. Algunas simulan ese proceso de penetración en el misterio divino, como los speos egipcios. Los speos o templos rupestres de Ramsés II se encuentran en Abu Simbel, a 280 km al sur de Assuan, en el actual Egipto y antigua Nubia. El complejo está formado por dos templos. El gran templo fue consagrado a Ra Harajtis
Figura 8: El Speo de Ramsés II en Abu Simbel (Egipto) está orientado para que la luz entre hasta el sancta sactorum cada solsticio de invierno.
Figura 8
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El arte puede expresar cualquier idea, incluso aquellas que son invisibles a los ojos: el amor, la pasión, la libertad, lo sagrado… Y lo hace con todo lo que tiene a su alrededor: el espacio, los recursos materiales, el tiempo o los seres vivos. El recinto sagrado, aunque delimitado en sí mismo, nos abre al infinito, despliega nuestra capacidad de intuir la inmensidad de la divinidad; nos anima a instalarla en nuestro corazón para que, cuando regresemos a lo cotidiano nos llevemos un trocito de infinito en nuestro corazón. En definitiva, la arquitectura sagrada es un intento de agarrar las estrellas.
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SILVIA MARTÍNEZ CANO
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