Encuentros con Joaquín García Roca
Joaquín (Ximo) García Roca, sociólogo y teólogo, ha sido un «avizorador de mundos nuevos», que vislumbra el perfil de lo que se apunta en el horizonte. No solo como investigador académico sino desde el compromiso con los más vulnerables; lo que supone construir esperanzas y articular propuestas que permitan estar de pie aunque estemos rodeados de escombros. Sus amigos y amigas, en su 70 aniversario, han querido convertir el refugio de la memoria en lanzadera de brújulas para un futuro solidario a través de relatos que abren a lo inexplorado y forman parte de una historia esperanzada que juntos tendremos que ir dando forma y vida.
Brújulas de lo social Voces para un futuro solidario
Encuentros con Joaquín García Roca
Encuentros con Joaquín García Roca
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Brújulas de lo social
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> colección Expresiones
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encuentros con joaquín garcía roca
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isbn 978-84-939683-6-6 © 2013-Ediciones Khaf Grupo Editorial Luis Vives
dirección editorial Juan Pedro Castellano
Xaudaró, 25 28034 Madrid - España
edición Área de publicaciones de Instituciones
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ÍNDICE
13 Presentación (Paco Gramage, Inmaculada Roselló, Álvaro Barros) 15 Prólogo (Joaquín Azagra Ros) 21 Saludo (Ximo García Roca) 25 PRIMERA PARTE: DESAFÍOS DE LA MEMORIA EN TIEMPOS DE CAMBIO Conversaciones con Joaquín García Roca 27 Persona, paisaje, arraigos (Conversación con Mariam Almiñana) 27 • El refugio de la memoria 30 • El umbral sensorial 32 • ¡Esa mar! 34 • La vida en múltiples espejos 35 • Desplazamiento a la vista 39 Vocación, aprendizajes, compañeros (Conversación con Paco Gramage) 39 • La risa de Sara, escuchar tras la puerta 42 • El umbral afectivo 43 • Enfermos de abstracción 45 • Contravientos conciliares 48 • Excelencia y compasión 48 • Redes de arrastre 50 • Fuera pero dentro, dentro pero fuera 53 Presencia pública y compromiso político (Conversación con Marita Macías) 53 • Presencia emancipadora 55 • Construcción de la democracia 57 • Compromiso político 59 • El miedo a la laicidad 63 • El fracaso de los sujetos únicos
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67 Andamios del pensamiento (Conversación con Rubén Torregrosa y Rosa Sanz) 67 • En la era de la interpretación 71 • Maestros del pensamiento 73 • La brújula de la educación 76 • Pensamiento creyente 76 • Fe compasiva 79 Vivir en los márgenes (Conversación con Aranival Said Rovira) 79 • El desafío de las fronteras 82 • Un virus mutante 83 • La presencia de la paradoja 86 • El arte de lo débil 89 SEGUNDA PARTE: 70 VOCES PARA UN FUTURO SOLIDARIO 91 Capítulo 1: La vida en múltiples espejos 91 – Semblanza (Juan Bosch, OP) 93 – Acompañar y ser acompañado 93 • Seguiremos esperando (Hermanos) 94 • El tío anda ocupado (Sobrinos) 96 • Amigo y testigo (Alfonso Álvarez Bolado) 97 • Algo muy sencillo (Marco Marchioni) 98 • Escuchar para saber (Rosa Caro) 99 • Aprendía a llevar una casa (Lola Ausina Valencia) 101 – Guiar y ser guiado 101 • Con trabajadores peleones (Miguel Esplugues) 103 • Desde el Pulgarcito de América (Ascensión Ruiz) 105 • Discreción y huella de un maestro en la Universitat de València (Isabel Royo Ruiz) 107 • Curando, reconciliando, reencontrando (Jesús Belda) 110 – Vigías de sueños 110 • Historia de dos aventureros (Miguel Angel Utrillas) 114 • Hacer realidad los sueños (Edgar Cárdenas) 116 • Con las personas sin hogar (Carmen Sacristán y Pepe Bartolomé)
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120 • Habla nuestra alma a través de nuestros dedos (Silvina Marote y Roberto Aramendy) 122 • Conversando con Roser (Inmaculada Roselló y Álvaro Barros) 125 Capítulo 2: Brasas bajo las cenizas 125 – Seminario 125 • Etapa crucial del seminario de Valencia: 1960–1966 (Ramón Gascó) 129 • Mitos y sueños en el seminario de las excelencias (Paco Gramage) 136 • Teología en tiempos de conflictos y esperanzas (Fernando Salom Climent) 139 • Con temor y temblor (Enrique Abad) 140 – Ministerio pastoral 140 • Un cura al revés (Pepe Sáez) 144 • Parroquia Universitaria (Ramiro Reig) 148 • Las comunidades cristianas de estudiantes (Bernardino Giménez) 149 • Profetismo y compromiso (José Antonio Comes) 152 • Compañeros en la frontera (Julio Ciges) 154 – Roma 154 • La construcción de la mirada Ab Urbe Condita, Roma 19731974 (Manuel Molins) 163 – Teólogo 163 • Interpelados por el Vaticano II (Daniel Plá) 167 • La Teología de Joaquín García Roca (Andrés Torres Queiruga) 173 • Compromiso desde una Teología de laicos (Marina Gilabert) 177 • Teología en convivencias de cultura (M. ª Carmen Pancorbo, Hilario Carrasco, Herminia Río, Gregorio Sánchez) 178 • Estela: sembrador de estrellas (Magda Perucho Prado) 181 Capítulo 3: Presencia pública y compromiso social 181 – Construyendo sociedad civil 181 • La gran política (Adela Cortina)
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184 • Socialismo y cristianismo en laicidad. Carta abierta a Ximo (Ramón Jáuregui y Carlos García de Andoain) 190 – Construyendo ciudadanía 190 • Por una sociedad decente. Contra la desigualdad y la injusticia (Joan Romero) 197 • Ciudadanía republicana y exclusión, hoy (Demetrio Velasco) 206 • Una ciudadanía solidaria e internacionalista (Rafael DíazSalazar) 211 – Construyendo desarrollo humano 211 • Desarrollo a Escala Humana (Antonio Elizalde) 221 • Cooperación Sur-Sur: ¿Complementaria o alternativa? (Mbuyi Kabunda) 228 • Más allá (del PIB) (Francisco Pérez) 232 • Iniciativa social y responsabilidad pública (Fernando Fantova) 236 – Construyendo la acción social 236 • Las ciencias sociales del don: el relacionismo trinitario (Fernando Vidal) 244 • Gestión integrada de la acción social (M.ª Luisa Blanco, Leopoldo Cal, Enrique González y Alicia Aramendia) 252 • La injusticia evitable (Toñi Tecles y Fco. Javier Esquembre) 255 • Y en eso comenzó a llover (Gustavo Zaragoza) 260 • Invisibles (Miguel Domenech) 263 Capítulo 4: El arte de la navegación 263 – Recreando la libertad 263 • Teología y ciencias sociales (Francisco Javier Vitoria) 266 • Cuestión de libertad: la apatheia de Máximo el Confesor (Teresa Forcades) 271 • El educador y el sociólogo de la educación (Julio Carabaña) 274 – Recreando la esperanza 274 • Palabra y utopía (Eduardo Balestena) 282 • Por el optimismo solidario y contra las egolatrías apocalípticas (Juan Sisinio) 288 • Una hermenéutica de la esperanza en la acción social (Jesús Conill)
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293 – Recreando la solidaridad 293 • Abajo, la solidaridad (Imanol Zubero) 297 • Voluntariado. «Nosaltres no som d´eixe món» (Luis Aranguren) 302 • Memoria de las víctimas (José Antonio Zamora) 306 – Recreando la comunidad eclesial 306 • «Ecclesia semper reformanda». Preguntas a mis hermanos obispos (J. I. González Faus) 316 • Diálogo en el patio de los gentiles (Joan Llidó) 319 • Alternativa liberadora del Nazareno en la crisis actual (Benjamín Forcano) 324 • Iglesia viva crisol teológico de Joaquín García Roca (Antonio Duato) 328 – Recreando la paz 328 • Las Iglesias y los Acuerdos de Paz. Hace falta un Óscar Romero y un Desmond Tutu (Jon Sobrino) 337 Capítulo 5: Cartografías para la esperanza 337 – Pensar y hacer juntos 337 • Cartografías de la emancipación (José Carpio) 343 • Sintonías de vitalidad y lucidez para pensar y hacer juntos (Inés Martínez) 346 • La racionalidad como guía (Vicente Rubio) 349 • Buen trato contra aprendizajes de sumisión (Sebastián Zulueta) 350 • Universidad y cuarto mundo (Rafael Aliena) 353 – Ir más allá de lo instituido 353 • Una educación imposible (Carlos Luzuriaga) 357 • Noves Llars (Julia Lisbona) 360 • Alternativas a las casas de beneficiencia (Eugeni Arnal) 362 • Escuela de educadores en marginación (Felix Temporetti) 369 • Familias educadoras. Desafíos y expectativas (Amparo Estellés) 373 • Escuela de líderes comunitarios en el barrio de La Coma (Ángel Quesada) 375 • Los nombres de la gente (Fernando Abad)
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379 – Imaginar otras formas de ser joven 379 • Colegio Mayor La Coma: espacio para la proyección social (Guillermo Mondaza) 382 • Colegio Mayor La Coma: espacio para la convivencia intercultural (Jorge Amaya) 386 • Líderes comunitarios. Las residencias de codesarrollo (Rubén Torregrosa) 390 • Pedagogía de la vida cotidiana. Residencias de codesarrollo (Araníval Said Rovira) 395 • El voluntariado en tiempos de crisis: un reto para los jóvenes (Xavier Edo) 399 – Vivir en un mundo único 399 • Al límite de la internacionalización. Formas de vivir en un sistema globalizado (J. Federico Rodríguez y Julio C. Gutiérrez) 402 • Las universidades latinoamericanas y su vocación de proyección social (Miguel Vilches) 406 • La residencia de El Salvador: una oportunidad encarnada (Walter Menjívar) 409 • Cartagena de Indias: promoción de liderazgo comunitario (Marlon Contreras) 412 • Desde el sur al norte del corazón (Manu Andueza y Mercè Cardona) 416 • Trabajo en red (Francisco Carrillo y M.ª Isabel Trinidad) 419 – Entender y gestionar las migraciones 419 • Migrar (Joan Lacomba) 424 • Una respuesta a los desafíos de la inmigración (Marita Macías) 429 • Compromiso con la migración africana (Daniel Zerbo) 431 Epílogo. Hem d´anar més lluny… 437 Bibliografía básica de Joaquín García Roca
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Presentación
Paco Gramage, Inmaculada Roselló, Álvaro Barros, coordinadores Querido lector y amigo, queremos presentarte un libro que, desde su mismo origen, ha sido pensado como una aventura, un pequeño viaje que hiciese memoria, y que al mismo tiempo se nos presentase como brújulas de eso que el mismo homenajeado denomina residencia mental y cordial; por ello, hemos querido que en su tejer no hubiese un solo hilo, sino que fuesen muchos los hilos y las manos que ayudaran a componer ese tapiz del cual hoy tienes ante ti solo pequeñas pinceladas, ya que el resto sigue formando parte de esa historia a la que juntos tendremos que ir dando forma y vida. Las voces nos vienen de sociólogos, economistas, religiosos, sacerdotes, trabajadores sociales, profesores, maestras, amigos, compañeros… Todos ellos nos aportan sus reflexiones, pensamientos, imágenes, conversaciones y proyectos vividos desde la proximidad y el acompañamiento de un amigo que ha sido también un compañero de camino y, en muchos casos, «compañero de fatigas». Por eso, la mayor parte de las colaboraciones narran experiencias compartidas y caminos que se han recorrido a partir de los encuentros con Joaquín y que han dado origen a líneas o brújulas de sentido que recorren todo el libro. Estas brújulas se recogen en el epílogo final y por su vigencia pueden ser voces para un canto de futuro. Con el objetivo de facilitar su lectura, el libro está organizado en dos partes. En la primera, denominada «Desafíos de la memoria en tiempos de cambio», te proponemos acompañar al homenajeado en una conversación pausada que vaya descubriendo, en cinco momentos, aspectos fundamentales que han configurado la persona, la historia, la vida, el compromiso y el sustrato del pensamiento de Ximo, desde que
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comenzó a dar sus primeros pasos hasta el momento actual, en el cual se ha encontrado con este desafío de la memoria. Cada apartado de esta conversación, como podrás observar, es realizado por una persona distinta, que ha formado o está formando parte del momento al cual se hace referencia, y que nos permite entender de una manera mucho más dialógica, aquellos aspectos que, seguro, a muchos se nos ocurriría formularle como preguntas, pero que no hubiésemos tenido ocasión de hacerlo si no fuera de esta manera. Los cinco apartados de la primera parte que podemos denominar más conversacional están en total sintonía y relación con los otros cinco bloques que componen la segunda parte de este libro denominada «70 voces para un un futuro solidario». La invitación a la lectura es una invitación abierta, libre y al mismo tiempo relacional, sin por ello perder el hilo conductor, pues igual que la relación entre partes y subpartes es directa, esta también permite una independencia total en su lectura: por títulos, por sugerencias, de forma continua, alternando temas y momentos… Todo con el objetivo de poder disfrutar de la lectura sintiéndote embarcado en este viaje. La parte final de esta historia la forma el epílogo denominado «Hem d´anar més lluny…» (hemos de ir más lejos) que tiene como objetivo ofrecer algunas propuestas que orienten la acción social, desde lo concreto, lo próximo, haciéndolo realidad entre todos y todas. A modo de carta náutica, llena de colores, de propuestas, de sentimientos, de diversidad… y teniendo un componente común, «escuchar al corazón» y, como dice nuestro amigo tantas veces, «Haciendo de la dificultad la oportunidad de realizar nuevos vuelos».
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Prólogo
Joaquín Azagra Ros, Universidad de Valencia Prologar un libro dedicado a Joaquín García Roca debiera serme fácil. Su solo currículum ya agotaría el espacio destinado al prólogo y dejaría claro lo pertinente del homenaje. Pero es que se trata de un personaje tan poliédrico, con una trayectoria tan rica y variada, que exige una glosa de especialistas para cada una de sus facetas. Y a fe que se han brindado a hacerlo muchos y muy brillantes autores que lo hacen desde el saber pero, sobre todo, desde el aprecio a Ximo. Aludo al aprecio porque otra opción podría ser escribir desde una amistad que cumple, ¡ay!, casi el medio siglo. Pero tampoco en ello puedo competir y menos con los organizadores, porque Ximo ha derrochado aprecio y sus amigos son legión. Además, me produce cierto rubor reclamar una amistad con la que me honro y de la que me he beneficiado siempre, porque de algún modo ese recurso implica cierta demanda de participación en sus méritos. Así que optaré por tomar cierta distancia, no entrar en jardines que desconozco, recordar que en ese casi medio siglo aludido hemos transitado senderos próximos aunque paralelos y exprimir algunas observaciones que a mí mismo me han dado que pensar, reflexionar y aprender de él y con él. Un buen punto de partida al respecto podría ser una frase dedicada a él por quien dictó su laudatio con ocasión de su doctorado honoris causa por la Universidad Bolivariana de Chile, el rector emérito Antonio Elizalde. Con ese nítido castellano de Latinoamérica calificaba el ilustre profesor, a García Roca, de «avizorador de mundos nuevos». Avizorar, o sea, vislumbrar a lo lejos, distinguir el perfil de lo que apunta en el horizonte. Pero no solo, que también, como el investigador
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académico, sino desde la premisa del compromiso con quienes en ese mundo nuevo resultarán más vulnerables. Por eso, investigar esos mundos supone, en su caso, construir esperanzas y articular propuestas. No, no mezclo un sustantivo abstracto –esperanza– con otro concreto –propuestas– por un ejercicio estilístico. En absoluto, es que define la obra de García Roca en cada una de sus iniciativas. Carisma y análisis. Ese es Ximo. Si sus ideas son brillantes, aún más lo es su capacidad para llevarlas a la práctica. Ha sabido siempre poner el foco sobre incipientes problemas reales y, al tiempo, dar un mensaje de esperanza elaborado a partir del análisis técnico y la viabilidad política. Así ha sido cuando ha planteado reformas y cambios en los modos de adopción de niños, en los hogares de acogida infantiles y juveniles, en las actuaciones post-catástrofes, en la formación de educadores sociales, en el espacio y funciones del voluntariado, en la integración de los inmigrantes, en el despliegue de las políticas de cooperación al desarrollo y, más aún, en las de codesarrollo… ¿Cómo ha sido capaz de aunar ambas cosas? No lo sé muy bien, pero me permitiré lo que, sin serlo, pudiera interpretarse como digresión. Tal vez la raíz de todo se halle en la mezcla de voluntad, sabiduría y amor que sin duda heredó de su madre, una mujer excepcional por tantas cosas pero, ante todo, por esas tres cualidades aludidas. Y debo citarla porque en Ximo parece innata esa facultad para situar en el centro de toda preocupación a las personas, reflexionar desde la teoría y orientar conclusiones hacia la realidad. En ese sentido, entronca con lo mejor de la cultura europea, el descubrimiento del «otro» como sujeto de derechos a partir del cual esa característica antes citada de «avizorar mundos nuevos» se convierte en voluntad para construirlos mejores. Y como «nada de lo humano le es ajeno», no ha dudado en acometer empresas, aceptar retos, asumir marrones, gestionar, escribir, dar clases… y, ante todo, implicarse en cada causa y cada caso. Porque es un rasgo a destacar hasta qué punto ha llevado el compromiso Ximo
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en sus trabajos. Ha trabajado y se ha peleado en, desde y con todo tipo de administraciones (central, autonómica, local, universitaria e incluso privada, además, claro, de la eclesiástica, para él la más conflictiva por sentida) para llevar adelante sus iniciativas. Si alguien quiere defender la función pública acuda a su caso como ejemplo. Aunque también para criticarla, pues no siempre ha recibido compensación ni comprensión. No, no es un funcionario tópico ni un profesor típico, pero conoce todos los espacios de lo público y lo privado. Por eso, para quien, como yo mismo, ha estado preocupado por y ocupado en la política, hay en su trayectoria vital e intelectual amplias áreas de aprendizaje. Como ejemplo y al hilo de esas alusiones anteriores a la función pública, su forma de entender el Estado. Porque siendo como es en García Roca la clave de bóveda de la redistribución y la cohesión social, hay en su obra siempre un espacio para ejercer en su seno, la solidaridad comunitaria vía interacción con la sociedad civil. Lo privado no es el ámbito del negocio sino de la colaboración mediante fórmulas de gestión compartida, voluntariado, participación, apoyo externo, etc. Entre lo público y lo privado no establece una relación contradictoria sino complementaria, pues no percibe ambas esferas como sinónimos respectivos de igualdad y libertad. Integra la solidaridad ciudadana en el despliegue del Estado del Bienestar y da sentido a la libertad individual en el seno del Estado. Doy a esta cuestión la mayor importancia. Son tiempos en que es común asumir que se debe repensar el Estado. No solo en sus funciones de estabilización macroeconómica o consolidación fiscal; también en lo que respecta a la redistribución o cohesión social y, por supuesto, en lo que respecta a su legitimación democrática. No es tarea fácil. A la izquierda le es incómodo hasta hacerse preguntas al respecto. Y no me refiero a la que desde una tradición colectivista y estatalista redujo al despectivo término de «socialismo utópico» a tantos herederos de la Ilustración, sino a quienes desde el socialismo democrático son renuentes a aceptar que también el Estado puede
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generar desigualdades, favorecer comportamientos gremiales e intereses corporativos, introducir ineficiencias y, sobre todo, alimentar cierta desresponsabilización individual en la sociedad actual. No me parece exagerado decir que García Roca puede ser un referente. En ese terreno marca caminos que implican a la persona en su responsabilidad individual. La ética en el ejercicio de la función pública, la solidaridad fiscal y el respeto a la ley, la transparencia y la acción colegiada, la democracia deliberativa y participativa… son constantes en su obra y también en su vida. Personalizar, desburocratizar, prevenir, participar… son sus vías para conseguir un sector público más eficiente, más sostenible pero también más amplio y abierto a la sociedad. En síntesis, más Estado pero con más democracia. De ahí su posición frente a cualquier forma de monopolio de poder. No le han dolido prendas al cuestionar intromisiones del Estado en el espacio de la libertad y del compromiso, o las de una Iglesia aficionada a defender el monopolio de la moral y los comportamientos. Es más, lo ha hecho al propio tiempo cuando ha defendido la laicidad como conquista de ciudadanía. Tampoco ha tenido reparos al oponer sus ideas y su praxis a los intereses corporativos citados que, a veces, han visto en las figuras del voluntariado o en las fórmulas participativas que promueve Ximo una amenaza para su estatus en los organigramas oficiales. Y nada más lejos de la realidad. Lo que defiende García Roca es que la participación enriquece al sector público, le confiere diversidad y credibilidad, le añade eficiencia. Esa presencia activa de la sociedad civil en las políticas públicas poco tiene de ventana para privatizaciones. Antes bien, ha de servir para ampliar su espacio y reclamar responsabilidades. Es perceptible en ámbitos tan distintos como en su distinción entre laicidad y laicismo, integrando la primera en el proceso de construcción de la ciudadanía y oponiéndose por igual a las actitudes monopolistas o sectarias de Iglesia o Estado; o en el del campo del voluntariado, donde argumenta la interacción desde la competencia técnica y el compromiso personal; o en el de los servicios sociales, abriendo espacios a
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la colaboración ciudadana desde perspectivas modernas vía interacción con organizaciones de voluntarios y ONG, articulación de modos solidarios; siempre desde la convicción de que es en el Estado donde se sustancia la redistribución. Nunca ha confundido la utopía con la renuncia al presente. Piensa que otro mundo es posible pero propone actuar, y actúa de hecho, sobre el presente. Es otra de sus enseñanzas. La realidad es para él ventana de oportunidades. La realidad encierra posibilidades y un progresista no puede quedarse en la mera reivindicación de futuros ni en el lamento del presente. Por ejemplo, en su actitud frente a la globalización. Su crítica al fenómeno no supone recelo respecto al futuro, y si advierte que provoca desigualdades no se conforma con defender lo que puede ser destruido, sino que remite a construcciones alternativas. Contra el miedo al futuro, tan presente en las actitudes de sectores de la izquierda, el análisis de las nuevas realidades y el aprovechamiento de las oportunidades que encierran: de codesarrollo, de redistribución global de la renta, de participación en los procesos de toma de decisiones, de reparto de poder en el mundo, de ruptura de antiguos y desiguales equilibrios… Un escenario que entender para gobernar y convertir en marco de desarrollo. En ello ha trabajado en estos últimos años y también en ello puede convertirse en referente. Desisto de seguir buceando en el poliedro. Los lectores verán que estos y otros temas están mejor tratados por quienes escriben en este libro y lo convierten, con su cualificación, trayectoria y cercanía a Ximo, en una aventura intelectual cargada de vida y de compromiso. Sé que aún me queda la mejor de las experiencias en su compañía. Está en relación con la faceta de jubilado, recién estrenada por él y próxima para mí. Intuyo que es una buena etapa. No está claro si el término jubilación proviene de su homónimo hebreo que definía la liberación de los israelitas esclavizados por deudas, o del latino iubilare en referencia a los cantos de alegría de campesinos y pastores. Es probable que de ambos, pues no hay duda de que librarse de las cadenas
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debió fomentar el canto. En cualquier caso, se identifica con un estado de felicidad y como tal lo adoptó la tradición cristiana al instaurar el jubileo como algo gozoso. Bien, pues de eso se trata, de abrir una larga y feliz etapa de la vida que tenga una finalidad que exige mucho tiempo y dedicación. La de aprender de él a construir un viejo. Sin prisas, sin trabajos no deseados, rodeados de amigos… Un aprendizaje más que espero cubra nuestro próximo medio siglo de amistad.
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Saludo
Palabras de agradecimiento. Ximo García Roca Tengo la impresión de que algo falla, que alguien pudo equivocarse en la cuenta: mi madre tuvo serias dudas de si vine por la noche del 25 o en la mañana del 26, si era hijo de la noche o del alba. No soy capaz de creer que se han cumplido setenta años cuando hay tanto por hacer y nadie nos ha dado permiso para descansar. Intento pensar que no es verdad, ya que continuaremos vivos y activos, complicándonos la existencia y convocándonos a nuevos proyectos. Lo saben los amigos y las amigas que han querido convertir el refugio de la memoria en lanzadera de propósitos deseados y de sueños incumplidos. El día que mi maestro de primaria me dijo «nunca estás en lo que hay que estar» adiviné que mi vida sería un simple pasaje, una transición. Cuando estaba en el aula universitaria, mi corazón estaba en el barrio; cuando había que orar, yo estaba jugando; cuando había que jugar, yo reflexionaba sobre el fútbol. Cuando hacía la tesis sobre la hermenéutica, andaba interesado por la dialéctica; cuando iba tras los rastros de la resistencia alemana, andaba tras los pasos de la Teología de la liberación. Nunca me interesaron las posadas que no fueran comienzos, ni me permití llegar a ninguna parte. Siempre estoy de mudanza, casa tras casa, país tras país, proyecto tras proyecto. Venimos de un pasado imperfecto, que es el nuestro. Las equivocaciones nos pertenecen e incluso podemos convertir las caídas en vuelo. Basta la mirada compasiva de los amigos, que hoy agradezco incluso en sus exageraciones. Sus aportaciones son a la vez retratos y autorretratos, biografía y autobiografía en difícil alquimia. Las trampas
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de la memoria propia encuentran su verdad en las semblanzas de los amigos, que al cruzar sus miradas crean un horizonte que ya no es del todo nuestro. El resultado es la creación de unas brújulas, que es justo lo que queremos salvar en este homenaje. Dietrich Bonhoeffer se preguntó, desde el campo de concentración: «¿Soy realmente lo que otros afirman de mí? ¿O bien solo soy lo que yo mismo sé de mí? ¿Quién soy? ¿Este o aquel? Este enigma me ha acompañado a lo largo de mi vida, y no lo he resuelto. Más bien, como aquel gran testigo sospechaba, «sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡oh, Dios!». La vida tiene avenidas que solo se abren a través de la conversación con compañeros y compañeras que han mirado las cosas con los mismos ojos, han respirado con los mismos pulmones, y cruzaron los ríos a través de las mismas piedras. Entonces descubres lo que se hizo o se dejó de hacer, las rutas que no se navegaron, los sueños de las casas que se habitaron. Pero, sobre todo, las emociones diseminadas en lo cotidiano, perdidas por los entresijos de la realidad. Como esos arqueólogos que al explorar un terreno cuya enorme riqueza es conocida pero, al ser demasiado extensa, se limitan a excavar algunas zanjas porque agotarla es una misión imposible. Por eso Arendt le escribía a Jaspers: «No se fíe usted del narrador, sino de la historia». Por otra parte, los inventos de la memoria son mensajes cifrados que exploran el porvenir. Pequeñas brújulas que, como sugería Walter Benjamin, permiten estar de pie aunque estemos rodeados de escombros. En las estancias del alma tan importantes son las presencias que te hablan como las ausencias que te habitan calladamente, lo realizado como lo deseado, lo conseguido como lo prometido. ¿Qué mudanzas nos esperan tras la estación de los setenta? Mi cuerpo, que siempre está mudando, seguirá habituado al viaje, ahora con prótesis y complementos, pero dispuesto a visitar incluso allí donde ya nadie te espera; mi espíritu seguirá haciendo de la búsqueda un encuentro, incluso rodeado de incertidumbre; y convertiremos la conversación
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entre naranjos en nuestro domicilio mental y cordial: escribiremos para levantar la tela a las cosas o para abrir un párpado al que duerme. Nuestro tiempo ha desacreditado muchos relatos con sacrificios, sudor y lágrimas. Algunos se desacreditaron por sí mismos; otros, por el contrario, fueron silenciados por el poder. Pero hay pequeños relatos que merecen salvarse de la erosión porque son brasas bajo las cenizas; si se destruyen, se destruye parte de nosotros mismos. Son relatos que abren a lo inexplorado y no cesan de comenzar. Su resultado son simples diseños y bocetos que señalan hacia un horizonte que no es del todo nuestro, sino que está habitado a la vez por el asombro y por el abismo. Como aconsejaba Marx, no se deben escribir las recetas de la cocina del futuro; solo prometemos que esa cocina valdrá la pena si utilizamos correctamente los ingredientes de hoy: el coraje de existir, la fortaleza de lo débil, los códigos de la esperanza. A unos servirá este escrito para no olvidar historias que construyeron con entusiasmo y coraje; a otros para advertir las fosas que se abrieron en el camino. A nadie le servirá para volver hacia atrás, ya que las puertas del paraíso quedaron definitivamente selladas. El propósito de cuantos han colaborado en este homenaje es seguir comprometidos solidariamente en la transformación humana de la realidad. Y como seremos interrumpidos antes de terminar, pero ya no será por empeño nuestro, sino porque Alguien quiera convertir nuestro pequeño relato en trazos para la gran narrativa que solo Él conoce, procuraremos que ese día sea lluvioso, y la mar revuelta e inapacible, para poder decirle a Dios con el poeta Joan Maragall que nos permita seguir viendo «Aquet cel blau damunt de les muntanyes,/ i el mar immense, i el sol que pertot brilla». Gracias por intentar salvar nuestros insignificantes relatos.
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PRIMERA PARTE
DESAFÍOS DE LA MEMORIA EN TIEMPOS DE CAMBIO
Conversaciones con Joaquín García Roca
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Persona, paisaje, arraigos Conversación con Mariam Almiñana
Nació, como correspondía, en Barxeta, un pueblo de La Costera, en 1943: tal vez allí empezó su pasión por lo pequeño. Llegó cuando la sociedad rural se dejaba vencer por los primeros signos de una incipiente modernidad social, que no política ni cultural. Un pueblo en tránsito, ¡de donde le viene la querencia por las mudanzas! Las calles empezaban a iluminarse con una luz tan tenue que no resistía las tormentas; llegaba el teléfono en forma de centralita y aparecía el espacio público de los dimes y diretes del pueblo, que competía con las misas dominicales. Un autobús, que les unía cada mañana al ferrocarril en Xàtiva, era el portador de sueños. Por las calles de su infancia transitaban muchas ovejas, dos coches particulares y un hombre paseándose en carriola, como correspondía a la pequeña burguesía rural, que era su padre, mi abuelo Juan. Por cierto, se cuenta en la familia que la preocupación mayor en su entierro tan temprano y sorprendente, a los cincuenta y seis años, era evitar el parto que me trajo al mundo a los pocos días. Quizá de ahí le viene a mi tío la manía tan persistente de pensar que donde está la destrucción reside también la salvación, ya que la vida se superpone siempre a la muerte. El refugio de la memoria ¿Qué recuerdos guardas de tu infancia que sean significativos para entender tu trayectoria vital? La geografía de mi niñez, los lugares a los que iba y las cosas que veía han contribuido decididamente a conformar mi identidad y a crear los mimbres de un proyecto vital. Mi padre, tu abuelo, nunca iba solo a ninguna parte, se acompañaba de un enjambre de niños sobre los
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que ejercía el mando, y los pequeños se paseaban gratuitamente en la carriola. A mí no me gustaba la carriola ni el ser mandado por mi padre. Me sentí siempre al margen de lo que todos los niños de mi edad deseaban: ir con el tío Juan, subir en la carriola y ayudarle a pastorear las ovejas. Sin embargo, nunca llegué a entender mi vida sin un coro permanente de acompañantes. Con mi nombre, Joaquín, se recordaba al tío emigrante que temprano se trasladó a Chile y posteriormente a Venezuela, y al que siempre se le consideró en estado permanente de emigración, un apátrida. Había en la elección del nombre algo premonitorio. A través de sus cartas a mi madre, su hermana, sabíamos que en lugares lejanos había alguien muy querido. Mi ventana al mundo era el cine de Ribera, un lugar inhóspito y destartalado donde se podía soñar acompañado por los besos de Clark Gable y Vivien Leigh, Burt Lancaster y Deborah Kerr, Gary Grant e Ingrid Bergman. En un ambiente de censura el cine de mi pueblo era un lugar de transgresión, que tenía a gala burlarla, aunque no pudiera evitar la marcha militar del NO-DO. Esta difícil alquimia entre la transgresión y el acomodo me ha acompañado toda la vida. Podías, como así sucedió, cantar el Prietas las filas en los campamentos del Frente de Juventudes que se celebraban en los pinares de Covaleda (Soria, 1956) y a la vez mantener en tu interior una sonrisa distante y transgresora. Los hijos de una victoria, como fue el franquismo, tenían pocos lugares para cultivar una conciencia crítica. ¿Dónde encontraste estos lugares? La posguerra española para un niño estaba formada por restricciones y silencios, sobre todo en mi pueblo, de fuerte raigambre izquierdista. Si no fuera por la presencia constante y permanente de la Guardia Civil, se podría pensar que no existía una población vencida ni resentida. Con la complicidad del cura, la Guardia Civil se encargaba de vigilar los campos para que se cumpliera el precepto dominical. El cura siempre fue parte de la contienda, amigo de unos y enemigo de otros.
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El queso amarillo y la leche en polvo americanos indicaban de parte de quién había caído la contienda. Pero la escuela me planteaba una pregunta que no supe contestar: ¿quién era aquel maestro tan especial que ocultaba su condición republicana? Aunque para sobrevivir se hizo practicante habitual, siempre fue para nosotros un ejemplo de tolerancia, de respeto, de búsqueda. Incluso llegó a entender que aquellos hijos de campesinos con ocho y nueve años merecían aprender alemán: en tiempo extraescolar nos llevaba al Pinaret y con una gramola enseñaba otros idiomas. El vuelo hacia una conciencia crítica me lo dieron mis amigos del pueblo que emigraron a Alemania y se convirtieron en fieles oyentes de Radio Pirenaica. Pero de esto hablaremos después. En tus clases de Trabajo Social decías que el lugar no solo alude al espacio, sino a la posición y al contexto cultural y humano. Mi infancia fue la de un niño de pueblo, de clase media-baja, cuyos abuelos habían servido al marqués de la zona. Mi padre había sido encarcelado en los primeros días de la guerra civil; su bondad fue reconocida cuando los «rojos» del pueblo se opusieron a su ejecución. Sus negocios de ganadería le convirtieron en un ser trashumante entre mi pueblo y Andalucía, pasante de ovejas. Ausente en casa, desautorizaba mi inclinación a la lectura, ya que no me garantizaba ningún futuro. Sin embargo, me regaló la pasión por el viaje, estar aquí y allí al mismo tiempo, no ser ni de aquí ni de allí, lo que siempre consideré una ganancia. Mi madre, hija del mayordomo del marqués, tenía un sesgo aristócrata por el que se le reconocía un estatuto excepcional, era la «señora Genoveva», a lo cual ella correspondía organizando voluntariamente las fiestas del pueblo, asistiendo a los necesitados en la parroquia y representando a la mujer, con teja incluida, en la inauguración de la casa cuartel. Nunca perdió el tratamiento de señora, lo que la hacía distante y reservada. Me trasmitió el sentido de la entrega como servicio desinteresado, y una cierta aristocracia del espíritu que me hizo
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estimar siempre los buenos modales, el civismo que guarda las distancias. Lo que mi madre aprendió en la casa del marqués, yo creía que debía trasladarse de los palacios a las calles y a los barrios. Pero he de reconocer que heredé un serio problema contra el que luchado toda mi vida: las expectativas ennoblecidas sobre su hijo. Mis recuerdos de infancia están coloreados por la presencia de unos hermanos mayores que me facilitaban el acceso a todos los lugares, uno por sus habilidades futbolísticas y el otro por sus capacidades relacionales. Pero el mayor orgullo de niño era ser hermano de la joven más linda del pueblo, un blasón que yo exhibía con orgullo. A mí me quedaba el título de ser mayor que mis dos hermanos pequeños. A pequeña escala, mi pueblo estaba cruzado por el conflicto español que nada dejaba indiferente: se dividían las panaderías, los casinos, las barberías y la Iglesia caía de un solo lado. De la guerra civil nunca se habló ni en casa, ni en la escuela, ni en la familia, ni en la parroquia, solo lo sospechábamos por sus silencios y consecuencias. El umbral sensorial Sueles decir que el paisaje no es algo inerte, sino vivo; no está fijo sino que se recrea continuamente. No pensamos el lugar sino que el lugar nos piensa. Los paisajes del pueblo dan la medida del ojo humano, preceden a los sentimientos y al conocimiento, que se despliegan posteriormente en discursos y en prácticas, en metáforas y guías conceptuales. El paisaje de mi infancia está presidido por el olivo, ese árbol del que Josep Pla decía que es tan resistente que desafía a las heladas y, si les llega el frío, muy pronto vuelven a brotar. Me acompañan, también, los viñedos de mi pueblo con sus racimos, imagen de la estructura lógica de mi pensamiento, una realidad tejida de hilos y entrecruzada de complejas relaciones. Me han servido para entender la acción social, construida por diferentes hilos pero con voluntad de tejerse en racimo. Y, de este
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modo, la solidaridad se va completando, potenciando y adquiriendo coherencia e integridad. Cuando se llevan las raíces con uno mismo, la infancia constituye el sustrato en el que se ahorman las emociones y los sentimientos que se consideran importantes en un itinerario vital. En mi infancia se moldearon las experiencias sensoriales del tacto, el olfato, el oído y la vista. La sensibilidad del tacto se despertó en el tierno cuidado de la «tata Pepa», esa buena mujer, esposa de un desaparecido de la guerra, que se encargaba semanalmente de limpiarnos los pies a mí y a mis hermanos en una jofaina con agua caliente. El tacto estaba reservado a esa mujer que en las casas de los señores mantenía el secreto de la alcoba y sustituía al padre y a la madre, que nunca abrazaban. Con agua caliente y esmero me ofrecía una experiencia que sería decisiva en mi vida: los últimos de la escala social son los que te limpiarán, y el abrazo te vendrá de donde menos lo esperes. Me acompañan, también, los silbidos de mi padre, pequeño propietario agrícola y ganadero de pocas palabras, que se servía de ellos para hacernos saber dónde se encontraba, lo que había que hacer y lo que debíamos evitar. Me despertó el instinto de la interpretación, ya que sobrevivir como niño dependía de la capacidad de descifrar los silbidos cifrados que eran meros signos. Mi olfato también evoca paisajes sentimentales. Mantengo vivo el olor a almazara y a queso, que estaban incrustados dentro de la casa, ofreciendo un ambiente acogedor y caliente, y el olor del establo al que tenía que ir a ayudar a mis hermanos en el cuidado de las ovejas. Son olores intrínsecamente vinculados a lugares marginales. Junto a ellos, se abrían paso el olor de la panadería y de la carpintería donde el tío Pepe y el tío Mikel abrían mi curiosidad y me procuraban los consejos oportunos. Pero, sobre todo, mantengo el olor a lavanda con el que se perfumó el cuerpo, prematuramente muerto, de mi padre. Son olores que, como en la novela de El Perfume, tienen fuerza de atracción.
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El oído fue la ventana abierta al mayor quebranto que hubo en mi pueblo: al grito desarticulado de una enferma mental que hablaba sola y se extraviaba por las afueras. O el silencio, casi monacal, de las noches de invierno sentados en torno a la chimenea, con el tictac del reloj de pared y el monótono paso del tiempo que se detenía cada noche en mi pueblo. La mirada del niño escudriñaba lo que había detrás de una ventana entreabierta. Se decía que un joven del pueblo sufría tuberculosis, que estaba encerrado entre rejas, que nadie podía acercarse a ese lugar de peligro. Aquel joven murió antes de tiempo y yo siempre deseé acercarme allí sin importarme el contagio. De este modo, se iba construyendo el umbral de una excesiva sensibilidad inclinada a percibir los rumores silenciados, las vidas desahuciadas. Olfato para percibir la necesidad, oídos para escuchar el rumor, vista para mirar en el claroscuro y tacto para dejarse tocar por los últimos. Mi vocación estaba mediada por el tacto, el oído y la mirada. ¡Esa mar! Junto al paisaje rural, fue decisiva la experiencia del mar Mediterráneo para conformar tu modo de sentir la realidad. Desde hace años te domiciliaste junto al mar que, con la navegación y sus naufragios, impregna tu pensamiento hasta convertirse en la metáfora de tu vida. El acontecimiento más decisivo en mi adolescencia fue la boda de mi hermana mayor, Geno, con aquel joven cuya presencia nos dignificaba a todos y, consiguientemente, su traslado a Tavernes, pueblo de mar. Con seis años de diferencia, mi hermana había sido la permanente presencia del cuidado en mi vida de adolescente. La mar nacía femenina. Ya adulto, tras muchas piruetas, finalmente vivo junto a la mar, la visito todos los días, hablo con ella, rezo con ella, sueño con ella. No sabría vivir y pensar sin ella. Ha sido la gran configuradora de mis
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sentimientos y emociones. El mar es fascinación y horror, abandono y naufragio, inmortalidad y destrucción. Es la gran metáfora de la vida, con sus encantos y sus torbellinos, con sus bonanzas y sus tempestades. En mi caso no ha sido Josep Conrad, con su tendencia a identificar el mar con la derrota y la deserción, el mar que corroe la nave, la furia del mar, la tempestad que la hace naufragar –el capitán Giles en La línea de la sombra, o Lord Jim, o Kurtz en El corazón de las tinieblas– ni la mar narrada en la poesía de Rafael Alberti, sino el sentimiento de la vida trasmitida por la sabiduría de los pescadores, que mezclan el conocimiento y el tacto, la información y la intuición pero, sobre todo, la voluntad de convertir los riesgos que están disueltos en el interior de la mar en oportunidades para llegar a puerto. Hay personalidades y discursos que gravitan sobre el elogio de la encina, propia de la meseta, para significar con ello la fortaleza, el arraigo, la estabilidad. Otros, como es mi caso, gravitamos sobre el arte de la navegación, más interesados en la flexibilidad, en el desarraigo. La meseta necesita del campanario para ordenar el mundo, los hijos de la mar necesitan el horizonte abierto. En el Congreso de Cartagena de Indias (2008), celebrado por jóvenes de distintos países, utilizaste el Relato de un náufrago de García Márquez, que narra la historia de un joven que sobrevive tras el hundimiento de un barco de la marina colombiana a causa de un golpe de mar. Tras diez días a la deriva, moribundo y exhausto, alcanza la playa de Cartagena, donde se celebraba el congreso. Es un relato sobrecogedor que nos sirvió para ilustrar los equipajes indispensables que necesitarían aquellos jóvenes. En primer lugar, aquel joven sobrevivió porque nunca desfalleció, por su capacidad de resistencia. Siempre confió en que llegaría alguien a rescatarle o en encontrar un resto de madera. Sobrevivió porque supo mirar el reloj y el horizonte: el reloj, que le ataba a la tierra y le hacía pragmático; y el horizonte, que le daba alas para volar. Sobrevivió porque tenía que contar su verdad. No existió ninguna tormenta sino que el naufragio se debió al
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exceso de carga producida por llevar contrabando de neveras, radios, cámaras fotográficas. Los marineros cayeron al mar debido al exceso de carga, que impidió el rescate al ser imposible la maniobra de salvamento. No hubo tormenta, sino soborno y mentiras. El náufrago habló y al hacerlo fue expulsado de la marina y García Márquez, exiliado. De héroes pasaron a villanos. «También ustedes –se dijo en la clausura–, como el náufrago de Caldas, serán celebrados como héroes y condecorados por las instituciones nacionales e internacionales si se convierten en profesionales sumisos ante la pobreza y becarios silenciados ante el sufrimiento de sus pueblos; si callan ante el atropello de los derechos humanos; si se convierten en líderes globalizados que piensan solo en sí mismos y se olvidan de los perdedores… Habrán fracasado como proyecto y naufragado como personas». Pero, sobre todo, sobrevivió porque le acompañaban todos los nombres que había conocido y esperaban encontrarle vivo, ya que le querían y le amaban. «Tenemos que continuar porque detrás de vosotros hay familias que os quieren, comunidades que confían en vosotros y amigos que, desde otros rincones del mundo, no están dispuestos a que se apague la llama que habéis encendido». La vida en múltiples espejos El otro día leía un artículo en el que la periodista confesaba que «a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio». ¿Crees que te hace falta y/o necesitas colocar las cosas en su sitio? Creo que la edad construye a la vez que destruye. Construye porque en cualquier momento empieza algo nuevo, siempre podemos añadir algo propio al mundo. Siempre he creído que los seres humanos hemos nacido para comenzar. Se puede comenzar a cualquier edad y en cualquier circunstancia. Destruye porque erosiona convicciones que te valieron en algún tiempo, arroja luz sobre lo que no valió la pena y de este modo se recrean opciones y se relativizan compromisos.
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Te he visto siempre con toda la serenidad del mundo para sobrellevar el dolor y con toda la alegría para disfrutar de lo bueno que la vida te ha dado. ¿Cómo haces para conseguirlo? ¿Cuál es tu secreto? Me costó mucho descubrir la multi-dimensionalidad de la vida. En algún periodo no podía vivir simultáneamente la alegría y el llanto, la fiesta y el luto. Normalmente, cuando lloramos somos solo llanto y no somos capaces de gozar de otras facetas de la vida. Somos unidimensionales, a pesar de que la sabiduría del libro del Eclesiastés propone que todo tiene su tiempo, tiempo de nacer, tiempo de morir, de plantar y de arrancar, de destruir y de construir, de llorar y de reír, de abrazar y desprenderse, de rasgar y de coser. ¿Tienes contabilizados tus logros más importantes? ¿Se pueden decir o crees que anunciarlos puede traer consecuencias como envidias, recelos, suspicacias…? Nunca he creído que los éxitos fueran personales, tengo un sentido especial para la acción conjunta, para atribuir a los otros los posibles logros. Somos incapaces de dominar los resultados esperados y muchas veces obtenemos aquellos que no se buscan directamente. Estamos permanentemente domiciliados en la incertidumbre de los resultados y en la presencia permanente de la paradoja a causa de los efectos colaterales que toda acción comporta, como veremos al hablar de mis aprendizajes en el mundo de la marginación. Desplazamiento a la vista Vives en permanente mudanza, incluso no abres las maletas para que queden siempre dispuestas a partir hacia otro sitio. Has residido en quince casas distintas y cada año cooperas, al menos, con cuatro países del sur. He residido en múltiples casas. En cada una de ellas he domiciliado cansancios y tedios infinitos, mis alegrías y mis equivocaciones, pero cada una de ellas ha significado un nuevo comienzo. Cuando paso por sus
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calles, revivo en mí todas las vidas de las criaturas que viven en ellas; las vivo al mismo tiempo. Vivir simultáneamente la vida de todas las casas me hizo ser un desarraigado del territorio, un tránsfuga en mi pueblo y un exiliado en mi Iglesia. ¿Quién es tu modelo a seguir en la vida? ¿Por qué? Jesús de Nazaret y solo él. En esto no tengo dudas, quizá porque no se propone como modelo sino que invita a seguirle tras los clamores de la gente y tras los gemidos de la creación. Su vida no puede comprenderse al margen de la práctica compasiva, y su discipulado es inseparable de la cercanía al sufrimiento de los otros, y de la presencia en las luchas históricas a favor de quienes están peor situados. ¿Por qué soy cristiano? Una vez le hicieron esta misma pregunta al mejor teólogo del siglo xx, Karl Rahner. Y respondió: «Primero porque no encontré nada mejor y, segundo, porque me lo dijo mi madre de pequeño». Estos dos caminos –la fe pensada que averigua, indaga y busca, y la fe sentida que se asienta en el corazón, se alimenta en el sentimiento y se retroalimenta en la experiencia íntima– son inseparables. ¿Y ahora qué? Entro en la década de los setenta, con la sensación de jugar un tiempo de prórroga; no es una etapa que precede a otra sino un momento decisivo, definitivo e irrevocable, no nos conduce al final sino que es con toda probabilidad la etapa final. Como sucede en las prórrogas de los partidos solo caben variaciones sobre lo jugado, aunque como presumía Beethoven, cabe que las variaciones sean auténticas transformaciones al quedar iluminadas por los focos de la madurez. Unas iluminaciones que llegan a la conciencia con daños colaterales, con el deterioro físico y algún derrumbe psicológico. Cuando nos sentimos destronados de la acción nos convertimos en ciudadanos desarmados, que ya no pueden ser protagonistas, ni ejecutivos ni emprendedores. Como dice el Evangelio, «Te vestirán y te desvestirán y te llevarán a donde quizá ya no quisieras ir».
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Deseo dejarme sorprender por los acontecimientos, saborear la soledad sin abdicar ser encontrado, escribir aunque tenga que soportar la incertidumbre de la duda. Esperaré sin sobresaltos la llegada de la incompetencia, cuando ya nadie se interese por mí, cuando la desolación llegue por pérdida de nexos con la realidad. Me quedaré con la belleza de la brisa del mar al atardecer por la playa de la Malvarrosa y con la puesta del sol sobre los montes de la Valldigna. Necesito de la belleza de un cielo alto y del horizonte marino, de la inmensidad del mar y de la magia de un atardecer que me indica que la felicidad no viene como posesión ni se puede retener, sino como encuentro y acontecimiento. Solo hay un lugar que al fin se ha impuesto como territorio-raíz: el Furell, ese pequeño nicho donde resido frecuentemente, secundado por un monasterio, por una mezquita reconvertida en ermita y por los restos de un castillo del siglo xi. Al despertar cada mañana, quedo confrontado con tres historias constituyentes que te recuerdan que eres la confluencia de tradiciones y, sobre todo, solicitas todas las miradas para entenderte y comprender el mundo. En ese lugar del mundo siento lo mismo que sintieron mi madre y mi hermana, veo los perfiles de los monasterios que ellas vieron, veo el ocaso de la tarde y el olor de la tierra. Allí cultivaron sus sueños, allí las puedo imaginar todavía soñando con otros cielos. Allí la casa está poblada de estrellas. Pero también veo la decadencia de un país que ve cómo sus campos se abandonan. Me sigue impresionando ver tras las tormentas a un par de caracoles que se arrastran con optimismo por un camino vecinal. Si los monumentos me ofrecen la pluralidad de miradas, los caracoles ennoblecen la pequeñez.
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Encuentros con Joaquín García Roca
Joaquín (Ximo) García Roca, sociólogo y teólogo, ha sido un «avizorador de mundos nuevos», que vislumbra el perfil de lo que se apunta en el horizonte. No solo como investigador académico sino desde el compromiso con los más vulnerables; lo que supone construir esperanzas y articular propuestas que permitan estar de pie aunque estemos rodeados de escombros. Sus amigos y amigas, en su 70 aniversario, han querido convertir el refugio de la memoria en lanzadera de brújulas para un futuro solidario a través de relatos que abren a lo inexplorado y forman parte de una historia esperanzada que juntos tendremos que ir dando forma y vida.
Brújulas de lo social Voces para un futuro solidario
Encuentros con Joaquín García Roca
Encuentros con Joaquín García Roca
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