Ideario 2019

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GONZALITOS, IDEARIO



GONZALITOS, IDEARIO

Adalberto Arturo Madero Quiroga Selecci贸n y edici贸n

Universidad Aut贸noma de Nuevo Le贸n



Índice Introducción

I. La enseñanza de la Historia

13

Cultivar las lenguas griega y latina 15 La geografía y la cronología

16

La historia

17

El poder político

18

Los poderes son como un harpa

19

Significado de la Independencia de México

20

Sobre los colores de la bandera nacional

21

II. Personajes

23

Hipócrates

25

Claudio Galeno

26

Alejandro de Humboldt

27

Francisco Barbadillo y Victoria

28

Fray Andrés Antonio de Llanos y Valdés

29

Mariano Jiménez

30

Fray Servando Teresa de Mier

31

José Antonio de la Garza Cantú

32

III. La juventud y sus valores

33

La virtud

35

La religión

36


Al futuro estudiante de medicina

37

Al futuro estudiante de leyes

38

La libertad

39

Alejarse de la pereza y la ignorancia

40

La instrucción pública obligación de los pueblos libres

41

La gratitud por la educación recibida

42

IV. La filantropía y las virtudes humanas

43

La beneficencia

45

La perfectibilidad humana

46

La amistad y el agradecimiento

47

Virtudes que adornan al hombre

48

V. La sabiduría y el amor a la ciencia

49

La ciencia y la sabiduría

51

El gran libro de la naturaleza

52

La virtud y la ciencia

53

La ciencia

54

La filosofía

55

Las matemáticas

56

La física

57

La música

58

El dibujo

59

La gimnasia

60

La importancia de la botánica

61

Palabra y escritura

62

Trabajar arduamente para alcanzar la sabiduría

63


El médico debe ser sabio y héroe

64

La medicina y la filosofía

65

El médico necesita la filosofía

66

VI. Moral médica

67

Objeto de la Medicina

69

Dones necesarios del estudiante de la Escuela de Medicina

70

Valores para ejercer la Medicina

71

Comportamiento del médico

72

Reputación del médico

73

La retribución del médico

74

Principales obligaciones del médico (con su patria)

75

Pago justo

76

El médico que honra su profesión

77

Porte y trato del médico

78

Recomendaciones para el enfermo y quienes le auxilian

79

Protección al enfermo

80

Evitar la alteración del paciente

81

El arte de recetar

82

El farmacéutico

83

El bautismo de necesidad

84

Los medicamentos indígenas

85

Referencias

87

Bibliografía

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Introducción La instrucción es la vida. Gonzalitos

Debido a la trascendencia de su obra científica, educativa y filantrópica el doctor José Eleuterio González es considerado el humanista más descollante del siglo XIX en Nuevo León. Siendo la medicina y la historia las asignaturas que más cultivó, y sobre la cuales sustentó su práctica académica y de divulgación. Conocimientos que también le sirvieron para exaltar sus más altos valores: el amor a la ciencia, la enseñanza a los jóvenes y la atención de la humanidad doliente. Desde su establecimiento definitivo en Monterrey en 1833, hasta su deceso en 1888, se convirtió en el centro de la vida intelectual y científica de Nuevo León. En el transcurso de su vida recibió las mayores distinciones y reconocimientos, participando activamente en la creación de las bases de la nueva sociedad norestense. Su intensa actividad intelectual lo llevó a conocer disciplinas como la cronología, la historia, la literatura, la jurisprudencia, la astronomía, las matemáticas, la geología, la física, la geografía, la botánica, la música y, por supuesto, la medicina y sus distintas ramas. Aprendió también, de manera autodidacta, a traducir griego, latín, francés, italiano, inglés, alemán y algunas lenguas indígenas. De varios instrumentos se valió el sabio médico para prodigar su enseñanza y filosofía de la vida. Los discursos de fin de cursos del Colegio Civil a partir de 1861, la publicación de los mismos en folletos y notas del Periódico Oficial, así como la compilación de sus opúsculos en sus Obras Completas, editadas a partir de 1885. En estos cientos de páginas se fue construyendo su pensamiento humanístico y su ideal de sociedad y persona, destacando los dones con que fue bendecido el ser humano, la importancia de la educación y la ciencia para construir una sociedad libre y civilizada, el compromiso de los profesionistas con su comunidad y sus preceptores y, desde luego, valorar el legado de los hombres preclaros a los que habría que imitar, entre otras alegorías.


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Hasta aquí convendría preguntarnos: cuál era la esencia de su pensamiento; cómo lo expresaba; cuáles eran los principales términos y argumentos para sustentarlo; quiénes eran los personajes que más lo habían cautivado y de los que retoma su enseñanza; qué significaba para él la educación de los jóvenes; cómo promovía el amor a la ciencia y al prójimo; qué esperaba de los jóvenes médicos y qué les aconsejaba; cómo debía mejorar la sociedad de su tiempo y hacia dónde debía de encausarse; cuál es el destino final del hombre y para qué le sirve todo el conocimiento acumulado. Para responder a éstas y otras muchas cuestiones que conlleva el pensamiento del sabio benemérito hemos elaborado el siguiente Ideario, con el que pretendemos contribuir a una aproximación de su pensamiento científico y humanístico. El Ideario lo hemos dividido en seis temas: la enseñanza de la historia; personajes; la juventud y sus valores; la filantropía y las virtudes humanas; la sabiduría y el amor a la ciencia y la moral médica. La idea de la historia —influenciada fuertemente por el positivismo de su época— que plasmó en sus obras refiere principalmente a la función social como un instrumento cultural estratégico que debía abarcar distintos rubros (maestra de la vida, formar ciudadanos, proyectar el futuro, abonar a la nacionalidad). Apela al evolucionismo, centrándose en el progreso y el optimismo de que la sociedad avanzará a mejores niveles de vida social, material e ideológica. En cuanto a los personajes, retoma la ley de la imitación aplicada al estudio de la historia. Además de este impulso romántico de rescatar a los héroes que nos dieron patria, están presentes ciertos elementos del darwinismo social (supervivencia del más apto, adaptación al medio) en la concepción de su idea de la historia. Y es justamente la presentación y exaltación de lo realizado por aquellos a quienes contempla como próceres, lo que le sirve de base para luego exponer que, emulando sus hazañas sería posible mejorar la vida de los individuos, de su entorno y de su patria. En el aspecto de la juventud, queda claro que una de sus prioridades fue la educación, considerándola el instrumento más eficaz para transformar a los individuos. Además de ser copartícipe de la educación formal en el Colegio Civil, con los bachilleres y


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estudiantes de leyes y medicina, entendió como buen romántico la necesidad de instruir a toda la comunidad, desde los niños hasta los padres de familia. Les insiste en dejar atrás sus instintos, aceptar que la razón debe de regir su voluntad, y permitirles permanentemente el deber de buscar y hacer el bien común. Respecto a la filantropía y las virtudes humanas, el doctor González siempre insistió en que las principales virtudes que debía poseer el hombre de bien eran la probidad y la beneficencia. Sobre todo, el hombre preparado, que al ser depositario del sagrado tesoro de las ciencias, debía de ser benéfico y justo. El hombre benéfico era el mejor de los ciudadanos, el eminentemente social, alguien que conciliaba el amor y el respeto de todos sus hermanos; y sobre todo, que sentía la satisfacción interior, el inefable gozo y la deliciosa expansión del ánimo que siguen siempre a una buena obra. Por boca de nadie como por la de Gonzalitos, pudo la beneficencia con tanta energía, con tanta dulzura, haber expresado los goces que proporciona al que la ejercita, diría en 1888 su biógrafo Hermenegildo Dávila. La sabiduría y el amor a la ciencia son de las cuestiones más reiteradas en sus opúsculos. El fin de la ciencia y la filosofía era el bienestar social. La investigación y toda práctica profesional estaban fundadas en la razón y la experiencia. Reitera que el hombre es el único de todos los seres que pueblan este mundo dotado de libertad y de razón, con la facultad para distinguir lo bueno de lo malo, y lo lícito de lo ilícito. Trató de convencer sobre la importancia de las ciencias, demostrar la influencia que ellas ejercen en el progreso de la humanidad y las obligaciones que tienen que cumplir aquellos que se dediquen a su estudio y cultivo. En el aspecto de la moral su principal objetivo es implantar en sus discípulos el convencimiento y la obligación ética, más que legal, que el médico tiene desde sus años noveles en el aprendizaje de la medicina, de respetar las leyes naturales basadas en el compromiso que adquiere de buscar el bien para su paciente. Define a la ética como “la ciencia de las costumbres” y a la moral como “la costumbre de obrar conforme a los preceptos de la razón y el buen orden de las acciones humanas”.

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Debido a su intensa vida profesional dedicada a la preparación de los jóvenes estudiantes de medicina y la atención de la población menesterosa, aunado a los achaques por su avanzada edad y los problemas de su vista a causa de las cataratas, no tuvo oportunidad de condensar en una sola obra su pensamiento filosófico, ni aglutinar sus mensajes llenos de sabiduría y profunda enseñanza. Con excepción de su libro Lecciones orales de Moral Médica, publicado en 1878, en la que establece un código de ética para sus colegas, el medico filántropo nunca condensó en una pequeña obra su pensamiento y visión del mundo. Es necesario recurrir a su dilatada obra para seleccionar textos y frases que nos permitan construir un ideario que, como diría Hermenegildo Maldonado, editor de sus Obras Completas, será “una especie de repertorio en que encontrarán una colección compendiada de conocimientos históricos y filosóficos de la mayor utilidad (…) lecciones de la más pura y elevada moral… un volumen que jamás se cansará de leer ni de estudiar, porque de él sacará siempre el mayor provecho. Esperamos que esta pequeña obra cumpla su cometido, que no es otro más que el de honrar la memoria del sabio benemérito a través de la integración de algunas sus frases y párrafos que dan cuenta de la profundidad y universalidad de su pensamiento.

Adalberto Arturo Madero Quiroga


La enseĂąanza de la Historia


‌haciÊndonos aprovechar la experiencia de los que nos precedieron, nos enseùa a dirigir de la mejor manera nuestras acciones.


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Cultivar las lenguas griega y latina

Muchos médicos conozco tan ignorantes en botánica como el hombre más vulgar: yo pienso que la causa de este atraso es la ignorancia de la lengua latina: la tecnología botánica, como la de todas las ciencias, es greco-latina, compuesta de palabras griegas, alemanas, inglesas, francesas y de otros idiomas, pero todas latinizadas; y esta nomenclatura es incapaz de traducirse a los idiomas vulgares, porque si se tradujera perdería el carácter de universal que debe tener y resultaría un fárrago ininteligible. Lo mejor sería saber las dos lenguas griega y latina; pero si esto no se puede, a lo menos conviene tener conocimientos ligeros del griego y profundos del latín. El que comienza el estudio de la botánica sin este preliminar, se encuentra desde luego con una multitud de nombres que no puede pronunciar y cuya significación ignora. Así es que no se pueden emprender estos estudios sin el auxilio de las lenguas sabias. Con frecuencia les sucede a los jóvenes con la lengua latina lo mismo que con la botánica, estudian los elementos, se abandonan, no vuelven a verlos jamás, encuentran una frase latina y no piensan en traducirla; y hasta los elementos que aprendieron olvidan.

[Discurso sobre el estudio de la botánica, 1880, p. 27.]

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La geografía y la cronología

El arte de computar los tiempos y la Historia: conocimientos preciosos que fortalecen y adornan el espíritu de una manera tan sólida como brillante; pues la Geografía nos conduce nada menos que a conocer este vasto globo, espléndida morada, que la potente y bienhechora mano del Eterno Hacedor sacó del oscuro seno de la nada, destinándola para habitación de los mortales; la Cronología, enumerando los días, los años y los siglos y poniendo de manifiesto la secuela de los tiempos, nos da la llave para entrar en el caos de las edades, y la luz para distinguirlas y concordarlas; y ambas ciencias son un preliminar indispensable para el utilísimo y deleitoso estudio de la Historia.

[Discurso, 1863, p. 86.]


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La Historia

La Historia, ese testigo fiel de lo pasado, ese consejero imparcial y sabio de los gobernantes, ese juez inexorable de los hombres públicos que, despojándolos de los prestigios de que estuvieron rodeados, y juzgándolos por solas sus acciones, los presenta cuales fueron para que vivan en la memoria de los hombres coronados de gloria por sus virtudes, o cubiertos de ignominia por sus iniquidades; de esa guía segura, que sacando al hombre de los estrechos límites de su efímera existencia, lo transportan atravesando siglos a los más remotos tiempos, haciéndolo contemporáneo de los hombres más célebres y ciudadano de todas las naciones; de esa maestra, en fin, que, haciéndonos aprovechar la experiencia de los que nos precedieron, nos enseña a dirigir de la mejor manera nuestras acciones.

[Discurso, 1863, p. 87.]


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El poder político No hay más poder, no hay más autoridades, no hay más leyes que la soberana voluntad del pueblo legítimamente manifestada. Esta voluntad soberana, esta Suprema ley, cuyo acatamiento es la primera obligación del ciudadano, me ha colocado en este puesto eminente, al cual yo jamás osé aspirar, ni menos creí merecer; pero la obligación y el agradecimiento me han estrechado hasta hacerme tomar sobre mí, a pesar de mi debilidad la más pesada de todas las cargas y la mayor de todas las responsabilidades. Prueba de confianza, testimonio de aprecio, distinguido favor, que yo nunca sabré agradecer debidamente; pero que haré por merecer cumpliendo del mejor modo que me fuere posible, con las obligaciones de mi delicado encargo. Yo bien sé que no me ha sido dado el poder para que domine, sino para que sirva, no para que me constituya en corifeo de un partido, sino para que sea el Jefe de un Estado compuesto de hombres libres; ni menos para que cuide una parte del pueblo y abandone la otra. Igual con todos e igual para todos; todos tienen igual derecho a la protección del Gobierno porque todos somos iguales ante Dios e iguales ante la ley.

[Discurso, 1872, f.2.]


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Los poderes son como un arpa

Un gran político del antepasado siglo ha dicho que una República es semejante a un arpa. La comparación a mi modo de ver no puede ser más exacta. En efecto, una inteligencia que preside y todo dispone, dos manos que ejecutan y un pueblo de cuerdas que obedece, he aquí el arpa. Más para que la armonía sea perfecta es necesario que la inteligencia, las manos y las cuerdas, obren cada una como corresponde, todas de común acuerdo con relaciones buenas y exactas. Vosotros ciudadanos diputados, sois la inteligencia, los poderes Ejecutivo y Judicial son las manos, y las cuerdas los ciudadanos todos. ¿Qué nos falta pues? Obrar todos en perfecta armonía, para producir una armonía perfecta. Entregaos con vuestra acostumbrada asiduidad a vuestras necesarias aunque penosas tareas. El Estado espera de vosotros leyes útiles y justas; y espera bien, porque le son muy notorias vuestra ilustración, buena fe y larga práctica en los negocios púbicos.

[Discurso, 1872, f.3.]


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Significado de la Independencia de México

Las fiestas cívicas son un lazo de laureles que une las generaciones pasadas a la presente. Instituidas desde los primeros tiempos, han tenido siempre por cardinal objeto poner de bulto ante los ojos de los ciudadanos, los más heroicos y gloriosos hechos de sus mayores, para despertar el espíritu público, alentar el patriotismo, encender el deseo de imitar las grandes acciones, y promover, por tan bellos y nobles medios; el engrandecimiento de la patria. Entre nuestras fiestas nacionales, ninguna es mayor, por cierto, que la que al presente celebramos. Ella nos recuerda el glorioso principio de nuestra emancipación política, y nos presenta el ejemplo más insigne del más acendrado patriotismo y de la determinación más heroica.

[El 15 y el 16 de septiembre, artículo histórico, 1870, p. 17.]


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Sobre los colores de la bandera nacional

Antes ni los españoles ni los independientes habían usado más banderas que las de un solo color, con sus respectivos emblemas; pero Iturbide dio al Ejército Trigarante la bandera tricolor para simbolizar en ella las tres garantías: significando el blanco la pureza de la religión, el rojo la nación española, cuyos hijos debían ser considerados como mexicanos; y el verde, la Independencia. Esta bandera tenía los colores horizontales y no tenía pintada ninguna insignia. Para los años de 1840 mandó el Gobierno general que los colores de la bandera, que eran horizontales, se pusieran verticales. En 1859 se dieron las Leyes de Reforma, estableciéndose en ellas la libertad de conciencia y la tolerancia de cultos: dejó por consiguiente el gobierno de garantizar el ejercicio de la religión católica como única, quedando, por consiguiente, abolida esta otra garantía; y debió por tanto quitarse el color blanco de la bandera, dejándola reducir al sólo verde que simboliza la Independencia, única garantía que ha quedado de las proclamas de Iguala. Así es que tener en uso todavía la bandera Trigarante es un verdadero contrasentido; y debería volverse al uso de la bandera de un solo color.

[La Bandera Nacional Mexicana, septiembre 15 de 1885, p. 86.]

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Personajes


Tomad ejemplo de los grandes hombres, que trabajaron toda su vida en pro de la ciencia y en bien de la humanidad; seguid sus huellas y llegarĂŠis como ellos a ser amados y respetados, no solamente de la Patria, sino de la humanidad entera.


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Hipócrates En el año cuatrocientos antes de la era cristiana Hipócrates tenía sesenta años y era el jefe de la escuela de Cos, que había sido fundada por sus antepasados, y a la cual dio él tanto lustre y nombradía, haciendo de ella nacer, no un falso sistema, sino la medicina de los siglos. Él es el médico más grande que ha tenido el mundo. Reuniendo todos los conocimientos de su tiempo, y cultivando su arte con asiduidad y buena fe, le dio una forma verdaderamente dogmática, lo separó de la filosofía, y le señaló sus verdaderas relaciones con ella, echó los fundamentos de la verdadera medicina, haciéndola estribar en las eternas bases de la observación, del raciocinio y de la experiencia, ejerció siempre su profesión dignamente, fue hombre sabio, justo y benéfico, fue el modelo perfecto del médico. Es conocido con los nombres de Príncipe de los médicos, Oráculo de Cos, Divino viejo, Padre de la medicina, y Anciano de Cos. Todos los médicos en todos los tiempos han invocado su nombre para apoyar sus doctrinas; todas las escuelas han seguido sus preceptos. Este gran padre de la medicina secular reunió en sus escritos todo lo que se sabía en su tiempo de la ciencia anatómica.

[Tratado de anatomía…, pp. 12-13.]


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Claudio Galeno Natural de Pérgamo, es el médico más célebre después de Hipócrates, nació el año 131 y murió cosa del año 200. Sus profundos conocimientos en todos los ramos del saber humano, su elocuencia, cerca de quinientos libros que escribió sobre la medicina, y otros de gramática, de filosofía, geometría y otras ciencias, le hicieron el objeto de admiración universal y de un respeto casi religioso, no solamente en su tiempo, sino aún en los siglos posteriores, tanto que sus obras reinaron en las escuelas por un periodo de más de mil años, sin que nadie se atreviera a contradecirle en manera alguna. Sus libros de anatomía, principalmente el de las Administraciones anatómicas, son el cuadro más perfecto de la anatomía de su tiempo. Con ocasión de haber ido a estudiar a Alejandría en los esqueletos que ahí se conservaban, tuvo la fortuna de ver la gran biblioteca y en ella los escritos de los anatómicos que le precedieron, y todos los extractó y compiló, y gracias a su laboriosidad, tenemos conocimientos de ellos, pues todos se perdieron sin que nos quedaran más noticias de esos libros que las que nos dejó Galeno.

[Tratado elemental de anatomía general, pp. 26-27.]


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Alejandro de Humboldt

El más insigne de los viajeros, benemérito de las Américas, encomiador de nuestra querida patria, tan sabio como benéfico: filósofo profundo comparable con el grande Aristóteles por la universalidad de sus conocimientos, bien pudo decir con más brevedad que Sócrates: “Soy ciudadano del mundo”; viajó en busca de la sabiduría más que Tales, más que Platón, más que Pitágoras, escudriñó los más recónditos secretos de la naturaleza, desde las profundidades de las minas de Freyberg hasta la helada cumbre del Chimborazo, desde la cordillera de los Andes hasta los montes Urales y los de Altai, desde las aguas del grande Océano Pacífico hasta las del lago Aral y del mar Caspio: recogió en tan dilatados viajes, que no se cuentan por centenares de leguas, sino por centenares de grados, muchos y preciosísimas noticias, que supo, como muy pocos, aprovechar aplicándolas a casi todas las ciencias; y cuando parecía que por su ancianidad y por el cansancio de tan largas y penosas excursiones, sólo debía buscar el descanso, le vemos empuñar la pluma con el mismo brío que en su juventud, para ilustrar a las naciones, y no dejarla sino cuando la muerte se la arrebató de la mano. Así es, oh jóvenes alumnos, que os lo propongo como el mejor de los modelos. Seguid con valor y constancia a este celoso de la ciencia, aunque sea sin esperanza de alcanzarlo. No podréis imitar su genio y sus talentos; pero sí podréis imitar su dedicación y perseverancia en el estudio y su amor a la humanidad.

[Discurso, 1875, p. 216.]


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Francisco Barbadillo y Victoria Era el señor Barbadillo uno de esos hombres que nacen para mandar, tan justo, tan activo y enérgico, como sagaz y prudente, tenía verdaderamente el don de gobierno. El padre Santa María dice hablando de él: “A este hombre sin duda lo dotó Dios de un cierto espíritu y carácter superior, con cuya virtud, sin recurso de armas y sin agitaciones mayores, hacía que calmaran los disturbios, y que se serenaran las borrascas: los vecinos con su presencia ocultaban el veneno de sus intenciones, y los indios, o agradecidos, o temerosos de que el que les hacía tanto bien, podría igualmente castigarlos y aniquilarlos, se aquietaban en la mayor parte, o no desenfrenaban del todo su barbarie.” Tal fue el hombre destinado por la Providencia para pacificador de esta tierra y que llegó a Monterrey a principios de enero de 1715. Inmediatamente citó a una junta general a todos los capitalistas y hacendados. Organizó la compañía volante. Dictó ordenanzas muy oportunas para el mejor régimen y gobierno de la provincia; y aunque le pareció muy ardua la empresa de destruir las congregas, la acometió con valor, llevando de su celo por el bien, y a pesar de las protestas y disgusto profundo de los protectores, decretó su abolición e hizo poner inmediatamente en libertad a los congregados, se valió de éstos para hacer los requerimientos a los indios, asegurándoles que jamás volverían a ser esclavos, ofreciéndoles que con la protección eficaz del Gobierno los pondría en posesión de tierras y aguas suficientes, para que pudieran vivir con comodidad, y manifestándoles, por fin, las inmensas ventajas de la vida civil y arreglada sobre la barbarie y la vida errante.

[Colección de Noticias y Documentos.., p. 201.]


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Fray Andrés Antonio de Llanos y Valdés En el año de 1792 vino el Ilustrísimo señor don Andrés Antonio de Llanos y Valdés ya consagrado, y tomó posesión de su Diócesis. Era este señor natural de la Villa de Jerez de la provincia de Zacatecas en el Obispado de Guadalajara y había sido canónigo de la Catedral de México. En el siguiente año de 1793 fundó el Colegio Seminario, único establecimiento literario que hubo en las cuatro Provincias Internas de Oriente por más de cincuenta años, y del que salieron muchos hombres eminentes en saber, que fueron el lustre de la Provincia, y de los que muchos conocemos y hemos tratado; erigió el Hospital de los pobres de Nuestra Señora del Rosario en la casa que actualmente ocupan las hermanas de la Caridad, en donde permaneció hasta su extinción, verificada en 1855; de modo que fue como el Seminario por muchos años, único en su especie en las cuatro provincias referidas, con el fin de mudar la ciudad a mejor sitio, y edificarla de una manera regular, comenzó a construir una Catedral en donde hoy está la Ciudadela, que aún conserva el nombre de Catedral nueva, un convento de Capuchinas, que es actualmente el arruinado cuartel de Iturbide; y un Hospital para mudar el de Nuestra Señora del Rosario, que es el sitio en que actualmente se está edificando el Colegio Civil. Todos estos edificios los comenzó en los sitios correspondientes con arreglo a un plano de la ciudad muy hermoso, levantado por su arquitecto don Juan Crousset. Con arreglo a este mismo plano se han repartido los terrenos en la parte del norte de esta ciudad, conocida por el Nuevo Repueble, a inmediaciones de la Ciudadela; y bien se ve que su delineación es la mejor que pudiera darse. Salió a una visita pastoral, y haciéndola murió en Santillana, el año de 1799. Su muerte paralizó todas sus obras y ninguna de ellas se siguió después, así fue que ni la Catedral ni el Hospital se acabaron, ni los frailes ni las monjas vinieron.

[Colección de Noticias y Documentos…, p. 95.]

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Mariano Jiménez Un joven tan gallardo como afable, tan inteligente como instruido y tan cortés como valiente. Tal era don José Mariano Jiménez. Una esmerada educación, una instrucción no vulgar adquirida en las aulas del Colegio de Minería, unidas a su dedicación asidua a la práctica de las operaciones metalúrgicas, a su juventud y a todas las bellas prendas de su espíritu, le daban derecho a prometerse un brillante porvenir. Pero apenas comprendió los altos pensamientos del ilustre anciano de Dolores, estimulado por tan alto ejemplo, ya no pensó más que en la patria: reunió hasta tres mil hombres y con ellos se ofreció al servicio de la recién nacida insurrección. Prendado el egregio Hidalgo de la gallardía, finura y decisión de aquel joven, le dio el despacho de Coronel y le mando marchar a la vanguardia del ejército.

[El 15 y el 16 de septiembre, artículo histórico, 1870, p. 23.]


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Fray Servando Teresa de Mier

El egregio doctor don Servando Teresa de Mier, brillante gloria de Nuevo León, sabio de primer orden, profundísimo político, alma y luz de los dos primeros congresos de la Nación, filólogo comparable con Becerra Tanca, fue tan consumado hebriazante que, prófugo y desvalido huyendo de injustas persecuciones, ganó su vida en Bayona enseñando a leer en la lengua de Abraham y de Moisés a los rabinos de la Sinagoga de aquella ciudad. Gloria y honor del suelo nuevoleonés: recluso más de tres años en una mazmorra de la Inquisición, consoló su desgracia y entretuvo el fastidioso tiempo de su prisión solitaria, escribiendo su Apología, en la que nos pinta muy al vivo todos sus infortunios, las injustas persecuciones que sufrió, tanto en América, como en Europa; y las muchas y varias peripecias de su azarosa vida. ¿Qué hubiera sido de él sin el auxilio de las letras? Inútil y oscura vida habría pasado, por cierto, en tan calamitosas circunstancias.

[Discurso, 1870, p. 74.]


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José Antonio de la Garza Cantú

El mejor de mis amigos, el señor chantre don José Antonio de la Garza Cantú, hombre bien conocido por su ilustración y prudencia, no menos por su probidad y buen corazón, quien por su habitual cordura y juzgando que nunca es malo el tiempo para hacer el bien, me animó prometiéndome asociarse conmigo para emprender la obra [del Hospital Civil], e impartirme sus auxilios hasta donde le fuera dable, diciéndome que yo como Vicepresidente del Consejo de Salubridad podía y debía promover la erección de un hospital, que todo el trabajo sería establecerlo y que después el gobierno; viéndolo ya en estado de servir y persuadido de la necesidad que había en un establecimiento semejante, se vería en la precisión de mantenerlo. “Esto añadió: se lo digo como hombre, pero si usted es cristiano acometa la empresa sin pensarlo, y deje a la Divina Providencia lo demás.” Me dijo que no había razón para diferir por más el tiempo la ejecución de un pensamiento tan bueno, que nos decidiéramos de una vez a intentar la fundación del Hospital, y que me daría cuatro mil pesos de pronto para dar principio a la obra, a reserva de dar después cuanto pudiera, ofreciéndome además venirse a vivir al establecimiento, y acabar sus días sirviendo a los pobres hasta donde le fuera posible. Pero por mi suma desgracia la salud de este hombre, que era de todo mi apoyo y mi única esperanza, se desmejoraba de día en día y sin que valieran cuidados, tuve el sentimiento de verlo terminar su existencia el día 20 de julio del mismo año [1859], sin que él hubiera tenido el gusto de ver siquiera concluida la primera sala que se estaba construyendo. [Breve relación del origen, progreso y estado actual del Hospital Civil, 1864, f.3.]


La juventud y sus valores


Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. (Lamentaciones, 3:24.)


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La virtud

Cualquiera que sea la profesión que adoptéis, dedicaos con tesón; pensad en ella día y noche, porque solo así se alcanza la instrucción; pero no basta ser instruidos y aplicados, sino que es igualmente necesario ser prudentes, ser justos, ser benéficos, en suma, ser virtuosos. La instrucción y el estudio de nada sirven si no van acompañados de la virtud, son en tal caso más perniciosos que útiles. La instrucción y la virtud son la sabiduría: sed, pues, sabios y agradareis a Dios y a los hombres. Buscad, pues, la instrucción en el estudio, y la sabiduría en la práctica de las virtudes, porque si la instrucción es la vida, la sabiduría es más que la vida, es la felicidad, es la bienaventuranza. La instrucción sólo se halla en el trabajo continuo de la lectura y la meditación, y las virtudes sólo se adquieren con el trabajo de ejercitarlas sin cesar: trabajad, pues, constantemente en procuraros tan eminentes bienes, haceos un hábito, una costumbre de estudiar y de ser buenos y labraréis vuestra felicidad y la de vuestros conciudadanos. Ahora que sois jóvenes acostumbraos al trabajo, porque como dice el profeta de las gentes: “Bueno es para el hombre el haber llevado el yugo desde su mocedad.”

[Discurso, 1861, p. 21.]


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La religión La religión es la primera de las necesidades de un pueblo, porque habiendo ella sabido hacer de la caridad un precepto y una obligación de la templanza, mantiene a los hombres enlazados con los estrechos vínculos de la justicia y de la recíproca utilidad. Es ella también de todo punto necesaria para la felicidad del individuo; pues ciñendo al hombre a sus deberes con los purísimos preceptos de la moral evangélica, le da eficaces medios para que viva en paz con su conciencia, con los hombres sus hermanos y con su Creador; le alienta en sus penalidades con la esperanza de la vida futura, le endulza los últimos instantes de su perecedera existencia y le guía a las regiones de la luz y de los goces sin término.

[Discurso, 1863, p. 83.]


Ideario

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Al futuro estudiante de medicina

Aquel de entre vosotros que, dotado de un corazón sensible, sepa compadecer las miserias de sus semejantes, que tenga un entendimiento claro, inclinación al bien, grande amor al estudio y un espíritu fuerte que lo haga a propósito para desempeñar un gravísimo y difícil ministerio, dedíquese al muy útil aunque penoso y dilatado estudio de la medicina. Desde que se inicie en esta ciencia, verá que la naturaleza comienza a abrirle sus inagotables tesoros para que de mil maneras las utilice en bien de la humanidad. La química le dará por completo el conocimiento de la naturaleza, que la física solamente le había dejado ver como por encima y de una manera general: le hará penetrar en lo interior de los cuerpos y allí le revelará las operaciones más secretas verificadas en fuerza de las leyes que presiden a la reunión y combinación de los átomos. La botánica pondrá a su disposición los preciosísimos dones que nuestro amoroso Dios con mano liberal nos prodiga diariamente en el importante y ameno reino vegetal. La farmacia le enseñará a utilizar todos los cuerpos de la naturaleza en bien de la humanidad doliente. Y los demás estudios médicos, asociados a una práctica razonada y asidua, lo harán llegar por fin a la cumbre del arte que tiene por objeto socorrer al hombre que padece. ¡Arte sublime que deriva sus deberes de las leyes más santas de la religión y de la filantropía, que tiene en su mano nada menos que el inmenso poder de la naturaleza benéfica, y cuyo objeto único y exclusivo es derramar a manos llenas el bien por todas partes! No es de admirar que una ciencia tan eminentemente consoladora, y que más bien parece hija de la caridad que de los dolores y de las humanas miserias, haya excitado desde la más remota antigüedad la admiración y el agradecimiento de los hombres.

[Discurso, 1863, p. 89.]


GONZALITOS

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Al futuro estudiante de leyes Y el que haya recibido de la naturaleza un sentimiento instintivo de lo justo y de lo injusto, un juicio recto, un deseo insaciable del saber, una inteligencia clara y perspicaz, y un invariable amor a la justicia, abrace desde luego el vasto y profundo estudio de la jurisprudencia, sin que lo arredre lo extenso del camino que tiene que recorrer, pues esta ciencia tan necesaria a la sociedad, tiene por preciosos indispensables auxiliares a todos los conocimientos humanos. ¡Ciencia preciosa y eminente que desentraña de lo más recóndito la justicia y la iniquidad, y que señala claramente los derechos y deberes del hombre y de las naciones! Ella robustece el brazo de sus adeptos, armándolos, ya con la egida de la razón, o ya con la cuchilla de la ley, para que defiendan con eficacia la inocencia injustamente oprimida, o castiguen con energía el crimen donde quiera que se encuentre: ella enseña y reduce a principios ciertos el arte difícil y peligroso de gobernar; y ella, considerando los pueblos sus necesidades, sus condiciones y sus intereses, inicia en el arte todavía más difícil y espinoso de dictar leyes a los Estados, bajo los preceptos de la sabiduría y las invariables reglas de la justicia. El estudio de esta elevada ciencia, productora de tan indecibles beneficios, robustece la razón y da firmeza al carácter. Y por último, ella ilustra el entendimiento, rectifica el juicio y perfecciona el espíritu.

[Discurso, 1863, p. 91.]


Ideario

› 39

La libertad Con muchos, y muy grandes e inestimables dones adornó al hombre el Hacedor Supremo: le dio existencia, sacándolo perfecto y acabado del barro de la tierra, le dio sentidos los más adaptables a su naturaleza, le dio los abundantes tesoros del mundo para subvenir a sus necesidades, le dio inteligencia perfectible para que se conociera a sí mismo, escudriñara todo lo creado y se elevara hasta la sublime contemplación de su mismo creador, le dio espíritu sociable, para que reuniéndose a sus semejantes, formara pueblos y naciones; y le dio la libertad; como el don más apreciable, como la corona de la obra de su inagotable munificencia, para que con ella pudiera hacer meritorias sus obras. Esta libertad, pues, no es una cosa relativa de un hombre para con otro, sino absoluta y totalmente propia de cada individuo: es un derecho concedido por Dios como atributo esencial del hombre. Derecho precioso que no puede jamás enajenarse y del que se debe usar, como de todos los demás dones del Creador, con arreglo a las prescripciones de la razón y de la justicia, para no dañarse a sí mismo ni dañar a los demás; porque siendo todos los hombres igualmente libres e iguales en sus primitivos derechos, debemos respetar los fueros ajenos, si queremos que sean respetados los nuestros.

[Discurso, 1874, p. 168.]


GONZALITOS

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Alejarse de la pereza y la ignorancia

Así, pues, oh jóvenes amados, aplicaos, vuelvo a deciros, aplicaos al estudio con decidido empeño y no descanséis hasta conseguir el fin, hasta que lleguéis a ser instruidos y útiles ciudadanos. Sed, pues, dóciles a los preceptos de la sabiduría, acostumbraos a seguirlos por toda la vida y merecéis ser amados de la patria y de vosotros mismos. Mas, si por el contrario la pereza os domina, si abandonáis el estudio, si desoís las voces de la celestial sabiduría, seréis el ludibrio y la mofa de las gentes, viviréis menospreciados y escarnecidos; y aún en vuestra misma opinión solamente seréis dignos de desprecio. Para alcanzar la sabiduría es necesario trabajar sin descanso e imitar el ejemplo de los buenos: que ella consuela y alienta en la desgracia y hace al hombre amable aún a sí mismo: que la ignorancia y la maldad no acarrean más que el desprecio, la desesperación y el castigo.

[Discurso, 1875, p. 221.]


Ideario

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La instrucción pública obligación de los pueblos libres La instrucción pública es, sin duda alguna, la primera y la más urgente necesidad de un pueblo libre: si una nación quiere ser gobernada por un rey o por pocos ciudadanos, renuncia al uso de su libertad, abandonando su poder y sus derechos en manos de sus gobernantes; y en tal estado, al pueblo le basta resignarse a obedecer las órdenes de sus mandarines, o más bien de sus señores, y poco o nada necesita la instrucción, porque nunca ha de tomar parte en los negocios públicos; pero si por el contrario, queriendo conservar su libertad, escoge el sistema republicano democrático, es decir, el gobierno popular, entonces cambia del todo la escena: el pueblo que se declara independiente y libre, carga sobre sí la obligación de saber, a lo menos, lo muy preciso para conocer y usar de sus derechos, y para conocer y cumplir sus obligaciones.

[Discurso, 1880, p. 339.]


GONZALITOS

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La gratitud por la educación recibida Entre las muchas virtudes con que debéis adornar vuestro espíritu, os conviene comenzar desde ahora que estáis en edad tierna, por ejercitaros mucho en la práctica del agradecimiento: la gratitud es el compendio de todas las virtudes, y facilita singularmente el ejercicio de todas: porque el que agradece a Dios los inmensos e innumerables beneficios que de su liberalidad recibe, procura agradecerle siempre, cumplir sus mandamientos; y no pudiendo pagarle de ningún modo lo mucho que le debe, se considera eternamente obligado a respetarlo y amarlo de la mejor manera que le fuere posible. Además estáis estrictamente obligados a ser muy agradecidos a cuantos beneficios recibiréis; amad, pues, respetad y atended siempre a todos vuestros bienhechores, y muy particularmente a vuestros padres, que os dieron el ser y han cuidado y cuidan de vuestra infancia, a las autoridades superiores que han dispuesto y ordenado vuestra educación; y más que todo, a vuestros preceptores que son los que os quitan la tosca corteza de la rusticidad y la ignorancia, volviéndoos de rudos e inciviles, en inteligentes y pulidos ciudadanos: el beneficio que se recibe con la instrucción, es inestimable y con nada se paga, de manera que no queda más arbitrio que agradecerlo siempre.

[Discurso, 1880, p. 341.]


La filantropĂ­a y las virtudes humanas


Trabajad sin descanso por apropiaros las luces de la ciencia y trabajad con mayor ahĂ­nco para adquirir por costumbre el ejercicio de las sublimes virtudes sociales, sobre todo, de la filantropĂ­a, de la justicia y de la prudencia.


Ideario

› 45

La beneficencia

Virtud sublime, cuyo origen se halla, como el de los demás, en el seno mismo de la Divinidad. El Supremo Hacedor la infundió en el corazón del hombre para consuelo de la especie humana, e hizo de ella un mandamiento. El Hijo de Dios en su peregrinación por este mundo, nos dio el ejemplo más cumplido de ella y renovó el precepto mandándonos hacer bien aún a los mismos enemigos. Imprescindible obligación tenemos, pues, de ser benéficos, tanto como de ser justos, y esta obligación común a todos los hombres, es mucho mayor en los que con el carácter público ejercen una profesión literaria, porque ellos son depositarios del sagrado tesoro de las ciencias y deben repartirlo con liberalidad. El hombre que sepulta consigo sus conocimientos, que oculta su saber para que a nadie aproveche, es el peor de los egoístas, es el peor de los avaros, es un hombre perdido para la sociedad y detestable por todos cuantos aspectos se le considere; por el contrario, el hombre benéfico que por unos cuantos caminos puede, y principalmente con su saber, va haciendo bien por donde pasa, es el mejor de los ciudadanos, es el hombre eminentemente social, cumple bien con su deber, se concilia el amor y el respeto de todos sus hermanos, y sobre todo, siente la satisfacción interior, el inefable gozo y la deliciosa expansión del ánimo, que siguen siempre a una buena obra.

[Discurso, 1861, p. 25.]


GONZALITOS

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La perfectibilidad humana

Si el hombre no fuera perfectible no sería educable. ¿Y no habrá cosa más útil que inculcar en la mente de los tiernos jóvenes esta verdad fundamental, en la que ven claramente cuáles han sido las intenciones del Creador? ¿Habrá cosa más útil que enseñarles a conocer que en sí mismos tienen la posibilidad de perfeccionar su inteligencia, y la obligación de cultivar con esmero el talento que por suerte hayan recibido de la Naturaleza? Tan poderosas razones me han hecho pensar que la ley de perfectibilidad, rasgo característico del hombre, debiera ser el tema obligado, exclusivo é invariable de los discursos con que se solemnizan los adelantos de le educación y los pacíficos triunfos del estudio. Esta portentosa ley nos fue dada por la suprema voluntad del Omnipotente, para gloria suya y para bien de la humanidad. Yo no puedo comprender cómo podría sustituirse la idea de Dios, es decir de la cosa más perfecta, con la idea de la razón humana, de suyo imperfecta y solamente con tendencias hacia la perfección; ni menos puedo comprender cómo sería posible arrancar del corazón del hombre el sentimiento religioso, que le es tan propio y peculiar, que bien podría considerarse como instintivo. Lo que hay que hacer es ilustrar la razón con el conocimiento de las verdades descubiertas, acostumbrarla a juzgar con rectitud, aún de las cosas más triviales; y entregarle la voluntad maniatada, para que la gobierne y la dirija sin permitirle hacer más que lo bueno y lo justo. Más con los individuos perecen demasiado pronto y la especie subsiste, ella, heredando y reteniendo cuidadosamente las obras de los que perecieron, ha podido llegar a un grado de perfección tal, que un individuo no podrá alcanzar jamás; pero cada uno puede tomar libremente de este abundoso tesoro las verdades conocidas y cuanto necesite para formar la base de su perfección individual.

[Discurso, 1870, p. 125.]


Ideario

› 47

La amistad y el agradecimiento Yo, después de pensarlo mucho, me he fijado en que, agradecer es reconocer y confesar un favor recibido, queriendo y procurando siempre pagarlo de la mejor manera posible. Por tanto, yo reconozco y confieso que de los moradores de Nuevo León, nacionales y extranjeros, he recibido desde que estoy entre ellos, y mucho más en estos últimos días, multiplicados y grandes favores, los cuales deseo con toda mi alma retribuir, y procuraré hacerlo por cuantos caminos pueda. La felicidad y bienestar del hombre no estriban ni en las riquezas ni en los honores, sino en tener muchos y buenos amigos; y que, por el contrario, el egoísta, que encerrado en sí mismo, sin relaciones amistosas con nadie, carga con el desprecio de cuantos le conocen, indefectiblemente debe pasar una existencia inútil e infelicísima. Por eso dijo, con tanta razón como verdad, el grande orador romano (Cicerón): “Nula es la vida si le falta la amistad”.

[Discurso, 1883, p. 12.]


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GONZALITOS

Virtudes que deben adornar al hombre

La justicia, que es la reina de todas las virtudes; la filantropía, que es el verdadero lazo social; el patriotismo, que es el sostenimiento de los pueblos; la prudencia, que es la reguladora de las acciones humanas; la fortaleza y la templanza, que hacen al hombre dueño absoluto de sí mismo. Con estas virtudes la ciencia hará de vosotros hombres verdaderamente útiles; y sin ellas, la ciencia os convertirá en hombres en grado eminente perniciosos: las virtudes sin la ciencia os constituirán en la condición de hombres humildes, apenas buenos ciudadanos, muy poco útiles para los demás y para vosotros mismos.

[Discurso, 1874, p. 137.]


Â

La sabidurĂ­a y el amor a la ciencia


‌sed, pues, sabios y agradarÊis a Dios y a los hombres.


Ideario

› 51

La ciencia y la sabiduría

De la ciencia, pues, debemos esperar todos los bienes y el remedio de todos los males: ella, elevando nuestro espíritu, nos acerca a la Divinidad, nos promete una vida futura y nos da los medios para alcanzarla: ella nos enseña a distinguir el bien del mal, y a discernir lo justo de lo injusto: ella nos guía e ilumina para buscar la verdad: ella hace que, trasladando las palabras con pequeños caracteres sobe una superficie, podamos tratar con los ausentes y los muertos, y nos enseña a multiplicar las copias con tanta facilidad y en tan prodigioso número, que sobrepuja a toda ponderación: ella nos procura la salud, el más precioso de los bienes terrenos: ella ensancha nuestro poderío, poniendo en nuestras manos instrumentos preciosos, que nos hacen dominar, no solamente la tierra que pisamos, sino también los rutilantes astros de los cielos: ella es la que remonta al atrevido aeronauta sobre los ligeros vientos: ella hace descender al intrépido buzo a los profundos abismos del mar: ella transporta los pensamientos por finísimos hilos de metal con la velocidad del rayo al otro lado de los insolados mares, y los hace circular en los pueblos con la celeridad de la luz: ella acorta las distancias, valiéndose del vapor, y con una fuerza inconcebible, arrastra los frutos de la tierra, los productos de la industria y al hombre mismo hasta los últimos términos del mundo: ella, en fin, produce tantos beneficios, tantas y tan grandes maravillas, tan puros y tan variados goces, que el hombre, sin temor de equivocarse, puede muy bien exclamar con Salomón: “Viniéronme todos los bienes juntamente con ella.”

[Discurso, 1861, p. 17.]


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GONZALITOS

El gran libro de la naturaleza La contemplación de la naturaleza, el examen de sus maravillas, la investigación de sus secretos y el estudio de sus leyes son y han sido siempre la fuente inagotable del saber, la ocupación más digna del hombre y el origen y la primera raíz de la más sana filosofía. El gran libro de la naturaleza, abierto siempre ante los ojos del que quiera escudriñarlos no envejece, no caduca, siempre nuevo, siempre útil, jamás agotado, es el que da la más sólida instrucción: cualquiera que sea la profesión que el hombre ejerza, tiene que consultarlo si no quiere equivocarse. ¡Feliz el que ha llegado a saber registrar este inmenso tesoro y a entenderlo!

[Discurso, 1861, p. 39.]


Ideario

› 53

La virtud y la ciencia

La educación es sin duda el principal, el único negocio de la juventud, porque de él deben esperar ella y la sociedad toda clase de bienes. ¿Y cuáles serán las inamovibles y sólidas bases de una buena educación? Yo os lo diré en pocas palabras: no son, ni pueden ser otras, sino la virtud y la ciencia. Acostumbrar a los jóvenes a huir del vicio, para que puedan practicar la virtud; y desterrar de ellos la ignorancia, enseñándoles los principios fundamentales de las ciencias. Huid, pues, con todas vuestras fuerzas de los vicios, para que podáis después correr libremente por el camino de la virtud. No hagáis cosa alguna de las que repruebe la razón, huid como de un contagio pestilente de la pereza que embrutece, de la impiedad que degrada, del fanatismo que obceca, de la ingratitud que desnaturaliza, del egoísmo que aísla, de la disolución que destruye, de la ira que ciega, de la codicia que envilece, de la mentira que deshonra, de la intemperancia que aniquila; y de todo aquello que repugna a la santidad de la religión, a la pureza de la moral, a la integridad de la justicia y al bien de la sociedad. La virtud y el vicio son como la luz y las tinieblas, que se excluyen mutuamente y no pueden estar juntas jamás.

[Discurso, 1862, p. 38.]


GONZALITOS

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La ciencia El único camino que nos puede conducir a la ciencia, es trabajar de continuo en desterrar la ignorancia. Trabajad, pues, sin cesar desde la juventud en acrecer vuestros conocimientos, contemplando siempre la naturaleza, ese fecundo libro, marcado con el sello de la verdad eterna: estudiad, inquirid, aprended. Así con el trabajo y la constancia llegaréis a poseer un gran caudal de buenos conocimientos, con los que podréis muy bien labrar vuestra felicidad y la de vuestros conciudadanos. Muy útil es sin duda la ciencia para el individuo, y es de todo punto necesario para la sociedad; porque ella enseña al hombre a remediar sus multiplicadas necesidades, ella le revela el gran secreto de su poder, y ella fue quien produjo las sociedades. Sin la ciencia la sociedad no podría permanecer; porque ella desarrolla el espíritu de sociabilidad, ella es la escuela de las buenas leyes, ella es la maestra de la política, ella da sabios y justos magistrados, ella produce útiles y obedientes ciudadanos, ella eleva las artes a la perfección, ella enseña a los hombres a reunir sus fuerzas, y de la mejor manera combinarlas, para valerse de ellas con la mayor ventaja; y ella, en fin, produce tantos, y tan grandes bienes, que yo no sabría enumerarlos, ni hacer de ellos una digna alabanza.

[Discurso, 1862, p. 42.]


Ideario

› 55

La filosofía

Tenéis para cultivar vuestra alma el necesario y luminoso estudio de la Filosofía, que no es otra cosa sino la expresión sincera del deseo de saber bajo su más pura forma: es la ciencia de los primeros principios de las primeras causas: es el centro y es la luz de todas las ciencias: es la que las fecundiza, la que las vivifica, la que las domina y las ilustra, sin que a ella ninguna la ilumine, la subyugue, le dé vida y la fecunde. Ella os enseñará a contemplar con una sola ojeada toda la creación; y desentendiéndose de los detalles y los pormenores, y fijándose únicamente en las generalidades, os manifestará lo que hay en las obras del Creador de más sublime, de más grande y portentoso. Ella os dará a conocer al hombre como la corona de la creación y visible, como el ser más perfecto que hay sobre la tierra, y como el único que posee un rayo de la Divina Luz, que lo constituyen un nuevo ser inmaterial e imperecedero, aunque unido a la torpe materia de este globo. Ella os manifestará cuál es la generación de las ideas, y os enseñará el arte de pensar, señalándonos las reglas más seguras para la perfección del raciocinio. Del conocimiento de la tierra y del hombre os hará pasar al mundo de los espíritus y os elevará hasta la sublime contemplación de la Divinidad; y descendiendo después iluminada con el alto conocimiento de los divinos atributos, os enseñará a investigar cuál es la voluntad del Creador y Dominador del universo, manifestada por sus obras, deduciendo por fin de estos profundos estudios cuáles son los deberes del hombre sobre la tierra, y os enseñará a valeros de la razón para cumplirlos.

[Discurso, 1863, p. 75.]


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GONZALITOS

Las matemáticas

Ellas son un conjunto de realidades demostradas, unas por el solo uso de la razón, y otras por el inmenso poder del cálculo. Son el principio de todo estudio científico, pues ni la física, ni la química, ni otras muchas ciencias, ni las artes pueden dar un solo paso sin su auxilio. Aplicadas a la mecánica multiplican por millares de veces la fuerza del hombre y extienden su poderío hasta un punto que parece increíble. Aplicadas a la extensión, tanto facilitan el modo de apreciarla, que sin movernos de un lugar podemos medir palmo a palmo la magnitud al parecer inconmensurable del Sistema Solar; y aplicadas al estudio de los astros, dan el conocimiento anticipado de los fenómenos más estupendos, marcan las razones más oportunas para que el hombre de los campos confíe a la tierra las preciosas semillas, que forman la base de nuestra subsistencia; y señalan a los sacerdotes los días de las solemnidades religiosas.

[Discurso, 1863, p. 77.]


Ideario

› 57

La física

Tenéis el vasto y satisfactorio estudio de la física, cuyos límites son los de la creación material; y que dándose a conocer las propiedades de los cuerpos y las leyes que los determinan a obrar a sensibles distancias, pondrá bajo vuestros sentidos la naturaleza entera para que admiréis la infinita sabiduría del Creador, derramada abundantemente en cada una de sus obras, y para que aprovechéis los inmensos tesoros que su mano próvida colocó en este dilatado mundo para beneficio de los hombres. Con su exilio el atrevido aeronauta hiende los aires y se remonta a las altas regiones de las nubes de los hielos eternos; con su auxilio el intrépido navegante surca las aguas sin temor de extraviarse en la inmensidad de los mares; con su auxilio ha podido el hombre arrebatar el rayo de las nubes y obligarlo a que le sirva para facilitar sus relaciones; y con su auxilio el pacífico viajero recorre en muy pocas horas vastísimas regiones en las alas del vapor.

[Discurso, 1863, p. 79.]


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GONZALITOS

La música

La música fue la que, suavizando la aspereza de las primitivas costumbres, comenzó a civilizar las sociedades nacientes; la música fue la que, reuniendo los obreros con los mágicos sonidos de la lira de Arión, hizo levantar como por encanto las murallas de Tebas; la música fue de la que el Dios de las venganzas quiso valerse para derribar con el milagroso estruendo de las trompetas de Josué los muros de Jericó; y la música es hoy la que, ya sola, ya unida a su hermana la poesía, forma las delicias de todos los pueblos, y con razón, pues ella es el lenguaje de las pasiones, que, hiriendo los sentidos, nos avasalla antes de insinuarse en nuestras almas, despierta los sentimientos nobles del amor y de piedad, exalta el valor de los guerreros y lo lleva hasta el furor en los combates, enardece el deseo de la gloria y no hay pasión que no mueva en las almas sensibles.

[Discurso, 1863, p. 87.]


Ideario

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El dibujo

El dibujo, arte maravilloso de imitación y auxiliar necesarísimo de los demás artes, enseña como jugando a representar con la mayor fidelidad las obras más exquisitas, y las más grandiosas de la naturaleza. Así es como unas pocas líneas trazadas en un reducido espacio por una diestra mano, dirigida por una imaginación ardiente, engañan nuestra vista y nos hacen vagar por amenos prados, por espesos bosques, por espaciosos campos, o por la embravecida superficie de los anchurosos mares.

[Discurso, 1863, p. 87.]


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GONZALITOS

La gimnasia En ella encontraréis entretenido y saludable ejercicio que desarrolle vuestras fuerzas físicas, que perfeccione vuestro cuerpo, que contrapese los males que la demasiada aplicación al estudio pudiera ocasionaros, y que os sirva de entretenimiento inocente, impidiendo a vuestra imaginación dirigirse a mala parte, para que así lleguéis a poseer, como dice Juvenal, “un alma sana en un cuerpo sano”.

[Discurso, 1863, p. 88.]


Ideario

La importancia de la botánica

Así pues conviene que los médicos y boticarios jóvenes se dediquen con tesón al estudio de la botánica, que, por otra parte, tanto facilita el estudio de los otros ramos de la historia natural. Los elementos que de la ciencia de las plantas se aprenden en los colegios son demasiado pequeños y sólo pueden servir para emprender después un estudio formal y metódico de ella; pero si esto no se hace, si se abandona este estudio, hasta los escasos elementos que se aprendieron en el colegio se olvidan. Además importa mucho estudiar las cosas que tenemos a la mano, las cosas de nuestro país, para usarlas; y sólo en defecto de ellas usar de las extranjeras. Apreciar sólo las cosas que vienen de otros países, y despreciar lo que la naturaleza nos ofrece a manos llenas, es cosa de gente ignorante y fútil. Lo racional y filosófico es apreciar igualmente todos los productos de la tierra, escoger los que sean más convenientes, y de ellos usar los que con más facilidad y a menos costo se adquieran.

[Discurso sobre el estudio de la botánica, 1880, p. 5.]

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GONZALITOS

Palabra y escritura

Palabras y escritura, he aquí los primeros frutos de inteligencia perfectible. Palabra y escritura, primeras invenciones del hombre, más grandiosas y mejores que cuantas se han hecho después. Palabra y escritura, portentosos medios de perfeccionamiento, sin las cuales las ciencias no existirán y la infancia del género humano se hubiera perpetuado indefinidamente. Por la palabra y la escritura nos comunicamos nuestros pensamientos; con la palabra y la escritura se halla enlazada y unida la humanidad entera; y sin la palabra y la escritura nosotros no aprovecharíamos las ideas de nuestros mayores, ni podríamos transmitir las nuestras a los que vengan después de nosotros. ¿Queréis convincentes pruebas de estas verdades? Abrid la historia.

[Discurso, 1871, p. 146.]


Ideario

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Trabajar arduamente para alcanzar la sabiduría

Necesario es que el hombre que quiera ilustrar su entendimiento y contribuir al adelanto de la humanidad no descanse nunca; necesario es que busque con incesante anhelo las ideas ajenas; necesario es que trabaje sin tregua para dirigirlas y asimilárselas; necesario es que piense y vuelva a pensar para desenvolver sus propios pensamientos; y más necesario es todavía que sujetándose a la razón se aplique y se acostumbre a hacer siempre un uso recto, justo y útil de los conocimientos adquiridos. En esto solo consiste, oh jóvenes alumnos, la celestial sabiduría: dóciles seguid el camino que os mostrare; que si lo seguís, muy grandes y gloriosas recompensas os esperan. Trabajad sin descanso por apropiaros las luces de la ciencia y trabajad con mayor ahínco para adquirir por costumbre el ejercicio de las sublimes virtudes sociales, sobre todo, de la filantropía, de la justicia y de la prudencia. Tomad ejemplo de los grandes hombres, que trabajaron toda su vida en pro de la ciencia y en bien de la humanidad; seguid sus huellas y llegaréis como ellos a ser amados y respetados, no solamente de la Patria, sino de la humanidad entera.

[Discurso, 1875, pp.207-208.]


GONZALITOS

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El médico debe ser sabio y héroe Suele decirse que ninguno está obligado a ser sabio ni a ser héroe, pues yo diré que el médico es la excepción de esta regla general, porque su profesión, su juramento y el bien de la humanidad exigen de él que sea sabio y que sea héroe. Si no sabe todo lo que debe saber, no es médico; y si la suerte lo coloca ante una enfermedad contagiosa, en un campo de batalla o en un pueblo que sufre una epidemia, tiene que portarse como un héroe: es necesario que arrostre los peligros y se entregue a trabajar día y noche sin descanso, porque de otro modo no cumplirá sus deberes. Conviene que el médico en sus conversaciones, en sus escritos y de cuantas maneras pueda, procure difundir los conocimientos higiénicos, y promueva todo aquello que pueda mejorar la salud pública y la particular de las gentes del pueblo en que habita y de los demás que pueda, pues este es un medio seguro de hacer bien; y no olvide jamás que debe guardar en secreto todo aquello que convenga que no se divulgue.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 95.]


Ideario

La medicina y la filosofía Es necesario transportar la medicina a la filosofía y la filosofía a la medicina. El médico filósofo es igual a los dioses. No hay diferencia entre la filosofía y la medicina; todo lo que hay en la primera se encuentra en la segunda: desinterés, reserva, pudor, modestia en el vestir, dignidad, juicio, tranquilidad, firmeza en todas las ocasiones, limpieza, manera sentenciosa, conocimiento de todo cuanto es útil y necesario en la vida, rechazamiento de la impureza, alejamiento de la superstición, reconocimiento de la superioridad divina, el empleo de todas las fuerzas contra la intemperancia, la bajeza, la codicia, la concupiscencia, la rapiña y el impudor. La noción de Dios se enlaza naturalmente en el espíritu. La medicina está llena de reverencia por los dioses, a causa de la gran muchedumbre de enfermedades y de síntomas. Delante de la Divinidad los médicos se inclinan, porque saben que su arte sin ella no tiene poder. De allá viene la fuerza de la medicina. Muchas enfermedades sanan a veces espontáneamente, y entonces esto se atribuye a un poder superior; aunque los cambios que sobrevienen en el cuerpo, por causa del tratamiento, son la manifestación del orden natural de las cosas, que es la base sobre que la medicina reposa.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 80.]

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GONZALITOS

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El médico necesita la filosofía Si para conocer la naturaleza del cuerpo, las diferencias de las enfermedades y las indicaciones de las cosas que pueden ser de algún auxilio, se necesita emplear una contemplación racional, para ordenar y retener los conocimientos y la industria del arte se necesita que desprecie las riquezas y use de mucha templanza. Entonces tendrá ya todas las partes de la filosofía, tanto lo que toca al método de argumentar, que los griegos llaman lógica, como lo que pertenece al conocimiento de la naturaleza, que llaman física, y lo concerniente a las costumbres, que llaman ética. Necesario es que el tal hombre tenga todas las virtudes, pues todas están enlazadas entre sí, y no debe dejar de tener una el que tiene las demás; porque todas están estrechamente unidas con un mismo lazo. Luego el médico para aprender el arte y ejercerlo necesita absolutamente de la filosofía, o queda la duda de si el que es médico debe o no ser filósofo. No crea que esto necesite de la demostración, cuando vemos con frecuencia que no faltan algunos tan codiciosos del dinero que, convirtiendo en detestable abuso el noble fin del arte, más bien parecen encantadores que médicos. Ciertamente nosotros debemos emplear nuestros primeros estudios en la filosofía, si queremos ser verdaderos imitadores de Hipócrates: si lo hacemos así, nada impedirá que lleguemos a ser, no solamente semejantes a él, sino algo mejores, sabiendo todo lo que él dijo, y trabajando hasta encontrar las cosas que faltan al arte.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 68.]


Moral médica


Si no puedes hacer bien a lo menos no dañes… (Hipócrates)


Ideario

Objeto de la medicina El objeto de la medicina es el hombre, si está sano para conservarle la salud, si está enfermo para restablecérsela, aliviarle los dolores y prolongarle la vida cuanto más le fuere posible. No fue desconocido de los antiguos el verdadero objeto de la medicina, pues ya, mucho antes de Hipócrates, Lino y Orfeo la definieron: “Arte divino que apacigua los dolores, restituye con la salud la felicidad y los placeres y prolonga la vida.” Así, pues, el médico tiene a su cargo cuidar de la salud y de la vida de los hombres; y la salud y la vida de los hombres son cosas verdaderamente sagradas, cosas demasiado grandes y respetables, que deben ser tratadas con la mayor atención y cuidados; y que no siendo comprables ni vendibles, jamás deben ser objeto de interesadas especulaciones. De aquí es que la medicina ha de ser ejercida filantrópicamente, ha de ser la más sincera expresión del amor del prójimo, debe ejercerse como una verdadera religión como un verdadero sacerdocio, sin pensar más que en hacer el bien a los hombres sin exceptuar ni a los criminales, ni a los enemigos, ni a nadie. El que lo haga así cumplirá con su deber y será tenido por bueno; y el que lo contrario hiciere, será un mal hombre, peor ciudadano e indigno de vivir en la sociedad.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 5.]

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GONZALITOS

Dones necesarios del estudiante de la Escuela de Medicina

La Escuela de Medicina no reconocerá por sus hijos más que a los que reúnan las tres indispensables condiciones de capacidad, aplicación y honradez.

[Discurso, 1878, p. 12.]


Ideario

Valores para ejercer la medicina Al que pretende el título de médico, la sociedad le exige, como condición indispensable para autorizarlo, la promesa legal y solemne de que ha de ejercer su profesión con fidelidad y honradez, procurando en todo el bien de la humanidad. Y ¿sabéis lo que quieren decir estas palabras? Quien dice fidelidad, dice: escrupulosa observancia, puntualidad, asiduidad, celo, exactitud, constancia, firmeza, perseverancia, esmero y lealtad en hacer y cumplir lo que se promete: quien dice honradez, dice: probidad, integridad, modo de obrar intachable, proceder justo, vida irreprensible, propia de un hombre de honor: y quien dice que todo lo hará por bien de la humanidad, dice: que a esta sola promesa ha de ajustar su proceder, con exclusión de cualquiera otra mira o fin, que no sea el que se prometió. Jamás olvide, pues, el médico que está obligado a ejercer una profesión científica y humanitaria con fidelidad y honradez, es decir que debe saber, sin excusa ni pretexto, cuanto es necesario para ejercerla debidamente, y a ser siempre hombre de bien en toda la extensión de la palabra. He aquí las dos obligaciones que encierra su promesa, la cual en el orden religioso vale exactamente lo mismo que un juramento, pues tampoco al que se bautiza, ni al que se casa le hacen materialmente que jure; sino que basta que prometa ante autoridad competente, para quedar obligado a cumplir la promesa con la religiosidad del juramento, y si falta es tenido por perjuro, y como tal se le trata y castiga.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 21.]

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Comportamiento del médico El que ejerce el arte de curar debe, en cuanto le fuere posible, cuidar de su salud, y no cometer excesos que la alteren, ni exponerse sin necesidad a contraer una enfermedad; porque si lo hace es culpable, no solamente del daño que se hace a sí mismo, sino también del daño que hace, inutilizándose para el trabajo, a aquellos a quienes está destinado y obligado a servir. Además, el médico debe portar en su persona y en todas sus cosas una esmerada limpieza, porque la suciedad desagrada a todos y es causa de enfermedades, y que si usa de aromas, sean de aquellos que nada tienen de sospechosos. El médico no solamente será discreto, sino que observará una grande regularidad en su vida; esto le hará el mayor bien a su reputación; sus costumbres serán honradas e irreprensibles; con todo será grave y humano, porque el mucho hablar, alabarse a sí mismo y andarse ofreciendo excita siempre el menosprecio, aunque alguna vez pueda ser de alguna utilidad. Tendrá una fisonomía reflexiva sin austeridad, para no parecer arrogante y duro; que no se dé mucho a reír, ni se entregue a grandes arrebatos de alegría, porque no lo tachen de ligero. No son pequeñas las relaciones del médico con los enfermos; los enfermos se someten enteramente al médico, y éste está a todas horas en contacto con las mujeres, con las muchachas y con objetos preciosos. Es necesario, respecto de todas estas cosas, guardar siempre sus manos muy puras. [Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 35.]


Ideario

Reputación del médico

Ante todas las cosas es necesario que el médico se haga un buen lugar en la sociedad, pues como hombre público necesita tener muy buena reputación; y si no logra adquirirla debe considerarse eternamente perdido. Para alcanzar esta buena reputación es necesario que lleve una vida muy arreglada, cumpliendo fielmente con las obligaciones de su estado, respetando a todos, sujetándose a las leyes, no perjudicando ni molestando a persona alguna, sin ofrecerse ni negarse a nadie en particular, sirviendo con la mayor exactitud y con agrado a los que lo ocupen, sufriendo con paciencia las incomodidades y trabajos propios de su oficio, tolerando los defectos ajenos y corrigiendo los propios. Debe huir de todo lo que perjudique su reputación, sin dar motivo jamás para que piensen mal de él. Las gentes no pueden calificarlo por su talento y su saber, que no les es dado penetrar, y han de calificarlo por su modo de portarse en el mundo. Pórtese, pues, bien el que ha de servir al público, para que piensen que así como es buen hombre y buen ciudadano, será bueno en lo demás. También le es necesario para hacerse buen lugar como médico, y poder tratar muchos enfermos, y adquirir buena práctica, que no se muestre muy amante del dinero y ejerza su profesión con libertad. [Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 39.]

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La retribución del médico

En cuanto al salario, piénsese que se va en busca de la instrucción. El enfermo va a servir al médico para estudiar en él, para adiestrarse en la práctica, y para verificar sus teorías: esto ya es una especie de retribución. Otras veces se asistirá un enfermo por motivo actual de reputación. Esto es también una especie de paga. No seáis muy exigentes en materia de cobros, la exigencia en el cobrar descubre desde luego la avaricia, o a lo menos hace sospechoso de ella al exigente. El médico ha jurado ejercer su profesión en bien de la humanidad. ¿Y si ahuyenta de sí a los pobres y a los de pocos medios cumple su promesa? No, porque sirve a muy pocos, y no por bien de la humanidad; sino por interés del dinero. Tened en consideración la fortuna y recursos de cada cual. Antes ha dicho también Hipócrates: “La justicia presidirá a todas las relaciones del médico.” Si combinamos estos dos preceptos resulta que el rico se le ha de cobrar lo que sea absolutamente justo, a los de poca fortuna algo menos, y a los pobres nada.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 45.]


Ideario

Principales obligaciones del médico (con su patria)

1. Que debe ser tan filántropo como patriota y que, en igualdad de circunstancias, prefiera los propios a los extraños. 2. Que jamás debe anteponer el amor de las riquezas al amor de la ciencia y de la humanidad. 3. Que debe tener el valor necesario para arriesgar su salud y su vida en bien de la humanidad y en cumplimiento de su deber, del mismo modo que el soldado pone en peligro su vida para cumplir con su oficio. Tomen en buena hora el médico y el soldado cuantas precauciones les aconsejen la experiencia y la razón menos la de huir.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, pp. 48-49.]

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Pago justo

Muy difícil es, a la verdad, valorizar con precisión los servicios profesionales del médico; pero esta dificultad no autoriza para cobrar un exceso porque esto siempre es robar. Si sobre este punto me pidierais consejo, yo os diría: Ya que os gloriáis de tener por Príncipe a Hipócrates, haced lo que él hacía. Auxiliaba a cuantos imploraban su socorro, a nadie cobraba: y se contentaba con recibir lo que le daban los que querían darle. Es cierto que de este modo el trabajo es mucho y la recompensa pequeña; pero en cambio de este sacrificio resulta el inestimable bien de tener la absoluta y plena seguridad de no haber robado, y de no haber dado motivo para ser tachado de ambicioso e injusto.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 68.]


Ideario

El médico que honra su profesión

¿Quién es, pues, el médico que honra su profesión? El que mereció la estimación pública por su profundo saber, larga experiencia, probidad exacta y vida irreprensible; aquél que mirando a todos los hombres como iguales a los ojos de la Divinidad, corre apresurado a su voz, sin excepción de personas, les habla con dulzura, les oye con atención, sufre sus impaciencias, y les inspira aquella confianza, que hasta a veces para darles la vida; aquél que penetrado de sus males, estudia con obstinación sus causas y sus progresos, no se turba con los accidentes imprevistos, se cree obligado a llamar en caso necesario a alguno de sus compañeros, para aconsejarse de ellos; aquél, en fin, que después de haber luchado con todas sus fuerzas contra la enfermedad, se tiene por feliz y es modesto en el buen éxito, y a lo menos puede felicitarse en los reveses, de que suspendió los dolores y dio consuelos.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 76.]

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Porte y trato del médico

Quiere Hipócrates, que el médico vaya a la casa del enfermo vestido decentemente y muy limpio, que no vista con demasiada elegancia porque no lo crean superficial y casquivano, ni se presente desaliñado y sucio, para que no dé asco a la gente. Su porte debe ser grave sin afectación y jovial sin chocarrería. Tratará a todos con atención y franqueza y mostrará mucho interés por la salud del enfermo. Ya constituido a la cabecera del paciente, no olvide que el fin supremo de su arte es el bien de la humanidad; ni olvide tampoco el precepto que nos dejó Hipócrates en su libro 1º. De las Epidemias: “Si no puedes hacer bien, a lo menos no dañes”.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 88.]


Ideario

Recomendaciones para el enfermo y quienes le auxilian

Confiar plenamente en el médico que eligió para ayudarle en su enfermedad.

Abstenerse de llamar a otro médico sin el conocimiento y aceptación del primero.

En caso de desear una “reunión médica”, elegir a uno de ellos como el más confiable.

No mudar de médico principal con frecuencia.

Aceptar tempranamente la confesión cristiana en caso de haber peligro de muerte en el tratamiento.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 89.]

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Protección al enfermo

Cuando un médico se encarga de curar a un enfermo, lo ha de asistir con toda eficacia y empeño hasta que la enfermedad termine, o le despidan el enfermo o sus parientes. No debe abandonar al enfermo intempestivamente, porque se hace responsable de las consecuencias que produzca su abandono; y solamente le es lícito abandonarlo cuando le consta que no hacen lo que él manda, y cuando llamen, sin avisarle y despedirlo, a otro médico para que siga la curación. Si después de estas cosas lo llaman otra vez para ver y asistir al mismo enfermo, debe ir sin dilación, sin hacer caso de lo pasado, y sólo podrá exigir la promesa de que han de hacer lo que les mande, y de que, cuando quieran llamar a otro, le han de avisar primero.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 89.]


Ideario

Evitar la alteración del paciente

El facultativo debe, pues, animar al paciente, pintar con bellos colores su situación, disimular el peligro y mostrar más serenidad cuanto más grave se presente; y para evitar toda sospecha de ligereza o de ignorancia, puede revelar la verdad a los parientes, recargando el cuadro de su relación, si acaso los encuentra fríos y descuidados. Vemos, según esto, cuán culpable es la conducta de aquellos que no tienen reparo en descubrir al mismo enfermo el peligro en que se halla, y aún en anunciarle la muerte, y cuán mal hacen los parientes en desear que el médico se encargue de semejante comisión. Nadie tiene derecho para imponérsela, y jamás debe aceptarla, porque anunciar la muerte, es darla en realidad, y no puede ser este el oficio de un hombre que está destinado a dar la vida. Aunque el mismo enfermo desee que se le diga la verdad, bajo el pretexto de arreglar sus negocios, o por cualquier otro motivo, jamás se le debe notificar que está cerca el término de sus días; y tengo noticia de dos casos en que excelentes profesores fueron causa del suicidio de los enfermos, a quienes revelaron que su enfermedad era incurable, condescendiendo con sus importunaciones.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 84.]

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El arte de recetar

Otra cosa hay que no debe olvidar el médico jamás, y es lo que concierne al delicadísimo arte de recetar, supuesto los conocimientos que debe tener sobre esta importante parte de la ciencia, pondrá toda su atención al hacer la receta, como el complemento de todo su trabajo y el documento auténtico, que ha de quedar de su modo de proceder. Escriba pues el médico su receta con sumo cuidado, con letras bien claras y en términos claros y precisos, léala después de escrita y vuelva a leerla hasta que esté cierto de que no esté errada ninguna palabra, ni puede dar lugar a equívoco alguno. Además al recetar, si fuere posible sin perjuicio del enfermo, cuidará de preferir los remedios más simples a los más complicados, los indígenas a los extranjeros y los de menos costo a los caros, porque no debe el médico aumentar inútilmente los gastos de nadie, y principalmente si se trata de gentes de escasa fortuna. Tampoco le es permitido dejar en poder de los enfermos y sus asistentes medicamentos venenosos, que puedan ocasionar una desgracia; cuando le sea necesario recetarlos mande traer las cantidades muy precisas y, si le fuere posible adminístrelos por sí mismo.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 94.]


Ideario

El farmacéutico La farmacia es parte de la medicina y tiene el mismo objeto que ella, el juramento de los farmacéuticos es absolutamente el mismo de los médicos, ambos están destinados al servicio de la humanidad doliente, al servicio de la justicia como médico-legista, ambos tienen iguales obligaciones y responsabilidades; en suma, los farmacéuticos no son más que médicos que se quedan en casa preparando y despachando los remedios. Si el médico está obligado a no ser avariento y a no especular con las miserias humanas, la misma obligación tiene también el boticario. Una botica no es un establecimiento mercantil destinado a enriquecer a su dueño, es un establecimiento destinado al servicio público, bajo la dirección de un profesor que ha jurado ser hombre de bien y procurar ante todo el bien de la humanidad, y al cual alcanza plenamente el precepto hipocrático de no desollar a los que están en peligro. Debe, pues, el boticario contentarse con sacar, por sus honorarios profesionales, una moderada ganancia; y no vender para los enfermos a peso de oro cosas que en sí casi nada valen, ni menos hacer pagar a los pobres el lujo inútil de vistosos envases, de envolturas pintadas, de sellos, etiquetas y marcas que absolutamente de nada sirven. Lo mismo que el médico, debe estar el boticario dispuesto a servir pronto y bien a cuantos pidan su auxilio a cualquiera hora del día y de la noche.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 97.]

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El bautismo de necesidad

Los comadrones y parteras están obligados a saber lo necesario para administrar el bautismo en caso de necesidad. Bautismo no solemne, o de necesidad, es el que se administra fuera del Templo, con el agua natural y por una persona cualquiera. Este bautismo no debe usarse sino en el caso de necesidad; y hacerlo sin ella es pecado, porque se falta a una prevención expresa de la Santa Iglesia. Caso de necesidad es aquel en que hay motivo fundado para temer que una persona no bautizada muera antes de que sea posible administrarle el bautismo solemne; v. g. un niño que en un parto laborioso puede morir antes de que acabe de nacer, que nace agonizante, o que tiene alguna enfermedad que puede matarlo antes que sea posible llevarlo al Templo. La persona que bautiza en caso de necesidad contrae parentesco con el bautizado y con sus padres, y este parentesco le obliga a enseñar a su ahijado, si sus padres no lo hacen, la fe de Jesucristo y la doctrina cristiana.

[Lecciones orales de moral médica, 1878, p. 105.]


Ideario

Los medicamentos indígenas

El beneficio que resulta del estudio de los medicamentos indígenas es inmenso. La sana razón dicta que se usen de preferencia las cosas que cuesten menos, que se puedan adquirir más pronto: así es que en igualdad de circunstancias debemos preferir nuestros medicamentos a los exóticos. En los pueblos cortos, en los cuales se dificulta más, y cuesta más dinero conseguir los remedios de la botica, y en los que vive la gente más pobre se hace sentir la necesidad de conocer los recursos que tenemos más a mano; pero sobre todo, donde se ve de bulto la necesidad de poseer este utilísimo conocimiento, es en las grandes epidemias.

[Lecciones orales de materia médica, 1878, p. 45.]

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Referencias



Ideario “Discurso pronunciado por el C. Dr. José Eleuterio González, en la solemne distribución de premios, hecha entre los alumnos del Colegio Civil de Monterrey, la noche del 31 de agosto de 1861”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp. 11-32. “Discurso pronunciado en la solemne distribución de premios, que se hizo entre los alumnos del Colegio Civil de Monterrey, la noche del 30 de agosto de 1862,” en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp.36-47. “Discurso pronunciado por el C. Dr. José Eleuterio González, en la solemne distribución de premios, que se hizo entre los alumnos del Colegio Civil de Monterrey, la noche del 31 de Agosto de 1863”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp.49-63. “Discurso pronunciado por el Dr. José Eleuterio González, director del Colegio Civil de la ciudad de Monterrey en la distribución de premios del mismo colegio, el día 28 de agosto de 1870”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp. 121-143. “Discurso pronunciado por el Dr. José Eleuterio González, en la solemne distribución de premios del Colegio Civil de Monterrey, verificada el día 27 de Agosto de 1871,” en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp.144-164. Archivo Histórico del H. Congreso del Estado de Nuevo León, Discurso pronunciado por el C. José Eleuterio González en su toma de protesta como Gobernador Constitucional, Monterrey, 4 de diciembre de 1872. “Discurso leído por el Dr. José Eleuterio González, en la solemne distribución de premios del Colegio Civil de Monterrey, verificada el día 30 de Agosto de 1874”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp. 165-180. “Discurso pronunciado por el ciudadano Dr. José Eleuterio González, director del Colegio Civil de Monterrey en la distribución de premios del mismo colegio el día 26 de Agosto de 1875,”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Villarreal, Monterrey, 1885, pp. 204-222. “Informe que el director de la Escuela de Medicina de Monterrey leyó, en el Hospital Civil la tarde del día 26 de junio de 1878, antes de la lectura de calificaciones de los alumnos examinados”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Villarreal, Monterrey, 1885, pp. 270-275. “Discurso que el C. Dr. José Eleuterio González pronunció, en la solemne distribución de premios que hizo el R. Ayuntamiento de Monterrey entre los alumnos más aprovechados de sus escuelas, la tarde del día 29 de agosto del año 1880”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José

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Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Villarreal, Monterrey, 1885, pp. 255269. “Discurso pronunciado durante el homenaje que se le rindió al Dr. José Eleuterio González en el teatro Progreso por la recuperación de su vista, Monterrey, 22 de noviembre de 1883,”, en: Dávila, Hermenegildo, Biografía del Doctor José Eleuterio González- Gonzalitos. Escrita por su discípulo en bellas letras, Tipografía del Gobierno en Palacio, Monterrey, 1888, pp. 204-222. “Alocución del doctor José Eleuterio González, leída en la velada artístico literaria, que en honra suya fue celebrada en el Teatro Progreso de la ciudad de Monterrey, la noche del día 19 de enero de 1884,” en: Dávila, Hermenegildo, Biografía del Doctor José Eleuterio González- Gonzalitos. Escrita por su discípulo en bellas letras, Tipografía del Gobierno en Palacio, Monterrey, 1888, pp. 204-222. Archivo General del Estado de Nuevo León, Sección Hospital González, 1824-1893, C1. Breve relación del origen, progreso y estado actual del Hospital Civil de Monterrey, Monterrey, 1864. “El 15 y el 16 de septiembre, artículo histórico, 1870”, en: González, José Eleuterio, Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885, pp.223-254. Un discurso. Y un catálogo de plantas clasificadas. Dirigidos a los alumnos de la Escuela de Medicina de Monterrey, por el Dr. J. Eleuterio González. Monterrey, 1880.


Bibliografía Dávila, Hermenegildo. Biografía del Dr. D. José Eleuterio González, (Gonzalitos), escrita por su discípulo en bellas letras, Tipografía del Gobierno, en Palacio, a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1888. Garza Cantú, Rafael. Algunos apuntes acerca de las letras y la cultura de Nuevo León, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1995. González, José Eleuterio. Obras Completas. Colección de discursos del doctor José Eleuterio González sobre Instrucción pública y otros opúsculos del mismo autor, tomo I, Edición del Periódico Oficial, Imprenta del Gobierno en Palacio a cargo de Viviano Flores, Monterrey, 1885. González, Héctor. Siglo y medio de cultura nuevoleonesa, La Biblioteca de Nuevo León, Gobierno del Estado de Nuevo León, Monterrey, 1993. Guerra, Francisco. José Eleuterio González (1813-1888). Los médicos y las enfermedades de Monterrey, 1881. La vida y obra de Gonzalitos, Wellcome Historical Medical Library, Londres, 1968. Madero Quiroga, Adalberto Arturo. Hermenegildo Dávila. Estudios Biográficos sobre José Eleuterio González, Universidad Autónoma de Nuevo León/ Fundación Lazos para la Vida Digna, Monterrey, 2013 ------------------------------------------------- (compilación y estudio introductorio) José Eleuterio González. Discursos, Universidad Autónoma de Nuevo León/ Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey/Fundación Lazos para la Vida Digna, en prensa. -------------------------------------------------- (edición y estudio introductorio). José Eleuterio González. Manual de Raíces Griegas, Universidad Autónoma de Nuevo León/ Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey/Fundación Lazos para la Vida Digna, en prensa. ---------------------------------------------------- (compilador) Gonzalitos. Escritos Autónoma de Nuevo León /Fundación Lazos para la Vida Digna, en prensa.

diversos,

Universidad

Salinas Cantú, Hernán. Semblanza del Dr. José Eleuterio González. Fundador del Hospital Civil y de la Escuela de Medicina en Monterrey, Dirección de Acción Cívica y Editorial del Gobierno del Estado de Nuevo León, Monterrey, 1988. Tapia Méndez, Aureliano, José Eleuterio González. Benemérito de Nuevo León, Ed. Libros de México, México, 1976.





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