IV. Illa de Sálvora. Lola es gran conversadora, y no resulta complicado tirarle de la lengua. En su casa de Listres, en momentos de paz y con la tranquilidad de los atardeceres, a menudo se encuentra con alguna frase, con un comentario, con cualquier nombre, con un lugar… que la precipita de lleno en recuerdos y nostalgias. Aquel día, uno de sus nietos mencionó la isla de Sálvora… Cuando era niña, con apenas doce años, iba a coser a la Illa de Sálvora con su prima Dolores, apodada “a Pírula”, y con otra costurera de Aguiño. Ella aún era aprendiz, pero siempre que las llamaban, al menos una vez al mes, les acompañaba para practicar el oficio. Colocaban la máquina de coser en la cabeza, bajaban hasta el muelle, y embarcaban en la dorna de Ramón Oujo, que las llevaba remando hasta la isla. Solían pasar una semana completa en la aldea, cosiendo desde la mañana hasta la noche. En tiempos de escasez, en los que había que arreglarlo todo, y alargar su utilidad hasta lo imposible, tocaba arreglar pantalones, vestidos, blusas, chaquetas, camisas, ropas de mar… remendar las velas, las sábanas… En días que arreciaba de repente el temporal, tenían que quedarse en Sálvora. Entonces, Lola se unía con otras niñas de la aldea para acercarse al faro, al otro lado de la isla, juguetear por allí, y contemplar de cerca el batir de las olas contra las rocas.
<<Como todavía estaba aprendiendo –explicaba Lola-, yo no cobraba por mi trabajo, pero era una boca menos que alimentar en una casa de ocho hermanos. En los años treinta, al menos eso ya compensaba algo. >>
La vieja máquina de coser “Singer”.
<<En la aldea de Sálvora había siete casas -sigue contando-: la de tía Dorinda “a de Caneda”, la del tío Antonio “o Pírulo”, la de su hermano Ramón, la de la tía Cipriana “de Saturno”, la de la tía Elena “de Cordás”, la de la tía Manuela “a da Xorda” y la de la tía Cipriana Crujeiras. Las casas eran de piedra y estaban situadas en forma de U, dejando el espacio del medio para el ganado, la leña, los utensilios del campo, los carros… >> - ¿Todos eran tus tíos? -pregunta el nieto, extrañado. No, meu fillo. Es que en Aguiño es costumbre llamarle tío o tía a todo el mundo. A los verdaderos tíos les llamamos padrinos o madrinas. <<Las casas eran de forma casi cuadrada -continúa contando Lola-, de una única habitación, con una cama en cada esquina, y en la que transcurría toda la vida familiar. La cocina, con la lareira en medio, estaba aparte. Las costureras dormíamos en casa del tío Ramón “o Pírulo”, casado con una hermana de Manuela “a Pírula”, una de las costureras con las que iba a la isla, también prima mía. Y allí nos acomodábamos el matrimonio, sus hijos y nosotras.
No había cuarto de baño, y de noche dejaban una bacinilla bajo la cama del tío Ramón. Una noche tuve necesidad de usarla; me levanté, y al orinar, me di cuenta de que vertía para afuera. A la mañana temprano se levanta el tío Ramón, y se encuentra sus zuecos todos mojados y llenos de orina. Yo estaba en la esquina, escondida, callada y algo temerosa. La bronca se la acabó llevando la prima María, que no tenía culpa de nada. A partir de ese día, empecé a hacer mis necesidades en a laxa* que había delante de la puerta. >> *- Laxa, del gallego: piedra grande lisa e inclinada.
Casas de la época en la aldea de la Illa de Sálvora.
Mientras cosían, acostumbraban a charlar con las abuelas de la aldea, que ya muy mayores, apenas salían de sus casas. Les explicaban cómo era la vida en la isla para las mujeres:”Sobre todo muy dura”, decían, aguantando los tremendos inviernos, trabajando de sol a sol, cuando no en el campo con el ganado, cuidando de la familia… y a menudo, cuando se lo pedían con urgencia de tierra, saliendo a recoger percebes, aunque fuese con mal tiempo. Los hombres eran marineros… pero se pasaban demasiado tiempo en la taberna de la playa, jugando a las cartas y bebiendo. “Llegamos a vivir sesenta personas en la isla -contaba una abuela-,
pero cada vez somos menos. Dentro de unos años no quedará nadie. Los pocos jóvenes que hay se están yendo a Aguiño, a Ribeira…”.
La casa de la izquierda es la del tío Ramón “o Pírulo”.
Los días de mal tiempo invitaban a relatos de viejas leyendas de la isla transmitidas de generación en generación. <<Al pasear por la isla -les explicaba la señora Cipriana-, ya habréis visto la multitud de gigantescas piedras
redondas que están en equilibrio unas sobre otras. Le llaman “bolos”, y dicen que a lo largo de los siglos, el viento, la lluvia y la sal del mar le fueron dando esas formas llamativas. Las hay que parecen extrañas y misteriosas figuras, y entre esas rocas se han originado enormes cavidades. En el Alto de Gralleiros, camino del faro, se encuentran muchas de esas singulares rocas. Dice la gente que de esos lugares aún sale hoy en día la Santa Compaña, una macabra procesión de muertos y ánimas en pena que recorre por las noches los caminos anunciando la muerte de algún vecino. >>
Illa de Sálvora. “Bolos” en el Alto de Gralleiros.
<<Cuentan que van en dos filas, descalzos y con túnicas blancas, portando una luz cada uno de ellos. Encabeza la marcha un humano vivo, con una cruz y un caldero, que ha sido condenado a vagar por las noches hasta encontrar otro humano que le haga el relevo. El hombre, que envejece por momentos, no recordará a la mañana siguiente nada de sus andanzas nocturnas. Las gentes de Sálvora y de las costas próximas siempre creyeron que la Santa Compaña sale todos los viernes desde las piedras de Gralleiros y se dirige hasta la aldea de la isla; pasa por la Praia dos Bois, y se mete en el agua en dirección a la isla de Noro. Allí se oculta en unas cuevas, y regresa el lunes a su punto de partida. Una ancestral recomendación aconseja que de encontrarse con la Santa Compaña, nunca se debe mirar a la cara de los muertos, y de inmediato hay que dibujar un círculo en el suelo y tumbarse en él boca abajo. Es la única manera de evitar el unirse a la comitiva para toda la eternidad. >> (Recogida de la “Leyenda de la Santa Compaña”, por Edurne Baines).
Esta historia dejó a las costureras muertas de miedo para el resto de la semana, lo cual no impedía que al llegar la noche se asomasen sigilosas por las ventanas para ver si aparecía la temible procesión. Lola y sus compañeras nunca llegaron a verla.
Aldea de la Illa de Sálvora.
Otro día de temporal, doña Cándida les habló de una sirena… Con esa magia de los mayores cuando cuentan algo del pasado, las mantuvo embelesadas durante horas.
<<Me contaba mi bisabuela Matilde, que hace más de mil años llegó a la isla un caballero llamado Roldán, sobrino de un famoso emperador conocido por Carlomagno. Tras caer malherido en una tremenda batalla, consiguió escapar, y se refugió en Sálvora, que por entonces tenía fama de ser una isla mágica. Una mañana, paseando en su caballo por la playa, descubrió en la lejanía un cuerpo de mujer tumbado en la arena. Se acercó galopando para descubrir con sorpresa que se trataba de una sirena, una hermosa muchacha, de rostro angelical, turgentes pechos y esbelta cintura que se prolongaba en una brillante cola de pez.
El caballero quedó prendado de su belleza y del candor de su mirada. Sin mediar palabra entre ellos, la subió al caballo y se la llevó a su hogar. Al llegar a casa, le fue sacando las escamas con paciencia, y así quedó convertida en una bella mujer. Roldán la miraba ensimismado por su hermosura, y no pudo resistir el impulso de tomarla en sus brazos. Cuando yacían haciendo el amor, se percató de que no sabía su nombre. Se lo preguntó, y la sirena fue incapaz de responder: era muda. Enamorado de ella perdidamente, decidió entonces llamarle Mariña, por haber venido del mar. Pasaron meses de feliz enamoramiento, pero Roldán no conseguía enseñarle a hablar, pese a los esfuerzos de Mariña por aprender. Apenas lograba emitir gruñidos ininteligibles. La felicidad de la pareja se vio colmada al dar a luz el primer hijo, hermoso como su madre y fuerte como su padre. Cuando el bebé contaba con unos meses, se celebró en los dominios de Roldán la mágica noche de San Juan, en la que los deseos se cumplen, y se vislumbra el futuro. La gente cantaba y bailaba alrededor de la hoguera, y Mariña, con el niño en el colo, observaba todo con curiosidad y alegría. De pronto, Roldán le arrebató de los brazos al pequeño, y se dirigió a la hoguera para saltarla, tal como manda la tradición. Mariña, que desconocía la costumbre, pensó que su marido había enloquecido y que pretendía echar al niño a las llamas. Presa de pánico, la sirena gritó: - ¡Hijo! Al pronunciar esta palabra, un trozo de carne se le desprendió de su garganta, y desde ese momento la sirena pudo hablar con normalidad. La pareja alcanzó una plena felicidad, compartiendo largos años de amor, y dando como fruto el linaje de los Mariño. Algunos viejos habitantes de la isla, contaban que al morir el caballero Roldán, la sirena se volvió al mar con una condición: que cada generación de los Mariño debía entregar-
le un niño, que le llevarían al mar. El elegido se reconocería por tener los ojos azules, como ella. Hay una vieja leyenda que habla de Mariños de ojos azules desaparecidos misteriosamente en el mar.* >> Esta vieja historia sirvió a Lola para satisfacer la curiosidad de su nieto sobre la sirena de la playa. Ya lo había preguntado más de una vez, y ahora se lo pudo explicar.
<<Dicen que la sirena -le contaba la abuela- fue la madre de los nobles de Sálvora. En 1968, don Joaquín OteroGoyanes, marqués de Revilla, y heredero descendiente de los primeros propietarios de la isla, ordenó esculpir en la Praia do Almacén una efigie que recordase la leyenda de Mariña. >>
Escudo de los Otero en el pazo de la Illa de Sálvora. *- Leyenda escrita por Lidia Mariño en el blog “Navegante del Mar de Papel”.
Illa de Sálvora. Desde la Praia do Almacén, la sirena Mariña vigila con dulzura las aguas de la isla.
Al pie de la estatua hay una placa que reza así: “La sirena de Sálvora tuvo amores con un caballero romano naufragado en la isla. Nació un niño que se llamó Mariño...”
Mapa de la Illa de Sálvora.
Las costureras fueron a coser a la isla durante varios años, pero progresivamente se despoblaba. Los mayores fallecían y los jóvenes se marchaban. Hasta que a finales de los setenta, Sálvora quedó deshabitada.
Illa de Sálvora, años sesenta. El pazo, la taberna convertida en capilla, y la Praia do Almacén.
<<Delante de esta isla -explicaba Lola a su nieto de Vigo- ocurrió la noche del 2 de enero de 1921 un trágico naufragio. Yo aún no había nacido, pero en Aguiño se viene hablando todavía hoy en día de aquel desastre. El barco se llamaba “Santa Isabel”, un imponente buque que tuvo la desgracia de encallar en las rocas de Punta Besuqueiros, delante del faro de la isla. Les sorprendió un tremendo temporal cuando se dirigía a Vilagarcía, y en medio de la noche y de una cerrada niebla, fue arrastrado contras las rocas por el viento y la enorme fuerza de las olas. Es una fecha que la gente de O Barbanza no olvidará jamás. Perdieron la vida 213 personas, y se salvaron 56, en la mayor catástrofe registrada en el litoral gallego. >>
Croquis del lugar del naufragio del “Santa Isabel”. (De la exposición “El Santa Isabel”, que albergó el Auditorio Municipal de Ribeira).
El vapor-correo “Santa Isabel”, botado en Cádiz en 1915, contaba con todos los adelantos técnicos del momento. Tenía 88 metros de eslora, 12 de manga, y preparado para cuatrocientos pasajeros y ochenta tripulantes. Pertenecía a la Compañía Trasatlántica.
<<El farero observó la agónica situación del “Santa Isabel” y se dirigió apresuradamente a la aldea de Sálvora en busca de auxilio. Los pocos vecinos que había -los jóvenes estaban celebrando el Año Nuevo en Ribeira y no habían podido regresar a causa del mal tiempo- se lanzaron sin du-
dar a por las dornas a la Praia dos Bois para acudir en su socorro. Salieron cuatro: una se dirigió a Ribeira a avisar del naufragio; otra, la más grande, se fue hacia Punta Besuqueiros con tres hombres a bordo; una tercera, la más pequeña, de las llamadas polbeiras, tripulada por tres mujeres, también se dirigió hacia allí; y una cuarta, con un hombre y una mujer, se añadió a la ayuda. Estos hombres y mujeres arriesgaron sus vidas al límite, sin pensar en el peligro que ellos mismos corrían. Estaban a varias millas del lugar, y tuvieron que cubrir aquella distancia remando y luchando contra unas condiciones de mar muy adversas. Una de las dornas, con las tres mujeres a bordo, se acercó a los acantilados de Punta Besuqueiros, cubiertos de náufragos que luchaban contra la fuerza del mar, extenuados por el esfuerzo y el frío, y a punto de ser estrellados contra las rocas. Lograron rescatar a cuarenta y seis náufragos, además de recoger a muchos ya cadáveres. Al dejarlos en la Praia do Almacén, fueron asistidos por los vecinos de la aldea que se habían acercado por tierra. Una cuarta mujer, embarcada en una de las dornas, tendría un comportamiento decisivo en la asistencia a los supervivientes desde el primer momento. >>
A algo más de cien metros del faro de Sálvora está el bajo de Pegar -señalado con una cruz-, donde encalló el “Santa Isabel”.
<<Luego llegaron tres pesqueros desde Ribeira, primero el “Rosiña”, y luego el “Mimo II” y el “Virgen del Carmen”, que auxiliaron a los supervivientes de la tragedia, y
recogieron los cadáveres que flotaban en el mar. Todos fueron trasladados al pueblo, donde encontraron toda la solidaridad y el apoyo de sus habitantes, incluso cediendo sus hogares, y dando cuidada sepultura a los muertos. >>
El pesquero “Rosiña”, uno de los barcos que acudió en auxilio de los náufragos del “Santa Isabel”. (De la exposición “El Santa Isabel”, que acogió el Auditorio Municipal de Ribeira).
Ribeira recibiría el título de “Muy Noble, Muy Leal y Muy Humanitaria Ciudad”, como reconocimiento a su respuesta ejemplar ante la catástrofe del “Santa Isabel”. El Consejo de Estado aprobó el ingreso en la “Orden Civil de Beneficencia” y la concesión de la “Cruz de Salvamento Marítimo de 3ª Clase distintivo negro y blanco” a las cuatro mujeres y a los otros seis vecinos que salieron en las dornas en auxilio de los náufragos. Los seis vecinos fueron Juan Parada (61 años), Juan Fernández (59), José Parada (59), Manuel Caneda (57), Francisco Oujo (55) y José Oujo (62).
Las cuatro mujeres, Josefa Parada (32), Cipriana Oujo (24), María Fernández Oujo (16) y Cipriana Crujeiras (48), fueron conocidas desde entonces como “las heroínas de Sálvora”.
Medalla de la “Liga de Amigos de Santiago”, que recibieron cada una de “las heroinas de Sálvora”, con su nombre grabado en el reverso.
Illa de Sálvora, Praia dos Bois, 1921. La dorna que tripularon “las heroínas de Sálvora” el día del trágico naufragio. (De la exposición “El Santa Isabel”, que acogió el Auditorio Municipal de Ribeira).
“Las heroínas de Sálvora”, con sus “Medallas de Salvamento de Náufragos”. Arriba, Cipriana Crujeiras, y Josefa Parada. Abajo, Cipriana Oujo Maneiro y María Fernández Oujo.
La prensa de todo el mundo se hizo eco de la terrible catástrofe del “Santa Isabel”. Las impresionantes imágenes de los cadáveres en sus ataúdes abiertos, pendientes de ser reconocidos, llenaron las páginas de los periódicos del país.
- Yo conocí a las heroínas: Pepa “a de Pedro”, Cipriana “a Navicola”, María “a da Xorda” y Cipriana Oujo. No querían hablar demasiado del tema. Habían pasado más de veinte años, pero se notaba que la herida de lo sucedido les acompañaba todavía, y lo haría el resto de sus días.
<<Luego, cuando abandonaron Sálvora, la tía Cipriana Oujo “de Saturno” vino a vivir a Listres, justo al lado de mi casa. Ya era muy mayor. Falleció hace unos años. >>
Illa de Sálvora, años treinta. Cipriana “de Saturno”.
<<En la isla teníamos mucho trabajo, pero no se vivía mal -me contaba la tía Cipriana-. En los años veinte había siete familias y llegamos a ser cerca de sesenta personas. Se cultivaba la tierra y no pasábamos hambre. Teníamos maíz, centeno, habas, patatas… y ganado, incluso se construyó un palomar. En cada casa había cinco o seis vacas, y cuando las cosechas eran abundantes, los hórreos de la aldea se quedaban pequeños. Y eso que cada casa disponía del suyo… excepto Ramón Oujo, que tenía dos. >>
<<Los hombres se dedicaban sobre todo a la pesca. Había mucha sardina, lura*, pulpo, marisco… Cada familia contaba con una dorna. Teníamos una taberna en la Praia do Almacén, donde se reunían los hombres a conversar, a beber, a jugar a las cartas… Los pescadores de Aguiño también se acercaban a menudo. El farero, que además daba clase a los niños, iba a tierra en su motora dos veces por semana. Si necesitábamos algo del pueblo, lo acompañábamos. No nos faltaba nada. Con trabajo, pero se vivía bastante bien. >>
Vecinos de la Illa de Sálvora en 1921.
Lola y sus compañeras dejarían de coser en la isla a comienzos de la década de los cincuenta, cuando la aldea empezaba a entrar en decadencia.
<<Los propietarios nos hicieron la vida imposible para que nos fuéramos -continúa tía Cipriana-. No nos dejaban arreglar las casas. Los Otero, cuando recuperaron la isla, hicieron una suelta de conejos, ciervos, caballos… para convertir el monte en zona de caza. Iban dejando sin pastos a nuestras vacas. Empezaron a ofrecer dinero para que dejásemos la isla. Unos vendieron las vacas y los animales, recibieron 50.000 o 100.000 pesetas, y se fueron. Otros, que no *- Lura, del gallego: calamar.
sabían leer ni escribir, firmaron con el dedo algo distinto de lo que le contaban a viva voz. Al final, sólo quedaban los mayores, que acabaron también por irse. Después de tantos años, nos habían echado de Sálvora. >>
Illa de Sálvora. Caballos salvajes en la playa.
Desde entonces, finales de los sesenta, la Illa de Sálvora quedó deshabitada.
La Illa de Sálvora y el pueblo de Aguiño, en la actualidad.