#PieForzado - 2020

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LECTORES MUTANTES

LIBROS, FICCIONES Y OTRAS TEXTUALIDADES PARA FORMAR JÓVENES LECTORES

MOOC 2020

¡Los jóvenes leen!

#PieForzado Vuestras contribuciones

En esta actividad, Sara Bertrand proponía que cada participante construyera un breve relato (no más de 15 líneas) a partir de esta frase de Fausto (Goethe):

«Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien». A continuación se expone una recopilación de los textos compartido en el grupo de Facebook del curso. Estos textos no han sido objeto de ningún proceso de edición, por lo que se muestran tal cual fueron escritos originalmente.


Vuestros #PieForzado Monica Ortiz «Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien». Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien, eso era yo. Mis padre se ocuparon de que yo estudiará desde pequeña en un colegio de monjas, en donde se me cultivaría en virtudes y buenas maneras, su tiempo era escaso para criarme, sus buenas intenciones salían de sus carteras con la certeza de hacer de mí una "buena niña". Desde la infancia más tierna aprendí las letanías y oraciones que las madres me hacían repetir. Por mucho tiempo viví en esa gracia. No mostraba enojo o frustración, tampoco maldecía, pero cada vez que los padres de mis amigas pasaban por ellas para ir a casa sentía que la llama de la rabia me invadía, sabía disimularlo, porque era malo mostrar enojo, cada vez que mis amigas hablaban de sus vacaciones con sus padres, me sentía invadida por el vacío y el coraje de no tener historias para compartir, al menos no historias en familia, pero no lo mostraba porque no era correcto. Solo esperaba la noche para abrir en mi almohada una costura y en ella introducir una gota del veneno que más tarde me bebería para hacerme más fuerte.

Zayda Aragón «Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien».

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Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien surgía de mi alma todas las mañanas. Me sentaba a la orilla de la cama, respiraba profundo y soltaba la oscuridad que habitaba mi alma, preparaba una taza de café, lo bebía lento, decidiendo sobre mí, sobre el llamado que los antiguos dioses oscuros ejercían en mi inconsciente noche tras noche, a través de los sueños.

Antes de la ducha le rezaba a Hécate, - “diosa madre dame la fuerza para tomar las riendas de mi destino, me asquea ser hipócrita y seguir orándole al dios falso para satisfacer a mi madre”-.

Tomaba la ducha, me ponía el traje rosa que tanto amaba mi madre, recogía mi cabello con una cinta negra y bajaba las escaleras. Preparaba tostadas y un jugo de naranja, su desayuno favorito, se lo llevaba a la cama y rezábamos nuevamente el rosario.

Ramón Rivero «Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien». Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien yacía en su interior, la noté nada más mirarlo a los ojos. Comprendí en aquel instante que no lo haría, que no apretaría el gatillo contra un rival vencido y desarmado, a pesar de las órdenes y el odio infundado. "Huye, no hacemos prisioneros", balbuceó con un acento que percibí como tosco y

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marcado, propio del habla equina. Y así hice levantándome de un brinco. Corrí sin mirar atrás al tiempo que me sacudía malamente la mezcla de nieve, fuel-oil y orina de los pantalones, adentrándome en la espesura del bosque que me proporcionaría refugio hasta la llegada del resto de la compañía. Dejé la carretera atrás, pero aún se divisaba el humo que subía por encima de las copas. Negro y blanco como las letras del mal sobre la pureza del folio. El adoctrinamiento y la barbarie no pudieron corromper la naturaleza compasiva de aquel niño. ¡Estaba vivo! Al menos un día más. "Diario del soldado de infantería Smith", 20 de enero de 1945.

Romina Gianfelici Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y que siempre practica el bien debe haber intervenido. Fue feo como una gata peluda, ese gusano de las moreras que se descolgaba de las hojas, que te caía en el pelo porque a la siesta jugabas en esa sombra que en verano tenía el olor de los frutos fermentados y el suelo resbaloso. Te interrumpía, aterrizando liviano pero cierto. Te sacudías y dabas un gritito corto y agudo. Después era verlo y pisarlo, contra el pasto ejercías presión, una resistencia blanda y la sensación del estallido mínimo del interior verde viscoso traspasando la suela de goma de la zapatilla. Ploc en la planta del pie, la confirmación visual y el asco del pequeño desparramo.

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Cristina Estrades Una parte de aquella fuerza que siempre quiere el mal y siempre practica el bien le hizo dudar y tambalearse por principios. No quería sabotear los valores que, con tanto esfuerzo y empeño por su parte y, antes de que fuera siquiera consciente el de su familia, habían regido su vida entera. Hasta ese punto no se planteaba otra cosa que obedecer esas leyes internas que lo guiaban, pero que ahora se veían tambaleantes y sin suficiente apoyo desde sus mismas raíces. No quería dañar, aunque tampoco tenía en mente salir perjudicado si tomaba la senda que parecía más correcta moralmente, pero que vulneraba la parte más esencial de su propia existencia. “Te dictan cómo debes vivir, y lo que no has de hacer porque así lo dicta la ley, aparte de tus propios principios”-se dijo para sí mismo. Y así seguía, sin pegar ojo, ante tal dilema. “Matar, ser inmisericorde es sobrevivir vacío de alma, muerto en las entrañas, al no seguir el legado de reputación intacta de mis progenitores. O bien preferir la senda del cobarde, huir, para acabar dejándote matar. He ahí el dilema. Yo no quiero morir, pero tampoco vivir sin mis principios, como una cáscara sin fruto, un animal sin corazón”. Solo entonces se le ocurrió otra vía de escape, diferente a las dos opciones que, hasta ese preciso instante de desvelo, se le habían ocurrido. Esa tercera opción parecía una salida más honrosa, pero también igual de peligrosa: “Pactar” eso pensó- “pactar con el enemigo. Saber qué le puedo dar a cambio”. Un intercambio entre dos seres enemistados.

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Azucena Gómez Calvo Susan era fiel reflejo de la famosa frase de la obra de “Fausto”. A pesar de pertenecer al grupo de guardianas de las SS, de uno de los módulos de mujeres, de uno de los cientos de campos de concentración nazis extendidos por Europa, Susan terminaba siempre ayudando a aquellas pobres prisioneras. Aún siendo enfermera, su trabajo allí consistía en ejercer como comadrona de aquellas mujeres. Muchas llegaban o se quedaban en cinta en sus largos años de presidio, siempre a causa de las violaciones de altos mandos de las SS. Susane, consciente de que aquellos bebés, concebidos por el mal, no tenía por qué morir, decidió salvarlos firmando, falsamente su defunción durante los partos y entregándolos a familias con dinero para darles una oportunidad, creando una red de adopción clandestina. Su alma se sentía en paz con este gesto. Cuánto hubiera deseado el mismo destino para su pequeña Clara, dos años antes.

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