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¿Cuál ha sido el avance médico que más vidas ha salvado?

No

En los últimos doscientos años la esperanza de vida se ha multiplicado en varias ocasiones gracias a los avances tecnológicos que han experimentado las ciencias de la salud. Durante este tiempo han aparecido los guantes sanitarios, la anestesia, los rayos X, las vacunas, los antibióticos y se han desarrollado y perfeccionado los trasplantes. Todo esto está muy bien, pero el puesto número uno del ranking del avance médico que más vidas ha salvado en la Historia de la Humanidad está reservado para el lavado de manos.

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Partículas cadavéricas

Para comprender la importancia de la aportación del galeno magiar debemos echar la vista atrás y viajar hasta mediados del siglo XIX. En aquellos momentos las parturientas estaban expuestas a una terrible infección que hacía su aparición tras el parto –la fiebre puerperal- y que las situaba en la antesala de la muerte. Se calcula que de las mujeres que alumbraban por aquel entonces fallecían entre el 11 y el 30%.

Con tan solo veintiocho años Semmelweis fue nombrado asistente de la primera clínica ginecológica de Viena, la cual contaba con dos pabellones, uno atendido por monjas y otro por estudiantes. Fue entonces cuando observó que la mortalidad de las puérperas era mucho mayor en la clínica asistida por los estudiantes de medicina (10%), supuestamente mejor formados, que en la atendida por las religiosas (3%).

Después de un reflexivo análisis, Semmelweis observó que la única diferencia entre los dos pabellones estaba en que los estudiantes asistían a los partos después de estar disecando cadáveres y que, lo hacían sin lavarse las manos. Aún no existía ninguna normativa que dijera lo contrario, puesto que la medicina no había avanzado los suficiente como para pensar que las infecciones se podían contraer por el simple contacto.

Cuando planteó la solución a sus colegas (lavarse las manos después de realizar las autopsias), su cargo, exigió a los estudiantes y médicos a lavarse las manos con una solución de cloruro cálcico, una medida con la que logró reducir la mortalidad en las salas del pabellón atendido por los médicos por debajo del 3%.

El galeno húngaro atribuyó el descenso de la mortalidad a la existencia de unos “corpúsculos necrósicos”, esto es, a unas partículas cadavéricas invisibles a los ojos humanos, las cuales viajarían en las manos hasta la sala de partos. Y es que todavía habría que esperar dos décadas más para centro. De esta forma el paladín de las parturientas cayó en el más oscuro de los ostracismos. todos se llevaron las manos a la cabeza. ¿La suciedad de las manos está relacionada con muerte de las parturientas? ¡Menuda estupidez!

Hostigado, deslumbrado por los acontecimientos publicó en 1856 una carta abierta a los profesores de ginecología. La misiva estaba encabezada por un calificativo que encolerizó aún más a la comunidad científica: “¡Asesinos!”.

La situación se tornó irreversible, poco tiempo después Semmelweis fue encerrado en un hospital psiquiátrico, en donde se lastimó la mano con un escalpelo, la herida se infectó y acabó falleciendo a consecuencia de una sepsis, la enfermedad contra la que con tanto ahínco había luchado.

Y es que la ciencia decimonónica atribuía la sobremortalidad materna a otros factores, desde emanaciones fétidas de suelos y aguas, hasta una dieta exigua, pasando por la debilidad materna propia del parto.

Afortunadamente, las críticas no amilanaron a Semmelweis y, desde la autoridad que le confería que Louis Pasteur y Robert Koch abrieran definitivamente la ventana de la microbiología.

Nadie es profeta en su tierra

La irrefutable verdad chocó con el prejuicio propio de la medicina vienesa, sus compañeros no solo se mostraron escépticos, sino que rechazaron adoptar la nueva medida. Se quejaron al director del hospital -doctor Johann Kleinquien tomó cartas en el asunto y expulsó al doctor Semmelweis de

Para ser honestos, ya había antecedentes en la importancia del lavado de manos, si bien habían pasado desapercibidos. El primero en reconocer el valor de esta medida fue un médico judío que vivió en la Córdoba del siglo XII: Maimónides. En uno de sus escritos se puede leer: “nunca olvide lavar sus manos después de tocar a una persona enferma”.

Por otra parte, y casi de forma simultánea con Semmelweis, en 1843 Oliver Wendell Holmes (18091894), un médico estadounidense, recomendaba el lavado de las manos, cambio de ropa y espera de 24 horas antes de atender un parto, tras haber participado en una autopsia de una paciente fallecida por fiebre puerperal. •

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