De mi tierra a la tierra. Sebastião Salgado. Memorias

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De mi tierra a la Tierra Sebasti茫o Salgado. Memorias Con la colaboraci贸n de Isabelle Francq


Índice

Coordinación: Doménico Chiappe Traducción: Violeta Arranz de la Torre Diseño original: Garay, Gil, Pita @ La Fábrica Maquetación: Myriam López Consalvi Corrección: Linda Ontiveros Impresión: Imprimex © de esta edición: La Fábrica, 2014 © de la primera edición: Éditions Plon, 2013 © de los textos: sus autores © de las imágenes: Sebastião Salgado Título original: De ma terre a la Terre ISBN: 978-84-15691-61-7 Depósito legal: M-36086-2013

Editor: Alberto Anaut Directora editorial: Camino Brasa Director de Desarrollo: Fernando Paz Director de Producción: Rufino Díaz Distribución: Raúl Muñoz La Fábrica Verónica, 13 28014 Madrid Tel. +34 91 360 1320 Fax +34 91 360 1322 edicion@lafabrica.com www.lafabrica.com La tipografía utilizada en este libro es la Janson Text. Ha sido impreso en papel Munken Print de 80 gr y Satimat de 150 gr. Impreso en España

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Prólogo 9 Para empezar: Génesis 11 Mi tierra materna 16 En Francia y en ningún otro lugar 22 El clic fotográfico 26 África, mi otro Brasil 29 Joven militante, joven fotógrafo 49 La fotografía: mi forma de vivir 54 Otras Américas 57 Imágenes de un mundo afligido 59 De Magnum a Amazonas Images 62 La mano del hombre 65 El mundo de las minas 70 Éxodos 90 La larga ruta mozambiqueña 94 Ruanda 97 Frente a la muerte 101 O Instituto Terra: una utopía hecha realidad 103 Regreso al comienzo 108 ¿Y el ser humano en todo esto? 111 Respeto por los orígenes 138 Mi revolución digital 142 Tras los pasos de la reina de Saba 146 Un mundo en blanco y negro 150 Con los nénets 152 Mi propia tribu 156 Conclusión 161


Prólogo

Observar una fotografía de Sebastião Salgado es conocer al otro como a uno mismo. Es experimentar la dignidad humana. Es comprender lo que significa ser mujer, hombre, niño. Probablemente porque Sebastião alberga un amor profundo por las personas que fotografía. ¿Cómo explicar de otra manera que estén tan presentes, vivas y confiadas, en sus imágenes? ¿Y cómo explicar la solidaridad que siente el que las mira? Su obra me conmueve desde hace mucho tiempo. Me gusta la estética barroca de sus imágenes, sus luces siempre extraordinarias, la fuerza que desprende y también la ternura que emana de ellas y que me lleva a lo mejor de mí misma. Las casualidades de la vida me brindaron la oportunidad de conocer a Sebastião y a Lélia, su mujer. Me encanta esta pareja porque, tras la fama internacional de Sebastião, se esconde el éxito de una pareja extraña. Una historia de amor y de trabajo, en la que cada uno tiene su papel, su lugar, y sabe todo lo que le debe al otro. Juntos formaron una familia, crearon su agencia —Amazonas Images— y montaron un proyecto medioambiental —O Instituto Terra, para reforestar la selva atlántica brasileña. A este proyecto dedican buena parte de los ingresos provenientes de la venta de las copias de las colecciones y de su trabajo. Me he percatado de que, si bien las imágenes de Sebastião han dado la vuelta al mundo, su historia personal, las raíces políticas, éticas y existencialistas de su compromiso fotográfico son desconocidas. He querido reparar este error y hacer que se oiga la voz de Sebastião a través de mi pluma de periodista. Él ha tenido la bondad de aceptar, justo antes de la presentación de su proyecto Génesis: una serie de reportajes dedicados a los lugares conservados intactos del planeta. Entre

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dos vuelos, los reportajes, la preparación de dos libros fotográficos de gran formato y las inauguraciones de la exposición en todo el mundo, Sebastião ha conseguido estar disponible. Con una amabilidad y una sencillez enternecedoras, ha recordado su vida ante mí. Ha explicado sus convicciones, me ha revelado sus sentimientos. Ha sido para mí un inmenso placer escucharle, y es su talento de narrador lo que quiero ahora compartir. Es la autenticidad de un hombre que sabe combinar militancia y profesionalismo, talento y generosidad.

1.  Para empezar: Génesis

isabelle francq

Al que no le guste esperar no podrá ser fotógrafo. Llegué un día a la isla Isabela en las Galápagos, junto a un hermoso volcán llamado Alcedo. Fue en 2004. Había una tortuga gigante. Un ser enorme de al menos 200 kilos, de las que han dado el nombre al archipiélago. Cada vez que me acercaba a ella, la tortuga se alejaba. No avanzaba rápido, pero aun así no podía fotografiarla. Entonces empecé a pensar. Y me dije: cuando fotografío a seres humanos nunca me planto en mitad de un grupo de incógnito, siempre pido a alguien que me introduzca en él. Después, me presento a la gente, me explico, conversamos y, poco a poco, nos conocemos. Entendí que, del mismo modo, la única manera de lograr fotografiar a esta tortuga era conocerla, ponerme a su altura. Así que me convertí en tortuga: me agaché y empecé a andar a su misma altura, con las palmas de las manos y las rodillas sobre el suelo. En ese momento, la tortuga dejó de huir. Y cuando dejó de caminar, yo hice un movimiento hacia atrás. Ella avanzó hacia mí; yo retrocedí. Esperé unos instantes, después me acerqué, un poco, lentamente. La tortuga dio otro paso hacia mí; enseguida di yo varios pasos hacia atrás. Entonces ella se acercó a mí y me dejó observarla tranquilamente. Pude empezar a fotografiarla. Tardé un día entero en acercarme a esta tortuga. Todo un día para que entendiera que respetaba su territorio. A lo largo de mi vida he hecho varias historias fotográficas, reportajes que relatan nuestra época y las transformaciones en curso. Para elaborar cada una de ellas necesité varios años. Se suele decir que los fotógrafos son cazadores de imágenes. Es cierto, somos como los cazadores que pasan mucho tiempo acechando a su presa, esperando que quiera salir de su escondite. Con la fotografía es igual: hay que tener la paciencia de esperar lo que va a ocurrir. Porque va a ocurrir algo,

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necesariamente. En la mayoría de los casos no disponemos de medios que permitan acelerar los acontecimientos. Por lo tanto, hay que saber disfrutar del placer de la paciencia. Hasta Génesis solo había fotografiado una especie: la humana. Para este proyecto que he consagrado a la naturaleza intacta, a lo largo de los ocho años durante los que estuve viajando por todo el mundo, tuve que aprender a trabajar con otras especies. Desde el primer día del reportaje, gracias a la tortuga gigante, comprendí que para fotografiar un animal hay que amarlo, disfrutar mirando su belleza, su perfil. Hay que respetarlo, preservar su espacio, su bienestar al acercarme a él, en mi forma de mirarlo y de fotografiarlo. A partir de ahí, trabajé con los demás animales del mismo modo en que lo hago con nosotros, los humanos. Para empezar esta serie, quise seguir las huellas de Darwin. Pasé tres meses en las islas Galápagos: Darwin también fue allí tras haber dado la vuelta al planeta, y fue allí donde concluyó la teoría de la evolución. Este archipiélago formado por 48 islas y algunas rocas es una suerte de síntesis del mundo. Hay allí especies, como las tortugas, llegadas del continente suramericano, a unos mil kilómetros de distancia. Acabaron allí tras una deriva por el Pacífico, realizada sobre troncos de árboles que habían sido arrancados de raíz por las lluvias. Solo entre las tortugas existen hasta 11 especies diferentes, cada una presente en una única isla del archipiélago y no en las demás. Han evolucionado de forma diferente de una isla a otra. En algunos lugares las tortugas tienen la espalda completamente plana, quizá porque vivieron bajo presión durante cientos de años. En otros lugares tienen la espalda abombada. He visto algunas con cuellos de 20 centímetros de largo, mientas que el de otras mide hasta un metro, probablemente porque en estas islas relativamente áridas las tortugas, para sobrevivir, se vieron obligadas a comer las hojas de distintas alturas. Y, sin embargo, todas pertenecen a la misma especie. Como Darwin, yo también vi iguanas. En el continente suramericano son animales terrestres. En las Galápagos, nadan, bucean. En este caso, Darwin había comprendido que la aridez del entorno las había obligado a aprender a nadar. Son, no obstante, animales de sangre fría. Si permanecen demasiado tiempo en un entorno de baja

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temperatura, mueren. Probablemente, por tirarse al mar para beber, muchas murieran al llegar a las Galápagos. Después aprendieron a salir del agua a tiempo y a secarse al sol. Aprendieron a beber agua del mar y desarrollaron una pequeña glándula por encima de la nariz por la que escupen la sal marina. Darwin vio todo esto, y yo, siguiéndolo a él. Llevaba conmigo El viaje del Beagle1, y vi lo mismo que él. Estoy convencido de que algunas de las tortugas que observé, las «autoridades», son ejemplares que vio él también, ya que estos animales viven unos 200 años. Durante este viaje comprendí algo que me fue útil después a lo largo de todo el proyecto Génesis. Descubrí que me habían contado una mentira durante toda la vida, diciéndome que somos la única especie racional. En realidad, todas las especies tienen su propia racionalidad. El problema radica en comprender la racionalidad de las demás especies. Para conocer esto hace falta tiempo. Acabé descubriendo algunas nociones que me resultaron muy valiosas para hacer mis fotos, aunque la gran lección que aprendí fue que el hombre no es la única especie dotada de racionalidad. Por ejemplo, exceptuando las tortugas, en las Galápagos los animales no son asustadizos porque nunca han sido perseguidos por el hombre. Así que no tienen ninguna razón para desconfiar. En cambio, las tortugas no han olvidado que en los siglos xviii y xix fueron capturadas por los piratas, los cazadores de ballenas y de focas y los colonos españoles. En su camino hacia el Nuevo Mundo o en el viaje de vuelta, los navíos españoles hacían escala en el archipiélago, donde la tripulación cazaba a las tortugas. Estas pueden estar varios meses sin beber ni comer y así, cargándolas vivas en sus bodegas, los marinos se aseguraban una carga de carne fresca. Esta es la razón por la que, dos siglos más tarde, sigue resultando tan difícil acercarse a las tortugas. No fue en absoluto casualidad que la tortuga a la que fotografié tardara un día entero en aceptarme. Sus intentos de huida no tenían nada de irracional, al contrario, constituían la prueba de una prudencia más que sensata. Las especies transmiten 1.  El viaje del Beagle (The Voyage of the Beagle) es el título más común de Diario y observaciones (Journal and Remarks), el libro de Charles Darwin publicado en 1839 que lo hizo famoso.

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en sus genes —durante varias generaciones— la advertencia de peligro hacia sus depredadores. Y el único depredador de estas tortugas gigantes es el hombre; los halcones y otras rapaces se llevan y se comen a las tortugas bebés, pero ya de adultas no corren ningún riesgo. A su manera, los alcatraces comunes también me demostraron que su comportamiento es más racional de lo que creemos: no actúan solo por reflejo. Llegamos un día a la punta Vicente Roca de la isla Isabela, en el momento del apareamiento. ¡Fue increíble! Me quedé dos, tres días, en medio de una colonia observando a las aves. Es la hembra la que elige a su hombre. Los machos se presentan ante ella, uno tras otro, enseñan su cuerpo, abren las alas, bailan. Cuando ella decide seguir a uno de ellos, salen volando juntos, dan una vuelta de 10 o 15 minutos, después aterrizan. Llega otro, se presenta, enseña su cuerpo, la hembra se va volando con él. Y así uno tras otro. Cuatro o cinco machos le hacen la corte, y este cortejo dura un par de horas, tras lo cual la hembra finalmente elige a uno de sus pretendientes. Durante esa estación, ese y ningún otro será su compañero, con el que ella ha decidido concebir a sus crías. La estación del amor cae en otro momento del año para los albatros. Cuando llegué, los jóvenes tomaban sus primeras clases de vuelo. Son hermosos animales que vuelan bien, pero aterrizan mal, al igual que despegan con dificultad. Necesitan una pista de despegue, corren, corren, corren... y a veces no consiguen despegar. ¡Es muy gracioso! Pero para mi sorpresa también descubrí que los albatros son fieles: forman una pareja y la mantienen toda la vida. Un día, vi a un macho ejecutar su danza ante una hembra. Giraba, daba vueltas, abría las alas, y entonces empezó ella también a girar. Se tocaron con la punta de las alas, el pico, y después, de repente, el macho se largó. Mi guía me explicó: «Acaba de darse cuenta de que se ha equivocado, ¡no es su novia!». Este es el tipo de escenas a priori increíbles que se pueden ver cuando uno se toma su tiempo para observar a los animales. Esto es lo que descubrí cuando arrancaba el proyecto Génesis en las Galápagos, y no dejé de comprobarlo a lo largo de estos reportajes. Que no venga ya nadie a decirme que los animales son bestias sin cerebro y sin lógica. No he realizado estos reportajes como entomólogo ni como periodista. Los he hecho para mí. Para descubrir el planeta. Y he disfrutado

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enormemente con ellos. He comprendido que el paisaje está vivo. Con sus minerales, sus vegetales y sus animales, nuestro planeta está vivo a todos los niveles. He tomado conciencia de que esto exige por nuestra parte un inmenso respeto. La idea de acometer Génesis nació a raíz de un proyecto medioambiental que montamos en Brasil, con Lélia Deluiz Wanick Salgado, mi mujer, mi compañera y mi socia en todo lo que hago en mi vida. Lo bautizamos Instituto Terra. Decidimos reforestar una parte de la mata atlantica, la selva atlántica2, que empezó a ser destruida con la llegada de los portugueses, en el año 1500. Ahora bien, durante las últimas décadas, con la modernización del país, la deforestación se ha acelerado drásticamente por la agricultura, la urbanización y, finalmente, la industrialización. En la actualidad, solo queda 7% de la superficie inicial. Hemos iniciado una restauración ecosistémica en la tierra de mi infancia. Una tierra que mis padres nos entregaron en la década de 1990. Hemos iniciado la recuperación de este territorio que la deforestación había convertido en feo y pobre, aunque yo siempre había tenido la sensación de haber crecido en el paraíso.

2.  En Brasil conviven dos tipos de selva: la atlántica, sometida a la influencia oceánica, y la amazónica, de tipo ecuatorial.

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4.  El clic fotográfico

En cuanto llegamos a París, gracias a nuestra red de solidaridad, hicimos muchos amigos. En la primavera de 1970, la familia Houssay nos prestó una casa en el pueblo de Menthonnex-sous-Clermont, cerca de Annecy, para que me recuperara. Yo había caído enfermo, tenía los ganglios enormes y, durante un tiempo, temimos que fuera cáncer, hasta que los médicos diagnosticaron mi enfermedad: alergia al polen. De hecho, estaba experimentando mi primer encuentro con la auténtica primavera —en Brasil no hay nada parecido. Aprovechamos nuestra estancia en Saboya para ir con el 2cv hasta Ginebra, donde se conseguían entonces los mejores precios de toda Europa en material fotográfico: Lélia tenía que fotografiar edificios para sus clases en la facultad de Arquitectura. Eligió una Pentax Spotmatic II con un objetivo Takumar de 50 mm, f: 1,4. No sabíamos nada de fotografía, pero enseguida nos apasionó. Al volver a Menthonnex, tomamos nuestras primeras fotografías, leí las instrucciones y, tres días más tarde, volvimos a Ginebra para comprar otros dos objetivos, uno de 24 mm y otro de 200 mm. Nació en mí un entusiasmo increíble. Fue así como la fotografía entró en mi vida. De vuelta en París, me instalé un pequeño laboratorio en la residencia universitaria, porque quería revelar yo mismo mis fotos. Al cabo de unos meses dejé definitivamente mi trabajo de manipulador en la cooperativa y empecé a sacar ampliaciones para los estudiantes, con lo que ganaba algo de dinero. Después hice mi primer reportaje gracias al escritor Jorge Amado3, para la recepción de su 3.  Jorge Amado de Faria (1912-2001) es un escritor brasileño, autor de una treintena de novelas, incluida Capitanes de la arena.

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premio en la Academia Francesa, con el escritor portugués Ferreira de Castro. Recibí algunos encargos de pequeños reportajes. Poco a poco, empecé a pensar que podía ser fotógrafo. Así que empezamos a soñar, Lélia y yo, con comprarnos un Volkswagen Kombi, instalar en él un laboratorio fotográfico y recorrer toda África. Pero, entretanto, yo tenía que terminar mi doctorado. Tras mi formación postuniversitaria en París, en 1971, conseguí un puesto fantástico en Londres, en la Organización Internacional del Café, donde pensaba escribir mi tesis de tercer ciclo sobre el café. Al final nunca la hice. Sin embargo, yo mismo intentaba hacerme entrar en razón, y me repetía: «Tienes que ser un economista serio, has trabajado mucho para conseguirlo, mientras que la fotografía...». Así fue como me convertí en funcionario internacional y, de repente, empecé a ganarme bien la vida. Lélia y yo nos compramos un deportivo, un magnífico Triumph, y cogimos un precioso apartamento junto a Hyde Park. No obstante, Lélia mantuvo su habitación en la residencia universitaria en París, donde continuaba sus estudios. Nos reencontrábamos en Londres al volver yo de mis misiones en África. Viajaba muchísimo. Mi misión consistía en montar con el Banco Mundial y la fao (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) proyectos de desarrollo económico en África. Yo era el responsable de Ruanda, Burundi y el Congo, y el adjunto para Uganda y Kenia. Intervinimos en la introducción de la cultura del té en Ruanda. El objetivo era implantar una diversificación agrícola en este país productor de café. La Organización Internacional del Café había creado un fondo de inversión en el que cada país productor y cada país consumidor debían depositar el equivalente a un dólar por saco de café producido o comprado. Este dinero se utilizaba para realizar estudios con objeto de controlar la producción de café, a fin de evitar que la oferta superara a la demanda y que se hundiera la cotización del café. Recuerdo mi primer viaje a África, en 1971. Fue un periplo de 50 días entre Burundi y Ruanda, en un Escarabajo —en esa época las carreteras de Ruanda no estaban asfaltadas—, con Joseph Munyankindi, el director de la Oficina de Cultura Industrial del país, que se convertiría en mi amigo.

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Juntos, con el equipo del Banco Mundial y de la fao, identificamos los lugares susceptibles de convertirse en grandes plantaciones de té, en la región de Kivu. Las tierras allí son de una extraordinaria fertilidad y están situadas a la altitud perfecta. Instalamos allí la primera unidad de producción de té. Yo había hecho un análisis de rentabilidad a 30 años, un proyecto de macroeconomía, que empleaba a 32.000 familias que producían té en su propia parcela de tierra. Cuando volví allí en 1991 para realizar mi proyecto fotográfico La mano del hombre, estas plantaciones eran impresionantes. En ese momento Ruanda producía el mejor té del mundo. No se trataba de la mayor producción de té, sino de la mejor: un néctar muy buscado por su fragancia, para enriquecer las grandes producciones provenientes de Asia. Conseguía el precio más alto en la bolsa de Londres. Gracias a mi trabajo de economista, descubrí África. En ese continente encontré mi paraíso.

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5.  África, mi otro Brasil

Descubrir Ruanda fue como reencontrarme con mi país. África es la otra mitad de Brasil: mirando el planisferio, se ve claramente que África, América Latina y la Antártida formaban un conjunto antes de dispersarse hace 150 millones de años. A pesar de la separación de los continentes, en África y en América del Sur se encuentra la misma vegetación, los mismos minerales. En el plano cultural, los esclavos originarios de Mozambique, Guinea, Angola, Benín y Nigeria llevados a Brasil por los portugueses han dejado una huella profunda en la sociedad. Parte de la historia y del folclore de estos pueblos entró en lo que sería después la cultura brasileña. Esta es la razón por la que África es tan importante en nuestro país. Y desde niño yo soñaba tanto con viajar a África, como con visitar América Latina. Al llegar a Ruanda me sentí enseguida en terreno conocido. No soy como un francés en África: nuestras formas de vida se parecen, tenemos maneras parecidas de alimentarnos, de hablar y de divertirnos. He viajado a África tan a menudo como me ha sido posible a lo largo de mi vida. Mi historia está completamente vinculada a este continente. Durante mis viajes a Ruanda, Burundi, el Zaire, Kenia, Uganda, me di cuenta de que mis fotos me hacían mucho más feliz que los informes que debía escribir al volver. Los redactaba con seriedad y el trabajo era innegablemente apasionante. Pero la fotografía… Recuerdo que en Londres, con Lélia, alquilábamos un barquito los domingos y nos íbamos al centro del Serpentine, el pequeño lago artificial de Hyde Park. Nos tumbábamos en el barco y allí hablábamos durante horas de mis ganas de abandonar la economía y dedicarme a la fotografía. No dejaba de preguntarme: «¿Debo hacerlo? ¿No debo hacerlo?». Hasta el día en que mis deseos de convertirme en fotógrafo ganaron la batalla.

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Y decidí: «¡Dejo la economía!». Era el año 1973, yo tenía 29 años y elegí, de acuerdo con Lélia, abandonar mi prometedora carrera para convertirme en fotógrafo independiente. Se acabaron el buen sueldo, el hermoso piso y el deportivo. Volví a París. Utilizábamos la buhardilla en la que vivíamos como laboratorio de día y como dormitorio de noche. Lélia estaba entonces estudiando una licenciatura en Urbanismo; además hacía algunos «curros» en despachos de arquitectos para ganar algo de dinero. Es decir, participaba como refuerzo en la fase de finalización de los proyectos, y era un trabajo muy intenso, en el que echaba tantas horas como hiciera falta. En paralelo, colaboraba en la elaboración de un pequeño periódico de brasileños en París. Aprendió así a trabajar la maquetación, la iconografía, la edición —todo lo que nos sería después tan útil para publicar nuestros libros. Invertimos todos nuestros ahorros en material fotográfico. Teníamos un objetivo, y para lograrlo valía todo. Lo recuerdo: no teníamos ducha, aunque sí muchos amigos, ¡así que nos duchábamos en sus casas! Ese mismo año nos fuimos de viaje para hacer un reportaje… a África, ¡por supuesto! Lélia estaba embarazada de nuestro hijo mayor, Juliano, pero aun así atravesamos juntos Níger. Era verano, el calor era terrible, pero podíamos sentir África y nos encantaba estar allí. Hicimos el viaje con el ccfd (Comité Católico contra el Hambre y a favor del Desarrollo) —nuestros amigos Choly y Marcos Guerra, ella argentina y él brasileño, eran los representantes de esta organización en Níger— y con la Cimade para fotografiar el hambre. Íbamos allí donde estas asociaciones tenían programas de lucha contra la sequía. Viajábamos en los camiones y los aviones que llevaban alimentos. Fue difícil, vimos escenas muy duras. Era al mismo tiempo apasionante, y estábamos convencidos de que nuestras imágenes serían útiles. Éramos dos fotógrafos: otro joven brasileño, nuestro amigo Antonio Luiz Mendes Soares, estaba a cargo de las fotos en color y yo, del blanco y negro. Tras volver de Níger nos instalamos en Enghien-les-Bains, en la hermosa casa de la familia Bassé, grandes amigos que nos habían prestado también todo el dinero que necesitábamos para el reportaje en Níger. En su casa pudimos revelar las películas y sacar las fotografías.

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Entonces caí enfermo. Al final del viaje, tras haber pasado semanas alimentándome de mandioca, no pude resistirme al antojo de comprarme un trozo de carne en el mercado de Agadez. La carne debía de estar infectada, contraje la toxoplasmosis. Por suerte, gracias a su sexto sentido de mujer embarazada, Lélia no la probó. Así que fue ella quien se encargó de visitar a las revistas y vender las imágenes —en esa época ella hacía también el trabajo de laboratorio, revelaba las películas fotográficas, colaboraba con las ampliaciones; resumiendo, participaba en todo. Al ccfd le gustó mucho una de mis fotografías. Se ve a una mujer a contraluz, cerca de un árbol, lleva un cacharro sobre la cabeza. El ccfd decidió imprimirla en tamaño póster para ilustrar su campaña La terre est à nous (La tierra es nuestra). Mi fotografía acabó así colgada en todas las iglesias de Francia, en todas las casas parroquiales y en todos los locales de la cfdt (Confederación Francesa Democrática del Trabajo). No sabía qué precio pedir. El ccfd me dio un buen porcentaje, cobré una suma importante para aquella época, suficiente para comprar un pequeño apartamento. Pero Lélia y yo preferimos invertir el dinero en material fotográfico. Compré todas las Leica que necesitaba, una excelente abrillantadora rotativa y una ampliadora fotográfica que seguimos utilizando. No pretendo ser un experto en África, pero me encanta fotografiarla. Más tarde, cuando entré en la agencia Gamma, entre 1975 y 1979, siempre que surgía la oportunidad de viajar a África, yo me ofrecía voluntario. Las historias a largo plazo me entusiasmaban más que los acontecimientos puntuales. Uno se podía ganar muy bien la vida en aquella época con fotos de consejos de ministros o de famosos. Mi segmento no me reportaba mucho dinero: yo cubría acontecimientos cuyas imágenes se publicaban una sola vez, en el momento en el que pertenecían a la actualidad, después se enviaban a dormir a los archivos. Mi trabajo contribuía sin embargo a alimentar a nuestra pequeña familia y llenaba mi vida. Con el tiempo, he salido ganando: fue precisamente porque hice unos 40 reportajes en África a lo largo de los últimos 30 años por lo que pude publicar mi libro África en 2007. Y dispongo de tantas imágenes de ese continente que podría publicar otro más. Finalmente, fueron todos estos viajes los que dieron coherencia a mi trabajo. Me siento muy privilegiado por haber podido ir a

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África tan a menudo a lo largo de todos estos años. Todos estos viajes han representado otras tantas oportunidades de ver y aprender; con el tiempo, me han permitido constatar las evoluciones en los distintos países y mostrarlas a través de mis fotografías. Desde que descubrí la fotografía nunca he dejado de fotografiar, disfruto mucho cada vez que lo hago. Ese placer del instante; mi formación de economista me ayudó a convertirlo en proyectos a largo plazo.

32 Tortuga gigante (Geochelone elephantopus). Isla Isabela, Galápagos, Ecuador, 2004.


Colonia de albatros de ceja negra (Thalassarche melanophris) en el archipiĂŠlago de las islas Willis. Al fondo, las islas PĂĄjaro y Trinidad. Georgia del Sur, 2009.


Mujer cargando agua en Tchin Tabaraden. Regi贸n de Tahoua, N铆ger, 1973.

Guatemala, 1978.


México, 1980.


Oraci贸n al dios mixe. M茅xico, 1980.


Brasil, 1983.


Ciega a causa de las tormentas de arena y las infecciones oculares cr贸nicas, una refugiada espera la distribuci贸n de alimentos. Regi贸n de Goundam, Mali, 1985.

Refugiados esperando ante el campo de Korem. Etiop铆a, 1984.


Campesinos sin tierra ocupan la plantaci贸n de Giacometti. Estado de Paran谩, Brasil, 1996.


6.  Joven militante, joven fotógrafo

Cuando me metí en la fotografía lo probé todo: los desnudos, el deporte, los retratos. Y un día, sin saber cómo ni por qué, descubrí que lo mío era lo social. En realidad, fue muy natural. Yo había pertenecido a esa juventud del principio de la gran industrialización brasileña muy preocupada por las cuestiones sociales. Inmediatamente después de llegar a Francia, cuando yo aún era un joven estudiante de Economía, Lélia y yo quisimos visitar la Unión Soviética para perfeccionar nuestra cultura de izquierda. En 1970, fuimos con el 2cv hasta Praga, a visitar a un amigo del tío de Lélia —su tío era uno de los fundadores del Partido Comunista Brasileño. Este amigo era miembro del Comité Central del Partido Comunista Brasileño refugiado en Checoslovaquia. En Praga nos dijo: «Olvidaos de la Unión Soviética. Aquí se ha acabado, la burocracia le ha quitado el poder al pueblo. Si queréis militar, hacedlo en Francia, con los inmigrantes». ¡Qué terrible golpe! Aun no estando afiliados al pc, nos desmoralizó este hombre que, viviendo el sistema desde dentro, había perdido la fe en el comunismo internacional en el que había basado su esperanza de construir un Brasil mejor. En ese mismo momento se celebraba en Leipzig una gran reunión de los partidos comunistas. Decidimos entonces asistir, para ver lo que producían los países comunistas. El visado para asistir a la gran feria en Alemania se obtenía directamente en la frontera al llegar desde otro país comunista. Habíamos dejado Praga en dirección a Leipzig bajo la nieve, lo que nos permitió descubrir las similitudes con la conducción en el barro de Brasil. En Leipzig vimos el escaparate productivo del mundo comunista, después quisimos volver a Praga. Al llegar a la frontera, se prohibía entrar

49 Cortadores de caña de azúcar. Provincia de La Habana, Cuba, 1988.


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