Pierre Gonnord

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Las fotografías de Pierre Gonnord son un inmenso archivo de la vida. Retratos estimulantes y reveladores llevan al espectador hacia la contemplación, el hecho artístico primordial. Su sorprendente lenguaje y sus característicos fondos negros de los cuales emergen los rostros de sus protagonistas, su certera capacidad de expresar los sentimientos humanos, su análisis exhaustivo y conmovedor de cada marca de la piel, de cada arruga, gesto, tatuaje, cicatriz, han hecho del inmenso potencial narrativo de Pierre Gonnord una marca de distinción a la hora de hablar del retrato fotográfico contemporáneo.

Pierre Gonnord

Pierre Gonnord

Biblioteca de Fotógrafos Españoles

Pierre Gonnord’s photographs are an immense archive of life. Stimulating and revealing portraits lead the spectator towards contemplation, the primordial artistic act. His surprising language and his characteristic black backgrounds out of which emerge the faces of his protagonists, his accurate capacity to express human feelings, his exhaustive and moving analysis of each mark on the skin, of each wrinkle, gesture, tattoo, scar, have made Pierre Gonnord’s huge narrative potential into a mark of distinction when talking about the contemporary photographic portrait. Lorena Martínez de Corral

Este nuevo libro forma parte de la Colección PHotoBolsillo, que publica cuidadas monografías de los fotógrafos españoles más importantes, con un formato didáctico y asequible. This book is part of the Colección PHotoBolsillo, which publishes monographs on the most important Spanish photographers in an instructive yet readable format.

Con la colaboración de:

Pierre Gonnord


Portada: Friedrich, 2010




Biblioteca PHotoBolsillo

Pierre Gonnord



Pierre Gonnord Una nueva percepción de lo real Por Lorena Martínez de Corral

Pierre Gonnord, Salamanca, 2009. © Fotografía de Enrique Carrascal


Francisco, 2004

Las fotografías de Pierre Gonnord son un inmenso archivo de la vida. Retratos estimulantes y reveladores llevan al espectador hacia la contemplación, el hecho artístico primordial. Su sorprendente lenguaje y sus característicos fondos negros de los cuales emergen los rostros de sus protagonistas, su certera capacidad de expresar los sentimientos humanos, su análisis exhaustivo y conmovedor de cada marca de la piel, de cada arruga, gesto, tatuaje, cicatriz, han hecho del inmenso potencial narrativo de Pierre Gonnord una marca de distinción a la hora de hablar del retrato fotográfico contemporáneo. «Can you always believe your eyes?», se preguntaba Sigmar Polke en una de sus pinturas de 1976, describiendo así las situaciones en las que resulta difícil quedarse solo en aquello que aparece ante nuestra mirada. Aún más cuando los recursos formales y la expresividad de una obra superan con creces el soporte, la técnica o el motivo del que parte, tal y como sucede en las fotografías en las que Pierre Gonnord articula una interpretación muy personal de los personajes que en ellas aparecen. Una extensa y precisa gama de emociones inspiradas por su desgarrador realismo y desmesurada emotividad recorre la obra del fotógrafo que, inventando lo justo, expone a los retratados y les deja hablar para que expresen calladamente su historia. Dejando al descubierto la belleza más pura, sus obras son fruto de un dueto en el que artista y personaje se sumergen en un potente magnetismo mutuo, al que tantas veces se ha referido Gonnord como intento de explicar la química de su trabajo. A partir de un escenario creado surgen, teniendo como catalizadores lo misterioso y gestual de la naturaleza humana, un cúmulo de emociones irrefrenables que no son sino expresión del interés que siente Pierre Gonnord por el mundo que le rodea. Atraído por la literatura, la música, la arquitectura, la gastronomía, el cine…se diría que nada le es ajeno y que este carácter especial hace de su obra un acto de compromiso con la situación actual de nuestra sociedad. «La cámara fue para mí como un chaleco salvavidas, una oportunidad de ir hacia los demás, de acercarme al otro, de superar los límites de mi timidez, de mi soledad, de mi condición y también de mis tabúes», cuenta Pierre Gonnord en una entrevista de Mariano Navarro, llevándonos a pensar que uno de los principios fundamentales de su trabajo fotográfico –y que constituye además la base sobre


Dan II, 2000

la que su obra adquiere importancia– no es en realidad un principio artístico, sino ético. Existe una certeza teórica que palpita bajo todas y cada una de sus imágenes y es la imposibilidad de guardar distancia con el otro. El otro apela continuamente a nosotros. Es una flecha que nos señala, que delata nuestra existencia, implicándonos, comprometiéndonos como existentes. El otro nos constituye y nos desvela al mismo tiempo. Es por esto que no existe distancia alguna entre nuestra subjetividad y aquella que tenemos enfrente, entre el yo y aquél que me mira. Estamos absoluta e irremediablemente implicados con la alteridad y esta característica de nuestro carácter ético queda expresada a la perfección en la obra de Pierre Gonnord, que nos sitúa como espectadores frente a aquel otro que es, a su vez, espectador de nosotros, aquel que existe porque existimos, aquel con el que tenemos la deuda. Mirar a los ojos a los retratados de Gonnord es sentir, de alguna manera, que miramos nuestra propia esencia de seres humanos. El escritor y filósofo Emmanuel Lévinas, que ha sabido conceptualizar como pocos la dimensión ética de la alteridad, asegura «la mejor manera de encontrar el rostro es la de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos. La piel del rostro es la que está más desprotegida, más desnuda. Hay en el rostro una pobreza esencial». Los rostros retratados por Pierre Gonnord se alimentan de esa característica de la que habla Lévinas extrayendo de ella la enorme universalidad que los caracteriza. Además de esto, una constante que se halla en todos los retratados de Gonnord es el enigma que se oculta tras la aparente cercanía y exposición al espectador. No hay nadie más que la propia vida capaz de dejar sus huellas en el brillo de los ojos, en la textura de la piel, en la hechura de las arrugas, en el caer de los párpados, en la profundidad de las comisuras, en la determinación del ceño y es, precisamente, la vida más allá de la superficie epidérmica lo que atrae al artista y le lleva a titular sus obras con nombre propio: Antonio, Bernardo, Ajmil, Amparo, Kevin, Joan, Armando, Filomena, Isolda, Charlotte, Miroslaw… el cripticismo fisionómico de todos ellos remite al enigma de sus existencias, un enigma del que muchos de ellos afirmarían no haberle sido revelado aún. La seriedad, hieratismo y las poses estatuarias de los retratados de Gonnord, sin duda, contribuyen a una


Leone, 2004

neutralidad en la expresión que conduce al espectador a proyectar sobre ellos su propia individualidad, de manera tal que podrían considerarse espejos de aquel que se sitúa frente a ellos para contemplarlos. El juego especulativo vigente en sus obras produce la distorsión de identidades en la que la barrera del yo se rompe a favor del nosotros gracias al reconocimiento de lo humano como intención primera de la representación realizada por Gonnord. La polisemia del lenguaje corporal adquiere su máxima potencialidad al hablar de la gestualidad del rostro, en muchas ocasiones ambivalente, como demuestra el trabajo del fotógrafo. Las expresiones que comunicamos a través de nuestro semblante se prestan a ser interpretadas a través del lenguaje, condicionando así sus intenciones emotivas. Un rostro de consternación puede implicar el mismo gesto que uno de asombro, siendo ambos estados disímiles. Gonnord inmortaliza las expresiones de sus retratados incidiendo en su ambigüedad, y esta característica de su obra le lleva a conseguir una libertad interpretativa amplísima, de tal manera que su fotografía podría ser considerada como la búsqueda de la esencia del rostro humano. Esta fenomenología emprendida en su serie «Regards», donde la mirada directa del retratado hacia el espectador es el principal recurso introspectivo, se transforma en las obras fruto de su viaje a Japón, la serie «Far East», donde la dialéctica entre miradas directas e indirectas es la protagonista de una nueva relación con aquel que contempla la obra desde fuera de la escena. Esta peculiaridad de esta serie en concreto tiene dos consecuencias para la obra de Gonnord. En primer lugar, se genera un nuevo espacio, más amplio que aquel que provocaba la mirada frontal, la línea trazada por el tête à tête retratado-espectador en la que no existía lugar alguno donde esconderse y, en segundo lugar, la aparición de la subjetividad del retratado, una fractura por la que comienzan a aflorar sus comportamientos y emociones. Con «Far East» Gonnord abre una puerta que no volverá a cerrar, a pesar de la vuelta a la mirada directa en las series «Utópicos», «Testigos» o «Terre de personne», el retra­to se muestra ahora en su máxima profundidad. «Todo retrato que haya sido pintado con sentimiento es un retrato del artista, no del modelo», aseguraba Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray. De igual manera se podría decir que Gonnord con cada obra está más cerca de sí mismo, a pesar de –paradójicamente– estar retratando rostros ajenos.


Elena II, 2010

Dicha novela de Wilde define la que podría calificarse como la aspiración de todo artista: que la obra de arte adquiera un alma propia. La certeza de que la obra evoluciona más allá de la persona que la produjo es la mejor garantía posible para asegurar su inmortalidad. Las obras de Gonnord sobrevivirán a aquellos que en ellas aparecen y lo harán sin perder un ápice de su valor pues recogen dentro de sí la esencia del existir, una manifestación que pervive más allá del mero testimonio. Dejaron de ser huella para convertirse en original. Una de las certezas más radicales de nuestro ­tiem­po es el reconocimiento del yo múltiple, cambiante, producto del entorno y de las relaciones más que de una esencia individual y cerrada. Se terminó la hegemonía del yo unitario y, lejos de perderse en demostrar visualmente la hibridación de nuestra personalidad posmoderna a base a fotocollages o fotomontajes, Pierre Gonnord la evidencia de manera radicalmente explícita poniendo ante nuestros ojos un retrato en estado puro. De esta manera, asume nuestra identidad perdida, no como perjuicio, sino como celebración del nacimiento de una nueva identidad que por haber ensanchado sus límites se muestra ahora más acogedora que nunca. La crisis de la identidad, aquella sobre la que trabajaron tantos artistas a lo largo del s. XX y que continúa presente aún en el s. XXI, atisba un final en la obra de artistas como Pierre Gonnord, capaces de una nueva percepción de lo real que conduce hacia la reconciliación con nuestra existencia concreta y sujeta a un cuerpo, a un rostro que es ahora multicultural y multilingüe. La completa asunción del lugar en el que nos encontramos se descubre en su obra y lo hace bajo la seguridad de que ya no existe la necesidad de renunciar a sus manifestaciones concretas, sino que estas pueden ser expresadas incluso bajo un nombre propio, pues a pesar de definirse a través de un rostro determinado, este mira y siente por todos.



01.  Yum, 2003



02.  Takuma, 2003


03.  Gion, 2003


04.  Geisha, 2003


05.  Osaka, 2003


06.  Koizumi, 2003



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