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Artista polifacético EL CAMARÓN CON MAYÚSCULAS

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CON CAMARÓN

CON CAMARÓN

El Mito, así con mayúsculas. Lo difícil para la obra de un artista es no sucumbir al Mito.

La fuerza del Mito es una herramienta preciosa, pura potencia, esa plusvalía que necesitan ciertos modos-de-hacer para que las obras maestras sigan vivas. La mitopoiesis, la forma de construcción estética de un determinado mundo, tiene en el flamenco un nombre irrenunciable: Camarón de La Isla.

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Su sola evocación ya dispara fórmulas y formularios de una forma completa y nueva de entender la vida, una determinada forma-de-vida. No es solo que cante como nadie y que tenga una legión de imitadores, fieles seguidores, mímesis aristotélica y mundo. Su figura, asociada, como he dicho, a una poética y concreta forma-de-vida es capaz por sí misma, sin valoraciones canoras, como simple estilo, canon, forma y figura, de enfrentarse con autonomía a cualquier lid popular de entender la música: el jazz, el rock and roll, el dance y las miles de variantes de la world music

Camarón de La Isla es un género. Si la flamencología no siguiera anclada en sus rudimentos antropológicos y folkloristas, nadie seguiría hablando de palos y los estilos, sus formas, tendrían definitivamente nombres como este de Camarón. ¿Por qué entonces Camarón se ha constituido en un límite y no en un punto de partida, el arranque necesario para que toda una nueva generación de artistas redimensionen la forma de hacer camaronera?

Hay ejemplos, desgraciadamente -¡Oh, muerte tu victoria!- ya históricos, de que la cosa, la trasmisión, podría ser de otro modo. Enrique Morente, admirador y amigo de José Monge, a su modo, y seguramente, por el menor deslumbramiento del, con minúsculas, «mito» propio, alumbra, sin embargo, a toda una generación de artistas que desbordan los propios límites del cante flamenco: sea su hija Estrella Morente o su querido Arcángel o la lejana Rocío Márquez, o sea un bailaor como Israel Galván o un compositor como Mauricio Sotelo o una cantante como Silvia Pérez Cruz o Lagartija Nick o la ultima vuelta de tuerca de Los Planetas.

Pero, ¿cómo es posible que eso no esté pasando, multiplicado por mil, con el enorme legado rítmico, vocal y estilístico de Camarón de La Isla? ¿Con la forma-de-vida que el arte de Camarón representa?

A José le pasa como a la larga estela caracolera, los ecos de su voz se extienden desde Potito, Niña Pastori, Montse Cortés, Duquende, Diego el Cigala y tanta gente, claro, ¿y no debían de estar en esa cata también Pata Negra, Diego Carrasco o Diego Amador o quién? Y hay mil más, claro, todos artistas enormes, sí, pero, una y otra vez el «Mito» se impone y debilita a la poiesis. O sea, que la figura de Camarón, su dimensión extra artística deslumbra de tal manera, emite tales rayos eléctricos y desprende campos magnéticos tales que la verdadera poesía, la música que le siga y persiga y esté a su altura, pues, se desmejora, palidece ante su estrella, pierde ante su fuerza «mítica» toda la energía que atesora. Nada pueden hacer los simples hombres ante la fuerza del Dios, de lo titánico, del «monstruo» que diría el poeta épico, el bardo.

Y es que es una lástima, un fracaso histórico para nosotros mismos, los contemporáneos de una obra de tal dimensión como la de Camarón de La Isla, que sigamos asistiendo a esos continuos fuegos artificiales alrededor de su obra y su vida y su legado y que, artísticamente hablando, cada vez sea más débil su huella, reducida a radio fórmulas, a videotics, a tópicos etnográficos, a la lógica del brand y la franquicia.

Quizás el conocimiento crítico, el verdadero conocimiento de su obra, pudiera empezar a darle otra dimensión. Quizás. No me refiero a que la Junta de Andalucía o las universidades andaluzas sigan explotando, sigan «flamenqueando» a costa de Camarón, no. Por conocimiento no me refiero a la teoría ni a la instrucción, no solamente. Es otra cosa, una forma de entender el arte de la trasmisión, las relaciones y las conexiones de la poesía, del hacer de una obra con el tiempo que vivimos. Sí, otra cosa.

Se trata, por poner un simple ejemplo, de saber valorar La leyenda del tiempo de Isaki Lacuesta por encima de aquel biopic que Jaime Chávarri dirigiera. Ya digo, no tiene mayor importancia el ejemplo, pero sí, hacen falta «camaroneros» que no crean los mitos del flamenco fusión, ni los excesos del «gitanísimo», ni ese continuo hablar rompiéndose la camisa donde se pierden tantos y tantos aficionados…

Y quien les dice esto ha disfrutado de las narraciones de Carlos Lencero tanto como de los análisis de José Manuel Gamboa. Yo he aprendido mucho discutiendo de Camarón con Gamboa en las barras de los bares. Prueben ustedes.

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