La Gaceta de los Miserables MEMORIA HISTÓRICA MAYO 2019
LA RESISTENCIA FEMENINA EN EL EXILIO FRANCÉS
LOS ANARQUISTAS ESPAÑOLES EN EL EXILIO FRANCÉS
ESPAÑA Y TERUEL: CRUCE DE CAMINOS TRASATLÁNTICO
POR ALBA MARTÍNEZ MARTÍNEZ
POR ÓSCAR FREÁN HERNÁNDEZ
POR DAVID ALEGRE LORENZ
WWW.GACETADELOSMISERABLES.COM
2019
La Gaceta de los Miserables.
La Revista La Gaceta de los Miserables es una revista digital que trata de poner al servicio todas aquellas publicaciones universitarias, entrevistas a personalidades y históricos y actuales. Una misión que va más allá de la prensa generalista y los sentarse a reflexionar sobre diversas temáticas internacionales, poniendo acontecimientos, actores, variables y fenómenos que cambian la Historia.
de las clases populares análisis sociopolíticos, titulares y que prefiere el foco en aquellos
La revista se congratula de reunir a más de cien colaboradores (https://gacetadelosmiserables.com/contacto/) entre los que destacamos a catedráticos, profesores y alumnos universitarios que se prestan a la elaboración de materiales con unas características adecuadas para su publicación y difusión. Lo analítico y lo estético se funden en estos mismos. A su vez, contamos con un equipo (https://gacetadelosmiserables.com/nosotros/) de colaboradores permanentes que habitan en distintos puntos de la geografía global y trasladan sus experiencias e investigaciones desde América Latina hasta el gigante asiático.
Con un número mensual, dos entrevistas mensuales y dos artículos semanales se publica la Gaceta de los Miserables. Al mismo tiempo, se asumen nuevos retos como el “I Ciclo Guerra Civil española (https://gacetadelosmiserables.com/category/ciclo-guerra-civil-espanola/)” en 2018 o el “Especial Protestas (https://gacetadelosmiserables.com/category/especial-protestas/)” en 2019, que tuvieron y tienen una acogida masiva. Con el fin de continuar esta labor de divulgación y formación desde la Academia hasta las calles a través de las redes, agradecemos e invitamos a nuestros lectores a acompañarnos en dicha tarea compartiendo y apoyando los contenidos. Para que en los años venideros seamos la revista de referencia de una generación formada. La Gaceta de los Miserables.
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España y Teruel: cruce de caminos a nivel trasatlántico. Por David Alegre Lorenz¹. En tanto que realidad político-cultural, los territorios que hoy en día componen lo que conocemos como España tuvieron y tienen una dimensión transatlántica innegable, ya sea por su particular posición geoestratégica, volcados al océano; por determinadas decisiones puntuales; o también por los caprichos de la contingencia. Así pues, la Península Ibérica ha sido uno de esos escenarios que a modo de metáfora denominaríamos cruce de caminos, por la gran cantidad de procesos históricos que han confluido en ella, pero también por los múltiples virajes que la historia ha experimentado en o a partir de unas tierras a caballo entre Europa, África y América. Es a partir de aquí que podemos explicar el carácter universal de la cultura hispánica, y no lo digo ni mucho menos en un sentido nacionalista o esencialista, sino valorando la proyección real que esta ha tenido y tiene en el mundo a nivel político-cultural. Muchas de las razones de dicha influencia son de sobra conocidas, y buena parte de ellas tienen que ver con la historia de guerra y expansión feudal de los condados y reinos cristianos septentrionales sobre la parte sur de la Península Ibérica, dominada por diferentes poderes musulmanes desde principios del siglo VIII hasta finales del XV. De algún modo, esa política expansionista de las coronas cristianas peninsulares tuvo continuidad tanto en el Mediterráneo, a manos de la Corona de Aragón, como en la América central y meridional, por iniciativa de Castilla y Portugal. En torno a estos hechos y a los conflictos europeos por la hegemonía continental que tuvieron lugar entre los siglos XVI y XVII, acompañados por las violencias de todo tipo, las disputas religiosas y la lucha político-cultural por la legitimidad, se generaron toda una serie de mitos y leyendas que más tarde serían destilados y explotados en plena época romántica durante el siglo XIX. En muchos casos, la España decimonónica acabó por convertirse en un paradigma del atraso y el exotismo, un país donde el tiempo parecía haberse congelado. Aquí encuentra su sentido el tremendo poder de atracción de la España contemporánea como destino de turistas, intelectuales y hombres de cultura de diferentes lugares del orbe. Sin embargo, muchos de esos relatos, como la llamada leyenda negra, han sido ampliamente debatidos y puestos en cuestión por la historiografía. Hoy en día, los historiadores e historiadoras españolas nos batimos con más o menos éxito para demostrar que la historia de las tierras peninsulares no es tan diferente a la del resto del continente, algo que se impone por la evidente continuidad territorial y los contactos constantes que las mantenían y las mantienen unidas a este. Sin embargo, existe una opinión pública y un sector muy visible de la intelectualidad española que insiste en destacar muchos de los
mitos que giran en torno al carácter de los españoles y su pasado, como por ejemplo el de su supuesta naturaleza inherentemente fratricida. El mejor representante de esta corriente, y que además hace fortuna como creador de opinión, es sin duda alguna Arturo Pérez-Reverte. No obstante, si en algún momento se hizo evidente la brecha entre España y Europa fue a partir del año 1945, cuando la derrota militar de los fascismos europeos no tuvo su correlato en ninguno de los dos países peninsulares, que aún habrían de sufrir sendas dictaduras durante tres décadas más. Hasta ese momento las guerras civiles, acompañadas de tasas de violencia cada vez mayores contra la población civil, habían sido una realidad intermitente pero omnipresente en todo el continente, con un momento clave en la década de los 70 del siglo XIX marcado por la Comuna de París y la salvaje represión militar contra los revolucionarios o la última guerra carlista y el aplastamiento del cantonalismo en España (Canal, 2012). A partir del periodo final de la Gran Guerra los conflictos internos de distinta intensidad acabaron por formar parte del horizonte experiencial de los europeos, con periodos de paz más o menos largos entre medio, pero llegando a caracterizar la vida de las sociedades continentales durante ciertos periodos y, también, contribuyendo de forma decisiva a dar forma a nuestras sociedades e instituciones actuales. De hecho, en algunos escenarios de Europa oriental o en Grecia los conflictos derivados de la Segunda Guerra Mundial se dejaron sentir con fuerza en forma de guerras civiles hasta finales de los años 40. Así lo intentamos demostrar con diferentes iniciativas científicas de alcance internacional que han tenido como plasmación obras colectivas ya publicadas y otras que están por venir (Rodrigo, 2014; Alegre, Alonso y Rodrigo, 2018). En este sentido, hasta 1945, con sus propios tempos y particularidades el país peninsular había pasado por procesos de modernización político-social, por el ascenso de las masas y por implantación del capitalismo de un modo muy similar a muchos países de su entorno (Santirso, 2008). Sin embargo, como decía, la española (pre-española, si pensamos en el periodo anterior al surgimiento de las narrativas nacionalistas en el siglo XIX) es una historia transatlántica en todos los sentidos. Esto se pone de manifiesto en la particular posición política de algunos países mediterráneos como Portugal, España y Grecia durante la Guerra Fría, que tuvo mucho que ver con las políticas de contención de la amenaza comunista por parte de los Estados Unidos hasta bien entrados los años 80. Y aquí vuelven a entrar en escena los lazos que unen al conjunto de Iberoamérica, muy evidentes en el siglo XIX, y con paralelismos y procesos político-sociales similares o compartidos a ambos lados del Atlántico en la segunda mitad del siglo XX. Durante este periodo, la España franquista llegaría a ser un referente político-cultural más que evidente en la creación y ordenación de la amplia red de dictaduras del Cono Sur latinoamericano, por mucho que sus tácticas contrainsurgentes vinieran inspiradas por las más modernas experiencias francesas y estadounidenses y el apoyo logístico financiero procediera de Washington. Desde el otro lado del Atlántico se alargaba la sombra del caudillo militar como garante de las esencias patrias, el catolicismo como ordenador de la vida en comunidad y la violencia como instrumento para la supresión de la amenaza revolucionaria y la resolución de los conflictos sociales. En este marco histórico-temporal tuvo lugar el establecimiento de la dictadura de Stroessner en Paraguay en 1954, favorecido por una fuerte violencia contrarrevolucionaria y un golpe de estado; la sucesión de golpes de estado cívico-militares en Argentina desde 1955, que culminaría con el establecimiento de la dictadura autodenominada como Proceso de Reorganización Nacional, impulsada y gobernada por los militares entre 1976 y 1983; la dictadura militar brasileña implantada en 1964, que se extendería hasta 1985; los diversos gobiernos militares de Bolivia y sus conflictos internos entre 1964 y 1982; el golpe de estado de 1973 y la posterior represión puestos en marcha por el comandante en jefe del ejército Augusto Pinochet o, también, el surgimiento en paralelo de la dictadura cívico-militar que rigió los destinos de Uruguay entre 1973-1985. Así pues, esta larga disquisición previa tiene por fin entender no ya solo qué hizo de la guerra civil –a priori un simple conflicto doméstico en un país pobre y periférico respecto a las principales cancillerías– un enfrentamiento con un seguimiento universal y una implicación internacional sin precedentes, sino
también indagar en las causas de su impacto mediático-cultural muchos años después de finalizada. En ello tuvo mucho que ver esa posición de España como cruce de caminos, pero no menos el desarrollo de los acontecimientos en un continente donde la izquierda revolucionaria y la democracia habían sido progresivamente desmanteladas desde principios de los años 20 sin apenas oposición. Cuando estalló el golpe de estado de julio del 36, la experiencia hacía que todos los actores supieran lo que estaba en juego e intuyeran lo que podía pasar, de ahí la respuesta contundente de las clases populares y las organizaciones político-sindicales ante el intento de los militares y sus apoyos políticos por tomar el poder en toda España durante el día 18 y sucesivos. Esto mismo es lo que hizo posible que la batalla de Teruel, ocurrida en un entorno particularmente aislado de la península, intrascendente desde el punto de vista estratégico-económico, acabara siendo el acontecimiento militar decisivo de la guerra civil y alcanzara una repercusión mediática mundial.
Todo lo dicho queda bien probado por la presencia y el papel de individuos como Harold Kim Philby en el entorno de la capital del Aragón meridional durante aquellos fatídicos días del invierno de 1937-1938. Este agente doble de origen británico, que trabajaba para los servicios secretos británicos y soviéticos bajo el paraguas de las crónicas favorables al bando sublevado que publicaba como corresponsal del The Times, estuvo a punto de morir la tarde-noche del 31 de diciembre de 1937, cuando el avance imparable de las tropas sublevadas hacía presagiar que la recuperación de la plaza sitiada por los republicanos tendría lugar al día siguiente. La historia de la guerra civil española no habría sido la misma si los insurgentes hubieran entrado esa misma Nochevieja en una ciudad que había quedado prácticamente desguarnecida ante la desbandada y el pánico que cundió entre las tropas republicanas. Pues bien, esa misma tarde un exceso de confianza de las autoridades golpistas hizo posible que el propio Philby y otros tres periodistas angloamericanos, Edward J. Neil, Bradish Johnson y Ernest Sheepshank, que cubrían la guerra en el lado sublevado para Associated Press, la revista Newsweek y Reuters, fueran autorizados bajar de Cerro Gordo a la primera línea de combate, entre Caudé y Concud. Desde el principio de la batalla de Teruel aquella zona del frente, situada unos diez kilómetros al noroeste de la capital, se había convertido en uno de los escenarios más disputados, con concentraciones de fuego muy densas y gran cantidad de bajas por ambos lados. De ahí que no resulte sorprende que un obús caído a un metro del coche en el que se desplazaban los corresponsales descargara su metralla sobre el utilitario,
matando al instante a Johnson; hiriendo de suma gravedad a Neil y a Sheepshank, que morirían con pocas horas de diferencia tras ser evacuados; y causando algunos rasguños superficiales a Philby en la cabeza, que se salvó de forma milagrosa. Como bien apunta Vicente Aupí, el conflicto español en tanto que guerra total con una amplia cobertura internacional introdujo al enviado especial o al reportero de guerra en una nueva dimensión, y fue justamente en ese decisivo 31 de diciembre cuando se pusieron de manifiesto los peligros a los que se expondrían a partir de entonces en su afán por cubrir las noticias al pie del terreno. Efectivamente, Teruel fue una hito puntual pero importante en la larga historia de la guerra por muy diversas razones, sobre todo porque fue allí donde la guerra civil devino total, con la movilización de todos los recursos humanos y materiales, la búsqueda de la derrota incondicional del enemigo, la conversión del civil en enemigo y el desprecio por las condiciones meteorológicas. Aquella minúscula ciudad de provincias fue el centro del mundo durante nueve semanas, observado por los militares de ambos lados del Atlántico como un laboratorio de pruebas de cara a una guerra europea que se prefiguraba en el horizonte y por los líderes políticos como el enésimo escenario donde se dirimía la lucha entre revolución y contrarrevolución. Allí decantó el bando sublevado a su favor la guerra civil española de forma definitiva. A pesar de que aún quedaban por delante once meses de guerra las fuerzas republicanas nunca volvieron a recuperarse de lo que fue una batalla de desgaste clásica agravada por un invierno sin precedentes. El propio Franco lo tenía muy claro, y así lo hizo saber en la ceremonia de entrega de condecoraciones del 2 de marzo donde Philby recibió la Cruz al Mérito Militar por sus servicios a favor de la causa rebelde: «La guerra está ganada. La victoria en Teruel ha sido una demostración de la superioridad tecnológica, militar y material del ejército nacional. Los rojos han sido derrotados en un terreno que ellos mismos habían escogido y en el que habían acumulado todos los hombres y materiales a su disposición» (Aupí, 2017: 168). Sin embargo, lejos de la fría visión racional y triunfalista de lo acontecido al sur de Aragón nos encontramos con el testimonio del enviado francés Bertrand de Jouvenel el día 6 de enero, muy poco antes de rendirse los últimos reductos sublevados en el interior de la ciudad. Este reflejó una realidad de la guerra a sus lectores del Paris-Soir y Candide con la que se debieron de identificar muchos veteranos franceses de la Gran Guerra: «¿Con qué voy a escribir mi artículo? […] Estamos en la batalla más importante de la guerra y no vemos nada. ¡Qué ironía! […] La guerra moderna no es ya una lucha pintoresca, sino de hombres pequeños y perdidos, que sin ver nada esperan su destino» (Bocanegra, 2017). La imagen no podía ser más plástica: en ese tipo de guerra la diferencia entre la vida y la muerte ya no dependía tanto de la costumbre o la habilidad de los combatientes y los civiles como de la estadística y la contingencia, es decir, de la suerte. El combatiente era un ser indefenso, aislado y la mayor parte de las veces aterrorizado, carente de cualquier conocimiento sobre la situación general. Así pues, como en tantos otros casos antes o después, la guerra pasó como un vendaval dejando miles de muertos de ambos bandos y de diferentes procedencias abandonados para siempre en fosas comunes y brechas naturales del paisaje estepario e irregular del sur de la provincia turolense. En los meses y años siguientes la guerra entre revolución y contrarrevolución se desplazaría a nuevos escenarios, y durante un tiempo pareció que iba a decantarse a favor de los partidarios de la segunda. Sin embargo, Teruel y los pueblos que sufrieron la batalla quedaron sumidos en el silencio y el terror de una posguerra atroz y en el abandono al que fue sometida toda la España rural a manos del régimen, que hicieron de la vida en el campo una constante lucha por la supervivencia. Empujadas prácticamente a la extinción, las tierras turolenses quedaron cubiertas por el tupido velo de un olvido tan solo roto de vez en cuando por la prensa del franquismo al celebrar sus efemérides, por los historiadores que hemos dado cuenta de lo ocurrido allí y por una ciudadanía que no se ha resignado nunca a ver morir su lugar en el mundo.
¹ David Alegre Lorenz. Doctor Europeo en Historia Comparada, Política y Social por la Universitat Autònoma de Barcelona y desde el año 2014 es coeditor de la Revista Universitaria de Historia Militar. Referencias: Alegre, D., Alonso. M., y Rodrigo, J. (2018): Europa desgarrada: guerra, ocupación y violencia, 1900-1950. Zaragoza. Prensas de la Universidad de Zaragoza. Aupí, V. (2017): Crónicas de fuego y nieve. La Guerra Civil Española y los corresponsales internacionales en la Batalla de Teruel. Teruel. Dobleuve Comunicación. Bocanegra, E. (2017): Un espía en la trinchera: Kim Philby en la Guerra Civil española. Barcelona. Busquets [edición electrónica]. Canal, J. (2012): “Guerras civiles en Europa en el siglo XIX o guerra civil europea”, en Canal J. & González Calleja, E.: Guerras civiles. Una clave para entender la Europa de los siglos XIX y XX. Madrid. Casa de Velázquez. Rodrigo, J. (2014): Políticas de la violencia: Europa, siglo XX. Zaragoza. Prensas Universitarias de Zaragoza. Santirso, M. (2008): Progreso y libertad: España en la Europa liberal (1830-1870). Barcelona, Ariel. 28 JUNIO, 20182 ABRIL, 2019
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Entrevista. “Hay que hablar siempre de lo ocurrido en Siria” Por Francis Sitel a Faruk Mardam-Bey¹. Sitel: Tras siete años de represión y de guerra, la revolución siria aparece como derrotada y el -Francis pueblo sirio condenado a seguir siendo víctima de una tragedia sin fin… Una vez expresados el dolor y la indignación, ¿cómo resistirse a la desesperación?
-Faruk Mardam Bey: Concedamos primero su parte, que debería ser muy grande, al dolor y la cólera. Si Siria y la gente de Siria están ahí, en este interminable calvario, es porque poca gente en el mundo, durante cerca de ocho años, se ha preocupado por su suerte. Esas centenares de miles de muertes, esas decenas de miles de personas desaparecidas, esos millones de personas refugiadas, esas ciudades y pueblos devastados, todo un pueblo sacrificado en el juego cínico de las naciones, nos reclaman más lágrimas y más cólera, y que nos esforcemos por hacerlas compartir a nuestro alrededor. Es difícil en los tiempos que corren, con el desánimo de las y los simpatizantes de la causa siria, pero es sin duda el primer medio para resistir a la desesperación. La razón nos incita al mismo tiempo, a la vez que reconocemos sin ambages la derrota de la revolución, a comprender porqué y cómo ha podido ser desfigurada, traicionada y finalmente vencida. Otro medio de resistir a la desesperación. ¿Qué corresponde a las condiciones objetivas, a la vez locales, regionales e internacionales? ¿Qué es debido a los errores, las faltas, las ilusiones y más profundamente a la naturaleza de las diferentes fuerzas implicadas en el proceso revolucionario? Sin olvidar el surgimiento de lo imprevisible, en particular la irrupción del Estado Islámico que ha monopolizado desde 2013 la atención de las cancillerías, de los medios y del gran público. Dicho esto (y no es en absoluto un consuelo sino un dato fundamental a tener en consideración en toda visión estratégica), la derrota es también la del régimen, aislado en el seno mismo de la “sociedad homogeneizada” que ha presumido de haber creado bajo el ala protectora de Irán y de Rusia. Una sociedad incierta de su futuro que depende de una improbable entente entre las potencias extranjeras presentes de una forma u otra sobre el terreno, y golpeada por el estupor al medir la amplitud del desastre tras la batalla.
se miran los años pasados, ¡cuántos datos imprevisibles, de resultas de lo inconcebible! En primer -Cuando lugar, el salvajismo que el régimen de Assad ha demostrado ser capaz de utilizar para mantener su poder. Y
la medida de lo que quiere decir realpolitik para las potencias que se han implicado, ya sean Rusia e Irán, por supuesto, pero también Turquía, Arabia Saudita, Israel, sin olvidar a los Estados Unidos y sus aliados, entre ellos Francia… -El salvajismo del régimen no era inconcebible. Se le sabía capaz de “quemar el país”, como proclamaban sus partidarios en una de sus consignas y lo había probado en el pasado, desde el golpe de Estado de Hafez al-Assad en 1970, tanto en Siria como en Líbano o cuando su guerra contra la OLP. Se podía igualmente esperar una intervención masiva de Irán, su indefectible aliado estratégico, para el que todo cambio en Siria ponía en cuestión no solo sus ambiciones imperiales, sino también la perennidad de la República Islámica. Rusia, por su parte, había marcado desde el comienzo su desconfianza hacia la “Primavera árabe” y sobre todo su hostilidad contra el levantamiento en Siria bloqueando a partir de octubre de 2011 todos los proyectos de resolución del Consejo de Seguridad que amenazaran a su protegido con sanciones más o menos serias. Es cierto, sin embargo, que nadie, ni en Siria ni en ninguna otra parte, imaginaba que llegaría hasta asumir a su cargo la reconquista de las zonas que habían escapado al control del régimen, y que desplegaría para ello, y a una gran escala, su aviación, su policía militar y sus mercenarios. En cuanto a los Estados Unidos y sus aliados, que pretendían ser “amigos del pueblo sirio”, solo la gente incauta de todo pelo, enemiga o partidaria del régimen, se tomaba en serio sus gesticulaciones y sus líneas rojas. Antes del desencadenamiento de la revolución, lo que se aparenta ignorar, es que las potencias occidentales habían normalizado poco a poco sus relaciones con el régimen e intentaban, no derrocarle, sino domesticarle borrando sus antiguas querellas con él a propósito de Irak y de Líbano. Erdogan alababa a su “hermano” Bachar que había reconocido la anexión por Turquía del Sandjak (provincia del imperio otomano) de Alejandreta. Y el comercio sirio-turco florecía. Las relaciones entre Siria y Qatar eran excelentes, y el jeque Hamad mostraba ostensiblemente su apoyo a Hezbolá. Arabia Saudita se inquietaba por la alianza sirio-iraní y estaba en abierto conflicto con el régimen sirio en Líbano, pero su política interárabe tendía tradicionalmente al compromiso, y nada era más catastrófico para ella que la contestación por un movimiento popular del orden establecido. Lo probó oponiéndose de entrada a la “Primavera árabe”. Y si Israel, por su parte, deseaba evidentemente una ruptura entre Irán y Siria, tenía más interés, y sus estrategas no han dejado de afirmarlo, en el mantenimiento de un régimen que, a pesar de su fraseología antiisraelí, hacía reinar la calma en la frontera del Golan desde 1974. Pero si la intervención militar rusa lanzada en septiembre de 2015 fue decisiva en la derrota de la revolución, fue la no intervención americana en agosto 2013 la que provocó su primer gran revés. No porque Obama se retractara tras haber amenazado con intervenir en el caso en que el régimen recurriera a unas armas prohibidas, en este caso el arma química (de hecho todo indicaba que no pensaba poner esta amenaza en práctica), sino porque el acuerdo al que llegó con Putin consistente en contentarse con privar a Bachar de su arsenal químico (lo que por otra parte no ha sido totalmente realizado) equivalía a darle un permiso para matar utilizando todas las demás armas en su posesión y le tranquilizaba en cuanto a su impunidad. Bachar se ha beneficiado enormemente de las dudas occidentales, tanto más cuanto que la opinión pública en todo el mundo, temiendo la repetición en Siria de los escenarios iraquí y libio, ha acogido el acuerdo rusoamericano con un cobarde alivio. responsabilidades de las potencias extranjeras que se han injerido en la confrontación siria son -Las evidentemente determinantes y aplastantes… A pesar de todo, hay que preguntarse sobre los errores que han podido ser cometidos por las fuerzas implicadas en el proceso de la revolución democrática y los límites de éstas.
En continuidad con lo que precede, uno de los errores más graves ha sido creer, contra toda evidencia, que los Occidentales intervendrían contra el régimen, al menos bajo la forma de un pasillo humanitario o de una zona de exclusión aérea -lo que habría necesitado de todas formas un despliegue militar al que ninguna potencia occidental estaba dispuesta. En las filas de la oposición, había quienes lo deseaban ardientemente y lo proclamaban, otra gente lo temía, pero la mayoría, obnubilada por las declaraciones de los responsables americanos y europeos sobre la democracia y los derechos humanos, lo pensaba inevitable, lo que dio lugar a polémicas venenosas aunque sin fundamento. Sin embargo, antes de preguntarse sobre los errores cometidos durante estos años trágicos, hay que recordar que el levantamiento era espontáneo, que nació en el ambiente de la protesta contra los poderes establecidos en casi todo el mundo árabe, que se extendió como un incendio a través de todo el país, movilizando en particular a una buena parte de la juventud y de las capas populares más desfavorecidas, pero que ninguna fuerza política era capaz de dirigir -habiendo sido aplastadas todas bajo el reino de los Assad, padre e hijo, por una implacable represión. En un país desprovisto de vida política durante decenios, vigilado por servicios de información tentaculares y en el que las desconfianzas y los odios comunitarios eran deliberadamente mantenidos por el poder, la constitución progresiva de comités locales de coordinación, con consignas adecuadas, era en sí un verdadero milagro. Les faltó tiempo para que surgiera una dirección política y fueron marginados en el Consejo Nacional Sirio, constituido en Turquía en septiembre de 2011 y autoproclamado representante legítimo del levantamiento. Ahora bien, incluso si la legitimidad de esta instancia fue reconocida por las y los manifestantes, y luego por el Ejército Sirio Libre, sus disensiones internas, su inexperiencia política y el peso excesivo en su seno de los Hermanos Musulmanes no tardaron en desacreditarlo tanto en el interior como en el exterior. Mientras tanto la confrontación con el régimen se había militarizado. ¿Era como se dice muy a menudo la falta que habría que evitar a cualquier precio? Pero, ¿quién ha cometido esa falta? Ninguna fuerza política de la oposición lleva su responsabilidad, ninguna llamó a la lucha armada, ninguna había siquiera previsto, equivocadamente, que el régimen podría, lanzando el ejército regular contra las y los manifestantes, arrastrar al país a una guerra civil implacable. Si ha habido alguna falta, era no prepararse para esa eventualidad. De hecho, la militarización comenzó cuando soldados y oficiales del ejército regular desertaron en masa para no disparar contra las y los manifestantes. Y lo hicieron espontáneamente, de forma desordenada, sin la menor coordinación, y el Ejército Sirio Libre que iban a formar no pudo evitar mantener los estigmas de sus orígenes. La lucha armada que desencadenó, sin tener los medios para controlarla, logró, ciertamente, hacer perder al régimen las tres cuartas partes del territorio nacional, pero las zonas liberadas quedaron sin defensa contra la aviación, abundaron los señores de la guerra, se abrió en gran medida la vía para las interferencias extranjeras, debido a la necesidad urgente de armas y dinero, y los grupos yihadistas hicieron irrupción sobre el terreno, disponiendo de importantes medios militares y financieros, hasta tomar poco a poco la primacía sobre todas las fuerzas combatientes -y hasta desacreditar a ojos de todo el mundo las reivindicaciones democráticas originales de la revolución. Desde este punto de vista, uno de los errores más importante de la gente demócrata siria ha sido no haber denunciado vigorosamente estas derivas, pretextando la prioridad de la lucha contra el régimen. Esto no habría, sin duda, cambiado gran cosa en el curso de los acontecimientos, pero estaba en juego su credibilidad. Su otro error ha sido no buscar seriamente crear una coordinadora política independiente del Consejo Nacional y de la Coalición que no dejaban de comprometerse. Por ello, su voz, por otra parte discordante, ha quedado inaudible entre el estrépito de las armas.
la misma forma, qué decir de la soledad en la que ha sido abandonada la revolución siria por parte de la -De opinión mundial, occidental en primer lugar, pero también en el mundo árabe? Por no hablar de las posiciones de numerosos partidos de la izquierda francesa…
La imagen de la revolución, más bien positiva hasta finales de 2011, se deterioró progresivamente por razones que se pueden comprender. La primera, es que pareció gozar del apoyo de las potencias occidentales y, tras un largo momento de duda, de ciertos países árabes, como Arabia Saudita y Qatar, que no son precisamente modelos de democracia y de respeto de los derechos humanos. Esto bastaba para alienarle de la opinión pública “antiiimperialista”, tanto en el mundo árabe como en el mundo en general, y poco importaban la naturaleza clánica y despótica del régimen, su comunitarismo, su historia sangrienta, su política económica neoliberal, las insoportables condiciones de vida de las clases populares. Más aún, con un conspiracionismo que había hecho estragos entre las y los “antiimperialistas”, éstos negaban en bloque, refiriéndose en particular a las mentiras de Bush sobre Irak, toda información, toda investigación, sobre los crímenes cometidos por el régimen. Bachar sería víctima de un complot universal, exactamente como pretendía su propaganda y merecería, consiguientemente, solidaridad. La segunda razón es la islamización de la revolución por las diferentes organizaciones yihadistas. Quedaba así ocultado el amplio espectro de la oposición democrática, y los proyectores solo iluminaban ya los crímenes de esas organizaciones, sobre todo después de la irrupción del Ejército Islámico y sus crímenes deliberadamente espectaculares. Añadido a la islamofobia ambiente, a la vieja cantinela de la protección de las minorías confesionales, en particular de “los cristianos de Oriente”, a la imagen falsamente “laica” del régimen, había material para confundir a la gente. Quienes, en la derecha o la izquierda, no aportaban abiertamente su apoyo al régimen o le consideraban como un aliado contra el terrorismo, en el mejor de los casos ponían al mismo nivel a Bachar al-Assad y la oposición, incluyendo indiscriminadamente todas sus tendencias. Con excepción a veces de las y los nacionalistas kurdos del PYD, que sería la única fuerza progresista, digna de interés y de confianza en Siria.
La tercera razón es la mezcla de versatilidad, de corrupción, de seguidismo y de incompetencia de la que han dado prueba los dos organismos considerados como representativos de las fuerzas implicadas en la revolución. Ni siquiera los buenos conocedores de su composición y de las referencias políticas e ideológicas de cada uno de sus miembros lograban comprender lo que hacían y con qué objetivo. Hay que reconocerlo: la revolución siria ha carecido de una representación a la altura de sus objetivos y de sus sacrificios. Estaba verdaderamente huérfana. Y porque lo estaba, ¡los pretendientes a su tutela se han multiplicado y la han despojado de su herencia!. En fin, no olvidemos la indiferencia general respecto lo que ocurre lejos de las fronteras nacionales, indiferencia paradójicamente más marcada que antes en nuestro mundo mundializado. ¿Quién se preocupa en Francia de la tragedia de Yemen? ¿De la situación actual de Libia? Los impulsos de solidaridad se desinflan rápidamente, sobre todo cuando se trata de pueblos a los que se ha excluido, por un culturalismo casi imposible de erradicar, del campo de aplicación de los principios universales. teniendo en cuenta la situación cada vez más compleja y catastrófica que conoce Siria, hay una visión -Hoy, que tiende a imponerse. Ésta niega la existencia misma de un levantamiento revolucionario del pueblo sirio, para explicar que no ha habido jamás más que una confrontación entre el régimen y los islamistas, lo que explica y justifica las intervenciones extranjeras… ¿Qué decir para oponerse a este revisionismo que autoriza todas las renuncias y disuade de toda solidaridad política y militante? ¿Qué perspectivas se pueden defender aún para el futuro de Siria y en solidaridad con el pueblo sirio?
En efecto, como que no pasa nada, se precisa una tendencia a la normalización con el régimen. Las fuerzas políticas que apoyaban abiertamente a Bachar al-Assad se alegran de seguirle viendo en su puesto y muy decidido, con su familia, a gobernar Siria eternamente. Quienes dudaban dudan menos en nombre del realismo y del restablecimiento del orden y de la seguridad en la región. Hay negociantes que se frotan las manos soñando con los beneficios del trabajo de reconstrucción. ¡Hay incluso agencias de viaje que proponen ya estancias turísticas todo incluido en el país de Zenobia! Es cierto también que se oye a menudo repetir la versión assadiana del conflicto, y es cierto que la propaganda del régimen y de sus protectores no ahorrará esfuerzos para propagarse. Apostemos sin embargo porque no logre finalmente acreditarle, haga lo que haga, frente a los millones de testimonios abrumadores acumulados desde 2011. No porque el mundo tal como va esté sediento de justicia, sino porque las y los sirios, en su gran mayoría, no están dispuestos a olvidar ni las promesas de libertad y de dignidad de su revolución ni los horrores de la contrarrevolución. No dejarán de testimoniar y de demandar justicia, cualquiera que sea el deseo de los poderosos de pasar página. En el estado actual de las cosas, sin ningún medio de presión sobre las fuerzas en presencia sobre el terreno, incumbe a la gente demócrata siria y a sus amigos y amigas en el extranjero hacer oir la palabra de las víctimas lo más ampliamente posible, y sin la menor complacencia por sus propios errores. Tienen a su disposición, en esta confrontación con las y los negacionistas, una masa considerable de análisis, documentos, obras literarias y artísticas, que se enriquece cada día que pasa. Dice claramente que fueron las y los sirios quienes se rebelaron, contra qué tipo de régimen, en qué entorno y cómo su revuelta ha sido ahogada en sangre. Señala la responsabilidad, grande o pequeña, de quienes han protagonizado el desastre. ¿Qué pasará con Siria? Nadie es aún capaz de prever cuál será su futuro a medio plazo, salvo que no será ciertamente parecido a la imagen radiante de los primeros meses del levantamiento. Lo peor sería el mantenimiento del régimen tal cual bajo el condominio ruso-iraní, con Bachar al-Assad en el papel de Ramzan Kadyrov 1/. Pero, ¿es verdaderamente esto lo que quieren los rusos, que son quienes tienen más bazas en sus manos? Si no es así, lograrán imponer una solución más razonable, susceptible de unir al “pantano”, que se ha mantenido a distancia del régimen y de la revolución, y de convencer a los
europeos y los árabes ricos para que inviertan en la reconstrucción? Y ya, a corto plazo, ¿podrán calmar la situación entre el aliado iraní y el amigo israelí? ¿Cómo evolucionará su entente con los turcos a propósito de Idlib? ¿Aguantará si los turcos, aprovechándose de la salida americana, extienden su zona de influencia en detrimento de las y los kurdos del PYD? Y finalmente, ¿en esta batalla campal qué será de los seis millones de personas refugiadas fuera de las fronteras y otras tantas, si no más, de desplazadas en el interior? Preguntas sin respuestas pues todas las alianzas, como hemos visto, son aleatorias, nada está definitivamente zanjado. Siria hará hablar de ella mucho tiempo aún, mucho tiempo…
¹ Faruk Mardam-Bey es historiador. Dinamiza los “Domingos de Souria Houria” (reuniones para estudiar la realidad de Siria y en solidaridad con la lucha democrática del pueblo sirio ndt) y acaba de publicar con Subhi Hadidi y Ziad Majed Dans la tête de Bachar Al-Assad (éditions Solin/Actes Sud). 6 MAYO, 201923 ABRIL, 2019
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La Gaceta de los Miserables.
Víctimas y victimistas, perpetradores y negacionistas. Reconocimiento e identidad en la cultura memorialista. Por Pablo Sánchez León¹. Los movimientos por la memoria han ido proliferando en las democracias de comienzos del siglo XXI hasta convertirse en un fenómeno global y a la vez en parte consustancial a la esfera pública en buena parte de los viejos y nuevos estados nacionales. En el contexto de la expansión del lenguaje de los derechos humanos, el despliegue de políticas públicas sobre memoria y las reclamaciones de justicia y reparación que estos movimientos traen consigo, han emergido también cuestiones polémicas y debates por los efectos emergentes de la consolidación de una dimensión memorialista en la cultura ciudadana.
Víctimas para sí, víctimas para otros y víctimas para las instituciones…
Uno principal es el que atañe al estatus de las víctimas. No hay duda de que la definición de esta categoría ha sido determinante para la visibilización de desigualdades enraizadas pero hasta entonces ocultas o naturalizadas, en general relacionadas con la dignidad de las personas. Con el tiempo, sin embargo, la generalización de la etiqueta no ha podido dejar de provocar tensiones en el discurso y la práctica de los movimientos sociales así como en la definición de las políticas públicas. La condición de víctima se contrapone a la de ciudadano, de manera que la primera ha de ser abordada como un estatus circunstancial, y las políticas que suscite han de estar basadas en el objetivo de lograr la superación o emancipación respecto de esa condición, pues de no ser así su proliferación puede terminar afectando a los estándares de derechos de las democracias. Se ha llegado a afirmar que podemos estar caminando hacia una universalización de la categoría, proceso que terminaría diluyendo condiciones fundamentales de la ciudadanía como la capacidad jurídica para la autodeterminación (Gatti, 2017). Los enfoques dominantes sobre el tema arrastran, sin embargo, un problema y es que a menudo se solapa y confunde la víctima como categoría social y como identidad. La identidad tiene que ver con el reconocimiento que se recibe de otros (Pizzorno, 1989); y lo mismo puede decirse que sucede con las categorías sociales. No obstante, el reconocimiento tiene a su vez dos fuentes legítimas de referencia: las instituciones y la sociedad en su conjunto. Aunque la esfera pública tiende a homogeneizarlas en una cultura de alcance territorial nacional, la separación entre Estado y sociedad civil impide que en las sociedades avanzadas exista un solo centro de reconocimiento y un solo criterio o estándar de valoración
acerca de los colectivos sociales. El reconocimiento institucional se produce por medio de clasificaciones que llegan a quedar normalizadas en el derecho, dando lugar a categorías sociales sobre las que se aplican las políticas públicas. El reconocimiento social por su parte depende de una trama de prácticas más densa según formatos de reciprocidad e interacción subjetiva, y se produce en torno de nódulos de autoridad y criterios de valoración relativamente autónomos respecto de las instituciones del Estado, dando legitimidad a la formación y reproducción de identidades colectivas. Esta matriz dual del reconocimiento hace que las categorías sociales y las identidades colectivas suelan no coincidir en cuanto a criterios y contenidos clasificatorios; en eso consiste precisamente la lucha por el reconocimiento: en tratar de disminuir el diferencial entre la clasificación que reciben los sujetos por parte de las instituciones y la identidad colectiva que se va fraguando en la esfera pública en torno de las movilizaciones ciudadanas (Honneth, 1997). Un tercer elemento relativamente autónomo que complejiza ese marco es la auto-identificación. Aunque la identidad depende del reconocimiento otorgado por otros, la auto-identificación es un ingrediente clave en las luchas por el reconocimiento, pues de ella depende la valoración que los sujetos hacen de los criterios de reconocimiento instituidos, y ello afecta a la conducta que siguen ante sus conciudadanos y el Estado. En el caso de las víctimas, estas pueden auto-identificarse como tales o no hacerlo. Es interesante que ello no resulta decisivo para su grado de compromiso con la causa de su reconocimiento. En efecto, hay víctimas que no se muestran dispuestas a auto-identificarse como tales pero no por ello dejan de implicarse en movilizaciones por la memoria y la justicia a las víctimas, mientras otras pueden convertir la condición social de víctima en el eje de su presentación social y en cambio tener una implicación política menor o más inconstante. De hecho, estas diferencias de actitud ante la condición de víctima no se explican por la orientación ideológica de los sujetos, es decir, no hay una relación de necesidad entre posturas más radicales ante la auto-identificación y posicionamientos políticos más extremos, sino que se dan auto-identificaciones muy variadas entre víctimas procedentes de un mismo campo cultural, tendencia ideológica u organización política y aunque cuenten con trayectorias de militancia y represión semejantes. Un buen ejemplo de esta diversidad lo tenemos en la asociación de expresos políticos La Comuna, que se ha convertido en uno de los baluartes organizativos en la lucha por el reconocimiento de los represaliados por el régimen franquista (http://www.lacomunapresxsdelfranquismo.org/ (http://www.lacomunapresxsdelfranquismo.org/)). Entre sus miembros podemos encontrar posturas como la de Manuel Blanco Chivite (San Sebastián, 1945), antiguo militante del PCE (m-l) [Partido Comunista de España, marxista-leninista] y de su brazo armado, el FRAP [Frente Revolucionario Antifascista Patriota]. Blanco Chivite fue detenido en julio de 1975 acusado de participar en la muerte de un policía nacional, sufriendo torturas en dependencias policiales; después fue condenado a muerte en el último juicio con ese tipo de sentencias celebrado mientras aún vivía Franco, aunque finalmente su pena sería conmutada por la de cadena perpetua. No se benefició de la amnistía decretada en 1976 con motivo de la aprobación de la Ley de reforma política, y todavía permaneció en cárceles durante casi un año, siendo represaliado en varias ocasiones por su actitud de resistencia y por participar en protestas de presos políticos. Solo recobró la libertad con la amnistía de noviembre de 1977 decretada por el primer parlamento posfranquista. No cabe duda de que Blanco Chivite es una víctima del régimen de Franco. Sin embargo, no se autoidentifica con la categoría, según deja constancia de forma expresa en las entrevistas que concede a medios de comunicación (Blanco Chivite, 2013). Podemos definir a Blanco Chivite como una víctima que no ha desarrollado una identidad como tal, es decir, la suya es una identidad de víctima no victimista o no victimizada. Victimista no alude aquí a una dimensión emocional, sino a estar en posesión de una identidad que tiene por auto-identificación principal la de considerarse víctima.
Por su parte, José María “Chato” Galante (Madrid, 1948) era militante de la Liga Comunista Revolucionaria cuando fue detenido por primera vez en 1971, siendo entonces torturado; después lo sería otras tres veces más tras nuevas detenciones, y otras tantas juzgado y condenado, pasando más de cinco años en las cárceles aún bajo el régimen de Franco, hasta que fue liberado en la amnistía de diciembre de 1976. No hay tampoco duda de que se trata una víctima de la represión franquista. A diferencia de Blanco Chivite, sin embargo, Galante reivindica abiertamente su condición de víctima en las numerosas entrevistas que ha concedido en los últimos tiempos (Otra Vuelta de Tuerka, 2019; En la Frontera, 2019). Podemos definirle como una víctima que ha desarrollado una identidad victimista o victimizada. Tanto Blanco Chivite como Galante son firmantes de la llamada “Querella Argentina”, de manera que pueden ser considerados igualmente implicados en la lucha por la verdad, la justicia, la reparación de la represión franquista (http://www.ceaqua.org/querella-argentina/ (http://www.ceaqua.org/querellaargentina/)). Con todo, parecería que la postura del segundo es más acorde con un contexto como el actual, en el que las víctimas se han convertido en una categoría social con legitimidad en su búsqueda de reconocimiento. De hecho, el protagonismo público del primero es muy inferior al del segundo, cuyo testimonio como represaliado por el régimen franquista ha protagonizado recientemente el documental “El silencio de otros” (Carracedo, 2018), que puede considerarse ya el producto cultural vinculado con el de mayor difusión a escala global (https://www.filmaffinity.com/es/film815791.html (https://www.filmaffinity.com/es/film815791.html)). Es razonable pensar que esta diferencia de protagonismo público, más allá de remitir a factores de personalidad, guarda relación con la distinta auto-identificación ante su común condición social como víctimas. Podría entonces concluirse que la auto-identificación victimista o victimizada favorece más la causa del movimiento por la memoria en sentido amplio, y que sería por tanto recomendable promoverla entre las víctimas de la represión franquista. Sin embargo, la cuestión se vuelve más compleja si se observa desde la distinción entre reconocimiento institucional y social. En principio, la búsqueda de reconocimiento se efectúa siempre en el espacio público y en torno de esas dos dimensiones, la institucional y la social. Pero sus efectos pueden llegar a ser muy dispares en una y otra dependiendo de factores como el éxito del movimiento memorialista o la capacidad de la esfera pública que dar espacio a la diversidad de opinión. Un movimiento memorialista exitoso ante las instituciones puede beneficiarse del protagonismo de determinadas víctimas que, encarnando la representación de toda la lucha por el reconocimiento, logren imponer sus referentes valorativos y su agenda de verdad, justicia y reparación. Un caso que se acerca a este modelo sería Argentina en la década de 2000, cuando las Madres de la Plaza de Mayo, tras venir representando durante años al conjunto de la movilización por la memoria, consiguieron que el gobierno de Ernesto Kirchner asumiera su agenda de políticas (Andriotti Romanin, 2012). Pero normalmente los movimientos memorialistas se encuentran con enormes obstáculos y sufren reveses recurrentes en su búsqueda de reconocimiento institucional. El caso español es un buen ejemplo de ello, de manera que tras casi veinte años de existencia está lejos de haber logrado la que puede considerarse su más elemental reivindicación, esto es, la exhumación de los miles de civiles masacrados durante la guerra de 1936 y la represión de los primeros años del régimen franquista. Este modelo alternativo de movimiento se juega su éxito en un plazo más largo, lo cual hace que en esos casos pasen a primer plano las dinámicas de reconocimiento social. En contextos como el español, la auto-identificación como víctima puede contribuir a avanzar la causa ante las instituciones pero al mismo tiempo hacerla retroceder ante los conciudadanos. Y a la inversa, hay víctimas que aunque no reivindiquen su identidad de tales pueden, sin embargo, contribuir a dar prestigio a la causa debido al grado de reconocimiento social que reciben como víctimas. ¿A qué se debe este diferente y aparentemente contradictorio resultado?
El reconocimiento social, como hemos visto, tiene que ver con la valoración que otros miembros de la misma identidad colectiva —y todos los conciudadanos en general— hagan de la conducta propia. Dicha valoración se rige por parámetros socialmente instituidos de evaluación. Lo que se pone en valor aquí es la autenticidad, pero esta no se reduce a la simple evaluación de la relación entre el discurso y la práctica de las personas observadas, sino que tiene que ver con la adecuación de la conducta a marcos morales de referencia, es decir, a una o varias comunidades de valoración (Taylor, 1994). En el caso de las víctimas, entre esas comunidades destaca la que se sitúa en el origen de la actividad que ocasionó la represión. Cuando Blanco Chívite declara en sus entrevistas que no se considera una “víctima del franquismo” sino un “represaliado”, el recurso a esa categoría referencial alternativa revela una autoidentificación con valores de su comunidad de referencia de cuando fue detenido, torturado y condenado por el régimen franquista. En sus propias palabras: “[Yo] [n]o he sido alguien que sufrió la represalia fascista sólo porque pasaba por allí, sino que formaba parte de la resistencia contra la dictadura” (Blanco Chivite, 2013). Este tipo de víctimas siente, en suma, una responsabilidad moral ante la comunidad originaria de su identidad militante, cuyos miembros no tenían como objetivos políticos aparecer en el futuro como víctimas —algo que no podían anticipar, y menos con el significado que ha ido adquiriendo en la España de comienzos del siglo XXI—.
Chato Galante en una conferencia. En cambio Chato Galante se sirve de un repertorio discursivo y valorativo muy diferente, en el que prima su identificación con comunidades de referencia y valoración actuales, atravesadas por el lenguaje de los derechos humanos y la lucha por la verdad, la justicia y la reparación. La comunidad de referencia originaria, siendo seguramente también importante en su identidad, es con todo subsidiaria a la(s) que le sirve(n) de referencia en su auto-identificación como víctima, comunidad (o comunidades) que remiten todas ellas a referentes valorativos del presente. Conviene en este punto subrayar que cualquiera de las dos auto-identificaciones —como víctima en un caso, como represaliado en otro— puede llegar a ser muy emocional en el terreno performativo; no solo la segunda, que puede parecer más susceptible de derivar en una postura nostálgica. Así como la melancolía no necesariamente resta motivación para la movilización política (Beorlegi, 2018), tampoco
una menor vinculación referencial con la comunidad de la época de militancia implica una postura más estratégica en la presentación social ante comunidades de valoración del presente, que no tienen memoria de aquel otro contexto cultural. Al fin y al cabo también existen casos notorios de protagonistas del movimiento memorialista que han explotado la falta de experiencia y memoria de las generaciones siguientes para maniobrar ante ellas de manera estratégica. Es el caso conocido de Enric Marco, quien se hizo pasar por un represaliado por el nazismo para dar testimonio de unos crímenes que, es sabido, favorecen el silencio entre sus víctimas (Lanao y Vinyoles, 2007). Casos extremos como este ilustran un problema que es sin embargo característico de los escenarios en los que el reconocimiento institucional de las víctimas se posterga en el tiempo: en ellos lo que normalmente pasa a primer plano en lugar de la lucha por el reconocimiento de la identidad colectiva es la pugna por representar esta hacia dentro y fuera del movimiento. Esto es así de modo más marcado en un caso como el español, en el que el movimiento memorialista acoge por igual a víctimas supervivientes de la represión del último franquismo, pero sobre todo a descendientes de los numerosos ciudadanos masacradas durante los primeros años del régimen. Un escenario así de postergación en el reconocimiento institucional de víctimas a su vez variadas en tipología favorece el auge de una comunidad referencial —formada por quienes reclaman una mayor representación de unas víctimas o concurren por un liderazgo con ese sesgo— que entra en competencia con el genérico de víctima victimista o victimizada; se da entonces la posibilidad de que la auto-identificación como víctima victimista sea puesta al servicio de otros fines derivados de la pugna por la representación, y que pueden ser más elevados o menos —como encarnar una determinada subcomunidad de víctimas, obtener liderazgo en una organización memorialista o simplemente dar rienda suelta a la ambición personal, o una combinación de ellos—. Es aquí donde está el quid de toda la cuestión, pues lograr el reconocimiento en ese nuevo círculo referencial emergente obliga a ofrecer un discurso y una performatividad que remiten a dos comunidades de referentes actuales, pudiendo aparecer como inauténticos para los miembros de unas u otras. En cambio, la víctima que se mantiene vinculada a valores de cuando fue represaliada podrá ser tachada de anacrónica en la valoración de algunas comunidades actuales, pero difícilmente su discurso y performatividad pasarán por inauténticos para la comunidad de víctimas actual que los evalúa. La diferencia crucial reside en la libertad interpretativa que permite cada una de las dos identidades. Como hemos visto, cuando uno se niega a auto-denominarse como víctima no está rechazando esa identidad colectiva ni menos esa clasificación social, y en cambio lo que está favoreciendo es que sean terceras personas —otras víctimas que se auto-identifican como tales o no, y el resto de los conciudadanos no víctimas— quienes establezcan esa calificación, es decir, quienes hagan la valoración de si el sujeto se adecua o no a la condición de víctima, y con qué grado de autenticidad. Esto es algo que se escamotea a la audiencia cuando uno se presenta como víctima victimizada. Una conclusión de esta reflexión es que la condición de víctima es muy exigente moralmente; reclama de la víctima cuando menos una actitud vigilante ante sus distintas comunidades de referencia si aspira a preservar la autenticidad, que es el principal criterio por el que se evalúa un movimiento y se reproduce el reconocimiento social de una identidad colectiva.
Perpetradores para sí, ante la justicia y en la comunidad.
Las polémicas en torno a la condición de víctima han derivado en un creciente interés por la figura que conforma la otra mitad de la violencia represiva sobre civiles, la del perpetrador. En el caso de España, Chato Galante destaca en la actitud de señalar a los victimarios. “Si se reconoce que existe gente
torturada, hay que reconocer que hubo torturadores” (Barbarroja, 2015). En su caso, ha puesto en la diana a quien fuera su represor en reiteradas ocasiones, el policía Antonio González Pacheco, alias “Billy el Niño”. El victimario se enfrenta a la misma estructura de reconocimiento e identidad que la víctima, solo que desde una perspectiva invertida. Normalmente los victimarios no luchan por el reconocimiento de su inocencia, sino que se mantienen en el silencio y el anonimato, corriendo más bien el riesgo de ser señalados por testigos de sus crímenes. De ahí que su auto-identificación de partida suela basarse en la negación de los crímenes que se les imputan; puede haber perpetradores que se muestren dispuestos a colaborar voluntariamente con las autoridades, pero en principio lo que predomina en ellos es una autoidentificación negacionista, que además se nutre de los relatos negacionistas elaborados por otros miembros de la comunidad que no son perpetradores activos (Aguilar y Payne, 2019). Este no es el final de la historia, no obstante, pues el juego de comunidades de referencia presentes y pasadas está también en acción en el caso de los perpetradores. El hecho de callar y no testimoniar no responde solo ni a veces en primer término a una estrategia de librarse de una posible condena judicial: también tiene que ver con la lealtad que muchos perpetradores sienten hacia la comunidad de referencia con la que se identificaban cuando cometieron los crímenes. El dilema del perpetrador consiste en que de un lado se ve compelido a traicionar los valores que le garantizaron una identidad en el pasado, aunque esta fuese como criminal, y de otro no tiene garantizada otra comunidad que le ofrezca en el presente otro reconocimiento distinto al de criminal (Sánchez León, 2019). Si a esto se añade que abjurar de los valores y reconocer los crímenes que se le imputan le puede llevar ante la justicia, es comprensible que se aferre a la comunidad compuesta por los sostenedores de esos viejos valores y sus herederos en el presente: el silencio y la no colaboración son la respuesta esperable para quienes entienden que los nuevos valores dominantes en un régimen que condena sus actos como crímenes son demasiado contrarios a los antiguos como para garantizarles un reconocimiento, sea este social o institucional. De nuevo, sin embargo, se puede hablar de modelos diferentes de reconocimiento dependiendo del estatus alcanzado por la cultura de la memoria en sociedades post-represoras. En algunos casos, el avance del movimiento por la verdad, la justicia y la reparación ha permitido relajar la doble presión —institucional y social— que mantiene al victimario aferrado a su comunidad originaria de referencia, generando un espacio para su re-identificación con nuevos valores o al menos para que reconozca su pasado criminal. Es en lo que consisten las llamadas Comisiones de la verdad. En ellas las víctimas ofrecen testimonio, pero asimismo lo hacen algunos victimarios que colaboran a cambio de quedar temporalmente exonerados de responsabilidad judicial. Aunque su actividad no suplanta sino que más bien complementa la labor de la justicia, al hacer públicas sus sesiones la comisión permite a las distintas comunidades valorativas de la sociedad evaluar la conducta de los perpetradores, pero sobre todo impide que a la esperable condena social no se le sume la institucional, pues esto desaconsejaría al perpetrador reconocer sus crímenes. El dispositivo permite asimismo que el perpetrador que testimonia también sea evaluado por sus antiguos camaradas criminales, de forma que se puede producir un círculo virtuoso que expanda la disposición a testimoniar entre estos, favoreciendo la causa más amplia de esclarecimiento de la verdad y avance de la justicia. Este modelo se ha dado en casos en los que la lucha por el reconocimiento de las víctimas ha coincidido con crisis profundas en la legitimidad de regímenes represivos (Hayner, 2001). En el caso español, en cambio, la transición a la democracia estuvo presidida por la impunidad institucional y la aquiescencia social, cuando no la exoneración cultural de los victimarios (Sánchez León, 2018). En estos casos, la desmemoria instituida al inicio y el posterior auge del movimiento memorialista no hacen sino exacerbar entre los perpetradores el intento de mantener en el tiempo una auto-identificación negacionista que tiene fundamentos sociales. El ejemplo de “Billy el Niño” es sobradamente esclarecedor en este sentido,
quien fue objeto de condecoraciones, premios y ventajas económicas tras su implicación en torturas y violaciones de derechos, prebendas que solo se justifican por la persistencia de una comunidad de referencia, en este caso corporativo-institucional, heredada del contexto de la represión (Junquera, 2018). Esta impunidad premiada solo puede provocar la indignación entre ciudadanos conscientes del valor de los derechos humanos. El problema para el futuro de la cultura de la memoria en España es que la reacción frente a ella corre el riesgo de devenir reductivamente justiciera; y, en ausencia de comisiones de verdad, tiene además el enorme inconveniente de bloquear la libre evaluación de los actos de los perpetradores entre distintas comunidades de la sociedad postrepresora. Cuando Chato Galante define a Billy el Niño como “un torturador compulsivo” que “[n]o quería sacarme nada; golpeaba por placer” y que lo que buscaba “era romperte, destruirte” (Barbarroja, 2015), lo hace como una víctima con plena legitimidad. No obstante, al faltar en el contexto español otros mecanismos jurídicos y dispositivos públicos, ese discurso, que ontologiza al perpetrador, favorece una cultura de la condena sin libertad interpretativa, al dejar de forma exclusiva la evaluación de la conducta del perpetrador en manos de la víctima. Para que se garantice la impartición de justicia es imprescindible que se creen espacios y se establezcan procedimientos que garanticen que la evaluación de la conducta de los perpetradores es efectuada también por comunidades valorativas ajenas a la experiencia de la víctima y a sus referentes identitarios. Solo así el señalamiento de los verdugos contribuye a la causa más amplia de la verdad, la justicia y la reparación. Por concluir, el problema del victimario es, en suma, de auto-reconocimiento de su condición y, a partir de ahí, de posible re-identificación con otros valores encarnados en comunidades del presente respetuosas con los derechos humanos. A diferencia de lo que sucede con las víctimas, es más bien por el lado del reconocimiento institucional donde parece que se pueden dar mejores pasos en esa dirección. En el caso de España, un problema evidente es cómo abrir espacios para hacer justicia a las víctimas de los crímenes de la represión franquista cuando la mayoría de los perpetradores ya han muerto. Con todo, queda por culminar el esclarecimiento de la verdad, a la que se deben los jueces, que están obligados a investigar de oficio los crímenes hasta explicar las causas de la muerte de las víctimas, lo cual implica identificar a los criminales o responsables de la represión. Y ello a su vez abre la puerta a reclamar reparaciones.
¹ Pablo Sánchez León. Centro de Humanidades CHAM, Universidade Nova de Lisboa. REFERENCIAS Aguilar, Paloma; Payne, Leah (2018), El resurgir del pasado en España: Fosas de víctimas y confesiones de verdugos, Madrid, Taurus. Andriotti Romanin, Enrique (2012) “De la resistencia a la integración. Las transformaciones de la Asociación Madres de Plaza de Mayo en la ‘era Kirchner’”, Revista Estudios Políticos 41, pp. 35 – 54. Barbarroja, Cristina (2015), “Chato Galante, azote de la desmemoria”, Público.es, 7 de julio. https://www.publico.es/politica/chato-galante-azote-desmemoria.html (https://www.publico.es/politica/chato-galante-azote-desmemoria.html). Blanco Chivite, Manuel (2013), “El gobierno del PP quiere retrotraernos al encubrimiento de la dictadura”, Lo Que Somos. Cultura libre, comunicación libre, junio. https://loquesomos.org/qelgobierno-del-pp-quiere-retrotraernos-al-encubrimiento-de-la-dictaduraq/ (https://loquesomos.org/qelgobierno-del-pp-quiere-retrotraernos-al-encubrimiento-de-la-dictaduraq/). Beorlegi, David (2018), Transición y melancolía. La experiencia del desencanto en el País Vasco (19741984), Madrid, Postmetropolis Editorial.
Carracedo, Almudena (2018), El silencio de los otros, Semilla Verde Productions / Lucernam Films / American Documentary POV / Independent Television Service / Latino Public Broadcasting (LPB) / El Deseo. En la Frontera (2019), “Entrevista al Chato Galante”, 31 de enero. https://www.youtube.com/watch? v=sYW5blIuegk (https://www.youtube.com/watch?v=sYW5blIuegk). Gatti, Gabriel (ed.) (2017), Un mundo de víctimas, Barcelona, Anthropos. Hayner, Priscilla, Verdades innombrables: el reto de las Comisiones de la Verdad, México, Fondo de Cultura Económica. Honneth, Axel (1997), La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los conflictos sociales, Barcelona, Crítica. Lanao, Pau; Vinyoles, Carme (2007), “Historia d´una mentida”, Presència 1819, 5-11 de enero, pp. 1-11. Otra Vuelta de Tuerka (2018), “Pablo Sánchez León con Chato Galante”, 1 de junio. https://www.youtube.com/watch?v=8GoavbWpKx0 (https://www.youtube.com/watch? v=8GoavbWpKx0) Pizzorno, Alessandro (1989), “Algún otro tipo de alteridad: una crítica a las teorías de la elección racional”, Sistema 88, pp. 27-42. Sánchez León, Pablo (2016), “Por qué una política de la memoria”, La Circular 1, 5 septiembre, pp. 152159. Sánchez León, Pablo (2018), “‘Esa tranquilidad terrible’. La identidad del perpetrador en el ‘giro victimario’”, Memoria y Narración 1, pp. 167-183. http: https://www.journals.uio.no/index.php/MyN/article/view/5484 (https://www.journals.uio.no/index.php/MyN/article/view/5484). Taylor, Charles (1994), Ética de la autenticidad, Barcelona, Paidós. 8 MAYO, 20199 MAYO, 2019
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La Gaceta de los Miserables.
El Exilio de 1939 en los países socialistas. Una deuda más con nuestro pasado. Por Matilde Eiroa¹. Las implicaciones internacionales de la Guerra Civil española y una de sus secuelas más dramáticas, el exilio, conforman una temática de gran interés por cuanto trasciende el cosmos de la historia de España para trasladarse a otros escenarios internacionales, especialmente europeos. Cuando hablamos del exilio de 1939, de sus trayectorias y destinos, hablamos no sólo de las políticas dictatoriales del Nuevo Estado franquista que les expulsó, sino también de las políticas europeas y americanas que les dieron un trato diverso. La salida forzada de los republicanos a lo largo de la Guerra Civil y, sobre todo, en los meses finales de la misma, fue un fenómeno dramático y precursor de lo que posteriormente serían los obligados movimientos poblacionales provocados por la ocupación nazi en los años de la Segunda Guerra Mundial. Francia, México, la URSS y otros estados iberoamericanos y europeos conformaron los nuevos lugares de residencia del casi medio millón de personas que no podían seguir en España si querían sobrevivir a la furia represora desencadenada por la dictadura. A lo largo de la primavera y verano de 1939 hubo muchos retornos, pero un número importante decidió continuar fuera de la España de Franco. Junto a estos hombres, mujeres y niños se exiliaron también las instituciones republicanas. Las Cortes se instalaron primero en México y luego en París, preparadas para un retorno que se calculaba inmediato tras la derrota de los ejércitos nazi-fascistas aliados de Franco. Cuando la Segunda Guerra Mundial acabó y nació la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el gobierno de la República en el exilio presidido por José Giral vio la ocasión de entablar relaciones diplomáticas con algunos países que habían mostrado simpatías hacia esta opción política. Algunos países como México, Guatemala, Polonia, Hungría, Checoslovaquia y algunos otros reconocieron al gobierno de la República como el único legítimo. Fue el momento del envío de diplomáticos a los países de Europa Central y Oriental bajo la órbita soviética desde que el mundo había quedado repartido entre los dos bloques de poder: capitalista y comunista. Tanto los diplomáticos de la República, llegados a las antiguas democracias socialistas en los años 1946197, como los exiliados pertenecientes al PCE y al PSUC, instalados en esta geografía europea en distintas oleadas, pero, sobre todo, a partir del otoño de 1950, pasaron de ser héroes de guerra a víctimas de los acontecimientos nacionales, internacionales, así como de las dinámicas internas de sus organizaciones políticas.
En primer lugar, como víctimas de acontecimientos nacionales, sufrieron la dura represión franquista que les obligó a huir rápidamente si querían salvar sus vidas. Especialmente dura fue la persecución contra los miembros del PCE que habían sido protagonistas en su condición de militares, como el general Antonio Cordón, presente en el frente de Aragón y la batalla del Ebro, o Manuel Tagüeña, comandante del XV Cuerpo de Ejército del Ebro. Contra ellos pesaba todo tipo de cargos que iban desde los comprendidos en la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939, hasta los incluidos en la Ley de Represión de Masonería y Comunismo de marzo de 1940 o la Ley de Seguridad del Estado de abril de 1941. En segundo lugar, como víctimas de los acontecimientos internacionales, es necesario mencionar que sufrieron el estallido de otra guerra, la Segunda Guerra Mundial, que a muchos republicanos les cogió en Europa luchando con los ejércitos aliados, y a los comunistas en la URSS, luchando también con los aliados, pero bajo la bandera comunista, un posicionamiento que sería profundamente negativo para los años posteriores, cuando el mundo se partió en dos bloques irreconciliables y ellos quedaron en la órbita soviética.
La Guerra Fría supuso un duro revés. Para el gobierno republicano en el exilio significó el reconocimiento definitivo del franquismo como el único en el que las potencias occidentales confiaban como un sólido baluarte anticomunista, eje fundamental de la política de Washington. Las sospechas de simpatías hacia la URSS con motivo del apoyo que había recibido la República en tiempos de la Guerra Civil y el reconocimiento oficial que le habían concedido los países del Telón de Acero fueron argumentos utilizados en contra de los republicanos. Para los exiliados comunistas asentados en Francia, la financiación del Plan Marshall norteamericano a Occidente, animó al gobierno de París a su expulsión a través de la operación policial denominada Bolero-Paprika, y a sufrir un segundo exilio con destino a la Europa socialista. Allí se encontraron con la realidad de las penalidades de la vida cotidiana, donde comprobaron los procesos de depuración contra los antiguos brigadistas internacionales, las restricciones alimentarias, la escasez de viviendas, el control de sus movimientos o la vigilancia estrecha por parte de los dirigentes de su Partido. Una forma de vida que contrastaba con la situación que habían experimentado en Toulouse, París y otras ciudades francesas donde llevaban ya años de residencia. Es necesario señalar, sin embargo, que fueron atendidos por el PCE y los partidos hermanos de los correspondientes países en las necesidades básicas de alojamiento, puesto de trabajo o educación, un soporte que les permitiría una mejor y más rápida adaptación.
Entre otras circunstancias internacionales podríamos citar la desestalinización, con la consiguiente sorpresa que se llevaron al conocer lo que habían sido las políticas represivas de Stalin. Pero también la ruptura Stalin-Tito de 1948, que obligó a posicionarse al grupo de los militares enviados a Yugoslavia para adiestrar al Ejército de Tito, por no mencionar la revolución húngara de 1956 o la invasión soviética de Checoslovaquia de 1968 de las que también fueron testigos. Sintieron y vivieron, por tanto, varias expulsiones o exilios forzados: no sólo el de España, sino también, el de Francia y el de Yugoslavia, con los correspondientes cambios de residencia y adaptaciones a las nuevas lenguas y costumbres. Una tercera circunstancia, en este caso interna del PCE, fue la dura disciplina a la que sometió a los afiliados, que favoreció un ambiente tenso regido por una estrecha vigilancia y control, así como la expulsión del Partido de muchos militantes destacados acusados de burgueses o de alejamiento de los principios del marxismo-leninismo. El exilio en general es una de las expresiones más evidentes del carácter dictatorial, reaccionario e intransigente del franquismo, de sus reducciones biopolíticas y de sus relatos nacionalistas de un españolismo rancio y reaccionario anclado en el fascismo, en el tradicionalismo y en el carlismo. Desgraciadamente no es un fenómeno exclusivo de la época franquista, sino de todos los gobiernos reaccionarios y absolutistas que han dominado la historia de España. De hecho, parece existir una tradición hispánica de exclusiones que remite a un lugar común a la hora de reconstruir el pasado heterodoxo de la cultura española y que desgraciadamente lo integran un largo listado de colectivos: judíos, moriscos, conversos, erasmistas, herejes, ilustrados, librepensadores, liberales, anarquistas, socialistas, republicanos, comunistas, por citar algunos de los grupos más representativos de aquellos que desarrollaron una visión crítica del mundo. Es curioso, sin embargo, que estos expulsados hayan mantenido fuera de las fronteras su apego a España, a las costumbres, la lengua o el folklore, configurando un modo muy especial de ser español fuera de España, transmitiendo la añoranza incluso a segundas y terceras generaciones que nunca habían pisado territorio nacional y cuyo recuerdo personal era inexistente. En todo caso, el exilio de 1939 tanto por su dimensión cuantitativa como cualitativa, por la guerra que la precedió y la violencia que le envolvió, constituye la expresión culmen de esa tradición excluyente, algunas de cuyas referencias originarias se hicieron muy presentes en la dictadura de Franco, como la unidad de pensamiento y de religión impuesta por el absolutismo de los Reyes Católicos y de Felipe II, que se convirtieron en una pieza básica del imaginario fascista y nacional-católico antes, durante y, especialmente, después la Guerra Civil con la construcción del denominado Nuevo Estado. Sin embargo, este exilio debe enmarcarse no sólo en la tradición hispánica de las expulsiones, sino también en el resultado de la geopolítica de los estados europeos. En estos momentos, si España era el problema, Europa no fue la solución, contradiciendo así la célebre frase de Ortega y Gasset. No solo fue el gobierno de la República española el que se organizó fuera de las fronteras; también hubo un gobierno polaco, checo o húngaro en el exilio como resultado de un contexto internacional de división del mundo que favoreció estas intransigencias. Países democráticos como Francia tampoco supieron gestionar bien la presencia de este contingente de personas a las que se consideró peligrosas o molestas para su posicionamiento político internacional. Es un colectivo que fue silenciado, estigmatizado y olvidado en el discurso oficial del franquismo, aunque en la actualidad tampoco es muy conocido. Obviamente constituyó un grupo reducido y minoritario frente a los exiliados a México, Francia e incluso a la URSS. Pero no es riguroso prescindir de ellos cuando se aborda el fenómeno de los transterrados de la Guerra Civil española. En algunos casos se menciona a los líderes del PCE como Santiago Carrillo o Dolores Ibarruri, incluso Alberti o Jorge
Semprún -en su calidad de antiguo Ministro de Cultura-, pero las referencias a este grupo son prácticamente nulas, tanto a los esfuerzos políticos fallidos de la Republica en el exilio como a los miembros del PCE que fueron los emisores de Radio Pirenaica, o los promotores del hispanismo en las universidades de Europa del Este. Mientras que en Europa el antifascismo constituyó la columna vertebral de la refundación nacional de los estados tras la Segunda Guerra Mundial y la derrota de los nazi-fascismos, en España ese puntal ha sido apenas perceptible en la construcción de la democracia y esa es una carencia que se siente en la actualidad. Lástima que la transición política no diera prioridad al elemento del antifascismo como base fundacional de la democracia de nuestro país. Pero ese es otro debate. PARA SABER MÁS: Matilde Eiroa, Españoles tras el Telón de Acero. El exilio republicano y comunista en la Europa socialista, Marcial Pons, Madrid, 2018.
¹ Matilde Eiroa. Profesora Titular de la Universidad Carlos III (Madrid). 21 MAYO, 20182 ABRIL, 2019
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Testimonios. Rumanos en la defensa de Madrid desde 1936. Por un Vallekano en Rumanía¹. La participación de voluntarios rumanos en las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española fue muy importante. Más de 500 jóvenes comunistas del país balcánico respondieron, junto a otros muchos miles de antifascistas de todo el mundo, a la llamada de la Internacional para auxiliar al pueblo español de la agresión fascista perpetrada por la clase capitalista española y apoyada por los ejércitos nazis e italianos como ensayo de la cercana Segunda Guerra Mundial. de estos héroes fue Valter Roman, que sería el el comandante del batallón de artilleria rumano de la XI Uno Brigada Internacional, y que contaría sus recuerdos sobre España en su libro “Sub cerul Spaniei: Cavalerii
sperantei” (Bajo el cielo de España: Caballeros de la esperanza), traducido por Un Vallekano en Rumania y publicado por El Cierzo Rojo como “Bajo el Cielo de España. Memorias de un brigadista internacional rumano”. En el capítulo V se cuenta, desde la perspectiva de Valter Roman y de los comunistas rumanos pertenecientes a las Brigadas Internacionales, la mítica resistencia de los madrileños ante la embestida de las criminales hordas franquistas, que fueron incapaces de tomar Madrid hasta la rendición final del ejército republicano, frenados por el valor y el antifascismo de los milicianos y los trabajadores de la capital (junto a los voluntarios internacionales de cientos de naciones), al grito de “No pasarán”. Aquellos comunistas rumanos hicieron el siguiente llamamiento a sus compatriotas en plena Batalla de Madrid advirtiendo de la amenaza fascista sobre todos los pueblos de Europa son los protagonistas de este libro: los campos de batalla de España no se decide sólo el destino del pueblo español: el ejército republicano “…En ha emprendido una lucha a vida o muerte por la paz en todo el mundo, por la libertad y la independencia de
todos los pueblos. Los voluntarios rumanos encuadrados en las filas del ejército popular español, en las filas de las Brigadas Internacionales, luchan por la libertad, la paz y la independencia de nuestro pueblo, amenazado por la Alemania hitleriana y la Hungría de Horthy…”
En Irún también lucharon algunos rumanos que se encontraban en Francia en el momento de la rebelión fascista y que fueron de los primeros en pasar a España. Entre ellos figuraba el Dr. Andrei Tilea, a cuya participación en la lucha en el norte de España y heroica muerte en el frente de Asturias me referiré más adelante. La batalla de Irún comenzó la mañana del 25 de agosto de 1936, con el ataque desencadenado por los rebeldes a lo largo del valle del río Bidasoa, de uno y otro lado de la carretera Pamplona-Irún. La resistencia de las milicias, que defendían el terreno metro a metro, provocó, no obstante, enormes pérdidas a los rebeldes en relación con los efectivos empleados. El día 30 de agosto llegaron al frente, en efecto, baterías de artillería pesada, carros de combate, aviones y nuevas unidades del tercio y regulares. A pesar de la abrumadora superioridad en hombres y armamento, los rebeldes no lograron conquistar Irún hasta el 5 de septiembre al mediodía. La noche anterior, el corresponsal de la agencia “Radio” telegrafiaba a París las siguientes líneas: de regreso de Irún en este preciso instante. La resistencia de los milicianos ha sido encarnizada. Los “Vengo que han caído han tenido al menos la satisfacción de morir como héroes. Pero, ¿qué podían hacer esos pocos
cientos de milicianos, desprovistos de armas automáticas, de cañones y, sobre todo, de munición, contra la aplastante superioridad numérica de un adversario fuertemente armado? Los milicianos han resistido, con todo y con ello, a lo largo de doce días, lo que es verdaderamente un milagro de invencible valentía.” Apenas salidos del infierno de Irún, los pocos milicianos que, con las cartucheras vacías, se habían resignado a cruzar la frontera con Francia, solicitaron que se les permitiera volver de regreso a España para retomar la lucha por la libertad. Después de la caída de las ciudades del norte, Irún y San Sebastián, los rebeldes españoles, con el poderoso apoyo de los fascistas alemanes e italianos, comenzaron a concebir planes mayores. Pusieron en su punto de mira la capital, Madrid. Las tropas franquistas, mandadas por el general Mola, se dirigieron a la ciudad por cuatro direcciones diferentes: la primera, desde el sur, por la línea Toledo-Getafe; la segunda, desde el oeste, por Maqueda-Navalcarnero; la tercera, con tropas dirigidas personalmente por el general Mola, desde el frente de Guadarrama; y la cuarta, desde el nordeste, a lo largo del río Jarama. El plan de Franco-Mola era “magnífico”. Afirmaban a los cuatro vientos que, además de estas cuatro columnas, contarían con una quinta que se encontraba en el interior del mismísimo Madrid y que, de hecho, conquistaría la capital de España. Compuesta de todo tipo de elementos fascistas, de esta “quinta columna”, que debía intervenir a las órdenes de Mola, una parte se escondía en diferentes embajadas extranjeras de Madrid. Madrid esperaba lleno de determinación al enemigo. Las fuerzas fascistas habían logrado penetrar en la periferia de la capital. Carabanchel, Usera y otros barrios estaban amenazados. Pero las milicias, dirigidas por comisarios políticos, mandos y dirigentes del partido que tomaban parte en la lucha con las armas en la mano, plantaron cara heroicamente al avance del enemigo. En el transcurso de la defensa de Madrid se puso de manifiesto la capacidad de combate del famoso Quinto Regimiento, cuerpo de elite creado en julio por el Partido Comunista de España y convertido, por iniciativa de Líster y Carlos Contreras, en un verdadero centro de organización de las unidades militares, una escuela de cuadros. Así describe Dolores Ibárruri en su libro de memorias “El único camino” la especial emoción provocada por la entrada de los brigadistas en el Madrid amenazado por los fascistas:
las horas y la tensión se hace insoportable. Con los puños “Pasan apretados, con el oído atento y la mirada fija, allá, donde el enemigo acecha, donde el enemigo repta, donde el enemigo tantea y busca un resquicio, un punto débil para irrumpir por él, para lanzar al asalto sus mesnadas, los madrileños esperan (…) ¡Los hombres que desfilan por las calles de Madrid sitiado cantan La Internacional en francés, en italiano, en alemán, en polaco, en húngaro, en rumano…!
El 9 de noviembre, la XI Brigada tomó por primera vez “contacto” con el enemigo. Fue enviada a defender una posición extremadamente peligrosa. El día antes, las tropas enemigas consiguieron cruzar por sorpresa el río Manzanares. A unos cientos de metros del río se levantaba, imponente, Madrid. Había que rechazar al enemigo más allá del Manzanares. Hacia allí se dirigió el batallón “Edgar André”, en tanto que los otros dos batallones fueron enviados a cortar el paso a los fascistas en la Ciudad Universitaria. La noche del 9 al 10 de noviembre, el batallón “Edgar André” contraatacó en el Puente de los Franceses que, después de enconados combates, consiguió reocupar, expulsando al enemigo más allá del Manzanares. estos combates vemos también a los primeros voluntarios rumanos. Defienden el Puente de los “En Franceses”, escribió Luigi Longo en el volumen “Las Brigadas Internacionales en España” del que están
extraídas también sus otras apreciaciones sobre la participación en combate de las unidades rumanas. Todos y cada uno de los voluntarios dieron en esta batalla contra unas fuerzas superiores muestras de valentía, abnegación y disciplina. Los hombres se animaban unos a otros, se enardecían, y el resultado fue un entusiasmo general. Durante seis días, el batallón “Edgar André” defendió con denuedo el Puente de los Franceses. Al describir los combates que allí tuvieron lugar, Vicente Rojo, comandante de las fuerzas de defensa de Madrid, dice: “Al filo de la madrugada no cesan los ataques; una unidad del tercio, luego otra; un tabor de soldados, otro, tres incluso; seis carros blindados, diez, veinte; ataques repetidos con insistencia con todo tipo de medios; todos son rechazados; algunos núcleos logran pasar, pero de inmediato aparecen los nuestros, contraatacan y obligan al agresor a regresar a la otra orilla del río”. El Puente de los Franceses no pudo ser atravesado y el pueblo español inmortalizó en una canción la hazaña de los voluntarios internacionales. Los brigadistas internacionales defendieron con denuedo también otros puntos de los alrededores de la capital: la Ciudad Universitaria, la Casa de Campo. Junto a otros combatientes, los voluntarios rumanos comenzaron a distinguirse por su valentía. Los camaradas Luigi Longo y André Marty nos ofrecieron también a nosotros, los rumanos, la posibilidad de dirigirnos por radio a nuestro pueblo en nombre de los voluntarios rumanos. Un día de noviembre de 1936, la radio U.T. Madrid transmitió en lengua rumana nuestro llamamiento: los campos de batalla de España no se decide sólo el destino del pueblo español: el ejército republicano “…En ha emprendido una lucha a vida o muerte por la paz en todo el mundo, por la libertad y la independencia de todos los pueblos. Los voluntarios rumanos encuadrados en las filas del ejército popular español, en las filas de las Brigadas Internacionales, luchan por la libertad, la paz y la independencia de nuestro pueblo, amenazado por la Alemania hitleriana y la Hungría de Horthy…
¹ Un Vallekano en Rumanía. Compañero bloggero de la RBC que edita con “El Cierzo Rojo” una traducción de “Sub cerul Spaniei: Cavalerii sperantei” con el título “Bajo el Cielo de España. Memorias de un brigadista internacional rumano“. http://imbratisare.blogspot.com/ (http://imbratisare.blogspot.com/) 10 MAYO, 201929 ABRIL, 2019
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La liberación de París a manos de republicanos españoles. Por Lluís Martí Bielsa¹. París se lanzó a la calle, y apareció una consigna unánime: París debía ser liberado por los franceses. Tanto el PC francés, que encabezaba la lucha en las calles, como las directrices del Gobierno Provisional de la República coincidían en la idea de que, si los estadounidenses llegaban a considerarse los liberadores de París, costaría mucho quitárselos de encima. El desarrollo de los hechos les dio la razón. Costó lo indecible desembarazarse de un Ejército norteamericano que se consideraba con derechos sobre Francia, al que hubo de pagar las instalaciones que los americanos habían construido para su comodidad. Hubo combates y también bajas. Un millar de resistentes y seiscientos civiles, por una parte, y un total de dos mil soldados alemanes, por otra, son las cifras que se barajan cuando se habla de la liberación de París. Parece mentira cómo puede manipularse la historia. Incluso en los libros de texto de las escuelas se atribuye el mérito de la liberación de la capital francesa a la 2ª División Blindada del general Leclair, resarciéndose así de la vergüenza de la drôle de guerre («guerra de broma»), en la que Francia no opuso resistencia alguna. En todo caso, en un principio fue solo la 9ª Compañía, la del capitán Dronne, la que entró en París. Casi todos sus componentes eran españoles republicanos, muchos de ellos reclutados por la fuerza por la Legión Extranjera. Habían tenido que elegir entre esta última o ser repatriados a la España de Franco. Algunos desertaron de la Legión y fueron a luchar a las filas de la organización guerrillera. Según nos explica el «último superviviente de la Nueve», Luis Royo, en una entrevista publicada en el diario El País (22-8-2004), y mi propio testimonio, pocos llegaron a ver acabada la Segunda Guerra Mundial. La mayoría se dejarían la piel en los combates que librarían camino de Berlín. Al margen de algún hecho puntual, la participación española en la liberación de París fue más bien discreta. Teníamos lo que podríamos llamar nuestro Estado Mayor en un almacén de importación de frutas de España en el bulevar de Sebastopol. Desde aquel almacén salían los compañeros en misiones muy concretas, casi siempre para abastecernos de armamento pensando en España. Estábamos convencidos de que una vez liberada Francia le llegaría el turno a España, y por lo mismo teníamos que acumular cuantas más armas mejor. Las armas las tuvimos; pocos días después de la liberación de París, nuestros compatriotas de la 9ª nos regalaron un camión cargado de armamento.
Pero, si hemos de ser justos, la intervención de la 9ª de Leclair fue providencial para los que nos habíamos lanzado a la calle para la insurrección. Los alemanes jamás se hubiesen rendido al pueblo de París y podían decidir salir a la desesperada de los cuarteles; podía haberse producido un baño de sangre, ya que no solo estaban las tropas que habían conquistado París, sino también todas las que, procedentes del frente del Atlántico, habían buscado en los cuarteles ocupados por los alemanes un lugar donde cobijarse al no saber cómo salir de París. Hay que tener en cuenta que para pasar a Alemania las tropas que los alemanes tenían en el Atlántico tenían forzosamente que atravesar París, así que el mando alemán había instalado unas señales con unas flechas, que indicaban a las tropas en retirada el camino que debían seguir hasta Berlín. Pues bien, el pueblo de París, que es muy ingenioso, una noche se dedicó a cambiar el sentido de las flechas, de modo que seguir las indicaciones suponía dar vueltas por las calles de la capital sin encontrar la salida. Los combatientes voluntarios que habían improvisado barricadas tenían la consigna de dejar pasar la caravana de camiones alemanes y enfrentarse tan solo al último camión, lo que suponía que se iba reduciendo el número de vehículos en retirada a medida que perdían el último en cada barricada (había muchas y no faltaban voluntarios). Al darse cuenta de la estratagema, los alemanes escogieron cobijarse en los cuarteles parisinos que estaban ocupados por sus fuerzas. Por eso decía que la llegada de Leclair fue providencial para los que estábamos en la calle a pecho descubierto, con pocas armas y sin apenas munición. La lucha en la calle la dirigía fundamentalmente el PC francés. La derecha, en un intento de acabar con la insurrección ante el cariz que iba tomando la lucha, intentó por dos veces establecer una tregua que permitiera a las tropas nazis salir de París y poner fin así a la presencia de los parisinos en las calles de la capital. Por dos veces el PC de París lo impidió. Sabía que la intención de los alemanes era destruir la ciudad si se veían obligados a abandonarla.
Conmemoración francesa a los republicanos españoles que liberaron París Los que vivimos y conocimos la ocupación nazi estamos convencidos de que si el general Von Choltitz no dejó París en llamas, como había ordenado Hitler, no fue por consideración ni por sus buenos sentimientos, sino porque no se le permitió hacerlo. La Resistencia controló en todo momento la red del metro y la de catacumbas, y mantuvo recluidas a las tropas alemanas en sus recintos hasta la firma de la rendición. Hay que resaltar que, cuando llegó el momento, intentaron que en el documento no figurase la firma de Henri Rol-Tanguy. Querían que en él solo figurasen los nombres de los militares y no los de la Resistencia, al frente de la cual estaba Rol-Tanguy, un conocido brigadista internacional. No querían que en el documento quedara reflejada la labor desarrollada por la insurrección parisina ni adjudicar la liberación de la capital a la movilización del pueblo siguiendo la llamada del PC francés. Rol-Tanguy se mostró inflexible y, avalado por el pueblo en armas, estampó su firma en el documento. Creo que, llegados a este punto, convendría que explicara, aunque solo sea por encima, cuál era mi vida en aquel París tan interesante como inseguro, donde podía pasar de todo y en cualquier momento. Debo decir que todos los días los hombres de la familia íbamos a trabajar. Teníamos que coger el primer metro si queríamos llegar a la hora de fichar, el de las seis de la mañana. Nuestra madre ya nos tenía preparadas las fiambreras y un bocadillo para el almuerzo. Mi padre trabajaba como peón en un chantier, labor de pico y pala, pero sus compañeros, en atención a su edad y personalidad, lo habían nombrado «listero», o sea, la persona que tomaba nota de la gente que trabajaba y de los días y horas que hacían para que se pudiera preparar la nómina y que cada uno recibiese lo que le correspondía. Mi padre, en agradecimiento, siempre añadía alguna hora extra. Antes de mi detención, mi hermano y yo siempre íbamos juntos porque trabajábamos en la misma empresa, pero en secciones diferentes.
No vivíamos mal. El hotel no era gran cosa, pero era de lo más decente del barrio.
Teníamos alquiladas tres habitaciones. Una era la de los padres, que además servía de comedor y sala de estar donde pasábamos el rato después de cenar y hacíamos vida de familia. Una segunda habitación era la de Juanita, la compañera de Rafael, y la tercera era para los dos hermanos, Javier y yo. Las tres habitaciones ocupaban un ala del edificio, un pasillo donde, además de las tres habitaciones, había una «turca», un excusado que, como ocupábamos todo el ala del edificio, se convertía en familiar, algo que no resultaba tan violento y nos permitía cerrar la puerta que daba al rellano de la escalera, con ascensor, convirtiéndolo en un pequeño apartamento. Cobrábamos cada quince días, y con una de las pagas pagábamos el apartamento (alojamiento); el resto era para comer. Si sobraba algún franco nos lo repartíamos en función de las necesidades de cada uno (salir con los amigos o ir al cine). El lujo que nos permitíamos era hacer un demi–panaché (cerveza con gaseosa), y no podíamos olvidarnos de comprar la tarjeta para el metro, válida para toda la semana. La «colla» era una panda de amigos más o menos del barrio con los que compartíamos los ratos de ocio, que no eran muchos (en principio los dos hermanos Osuna, Gorito y Minin, Alamillo, José, que dejó la pandilla al casarse, Xiribitas, mi hermano y yo). Más tarde se animó el Rubio, Agustín Díaz, un amigo mío del que ya he hablado cuando lo de la CTE nº 173. Esto, sin embargo, merece un punto y aparte. A los compañeros de la CTE nº 173 les había perdido totalmente la pista. Cuando la compañía salió de Saint-Loup para Charente, perdí el contacto con todos ellos. Pero un domingo estaba yo con dos chicas, preocupado porque solo había quedado con una y esta se presentó con una amiga —yo tenía el «chaleco enfermo» y me costaba invitar a las dos al cine, que es lo que esperaban—, y he aquí que al final de las escaleras del bulevar vi a uno, que a pesar de la distancia reconocí. Era Pío Frías, aquel gallego de la compañía que había sido enlace con el Campesino durante la guerra. El grito que le solté lo oyeron hasta los sordos. Él también me reconoció y se paró para esperarme. Yo bajaba los peldaños de cuatro en cuatro, con las dos chicas siguiéndome sin saber a qué obedecían mi grito y la escapada que había emprendido. Fue un gran encuentro. Habíamos sido buenos amigos. Me explicó que vivía en París con su hermana, que su cuñado había caído prisionero de los alemanes —era teniente del ejército, además de comisario de policía—, que al día siguiente ingresaría en una clínica para ser operado del estómago. Este podría ser el resumen de nuestra primera —y última— conversación. Fuimos a un cine de la rue Pigalle, él invitó a la amiga y solucionó mi problema económico; nos despedimos y, por si acaso, me dio la dirección de la hermana y de la clínica donde iba a ser intervenido.
Fragmento del libro de Lluís Martí Bielsa “Uno entre tantos. Memorias de un hombre con suerte”. 16 MAYO, 201923 ABRIL, 2019
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“Por la noche, en las barracas, las mujeres cantaban…” Supervivencia y resistencia femenina durante los primeros años de exilio en Francia (1939-1941) Por Alba Martínez Martínez¹. era yo la única en soñar con la libertad. Prueba de ello es que algunas intentaban evadirse. (…) una No mujer de mi barraca se había escapado ayudada por otras compañeras. Al anochecer logró saltar las
alambradas. Poco le duró la libertad, la detuvieron en la estación cuando intentó tomar el tren. Al día siguiente, cuando la trajeron al campo, agotada, le dio un ataque de nervios (…). (Oliva, 2006: 99). Remedios Oliva, exiliada española en Francia tras la guerra civil, evocaba con estas palabras cómo ella “no era la única en soñar con la libertad” durante su internamiento en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer (Pirineos Orientales, Francia). Y es que fueron muchas las mujeres que, con sus escasos medios, hicieron todo lo posible para remediar la miseria física y emocional que padecieron durante los primeros años de exilio en Francia. Los refugios y campos de concentración improvisados en los que el gobierno francés internó a los miles de exiliados republicanos que llegaron, exhaustos, a sus pasos fronterizos, se convirtieron en auténticos espacios de coerción en los que fue necesario agudizar el ingenio para resistir y garantizar la supervivencia propia y del grupo familiar. En este contexto, las estrategias de supervivencia desarrolladas por las mujeres fueron un ejemplo más de su agencia y su capacidad de acción para alterar en algún grado realidades que sintieron injustas. Estrategias que se materializaron a través de las redes de ayuda mutua y solidaridad por ellas tejidas, de las pequeñas rebeldías cotidianas por ellas protagonizadas, así como a través de la búsqueda incesante de horizontes y futuros posibles en el difícil territorio del exilio. Algo que pasaba indiscutiblemente por la salida del campo en el que estaban internas, un sueño de libertad por el que muchas lucharon. El exilio que se produjo al término de la guerra civil española estuvo compuesto por casi medio millón de mujeres y hombres de toda clase y condición social. Ellas representaron cerca del 45% del conjunto de los exiliados, sin embargo, sus experiencias del destierro se van abriendo paso, muy poco a poco, entre los grandes nombres y las grandes vivencias políticas y militares, fundamentalmente masculinas. Y es que el paradigma androcéntrico en el que ha estado inserta la historiografía tradicional, las ha concebido sólo como acompañantes de, quedando desprovistas de historia y de voz e impidiendo reconocerlas como
sujetos históricos. De manera que resulta necesario estudiar y analizar sus formas de vivir, pensar y afrontar el exilio, para enriquecer nuestra mirada hacia este episodio de nuestra historia contemporánea y proyectar otras dimensiones sociales, emocionales, políticas y culturales del mismo. En este breve ensayo nos acercaremos a algunas de las prácticas de resistencia y supervivencia femeninas desarrolladas durante los primeros años de exilio en Francia, especialmente en el contexto de internamiento en campos de concentración y refugios. Éstos estuvieron en funcionamiento hasta el año 1941 aproximadamente y constituyeron el primer “hogar” que los refugiados españoles tuvieron al llegar a Francia, después de tres años de guerra civil y a las puertas de un nuevo conflicto armado, la Segunda Guerra Mundial.
Redes de solidaridad y ayuda mutua.
El diálogo entre adversidad y resistencia había marcado las experiencias de las mujeres españolas desde el inicio de la guerra, sin embargo en el exilio, la sensación de desarraigo y añoranza llegó para permanecer en la vida de las refugiadas durante un largo periodo de tiempo. Quizás la derrota en términos políticos e ideológicos no ocupara un lugar central en el sentimiento de aquellas mujeres, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellas no estaban politizadas, pero sí lo hacía la derrota familiar, la pérdida y la separación de los seres queridos, así como la privación de su marco de referencia: la ciudad, el pueblo, el barrio, el hogar…Por ello, fue indispensable tejer redes de ayuda mutua y solidaridad; mecanismos de poder trascendentales para todos los que ingresaron en los campos y refugios. Permitieron organizar las tareas domésticas, satisfacer las necesidades de los más vulnerables, garantizar el cuidado, avivar el buen humor y hacer frente a infortunios individuales y colectivos. Luisa Carnés le dedicaba en su diario las siguientes palabras a algunas de sus compañeras de refugio: las más alegres, las más ingeniosas, las mejores compañeras de todo el refugio. Puede decirse que ellas Eran mantuvieron firme la moral de todos los refugiados de Le Pouliguen. (…) servían de intermediarias entre
los españoles y el director, apoyándolos ante este en sus modestas reivindicaciones —más abundancia de jabón para lavar la ropa, medicamentos para los críos, mantas, sábanas, etc.—. Por eso, no era de extrañar que las refugiadas las buscaran para exponerles sus cuitas. (…) ¡Maruja! ¡Lourdes! ¡Gabriela! ¡Pura! ¡Palmira! ¡Carmen! (…) Teníais una palabra de consuelo para cada caso, una solución para cada problema colectivo o individual. (Carnés, 2014: 228-230)
Los refugios de civiles también se convirtieron en espacios de cultura popular emergente fruto de la inmediatez de los acontecimientos y de las emociones encontradas y compartidas. “Por la noche, en las barracas, las mujeres cantaban…”, recordaba un refugiado, pero ellas también crearon cancioncillas que tararearon cotidianamente, fomentaron la cohesión y afirmaron su dignidad. Así, las ingeniosas refugiadas del refugio de Aérium Marin de Brécéan (Loire-Atlantique) ilustraron con letrillas diversas realidades, donde también tenían cabida las quejas y protestas. Las patatas que —en palabras de Luisa Carnés—“era el plato invariable de aquel refugio” motivaron unos versos que terminaron cantando todas a media voz durante la comida. De alguna manera, el humor socarrón que de ellas se desprende evidencia una rebeldía atenuada que no llegó nunca a materializarse, pero que formó parte de los mecanismos de agencia y poder para gestionar las relaciones de subordinación que existieron en aquellos espacios: Míralas, míralas, míralas, (…) en la fuente las traen ya.
Patatas a todas horas, y ya no queremos más. (…) Pan pan, pan, pedimos todas. Pan, pan, pan, ya nos lo dan. Pero las papas, ¡no, no pasarán! ¡No, no, no, pasarán! (…) (Carnés, 2014: 228). Además de la organización material del refugio, la higiene, la alimentación o las quejas más o menos acentuadas, aquellos inhóspitos campos no podían convertirse en un lugar apacible sin emitir y recibir noticias de los familiares de los que las habían separado. Remedios Oliva nos cuenta cómo la llegada de las cartas paralizaba y a su vez marcaba el ritmo cotidiano del refugio, quedando el ánimo de las mujeres supeditado a las noticias que de ellas emanaran. Luisa Carnés recuerda en sus escritos “la impresión que causó la llegada de las primeras cartas”: “¡Qué gritos! ¡Qué carreras! Hubo hasta algún desmayo de la emoción” (Carnés, 2014: 231). Sin embargo, había quienes no las recibían porque posiblemente no tenían a quién enviárselas. En este sentido, la comunidad creada en el refugio fue crucial para superar estas
desdichas. Era entonces cuando se agudizaba el ingenio y la capacidad de gestionar el infortunio, algo que creemos queda bien reflejado en el testimonio de Luisa al relatar cómo aquellas que no recibían nunca cartas decidieron fundar el “Sindicato de las Sin Carta”. Un espacio simbólico de cohesión que les devolvía el sentimiento de pertenencia a un marco común y, de nuevo, adquirían poder individual y colectivo para sobrevivir en tan desnortada realidad.
Búsqueda de futuros posibles.
Antes de entrar en los refugios y campos de concentración, las autoridades francesas mantuvieron a los refugiados extremadamente vigilados en los pasos fronterizos del país. Ello aumentó durante días la confusión de las miles de personas que allí se encontraban, a la vez que las noticias sobre su futuro inmediato llegaban con cuentagotas pero ya contenían las palabras “campo de concentración”, lo que “excitó los nervios de la gente” (Carnés, 2014: 175). Estas desdibujadas noticias dieron lugar a las primeras reacciones en busca de alternativas, así como a las muestras de indignación constantes entre aquellas mujeres refugiadas: “Después de lo que hemos sufrido, ¿esto más?”, “Yo no voy a un campo de concentración ni atada”, “¡Que vayan el señor Daladier y su madre!”, “¡Bonito remate a la política de no intervención!” (Carnés, 2014: 175-176). Estas manifestaciones de irritación precedieron al intento de escapar de la vigilancia de las autoridades francesas que llevaron a cabo un grupo de evacuadas. Fue la primera tentativa frustrada de convertirse en dueñas de su porvenir en el país galo: de mucho hablar, se llegó a la conclusión de que dos de las compañeras (…) fueran a la estación, Después con objeto de informarse del precio del billete para Perpiñán. (…) Así se hizo. Aquellas compañeras de fatigas se acicalaron lo mejor que pudieron —con sus toquecitos de rouge y todo— y, cogidas del brazo, se marcharon hacia las oficinas de la estación, adoptando el aire más distinguido posible. (Carnés, 2014: 185-186).
La afluencia de gendarmes en cada esquina impidió siquiera que estas dos mujeres llegaran a las taquillas de la estación, pero este acto constituyó para ellas el inicio de nuevas prácticas, de nuevas formas de hacer en el marco de una búsqueda incesante de futuros posibles que les permitieran transformar aunque fuera ligeramente su dramática realidad. Salir del campo o del refugio donde las autoridades francesas los habían internado no fue una tarea fácil para las mujeres. Muchas intentaron evadirse, como recordaba Remedios Oliva en el extracto con el que abríamos este ensayo. Pero la mayoría tuvo que esperar a que sus maridos, padres o hermanos las reclamaran cuando hubieran conseguido un trabajo. O bien conseguir uno ellas mismas. Sin embargo, la mano de obra femenina fue mucho menos solicitada que la masculina y, además, existía otro problema y es que casi todas las mujeres que llegaron al exilio lo hicieron con hijos menores a su cargo, lo que constituyó otro principal impedimento para contratarlas. En este sentido, nos remitimos de nuevo a las memorias de Remedios Oliva quien tras reiterados intentos frustrados de encontrar trabajo para poder salir del campo de Argelès, un buen día…: abrió la puerta y alguien dijo (…): «Se busca a unas sesenta mujeres que sepan coser para hacer Se pantalones para el ejército en una fábrica de Isère. Se admite a las mujeres con niños». (…) Enseguida se
llenó de mujeres la barraca donde había que apuntarse (…). Tras una mesa estaban el jefe de los gendarmes y un señor muy serio: era el director de la fábrica de pantalones. (…) Primero apuntó a las mujeres solas, luego a las que tenían niños de cuatro o cinco años. Cuando le tocó a la madre de una niña de dos años y medio, dijo con tono nervioso que él no dirigía una maternidad sino una fábrica. La gente se enfadó y yo decidí hablar en nombre de todas las que teníamos bebés. (Oliva, 2006: 101-102).
Después de una larga conversación, Remedios consiguió que unas diez mujeres con sus niños salieran del campo al día siguiente para coger el tren con destino a Isère, a cambio, su padre trabajaría en la fábrica cortando leña y su madre cuidando de todos los bebés de aquellas mujeres. La alegría de todas fue inmensa. Su agencia y su capacidad para negociar el futuro más inmediato de sus compañeras nos muestra cómo la acción de las mujeres fue crucial para sobrevivir y resistir en estos y otros espacios del exilio. Estas pequeñas acciones convirtieron a las mujeres en sujetos políticos, quienes activamente y con sus propias armas, lucharon por una mejora en sus condiciones de vida. Sin embargo, a menudo quedan eclipsadas por las grandes historias, por lo que se hace más necesario visibilizarlas y analizarlas para situar a las mujeres en el centro del relato histórico, para entender que además de víctimas fueron agentes y supervivientes y, con ello, complejizar nuestra mirada hacia este y otros episodios de nuestra historia.
¹Alba Martinez Martinez. Departamento de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. 17 MAYO, 20182 ABRIL, 2019
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El campo de concentración de Reus: exclusión y estigmatización (1939-1942) Por Jordi Carrillo¹. El régimen franquista convirtió 1939 en el “Año de la Victoria”, pero ese año también fue el “Año de la Derrota”, y aunque se suele decir que en una guerra ambos bandos pierden, la realidad fue que un bando salió victorioso, muy victorioso, sobre el otro. El Año de la Victoria no significó el inicio de la reconciliación, ni de la paz, ni siquiera del perdón, la fecha de 1939 se convirtió en el inicio de una larga pesadilla para unos y un gran sueño para otros. Vencedor y vencido, honra y humillación, represión y libertad o poder y sumisión se convirtieron en vocablos y términos cercanos entre sí, pero muy lejanos a la vez, separados por una barrera, un muro simbólico de hormigón y alambre que separó una sociedad rota, pero también un muro físico y tangible para hombres y mujeres que no tuvieron otro remedio que ver, vivir y sentir los primeros años del nuevo régimen a través de unos barrotes en centros penitenciarios o campos de concentración. Los campos de concentración, las instituciones penitenciarias o los batallones de trabajadores, surgieron y se crearon como no podría ser de otra manera después de la conquista de un territorio, – exceptuando las instituciones penitenciarias, que ya tenían vigencia de carácter permanente años atrás. – Los campos de concentración tal como lo definió un informe del CGM nacieron de la “necesidad dimanante de la guerra, siendo la clasificación de los mismos formula obligada para la utilización de aquellos sobre los que se carecía de antecedentes o resultaran tenerlos desfavorables.” De esta manera, en el caos de la guerra, su primera función fue la de reunir, vigilar y clasificar a los presos políticos que capturaban en los territorios ocupados, erigiendo e imponiendo desde el primer momento la segregación y la exclusión social que llevarían marcados, como si de ganado se tratasen, los soldados y milicianos republicanos. Un estigma y una señal que les identificaría durante lo que les quedaba de vida con un bando y sobre todo con una guerra que sería la base legitimadora por excelencia de un régimen que como dijimos anteriormente nació matando y murió matando. Enero de 1939 se convirtió en un mes caótico para el ejército franquista, no por los posibles problemas suscitados en enfrentamientos militares, ya que prácticamente no existieron, más bien por la problemática que ocasionaron las cantidades ingentes de soldados que capturaron o preveían que podían apresar, provocando que en algunas ciudades de interés estratégico se fundaran, de manera improvisada, una serie de campos de concentración. Este fue el caso de las ciudades de Reus, Tarragona y Lleida, fundados a finales de mes a raíz de una orden del CGM a la Inspección de los Campos de Concentración
de Prisioneros (ICCP) – órgano responsable de los mismos – cuyo mandato fue enviar un batallón de guarnición a la 5a Región Militar para que pudiese atender a las necesidades que precisaran para la consolidación de los mencionados campos. 2 Debido a la rapidez y a la gran cantidad de presos que debían de organizar y controlar no pudieron construir edificios o pabellones específicos, sino que tuvieron que aprovechar y adaptar edificios o infraestructuras que pudieran ser óptimas para albergar a esta gran amalgama de prisioneros. En el caso que tratamos, el de la ciudad de Reus, hubo distintos cambios de ubicación, a razón de la cierta longevidad del campo y específicamente tal como destaca Aram Monfort, a causa del cierre de otros campos catalanes y la movilización de las quintas de 1936 a 1941, ocasionando que Reus fuera el centro receptor de los mozos clasificados como desafectos por las cajas de reclutas. La rápida conquista de Cataluña por parte del ejército franquista trasladó grandes beneficios a los intereses de los sublevados, pero, así como se adentraban victoriosos y laureados a las ciudades, el problema ocasionado por la gran cantidad de prisioneros que acarreaban en cada territorio obligó a las autoridades militares a actuar rápidamente. En un conflicto bélico dónde la guerra iba más allá de los enfrentamientos militares y se aplicaba una política violenta y punitiva contra el enemigo, era necesaria una enumeración, evaluación y clasificación de estos para una posterior actuación sancionadora. Debido a la sobrepoblación reclusa y la carencia y escasez de medios, tal como ha señalado Javier Rodrigo fue necesario utilizar los campos de concentración de nueva creación situados en la retaguardia como Barbastro, Cervera o Reus, a modo de centros de evacuación de mozos y soldados que no podían ser clasificados.4 De esta manera los soldados fueron enviados a los campos de concentración en la retaguardia para posteriormente, y después de clasificados, ser destinados a centros penitenciarios, Batallones de Trabajadores y si reunían los avales necesarios, a la libertad. Las primeras ubicaciones del campo de concentración de Reus no han podido ser confirmadas, pero todo parece indicar, tal como ha señalado Montserrat Duch, que uno de los primeros emplazamientos provisionales estuvo situado en la Boca de la Mina, un espacio situado a las afueras de la localidad.5 Que fuera una ubicación provisional y empezaran a necesitar espacios más grandes para albergar a los soldados lo demuestra el hecho que, a partir de los meses de abril y junio el Gobernador Militar de Tarragona ordenara la búsqueda de edificios deshabitados por la demarcación, haciendo hincapié en la importancia de conocer la capacidad de los mismos. Después de tantear algunos edificios situados fuera del término municipal, el campo de concentración se situó en el Instituto Pere Mata, una institución psiquiátrica situada, también como la anterior, a las afueras de la ciudad, habilitada para que los pacientes con enfermedades mentales tuvieran suficiente espacio exterior para el esparcimiento y, además unos pabellones lo suficientemente amplios para albergarlos. Los beneficios de poseer un espacio ya creado y adaptado para controlar a los enfermos mentales facilitaban en gran medida las tareas que tenían encomendadas de clasificación, vigilancia y castigo hacia otros tipos de “enfermos mentales” es decir, hacia los vencidos que hacía falta reeducar. Aun así, los anteriores inquilinos del hospital psiquiátrico pudieron convivir en un espacio suficientemente amplio, no lo fue en el caso de los prisioneros de guerra, que pronto hubieron de sobrevivir hacinados y en malas condiciones debido a la cada vez más frecuente llegada de soldados pendientes de clasificar, provocando dificultades de sostenibilidad. Miquel Royo, un preso madrileño dio cuenta de la sobrepoblación y la represión del campo de concentración durante su estancia en el campo situado en el Pere Mata: daban por la mañana un café muy malo, y para el resto del día un panecillo y una lata de sardinas. “Nos Estábamos todos llenos de piojos. Dormíamos en el suelo, todo estaba lleno de prisioneros, el manicomio
estaba de bote en bote de prisioneros de guerra”. Todos los días de fiesta, especialmente los domingos, nos formaban para oír misa, y antes se leía una lista con la gente que debía salir de la fila y después oíamos como los fusilaban en la parte de atrás”
A diferencia de otros campos de concentración que, si tuvieron más de un emplazamiento a la vez, el campo de Reus ocupó diferentes espacios, pero siempre después de cerrar y entregar el edificio anterior. Así, creemos que el exceso y acumulación de población en el psiquiátrico Pere Mata fue una de las razones por las que se optó por un cambio de infraestructura. En septiembre de 1939, la propia exigencia de buscar otro enclavamiento con mejores aptitudes, y la necesidad por parte del Ayuntamiento de volver a reutilizar el edificio para la función por la que se había creado, ayudaron e impulsaron a que la misma alcaldía buscara y ofreciera otro espacio para reubicar el campo. La gestora ofreció, de buena gana, el edificio de la Escuela del Trabajo, formada por un pabellón grande y tres anexos al mismo, posibilitando también el uso de dos pabellones más que había que adaptar. Con la concesión, aceptación y posterior entrega del mencionado edificio a las autoridades militares se obtuvo una infraestructura que durante la Guerra Civil sirvió como fábrica de materiales de guerra aparte de un importante taller de aviación, siendo uno de los principales objetivos de los bombardeos durante la contienda. Parece ser que la utilización de la Escuela del Trabajo fue breve ya que a partir de octubre de 1939 se cambió la ubicación hacía la que ya sería la última, el edificio Cuartel de la Plaza de José Antonio, o lo que es lo mismo, la antigua caserna de la caballería situada en la Avenida de los Mártires, actual Plaça de la Llibertat, dónde fue a parar Miquel Morera desde el campo de concentración de Horta en Barcelona. Morera destacó en su testimonio la apariencia abandonada del Cuartel y la ubicación del campo, situado a seiscientos metros en dirección al centro de la ciudad. Creemos interesante destacar la importancia de que la última ubicación estuviera situada cerca del centro, y por tanto de la población civil, ya que respondía a la lógica y evolución de los campos de concentración que no era otra que desaparecer poco a poco. A finales de 1939 gran cantidad de campos ya habían desaparecido, el de Reus continuó todavía dos años más pero variando su funcionalidad y recibiendo cada vez menos mozos por lo que a ojos de la visión pública, si alguna vez le importó al régimen, el cambio del carácter del campo posibilitó una mayor adaptación del mismo al espacio municipal, de esta manera podemos entender que Miquel Morera y su padre pudiesen salir con un pase a comprar materiales por las tiendas de la ciudad para la reparación de algunas estancias del campo de concentración.
Los campos de concentración se convirtieron en una herramienta muy útil para controlar a todas las personas que en algún momento u otro formaron parte del ejército republicano. De esta manera, aunque un soldado acabara en libertad poco tiempo después, su ficha y su pasado serían una pesada losa que lo acompañaría en su reintegración en la vida pública y social después de la contienda. El franquismo, en una de las máximas representaciones de lo que podríamos entender como guerra total, se encargó de someter y subyugar, incluso después de la contienda bélica, a una parte de la población que por motivos políticos e ideológicos fue apartada, desestimada y condenada a vivir en los márgenes de la sociedad. Según se dispuso por el Cuartel General del Generalísimo el 13 de abril de 1939 10 un Tribunal formado por el Jefe de Campo, como presidente, un Oficial, como vocal y un secretario que debería de ser el Capellán o un Facultativo adecuado habrían de ser los responsables en catalogar y clasificar al soldado. Que el Capellán formara parte del Tribunal nos indica hasta qué punto la institución católica tenia poder decisión y actuación dentro de los campos de concentración. Ante este Tribunal se acababa presentando toda una serie de información muy detallada sobre los antecedentes políticos, sociales y militares del capturado con información recogida a través de interrogatorios, delaciones de los compañeros o informes sobre los antecedentes de Comandantes de la Guardia Civil, Comandantes Militares, Alcaldes, Párrocos, Autoridades y por los Jefes y Presidentes de Entidades Patrióticas de solvencia. Como podemos observar no era poca la información con la que contaban los mandos militares, toda indagación era útil y necesaria ya que, tarde o temprano, si el mozo no era considerado “desafecto grave” volvería de nuevo a la sociedad por lo que debían de garantizar la completa reeducación para su futura reintegración en la nueva España de Franco. Que las condiciones higiénicas y saludables estaban en muy mala condiciones lo confirma un informe realizado el 13 de junio de 1940 que afirma que tanto los alojamientos como los suministros eran muy deficientes, destacando en el “rancho” bastantes diferencias entre los diferentes batallones debido a la ubicación de los mismos, ya que los peores situados no tienen acceso a la misma cantidad y calidad que los otros, provocado también por la falta de transporte entre las diferentes compañías. En julio de 1942, y después de varios años de dedicarse primero a recoger y clasificar prisioneros, ya no solamente evacuados sino también refugiados españoles que cruzaban la frontera pirenaica de vuelta a España, y después a crear, formar y enviar a los lugares predeterminados a los diferentes BDST, el campo de concentración de Reus fue clausurado. Las razones, tal como señala un informe: prescindirse del depósito de concentración de Reus (Tarragona), el cual, por existencia en el “…puede mismo de tifus exantemático, se encuentra ya virtualmente clausurado desde hace tres meses, no
efectuándose en el mismo ingreso alguno, y quedando como únicos depósitos de concentración el de “Miguel de Unamuno”, en Madrid, destinado a la recepción y clasificación de los individuos procedentes de toda España… y el de Miranda de Ebro…”
Ser prisionero de guerra en la España “liberada” de los años 30 y 40 significaba ser “fichado” y clasificado de por vida. En un ambiente bélico como el que vivió el país, ya no solamente durante la guerra sino también durante la posguerra, los campos de concentración y los batallones de Trabajadores a los que fueron enviados se convirtieron en una especie de lugar situados en una dimensión cerrada donde el cautivo debía de ser castigado pero transformado, un trámite por el que habían de encaminarse para reformar y “purificar” el alma. La intención adoctrinadora y la reeducación comportó la creación de un propio universo dónde nada ni nadie quedaba fuera del control de las autoridades. La triple función de las instituciones coercitivas se aseguraba la detención aislada de los presos, el trabajo regular y la influencia de la instrucción religiosa, tal como cita Foucault en el caso de Estados Unidos,14 pero lo cierto es que, en el caso español, tanto la Iglesia Católica, como sus representantes en los campos de concentración, los curas, tuvieron una fuerza y un poder desmesurado ante la faena reeducadora y punitiva. La vida cotidiana de los prisioneros fue una sucesión constante de charlas patrióticas, misas o castigos físicos y morales que tal como dice Javier Rodrigo no respondían únicamente a los problemas económicos u ocupacionales derivados de la guerra sino a la imposición teórica e religiosa además de, la “remodelación caudillista y nacionalista de las ideologías de los prisioneros de guerra.15 La disciplina, la humillación y la violencia convivieron con las enfermedades, las torturas, la falta de higiene y el hambre para crear en los campos de concentración unos auténticos “espacios” para el castigo, donde el prisionero era condenado en “cuerpo y alma” al abismo mental o directamente a la muerte. Pero si la imagen dantesca real que presentaban los campos era esta, muy lejos estaban de la realidad las noticias que los aludían y mencionaban. De esta manera, en el periódico Diario Español se hacen eco de un reportaje que hicieron sobre el día a día del campo de concentración de la Vidriera en Avilés. Creemos necesario mostrar partes importantes del mismo para destacar, una vez más, como la prensa intentó hacer creer a la vida pública que lo que sucedía detrás de los muros de los campos de concentración no era la humillación ni el hambre o las enfermedades sino la reeducación realizada con bondad, cariño y calor patrio.
primer encuentro con los concentrados es, en el llamado calabozo de castigo. Una estancia “Nuestro amplia… en donde juegan a las damas cinco rapados jovenzuelos. ¿Y a esto llaman pensamos sonrientes,
calabozo de castigo? “y pese a tanta tortura (en las cárceles rojas), se nos ensancha el alma comprobando, como nuestros oficiales sienten el pudor de la dignidad humana sublevado, porque se vieron constreñidos a encerrar a estos simpáticos mozos…Los vimos (a los presos), atónicos, escuchar las doctrinas de redención política y social… Los observamos, en formación perfecta en brazo en alto, entonar emocionados el Himno de la Legión y el “Cara al Sol” y vitorear entusiastas a Franco….Los reclusos están todo el día al aire libre, sin que se les coarte ni obligue a trabajar… Se hace el reparto de pan, tan abundante que a algunos les sobra para enviar a sus familiares… Con tan excelente trato no puede sorprendernos que los concertados, rompan los avales, necesarios para decretar la libertad que les proporcionan sus familiares. Es difícil saber que podía pensar una persona al leer una noticia que afirmaba que los mismos presos preferían quedarse encerrados que salir en libertad. Seguramente gran parte de la población no cayó en el engaño. Después de largos años de guerra en que acabaron de sustentarse los odios y las divisiones entre los españoles, era muy difícil de creer que unos espacios dedicados al castigo fueran más bien lugares de ocio y esparcimiento, aunado a que en el momento de miseria que vivía la población después de la guerra, la alimentación escaseaba. Las autoridades franquistas lo sabían, acababan de vencer una guerra, pero ahora empezaba la más importante, la legitimadora, la que debía de permitir que el nuevo régimen creado durase después de la muerte del Generalísimo, y esta nueva contienda, simbólica, aunque también física, se ganaba con la propaganda. Lo más seguro es que si alguno de los testimonios que vivió el cautiverio en primera persona leyera la noticia, se daría cuenta de lo vital e importante que es investigar, contrastar y dar a conocer la verdad de lo que sucedió en el pasado y especialmente en este caso en la época tan oscura del franquismo.
¹ Jordi Carrillo. Universitat Rovira i Virgili. Historia y Universidad Autónoma de Barcelona. Historia PdH. 26 ABRIL, 20182 ABRIL, 2019
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Género, religión y movimiento obrero. Las católicas de la HOACF bajo el Franquismo. Por Sara Martín Gutiérrez¹. En los años de la dura posguerra se habían puesto en marcha las especializaciones obreras de la Acción Católica Española (ACE) con el objetivo de consolidar su influencia en el seno de la clase trabajadora. De esta manera, bajo el manto de la jerarquía eclesial nacía la Hermandad Obrera de Acción Católica Femenina (HOACF) para aglutinar a las trabajadoras y esposas de los obreros en España durante el año 1947. Con el objetivo de consolidar el movimiento obrero católico adulto, Guillermo Rovirosa y Tomás Malagón, fundador y consiliario asesor, habían elaborado una metodología de formación para la HOAC masculina y la HOACF: el Círculo de Estudios y la Revisión de Vida. Los movimientos se valían del método de la encuesta, basado en el llamado ver, juzgar y actuar, a través del cual las militantes valoraban las dificultades presentes en sus lugares de trabajo o en sus casas, así como las injusticias que se cometían sobre la clase trabajadora. A través de este análisis se permitía una posterior actuación de las obreras a través del compromiso individual y colectivo que conduciría a muchas a los compromisos en los barrios y en las fábricas. Las reflexiones de las militantes en las reuniones generales fueron paulatinamente definiendo una respuesta por parte de la HOACF a problemáticas del mundo obrero. La cuestión del salario femenino, el trabajo de las obreras y la situación de los barrios humildes fueron ejes sobre los que se sustentaron la colaboración y la solidaridad de las militantes, así como sus líneas de actuación para transformar la realidad: “Nosotras tenemos que ver la forma de hacer frente a esta situación y a la de todas aquellas mujeres del barrio que conocemos. Unirnos para prepararnos y estudiar las acciones posibles a realizar por nosotras”. Tras la puesta en marcha del Plan de Estabilización de 1959, las transformaciones económicas y sociales del país comenzarían a manifestarse ya durante la primera etapa de los años sesenta. La liberalización de la economía escondía el desarrollo del modelo industrial productivista que necesitaba incrementar su mano de obra a costa de reducir los salarios de los trabajadores y de incrementar las horas extras a las largas jornadas de trabajo. El déficit tecnológico de España se mitigaba así con la llegada de una mano de obra no cualificada procedente de las áreas rurales. El inicio de los años del desarrollismo había supuesto un cambio también en la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo ante esta necesidad de la
industria de incorporar nuevos trabajadores, hecho que se materializó de manera muy pausada por las presiones ideológicas, sociales y culturales. El porcentaje de mujeres activas situaban la tasa de mujeres activas para 1960 en el 13,49% según el censo y en un 17,9% según la EPA. Si bien la Ley de Derechos Políticos, Profesionales y de Trabajo de la Mujer de 22 de julio de 1961 vino a suponer una ruptura respecto del Fuero del Trabajo de 1938 al prohibir la discriminación de las mujeres casadas en las reglamentaciones laborales, lo cierto es que en la praxis no se apreciaron los cambios, pues la incorporación de las mujeres fue muy progresiva y lenta. Esta disposición recogía el principio de igualdad salarial entre hombres y mujeres en un amago de abrir tímidamente al mercado laboral a las mujeres pero manteniendo una discriminación que se extendió hasta 1975 con la Ley de Relaciones Laborales. Por su parte, el Decreto de 1 de febrero de 1962 ofrecía tres opciones distintas a las mujeres en el momento de contraer matrimonio, pedir una excedencia, mantener su puesto o recibir la antigua dote. Los obstáculos a superar por las trabajadoras de la HOACF pasaban también por la dificultad de adquirir una vivienda, las imposiciones del marido, “del cual, para todo necesitan autorización” y su discriminación en el ámbito laboral, según recogía la HOACF en sus planes de actuación. El movimiento denunciaba la desigualdad “a pesar de la ley del 15-VII-61”: “Y aquellas mujeres con sed de justicia y equidad que luchan por el bien común sufren vejaciones, traslados […] Faltan puestos de trabajo para la mujer”. A lo largo de toda la década la HOACF mantuvo una postura de clara oposición a la ineficacia de la Ley de 1961 sosteniendo que: poco o nada sirven las leyes si la costumbre es capaz de hacerlas ineficaces. Es fácil dejar de cumplir “De una ley. Así tenemos por ejemplo la disposición (Ley de 22 de julio de 1961) que equipara la retribución de
los trabajos «de valor igual». Y (dejando aparte otras normas de menor rango, decretos, convenios colectivos, etc, que no aplican ese principio) en la práctica muchas veces no se cumple, pues hay mil y un modos (primas, etc) de hacer de hecho superior el salario masculino”.
Las obreras católicas presentes en el mundo del trabajo.
Las mujeres fueron conscientes de las desigualdades que sufrían los obreros en las fábricas gracias a las vivencias cotidianas y a las experiencias comunes de todas ellas, hechos que consiguieron analizar en sus revisiones de vida, en los cursillos y ponencias de la organización, y en los círculos de estudio. En sus reuniones, junto con el resto de militantes, elaboraron informes sobre el transcurso de huelgas y otras
protestas con el objetivo de mantener informados a los militantes de la organización en un contexto histórico en el que las informaciones que salían a la luz, estaban fuertemente controladas. Como mujeres y obreras, protestaron por la discriminación en salario que sufría la trabajadora, denunciando situaciones en las que los patronos prefirieron anteponer la contratación de mujeres a la de varones debido al menor sueldo que éstas percibían. Asimismo, en diferentes ocasiones denunciaron que las mujeres percibieran menor salario que el varón, algo que consideraron injusto ante la menor preparación de las mujeres, en líneas generales: “Su escasa preparación hace que tenga que dedicarse a trabajos menos calificados [sic], más monótonos y embrutecedores que el hombre, con el consiguiente jornal más bajo; éste, sin embargo, a veces es inferior por el hecho de ser mujer”. El espíritu de defensa del trabajador parecía estar presente en el imaginario de los militantes de la HOAC/F gracias a la fuerte impronta obrera católica y a las experiencias cotidianas que contribuían a consolidar los lazos de solidaridad obrera. Los testimonios de mujeres de la HOACF reflejaron una clara postura de reivindicación de los derechos de los trabajadores a través del ideal de dignidad obrera procedente del mundo católico, aunque distinto a la conciencia de clase presente en las ideologías revolucionarias. La sindicalista navarra Florentina Martínez, “Floren”, dirigente de la HOACF y participante en el I Encuentro Mundial de los Obreros Cristianos que tuvo lugar en mayo de 1961 en Roma, recordaba la complicada situación de las obreras que planteaban alguna oposición en sus lugares de trabajo: padre conducía un camión con gasógeno, un día se intoxicó y murió. En ese momento comencé a “Mi trabajar cosiendo en una sastrería de Pamplona. Con la mísera pensión que le quedó a mi madre nos
pusimos a trabajar como locos, cosiendo, cosiendo todo el día y luego a la noche llevando trabajo a casa y nos estábamos hasta las tantas de la noche, así empecé mi vida laboral. Trabajábamos ocho horas y el primer salario fue de 175 pesetas al mes. Después de mi formación en Madrid, en la HOACF, volví a Pamplona y mi compromiso militante me llevó a trabajar en una fábrica, que hacían suelas de goma que se pulían en una maquinica y te tragabas todo el polvo y un día le dije al encargado «yo aquí no puedo trabajar más porque este polvo no es legal que exista y hay que poner algo que lo elimine» y ya tuve la primera bronca. Estuve poco tiempo, pero conseguí que pusieran aspirador para el polvo de las gomas. En 1968 entré a unas oficinas y hay elecciones sindicales y me proponen para enlace, pero hubo un revuelo porque en Navidad en esas cenas que daban, yo les decía: «para qué quiero una cena si durante todo el año no puedo cenar con el salario de hambre que nos dan» y claro eso corrió la voz y yo ya no me salve. Me despacharon, me dieron 4.000 pesetas y a la calle”. El avance de la HOACF fue una realidad para la década de los años sesenta aunque su cota de militancia no alcanzaría más allá de las 3.000 socias y simpatizantes en todo el país. Desde la ACE y a través de los compromisos en el mundo laboral se alentaba la acción consecuente de la interiorización del ideal de dignidad obrera, sustentado en el conocimiento de la situación de explotación que vivía la clase obrera y la situación específica de las mujeres dentro de su clase. Este hecho lograría el despertar de la conciencia social de estas militantes en dos vertientes, como mujeres y como obreras. Una vez hubieron desarrollado una conciencia lo suficientemente fuerte, los enfrentamientos con la jerarquía con algunos dirigentes y militantes de base no tardarían en llegar, de manera especial cuando su actividad dentro del movimiento obrero se hizo demasiado visible para los agentes católicos. La HOACF, al igual que el resto de los movimientos de especialización obrera rompían con ciertos postulados enunciados por el Vaticano y la Rerum Novarum acerca de la postura que los trabajadores católicos sostenían con respecto a ciertos instrumentos, como el derecho legítimo a la huelga como medida de presión sobre la patronal. Este aspecto favoreció que a lo largo de los años sesenta y a medida que se intensificaba la conflictividad laboral en la cuenca minera asturiana o en el cinturón industrial de Vizcaya, las obreras, y entre ellas, las católicas, apoyaran el derecho a huelga de los trabajadores y participaran en las redes de apoyo a los trabajadores despedidos y sus familias. Las obreras de la HOACF, en especial, aquellas que trabajaban fuera de casa en alguna fábrica, participarían también en los conflictos del movimiento obrero enarbolando la bandera de la triple identidad como obreras, católicas y mujeres.
¹ Sara Martín Gutiérrez. Universidad Complutense de Madrid. 26 MARZO, 201818 MAYO, 2018
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Las mujeres durante el Franquismo Por Dra. Isabel Pérez Molina¹. La II República representó para las mujeres un cambio lleno de esperanza. Con espíritu transformador, los gobiernos republicanos de centro-izquierda aprobaron el principio de igualdad de género en la constitución, el matrimonio civil fundado en la igualdad entre los sexos, la igualdad en la familia, el divorcio, que muchas mujeres tramitaron, la protección de la maternidad, el derecho de las mujeres al trabajo remunerado, etc. Todos estos cambios se verían frustrados con el franquismo, que supuso un importante retroceso para las mujeres en todos los aspectos de sus vidas justo cuando empezaban a vislumbrar nuevos horizontes. Con el franquismo se instaura una dictadura de carácter nacional-católico con estética fascista. Las mujeres fueron de nuevo recluidas dentro del hogar, pues se consideraba que esta era la esfera apropiada para ellas, limitándose su rol al de esposas y madres. La política de género se asimila a la de los estados fascistas como Italia y Alemania, aunque con una impregnación religiosa más considerable. No hubo ningún inconveniente en transformar el lema nazi “kinder, küche, kirche” en “casa, cocina, calceta” y aplicarlo a la realidad española. De esta manera, y siguiendo esta misma línea de encuadramiento ideológico, se estableció una organización específica para mujeres, la Sección Femenina, dependiente de Falange y liderada por Pilar Primo de Rivera, que estuvo a cargo de adoctrinar a las mujeres en su papel subordinado en la sociedad ideal del régimen dictatorial. A través de la Sección Femenina, las mujeres hacían un curso llamado “servicio social”, que incluía aprender a coser o aprender labores relacionadas con el trabajo doméstico, al tiempo que significaba una prestación de trabajo gratuito, por lo general durante seis meses. Las mujeres solteras necesitaban tener el “servicio social” para poder trabajar, para poder acceder a un certificado de estudios o al carnet de conducir, o para tener un pasaporte. Esta institución también se encargaba de instruir a las mujeres dentro de la ideología del régimen. Con el tiempo, Acción Católica competiría con la Sección Femenina en el logro de este objetivo, aunque no pretendió organizar a las masas como hacía ésta y reclutaba sobre todo mujeres de clase alta, aunque no exclusivamente. El modelo educativo del régimen franquista se atenía a esta orientación, articulándose para la “misión patriótica” de las mujeres en el hogar, y es por ello que las propias autoridades educativas señalaron en ocasiones que las mujeres no deberían tener estudios universitarios excepto en casos muy excepcionales. Como corolario, las cifras de analfabetismo femenino fueron mucho más altas que las del masculino, particularmente en las zonas rurales, ya que si alguien tenía que estudiar, se daba preferencia al niño.
El franquismo restituyó el código civil de 1889, que mantenía a las mujeres en una situación de tutela y subordinación, la cual se mantuvo en reformas y leyes posteriores, como la ley de 24 de abril de 1958. Las mujeres, particularmente las casadas, eran tratadas como menores de edad permanentes, estaban bajo la autoridad de sus maridos, a quienes debían obediencia, estaban obligadas a seguir la residencia y la nacionalidad del marido, y no eran tutoras legales, con plena custodia de sus hijos, a menos que hubiesen enviudado. Aún en este caso, hasta 1958, si la viuda se volvía a casar, perdía la custodia, a no ser que el marido difunto hubiera dispuesto lo contrario en su testamento. Las mujeres casadas no podían contratar sin permiso del marido, y, en este sentido, el código civil equipara las mujeres a los locos o dementes y a los menores de edad. Necesitaban el permiso del marido para trabajar, para ejercer el comercio, para hacer trámites oficiales, para hacer contratos de compra-venta o asumir cualquier otro tipo de contrato comercial, para tener una cuenta bancaria. El marido era el administrador de los bienes de sus esposas y éstas no podían disponer de ellos sin su permiso. A partir de 1958, los maridos no podían vender o alienar los bienes matrimoniales sin el consentimiento de ésta, la cual podía administrar sus bienes parafernales necesitando “autorización judicial para los actos que excedan de la administración ordinaria”. Por otro lado, las mujeres solteras debían permanecer en la casa paterna a pesar de haber cumplido mayoría de edad (a los 21 años a partir de 1943) y no podían marchar sin permiso paterno a no ser que se casaran, ingresaran en un convento o hubieran cumplido los 25 años. Este requisito de edad no fue abolido e igualado a los hombres hasta 1972. Esta sumisión de la mujer al marido fué reforzada por la jerarquía eclesiástica católica, que afirmaba, de igual manera que el fascismo de Falange, que la sociedad y la familia eran naturalmente jerárquicas, y por ello el padre recibía la autoridad de Dios, mientras que la mujer y el resto de la familia debía obedecer. Este hecho se refleja en el matrimonio canónico, el único aceptado y legal, quedando el matrimonio civil solamente para quien demostrara documentalmente pertenecer a otra religión y no haber sido bautizado por la iglesia católica. Los matrimonios civiles de la época de la república fueron anulados y así mismo los divorcios, dándose la incongruencia de que los hijos e hijas nacidos de segundas nupcias civiles fueron considerados ilegítimos, y los cónyuges divorciados volvían a estar casados legalmente con su ex pareja si contrajeron matrimonio canónico. Se reforzó una doble moral que controlaba la sexualidad de las mujeres y castigaba a las que tenían relaciones sexuales extramatrimoniales. Las mujeres casadas podían ser condenadas a prisión por adulterio, mientras que los hombres podían tener a la esposa y a la “fulana” sin grandes repercusiones. La moral cristiana nacionalcatólica prohibió los métodos anticonceptivos y el aborto, al tiempo que condenaba al oprobio a las mujeres solteras que tenían relaciones sexuales, sobre todo si se quedaban embarazadas. Las madres solteras quedaron en situación de marginalidad, como pecadoras y mujeres caídas. Existían diversas formas de violencia simbólica contra las mujeres que no sólo estaban autorizadas por el régimen sino que formaban parte de su esencia, por lo que la violencia doméstica durante el franquismo estuvo muy extendida, pero nunca fue considerada un delito. Al contrario, las esposas podían ser penalizadas si abandonaban el hogar -frecuentemente a causa de maltrato- quedando privadas de ver a sus hijos e hijas a través la figura jurídica llamada “abandono del hogar”, que constituía delito. Así, las mujeres no podían denunciar la violencia de sus maridos pues se las podía culpabilizar de los hechos además de considerarse una parte de su propiedad, de aquí la recomendación de añadir la partícula “de” y el apellido del marido al nombre y apellido de la mujer.
Esta doble moral se reforzó a partir de la creación en 1942 del Patronato de Protección a la Mujer, para “proteger la moralidad femenina” y “castigar la prostitución”, según su propio articulado. El patronato sirvió de arma de castigo hacia las mujeres, sobre todo jóvenes, que se salían del rol establecido, por ser rebeldes o familia de “rojos”, siendo encerradas en reformatorios o preventorios, donde sufrían vejaciones. La acusación de prostitución también se usaba, junto al hurto, como cargo contra mujeres republicanas, no reconociendo su carácter de presas políticas, sin olvidar que la falta de trabajo y el hambre, además de la falta de oportunidades -sobre todo para las republicanas- obligó a muchas mujeres a dedicarse a la prostitución para poder sobrevivir. Las mujeres republicanas sufrieron vejaciones, humillaciones y torturas diferenciadas con respecto a los hombres, como raparles el cabello o las violaciones. El psiquiatra del régimen, Antonio Vallejo Nágera, fue iniciador del plan de robo de niños y niñas de familias republicanas, principalmente los que las presas tenían en las cárceles y los de las mujeres de los presos, en este caso a través del Auxilio Social. Unos 30.000 niños y niñas fueron robados a sus madres republicanas. Las razones ideológicas por las que se pretendía acentuar de nuevo la subordinación femenina reduciendo su ámbito al doméstico tenían también un trasfondo económico. Al terminar la guerra la situación económica en España era precaria y la política autárquica franquista no ayudó a mejorar las cosas, experimentándose durante la inmediata posguerra un brusco descenso de la renta per cápita y un nivel de producción agrícola e industrial inferior a los niveles de pre-guerra o de principios de la República e incluso anteriores a 1914. A partir de aquí podemos ver que las funciones a las que quedan relegadas las mujeres obedecen a intereses ideológicos con trasfondo económico que tienen como objetivo mantener la disciplina de la clase trabajadora. Relegar a las mujeres a las tareas domésticas “libera” puestos de trabajo para los hombres, al tiempo que se niega el derecho de las mujeres al trabajo remunerado, pasando a ser este secundario respecto al trabajo masculino, con el subterfugio de que el marido es el que sostiene a la familia aunque los bajos salarios obligaron a las mujeres a trabajar
subsidiariamente. Por otra parte, la función femenina de reproducción de la fuerza de trabajo era alentada, como es típico en los fascismos, porque interesaba aumentar la población, de aquí los premios a la natalidad. Esto significa que las mujeres tuvieron que trabajar en peores condiciones, generalmente en actividades poco cualificadas, mal retribuidas y etiquetadas como “femeninas”. Este hecho no era nuevo en la sociedad española, ni en las sociedades capitalistas en general, pero se agudizó de manera considerable, sobre todo en comparación con el periodo de la II República. Varias leyes y normativas, entre ellas el Fuero del Trabajo, tendieron a excluir a las mujeres del mercado laboral. No se trataba de un objetivo secundario, ya que en esta primera ley fundamental del régimen franquista, se indicaba que el estado “liberará a la mujer casada del taller y la fábrica”. La Ley de Subsidios Familiares (1938) y el Plus de Cargas Familiares (1945), era percibido por el marido en caso de que la mujer no trabajara y se introdujeron disposiciones directamente limitadoras del trabajo femenino, como las restricciones para la inscripción de mujeres en registros de colocación (1939), la necesidad del permiso del marido para que la mujer pudiera ser contratada o la posibilidad de que el marido percibiera su sueldo (1945). Las mujeres prácticamente tenían que dejar el trabajo cuando se casaban a cambio de una pequeña indemnización que no desapareció hasta 1962. Hubo un buen número de puestos de trabajo que a las mujeres no se les permitió ocupar. Fueron expulsadas de diferentes sectores, particularmente en la administración pública, por ejemplo en el ministerio de Justicia, donde las mujeres no podían ser abogados del estado ni magistrados, entre otros. Sus sueldos representaban un 70% de los salarios masculinos para la misma categoría y trabajo, pero frecuentemente eran inferiores a este porcentaje. La dependencia marital se agravó a partir de leyes como la Ley de Contratos de Trabajo de 1944, que impuso a las mujeres casadas el permiso del marido para firmar un contrato de trabajo. También existía una cláusula por la que, para trabajar en los sectores industrial o comercial, una mujer tenía que probar que estaba vacunada y no padecía ninguna enfermedad contagiosa, una exigencia que no se pedía a los hombres. La población activa femenina se redujo drásticamente, concentrándose en las edades de 15 a 25 años, es decir, antes de casarse. La mayoría de las mujeres trabajaban en el servicio doméstico y en el comercio. Un número importante de mujeres clasificadas como “amas de casa” trabajaban en el hogar, haciendo labores por encargo en casa para alguna empresa, una tarea dura y mal remunerada. En el sector agrícola las mujeres trabajaban como siempre en todos los procesos agrícolas pero sólo figuraban como “amas de casa”. En el sector industrial predominaban en el sector textil. En el sector de servicios predominaban las dependientas de comercio y, con mayor cualificación, las maestras de primaria, con condiciones precarias. A pesar de que la ley de 22 de julio de 1961 y otras posteriores (1962 y 1970) abren perspectivas laborales a las mujeres, particularmente en la administración pública, éstas seguirán teniendo muchas limitaciones, como por ejemplo, la necesidad de la autorización marital, aún más expresa en esta ley. A pesar de todos los problemas, las mujeres fueron protagonistas e incluso iniciaron y lideraron, al menos en un principio, protestas y reivindicaciones que en varias ocasiones supusieron un despertar de los movimientos de oposición al franquismo. Las primeras huelgas de la dictadura fueron protagonizadas por mujeres, como la huelga de la fábrica Bertrand y Serra de Manresa en 1946. También tuvieron un papel importante en las huelgas de 1962, por la paridad salarial y se integraron en organizaciones de oposición al franquismo como CCOO y el PCE. A principios de los años sesenta, mujeres del partido comunista iniciaron el Movimiento Democrático de Mujeres, que supuso el inicio de un movimiento feminista que culminaría en 1976 con las primeras “Jornades Catalanes de la Dona”.
¹ Isabel Pérez Molina. Licenciada en Historia Contemporánea por la Unv. de Barcelona, Máster en
Historia de las Mujeres y Doctora en Historia Moderna por la Unv. de Barcelona. BIBLIOGRAFÍA BÁSICA: MORCILLO GÓMEZ, Aurora. “Españolas con, contra, bajo, (d)el franquismo”, Revista Desacuerdos, nº 7, 2012, págs. 42.63. NASH, Mary (Ed.). Represión, resistencias, memoria. Las mujeres bajo la dictadura franquista, Granada, 2013. 31 MAYO, 201827 MAYO, 2018
Un comentario en “Las mujeres durante el Franquismo” 1.
Carmen dice: 2 JUNIO, 2018 EN 1:19 PM / EDITAR Isabel, te felicito por este trabajo, voy a comprar el libro que entiendo ya has publicado, seguro que es interesante y aunque todo lo relacionado con la ll republica y como fue dinamitada por los fascistas y todas las barbaridades e injusticias que se llevaron a las mejores mujeres y hombres, y tantos inocentes, y que todavia arrastramos, me provoca siempre, entre otras emociones, dolor en el corazon RESPONDER
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“Por la noche, en las barracas, las mujeres cantaban…” Supervivencia y resistencia femenina durante los primeros años de exilio en Francia (1939-1941) Por Alba Martínez Martínez¹. era yo la única en soñar con la libertad. Prueba de ello es que algunas intentaban evadirse. (…) una No mujer de mi barraca se había escapado ayudada por otras compañeras. Al anochecer logró saltar las
alambradas. Poco le duró la libertad, la detuvieron en la estación cuando intentó tomar el tren. Al día siguiente, cuando la trajeron al campo, agotada, le dio un ataque de nervios (…). (Oliva, 2006: 99). Remedios Oliva, exiliada española en Francia tras la guerra civil, evocaba con estas palabras cómo ella “no era la única en soñar con la libertad” durante su internamiento en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer (Pirineos Orientales, Francia). Y es que fueron muchas las mujeres que, con sus escasos medios, hicieron todo lo posible para remediar la miseria física y emocional que padecieron durante los primeros años de exilio en Francia. Los refugios y campos de concentración improvisados en los que el gobierno francés internó a los miles de exiliados republicanos que llegaron, exhaustos, a sus pasos fronterizos, se convirtieron en auténticos espacios de coerción en los que fue necesario agudizar el ingenio para resistir y garantizar la supervivencia propia y del grupo familiar. En este contexto, las estrategias de supervivencia desarrolladas por las mujeres fueron un ejemplo más de su agencia y su capacidad de acción para alterar en algún grado realidades que sintieron injustas. Estrategias que se materializaron a través de las redes de ayuda mutua y solidaridad por ellas tejidas, de las pequeñas rebeldías cotidianas por ellas protagonizadas, así como a través de la búsqueda incesante de horizontes y futuros posibles en el difícil territorio del exilio. Algo que pasaba indiscutiblemente por la salida del campo en el que estaban internas, un sueño de libertad por el que muchas lucharon. El exilio que se produjo al término de la guerra civil española estuvo compuesto por casi medio millón de mujeres y hombres de toda clase y condición social. Ellas representaron cerca del 45% del conjunto de los exiliados, sin embargo, sus experiencias del destierro se van abriendo paso, muy poco a poco, entre los grandes nombres y las grandes vivencias políticas y militares, fundamentalmente masculinas. Y es que el paradigma androcéntrico en el que ha estado inserta la historiografía tradicional, las ha concebido sólo como acompañantes de, quedando desprovistas de historia y de voz e impidiendo reconocerlas como
sujetos históricos. De manera que resulta necesario estudiar y analizar sus formas de vivir, pensar y afrontar el exilio, para enriquecer nuestra mirada hacia este episodio de nuestra historia contemporánea y proyectar otras dimensiones sociales, emocionales, políticas y culturales del mismo. En este breve ensayo nos acercaremos a algunas de las prácticas de resistencia y supervivencia femeninas desarrolladas durante los primeros años de exilio en Francia, especialmente en el contexto de internamiento en campos de concentración y refugios. Éstos estuvieron en funcionamiento hasta el año 1941 aproximadamente y constituyeron el primer “hogar” que los refugiados españoles tuvieron al llegar a Francia, después de tres años de guerra civil y a las puertas de un nuevo conflicto armado, la Segunda Guerra Mundial.
Redes de solidaridad y ayuda mutua.
El diálogo entre adversidad y resistencia había marcado las experiencias de las mujeres españolas desde el inicio de la guerra, sin embargo en el exilio, la sensación de desarraigo y añoranza llegó para permanecer en la vida de las refugiadas durante un largo periodo de tiempo. Quizás la derrota en términos políticos e ideológicos no ocupara un lugar central en el sentimiento de aquellas mujeres, sobre todo si tenemos en cuenta que la mayoría de ellas no estaban politizadas, pero sí lo hacía la derrota familiar, la pérdida y la separación de los seres queridos, así como la privación de su marco de referencia: la ciudad, el pueblo, el barrio, el hogar…Por ello, fue indispensable tejer redes de ayuda mutua y solidaridad; mecanismos de poder trascendentales para todos los que ingresaron en los campos y refugios. Permitieron organizar las tareas domésticas, satisfacer las necesidades de los más vulnerables, garantizar el cuidado, avivar el buen humor y hacer frente a infortunios individuales y colectivos. Luisa Carnés le dedicaba en su diario las siguientes palabras a algunas de sus compañeras de refugio: las más alegres, las más ingeniosas, las mejores compañeras de todo el refugio. Puede decirse que ellas Eran mantuvieron firme la moral de todos los refugiados de Le Pouliguen. (…) servían de intermediarias entre
los españoles y el director, apoyándolos ante este en sus modestas reivindicaciones —más abundancia de jabón para lavar la ropa, medicamentos para los críos, mantas, sábanas, etc.—. Por eso, no era de extrañar que las refugiadas las buscaran para exponerles sus cuitas. (…) ¡Maruja! ¡Lourdes! ¡Gabriela! ¡Pura! ¡Palmira! ¡Carmen! (…) Teníais una palabra de consuelo para cada caso, una solución para cada problema colectivo o individual. (Carnés, 2014: 228-230)
Los refugios de civiles también se convirtieron en espacios de cultura popular emergente fruto de la inmediatez de los acontecimientos y de las emociones encontradas y compartidas. “Por la noche, en las barracas, las mujeres cantaban…”, recordaba un refugiado, pero ellas también crearon cancioncillas que tararearon cotidianamente, fomentaron la cohesión y afirmaron su dignidad. Así, las ingeniosas refugiadas del refugio de Aérium Marin de Brécéan (Loire-Atlantique) ilustraron con letrillas diversas realidades, donde también tenían cabida las quejas y protestas. Las patatas que —en palabras de Luisa Carnés—“era el plato invariable de aquel refugio” motivaron unos versos que terminaron cantando todas a media voz durante la comida. De alguna manera, el humor socarrón que de ellas se desprende evidencia una rebeldía atenuada que no llegó nunca a materializarse, pero que formó parte de los mecanismos de agencia y poder para gestionar las relaciones de subordinación que existieron en aquellos espacios: Míralas, míralas, míralas, (…) en la fuente las traen ya.
Patatas a todas horas, y ya no queremos más. (…) Pan pan, pan, pedimos todas. Pan, pan, pan, ya nos lo dan. Pero las papas, ¡no, no pasarán! ¡No, no, no, pasarán! (…) (Carnés, 2014: 228). Además de la organización material del refugio, la higiene, la alimentación o las quejas más o menos acentuadas, aquellos inhóspitos campos no podían convertirse en un lugar apacible sin emitir y recibir noticias de los familiares de los que las habían separado. Remedios Oliva nos cuenta cómo la llegada de las cartas paralizaba y a su vez marcaba el ritmo cotidiano del refugio, quedando el ánimo de las mujeres supeditado a las noticias que de ellas emanaran. Luisa Carnés recuerda en sus escritos “la impresión que causó la llegada de las primeras cartas”: “¡Qué gritos! ¡Qué carreras! Hubo hasta algún desmayo de la emoción” (Carnés, 2014: 231). Sin embargo, había quienes no las recibían porque posiblemente no tenían a quién enviárselas. En este sentido, la comunidad creada en el refugio fue crucial para superar estas
desdichas. Era entonces cuando se agudizaba el ingenio y la capacidad de gestionar el infortunio, algo que creemos queda bien reflejado en el testimonio de Luisa al relatar cómo aquellas que no recibían nunca cartas decidieron fundar el “Sindicato de las Sin Carta”. Un espacio simbólico de cohesión que les devolvía el sentimiento de pertenencia a un marco común y, de nuevo, adquirían poder individual y colectivo para sobrevivir en tan desnortada realidad.
Búsqueda de futuros posibles.
Antes de entrar en los refugios y campos de concentración, las autoridades francesas mantuvieron a los refugiados extremadamente vigilados en los pasos fronterizos del país. Ello aumentó durante días la confusión de las miles de personas que allí se encontraban, a la vez que las noticias sobre su futuro inmediato llegaban con cuentagotas pero ya contenían las palabras “campo de concentración”, lo que “excitó los nervios de la gente” (Carnés, 2014: 175). Estas desdibujadas noticias dieron lugar a las primeras reacciones en busca de alternativas, así como a las muestras de indignación constantes entre aquellas mujeres refugiadas: “Después de lo que hemos sufrido, ¿esto más?”, “Yo no voy a un campo de concentración ni atada”, “¡Que vayan el señor Daladier y su madre!”, “¡Bonito remate a la política de no intervención!” (Carnés, 2014: 175-176). Estas manifestaciones de irritación precedieron al intento de escapar de la vigilancia de las autoridades francesas que llevaron a cabo un grupo de evacuadas. Fue la primera tentativa frustrada de convertirse en dueñas de su porvenir en el país galo: de mucho hablar, se llegó a la conclusión de que dos de las compañeras (…) fueran a la estación, Después con objeto de informarse del precio del billete para Perpiñán. (…) Así se hizo. Aquellas compañeras de fatigas se acicalaron lo mejor que pudieron —con sus toquecitos de rouge y todo— y, cogidas del brazo, se marcharon hacia las oficinas de la estación, adoptando el aire más distinguido posible. (Carnés, 2014: 185-186).
La afluencia de gendarmes en cada esquina impidió siquiera que estas dos mujeres llegaran a las taquillas de la estación, pero este acto constituyó para ellas el inicio de nuevas prácticas, de nuevas formas de hacer en el marco de una búsqueda incesante de futuros posibles que les permitieran transformar aunque fuera ligeramente su dramática realidad. Salir del campo o del refugio donde las autoridades francesas los habían internado no fue una tarea fácil para las mujeres. Muchas intentaron evadirse, como recordaba Remedios Oliva en el extracto con el que abríamos este ensayo. Pero la mayoría tuvo que esperar a que sus maridos, padres o hermanos las reclamaran cuando hubieran conseguido un trabajo. O bien conseguir uno ellas mismas. Sin embargo, la mano de obra femenina fue mucho menos solicitada que la masculina y, además, existía otro problema y es que casi todas las mujeres que llegaron al exilio lo hicieron con hijos menores a su cargo, lo que constituyó otro principal impedimento para contratarlas. En este sentido, nos remitimos de nuevo a las memorias de Remedios Oliva quien tras reiterados intentos frustrados de encontrar trabajo para poder salir del campo de Argelès, un buen día…: abrió la puerta y alguien dijo (…): «Se busca a unas sesenta mujeres que sepan coser para hacer Se pantalones para el ejército en una fábrica de Isère. Se admite a las mujeres con niños». (…) Enseguida se
llenó de mujeres la barraca donde había que apuntarse (…). Tras una mesa estaban el jefe de los gendarmes y un señor muy serio: era el director de la fábrica de pantalones. (…) Primero apuntó a las mujeres solas, luego a las que tenían niños de cuatro o cinco años. Cuando le tocó a la madre de una niña de dos años y medio, dijo con tono nervioso que él no dirigía una maternidad sino una fábrica. La gente se enfadó y yo decidí hablar en nombre de todas las que teníamos bebés. (Oliva, 2006: 101-102).
Después de una larga conversación, Remedios consiguió que unas diez mujeres con sus niños salieran del campo al día siguiente para coger el tren con destino a Isère, a cambio, su padre trabajaría en la fábrica cortando leña y su madre cuidando de todos los bebés de aquellas mujeres. La alegría de todas fue inmensa. Su agencia y su capacidad para negociar el futuro más inmediato de sus compañeras nos muestra cómo la acción de las mujeres fue crucial para sobrevivir y resistir en estos y otros espacios del exilio. Estas pequeñas acciones convirtieron a las mujeres en sujetos políticos, quienes activamente y con sus propias armas, lucharon por una mejora en sus condiciones de vida. Sin embargo, a menudo quedan eclipsadas por las grandes historias, por lo que se hace más necesario visibilizarlas y analizarlas para situar a las mujeres en el centro del relato histórico, para entender que además de víctimas fueron agentes y supervivientes y, con ello, complejizar nuestra mirada hacia este y otros episodios de nuestra historia.
¹Alba Martinez Martinez. Departamento de Historia Contemporánea en la Universidad de Granada. 17 MAYO, 20182 ABRIL, 2019
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