Marianne Moore, una antipoeta en Nueva York Eve Gil
Patricia Aridjis: la fotografía es mujer José Ángel Leyva
Un vampiro junto al mar. Entrevista inédita con Luis Zapata (1951-2020) Ricardo Venegas
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 2020 NÚMERO 1341
1930-2020
Mi nombre es Connery,
Sean Connery Rafael R f lA Aviña iñ y L Luis i T Tovar
LA JORNADA SEMANAL
Portada: Sean Connery. Foto AFP
2 15 de noviembre de 2020 // Número 1341
1930-2020 MI NOMBRE ES CONNERY, SEAN CONNERY A los noventa años de edad, ya retirado de la actuación, murió el escocés Sean Connery. Hijo de un obrero y una trabajadora de la limpieza, Connery ejerció los oficios más disímbolos –repartidor de leche, camionero, futbolista, fisicoculturista, modelo– hasta que, a finales de la década de los años cincuenta, concentró su magnética personalidad y su talento en el histrionismo. Como sabe cualquier persona medianamente conocedor del ámbito cinematográfico, a principios de los años sesenta Connery fue el primer y más relevante rostro del muy célebre James Bond, el agente 007, surgido de la imaginación de Ian Fleming. La sombra del personaje acompañó a Connery hasta el fin de sus días, pero el nacido en Edimburgo demostró de manera reiterada la amplitud de su registro dramático y su notable maestría actoral, que lo convirtieron en uno de los pocos que, con todo merecimiento, son considerados iconos de la cinematografía mundial. Descanse en paz, sir Sean Connery. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN: Rosario Mateo Calderón LABORATORIO DE FOTO: Jesús Díaz, Jorge García Báez y Ricardo Flores. PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520.
Siberiana Jean-Baptiste Para
Jean-Baptiste Para nació en 1956 en París, Francia. Es poeta, crítico de arte y traductor del italiano. Redactor en jefe de la prestigiosa revista Europe, que fundó Romain Rolland en 1923, recibió en 2006 el Premio Apollinaire por su libro L’homme des ombres (El hombre de las sombras). Entre sus libros de poesía y ensayo: Arcanes de l’ermite et du monde (Arcanos de la ermita y del mundo), Atlantes (Atlantes), Une semaine dans la vie de Mona Grembo (Una semana en la vida de Mona Grembo) y Pierre Reverdy. Ha traducido al francés, entre otros escritores y poetas italianos, a Antonio Tabucchi, Eugenio Montale, Cristina Campo, Giorgio Manganelli, Milo de Angelis y Giuseppe Conte. M. A. C.
Me llamo Iaromira. Perdóname si digo cosas tristes Cuando oigo el rumor de mis pasos en mis huesos Un silencio me ha salvado de la palabra Otro silencio salvará la palabra Y el viento será mi morada ◆ He visto nadar las estrellas y he visto los bellos riñones de la liebre He aprendido que yendo de río en río Nada estaba verdaderamente lejos Mucho tiempo he girado un anillo en mi dedo He aprendido que se pensaba de manera distinta en el frío Y el viento será mi morada ◆ Podía nevar en la plena extensión de mis venas La paciencia era en mí como pan en la mesa Mis pulgares modelaban rostros de arcilla Con la mano izquierda sabía airear la leche Había en mis ojos un poco de ámbar Un poco del verde de nuestros pantanos Y el viento será mi morada ◆ Como el mirlo y la abeja salvaje Yo era la amiga del saúco negro Amaba el indolente orgullo De los hombres y los girasoles La risa donde rebota La pequeña perla de un collar desecho
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.
Y el viento será mi morada ◆ Apoya contra mí tu rostro Apóyalo en lo que queda del verano Abriremos juntos La sandía madura y el libro En el charco lejano de un espejo Tú me verás joven aún
LA JORNADA SEMANAL 15 de noviembre de 2020 // Número 1341
Y el viento será mi morada ◆
Y la araña retoma su tejido La leyenda de los hombres Con los ojos de casis maduro Reflorecerá en manos extranjeras
Que hayas venido para la adoración de los lagos Y para la dulzura de no ser nada
Y el viento será mi morada
Que hayas llegado para el helado cuerpo de una golondrina O para el amor inmenso y el inmenso olvido
◆ Hemos dejado el embarcadero de madera Para entrar en una fría cintilación Y era como sentir en sí Todo el intervalo de lo inhabitado Donde los corazones son traducidos Hasta el agotamiento de la sombra
Una barca se aproximará Y el viento será mi morada
De rostro en rostro En la noche del río de aguas anchas
Guarda la espalda apoyada en la roca No juegues en los dados la llave celeste
Y el viento será mi morada ◆ La muerte es un ángel Que regresa a buscar sus alas No hay rutas en este país Sólo direcciones Acaricio el cuello de los animales Que pacen en tu silencio
◆ El retazo de tela roja No se ha blanqueado en mi memoria Cuando el invierno regrese Que un pañuelo de nieve Incline la balanza Hacia lo indefectible
Y el viento será mi morada Y el viento será mi morada ◆ Éramos iguales a los ríos En los desbordamientos de la primavera El día en que los caballos lloraron Hice mi provisión de despojo Y el viento será mi morada ◆ Tú que cierras los ojos Como si fueras a cantar ¿Sientes acaso tu corazón ínfimo Donde la luz insiste Como una abeja herida? Las turberas son un archivo de la tierra Bajo nuestros pies –siglos de polen En el cielo –el adiós de las grullas encenizadas Y el viento será mi morada ◆ El alba nos roza con sus narinas húmedas El zarapito se despierta junto a las ramas quebradas
Versión de Marco Antonio Campos y Jean Portante.
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De formación científica (era bióloga), la obra de esta poeta nacida en Misuri, en 1887, llamó la atención de Ezra Pound y de T. S. Eliot, quien la animó a publicar su primer libro allá por el año 1921. Fue ganadora del Pullitzer con Collected poems (1951), del Premio Nacional del Libro (1952) y el Bollingen en 1953. “Más que recrear el mundo, crea otro a la medida de su perenne ejercicio de observación”, se afirma aquí respecto a su obra. Murió en Nueva York en 1972.
MARIANNE MOORE:
UNA ANTIPOETISA EN NUEVA YORK
Imagen tomada de: https://es.wikipedia. org/wiki/Marianne_ Moore#/media/ Archivo:Marianne_ Moore_1935.
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Eve Gil ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
LA POESÍA DE Marianne Moore es un regalo. Uno elusivo que se da a desear. Infelices quienes se dieron por vencidos a la primera y concluyeron, apresurados, que lo de esta mujer no era poesía sino ciencia. No es casual la aseveración de los críticos respecto a que la poesía de Marianne era como un cuadro de Picasso. Pero con el mismo orgullo que debe haber experimentado Arturo al arrancar la espada de la piedra, el poeta W. H Auden terminó ponderándola cuando, tras mucho insistir, consiguió penetrar la belleza de sus versos, en efecto nada dóciles, y es que, según Auden, le costaba trabajo “escuchar” aquella poesía: “un verso silábico como el de Moore, que ignora los pies y los acentos para fijarse exclusivamente en el número de sílabas, resulta muy difícil de percibir para el oído inglés”. Y continúa el gran poeta, no del todo repuesto de su desconcierto: “Antes de toparme con la poesía
de Marianne Moore, conocía bien los experimentos silábicos de sucesión regular de versos de seis o doce sílabas. En cambio, un poema típico de Moore se compone de estrofas con versos que oscilan entre una y veinte sílabas. Marianne Moore es la única, junto con Emily Dickinson, que ha merecido un apelativo, quiero suponer, elogioso: “antipoetisa”. En el caso de Marianne obedecería a más de una causa. No escribe sobre asuntos que normalmente atañen a la poesía. Su pensamiento científico concilia admirablemente con su amor por la literatura y la lleva a crear algo único sin prescindir de precisión ni de emoción… porque otra cosa que caracteriza a su escritura es una perfección formal algo tajante pero no por ello inexpresiva: “El humor evita algunos pasos, evita años. Sabio/ modesto, inconmovible, y todo emoción,/ tiene un vigor inagotable/ capacidad de crecer,/ aunque hay pocas criaturas más capaces/ de acelerarnos la respiración y ponernos erguidos.” (“El pangolín”, Qué son los años, 1941)
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Otra cosa en la que Auden hace hincapié es en la rectitud e integridad de Marianne. Ejemplos de que dichas características no son inherentes al talento, los hay de sobra. Pero una poeta sin tales virtudes, insiste Auden, no habría podido escribir precisamente ese libro, “la clase de libro que yo leo”: “Leyéndola se advierte bondad de corazón… si la bondad, como yo y muchos creemos, tiene relación con la observación minuciosa del otro… de los otros.” Su discurso, todavía menos pesimista que crítico, expone el dolor intrínseco ante el sufrimiento de quienes no son como los demás… quienes no son los demás. “Los otros”, los esclavos negros, la bestezuelas en especie de extinción, los héroes de guerra que honran sus cicatrices pero renuncian a corromperse. Exuda en todo momento la elegancia de la lágrima contenida, del que no por reflexivo es incapaz de abrazar con ternura. No es la de Marianne Moore poesía sentimental ni sensiblera, y sin embargo se guía por el amoroso impulso de exhibir, bellamente, el dolor que nadie quiere ver, “La belleza es imperecedera Y el polvo pasajero.” Se sabe que nació en Kirkood, barrio periférico de St. Louis (Misuri), el 15 de noviembre de 1887. Para cuando llegó al mundo, segunda de dos hijos, su padre, el inventor e ingeniero John Milton Moore, acababa de sufrir una crisis nerviosa que obligó a la madre, Mary Warner, a hacerse cargo. La futura poeta pasó los primeros años de su vida en la casona del abuelo materno, el reverendo John Riddle Warner, quien fungía como ministro prebisteriano de Kirkwood, donde el abuelo del poeta T. S. Eliot era pastor de la Iglesia Unitaria. Poco es lo que convive Marianne con su abuelo, pues muere poco antes de ingresar ella a la escuela. Una vez más se traslada junto con su madre y hermano a Carlisle, Pensilvania, donde es matriculada en el Metzer Institute. Aunque muchos insisten en que arte y ciencia son irreconciliables, Marianne afirmó muchas veces que de no haber estado en un laboratorio la mayor parte de su vida, jamás habría sido poeta… no la que fue.
No escribe sobre asuntos que normalmente atañen a la poesía. Su pensamiento científico concilia admirablemente con su amor por la literatura y la lleva a crear algo único sin prescindir de precisión ni de emoción… porque otra cosa que caracteriza a su escritura es una perfección formal
II EN EL BRYN Mawr College, de Pensilvania, donde se formó como científica, asistió a cursos de creación literaria. Allí la joven Moore se sumergió en el estudio de estilistas del siglo XVII –Bacon, Browne y Hocker–; de los ritmos de la Biblia King James, las estrategias de la retórica clásica y el sermón. Durante sus años en Bryn Mawt, absorta acaso en comprender el mundo a través del microscopio y de los libros, simultáneamente, Marianne dejó pasar a su celebérrima condiscípula H. D. Doolittle, que sin embargo estaba destinada a ser su primera editora y mejor amiga de la madurez, quien a su vez recibía asiduamente a otros dos que Marianne tampoco vio: Pound y William Carlos Williams. Las relaciones públicas no eran su fuerte. Apenas licenciarse en Bryn Mawr, Marianne se inicia formalmente en la escritura. The Atlantic rechaza uno a uno sus poemas “cerebrales” y en última instancia decide solicitar empleo, sin éxito, en la revista Ladie´s home journal, donde no entendieron que tendría que hacer allí una bióloga. Se resigna a integrarse al cuerpo académico de la Indian School de Carlisle, Gracias a un viaje emprendido con su madre a Inglaterra y a Francia, se amplían las miras de la joven. Su destino final e ineludible: Nueva York, donde no demoraría en involucrarse con la actividad literaria y crítica de la ciudad, llamando la atención de grandes poetas, entre ellos Pound y Williams, mismos a los que
ignoró en la universidad, iniciando con ambos un intercambio epistolar que en el caso de Pound no cesaría ni durante el encarcelamiento de éste. Lo que más les atraía de la poesía de Marianne era su originalidad, que algunos llamaron “ruptura”. Más que recrear el mundo, crea otro a la medida de su perenne ejercicio de observación. No uno radicalmente distinto, sino ése que no nos hemos detenido a observar, que no hemos visto en realidad. El quid de su poesía: “jardines imaginarios con sapos de verdad”. A la usanza de los personajes de Henry James, autor que la obsesionaba, nos dice Olivia de Miguel, Marianne se reserva sus sentimientos porque tiene demasiados, aunque tampoco podemos calificarla de “poeta contenida”, pues en ella la emotividad alcanza su máxima expresión en la descripción de los detalles: después de todo, la página en blanco no es un estadio de béisbol. A quienes le echan en cara haber desterrado el sentimiento amoroso de su poesía, Marianne Moore parece responderles, no sin ironía: “Si me dices por qué el pantano/ parece infranqueable, entonces te/ diré qué pienso que/ puedo atravesarlo si lo
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intento.” (“Puedo, podría, debo”, (“Oh, ser un dragón”, 1959). Otra característica muy evidente de la poesía de Marianne es la intertextualidad que en cierto modo honra a la poesía con la que supuestamente ha roto vínculos: la romántica. Lo mismo echa mano de versos o fragmentos de grandes autores –poetas y novelistas– que de las líneas de algún artículo, incluso de conversaciones privadas, las cuales entrecomilla: “Uno de los efectos de la intertextualidad –explica De Miguel– consiste en preservar el texto antiguo en la nueva obra; pero en Moore lo citado se integra al nuevo texto y modifica sus viejos valores ofreciendo otros nuevos”. No busca ecos, a diferencia de Eliot o Pound, sino una resignificación, una apropiación que le permite equilibrar, a través de contrastes, su pensamiento con un precedente. Suzanne Clark, quien estudió el rechazo de los modernistas hacia lo sentimental, observó en Marianne un manejo muy distinto de la misma negación: el empleo “democrático y antijerárquico” de las citas, de tal suerte que en su poesía esas voces anónimas entrecomilladas, entre las que destacaban dichos de su madre que Marianne recopiló en una libreta, pueden confundirse con Emerson, Tolstoi, Plinio o Henry James, sin que el más avezado lector apenas lo note. Forjó su prestigio como poeta a través de las revistas. Su primer libro demoró en publicarse porque no se interesó en ello, como si se sintiera conforme con el nivel de reconocimiento logrado. Fue Eliot el primero en sugerirle editar una compilación de su obra poética, a través de una carta fechada el 19 de abril de 1921, a lo que Marianne respondió: “Su invitación me tienta, a pesar de que sé que no tengo nada que deba aparecer en forma de libro […] Pero tener amigos es lo más importante para mí, su aprobación es más valiosa de lo que puedo expresarle.” Ese mismo años, sus amigas Winifred Elleman (Bryher) y H.D. Doolittle, la convencen de publicar en Londres su primer libro titulado simplemente Poems. Tres años más tarde, The Dial Press le editará el segundo, Observations, acreedor al Premio Dial. En 1925 ocupará la dirección de esa misma revista, cargo en el que permanecerá los siguientes cinco años, durante los cuales publica controversiales artículos de crítica sobre literatura y artes plásticas. Su tercer libro, Selected poems, no aparecerá sino hasta 1935. El también poeta Donald Hall (1928) afirma: “Cuando se aclama unánimemente a M. M. como una virtuosa de la técnica, no se dice lo más importante”, ¿y qué era más importante que eso, según Hall?: “Su vida de soltera impecable, sin amores conocidos y su resistencia a utilizar la pasión amorosa como material poético.” ¿Por qué imagino que Marianne, ataviada con alguna de sus corbatas, habrá leído estas afirmaciones con una sonrisa entre displicente y sobria en los labios? Cuando se “jubiló” como editora, obtuvo el Pullitzer con Collected poems (1951), que a su vez se hizo acreedor al Premio Nacional del Libro (1952) y al Bollingen en 1953. Publicó finalmente una docena de libros de poesía, incluyendo uno de ensayos, poco conocido, Homage to Henry James y adaptaciones a tres cuentos de Perrault: “El gato con botas”, “La bella durmiente” y “La Cenicienta”. Marianne Moore nunca se casó y entre sus escasos tesoros figuraba una pelota de béisbol autografiada por Mickey Mantle. Jamás le preocupó ocultar sus “mundanas pasiones” a los “escritores atrapados por la reputación a la hora del té”. Fue mientras presenciaba un partido en el Yankee Stadium que sufrió el derrame cerebral del que ya no se repuso. Murió en Nueva York el 5 de febrero de 1972
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Formada en la UAM-Xochimilco en la carrera de Comunicación Social, luego fotorreportera del diaro Mira, que dirigían Miguel Ángel Granados y Pedro Valtierra, y en muchos más, Patricia Aridjis (Michoacán, 1960) también ha desarrolado una trayectoria como artista visual, cuyo tema esencial son las mujeres. Sus trabajos Las horas negras y Nostalgia de la muerte, entre otros, dan cuenta de ello.
PATRICIA ARIDJIS: LA FOTOGRAFÍA ES MUJER T
José Ángel Leyva* ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
enía siete años cuando murió mamá. La imaginé o la soñé, pero la vi a lo largo de mi infancia. Era una imagen nítida que, postrada en su cama, me llamaba con los brazos abiertos, me acurrucaba en su regazo y me dormía, sin miedo a la oscuridad, sin el dolor de su ausencia. Esa fantasía, quizá la aparición de un ángel, se convirtió en una manera de ver la intimidad femenina. Soy, entre cinco hermanos, la mayor y la única mujer. De haber sido hombre seguramente no hubiese tenido la oportunidad de hacer fotografías propias de un mundo femenino con la misma empatía y confianza. Para mí hay tres elementos a considerar en la fotografía: el que crea las imágenes (fotógrafo), el fotografiado (personaje) y el que observa (espectador). Hay una relación triangular. El observador ve lo que piensa, su percepción de la fotografía responde a su propia historia, a su postura ante la vida, a lo que lo conmueve o altera, a sus intereses, al momento que vive. Hay una correspondencia biunívoca entre el interior y el afuera. Mi búsqueda de imágenes en la realidad está en consonancia con mi propia biografía. De raíces griegas y michoacanas, purépechas y españolas, nací y crecí en Contepec. Allí estudié la primaria en la escuela pública José María Morelos y en la particular, de religiosas, Tata Vasco. Nicias Aridjis Teologou, mi abuelo, fundó familia en ese pueblo donde nacieron sus hijos, entre ellos mi padre Nicias Aridjis Fuentes y mi tío, el reconocido poeta y narrador Homero Aridjis. Mi madre se llamaba María Luisa Perea y falleció a los veintisiete años por una iatrogenia, es decir, a consecuencia de un
error médico. Los cirujanos que la operaron de la vesícula le afectaron el páncreas. Durante años, mi principal miedo era que papá muriera y a menudo soñaba con su muerte. Me despertaba entre sollozos y venía mi madre adoptiva a consolarme, hasta que me vencía el cansancio.
Imágenes femeninas: Las horas negras y Nostalgia de la muerte VINE A CIUDAD de México a estudiar la secundaria en el Colegio Martinak y realicé estudios en la Normal del Colegio Civilización; después obtuve la licenciatura en Comunicación Social en la UAM-Xochimilco. Ejercí el periodismo al mismo tiempo que la fotografía. Comencé a colaborar con fotografías en la revista Mira, en 1992. La dirigía Miguel Ángel Granados junto a Pedro Valtierra. Ingresé durante un período crucial en la vida política del país, cuando tuvieron lugar acontecimientos que eran los prolegómenos de la caída del PRI, de su ocaso, de la descomposición acelerada del tejido social, como el asesinato de Luis Donaldo Colosio, una serie de crímenes políticos que delataban la emergencia de un narcoestado, el levantamiento indigenista en Chiapas, entre muchos sucesos históricos. A partir de ese momento mi actividad central fue como fotorreportera. Mis modelos eran los fotógrafos de La Jornada. Había estudiado fotografía en la carrera de Comunicación, pero entré, para consolidar mi formación técnica, a la Escuela Activa de Fotografía. Continué trabajando para varios periódicos nacionales. Sentía
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que muchos colegas me aventajaban porque habían comenzado su carrera y su oficio muy jóvenes, yo ya no lo era tanto. Sentía el apremio del tiempo y comencé a forjar, de manera simultánea, una obra en el plano de la fotografía documental. Cuando trabajé para Mira inicié La fiesta, un registro de eventos sociales desde una perspectiva estética, más que periodística. Me interesaba la gestualidad social, los rituales de los quince años, de las bodas, de los bautizos. Esas dinámicas culturales en torno a la celebración y el festejo, un tapiz cultural donde se expresan los distintos y más profundos hilos de la diversidad nacional. Desde entonces vivo la Ciudad de México como un manjar visual y aquí surgió el trabajo documental que titulé Nostalgia de la muerte, evocando la poesía de Xavier Villaurrutia. Las horas negras fue el ensayo fotográfico que marcó un antes y un después en mi trayectoria visual. Se trataba de una investigación muy personal; no atendía a encargo alguno. Fue un trabajo muy arduo, de 2000 a 2007, con largas jornadas en los reclusorios para mujeres. Las internas buscan y hallan recursos para sobrevivir a su encierro, a sus condenas. No justifico sus actos, pero entendí en muchos casos los motivos de sus transgresiones. Para lograr mis objetivos tuve que asimilar un largo aprendizaje de respeto y de comunicación, escuchar mucho e ir poco a poco liberando de las celdas imágenes, relatos, mucho dolor, tristezas, alegrías. Me gané su confianza y me permitieron revelar su intimidad, su sexualidad, su maternidad, sus esperanzas. A partir de Las horas negras vinieron otras series en donde la mujer es la protagonista, el personaje central de mi búsqueda. Ojos de papel volando (2012) y Arrullo para otros (2013) sucedieron casi de manera simultánea. Cuando realicé mi más reciente ensayo fotográfico, Mujeres de peso, que no pude exhibir a causa de la pandemia, entré al universo estético de quienes han sido colocadas al margen de los patrones sociales de la belleza; son vistas incluso desde una perspectiva de lo grotesco. Lucien Freud me inspiró para emprender esta serie, pero comencé a ver a otros pintores, como Botero, Rubens, etcétera, que han puesto su atención creativa en torno a la gordura.
“Lo que importa es la búsqueda” CON LA DIGITALIZACIÓN de la fotografía puedes ver en el instante las tomas que acabas de hacer, y
a causa de ello me han pasado cosas muy curiosas. Una chica que trabaja en un table dance, pero en los baños, tiene un cuerpo muy voluminoso, nada que ver con los cuerpos esculturales de las chicas que se exhiben y bailan. Aceptó que la retratara, pero cuando me pidió ver las imágenes, advertí su decepción, no era lo que esperaba. Se vio en mi mirada y no en su fantasía. Hay grupos de mujeres que tratan el tema de su obesidad, colectivizan su condición, socializan su corporeidad. Me espejeo mucho en su mundo interior, en sus inquietudes. En Hermosillo conocí a un grupo que se hace llamar “Las gordiamigas”. Son jóvenes muy bien plantadas, muy claras en relación con el cuerpo. En Ciudad de México hay puntos de reunión por otros motivos, como sucede en el Metro Chabacano, donde hay puestos especializados en ropa de tallas extragrandes. No sólo es el hecho de vender ropa para personas obesas, sino ofrecer prendas que responden a ciertos patrones de la moda. Me apasiona en extremo mi oficio. Nunca me ha preocupado responderme si la fotografía es un arte o es simplemente un lenguaje visual, pero sé que busco algo personal, algo que tenga una intención estética, que provoque una emoción y un placer que vaya más allá del entretenimiento, que obligue a pensar y a revelar una imagen no prevista. Recuerdo cuando vivía en el pueblo, era niña y estaba enamorada platónicamente del monaguillo de la iglesia, quien era mi compañero en la escuela. Él nunca lo supo, pero yo iba a la iglesia para verlo. La fotografía es como esa situación, no puedo dejar de buscarla, no importa si se ha fijado en mí, si advierte mi presencia. Lo que importa es la búsqueda *Escritor, jefe de Publicaciones de la UACM.
Fotos de Patricia Aridjis.
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LA JORNADA SEMANAL
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1930-2020
Mi nombre es Connery,
Sean Connery
Fotograma de Dr. No, 1962.
La famosa saga de espionaje y acción basada en las novelas de Ian Fleming fue protagonizada por primera vez en el cine por Sean Connery, en Dr. No, en 1962. Vinieron otras más y también varios actores que representaron al personaje James Bond con mayor o menor fortuna. Sin embargo, en el gusto mundial, el más memorable sin duda fue el actor escocés nacido en Edimburgo en 1930 y fallecido el pasado 31 de octubre. La semblanza que sigue es apenas un breve homenaje a su carisma y buenos oficios actorales.
Rafael Aviña ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
U
n viernes santo en abril de 1971, Roberto o Correa, compañero de sexto de primaria, ia, hoy cinefotógrafo en Los Ángeles, California, ornia, mi carnal desde 1969 a la fecha, y yo, nos os escapamos de casa –como era Semana Santa, no había permiso de ir al cine– para asistir a la proyección de Sólo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967) con Sean Connery como James Bond, en el extinto Cine Ópera. Al salir de la función ón nada fue igual y, desde entonces, las misiones es fílmicas y literarias de 007 nunca se desprenderían erían de aquellos niños de once años. En esa demencial carrera fílmica comercial, al, sólo una saga consiguió renovarse a pesar de la excexcesiva repetición de sus esquemas. Con veinticinco cinco títulos oficiales, más un trío de curiosas cintas as apócrifas -Casino Royale (1954), Casino Royale yale (1967) y Nunca digas nunca jamás (1983)–, la serie dedicada a James Bond fue capaz de adaptarse rse a los tiempos que corrían, obteniendo verdaderas eras joyas a partir de un género de simple explotación ación y entretenimiento. “El servicio secreto concede licencia para matar a ciertos agentes especiales, otorgándoles como mo identificación el prefijo doble cero. Esta gran responsabilidad la había ganado arduamente James mes Bond, agente 007, llevando a cabo las misiones es más peligrosas, que eran en realidad las únicas quee le atraían.” El texto de presentación que acompañaba añaba a las novelas de Ian Fleming en los años sesenta ta (Editorial Albón, Medellín, Colombia), enmarcan can la síntesis de un mito universal: tal vez, el mayorr héroe de ficción de la literatura de la guerra fría.
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Fotograma de El regreso del agente 007/ Desde Rusia con amor, 1963.
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Fotograma de Sólo se vive dos veces, 1967.
Cínico, mujeriego, atleta consumado, experto en todo tipo de disciplinas de combate y gran catador de vinos, James Bond se trastocaría en una de las grandes leyendas del cine contemporáneo. Concebido originalmente por Fleming en doce volúmenes, más dos colecciones de cuentos que dieron la vuelta al mundo, el 007 cinematográfico se convirtió en el héroe capaz de entablar enfebrecidas batallas en cielo, mar, tierra y cama, en nombre de Su Majestad británica. Un personaje capaz de hacer realidad los deseos más íntimos: destreza en el manejo de armas –desde una Walter PPK hasta armamento nuclear–, y un poder de seducción e improvisación que hacen de su vida una violenta aventura que conduce siempre a una fuerte descarga de adrenalina y otras secreciones. Nadie mejor que Sean Connery para representarlo en la pantalla…
Nacido para ser Bond, James Bond. SE DICE QUE Dana, la mujer de Albert Cubby Broccoli –productor de la saga junto con Harry Saltzman–, quien observaba en rushes las pruebas de actores para elegir al futuro protagonista de El Fotograma de Robin y Marian.
Elemental, mi querido Connery Luis Tovar n caso de que hubieses podido leer estas líneas –algo extremadamente improbable, aun si todavía estuvieras en el mundo de los vivos–, no sería extraño que levantases una ceja, en ese gesto tan tuyo, al descubrir el tuteo que estoy empleando para dirigirme a ti. Me lo permito porque, luego de rememorar tu filmografía, releer tu autobiografía y echar un ojo a la enorme cantidad de textos publicados en todo el mundo a raíz de tu muerte, llegué a la conclusión de que, sin importar los muy numerosos títulos que fuiste acumulando –algunos tan peregrinos como “el escocés vivo más importante” o “el jubilado más sexy del mundo”, pero también el de sir que te dio la corona británica–, lo más agradable para ti debía ser que te llamaran sencillamente por tu segundo nombre: Sean, o puede que el primero, Thomas, del cual por cierto te desacostumbraste siendo muy joven. Por supuesto, como podrás imaginar lo digo también porque, a partir de 1962, aunque el mundo te supiera Connery prefirió pensarte como Bond, James Bond… Así las cosas, espero no
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ser descortés con el tuteo y al llamarte, un poco al estilo escocés, no por tu nombre de pila sino por tu apellido. A propósito de nombres y oficios, no puedo dejar de pensar en esto: era 1953 y faltaba poco menos de una década para que te convirtieras en un icono definitivo de la cinematografía, cuando decidiste que no serías futbolista profesional, a pesar de que ya habías jugado para un club llamado Bonnyrigg Rose, te habían ofrecido probar suerte en el East Fife y, según quienes te vieron en la cancha, eras un mediocampista más que competente, lo cual movió al legendario gerente del Manchester United, Matt Busby –cuyo nombre forma parte de la lista de celebridades sesenteras en la que consiste la letra de “Dig it”, del beatlesco álbum Let it be–, a ofrecerte cien libras mensuales por jugar en el ManU. Puesto que la carrera de un futbolista se apaga por ahí de los treinta años y tú ya tenías veintitrés, fue “una de mis decisiones más inteligentes”, según tus propias palabras. Vaya que acertaste, aunque, al renunciar al balón, más bien pensabas en tu futuro y tu sustento, no precisamente en convertirte en lo que vino después –de todo lo cual difícilmente podrías haberte dado una idea–, y por mi parte agregaría que no resulta extraño, viniendo de alguien con ideas tan claras y prácticas como cabe esperar del hijo mayor de un obrero y conductor de camiones y una empleada de limpieza,
quienes a brazo partido se buscaban la vida en aquella durísima década de los años treinta del siglo pasado. Eso explica también, como lo más natural, que por tu parte hayas ejercido oficios tan dispares: conductor igual que tu padre, repartidor de leche, peón de granja, levantador de pesas e inclusive pulidor de ataúdes en una funeraria, hasta que alguien, como tú participante en una competencia de fisicoculturismo, te sugirió audicionar para un musical. Es verdad que, para ese entonces, ya habías trabajado tras bambalinas en el King’s Theatre, pero es un hecho que tu carrera histriónica, tal como es recordada hoy, aún distaba de comenzar verdaderamente, y eso a pesar de tu debut en 1954, de las tres películas en las que participaste en 1957, en papeles menos que medianos; ni siquiera en los dos años siguientes, cuando te dieron roles algo más relevantes, podía augurársete un futuro como el que estaba a punto de alcanzarte.
Agamenón de Baskerville LO SABES, LO sabemos: a partir de 1962, nacido en la imaginación de Ian Fleming, el personaje conocido como el celebérrimo 007, ese “agente secreto al servicio de Su Majestad”, te abrió para siempre las puertas de la fama, el estrellato, los contratos estratosféricos, la vida privada bajo / PASA A LA PÁGINA 10
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VIENE DE LA PÁGINA 9/ MI NOMBRE ES...
satánico Dr. No (Terence Young, 1962), se sobresaltó al observar al joven y apuesto Sean Connery, un exlechero, exobrero, actor secundario y villano en algunas producciones mediocres. El actor escocés, nacido en Edimburgo en 1930, había aparecido en pequeños papeles en La última noche del Titanic o La gran aventura de Tarzán, como el malvado que enfrentaba al héroe encarnado por Gordon Scott. De hecho, Fleming rechazó la elección de Connery. Para el escritor, el perfecto protagonista de su personaje era David Niven –propósito cumplido en Casino Royale del ’67–; no obstante, el éxito fue arrollador y el primer filme de 007 con Connery desencadenó una histeria colectiva. Y es que Sean Connery había nacido para interpretar a Bond, superando a todos sus sucesores, aun cuando éstos, por cierto, realizarían un trabajo muy bueno. Connery dio vida a las fantasías escapistas de adolescentes y adultos, en una saga políticamente incorrecta hoy en día, que incluía a espectaculares bellezas como Ursula Andress, Daniela Bianchi, Shirley Eaton, Honor Blackman, Mie Hama y más. Con la aventura exotista de Dr. No, ambientada en Jamaica, contrastaba la paranoia violenta y la sexualidad descarnada que rodeó al actor en El regreso del agente 007/Desde Rusia con amor (T. Young, 1963), que incluía una memorable banda sonora de John Barry. En Goldfinger (Guy Hamilton, 1964), Connery mostró sus dotes seductoras y un feroz humor negro que aparece a su vez en aquella célebre secuencia en la que el obeso villano Gert Fröbe
Fotograma de El nombre de la rosa.
VIENE DE LA PÁGINA 9/ ELEMENTAL, MI QUERIDO...
permanente acoso mediático… hasta que te cansaste de los martinis, las untuosas seductoras y el espionaje internacional o, más probable y mucho mejor, soltaste a Bond para demostrarte y demostrarnos que ibas mucho más allá de ser el galán irresistible que llenaba entera la pantalla, porque para entonces te sabías un actor extraordinario y, claro, no querías encasillarte. Sabemos también que Mr. Bond jamás te abandonó del todo ni tú a él –los guiños y las alusiones francas al personaje fueron parte de tu posterior filmografía y, como bien se sabe, volviste al smoking del 007 una vez más, como quien quiere despedirse por todo lo alto –pero, para darse cuenta de que tu registro histriónico era infinitamente superior, bastaría con un par de ejemplos en los que quiero concen-
Fotograma de Los intocables.
amenaza con quemar sus genitales con un rayo láser. En Operación trueno (T. Young, 1965), cuyo tema musical corrió a cargo de Tom Jones, el héroe surca el aire con un cinturón volador y luce a cabalidad su figura al lado de las hermosas Claudine Auger y Luciana Paluzzi. Notable a su vez resulta la escena del jacuzzi donde varias chicas japonesas bañan y rasuran al agente 007 para convertirlo en un asiático, en un filme de acción espectacular como Sólo se vive dos veces.
CONNERY DECIDE DEJAR la saga por temor al encasillamiento en Al servicio secreto de su majestad (Peter Hunt, 1969), protagonizada por George Lazenby, y regresa una vez más con Los diamantes son eternos (G. Hamilton, 1971), usando un bisoñé, ocultando canas y algunos kilos de más. Por supuesto, su escalada en un
hotel de Las Vegas, la persecución automovilística a bordo de un Mustang 71, o la manera en que coloca el reemplazo del casette de computadora del archicriminal Blofeld (Charles Gray), en el bajo bikini de Tiffany Case (Jill St. John), no daban oportunidad al respiro. Protagonista de cintas notables como La colina de la deshonra, Zardoz, El hombre que sería rey, El nombre de la rosa, Robin y Marian, Atmósfera cero o Los intocables, Sean Connery abandonaría al personaje de 007 para, más tarde, autoparodiarse en su regreso como James Bond en Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner, 1983). Su muerte coincide con la doble moral del cine comercial actual, sus correcciones políticas e inclusiones forzadas, como la elección de la actriz británica afrodescendiente Lashana Lynch como la nueva 007. Con Sean Connery se va una leyenda que jamás olvidaremos
trarme si me lo permites, para no hacer de ésta una misiva tan interminable como la propia saga bondesca. Un poco a contrapelo de lo que cualquier cinéfilo promedio supondría, no voy a referirme a tu desempeño en Los intocables, desde luego magnífico y que, por cierto, la academia hollywoodense aprovechó para lavarse la cara luego de no reconocer tu trabajo durante décadas. Pero daba lo mismo que no lo hubiese aprovechado. Mucho menos hablaré del homenaje que Steven Spielberg y George Lucas tuvieron el gesto honorable de hacerte con el papel de Henry Jones senior, porque es lo menos que podía esperarse de ellos. De los que prefiero hablar es de dos papeles tuyos entrañables que, a mi modo de ver, son un reflejo mucho más fiel de tu espíritu artístico, capaz de abarcar un arco amplísimo. El primero es discreto y la gran mayoría lo tiene muy olvidado: tu Rey Agamenón en Bandidos del tiempo, esa delicia fílmica creada por la pandilla formidable que fue Monthy Phyton. La anécdota es conocida y quien ha visto la película lo sabe: todo surgió de una broma hecha por Michael Palin, coprotagonista y guionista, que cuando llegó a tus oídos te hizo aceptar de estupendo grado desempeñar un papel secundario. Fue una maravilla constatar que fueras capaz de tomarte el pelo a ti mismo, con todo y el sir y aquello del “más sexy” y blablablá. El otro papel que, a mi modo de ver, te permitió sacudirte ahora sí por completo la sombra cerocerosietesca, es en definitiva tu William de Baskerville en El nombre de la rosa. Ya lo habías desplegado desde algunos años atrás, pero a partir de entonces consolidaste un carácter que, de alguna
manera, se trasvasaba de personaje a personaje en varios filmes: el de mentor histriónico, guía infalible y alto ejemplo para cualquiera que te acompañara. El primero fue Christian Slater encarnando a tu discípulo Adso de Melk y, como sabe cualquiera, al mismo tiempo tú y él eran Sherlock Holmes y el doctor Watson, sólo que instalados en el siglo XII, en el esplendor de la Edad Media tal como la concibió Umberto Eco en su célebre novela homónima. Mira cuántos nombres o, mejor dicho, cuánto talento convocado: un medievalista y novelista extraordinario, quien por cierto no puso ningún pero a tu interpretación de su creatura ficcional; un narrador británico todavía más notable –y otro sir, por cierto: Arhtur Conan Doyle–, clarísimamente aludido; un director cinematográfico francés minucioso hasta el esteticismo –Jean-Jacques Annaud–, y finalmente tú mismo, llevando en tus espaldas el peso entero de una mega producción que, en aquellos años ochenta, dejaba boquiabiertos a los gringos que se creían los únicos no sólo capaces, sino incluso autorizados para emprender proyectos de tales dimensiones. Así es como quiero y como, de hecho, más me sucede recordarte: saliendo de la biblioteca en llamas de aquel monasterio, afligido, extenuado, cubierto de hollín pero victorioso y en el fondo feliz porque pudiste rescatar de ese holocausto de papel algo del conocimiento humano. Me da por imaginar que, si algo similar sucediera con la filmografía mundial, con toda seguridad habría un Baskerville/Connery desesperado y haciendo cuanto pudiera por evitar la extinción total; me gusta imaginar que la suerte es generosa y una de las cintas que se salvan es, precisamente, El nombre de la rosa. Elemental
Más allá de Bond
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LA REBELIÓN DE LA CARNE De Ausencia, María Luisa Mendoza, unam, México, 2019.
E
Alejandro Badillo |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
l año pasado Socorro Venegas, directora general de Publicaciones y Fomento Cultural de la UNAM, echó a andar la colección Vindictas, una serie de libros que pretenden recuperar obras de escritoras que, por distintas razones, han quedado fuera del mapa del canon literario y, por supuesto, lejos de las nuevas generaciones de lectores. Es loable que la UNAM asuma la labor de enriquecer la memoria literaria de país a través de estos redescubrimientos. A veces, sometidos a la dictadura de la novedad, las instituciones del Estado se diferencian poco de la oferta comercial siempre volátil y con criterios de venta rápida. El título número tres de la colección es De Ausencia, de María Luisa Mendoza (Guanajuato, 1931-Ciudad de México, 2018). La autora, quizás para muchos conocida por su trabajo en el periodismo, escribió varios textos de ficción que, por desgracia, son casi inconseguibles. De Ausencia, quizás la obra más conocida y publicada en 1974 en la famosa Serie del Volador de Joaquín Mortiz, es una gran novela que se nutre de la experimentación del siglo XX y que, además, dialoga con varias tradiciones y estilos. La trama de la novela –contada por la autora al periodista cultural Miguel Ángel Quemain en el libro de entrevistas Reverso de la palabra (El Nacional, 1996)– tiene un detonante real: el asesinato de un hombre acaudalado a manos de su amante y un minero. La historia, consultada por Mendoza en los archivos del padre Marmolejo, en los que se cuentan más de cien años de historia de Guanajuato, pasó de una noticia de nota roja a un delirante entramado de voces, tiempos y lenguajes. Teniendo como guía el barroco del autor cubano Alejo Carpentier y la atención al detalle de Proust, entre muchas otras referencias y ejercicios intertextuales, la autora nos cuenta la historia de su heroína, Ausencia Bautista, hija de Gerundio Bautista, un hombre que pasó de la pobreza a la riqueza gracias a la minería en el estado de Guanajuato. A partir de ahí, la vida de la mujer estará marcada por el hedonismo y la exploración sensorial del mundo que la rodea, marcada por los placeres de la carne. Hay varios elementos que sirven de guía para analizar De Ausencia y destacar su importancia en nuestras letras. El más relevante es la voluntad de hacer del lenguaje un acontecimiento único. Para María Luisa Mendoza las palabras existen sólo para retorcerlas, jugar con ellas, mezclarlas, unirlas en combinaciones imposibles y, sobre todo, usarlas para crear imágenes que se mueven en el terreno de la poesía, en lugar de la prosa
informativa a la que nos tienen acostumbrados muchos autores. La vida de Ausencia Bautista es siempre mediada por el lenguaje que explota en artificios sensuales que, sin ningún pudor, dan cuenta de las indagaciones eróticas de la protagonista. Además, la vocación sensorial se traslada también a otros elementos narrativos: la descripción de Guanajuato –particularmente la ciudad de Irapuato–, el detalle en los espacios en los que se mueven los protagonistas, como si estuvieran en escenarios brillantes, profusamente decorados. Al igual que otras obras de la época que renunciaron al realismo para entregarse a la fabulación, De Ausencia no reconoce más límites que la inventiva. Por otro lado, plantea un personaje revolucionario incluso para la época en que fue publicada la novela: una mujer que lleva su sexualidad hasta las últimas consecuencias y que, incluso, es capaz de cometer un crimen cuando se siente abandonada. En lugar del castigo habitual o la predecible inmolación de la heroína, María Luisa Mendoza le sigue dando cuerda a su protagonista hasta su último viaje en el Gigantic, un guiño al famoso barco hundido en 1912. Quizás esta apuesta radical, realizada con una prosa desinhibida y barroca, que en los setenta fue ignorada, encuentre en esta nueva oportunidad los lectores que se merece
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Leer
HISTORIAS DE INFAMIAS E INFAMES E Historia nacional de la infamia. Crimen, verdad y justicia en México, Pablo Piccato, Claudia Itzkowich (traductora), cide/Grano de Sal, México, 2020.
Ramón Gutiérrez Villavicencio |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
n la actualidad, el crimen ha invadido los medios de comunicación desde periódicos, cine, televisión y hasta libros. A medidados del siglo xx, en México, se conocieron los nombres de varios criminales, quienes por su manera de actuar estremecieron a la sociedad mexicana. Goyo Cárdenas es, probablemente, el más conocido hasta la fecha. La atmósfera tétrica que creó este criminal ha generado una gran atracción tanto en el ámbito popular, como en el científico, cultural y social. Por su significación expresiva pasó de la nota roja a los libros. Prueba de esto es el libro Historia nacional de la infamia. Crimen, verdad y justicia en México, de Pablo Piccato, cuyo título alude de inmediato a Historia universal de la infamia, de Jorge Luis Borges, libro que parte de una perspectiva absoluta en el sentido de que la infamia trasciende a un espacio y tiempo determinados. Sin embargo, Piccato utiliza el término nacional como rasgo particular y distintivo de México: crimen, verdad y justicia como formas de relación en un escenario donde la maldad, la injusticia y la violencia han sido el común denominador. El libro da cuenta de sucesos y personajes transgresores de la justicia, desde los años veinte hasta los años cincuenta del siglo XX. En primera instancia se revelan los sucesos históricos y, en segundo lugar, los crímenes en los que se puede conocer a los perpetradores a través de fotografías y recortes de periódico de la época. Cada transgresor es identificado por la forma de actuar o por un rasgo particular: puede ser un alias o un nombre dado por la sociedad o la prensa. Si bien es cierto que desde finales del siglo XIX aparecen en los periódicos los relatos de crímenes, fue a mediados del siglo XX cuando cobra fuerza el periodismo policíaco. El autor hace un buen trabajo de investigación y la contextualiza a través de un recorrido por el quebrantamiento de la justicia por parte del Estado y la sociedad, por el crimen a nivel nacional ejecutado por pistoleros y por gente en apariencia sin intenciones de cometer un delito. En el plano de la ficción, el libro tiene un apartado sobre el crimen en la literatura, donde se hace una revisión de las novelas más representativas del género policíaco en México. De esta manera, se presentan dos formas de ver al crimen; por un lado está la veracidad documental y, por otro, la ficción, que da un significado análogo de los personajes. Así, aparecen los nombres de
Roberto de la Cruz, Filiberto García y Armando H. Zozaya, personajes entrañables del género policíaco nacional que, por su personalidad, (re)plantean el significado de la justicia. Pablo Piccato es uno de los mejores estudiosos del crimen en México y prueba de ello es Historia nacional de la infamia. Crimen, verdad y justicia en México, donde los informes, evidencias, testimonios, análisis de la información, demuestran que el crimen ha sido objeto de estudio para varias disciplinas. Por ello, se reflexiona sobre la realidad vista como ficción y viceversa, dado que el criminal transforma su fantasía en una ideología posible, mientras que la literatura recrea realidades infinitas
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En nuestro próximo número
RUBEM FONSECA Y LA SEMANAL DESTREZA DEL TRAZO LITERARIO SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA
Arte y pensamiento
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Las rayas de la cebra / Verónica Murguía
Una postal para mi gato HACE UNOS DÍAS leí una nota acerca de las pésimas condiciones en las que opera Correos de México. En el artículo se destacaba un fenómeno que todos hemos experimentado: en México las cartas se pierden o tardan años en llegar. Además, paquetes de toda laya se extravían. El sitio de internet de Correos no ha sido actualizado desde el año de la canica y las oficinas postales parecen calabozos. La nota terminaba con la afirmación de que una contienda electoral como la que se ha llevado a cabo en Estados Unidos con votos enviados por correo, sería imposible de realizar en México, porque Correos no sería capaz de cumplir materialmente con semejante empresa. La nota me interesó mucho porque soy escritora, amo las novelas epistolares y pocas cosas me conmueven como las cartas antiguas, aquellas escritas por manos que son polvo hace siglos. Me gusta practicar caligrafía. Tengo buena letra y una ortografía más que decente. Soy rollera, me gusta dibujar, la textura del papel me hechiza. Soy, pues, una escritora natural de cartas. Alguien aficionado a escribir cartas no tiene el mismo temperamento que quien sólo escribe correos electrónicos o mensajes de Whatsapp. Pocas cosas me incomodan más que el autocorrector o la función ésa que termina las oraciones automáticamente en el correo electrónico. Los escritores de cartas nos fijamos en la letra, el papel, la redacción, los timbres. Además, se supone que lo que se escribe en una carta está protegido por el secreto de correspondencia o secreto epistolar. Así, nuestra privacidad está amparada por la ley, situación opuesta a la de la correspondencia en las redes sociales, en la que la carta es, a partes iguales, tanto de Google como del autor. El correo, además, no es adictivo, a diferencia del email o el Whatapp. Por eso, mi vínculo con el correo es intenso y tempestuoso. He escrito cartas a las autoridades del correo para quejarme o preguntar cosas (las respuestas merecen un artículo aparte) y estimo mucho al cartero. Correos de México es la red social que yo elegiría para mantener el contacto con el mundo si mantuviera un mínimo de eficiencia, pero no lo tiene. Todo se pierde. Lo he comprobado empíricamente, cuando me dio por leer a John Le Carré. Después de leer sus libros llegué a la conclusión de que yo no había vivido. “Apenas puedo con mi existencia –pensé–, y éstos (los espías del MI6) tienen siete identidades eficientes.” Como los espías se mandaban cartas a sus propios domicilios para darse cuenta de cómo funcionaba el correo de los países donde andaban de incógnito, me puse a mandar postales a mi abuela. También envié dos a mi propia casa. Llegaron sin novedad. Pero esto ha cambiado: ahora, echar la carta al buzón es igual de incierto que tirar la botella famosa al mar. Ya había hecho algo parecido, cuando le envié una postal a mi gato desde Pátzcuaro, sólo por el gusto absurdo de hacerlo. Llegó, días después de mi regreso. La recibí y se la fui a leer al gato, quien no hizo caso. Entonces me olvidé del correo hasta que se extravió un grueso sobre lleno de dibujos, fotos y páginas manuscritas que le escribí a mi sobrino en un viaje. Si el lector ha comprado cosas por internet estará enterado de que hay comercios que se niegan a tener tratos con México, porque se suele dar por perdida la mercancía y ellos tienen que reembolsar al cliente. Compartimos la lista con países como Iraq, República Democrática del Congo, Burkina Faso, Siria, Afganistán, lugares hundidos en conflictos armados, alejados de cualquier norma mundial. ¿Por qué estamos así? Sepa. No debería ser. Pero hoy enviaré otra postal al gato. La pondré desde una oficina del sur de la CDMX. Dice: “Querido T .F.: Hoy que te escribo todavía no se sabe si Trump ganó las elecciones. Eso me causa tristeza y asombro a partes iguales. Hay frío en Coyoacán. Te quiere con todo el corazón: la señora que te da la comida.”
La otra escena / Miguel Ángel Quemain
Los habladores virtuosos de David Olguín EL DESPLIEGUE dramatúrgico, su dirección y la antología de estilos actorales, de gestos y matices que David Olguín ha puesto en El milagro, con escenografía de Gabriel Pascal, es una de las muestras de lo teatral más relevante de 2020: Los habladores. Lo es no sólo por la capacidad de mostrar la diversidad literaria de uno de nuestros dramaturgos más importantes, sino también por su diversidad de registros y recursos, por la posibilidad que tenemos de que esos textos se afirmen y diluyan bajo la dirección de escena del propio autor en la contemplación misma de su trabajo escénico y de la lectura que propone un conjunto de actores que son antología de lo mejor que ha dado la actuación nacional contemporánea. Olguín ha reunido a una serie de intérpretes que podrían conformar una Compañía Nacional de Teatro que nos representaría. No quiero decir que sean los únicos ni tampoco afirmar estúpidamente que sean los mejores. Los mejores no existen más que el más simplista marco comparativo de la televisión comercial, en esa dinámica del apuntador que se piensa expresión de nuestro patrimonio escénico. Son únicos en tanto lo logrado por cada uno habiendo recorrido escenarios, directores y experimentadores escénicos, sí representa uno de los modelos actorales más ricos de la experiencia finisecular mexicana y del siglo XXI. En el conjunto reunido por Olguín en El Milagro se muestra una parte muy significativa de nuestro patrimonio actoral. Algunos apoyados por el Estado, otros sólo con el estímulo de su estado vital y creativo, pero se trata de un proyecto sostenido por el Fonca en el marco del Sistema de Apoyos a la Creación y a proyectos culturales, lo que permite a todos los involucrados compartir un pastel que prestigia y le da sentido a nuestras instituciones culturales que, esperamos, encuentren una brújula en estos tiempos de cambio, pues no parecen saber muy bien cómo acompañar ni acompañarse con los creadores. Es evidente que no se quiere repetir el gesto patriarcal y docilizador del
salinismo, pero no se sabe muy bien qué hacer con la crítica, el humor y la creatividad insumisa, la cual está más en un orden transfronterizo que local, en lo que corresponde a nuestros artistas más significativos por duraderos y visionarios. Todos con sus caritas desplegadas en un cartel que los contiene para informarnos que se atreven a sostenerse en un escenario sanitizado y aceptan que la vía del streaming se conserve como alternativa para los que han decidido esperar una vacuna, también para los que no viven en Ciudad de México ni en el país, y también para documentar y dejar registro de estas experiencias que, sin ser pandémicas, sí las enmarcan tiempos anómalos, de melancólica y persecutoria extrañeza. El programa que nuestros lectores podrán ver todavía este fin de semana y el próximo tiene diez monólogos y un epílogo. Todas son obras cortas, pero de largueza suficiente para que se borde una historia con la complejidad para tejer en el espaciotiempo escénico la hondura de un personaje, un mundo simbólico, un acontecer y un modelo de vida psíquica que siempre nos cuestiona. Este fin están Sergio Zurita (El secreto), Laura Almela (Los galenos), Raúl Villegas (#Lordtapabocas), Bertha Vega (Casting Café) y Diego Jauregui (La herencia). Jueves y viernes, 20:30, sábado 19 y domingo, 18 horas, hasta el 22 de noviembre. Cada uno de los trabajos presentados desde el 29 de octubre está en las antípodas del standup. Con todo y que el humor, la intensidad trágica, la comedia, la farsa, en fin, el desfile de géneros podría en apariencia formar parte del recorrido anímico de un estandupero de calidad, esto es teatro, teatro que pone en aprietos en cada función la herramienta del actor. No es un tejido de ocurrencias ni chistoretes fáciles frente a un público perezoso que se ríe ante el acontecer de lo idéntico y de lo mismo. Es totalmente la riqueza ancestral del monólogo en un fluir de conciencia que se sabe en riesgo y es capaz de sobreponerse en el absoluto desagarramiento
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14 15 de noviembre de 2020 // Número 1341
Arte y pensamiento
ProsaIsmos / Orlando Ortiz
“Lanchitas”, de José María Roa Bárcena SIEMPRE HE SENTIDO como algo descabellado, excesivamente descabellado, seguir criterios políticos, morales o ideológicos para calificar una obra literaria o artística. Está probado históricamente que tales exabruptos desembocan en aberraciones espantosas. Debe haber excepciones, pero no menudean. Un ejemplo de lo anterior, creo, es el de José María Roa Bárcena, autor olvidado casi y bastante marginado, no por la calidad de sus escritos literarios, sino por sus convicciones. Algo parecido pudo sucederle a Rafael Bernal, pero El complot Mongol borró de un plumazo su militancia sinarquista, de la cual nunca renegó. Eso, y que el volumen de su obra es considerable. El caso de Roa Bárcena es diferente; escribió poesía pero sus textos más importantes discurren por la prosa, sobre todo la narrativa e histórica. Bastante célebre es su libro Recuerdos de la invasión norteamericana en México; también destacan Leyendas mexicanas y su Historia anecdótica de México. Estrictamente literarios son Noches al raso, Lanchitas, Combates en el aire y El rey bufón, así como una primera novela (con fallas implícitas en esta categoría), La quinta ideal, en la que sus propósitos doctrinarios le ganan a los literarios. Algunos liberales contemporáneos suyos aseguran que “fue uno de los paladines de las ideas conservadoras en la prensa; pero ha tenido el orgullo de haberse retirado del combate sin haber escrito nunca en tales diarios ninguna de esas diatribas, ninguno de esos artículos en que el insulto y la calumnia son el hilo de la trama de que se vale el periodista”. Lo respetaban liberales de la talla de Ignacio M. Altamirano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio... en fin, colegas de la pluma, con los cuales colaboró en ese ámbito. Católico pleno, fue de los que se afanaron para traer a Maximiliano, pero se deslindó de él cuando el “empeorador” mostró su inclinación por conservar las leyes de carácter liberal que se suponía habría de desaparecer. Fue excelente traductor y, al decir de Menéndez Pelayo, “pocas veces se ha visto Byron en castellano tan bien interpretado, y quizás, ninguna mejor”. Estudioso continuo, a sus sesenta años le interesó estudiar latín y llegó a traducir con pulcritud a Horacio y a Virgilio. Lo sorprendente es que, según escribe Riva Palacio en Los ceros, “no estudió en colegio alguno; lo que sabe lo debe a sus propios esfuerzos y a su inteligencia”. Quienes están más allá de banderías y dogmas, consideran a Roa Bárcena el primer escritor mexicano que le da al cuento una orientación definida y ya con los rasgos del cuento moderno. A eso agregaría yo que también es pionero del cuento de horror, con sus narraciones “El hombre del caballo rucio” y, desde luego, el más conocido y mencionado por los asiduos a la literatura mexicana: “Lanchitas”. Es curioso que el solo nombre de estos relatos para nada insinúa su macabra temática. En el primero, lo sobrenatural y demoníaco está ligado tanto a la bestia (el caballo rucio) como a su jinete; el discurso se realiza con un vocabulario preciso y conocedor de lo rural y las faenas campestres, pero ahí se percibe ya su preocupación por mantener una tensión continua y creciente que avanza de un aparente costumbrismo a lo fantástico y macabro. (En un momento parecería estar emparentado con el cuento “Encuentro pavoroso”, de Manuel J. Othón, pero en éste lo macabro se desvanece muy pronto y se cae, a pesar de haber alcanzado en un momento dado tintes macabros extraordinarios.) Roa Bárcena en ningún momento se desdice de lo lúgubre y lo lleva a sus últimas consecuencias: lo demoníaco. En “Lanchitas” está de nuevo lo sobrenatural, aunque toda la primera parte del texto transcurre como un historia sencilla protagonizada por un simpático sacerdote, del cual deriva el nombre del cuento, no porque haya sido marino, sino por su apellido: Lanzas, que llevado al diminutivo termina como “lanchitas”. Algo fortuito ubica a este personaje en lo espectral e inexplicable, lo que transforma por completo su carácter y su vida cotidiana
Las pequeñas épsilon Odysseas Elytis El milagro perdido CERCA DE AGUAS que fluyen, alguna vez, en el destellante follaje, se dijeron las primeras palabras de adoración que confesó el hombre tras el largo sueño de animal. Y desde el espasmo del perro hasta la palpitación del Ángel se erigió, verdadero eje de la vida, el Amor, para medir nuestro alejamiento de la Tierra, nuestra vocación y capacidad para buscar el Paraíso. Ya no estamos en la época en que de Suzette Gondart Hölderlin creaba su Diotima, o en que Novalis encontraba la “realidad suprema” en la aureola de una chiquilla de trece años, su prometida prematuramente desaparecida, Sophie von Kuhn. Sin embargo, uno se pregunta: todos aquellos elementos de la exaltación, de la adoración, del sacrificio, de la unión con lo divino que entonces una cabeza iluminada bastaba para absorber ¿que fue de ellos? ¿Es posible que se hayan perdido para siempre de nuestro interior? No, no; el ser humano no cambia tan fácilmente, y si en nuestros días el milagro se ha vuelto inaccesible, no significa que los elementos que lo constituyen hayan dejado de existir. Simplemente luchan con desesperación en nuestro interior sin encontrar salida. Y es precisamente desde su turbación que vemos subir a la superficie tantos nuevos infortunios: la angustia, la locura, el vacío, la desesperanza, la nada. Así, poco a poco, a pesar de los poetas y de los creyentes, se esparció la argamasa del racionalismo en toda la extensión infinita de la imaginación. La única verdadera realidad se escapó por debajo de nuestras piernas. Y el joven de nuestra época quedó amordazado, impotente, condenado a complacerse con el Infierno como los cerdos con el lodo. Algo peor: quedó privado de la única posibilidad que creía que el rechazo de las supersticiones le había proporcionado: su plenitud erótica. Porque, faltaba más, no sólo existe el esperma de la perpetuación que de pronto ganó el derecho de desperdiciar con la mayor facilidad; existe también el otro esperma, el invisible, que encierra todas las fuerzas profundas del ser humano para superarse a sí mismo y que, según la oposición que encuentran en su dispersión hacia el mundo exterior, se vuelven al final las fuerzas del Bien o del Mal que definen nuestro destino. Actualmente nos encontramos en el total desnudamiento del cuerpo, no de su ropa, sino de su sentido secreto. Y el espacio del discurso erótico, de espacio de éxtasis superior, se ha vuelto espacio de tedio y de valores anulados por la inflación. Al parecer, será necesario que lleguemos hasta el último extremo del absurdo al que nos condujo nuestra divinidad racional, para que devolvamos la vida a su verdad esencial y para que vuelvan a encontrar nuestros sentidos su santidad perdida. Entonces tal vez de nuevo, con el paso de los años, cuando la Tierra completamente desecada se resquebraje y se desborde por sus grietas el otro cielo, el oculto en su interior, tal vez entonces vuelva el hombre a inclinarse con verdadera pureza sobre la criatura amada. Para que se iluminen sus entrañas y pueda pronunciar en voz alta las palabras de adoración que, en tiempos difíciles, totalmente solo en medio del desierto, apenas se había atrevido a deletrear: ¡Luz del amor! ¡Aun sobre los Muertos tu Oro haces brillar! * Friederich Hölderlin: “Quejas de Menón por Diotima”, fragmento III Versión y nota de Francisco Torres Córdova
Arte y pensamiento Bemol sostenido / Alonso Arreola
T : @LabAlonso / IG : @AlonsoArreolaEscribajista
Descarga cultura UNAM “DAMAS Y CABALLEROS, tengo que anunciarles una grave noticia. Por increíble que parezca, tanto las observaciones científicas como la más palpable realidad nos obligan a creer que los extraños seres que han aterrizado esta mañana en Nueva Jersey son la vanguardia de un ejército invasor procedente del planeta Marte... Señoras y señores, esto es lo más terrorífico que nunca he presenciado [...] ¡Esperen un minuto! Alguien está avanzando desde el fondo del agujero... Alguien... o algo surge lentamente... Puedo ver escudriñando ese hoyo negro dos discos luminosos... ¿son sus ojos? Puede que sean una cara... Puede que sea...” ¿Cree nuestra lectora, nuestro lector, que estas palabras ocasionarían hoy un caos en aquella ciudad estadunidense si fueran transmitidas en vivo por una gran emisora de radio? Hace ochenta y dos años el gran Orson Welles presentó una adaptación de la novela La guerra de los mundos, de Herbert George Wells, en la estación CBS de Nueva York. Lo hizo con su grupo teatral Mercury, una bola de locos con quienes puso en pánico a casi doce millones de personas que durante la transmisión juraron que se trataba de una cobertura noticiosa real. Se dice que allí comenzó la leyenda de quien haría El ciudadano Kane, esa película maravillosa. Pues bien. Tenemos la fortuna de poseer un vinilo con la grabación original de Welles. Un acetato que conseguimos hace unos años en la que es considerada la mejor tienda de vinilos del mundo: The Record Collector, ubicada en Los Angeles, en la zona de Melrose. En aquel momento la comentamos aquí, compartiendo parte de nuestra conversación con su dueño. Visítela en internet. Quita el aliento por su tamaño, distribución de espacios e inmensa colección, integrada con los remanentes de los grandes sellos discográficos que durante la Jauja de la industria fonográfica dominaban esa zona de la ciudad. Otra joya que conseguimos en aquella visita californiana fue el acetato Quite Early One Morning, de Dylan Thomas, grabado en voz del propio poeta. Allí suena su voz en los famosísimos versos: “Do not go gentle into that good night. Rage, rage against the dying of the light.” Esto nos hizo pensar en los otros escritores que habitan nuestra pequeña fonoteca, sea en casete, disco compacto o vinilo. Siempre hemos disfrutado escuchar literatura en voz alta, con o sin música de fondo, algo que personalmente hemos abordado en algunas invitaciones que nos han hecho. Recordamos una sesión reciente para ipstori.com y otra más vieja para Descarga Cultura UNAM, cuyo catálogo es de verdad maravilloso. Allí nuestro asunto de hoy. Reviviendo el espíritu de sus emblemáticas grabaciones en la serie Voz Viva (tenemos varios de sus acetatos originales), hoy se puede encontrar una enorme variedad de autores que leen su propia obra incrementando un acervo disponible para escucharse en línea o para descargarse gratuitamente. Así, a las voces de Inés Arredondo, Ricardo Garibay, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Jaime Sabines, Alfonso Reyes, Vicente Leñero o Juan José Arreola, se suman ensayos, conferencias, poesía, dramaturgia y novela universal, así como colecciones específicas de literatura iberoamericana, francesa o indígena. Autores en náhuatl, otomí, zapoteco, totonaco, tzotzil o maya, entre otras lenguas, se integran a las creaciones de Ernesto Cardenal, Tomás Segovia, Carlos Montemayor, Marco Antonio Campos, Emiliano Monge, Enrique Serna, Sandra Lorenzano y nuestros colegas de casa Verónica Murguía y Francisco Torres Córdova, por nombrar algunas de las miles de voces que animan este portal inmensurable, valiosísimo para transitar por el encierro cuando abrir la boca se ha vuelto tan peligroso. Hay que decir, además, que también se ofrece música orquestal de grandes compositores: Strauss, Mozart, Stravinsky, Satie, etcétera. Dicho esto, le invitamos a que visite ya mismo descargacultura.unam.mx para que, usando su eficiente buscador, invoque a mucha de la mejor imaginación mexicana reviviendo en sus oídos a tantos autores cuya huella sigue haciendo vibrar el aire. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos
LA JORNADA SEMANAL 15 de noviembre de 2020 // Número 1341
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Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars
Morelia 18 (II de III) LAS SIGUIENTES SON otras tres de las nueve películas que participaron en la sección oficial de largometraje mexicano de ficción del reciente Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM18), cuya ganadora fue Sin señas particulares (Fernanda Valadez, 2020). A propósito, una fe de erratas: en la entrega pasada, por error se atribuyó la fotografía a Clarice Jensen, autora de la música. El estupendo trabajo en la cámara es de Claudia Becerril.
De diosas, fuegos y máscaras internas PUEDE AFIRMARSE que con Rencor tatuado (2018) Julián Hernández dio inicio si no a una nueva etapa en términos absolutos, sí a una búsqueda creativa novedosa en su ya larga filmografía; también cabe considerar que dicha búsqueda se reafirma con La diosa del asfalto (2020), su trabajo más reciente. Sin renunciar del todo al esteticismo visual que tan caro y útil le ha sido –con el apoyo sustancial del cinefotógrafo Alejandro Cantú–, ahora Hernández se enfoca más en el argumento, la trama y el desarrollo narrativo, para beneficio de la propia cinta cuyo guión, por cierto, no pertenece al autor de Rabioso sol, rabioso cielo, sino a Susana Quiroz e Inés Morales, para la segunda ocasión en que Hernández realiza en cine una historia concebida por alguien más. En cuanto a la referida búsqueda del cineasta, hay otras afinidades entre Rencor tatuado y La diosa del asfalto: en ambas, la o las protagonistas son mujeres, y en las dos se trata de alguna variante de la venganza. Aunque en cada caso dicho acto de reivindicación va dirigido en contra de alguien en particular, es plausible valorarlo simbólicamente como una suerte de desquite femenino, cuyas integrantes se las cobran al resto del mundo, incluyendo la posibilidad de que ese pago de factura lo asuma otro personaje femenino, como es el caso en La diosa del asfalto. Con Fuego adentro (2020), su tercer largometraje de ficción, Jesús Mario Lozano recurre a una ortodoxia narrativa que no era el principal atributo de sus filmes previos, en los que primaba una intención más experimental y, por lo tanto, de mayor osadía. Empero, la opción a transitar por senderos narrativos diríanse convencionales no le vino mal a Fuego adentro, dada la naturaleza de aquello que cuenta: esa suerte de destino inevitable al que se condena todo aquel que entregó vida y suerte al narcotráfico, sin importar que, en algún momento y por cualquier razón, quiera practicarse el abandono, la apostasía de ese mundo sórdido de leyes no escritas pero inexorables. Bien contada en tér-
minos generales, la historia de este anónimo dealer y sicario que busca escapar de lo inevitable es tan sencilla como ir de un punto A a un punto B, y así la desarrolla Lozano, a quien acaso habría que reprocharle un par de morosidades iniciales definitivamente inanes, así como cierta tardanza para arribar a un clímax previsible y esperado, que se retrasa por la inclusión de pequeñísimas subtramas, casi meros apuntes, que dan la impresión de no ser necesarios. Por su parte, con Fauna (2020), Nicolás Pereda reafirma diversas constantes, tanto formales como de contenido, que ha venido exhibiendo en sus filmes previos –Perpetuum mobile, Los mejores temas, ¿Dónde están sus historias?, por mencionar sólo tres de los nueve en su haber, incluyendo Fauna. Además de culminar un proyecto más con su equipo histriónico de cabecera, lleva mucho más adelante algo que se bosqueja desde sus primeras propuestas: una mirada intradiegética que busca entender, enriqueciéndolo al mismo tiempo, el hecho narrativo en sí, entendido como la puesta en escena de la cotidianidad más simple sólo que desdoblada en la representación que todos, en algún momento o constantemente, hacemos de nosotros mismos. En ese sentido, y valiéndose de un abordaje minucioso y calculado, Fauna se propone también como una teoría de la actuación, que es decir de la máscara y la esencia última del individuo. (Continuará.)
LA JORNADA SEMANAL
16 15 de noviembre de 2020 // Número 1341
Un vampiro junto al mar Cuando en México todo mundo hablaba de open mind y de respeto y tolerancia a la sexualidad del “otro”, Luis Zapata, el recientemente fallecido escritor guerrerense, autor de la ya clásica novela El vampiro de la colonia Roma (1979) enfatizaba que la literatura es asexual, no así sus temas. Siete noches junto al mar, novela de Luis Zapata publicada hace exactamente dos décadas, fue el motivo de esta entrevista, hasta hoy inédita, realizada en su casa de Cuernavaca. La publicamos como mínimo homenaje a uno de los autores más emblemáticos de la literatura mexicana.
Entrevista con Luis Zapata ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Foto: Twitter@cultura_mx
–¿Qué entrega Luis Zapata en Siete noches junto al mar? –Una colección de cuentos o una novela, según se quiera ver. Son cuatro narradores que se platican historias en Pie de la Cuesta. Como no tienen televisión ni nada moderno en qué entretenerse, se entretienen contándose historias (como se entretenía la gente desde tiempos inmemorables ¿no?). Son historias que les han pasado a ellos, a conocidos. He publicado en muchos lugares estos relatos, en el Dominical que dirigía Rafael Pérez Gay, en La Jornada, en la revista Mala Vida, dirigida por ti, donde quiera que se ofrecía, les echaba un cuento. Muchos los eliminé. Decidí agruparlos porque primero los empecé a escribir sueltos, agrupados por narrador, después se me ocurrió integrarlos por noches. Algunos me sobraban o no se ajustaban a la idea que tenía, incluso sucedió con muchos que ya estaban publicados. –Cuando hablas de esta selección, ¿qué tan riguroso te consideras, cómo trabajas? –Se debe ser riguroso desde antes. Soy ligeramente obsesivo, trabajo desde la escritura misma, de esa manera medio maniática empecé a trabajar en el Dominical con esos relatos. Me gusta pasar en limpio un cuento y volverlo a hacer. Para elegir el material traté de que fueran temas que no se repitieran de uno a otro; ese fue un criterio, digamos, que así, creo, fue riguroso. Hay situaciones que a uno le gusta especialmente narrar. Ese era un criterio. Había algunos cuentos o relatitos que eran pesimistas o vinculados al rencor o a una venganza y los descarté, la idea era hacer una cosa jocosa, divertida. Me costaba trabajo, siempre es muy difícil decir “esto ya no lo voy a publicar”.
Ricardo Venegas ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
–Hay una sensualidad masculina en tu obra. ¿Qué piensas del lector?, ¿crees que está preparado para esta sensualidad sui generis? –Yo pensaría que sí, pero la realidad dice que no. Sucedió algo curioso. El editor me dijo el otro día que en Sanborns habían rechazado el libro por considerarlo pornográfico, cosa que a mí me dio mucho gusto y a él no, porque ahí se le fue una buena parte de las ventas, ¿no? Esto me dio la impresión de retroceso en el tiempo. El vampiro de la colonia Roma, que publiqué en 1979, fue prohibido en Sanborns, nunca lo quisieron vender. Han pasado muchos años, piensa uno que la gente no se puede asustar, y dices: ya no hay manera de provocar. Pero cuando ves que sí, a mí me da mucho gusto, algún tapete se le movió a la gente de Sanborns. No sé, uno puede creer una cosa, a mí se me hace completamente natural escribir así, manejar el tipo de sensualidad o de
sexualidad que trabajo, pero para mucha gente parece que no, que al contrario, los irrita. –¿Cómo te sientes viviendo en Morelos? –No conozco bien el ambiente literario de Morelos ni de ningún estado, vivo en Acapulco pero tampoco conozco a mucha gente. No estoy vinculado a grupos, a escritores o al medio literario, tengo pocos amigos escritores, no participo en la vida literaria pública, tampoco creo en la división de regiones de la literatura, es algo que me molesta. Por ejemplo, hay lugares en los que la gente tiene muy acendrado un regionalismo, tiene cierto rechazo no a lo extranjero sino a lo que es de otro estado. No me gusta eso porque empobrece. –¿Tienes algún proyecto de escritura? –Acabo de terminar una novela sobre una escritora que fue actriz y que de pronto se iluminó, empezó a hacer teorías y a escribir libros sobre cosas más bien esotéricas; es una novela extraña porque no hay una historia propiamente, es casi un monólogo, no del todo, donde expone sus visiones y algunas anécdotas de su vida; es, sobre todo, una exposición teórica, no demasiado rigurosa. –¿Algún título posible? –“Como que no quiere la cosa”