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Caminos del flamenco

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Libertad 1945

Libertad 1945

SOLEÁ MORENTE y Miguel Poveda. O si le parece mejor: Miguel

Poveda y Soleá Morente. Dos voces maduras, aún jóvenes, que viven la herencia de una cultura esencial. Dos artistas elocuentes capaces de dialogar con los principales actores de una música en movimiento, inquieta, inefable, presente siempre. El flamenco. El eco de un estrecho paso de agua por el cual se vincularon rezos, cantes, instrumentos, especias, costumbres.

Soleá y Miguel. Comenzamos con ellos porque fue así, escuchándolos hablar y cantar, como inicialmente nos cautivó esta espléndida serie de Televisión Española: Caminos del flamenco Un trabajo de diez episodios lanzado en enero de 2022 que apenas descubrimos por sus repeticiones y por estar disponible en el portal de la televisora (www.rtve.es). Un material que por su enorme calidad audiovisual quedará como referente para entusiastas, melómanos y expertos interesados en el pulso del flamenco durante la primera mitad del siglo XXI.

Se trata de programas de una hora en los que aparecen cantaores legendarios del género tradicional (Duquende, Remedios Amaya, El Granaíno, Carmen Linares, José de la Tomasa, El Pele, Fosforito); lo mismo que pioneros en la experimentación con otros instrumentos (el flautista Jorge Pardo, el bajista Carles Benavent, el pianista Chano Domínguez, el violinista Ara Malikian, el compositor Joan Albert Amargós, el cantautor Joan Manuel Serrat); que bailaores y bailaoras (Israel Galván, Belén López, Farruquito, Olga Pericet); que guitarristas notables (Chicuelo, Riqueni, Habichuela); que personalidades de la música urbana y del pop (Rosalía, Kiko Veneno, Ratón, Carmona, Carrasco, Pablo López); que familias de abolengo (los Habichuela, los Morente, los Heredia).

Todo ello sale en esta serie documental. Cierto. Pero sobre todo salen las ciudades. Las calles, callejones y farolas. Los parques. Los bares y tablados. Las iglesias. Los balcones con su vieja herrería, con sus flores. Portones y postigos. Patios interiores. Azulejos. La gente. Personas que pasan de largo, distraídas, ornamentando el excepcional trabajo de quienes se preocupan por emplazar bien una cámara, por iluminar detalladamente una habitación, por sonorizar impecablemente una estampa fugaz e irrepetible.

Así es. Viendo este programa, el flamenco parece tan vivo. Sin embargo, varios de los invitados dicen que no tanto. Que la gente lo valora más afuera. Que son los extranjeros quienes más lo consumen. Que las nuevas generaciones ya no lo sienten tan suyo. Y nos cuesta trabajo creerlo. Suena tan sofisticado. Tan hermoso. Tan dulce y arrebatado a un mismo tiempo. Pero es tan exigente. Hay que decirlo. Tocar esas falsetas en una guitarra. Redoblar los tobillos a esa velocidad. Forzar tanto la garganta y la memoria. Esas cosas exigen un compromiso que, sin remuneración, puede consumar un peligroso declive.

Dicho ello, queda claro que quienes pasan por estas conversaciones y comparten su talento con Soleá y Miguel, tienen algo en común: el gusto por la historia, el nombre de quienes los antecedieron en la punta de la lengua, las ganas de añadir su propia huella, su aporte a una actualización natural. Digamos que no ven al flamenco como algo puro ni estático. Lo sacan del tinglado para llevarlo a espacios cuya valía arquitectónica justifica un replanteamiento, una comunión profunda.

Cádiz y sus puertos. El Mediterráneo. Granada. Barcelona. De Triana a Sevilla. Jerez de la Frontera. Madrid. Córdoba. De Huelva a Badajoz. Cualquier lugar de estos ha sido bueno para albergar y transformar al flamenco. Todos le han aportado un giro, un estilo distinto. Sólo imagine, lectora, lector, que el son veracruzano fluyera por todo nuestro territorio y que al paso de los años cada región le hubiera agregado algo... Pensarlo es ocioso. México es demasiado grande y el género menos ambicioso. Es cierto: los flamencos gritan, exageran, se exhiben con aires religiosos. En fin. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ●

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