SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 23 DE MAYO DE 2021 NÚMERO 1368
UN GIGANTE LLAMADO
GUILLERMO PRIETO Marco Antonio Cuevas Campuzano
Por los rumbos de Porfirio Barba Jacob Carlos Framb
Jonathan Swift y la falsedad de lo público Ricardo Guzmán Wolffer
Rainer Maria Rilke contra la muerte masiva Alejandro García Abreu
LA JORNADA SEMANAL
Portada: Rosario Mateo Calderón.
2 23 de mayo de 2021 // Número 1368
UN GIGANTE LLAMADO GUILLERMO PRIETO “Si en la historia de México hay un personaje emblemático que puede considerarse un campeón de la supervivencia humana en un mundo adverso, ese es Guillermo Prieto”: así define Emilio Arellano, uno de sus muchos biógrafos, al enorme literato, periodista, legislador y amigo entrañable de ese otro gigante que fue Ignacio Ramírez el Nigromante. Nacido en Ciudad de México en 1818, junto a Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, el referido Nigromante y otras figuras intelectuales, de manera destacada quienes formaron la célebre Academia de Letrán, en Guillermo Prieto encarna lo mejor de una labor crucial para la consolidación de un país que, como México, vivió casi entero el siglo xix entre asonadas, guerras fratricidas, invasiones, dictaduras y despojos. En el enorme legado de Prieto, pensador liberal de pura cepa, descansa mucho de lo que hoy nos define como nación; en su honor ofrecemos a nuestros lectores esta entrega.
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POR LOS RUMBOS DE PORFIRIO BARBA JACOB Remembranza de un poeta colombiano de nombre Miguel Ángel Osorio Benítez y seudónimo famoso, Porfirio Barba Jacob (1843-1942), las calles y lugares donde estuvo, su talante y figura, sus contemporáneos y amigos en Ciudad de México, entre otros, Alfonso Reyes, Torres Bodet, José y Silvestre Revueltas, Antonio y Alfonso Caso, Renato Leduc, Edmundo O’ Gorman, Pedro Garfias y Octavio Paz.
Carlos Framb* ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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l 24 de octubre de 2016 arribé a Ciudad de México, la región más transparente del aire, según apuntara Humboldt en su diario de 1804 ante la cautivadora visión del Valle del Anáhuac. Tras registrarme en un hotelito cerca del Monumento de la Revolución, salí a pasear por las inmediaciones de San Juan de Letrán, sector a medias comercial y residencial, de vetustas edificaciones de varios pisos y uno que otro vestigio del esplendor colonial. Anduve por Ayuntamiento, Luis Moya, Dolores, Vizcaínas, Regina, San Jerónimo… calles que un siglo atrás vieron deambular la desgarbada figura de Porfirio Barba Jacob. El barrio no es lo que era en tiempos del poeta, no se oyen los pregones de los vendedores de periódico ni el tintineo de campanas del tranvía, no existen más las fonditas de San Juan de Letrán ni el Canadá, café de chinos de la calle Dolores que frecuentaba, ni esa cantina oscura y alargada de Bucareli, La Mundial, donde solía reunirse con escritores del grupo del Excélsior, ni la cantina Royalty en Avenida Juárez e Iturbide, donde se citó con Leonardo Shafick Kaím, bello
LA JORNADA SEMANAL 23 de mayo de 2021 // Número 1368
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Nadie logró recuperar su esencia como lo hicieron Arévalo Martínez en su relato El hombre que parecía un caballo, y Fernando Vallejo en El mensajero, minuciosa biografía del poeta que da cuenta de su soledad, sus viajes y desventuras y de su paso por incontables alojamientos, hoteles, hoteluchos y pensiones de Ciudad de México. joven de origen libanés, un atardecer de marzo del año treinta y dos. ¿Cómo olvidar a Barba Jacob y la magia de su palabra? Entre quienes lo conocieron y escucharon dejó una huella indeleble. Para Rafael Arévalo Martínez, que conoció y departió con Rubén Darío, Chocano, Neruda y Asturias, el de Barba Jacob fue sin embargo el encuentro más notable de su vida. Muchos planearon escribir un libro sobre aquel personaje inolvidable, pero nadie logró recuperar su esencia como lo hicieron Arévalo Martínez en su relato El hombre que parecía un caballo, y Fernando Vallejo en El mensajero, minuciosa biografía del poeta que da cuenta de su soledad, sus viajes y desventuras y de su paso por incontables alojamientos, hoteles, hoteluchos y pensiones de Ciudad de México. Aquel cuartucho miserable, en las inmediaciones de la calle Regina, la lóbrega “mansión” de San Jerónimo 113, aquellos aposentos del último piso, vasto salón de altos techos con dos balcones de ventanas góticas que daban a Bucareli, la pensión de la calle Luis Moya 59 donde rentaba el cuarto del balcón de en medio de los tres de la segunda planta que dan a la calle, y donde vivió por dos meses sin pagar, el hotelucho de la calle de Aranda, ya derruido, el Hotel Jardín, de la calle del Pensador Mexicano número 1, situado en inmediaciones del Teatro Blanquita, cierto hotel de nombre olvidado y calle en pendiente, la casa de dos plantas en la calle de Naranjo de la colonia Santa María la Ribera, la casa de la calle de Córdoba, el apartamento de la calle del Chopo, la buhardilla de Fray Bartolomé de las Casas, el edificio Muriel, de las calles Pino Suárez y República del Salvador donde rentaban cuartos y donde vivieron varios meses Barba Jacob y Rafael sin pagar, el hotel Washington, el Gillow, el Gual, el Aída, el lujoso hotel de la calle Madero donde fueron a visitarlo Carlos Pellicer y José Vasconcelos…
Un sol brillante en el Hotel Sevilla PERO EN NINGUNO se quedó tanto como en el Hotel Sevilla. Busqué el número 78 de la calle Ayuntamiento. La vasta casona de dos pisos sigue en pie, convertida en plaza comercial. Vallejo, en 1980, la visitó siendo aún hotel, aunque había cambiado el nombre a Hotel Sevillano. Barba Jacob vivió en dos ocasiones en el Sevilla, entre 1935 y 1936 y entre 1940 y 1941, cuatro años en total. “Ocupaba un amplio cuarto del segundo piso, sin
baño, pero ordenado y limpio, y con dos ventanas, las dos de la derecha entre las cinco que daban a la calle.” Durante sus años en el Sevilla, la habitación de Barba Jacob fue lugar de encuentro de la vida citadina. Políticos, borrachos, marihuanos, pintores, periodistas, limpiabotas, papelerillos y poetas desfilaban por el cuarto de Barba Jacob, donde él brillaba como un sol. Entre muchos otros, Alfonso Reyes, Rafael Helidoro Valle, Torres Bodet, José y Silvestre Revueltas, Antonio y Alfonso Caso, Renato Leduc, Edmundo O’Gorman, Pedro Garfias, un joven Octavio Paz e incluso los futuros mandatarios Luis Echevarría y Adolfo López Mateos. Al calor de unas copas y envuelto en volutas azuladas, Barba Jacob ladeaba la cabeza y con voz profunda, sonora y ceremoniosa que acompañaba con lentos movimientos de sus largas manos descarnadas, empezaba a hablar, a transfigurarse, a deslumbrar a todos con sus versos y sus truculentas historias tal una centelleante cascada de piedras preciosas. El 2 de enero de 1942, diez días antes de morir, Barba Jacob fue bajado en brazos de sus amigos de la habitación del Hotel Sevilla y trasladado a un apartamento frío y vacío de la vecina calle de López. Sabiendo que le quedaba poco de vida, su hijo adoptivo Rafael y Conchita, mujer de éste, deseaban que su querido poeta tuviera un mejor lugar para recibir visitas. Uno de los últimos que lo vio con vida fue otro poeta colombiano, Germán Pardo García: A las nueve de la noche lo vimos por última vez. Salimos de su cuarto para darle aviso al maestro mexicano Enrique González Martínez de la muerte inminente de Porfirio, cuyo rostro, al alejarnos de su alcoba y mientras en el umbral dudábamos, presa como lo éramos de una pena extraordinaria, se volvió para mirarnos fijamente, cubiertos ya los ojos por una fría neblina y el pecho en trágica agitación, incapaz de resistir los golpes finales de una larga enfermedad que le arrasó los pulmones.
Al caer la tarde busqué el número 82 de la calle de López. A manera de silencioso homenaje, me recogí unos instantes ante el portón de doble hoja de ese viejo edificio de apartamentos donde Barba Jacob entró en el Reino de la Perpetua Sombra, la gélida madrugada del 12 de enero de 1942 l
Carlos Framb* Colombia, 1964. Narrador, ensayista y poeta, entre otros títulos es autor de la novela Del otro lado del jardín.
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4 23 de mayo de 2021 // Número 1368
Los juegos de la memoria pueden ser muy serios y certeros, aunque su materia esté hecha de datos, acontecimientos, sensaciones o imágenes que en realidad a veces no ocurrieron como los recordamos. Esta aparente “inconsistencia” pone en relieve lo maleable que podemos ser nosotros y la realidad misma, y es motivo de reflexión en este artículo.
A
caso los llamados primeros recuerdos no pueden ser sino préstamos que recibimos, cuando no los hurtamos para apoderarnos de ellos dándonos la ilusión de haberlos vivido. ¿Cuántas veces mi madre no me habrá dicho: “acuérdate qué novieras eran tus tías, te llevaban al parque de Las Américas para pasearse con el novio”? Y, todavía ahora, medio siglo después, sigo creyendo haber visto a mi tía Gloria o a mi tía Luz empujando mi columpio y darle bastante vuelo para que yo pudiera seguir balanceándome sola. Sigo viendo, con la misma claridad, el automóvil de un amigo de Gloria. Un auto mágico que se transformaba en reloj de pulsera que el joven se ponía en la muñeca de su mano izquierda. Y de ese mismo reloj vi surgir las apariciones de un carro convertible y de un coche antiguo. Recuerdos prestados, regalos que recibí sin pedir, son más nítidos que las imágenes donde dejo de ver con los ojos de los otros y comienzo a mirar con mis ojos. Oigo la voz tintineante de mi madre platicar. La escucho cuchichear con mi padre para no despertarme. Veo un pájaro azul irse volando de la azotea donde estoy junto a papá mientras me cuenta que pájaro y duendes saltimbanquis deben irse lejos de nosotros. Lloro. Primer secreto, iniciación en el terreno oscuro de los ocultamientos. De acuerdo, duendes y aves pueden venir a visitarme en secreto. Sin que mamá lo sepa. ¿Por qué mamá se niega a que vengan a jugar conmigo los duendes? ¿Qué quiere decir “visiones”, “loca”, “cuentos”, “mentiras”? Los recuerdos prestados parecen conservarse mejor que los vividos. Acaso porque son imaginarios no sufren la erosión del tiempo. Mientras que los propios cambian, se desvanecen, se reaniman, crecen, se avejentan, salen de un desván donde dormitaron durante años, y vuelven, irreconocibles, fulgurantes, enmascarados, imponentes y pálidos como fantasmas. Si un recuerdo ofrecido puede revelarse falso, no por ello desaparece tras la verdad. Cuando trato de acordarme de las primeras imágenes que tuve de los rostros de mis padres, me veo obligada a recurrir a fotografías o películas tomadas en mi infancia. En cambio, las imágenes del accidente de papá siguen vívidas como si hubiesen sucedido
Vilma Fuentes ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Los espejismos de la memoria apenas ayer. Viví durante cuarenta y tantos años pensando que Roberto, mi padre, al ver venir el camión chato que lo atropelló, alcanzó a empujar a Elodia, su mujer, para salvarla a ella y, por tanto, a mí. Veo las escenas del accidente, relatadas por mi madre, con la nitidez que ofrecen las imágenes de una película vista muchas veces, aprendida de memoria cada una de sus escenas, fijadas en la memoria, inmutables. Veo el brazo de Roberto empujar a su esposa lejos del camión chato y recibir el choque del vehículo en su cráneo. Miro a mi padre tirado en la calle, inconsciente, sangrando. Veo a mi madre, jovencísima, embarazada, inclinarse sobre el cuerpo tirado en el pavimento. Oigo la sirena de la ambulancia. Los camilleros de la Cruz Roja informan, con la frialdad de la gente acostumbrada a tratar a diario con la muerte, que ellos sólo recogen heridos. Los muertos son asunto de la Cruz Verde. En la calle, debe ser Bucareli, se juntan los mirones. Entre ellos, unos periodistas colegas de Roberto. Hay un corte en el film. La escena es ahora en un hospital. El doctor Sánchez Garibay, un médico militar, está dispuesto a trepanar el cráneo del joven en estado de coma. Si no lo hace, Roberto, si no muere, puede quedar ciego y paralítico de por vida. El accidentado corre el riesgo de perder la vida durante la trepanación, pero es la única posibilidad de sacarlo adelante. Elodia debe decidir a sus diecisiete años. Es responsable legal de Roberto, pues están
casados por lo civil y el matrimonio otorga la mayoría de edad a la joven. Oigo incluso los gritos de mi abuela paterna, quien se opone a la operación. Durante cuarenta y tres años vi esta película donde Roberto, en un acto heroico, salva a su amada y a la criatura aún no nacida que llevaba en su seno. De pronto, en un instante, frente al ataúd de mi padre, fallecido por la mañana de un miércoles de ceniza, día de la bandera para colmo de ironía, mi madre decidió confesarme que mintió. “Tu papá ni siquiera vio venir el camión. Yo alcancé a saltar para escapar al choque.” “¿Por qué contaste entonces que quiso salvarte poniendo en riesgo su propia vida?” “Yo creí que tu papá estaba muerto y se me ocurrió que era más romántico si contaba eso. Yo era muy joven, y eso era como vivir una historia de amor, pensé.” Casi me echo a reír, ahí, en pleno cementerio, cuarenta y tres años después del accidente. Si mi padre hubiera muerto, el acto heroico seguiría siendo la única verdad. Pero sobrevivió y, casi medio siglo más tarde, mi adorable madre quería cambiarme la película. Lo más curioso es que sigo viendo el gesto heroico, que nunca vi, como si realmente hubiese sucedido. Como quedó en mi memoria a lo largo de casi medio siglo y sigue ahí, más real que lo real, con la densa realidad de las cosas y los seres imaginarios y, por tanto, perennes l
LA JORNADA SEMANAL 23 de mayo de 2021 // Número 1368
JOSEP CARNER UN POETA CATALÁN EN MÉXICO
Nabi, “verdadera obra maestra de la lírica del siglo xx”, del poeta catalán Josep Carner ( 1884-1970), es el eje de esta reflexión no sólo sobre el poema mismo, sino también sobre la relación que el autor pudo tener en México (estuvo en nuestro país como refugiado durante la Guerra civil española) con algunas de las figuras tutelares de la cultura nacional en ese tiempo: José Gorostiza, Jorge Cuesta, Carlos Pellicer, Octavio Paz y Alí Chumacero.
José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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H
ace un poco más de cincuenta años –el 4 de junio de 1970– murió el gran escritor catalán Josep Carner. Salvo los especialistas en cuestiones del exilio español, pocos tienen presente que Carner vivió en México, exiliado de 1940 a 1945, junto a su segunda esposa, Emilie Noulet, especialista en Paul Valéry (de quien fue secretaria), y que escribió una obra de teatro con motivo mexicano, Misterio de Quanaxhuata, se vinculó a El Colegio de México y a la Universidad, donde dio clases. Su labor como diplomático fue ejemplar y se mantuvo leal a la República española. En 1945, acabada la guerra, regresó a Europa y residió en Bélgica, donde murió. Para muchos historiadores literarios, Carner es el fundador de la poesía catalana moderna. En él convivieron una mirada progresista y democrática con una profunda religiosidad y un firme catalanismo. Si lo traigo a estas páginas ahora es porque en México se publicó en una muy hermosa edición, como todas las de la editorial Séneca, animada por José Bergamín, su poema extenso Nabi, verdadera obra maestra de la lírica del siglo xx. Dos cosas llaman la atención de ese poema en su edición mexicana. La primera, lo poco explorada que ha sido la relación, si la hubo, con los poetas mexicanos, en especial con los que escribieron, bajo la sombra de El cementerio marino, poemas extensos de singular importancia –pienso, desde luego, en José Gorostiza y Muerte sin fin, pero también en Jorge Cuesta y el Canto a un Dios mineral, en Carlos Pellicer y sus Esquemas para una oda tropical, y en los más jóvenes Octavio Paz con Piedra de sol y Alí Chumacero con Responso del peregrino. Así fuera en los pocos años que pasó en nuestro país, seguramente lo conocieron y leyeron Nabi. No es que haya muchos puntos en contacto con los de los contemporáneos, Cuesta, Pellicer y Gorostiza, ni con Paz, a pesar de la lectura común de Valéry. Los hay más con Chumacero, por el carácter dramático de los textos y por el catolicismo presente en ellos, casi con rasgos litúrgicos y por la melodía que los recorre cercana a la plegaria. “Nabi” quiere decir profeta en hebreo y el texto está inspirado en el episodio bíblico de Jonás (en el cual la ballena es sólo una parte) y consiste en un largo ruego/reclamo a Dios. La musicalidad del poema es tal que cuando se lo lee uno siente el impulso de decirlo en voz alta, de ponerlo en escena, aunque sea para uno mismo. La profecía no cumplida no deja de ser profecía y el Dios capaz de prometer inusitados castigos de refinada crueldad puede ser también –es– el Dios del amor y del perdón. Es inevitable leer el poema en el trágico horizonte histórico en que fue escrito, la Guerra civil española y la segunda guerra mundial. Como la Antígona, de José Bergamín o la de María Zambrano. La cultura española, como la mexicana, tiene en su centro la religiosidad cristiana, así encarne en mitos griegos, y para los escritores católicos (como lo fueron Carner, Bergamín y Zambrano) hablar del terrible papel de la Iglesia en los conflictos bélicos requirió un gran esfuerzo intelectual y emotivo, al tratar de entender el desgarramiento humano. A estas alturas de la presente nota, el lector pensará que ya me olvidé de la segunda cosa que quería mencionar. El poema publicado por Séneca fue escrito –más que traducido– por el propio Carner en español (la versión catalana fue publicada casi simultáneamente unas semanas antes, creo que en Buenos Aires) y ha sido traducido del catalán al español por otros autores.
Josep Carner.
No es este el lugar para hacer un ejercicio comparativo de las dos versiones carnerianas, y de éstas con las terceras, pero sí vale la pena señalar que una de las cosas que el poema pone en juego es precisamente la traducción, pues en cierta manera el habla de Jonás traduce la voz de Dios, por lo que le da mayor densidad a lo que el texto plantea. (No es, tampoco, la única vez que ocurrió esa doble escritura catalán/español en México –en Cataluña es un hecho frecuente–: otro caso notable aquí es el Ecce homo, de Agustí Bartra, en donde también existen dos versiones debidas al propio poeta). A pesar de la extrañeza y lo poco que se conoce el poema entre nosotros, Nabi debe ser considerado en la edición mencionada, en cierta manera, un poema de la literatura mexicana, no porque me obsedan ni el afán nacionalista ni la necesidad de apropiación, sino porque el diálogo sincrónico en aquellos años era aquí muy rico y diverso. Por ejemplo, me gustaría saber si Carner leyó a López Velarde y, si lo hizo, qué pensó de La suave patria. Como sabemos, el extraordinario texto del escritor zacatecano no ha sido, salvo contadas excepciones, una de ellas, Alfonso García Morales, bien leído fuera de nuestras fronteras. Es cierto que en Carner hay un clasicismo que lo diferencia de, por ejemplo, j. v. Foix, diez años más joven, y que está más cercano a la estética de Juan Ramón Jiménez que a la de López Velarde, pero la pregunta me sigue rondando: ¿lo habrá leído? López Velarde, de quien el año que viene se cumplirá el centenario de su muerte, tiene en muchos de sus –a un tiempo– melancólicos y juguetones poemas la labor de ese truchimán entre una lengua y otra, entre una palabra y otra, incluso desde el propio idioma. Sabemos que la capacidad adjetiva del zacatecano es a la vez sorpresiva y de una precisión extraordinaria. Carner es también un preciso “adjetivador” de emociones, dramático a veces, pero nunca melodramático, al grado de que la cualidad se transforma en carácter en sus textos l
LA JORNADA SEMANAL
6 23 de mayo de 2021 // Número 1368
RAINER MARIA RILKE
CONTRA LA MUERTE MASIVA E INDISTINTA Sin duda, releer a Rainer Maria Rilke (1875-1926) nunca será en vano. En el contexto de la pandemia, que por desgracia ha masificado los decesos, la voz del poeta, en su famoso libro Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, reivindica el derecho a una muerte individual, íntima, personal.
Hôpital Hôtel-Dieu
Retrato de Rilke pintado dos años después de su muerte por Leonid Pasternak.
Alejandro García Abreu ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
RELEO A RAINER Maria Rilke (Praga, 1875-Valmont, 1926) inevitablemente durante la pandemia de Covid-19. Adam Zagajewski (Lwów, actualmente Ucrania, 1945-Cracovia, 2021) afirmó en Releer a Rilke: “a nuestro entender, la suya es en sí misma el mejor ejemplo de vida de un artista moderno y quizá el modelo más puro y perfecto en su infatigable búsqueda de la belleza”. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge participa de la reflexión autobiográfica. El joven danés Malte Laurids Brigge, de veintiocho años –los mismos que tenía Rilke en ese momento–, habita en el quinto piso de un edificio de alquiler en París, en la rue Toullier, la misma en que se había alojado Rilke entre agosto y octubre de 1902, recordó Juan Calatrava (Granada, 1957) en Arquitectura escrita. Calatrava tiene la certeza de que nada manifiesta mejor “la tensa articulación entre el ahora y el entonces, entre la actualidad y el recuerdo, entre París y Dinamarca, que los lugares marcados por la muerte, que constituyen un tema central de la obra. Frente a la muerte genérica, indiferenciada, masiva, de la ciudad moderna, Rilke reivindica el derecho a la muerte individualizada, a la muerte propia de cada uno, tan personal como la vida. La primera tiene su lugar adecuado en el París fantasmal, transfigurado, de Rilke: ese Hôtel-Dieu, sede de la muerte estandarizada propia de la metrópolis de las multitudes: ‘A veces se tiene la sensación de que en esta inmensa ciudad hay ejércitos de enfermos, multitudes de moribundos, pueblos de muertos’, había escrito en 1902.” Maurice Betz (Colmar, 1898-Tours, 1946) evocó el Hôpital Hôtel-Dieu en Rilke à Paris [Rilke en París]: “El hospital más antiguo de París, el HôtelDieu, está situado en la Île de la Cité, cerca de la Cathédrale Notre-Dame. Durante el período en el que Rilke se encontró con el hospital, las hermanas agustinas cuidaron a los enfermos. Proporcionaron alimento y refugio a un ejército de inválidos cuyos sufrimientos en el camino hacia sus puertas y detrás de sus ventanas Rilke interpretó de manera memorable. Debido a su céntrica ubicación, el Hôtel-Dieu acogió los casos
de emergencia y aún hoy cumple esta función, aunque con un número de camas muy reducido. Estos hospitales, con sus poblaciones encarceladas de presos espectrales con túnicas blancas, también se irritaban con la sensibilidad mórbida de varios poetas contemporáneos de Rilke, como Georg Trakl y Maurice Maeterlinck. Rilke afirmó: ‘En esos primeros días, encontré hospitales por todas partes. Detrás de los árboles, en todas las plazas, se encontraban estos largos y monótonos edificios’.” Betz continuó: ‘Hôtel-Dieu era el principal punto de recogida de todas esas ‘marionetas rotas’, los restos humanos anónimos y no reconocidos y los restos de la ciudad cuya intensidad expresiva individual lo fascinó, consternó y agotó.” Rilke defendió el derecho a la muerte individualizada y se opuso a la muerte masiva, estandarizada, y reclamó su significación.
La enorme producción de la muerte “TENGO MIEDO. Contra el miedo hay que hacer algo cuando lo siente uno. Sería horrible caer enfermo aquí y que se le ocurriera a alguien llevarme al Hôtel-Dieu, donde moriría de seguro”, escribió Rilke en Los apuntes de Malte Laurids Brigge. El vínculo de las impresiones rilkeanas del Hôpital Hôtel-Dieu con la actualidad es inefable: “Este excelente Hotel es muy viejo, ya en tiempos del rey Clodoveo, la gente moría ahí en unas cuantas camas. Ahora se muere en 559 camas: claro que son muertes al mayoreo. En tan enorme producción la muerte ya no se ejecuta con tanto cuidado; pero ¿qué importa? Lo que cuenta es la cantidad. ¿Quién se preocupa hoy en día por el buen acabado de una muerte? Nadie. Hasta los ricos que podrían darse el lujo de una muerte ejecutada con esmero, empiezan a ser descuidados e indiferentes. El deseo de tener una muerte propia se está volviendo cada vez más raro. No tardará en ser tan raro como el de una vida propia. Llega uno y encuentra una vida ya hecha: sólo falta ponérsela.” En Perro. Vida de Rainer Maria Rilke, Albert Roig (Tortosa, 1959) escribió: “Él decía que la tarea del poeta era afianzar la confianza en la Muerte, más allá de los placeres y esplendores de la vida, quería volver a la Muerte más clara y evidente, como si fuera una cosa callada y viva que podemos coger y modelar con las manos, con las más bellas palabras, con las más viejas mentiras.” Fundado en 651, tras 1370 años de prestar servicios de salud, el Hôpital Hôtel-Dieu atiende actualmente a pacientes de Covid-19. Durante la pandemia actual destaco que Rilke se opuso a la muerte masificada que percibimos cotidianamente. La enfermedad hace multitudinaria la muerte. Rilke fue un defensor de su indispensable intimidad. Lamentaba que la gente fuese despojada de ese derecho. Por ello fue consumido por el terror al pensar en los enfermos fantasmas del parisino Hôpital Hôtel-Dieu l
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JONATHAN SWIFT
Y LA FALSEDAD DE LO PÚBLICO Retrato de Jonathan Swift por Charles Jervas.
Injustamente recordado sólo como autor infantil por Los viajes de Gulliver, entre otros, ya en el siglo xviii el narrador irlandés Jonathan Swift hablaba sobre la mendacidad de políticos y seguidores. Su pluma es muestra de que el humor, en el caso de la sátira, instruye más que lo solemne.
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Ricardo Guzmán Wolffer ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
onathan Swift (Dublín 1667-1745) gustaba de ver lo risible incluso en lo trágico. Mostrar lo caricaturesco de una persona o situación sirve más para su comprensión que si el objeto a estudio se tratara con solemnidad. “El arte de la mentira política” es ejemplo de ello. Establecer que mentir puede ser un arte es un contrasentido. Quizás el burócrata mendaz deba hacer uso de dotes histriónicas para presentar datos falsos como reales, pero de ahí a establecer que quien altera la verdad hace una obra artística en sí misma, es una burla propia del estilo de Swift. Parte del divertimento de la obra es buscar en la falacia un esquema sistémico, como si los políticos mentirosos formaran parte de un proyecto organizado, así presentado para facilitar la comprensión de quienes engañan a los gobernados. Swift establece una tipología y disecciona el alcance y formas de los falaces públicos. Y es que, refiere, el alma humana tiene una proclividad a la malicia: nos gusta constatar que hay personas peores que nosotros mismos y la mentira es un medio para identificar a esos usuarios de la falsedad. En materia política, hoy podemos decir que debería ser pernicioso para el personaje que miente (¿quién confiaría en una persona demostrada como mentirosa?), pero Swift busca encontrar el sentido de mentir. Una opción es que el político fantasea con total dolo para beneficio social. La mendacidad es vista como un medio para lograr que la sociedad y el político se beneficien igualmente. Son “falsedades saludables para un buen fin”. De entrada, para ver el alcance de las mentiras, el autor propone un método para cuantificar el alcance económico de cada farsa. Y es que lo monetario es un lenguaje general, porque la concepción de lo “bueno” siempre está referenciado a la intención del “artista de la mentira” sobre qué conviene a la sociedad. Engañar no le importa al político que se visualiza como un benefactor que usa los embustes como podría usar cualquier otra herramienta.
Para distinguir este aspecto, el autor adjudica a “lo bueno” que debe ser útil, agradable y honorable. Y las mentiras que “servirán” a esa sociedad que las recibe, suelen tener parte de esas características. Que el falsario obtenga satisfacción en mentir, es otra parte del fenómeno. Con sorna soterrada, el texto establece que si bien la ciudadanía tiene derecho a la verdad “privada” (“necesita que sus vecinos le digan de sus asuntos particulares”) y a la verdad “económica” (que no lo engañen sus familiares y criados), no tiene derecho a la verdad “política”, esencialmente porque las capacidades cognitivas de la población son variadas, dependen de los títulos, los cargos y hasta de los oficios. Como una población de niños, incapaces de comprender e interesarse en lo político. En época de campañas se logra el mismo efecto, pero por la vía de la saturación: después de escuchar durante horas mensajes políticos (la mayoría sin estructura informativa, apelando a rencores personales del electorado o a francas venganzas personales de los políticos); presenciar actos de proselitismo en que se insulta sin pruebas a los adversarios o a las entidades públicas, incluso con amenazas directas; o tener las redes sociales saturadas de ataques entre partidos y personajes públicos… lleva a la población a hartarse e ignorar lo político, ni se diga lo electoral. La mentira aprovecha la avalancha de mensajes. La falacia de los políticos tiene una contraparte con la ciudadanía que las acepta por identificarse: el pueblo también miente a los entes públicos (elude impuestos, verbigracia) y se adhiere a sus mentiras para beneficiarse. Para muchos es un peculiar divertimento en un panorama sombrío, como es la pandemia con sus decesos. La mentira política puede ser calumniosa (maledicencia pura), por adición (se agregan logros inexistentes) y por traslación (se adjudica a uno el mérito de otro). Los políticos y sus mentiras son de amplio espectro. Tres siglos después de que Swift intentara clasificar el actuar falsario de quienes rigen la vida pública, apenas han cambiado los actores de ese “arte”. La tragedia que se oculta detrás de esas mentiras (no importan los datos: los muertos y la pobreza extrema aumentan) no quita el humor requerido para mirar a esos mentirosos de cinismo inocultable, quienes suponen a los espectadores capaces de creerles todo y olvidar sus inconsistencias. De Jonathan Swift puede esperarse todo, incluso afirmar que el texto de “la mentira política” no era de su autoría. Verdad o no, es una muestra de que Swift era capaz de divertirse incluso de la propia reputación y hasta de abdicar de la fama literaria. Un texto que muy pocos políticos actuales resistirían en su propia actuación, y que ha resistido tres siglos l
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8 23 de mayo de 2021 // Número 1368
UN GIGANTE LLAMADO
GUILLERMO PRIETO
Un acercamiento somero pero puntual a la intensa vida y múltiples trabajos de José Ramón Guillermo Agustín Prieto Pradillo (1818-1897), figura protagónica de la historia mexicana del siglo xix, entre muchos otros cargos, ministro de Hacienda del gobierno de Benito Juárez, a quien le salvó la vida, pero también poeta, cronista, historiador, periodista, crítico literario e incansable luchador social a lado de su gran amigo Ignacio Ramírez el Nigromante.
Marco Antonio Cuevas Campuzano ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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a mañana del 13 de marzo de 1858, un hombre barbado de cuarenta años se abre paso entre una muchedumbre y soldados, revueltos todos que, en plena Guerra de Reforma, se agolpan a las puertas del palacio de gobierno en Guadalajara, la capital de Jalisco, donde se respiran aires de traición. Adentro del inmueble de estilo colonial, el presidente Benito Juárez y parte de su gabinete, entre ellos Melchor Ocampo, a quien en menos de tres años los fusiles a la orden del general conservador Leonardo Márquez, el apodado Tigre de Tacubaya, le quitarán la vida, se encuentran prisioneros tras el golpe de Estado perpetrado por Antonio Landa, teniente coronel hasta hace poco a favor de la causa liberal que había jurado lealtad al gobierno nacional, pero que al enterarse de la derrota juarista en Salamanca decide voltear bandera. Con un aplomo admirable, el mismo que el presidente Juárez demuestra ante sus captores, el hombre barbado sortea a un grupo de militares insurrectos que le cruzan la cara de dos bofetadas. En su camino, se topa con el cuerpo inerte de un custodio que yace en un charco de sangre en el patio del palacio, lo que le hace suponer que la situación es grave. Escucha gritos y lamentos por doquier. Algunos disparos también. Piensa que el próximo podría tocarle a él. El caos reina, pero él sigue adelante. El hombre barbado recorre varios salones y en uno de ellos encuentra a un rebelde al que le dice que es el ministro de Hacienda y debe reunirse con el presidente de la República. Entre tirones y jalones, la ropa desgarrada y un golpe en la cabeza, arriba al despacho de Juárez. Lo encuentra vestido de frac negro, impecable, atento, fino. Ocampo le pide al recién llegado que no pierda tiempo y redacte un mensaje a la nación... y también su testamento, porque difícil será que de ésta salgan bien librados: la orden de los conservadores es que el jefe del Ejecutivo Federal y sus hombres sean pasados por las armas inmediatamente. Son casi un centenar de personas las que correrán el fatal destino. Juárez el primero. Un contingente de soldados sublevados se acerca al despacho. “¡Vienen a fusilarnos!”, exclama el ministro de Fomento, León Guzmán. Al oír los pasos redoblados, el presidente camina hacia la puerta y se sitúa al frente de la escena. Los hombres armados llegan y un tal Pedraza da la orden: “Al hombro... preparen... apunten... ¡fuego!”
Guillermo Prieto y el N
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ígase con una frase propia de aquellos tiempos: el siglo xix mexicano habría sido muy distinto y resultaría incomprensible sin la presencia de cuando menos dos figuras intelectuales que, a la distancia, siguen antojándose inigualables: Ignacio Ramírez el Nigromante y Guillermo Prieto. Nacidos ambos en 1818, es decir, cuando la independencia de la Nueva España no se consumaba todavía, el destino dispuso que sus respectivas trayectorias vitales se entrelazaran siendo muy jóvenes, y sólo la muerte habría de interrumpir un diálogo que comenzó en la sede del hoy desaparecido Colegio de San Gregorio, en el Centro Histórico de Ciudad de México. Por principio de cuentas, sería imposible y carecería de sentido hablar de uno sin mencionar al otro; así de estrecha fue su relación pero, sobre todo, su convergencia espiritual; y ya que de espíritu se habla, dígase también de entrada
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Juárez, que está a una semana de cumplir cincuenta y dos años, se funde en un profundo y largo abrazo con su defensor. Lo llama Salvador de la Patria y de la Reforma. Cuando los soldados se alejan cabizbajos y marchando en silencio, el hombre barbado, que ya no puede más de la impresión, se desvanece en un asiento por falta de aire.
Pero los militares, “pueblo uniformado” al fin y al cabo, no desean matar al presidente. O al menos dudan un instante en acatar la orden. El momento, que dura un parpadeo, es aprovechado por el hombre barbado para interponerse entre Juárez y las armas, y con una voz profunda que nadie le conoce, espeta: “¡Levanten esas armas! ¡Los valientes no asesinan!” Luego habla, habla, habla... Habla hasta desarmar con palabras a los agresores que, en medio de las lágrimas algunos de ellos, deponen las armas. “¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía!”, es la sentenciosa frase que por último logra exclamar. Juárez, que está a una semana de cumplir cincuenta y dos años, se funde en un profundo y largo abrazo con su defensor. Lo llama Salvador de la Patria y de la Reforma. Cuando los soldados se alejan cabizbajos y marchando en silencio, el hombre barbado, que ya no puede más de la impresión, se desvanece en un asiento por falta de aire.
El legislador, el observador social EL HOMBRE BARBADO, el más longevo de la generación de la Reforma, se llama Guillermo Prieto Pradillo y ahora tiene setenta y ocho años. Platica de cuando le salvó la vida al presidente Juárez, que hace un cuarto de siglo pasó a mejor o peor vida. Viaja en tren de Cuernavaca, ciudad que adora por su sempiterno clima primaveral, a
su amada casa del barrio de Tacubaya, en la capital mexicana donde nació el 10 de febrero de 1818. Lo acompaña su segunda esposa, Emilia Golard. Acaso con ella conversa de las anécdotas que dieron forma y fondo a su existencia, sin mucho ánimo ya, no porque le falte el ímpetu que lo llevó a debatir en el Congreso con los conservadores cada coma, cada línea, cada párrafo incrustado en la Constitución de 1857 –un proyecto de nación libre que a través de garantías y derechos fundamentales mostraba a los mexicanos por primera vez el camino hacia un futuro próspero para todos, sin distinción de clase social, color de piel o credo religioso–, sino porque la salud, de a poco, lo abandona. Hace unas semanas sus afecciones lo obligaron a renunciar –él, un verdadero patriota de una limpieza moral inusitada– a su cargo de legislador, recibiendo un homenaje en el Congreso que, según las crónicas de la época, duró siete horas seguidas. Bien ganadas tiene las palmas ahora don Guillermo, todas las que vengan con la vejez, luego de haber fungido como diputado intachable por un período de veinte años casi de manera ininterrumpida. Hoy sabemos que sus discursos y acciones en tribuna siempre versaron en favor de los desposeídos: “Cuando una nación surge de cimientos indolentes y egoístas, las patrias se degradan en sociedades viciosas y ausentes de legalidad […] Si la patria no apoya a los que menos tienen, luego no nos lamentemos por los delitos derivados de la indolencia gubernamental.” / PASA A LA PÁGINA 10
Nigromante o los segundos padres de la patria lo que para muchos resulta obvio: en Prieto y el Nigromante, es decir en la vida y obra de ambos, descansa mayoritariamente la esencia de lo mejor que aquel siglo –convulso y crítico para la existencia misma de un país entonces casi recién nacido, pero de tantos modos fundacional– ha dejado como herencia a las generaciones posteriores. Guillermo Prieto dejó, de su puño y letra, el mejor testimonio imaginable de la vida que le tocó vivir: Memorias de mis tiempos, título que anticipa algo que los lectores de esa dilatada y prolija crónica encuentran en sus páginas, es decir mucho, muchísimo más que la biografía en primera persona de un autor, sino el retrato escrito, diríase el enorme fresco en donde pueden apreciarse a detalle los perfiles y las particularidades de toda una época. No ha faltado, desde aquellos ayeres, quien pretenda restarle valor a esas Memorias invaluables, ya por desconocimiento, ya por falta de entendimiento, ya en fin por causas pretendidamente concretas –verbigracia, que su
carácter póstumo las desautoriza en tanto fuente fidedigna de completa veracidad. Habría que hallar en la mezquindad, por más intelectual que sea su origen, o en un afán absurdo de apropiación y usufructo exclusivo de “la verdad histórica”, la motivación para tamaño despropósito. Sería tanto como pretender que el propio Guillermo Prieto puede ser desmentido precisamente ahí donde cualquiera sabe menos que él. Por lo demás, la diversidad, riqueza y abundancia del aliento escritural de Prieto, desplegado lo mismo en narrativa que en poesía y dramaturgia, en el ensayo que en la redacción legislativa y el periodismo, vuelven inútil cualquier tentativa de pretendida exhaustividad; Guillermo Prieto está en sus Memorias, como igualmente puede hallársele en cada línea por él publicada. Una lectura lo suficientemente atenta de dichas Memorias, junto a la de su creación literaria y su labor legislativa –las leyes de / PASA A LA PÁGINA 10
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Arriba: imágenes del diario Don Simplicio, fundado en 1845 con el apoyo de Manuel Payno.
VIENE DE LA PÁGINA 9 / UN GIGANTE LLAMADO...
Pero no sólo en la Cámara habló Prieto de remediar los males sociales. Como periodista fue un paladín de la justicia y publicó incontables artículos, columnas y reportajes en una veintena de periódicos a lo largo del siglo xix. Asimismo, como poeta y novelista su obra fue magistral; a la manera de su contemporáneo Charles Dickens, fue un narrador romántico y costumbrista, que reflejaba en sus textos las conductas humanas representativas de su tiempo. Guillermo Prieto fue un observador social implacable y desarrolló esa facultad al estudiar detenidamente a los habitantes de la sórdida vecindad del centro de la Ciudad de México en la que habitó durante sus tiempos de adversidad juvenil: a los trece años quedó huérfano de padre y fue abandonado a su suerte por su madre, a quien sin embargo amó y asistió durante toda la vida.
Periodista, narrador, ensayista, cronista, guitarrista…
Como periodista fue un paladín de la justicia y publicó incontables artículos, columnas y reportajes en una veintena de periódicos a lo largo del siglo xix . Asimismo, como poeta y novelista su obra fue magistral; a la manera de su contemporáneo Charles Dickens, fue un narrador romántico y costumbrista, que reflejaba en sus textos las conductas humanas representativas de su tiempo.
CON DIFICULTAD, don Guillermo se apea del vagón de tren y toma su lugar en el carruaje que lo conducirá a su hogar. El vehículo, tirado por sendos
VIENE DE LA PÁGINA 9 / GUILLERMO PRIETO Y...
Reforma, nada menos–, deja en claro que el de Prieto es un opus indivisible, cada una de cuyas partes responde y se articula con el resto, de manera tal que en conjunto patentizan la vieja máxima según la cual el todo es superior a la suma de sus partes y ese todo, en caso de que alguien no lo haya identificado a estas alturas, es la conformación y la confirmación de la ideapaís que los mexicanos mantenemos hasta el momento actual, en el mejor de los casos acrecentándola y engrandeciéndola, cuando no por des-
gracia sucede que se le vilipendie o menosprecie –casos no faltan ahora, igual que no faltaron tampoco en tiempos de Prieto y el Nigromante, como bien prueba la labor de zapa de Lucas Alamán, entre algunos otros. Siempre que se habla de los padres de la patria, es a Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero, Leona Vicario y algunos héroes más a quienes suele referirse. Es verdad: la suya fue una gesta sin la cual, siendo el mismo, el suelo que pisamos sería llamado y entendido de otro modo. Empero, en la construcción de la actual República Mexicana no es menos crucial la lucha emprendida, y ganada, por
caballos, entra chirriando al barrio de Tacubaya por la avenida Madereros. En el portón de la casa ayudan a descender con mucho cuidado al anciano barbado que viene sumamente agotado del largo viaje, lo que no obsta para que, con voz presta, ordene a la cocinera que le prepare una pierna de guajolote horneado para reponer fuerzas. Al día siguiente, de buen humor, don Guillermo recibe al joven escritor Luis González Obregón, que se convertirá en uno de los hombres más eminentes de México en el campo de la historia. La entrevista resultante aparecerá en el prólogo de la antología sobre Prieto que González Obregón –biógrafo de otros mexicanos insignes como Cuauhtémoc, Justo Sierra e Ignacio Manuel Altamirano– publicará en 1916. Prieto detalla algunas facetas de su obra hasta el momento desconocidas: “Mi labor ha sido fecundísima: poesía, crónicas de teatro, sociales o política, narraciones de viajes, novelitas, artículos de costumbres, editoriales, críticas literarias, estudios pedagógicos...”. Cuanto pueda uno imaginarse. “¡Hasta recetas de cocina, novenas, triduos y jaculatorias!”, se jacta con gracia don Guillermo ante su pasmado interlocutor.
los liberales del siglo xix: en efecto, Benito Juárez, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Zaragoza y demás políticos, hombres de armas y administradores, pero por primera vez en nuestra historia, al mismo tiempo el naciente ámbito intelectual de un país en busca de sí mismo que se encontró no sólo entero sino diverso, rico y plurifacético en la visión, el compromiso social y la palabra tanto oral como escrita, además de la acción y la participación directa, de hombres como el Nigromante y Guillermo Prieto, a quienes en justicia la Historia debería considerar como los segundos padres de la patria o, cuando menos, sus definitivos diseñadores l
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Mas Prieto se queda corto. No lo dice, pero además fue cantante y guitarrista inigualable, compositor del himno nacional alternativo (“Los cangrejos”, que entonaban a diario los miembros del ejército liberal); hombre de ciencia al que le encantaba descifrar los jeroglíficos mayas, nahuas, sánscritos y de otras lenguas extintas. Finalmente, geógrafo, astrólogo y astrónomo en sus ratos libres. Al marcharse González de Alba, don Guillermo se queda pensativo y en silencio en la sala de su casa. Posa la mirada en el horizonte. De pronto le viene a la mente el apodo con que su mejor amigo, su hermano del alma, Ignacio Ramírez, lo bautizó un día luego de conocerse en el antiguo Colegio de San Gregorio, que era dirigido por el eminente clérigo liberal Juan Rodríguez Puebla: Fidel. ¿Por qué habrá sido? ¿Sería porque el término en latín fidelitas-atis se refiere a lealtad? Vaya uno a saber. Pero a Prieto le gustó tanto que con ese seudónimo firmó buena parte de sus escritos. Sonríe. Si Ramírez no se hubiera muerto hace tanto ya, en 1879, tendría su misma edad y de seguro en tardes como ésta, fresca y soleada, los dos viejos evocarían el recuerdo de los años felices cuando, siendo poco más que unos niños, acudieron a sembrar un pequeño árbol de ahuehuete al pie del Castillo de Chapultepec en el cumpleaños dieciséis de quien años más tarde sería conocido, admirado y respetado (y, claro, temido también por sus adversarios) con el nombre de Nigromante. Los dos amigos se juraron solemnemente velar por la patria en tanto viviera ese árbol majestuoso que a la fecha sigue dando sombra en el mismo lugar.
La luz de la humildad EL NIGROMANTE, EL liberal más puro y un hombre resueltamente ateo desde muy joven (recuérdese su legendaria proclama “No hay Dios. Los seres de la naturaleza se sostienen por sí mismos”, que le reservaría un lugar en la prestigiada Academia de Letrán –el sitio donde empezó realmente la literatura mexicana, en palabras de José Emilio Pacheco– y en el famoso mural de Diego Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central), se refería a Prieto como “un espíritu que resplandece con una luz de humildad superior a la de cualquier santo laico”. Fidel, por su parte, admiraba profundamente a su amigo, un gigante –en el sentido figurado y literal de la expresión, ya que medía casi dos metros– que entre otras hazañas se encargó de elaborar íntegras las Leyes de Reforma, que en Veracruz entregaría en propia mano al presidente Juárez para que fueran promulgadas.
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Arriba: Mural de Diego Rivera Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central
Fue cantante y guitarrista inigualable, compositor del himno nacional alternativo (“Los cangrejos”, que entonaban a diario los miembros del ejército liberal); hombre de ciencia al que le encantaba descifrar los jeroglíficos mayas, nahuas, sánscritos y de otras lenguas extintas. Finalmente, geógrafo, astrólogo y astrónomo en sus ratos libres.
Juan Álvarez y Benito Juárez), ministro de Relaciones Exteriores en la fugaz presidencia de José María Iglesias, secretario particular de Valentín Gómez Farías y Anastasio Bustamante, y hasta recibiría una invitación –que supo rechazar gentil pero firmemente– para formar parte del gabinete de Porfirio Díaz, mucho antes de que el dictador traicionara todo precepto democrático e incluso renegara de la Constitución de manera insultante. Respetuoso de las instituciones, Prieto nunca habló abiertamente en contra del presidente Juárez, aun en el momento en que liberales del calibre de Ignacio Ramírez se distanciaron del político oaxaqueño, señalándolo de quererse perpetuar en el poder como una suerte de Antonio López de Santa Anna.
“Una trampa, la vida sin principios” Los amigos fundarían en 1845 –con el invaluable apoyo de Manuel Payno– el diario Don Simplicio, que tendría una existencia apenas de dos años, suficientes para erigirse en el faro de la ideología liberal de la época. En sus páginas se ejercía una feroz crítica política, echando mano de la sátira y un estilo irreverente y humorístico, donde Ramírez utilizaría por vez primera el seudónimo de Nigromante. Las puyas más frecuentes eran lanzadas contra el clero, el ejército y el dictador Santa Anna, al que no querían de regreso en el poder. Para oponerse a Don Simplicio, los conservadores crearon El Tiempo, bajo la dirección del execrable ideólogo Lucas Alamán. Lograrían imponerse sólo a través de la censura y el encarcelamiento de los fundadores del periódico liberal, aprovechando la coyuntura de la intervención estadunidense en México. Prieto recuerda ahora, aún sentado en su mullido sillón, que fue al amparo del egregio Andrés Quintana Roo y su esposa, Leona Vicario (“una dama en que se fusionaban los dos términos más sublimes: el de generala y santa laica”, Nigromante dixit), que resolvió su precaria situación económica antes de los veinte años al obtener un empleo como trabajador en aduanas. Luego sería ministro de Hacienda en tres ocasiones (en los gobiernos de Mariano Arista,
UN PAR DE SEMANAS después de cumplir setenta y nueve años, los males de don Guillermo se agravan. Con el corazón muy debilitado tras una vida de contrastes (como muchos grandes de la historia, ha logrado sobrevivir hasta las postrimerías del siglo xix a pesar de haber iniciado con todas las circunstancias en su contra), está casi ciego y sufre algunas infecciones dentales que le causan septicemia. El primer día de marzo de 1897, su joven esposa manda traer a un sacerdote amigo de la familia para brindar consuelo y asistencia espiritual al agonizante. Al día siguiente, al caer la tarde, José Ramón Guillermo Agustín Prieto Pradillo exhala su último aliento, en paz, rodeado de su familia, abrazando un crucifijo y una Biblia. Atendiendo su voluntad, el funeral es discreto y decoroso. Sí, en este mundo se puede ser un buen creyente y un ciudadano ejemplar. Es triste aquel final de invierno en la capital mexicana; el clima se trastoca con lloviznas y cielos plomizos. Dicen los habitantes que así llora la ciudad a Fidel, su poeta favorito. “Cuesta tan poco trabajo escribir desatinos,/ Que todos nos creemos sabios poetas,/ Sin cultura, un escrito es un absurdo,/ Sin sentimiento, un poema es un sepulcro,/ Una trampa, la vida sin principios./ Preferir el anonimato, que una falsa adulación,/ Muchas sonrisas son tan falsas como el peltre./ Los amigos son hermanos adoptivos, pero.../ ¡Mejor me callo y me despido!” Guillermo Prieto, 1839 l
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LA CONSTELACIÓN BOLAÑO La reconciliación, José Ramón Ruisánchez Serra, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2019.
Andrea Tirado |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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n La reconciliación, José Ramón Ruisánchez Serra propone una cierta lectura de Roberto Bolaño. No se trata de la lectura de Bolaño sino desde Bolaño, en particular desde 2666. Tomando como base un ejercicio benjaminiano, el autor hará constelar 2666 no a partir de la World Literature desde la que ha sido leído, despojándolo así de su especificidad y singularidad sino, más bien, desde una constelación otra que le permita a la literatura revelar algo sobre nuestra ininterrumpida inhumanidad. Es decir, una constelación que relampaguee e ilumine las grietas que se abren como posibilidades en ese ejercicio de inhumanidad. No se trata entonces de otra lectura sobre Bolaño, sino de leer desde él para, benjaminianamente, iluminar zonas y gestos de la literatura latinoamericana que, de otro modo, permanecerían en el desamparo crítico. Ruisánchez Serra se da a la tarea de releer o reexaminar el archivo de la narrativa latinoamericana y ponerlo a constelar con Bolaño. El autor chileno es visto como aquel que arroja luz (activa o reactiva) sobre zonas ensombrecidas de otros libros. El autor se distancia de las lecturas que privilegian los aspectos históricos y, sobre todo, periodísticos de la obra de Bolaño, para subrayar su carácter de novelista profético, como bien lo sugiere el título 2666. Así, nuevamente siguiendo a Walter Benjamin, si el pasado es lo que arroja luz sobre el presente, el pasado en el que se escribió 2666 regresaría para alumbrar nuestro presente, cumpliendo, en efecto, el carácter profético que Ruisánchez Serra postula. Entonces, habría que leer a Bolaño teniendo en cuenta su compromiso con el porvenir. Según el autor, asumir un compromiso con el porvenir implica atender lo histórico desde la intersubjetividad, es decir, aunque las circunstancias ocurran en otro tiempo, el sujeto debe asumir el pasado como propio y, por lo tanto, hacerse responsable. Responsabilizarse con el pasado sería una manera de reconciliación, pues, para Ruisánchez Serra, la reconciliación es el modo en que cada sujeto asume sus circunstancias, sean éstas de corte físico-causal, religioso o político-económico de manera responsable, pero, sobre todo, se reconcilia al aceptar que él es esas circunstancias. La reconciliación es una puesta en práctica del concepto mismo. Ruisánchez Serra muestra cómo el silencio de un texto, su zona opaca, permite iluminar alguna otra zona y hacer que hable. La constelación Bolaño reúne autores que
no serán todos amigos; en su constelación la amistad tendrá distintos nombres: amor, odio, violencia de los enemigos, a-mistad. Algunos de esos autores son Diamela Eltit, Pedro Lemebel, Fabio Morábito, Luis Felipe Fabre y Jorge Luis Borges, quienes se reparten a lo largo de los cinco capítulos del volumen, organizado, a su vez, en las cinco partes que componen 2666. “La parte de los críticos”, por ejemplo, permite releer a Eltit desde Bolaño. Se revisa el concepto de la amistad, en especial en El cuarto mundo, sus condiciones de posibilidad o de imposibilidad y, puesto que todo anverso tiene su reverso, quien dice amistad dice también enemistad. En cambio, “La parte de los crímenes” ha sido puesta a constelar alrededor de tres poetas: Fabio Morábito, Juan Alcántara y Luis Felipe Fabre, lo cual permite privilegiar la propuesta ética del libro y arroja nueva luz sobre los tres poetas, así como una lectura distinta a la habitual de “La parte de los crímenes”. “La parte de Archimboldi” es releída a la luz de Jorge Luis Borges, en concreto desde tres figuras clave del autor argentino: el hospitalario, el duelista y el traidor. En su lectura, Ruisánchez Serra propone a Von Archimboldi como estas tres figuras simultáneas, revelando lo humano como continuidad de contradicciones. Sin embargo, y quizá aquí se encuentre la clave de lectura de La reconciliación, es necesario, retomando estas figuras, abrirse al texto (hospitalario), atacarlo frontalmente (duelista), para luego traicionarlo, es decir, obligar al texto a decir lo que sorprendería a su autor. Esto invita al lector a atacar este mismo volumen, repensar figuras, autores y filósofos aquí nombrados, para obligar a decir a las palabras de Ruisánchez algo que lo sorprendería. Sería encontrar en este mismo texto aquellas grietas que arrojan claves de lectura sobre nuestro presente y, entonces, reconciliarnos con nuestras circunstancias l
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En nuestro próximo número
SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA
EL GRAN CINE DE LA GENTE PEQUEÑA:
LAS NUEVE DÉCADAS DE ETTORE SCOLA
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 23 de mayo de 2021 // Número 1368
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Artes visuales / Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx
La Feria Frieze: una semana dedicada al arte en Nueva York
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n días pasados tuve la oportunidad de asistir a la célebre Feria de Arte Frieze en Nueva York, la primera en el mundo en celebrarse presencialmente desde el inicio de la pandemia. Este magno evento tan esperado por artistas, galeristas, coleccionistas, curadores y amantes del arte tuvo un doble impacto al inaugurar su sede en el nuevo centro cultural The Shed en la zona de Hudson Yards la cual, junto con Chelsea, se ha convertido en un museo de arquitectura al aire libre en el oeste de Manhattan con un despliegue de edificios de los más aclamados arquitectos del orbe. The Shed es la alucinante creación “flexible e inteligente” del despacho Diller Scofidio + Renfro que ha causado sensación por su innovadora estructura sobre ruedas que permite expandirse o encogerse según las necesidades. No pudo haber mejor escenario para la prestigiada feria londinense que se lleva a cabo anualmente en Nueva York desde 2012 y que este año logró vencer todos los retos para acoger una selección de sesenta galerías de las más de 150 que normalmente están presentes; la versión on line de la feria reúne un centenar más de participantes de los seis continentes. En torno a Frieze, las galerías de la ciudad se visten de gala y presentan ambiciosas exhibiciones, algunas de ellas dignas de museo como es el caso de la Gagosian con Georg Baselitz y Gerhard Richter, Lynda Benglis y el dúo Claes Oldenburg-Coosje van Bruggen en la Pace, y Bill Brandt en la Marlborough, por mencionar algunas. Las estrictas restricciones impuestas por el Covid-19 dieron lugar a una feria fácilmente
transitable y elegantemente museografiada para el disfrute de un público reducido que agotó las entradas en cuanto salieron a la venta por la módica cantidad de 280 dólares. Se notó una presencia preponderante de obras pictóricas, quizás por la dificultad de transportar piezas complejas en tiempos de pandemia, y una participación mayoritaria de galerías estadunidenses. De México la única galería presente fue la Kurimanzutto, con una selección de sus artistas más reconocidos: los mexicanos Gabriel Orozco, Abraham Cruzvillegas, Damián Ortega y un nuevo integrante a su establo, el jalisciense Roberto Gil de Montes; el vietnamita Dan Vo, el cubano Wilfredo Prieto y el dúo cubano-americano Allora & Calzadilla. La galería Perrotin presentó en su stand una pieza de la serie de lienzos bordados del también jalisciense Gabriel Rico, paralelamente objeto de una espléndida muestra individual en la sede de esta galería en el Lower East Side. También originario de Guadalajara, José Dávila estuvo presente con una pieza en el stand de la Sean Kelly Gallery. Digna de mención es la exhibición de Pedro Reyes en la Lisson Gallery fuera de la feria. Bajo el título de Tlali (del náhuatl, “tierra”), Reyes presenta catorce esculturas y once pinturas sobre papel amate que remiten al universo simbólico prehispánico en su forma y contenido. Sus tallas directas en piedra volcánica, tezontle, jadeíta y mármol blanco hacen alusión a la monumentalidad de la escultura mesoamericana a través de representaciones abstractas y figurativas de
3 1. Galería Kurimanzutto en Frieze. 2. Pedro Reyes en la Galería Lisson. 3. Galería Gagosian en Frieze.
conceptos y referencias provenientes de nuestras culturas ancestrales. La Feria Frieze complementa su programa de exhibiciones con una nutrida oferta de mesas redondas, debates, conferencias magistrales y los eventos en línea Art:live donde se ofrecen grabaciones de charlas y entrevistas con artistas. De especial relevancia sociopolítica fue el Tributo al Vision and Justice Project (“Proyecto de Visión y Justicia”) de la académica de la Universidad de Harvard, Sarah Elizabeth Lewis, quien desde hace una década se dedica a investigar el papel del arte en la relación entre raza y ciudadanía en Estados Unidos, tema por demás candente y oportuno en los últimos tiempos. Al finalizar el magno evento de cinco días, Frieze publicó en línea testimonios de los galeristas que manifestaron su satisfacción ante la recuperación del mercado del arte, y la confirmación de que Nueva York es la capital global del arte contemporáneo l
LA JORNADA SEMANAL
14 23 de mayo de 2021 // Número 1368
Arte y pensamiento
Tomar la palabra / Agustín Ramos
Tierra santa (i de iii) HACE CASI TRES milenios, en donde la hegemonía occidental da en llamar Oriente Medio, convivió una humanidad diferente –no distinta, diferente–, árabe y judía. Esta última se vio obligada a salir de Palestina, pero lejos de extinguirse mantuvo en la dispersión la suficiente identidad para poblar y nutrir otras culturas, otros tiempos, otros sitios; más aún, algunos judíos permanecieron en su lugar de origen, al lado de quienes en 1948, merced a un designio occidental, habrían de comenzar a sufrir –quién lo diría– destierro y exterminio. Recuerdo que una escritora judía sefaradí, a quien asesoraba para la escritura de su novela originalmente titulada Novia que te vea, respingó cuando me referí a tal exterminio. Es muy fuerte lo que dices, dijo. Y sí, lo era, como también lo fue la certeza, expresada por John le Carré en los agradecimientos de la novela La chica del tambor, acerca de las nulas probabilidades de supervivencia de sus amigos palestinos. Las siguientes frases parecen confirmar los propósitos de exterminio. Benjamín Netanyahu, primer ministro ayer tambaleante y hoy más firme que nunca gracias al actual golpe guerrero, sentenció que quienes lanzaban cohetes contra Israel tenían “la sangre sobre sus cabezas”. Su dicho se ilumina con el desplome estratégico de la sede de las agencias Asociated Press y Al Jazeera en Gaza, cuando eu –en apoyo a la política israelí de despojo, apartheid y “limpieza étnica”– veta la exigencia de paz con justicia del Consejo de Seguridad de la onu, y cuando han muerto más de doscientos palestinos y siete israelíes. (El designio es que por cada israelí mueran cien palestinos, y si son jóvenes, mujeres o niños nunca será casualidad. La información sobre los presentes sucesos de Jerusalén y otras “ciudades mixtas”: provocaciones, amenaza de desalojo, un cerco profanador, los enfrentamientos callejeros, la represión policial, los cohetes de Hamas y los bombardeos israelíes está disponible en https://www.youtube.com/ watch?v=nNYBj0eh_TA.) Y es que las maquinaciones de desplazamiento forzado y desaparición contra los árabes palestinos no son de ahora, ni siquiera son de 1948. En 1895, el periodista sionista Theodor Herzl proyectaba desaparecer al pueblo palestino “buscándole empleo en países de tránsito” y negándole “cualquier empleo en nuestro propio país”, aunque “tanto el proceso de expropiación como el de eliminación” debían “realizarse de manera discreta”. La Declaración Bafour, de noviembre de 1917, para que los judíos desperdigados por el planeta ocuparan Palestina, era una decisión europea que se pretendía imponer en un territorio no europeo, al margen de la voluntad de la población palestina autóctona y en favor de gente que no residía ahí. El 4 de abril de 1969 Moshé Dayán, sobresaliente guerrero israelí, presumió que no había “un solo lugar construido en Israel donde no hubiera antes algún poblado árabe”. En 1956 un Edmund Wilson pésimamente informado consideraba “estúpida” la negativa de los “refugiados árabes [palestinos desplazados en Jordania que reclamaban el derecho de volver a su tierra] de acomodarlos en otros lugares”. El 10 de mayo de 1978, a la pregunta de si la población civil palestina debía ser suprimida, el jefe del Estado Mayor del Ejército israelí contestó “por supuesto”. (Citas tomadas de La cuestión palestina, de Edward Said https://drive.google. com/file/d/1TeRrTKVPRKTUkSd-f2GSIGZF2v4s5KwY/ view?usp=sharing.) Toda la tierra es santa y todos los pueblos son el pueblo elegido. El 6 de junio los mexicanos –con demasiado en contra– elegiremos el derecho de tener –o no tener– un futuro soberano, ese mismo derecho que Colombia elige hoy con un paro nacional de voz y puños, contra armas y también, como nosotros, contra un pasado de injusticia presente, de cercenamientos incurables y de guerras implantadas. En Palestina un pueblo solo, dispersado y a la vez sitiado, elige seguir vivo: elige resistir. (Continuará.).
Biblioteca fantasma/ Eve Gil
Sabiduría sentimental ME LE ADELANTO a Netflix con esta novela que se encuentra en proceso de producción como película (¿o serie?). Marco Missiroli (Rimini, 1981), autor de Fidelidad (Nuobo Ediciones, Barcelona, 2020), parece muy joven para haber escrito una novela tan sabia en muchos aspectos… tanto me impresionó su agudeza para perfilar a cada personaje, que me lancé a investigar la edad de León Tolstoi al momento de escribir una de las obras cumbres sobre el adulterio, Ana Karenina, y aunque la diferencia de los cuarenta y cinco del ruso no es demasiada respecto de los treinta y ocho de Missiroli cuando escribió la suya, sabemos que existe un abismo de tipo emocional entre los cuarentones de mediados del siglo xix y los de principios del xxi, así que el mérito del italiano es mucho. Fidelidad hurga sin sutilezas en el impulso, casi irracional, de serle infiel a alguien que se ama, rehuyéndole a la tragedia aunque alcance a frisarla. Nadie pondría en tela de juicio el amor, el deseo y la magia que envuelven a Carlo y Margherita Pentecoste, un matrimonio en sus treinta cuya principal motivación es hacer de su vida en común un oasis, y ello incluye relacionarse con sus respectivas familias políticas como si fueran extensión de la propia, al grado de que Carlo llega a confiar en Anna, su suegra, más que en su madre. La pareja se permite fantasear con gente y circunstancias en su intimidad, sin sombra de celos o angustia. La perfección empieza a resquebrajarse tras un incidente que podría calificarse de absurdo si no deja en Carlo una semilla de inquietud: al intentar auxiliar a una estudiante de nombre Sofía que sufre un desvanecimiento al salir del baño, se ven sorprendidos en actitud comprometedora… para colmo, el profesor de literatura experimenta un deseo tan súbito como demoledor por aquella joven en cuya belleza nunca, hasta ese instante, había reparado. A partir de ese momento, y aunque logran aclarar aquel ridículo malentendido, Carlo no consigue sacarse a Sofía de la mente. Por su parte, Margherita no sólo no encuentra gracioso el incidente, sino que advierte un cambio
en su marido y es cuando se permite fantasear con Andrea, su joven y fornido fisioterapeuta. Su vida conyugal continúa desarrollándose de manera normal, fortalecidas, de hecho, las intenciones de alcanzar estabilidad al adquirir una casa y tener un hijo: Lorenzo. Hay un quiebre repentino en la narración. De las dudas generadas en la primera parte pasamos a su consolidación matrimonial en la segunda, pero al realizar un recuento de hechos previos al nacimiento de Lorenzo, advertimos que Carlo y Margherita han dejado de compartir secretos. La renuencia de Sofía a relacionarse con un hombre casado, lleva a Carlo a realizar su deseo por ella con diversas mujeres; Margherita tiene una tierna sesión de sexo con Andrea, quien apenas concluir el coito la sorprende con la confesión de que es homosexual: “Se había revalorizado como rareza […] Había obtenido un orgasmo y una dulzura que perduraba.” Ella no intentará otra relación extramatrimonial “como si la devoción hacia sí misma ya no se dejase llevar por la vehemencia”; Carlo, que nunca deja de ser el marido apasionado de Margherita, encuentra una oportunidad para reencontrarse con Sofía. Es entonces que se esfuerza en dilucidar sus verdaderos sentimientos por aquella joven que terminó abandonando la universidad con tal de no sucumbir a su enamoramiento por un profesor casado. Fidelidad está narrada a manera de enjambre, a través de un narrador omnisciente que sigue el día a día de los personajes que conforman este cuadrángulo amoroso… incluida Anna, la adorable madre de Margherita que, enviudada recién, descubre las cartas que una mujer le estuvo enviando a su adorado esposo durante años. La maternidad que de algún modo ejerce con su yerno, pero también con Andrea, que termina siendo su cuidador… así como la extraordinaria nobleza de Sofía, que no logra olvidar a Carlo ni enamorarse del hombre al que supuestamente ama, son algunas de las situaciones narradas con profunda empatía, para nada exenta de ternura, pero por completo ajenas al melodrama l
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 23 de mayo de 2021 // Número 1368
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Bemol sostenido / Alonso Arreola
t : @LabAlonso / ig : @AlonsoArreolaEscribajista
Trasfrontera, diplomacia aérea ¿QUÉ ES RUIDO? No es semilla ni fruto. Es lobo entre corderos. Recordatorio. Consecuencia impredecible pero también punto de partida. ¿Qué es textura sonora? Es tacto para los dedos del oído. Cicatriz en la piel del aire. Contraste en la aburrida planicie. ¿Qué es paisaje acústico? Es orografía invisible. Vacío para el libre vuelo de quien escucha. Provocación desequilibrada. En los tres conceptos, empero, viven motivos de tensión y augurio espontáneos, necesarios para una música insatisfecha, rebelde, revolucionaria. Así es Trasfrontera, ciclo experimental que la unam ha tenido a bien gestionar con estudios como los Abbey Road de Londres y los Woodstock de Nueva York, espacios/vientre en los que se gestaron obras importantes del siglo xx. En uno grabaron los Beatles, Pink Floyd y Radiohead. En el otro, The New Pornographers, Blondie y King Crimson. En ambos hay gente sensible que en tiempos de encierro siguió conectando voluntades. Como describe la institución en su boletín: es una nueva iniciativa para difundir proyectos generados en distintas partes del mundo, mediante presentaciones audiovisuales realizadas especialmente para un público en línea. El factor común de la propuesta es transitar con fluidez entre géneros variopintos (jazz, rock, música de vanguardia pero también tradicional) y adentrarse en la escena local de la mano de un curador y distintos invitados, reunidos en un emblemático estudio de grabación. En Londres el curador es Marc Urselli, un productor e ingeniero con tres premios Grammys y experiencias al lado de u2, Foo Fighters, Nick Cave, Lou Reed, Sting, Jeff Beck, Esperanza Spalding y Laurie Anderson, entre muchos más. En Nueva York es John Medeski, tecladista y compositor de élite con estudios clásicos en Fort Lauderdale y el Conservatorio de Nueva Inglaterra; participante en más de trescientas obras con músicos como John Zorn, Susana Baca y Dirty Dozen Brazz Band, aunque su proyecto más conocido sea el poderoso trío Medeski, Martin & Wood. Entre los dos han reunido una pléyade de ejecutantes, no sólo anglosajones cuyas presentaciones resultan sorprendentes. ¿Ejemplos? Llegado el minuto ocho de su participación, Zeena Parkins logra un entramado notable. Cuencos, pelotas, arco, campanas, cascabeles, procesadores y una grabadora de repetición en vivo le bastan para domar al ruido y convertirlo en música intencionada. Lo más importante en su arsenal, sin embargo, es el arpa eléctrica modificada. Centro de su presentación, el milenario instrumento es llave para improvisaciones de llamativa factura. Por otro lado y en compás de 5/8, estableciendo un crescendo constante que luego disminuye su potencia, el grupo Melos Kalpa ofrece un corte serial y minimalista. El ensamble fue formado por el productor Tom Relleen. Ahora la compositora Marta Salogni lo retoma para uso de cintas magnéticas, guitarra eléctrica, vibráfono y violín. Harto diferente es el sonido del conjunto de jazz progresivo judío Gulgoleth, dirigido por Sam Eastmond, quien presenta un planteamiento semiacústico cercano al rock con piezas de cruda pero sofisticada estructura. Espléndido. En otro sentido, la tecladista y programadora Yuka Honda se aboca al lenguaje electrónico. Ella posee una decena de álbumes y encuentros con tipos como Nels Cline y los Beastie Boys. Eucademix es la propuesta solista que aquí presenciamos. También en solitario, Jen Shyu comparte un recital unipersonal en el que baila, actúa, recita, canta y toca diferentes instrumentos. Su presencia en Trasfrontera, junto a la de nombres como los de los chilenos Sofia Rei (voz, charango) y Jorge Roeder (contrabajo), subraya amplitud estética como producto de la riqueza cultural en ciudades cosmopolitas. Un acto de diplomacia cultural que se antoja indispensable cuando el mundo pelea y profundiza límites y diferencias. Compruebe su valía visitando el canal de Youtube de Música unam. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l
Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars
No zafo: 41 que son 42 DE VARIAS FUENTES debieron abrevar el productor Pablo Cruz (Miss Bala, Abel), el director David Pablos (Las elegidas, La vida después) y otros miembros de la producción, pero sobre todo la guionista Mónika Revilla (Alguien tiene que morir/tv, La casa de las flores/tv), para construir su versión cinematográfica de uno de los acontecimientos históricos más sonados y, sin duda, de los más polémicos y vergonzantes en México: el conocido indistintamente como “los 41”, “la redada de los 41” o, de manera homónima al título del filme, El baile de los 41. Entre dichas fuentes no debieron faltar, cuando menos, las hemerográficas de los diarios El Popular y El Hijo del Ahuizote, la investigación respectiva de Antonio s. Cabrera, los textos de Antonio Adalid, Jesús Rábago, Alfonso Taracena y el libro La feria de la vida, de José Juan Tablada, así como las reflexiones vertidas, muchos años más tarde, por Carlos Monsiváis. Seguramente no faltaron, como tampoco estuvo ausente la autolicencia que guionista, productor y director se dieron para proponer al menos un par de variantes –habrá quien las llame tergiversaciones– que se apartan de los hechos concretos referidos en las antedichas fuentes. Para quien lo desconozca: en la madrugada del domingo 18 de noviembre de 1901, en la entonces llamada Cuarta calle de La Paz, en el Centro Histórico de Ciudad de México, se llevó a cabo una redada policial en la que fueron detenidas cuarenta y dos personas, según la primera versión oficial y periodística, por el delito de celebrar una fiesta “sin permiso”, aun cuando ningún reglamento disponía que debiera contarse con uno, pero en realidad por el delito, igual de inexistente, de practicar travestismo y homosexualismo, términos desconocidos en aquella época en la que se hablaba de maricones, entre otros vocablos igual de prejuiciosos y discriminatorios. Tanto la historia real como la de ficción gravitan en torno a dos aspectos: primero, el número de detenidos, algunos de ellos víctimas de posterior humillación, escarnio público, castigo carcelario
y corporal: no cuarenta y dos, que fueron los sorprendidos en plena farra, sino cuarenta y uno; segundo, la identidad del maricón restado, a saber, Ignacio de la Torre y Mier, a la sazón esposo de Amada Díaz, hija del dictador Porfirio que habría de abandonar el país una década más tarde.
Sinónimo del prejuicio LOS HACEDORES DE El baile de los 41 decidieron, entre otros cambios, que De la Torre fue apresado junto con los otros cuarenta y un festejantes, y no que se le permitió huir por las azoteas, como se consignó en aquella época, así como también propone que el yerno de Díaz sostuvo un romance de final trágico con un tal Evaristo Rivas, único personaje totalmente ficticio cuya inclusión le permitió a Cruz, Pablos y Revilla darle a la historia que cuentan un hilo narrativo tan eficaz como, por desgracia, lugarcomunesco; desde luego, no era imposible prescindir de ese convencionalismo cinematográfico que tanto porfía en ponerlo todo a girar en torno a una historia de amor –en este caso homosexual–, pero lamentablemente esta producción de Canana se fue por la fácil. Empero, El baile de los 41 no escasea en aciertos, aun mezclados con relativas carencias –con excepción de Álvaro Guerrero, en general el casting apenas alcanza niveles suficientes— y ciertos excesos, estos últimos sobre todo de producción –algo de preciosismo, invariablemente inane, hay en la fotografía y el diseño de arte. Entre lo plausible destaca el punto de vista y, como resultado directo, la empatía generada con el personaje protagónico y su suerte, que es como decir la de un estigmatizado social, a quien sólo la importancia de guardar las apariencias –eufemismo favorito de la hipocresía– y su posición encumbrada salvaron, aunque sólo en aquel tiempo y jamás del todo, del escarnio colectivo, a diferencia de los otros cuarenta y uno, históricamente convertidos en sinónimo de prejuicios vigentes hasta el día de hoy l
LA JORNADA SEMANAL
16 23 de mayo de 2021 // Número 1368
Cuento
Let's Survive Together, una instalación de Yayoi Kusama que forma parte de su serie Infinity Mirror Rooms.
Enrique Héctor González
Ego degollado
S
abía que tendría que encontrarlo. Revolvió todo el cuarto durante más de una hora y, ya sin esperanzas, yo se sentó en la cama con un semblante desacompasado en el que se reunían difícilmente la fatiga, el nerviosismo y la resignación. Sonó entonces el teléfono, pero yo no hizo el menor intento de contestarlo. Anoche no había podido dormir. Los recuerdos lo mantuvieron despierto hasta bien entrada la madrugada y fue por eso que decidió aprovechar el insomnio para buscar el maldito espejo aquel entre la vasta variedad de lunas y grandes, pequeños y medianos espejos como había en su habitación, por llamar de alguna manera al repujado recinto versallesco en el que pasaba la noche. Pero de nada le servían ninguno de los otros pues no podría reconocerse, en ese momento, más que en el ovalado con marco de carey que le había regalado su abuelo. Sólo en él aparecería su verdadero rostro, se decía yo a sí mismo. Los demás fueron útiles antes, o lo serían después, pues estaba convencido de que los espejos eran seres que envejecían y recuperaban sus cualidades especulares de un modo impreciso: si a determinada edad eran incapaces de revelar, en toda su complejidad, los azarosos detalles de las cosas, llegado un momento eran tan viejos y taimados o tan jóvenes y veleidosos que deformaban la realidad a su antojo: privilegiaban un color, palidecían una cara o inventaban sombras y fantasmas sólo por divertirse un poco. El que buscaba, en cambio, era el único que según yo podría regresarle la tranqui-
lidad necesaria para dormir sin sobresaltos, sin verse avasallado por tantas imágenes de sí mismo cómo rebotaban en su cabeza cuando era incapaz de conciliar el sueño. Su desesperación se desprendía casi físicamente de los ciento cuarenta y tres sosegados azogues que colgaban de las paredes y, cada que abría una puerta, un cajón, el envés de la hoja de un armario, el vertiginoso reflejo multiplicaba el horror. Los espejos parecían entender su angustia, sabían que cuando yo no encontraba al que requería, a varios de ellos les estaba reservada una muerte soez y humillante: por asfixia bajo un trapo o vueltos contra la pared; por fragmentación de sus cuerpos luego de dar tumbos escaleras abajo. O de la manera más bochornosa y promiscua de todas: condenados a reflejar de por vida el deterioro inevitable de otro espejo colocado apenas unos centímetros delante suyo, en unas gavetas verticales que yo había diseñado específicamente para el efecto de tal tortura. Sabía que poner un espejo frente a otro provoca la locura mutua de dos imágenes destinadas a multiplicarse eternamente, y gustaba de amenazar a los más límpidos y feraces con la desafiante aproximación momentánea de otro de su mismo tamaño: lo sostenía unos segundos frente a la súbita opacidad del imprudente, que hacía monstruosos esfuerzos por disminuir su arrogancia frente al envejecido o fulgurante estaño del rehén, que yo retiraba unos instantes y luego volvía a acercar a la víctima, repitiendo la operación hasta que se fastidiaba y
los llevaba a las gavetas o los dejaba en paz. O los destruía contra la columna. Al pie de este obelisco mudo, de yeso viril, iban a parar, hechos añicos, muchos espejos petulantes. Yo ya había buscado en las inmediaciones de la columna –con el minucioso temor de quien busca en los escombros de un desastre los restos de un amigo– algún indicio de carey, algo que revelara las consecuencias irreparables de, en un arrebato, haber asesinado al joven espejo que ahora tanto necesitaba, pero no advirtió la menor huella. Así que siguió buscando todo ese día y parte de la noche hasta que el cansancio lo venció, un agotamiento mental más que físico que le impedía dormir. El insomnio volvió a apoderarse de yo, volvió a enredarlo entre los ensortijados labios de su aliento incesante. Al fin, horas después, pudo quedarse dormido. Cuando despertó, ya muy entrada la mañana, lo primero que advirtió fue la intensidad del sol reflejada, en todos sus matices, por un espejo que ardía en la pared que quedaba frente a la cama, el único en el que no había reparado en los últimos días, de tan inevitable. Prácticamente saltó sobre él, con tal fuerza que lo atravesó sin apenas arrancarle un gesto de dolor: acaso sólo un oblicuo guiño de estaño. (Desde su capcioso carey es ahora el espejo quien me busca, pero como sólo yo sabía interpretar esas miradas, tendré que conformarme con la verdad a medias de una historia en la que yo no era yo, sino mi sombra reflejada en otro sueño, en otro espejo.) l