Suplemento Semanal, 25/10/2020

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Desde Nueva Zelanda:

Janet Frame genio literario y locura

Eve Gil

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 25 DE OCTUBRE DE 2020 NÚMERO 1338

Rostros en el agua (fragmento) Janet Frame

El espía de Franco: historia de una novela José María Espinasa

Vivir conforme a la naturaleza: el cinismo filosófico José Rivera Guadarrama


LA JORNADA SEMANAL

Portada: Rosario Mateo Calderón.

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DESDE NUEVA ZELANDA: JANET FRAME, GENIO LITERARIO Y LOCURA En la literatura universal abundan las historias de hombres y mujeres de talento enorme a quienes, en algún momento de sus vidas muchas veces tormentosas, se les diagnosticó locura. Empero, al paso del tiempo, lo ambiguo e históricamente cambiante de la definición misma del padecimiento ha puesto en tela de juicio más de un diagnóstico y, triste sobremanera, también el tratamiento que la sociedad le dio a quienes, de haber transitado en otro tiempo y circunstancia, tal vez no habrían sido tachados de “locos”. La neozelandesa Janet Frame encaja a la perfección en ese conjunto: talentosa en extremo, su vida entera fue marcada indeleblemente por su estadía en un manicomio, del cual extrajo historias desgarradoras, narradas de manera inigualable, como puede verse en el fragmento de Rostros en el agua que ofrecemos a nuestros lectores, al que acompaña una minuciosa y solidaria semblanza a cargo de Eve Gil.

VIVIR CONFORME A LA NATURALEZA

EL CINISMO FILOSÓFICO

||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| DIRECTORA GENERAL: Carmen Lira Saade DIRECTOR: Luis Tovar EDICIÓN: Francisco Torres Córdova COORDINADOR DE ARTE Y DISEÑO: Francisco García Noriega FORMACIÓN: Rosario Mateo Calderón LABORATORIO DE FOTO: Jesús Díaz, Jorge García Báez y Ricardo Flores. PUBLICIDAD: Eva Vargas y Rubén Hinojosa 5688 7591, 5688 7913 y 5688 8195. CORREO ELECTRÓNICO: jsemanal@jornada.com.mx PÁGINA WEB: http://semanal.jornada.com.mx/ TELÉFONO: 5604 5520. ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||| La Jornada Semanal, suplemento semanal del periódico La Jornada, editado por Demos, Desarrollo de Medios, S.A. de CV; Av. Cuauhtémoc núm. 1236, colonia Santa Cruz Atoyac, CP 03310, Delegación Benito Juárez, México, DF, Tel. 9183 0300. Impreso por Imprenta de Medios, SA de CV, Av. Cuitláhuac núm. 3353, colonia Ampliación Cosmopolita, Azcapotzalco, México, DF, tel. 5355 6702, 5355 7794. Reserva al uso exclusivo del título La Jornada Semanal núm. 04-2003081318015900-107, del 13 de agosto de 2003, otorgado por la Dirección General de Reserva de Derechos de Autor, INDAUTOR/SEP. Prohibida la reproducción parcial o total del contenido de esta publicación, por cualquier medio, sin permiso expreso de los editores. La redacción no responde por originales no solicitados ni sostiene correspondencia al respecto. Toda colaboración es responsabilidad de su autor. Títulos y subtítulos de la redacción.

Diógenes (1882) por John William Waterhouse.


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Suele creerse que la filosofía es pura reflexión, que no tiene ninguna aplicación práctica, y esto no es del todo correcto. Ya desde la antigua Grecia, durante la segunda mitad del siglo iv aC, existieron filósofos prácticos, que ponían en acto lo que pensaban. Llevar esa forma de vida era complicado, sobre todo porque se decía que estos filósofos rompían con las convenciones sociales; además, el nombre con el que se les conocía no ayudaba mucho: los llamaban cínicos. Decirle cínico o cínica a otra persona no es una denostación ni una ofensa, si se sabe bien el antiguo significado del término. Cuando alguien le dice cínico a otro, no lo está ofendiendo; al contrario, le hace un halago intelectual. Lo que pasa es que el término ha cambiado de significado.

José Rivera Guadarrama ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

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e reconoce que el fundador de los cínicos fue Antístenes, discípulo de Sócrates, que vivió en el siglo iv ac. El nombre de este movimiento se debe a que se reunían en un gimnasio a las afueras de Atenas, llamado Cinosargo. La palabra se puede traducir del griego como “perro blanco o veloz”; de ahí que kynikós (cínico) signifique perro. Antístenes fue de los pocos filósofos presentes en los últimos instantes de la vida de Sócrates, al momento de tomar la cicuta, tiempo durante el cual mantuvo la conversación sobre la inmortalidad del alma, que luego Platón escribiría en el diálogo Fedón.

Antístenes: “Que la virtud está en los hechos…” ANTÍSTENES VENDIÓ TODAS sus propiedades, se deshizo de todo lo material. Sólo vestía una túnica raída, que llamaba la atención de Sócrates, pero Antístenes argumentaba que así contemplaba la vanidad humana a través de los agujeros de su clámide. También comenzó a usar una alforja y un bastón. Así, esta forma de vivir se convirtió en una especie de uniforme de los cínicos. Además de que rechazaba todo lo que no puede llevar encima, con la intención de librarse de los caprichos de la fortuna y regir su destino. Vestido de aquella manera, comenzó a propagar su conocimiento. En su obra Historia de la filosofía, Giovanni Reale y Dario Antiseri aseguran que “en su origen, un cínico es ante todo alguien que vive de una cierta manera y al que, por eso, sus conciudadanos lo consideran alguien marginal, salvaje: en una palabra, como un perro”. Sin embargo, influenciado por la admiración de su maestro Sócrates, Antístenes reforzó la práctica moral en el sentido de la capacidad que tiene el humano de bastarse a sí mismo, de contar con autodominio, fuerza de ánimo, capacidad de soportar fatigas, entre otras cosas, y limitó a lo mínimo los aspectos doctrinales, oponiéndose de manera férrea a los desarrollos lógico/metafísicos de Platón. Por lo tanto, el cinismo retoma de esta manera la antigua oposición entre naturaleza y ley, que era un tópico característico de los sofistas del siglo v ac, y sus figuras se posicionan en contra de lo convencional, propio de la polis, y a favor de la naturaleza. Esto se debía a que los cínicos consideraban que por medio del influjo de la polis los humanos adoptan falsas creencias acerca del mundo, concepciones erradas, convenciones injustificadas, las cuales trastocan sus valoraciones. La obra donde más se puede apreciar la práctica filosófica de estos cínicos es la de Diógenes Laercio, importante historiador griego de filosofía clásica, llamada Vidas de los filósofos ilustres. En ella se relatan algunas de las muchas escenas en las que participaron tres de los principales cínicos: Antístenes, Diógenes y Crates. Del primero, nos dice que “Antístenes se burlaba de Platón por creerle henchido de vanidad. Durante un desfile vio a un caballo que piafaba con estruendo y dijo a Platón: ‘A mí me parece que tú también eres un potro jactancioso’”. Los principales temas de Antístenes, nos dice el historiador, iban enfocados a “demostrar que es enseñable la virtud. Que los nobles no son sino los virtuosos. Que la virtud es suficiente en sí misma para la felicidad, sin necesitar nada a no ser la fortaleza socrática. Que la virtud está en los hechos y no requiere ni muy numerosas palabras ni conocimientos. Que el sabio es autosuficiente, pues los bienes de los demás son todos suyos”.

Antístenes

Diógenes: el perro contra el “bípedo implume” OTRO DE LOS más importantes cínicos, que ha pasado a la historia como el más reconocido y citado, es Diógenes de Sínope, mejor conocido como Diógenes el Perro. Este filósofo realizaba en público todas las actividades que los demás hacían en privado. Vivía de acuerdo con la naturaleza y cuestionaba, al mismo tiempo, la vida de las sociedades, sus valores, sus convenciones e instituciones. Unas de las objeciones prácticas más filosóficas de este pensador es la que se cita en la obra Vidas de los filósofos ilustres. En ella se relata que Diógenes de Sínope había escuchado reiteradas veces que Platón afirmaba que “el hombre es un animal bípedo implume”, y que por eso obtenía muchos aplausos y reconocimientos. Entonces, Diógenes “desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela y dijo: ‘Aquí está el hombre de Platón’”. Desde entonces a esa definición se agregó “y de uñas planas”. En otra ocasión, citando la misma obra, Diógenes decía que “los dioses habían concedido a los hombres una existencia fácil, pero que ellos mismos se la habían ensombrecido al requerir pasteles de miel, ungüentos perfumados y cosas por el estilo”; además, este cínico “se masturbaba en medio del ágora”. Ahí, mientras satisfacía sus placeres, agregaba: “¡Ojalá fuera posible frotarse también el vientre para no tener hambre!”

Crates, el “abrepuertas” DEL TERCER CÍNICO, Crates de Tebas, se dice que fue un ciudadano adinerado y de buena posición social, que también renunció a toda su fortuna para hacerse filósofo cínico. Fue discípulo de Diógenes y maestro de Zenón de Citio, el que luego fundara una de las escuelas más importantes de la filosofía antigua, el estoicismo. A diferencia de su maestro Diógenes, Crates era un hombre amable y tranquilo, que le valió el sobrenombre de el Filántropo, así como el de abrepuertas, porque la gente le llamaba a sus casas para pedirle consejo y charlar con él. Como


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todos los cínicos, predicaba la autarquía y la sencillez dando ejemplo con su vida y sus actos, y aunque de estilo menos agresivo que sus predecesores, su actitud es la misma que los demás. Aquellos pensadores cínicos no proponían el regreso a un estado salvaje similar a lo presocial, a lo antisocial o anárquico. Al contrario, sus críticas no estaban dirigidas a toda la forma de vida social; sólo rechazaban las convenciones irracionales y las valoraciones contraproducentes que generaban sufrimiento y alejaban a los hombres de la virtud, entendida como una vida en conformidad con la naturaleza. Con todo ese ímpetu, y a pesar de las adversidades, se considera que estos pensadores fueron los grandes filósofos de la libertad. Mostraban que la felicidad sobrepasaba a la libertad, que los seres humanos tenemos todo lo que necesitamos para poder ser felices, y que en caso de que no lo fuéramos, se debía más bien a nuestra estupidez y no a las leyes naturales de la humanidad.

Vuelta a la naturaleza COMO ES EVIDENTE, la filosofía cínica tiene sus raíces en Sócrates. Igual que este filósofo ateniense, los cínicos no buscaron formular un sistema filosófico; lo que pretendían era obtener o enseñar un beneficio para la vida humana. Fue por eso que tomaron como modelos a seguir a los dioses, a los animales y a Heracles. Al respecto, John Moles aseguraba que “los cínicos hacían una especie de filosofía misionera. Mediante el ejemplo y la exhortación, ellos mostraban la vida como una virtud”, y no como puro sufrimiento. Carlos García Gual dice que “los sofistas habían señalado la oposición entre las leyes de la naturaleza y las de la convención: la physis frente al nomos”, y que Diógenes “llevó al paroxismo la contraposición y eligió atender sólo a lo natural. En su vuelta a la naturaleza, encuentra en los animales sus modelos de conducta. Se complace observando el ir y venir de un ratón que recoge alegre sus alimentos, y halla en el perro un buen ejemplo para vivir despreocupado y sincero”. Fue por eso que tomaron a los dioses y a los animales como un modelo de conducta. “Ellos no necesitan nada, o poco, para vivir. Así, los cínicos buscaban bastarse a sí mismos. Necesitar lo menos posible de las cosas externas. Para ellos, los dioses y los animales ocupan el lugar del sabio”, apunta García Gual. La vida del cínico transcurre al margen de la civilización imperante, de sus instituciones comunitarias y de sus valores convencionales, todo lo cual es invalidado por el cínico con su comportamiento vivo. Los cínicos, además, son cosmopolitas. No tienen casa, su hogar es el mundo entero. Estos personajes rechazaban la teoría platónica de las ideas. Para los cínicos sólo existe lo que puede ser percibido por los sentidos, y defendieron una ética de la autosuficiencia y la independencia. Al mismo tiempo, propagaron el ideal de la vida natural y el cosmopolitismo, como Diógenes lo decía. Rechazaban la existencia del Estado, pero no desde una idea autárquica. Lo que ellos querían decir era que, para el sabio, no hay patria, ni leyes, ni familia, ni diferencias de clase. Es claro que su aspecto era impactante. José Martín García describe a los cínicos como aquellos “con un magro pero musculoso cuerpo, con larga barba, vestidos con un tosco y raído manto doblado contra el frío en invierno, y sirviéndose de un bastón y un zurrón, se alimentan con el pan, las verduras y algunos pescados que mendigan, sobre todo arenques o sardinas de salazón,

Al cínico le gustaba llamarse “perro, porque sentía una particular inclinación por las virtudes del animal. No es este perro el faldero dócil, sumiso y satisfecho, que vive protegido junto a amos tan ahítos como él; por el contrario, el cínico desconoce la correa, la casilla y la pitanza regular adquirida al precio del conformismo”, indica Onfray.

usan la sal como único condimento y la bebida del agua de las fuentes y duermen instalados en los pórticos de los templos o en las puertas de las casas ajenas en una determinada ciudad o en cualquiera en que se halle”, de manera que podían ser reconocidos a simple vista.

Los cínicos del porvenir SIN EMBARGO, PARA Michel Onfray, filósofo francés, “hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les correspondería la tarea de arrancar las máscaras, de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil pedazos los bovarismos generados y luego amparados por la sociedad”. Este pensador revalora la importancia de esa filosofía cínica, ya que “todas las líneas de fuga cínicas convergen en un punto focal que distingue al filósofo, no ya como un geómetra, más bien como un artista, el escenógrafo de un gran estilo. Diógenes es uno de estos experimentadores de nuevas formas de existencia”. Fue por eso que al cínico le gustaba llamarse “perro, porque sentía una particular inclinación por las virtudes del animal. No es este perro el faldero dócil, sumiso y satisfecho, que vive protegido junto a amos tan ahítos como él; por el contrario, el cínico desconoce la correa, la casilla y la pitanza regular adquirida al precio del conformismo”, indica Onfray. La vigencia de esta forma de filosofar consiste en aprender a vivir, a pensar, a existir y a obrar ante los fragmentos del mundo real. Así, continúa Onfray, “enseñan la insolencia frente a todo lo que se engalana con las plumas de lo sagrado: lo social, los dioses, la religión, los reyes y las convenciones. La filosofía cínica se preocupa por las cosas cercanas y desacredita todas las empresas que privilegian el espíritu de seriedad”. Otro filósofo, Pedro Fuentes González, dice que en la antigüedad hubo quienes negaron que el cinismo constituyera una auténtica escuela de pensamiento, una opción o secta filosófica, reduciéndola a la condición de simple “actitud ante la vida”. Sin embargo, afirma, “a estas alturas, los estudiosos ya la consideran una escuela de pensamiento. Su pensamiento nos ha llegado de modo fragmentario, en forma de anécdotas. Lo que pasa es que en realidad esta literatura se perdió en gran parte”.

Estoicos y epicúreos: los hijos del cinismo Crates de Tebas.

LOS TRES CÍNICOS más importantes son Antístenes, Diógenes y Crates, pero hay otros igual de importantes, como Metrocles y Onesícrito de Astipalea. Sin dejar de lado a Hiparquia de Marinea, una de las primeras mujeres filósofas. Ella también participaba en las reuniones de filósofos, hablaba, escribía y debatía con ellos y entre ellos. Pierre Hadot refiere cómo la filosofía, en la Edad Antigua, era concebida más como una forma de vivir que como un simple discurso autónomo. Indica, además, que fue Sócrates quien constituyó a la filosofía como un ejercicio espiritual, ya que sus digresiones están destinadas a hacer progresar a los pensadores y no sólo a transmitirles un determinado saber. Pese a que hay pocas obras completas escritas por filósofos cínicos antiguos, la importancia de esta escuela de pensamiento se extendió durante varios siglos a diversas regiones de Occidente. Algunas de las corrientes filosóficas más importantes que se derivaron de la escuela cínica fueron el estoicismo y el epicureísmo l


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LOS LIBROS HOY: L VOCACIÓN

Hacer libros, objetos de comercio pero también de culto, es una tarea que involucra muchos talentos y a muchas personas. En la actualidad, sobre todo en este período de pandemia, la industria editorial atraviesa una nueva crisis, una más, sobre la que vale la pena reflexionar y, ante la adversidad, no perder la esperanza.

EDITORIAL Y PERSISTENCIA

Juan Guillermo López ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

a vocación editorial siempre ha sido casi suicida; claro, ha habido casos como los de Beatriz de Moura, Jordi Herralde, Joaquín Diez-Canedo (el padre, por supuesto) y tantos otros que, con puntería y empeño, pero sobre todo con visión literaria y comercial, lograron crear sellos que ahora son leyenda: Tusquets, Anagrama, Joaquín Mortiz. A lo largo de décadas mantuvimos, ellos y muchos de nosotros, convicciones que considerábamos inamovibles: la colocación, la promoción, la distribución, la devolución. Pero todo ha cambiado, no sólo a partir de la Pandemia del Covid-19, sino desde mucho antes, y nos ha costado aceptarlo. Es importante tomar en cuenta que la actual situación de la industria editorial, no sólo en el país, sino a nivel internacional, es por demás crítica, dado que ni siquiera nuestros puntos naturales de venta, las librerías, está trabajando de manera normal; de hecho, la mayoría de ellas se encuentran cerradas. El libro nunca ha sido un producto de primera necesidad, es más bien un objeto suntuario, como suelen decir los economistas al uso. Sin embargo, si lo pensamos como instrumento de trabajo para la actualización de un inmenso número de profesionales de todo tipo de disciplinas, entonces se convierte en un factor indispensable para el avance de las ciencias, tanto de las llamadas duras como de las sociales, y no digamos para las artes y las humanidades. El mercado editorial en América Latina es completamente diferente del de Europa y el de Estados Unidos; mientras en esos países la producción anual puede alcanzar, si no centenas, sí decenas de miles de títulos nuevos, en nuestros países difícilmente llegamos a unas 10 mil novedades por año y en algunos, ni la mitad, lo que nos coloca en abierta desventaja. Si a esto agregamos que en la actualidad el mercado se encuentra controlado por dos o tres grandes consorcios: Penguin Random House, Planeta, Santillana, etcétera, que dominan la comercialización y, sobre todo, la captación de autores, con base en grandes cheques de adelantos a cuenta de regalías y en ofrecimientos de internacionali-

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La Jornada / Yazmín Ortega Cortés

zación que, por lo regular, no se cumplen, la situación se agudiza. Así, lo mejor que pueden hacer las editoriales locales, no las autodenominadas “pequeñas” o “independientes”, que por lo regular no son ni una cosa ni la otra, sino maquiladoras al mejor postor, es programar pocos títulos por año, contratar sólo aquellos que consideren que tendrán un buen impacto en ventas y promover, intensamente promover. La promoción de la lectura no requiere libros de tres pesos que generalmente la gente termina por arrumbar, rematar o simplemente olvidar, y cuya calidad, independientemente del contenido, es por lo general bajísima (¿cómo olvidar esas inefables antologías de poesía o de cuentos ‒siempre radicales‒, impresas, ¡eso sí!, en papel revolución, plagadas no sólo de erratas, sino de errores garrafales, como atribuir textos de un autor a otro o de equivocar nacionalidades o fechas); se requieren libros acordes con la realidad concreta del sector social al que queramos llegar: campesinos, obreros, desempleados, jóvenes, viejos, mujeres, niños, migrantes nacionales o extranjeros, enfermos, presos. No se trata sólo de llenar estadísticas y de presumir grandes tirajes para grandes regalos, sino de cubrir necesidades reales de personas reales. No de entelequias ideológicas o religiosas. No podemos soslayar que el futuro nos ha alcanzado y que muchos nos sentimos rebasados por los avances tecnológicos, pero es indispensable aceptar que el libro digital, nuestra bête noir durante tanto tiempo, ahora es cosa de niños. Afortunadamente, las profecías de la desaparición del libro en papel nunca se cumplieron y en la actualidad ambos formatos se complementan, es más, siguen siendo bastante más importantes las ventas en papel, que las electrónicas. Hace muchos años, durante mi primera visita a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, los alemanes habían montado una gran exposición dedicada a las nuevas tecnologías. Sorprendentes todas, pero prácticamente no recuerdo más allá de un par. En efecto, la pandemia del Covid-19 ha sido nefasta, pero no es el fin de todo; si nuestro mundo se recuperó de la primera y de la segunda guerras mundiales, con los millones de muertos que acarrearon; si sobrevivió a las pandemias de la gripe española, el sida, el ébola y tantas otras; si persiste combatiendo el etnocidio judeosionista contra el indomable pueblo palestino y si es capaz de enfrentarse a los gobiernos fascistas y asesinos de Trump, Boris Johnson, Bolsonaro, Lukashenko, entonces siempre habrá esperanza. Además, los libros siempre seguirán estando, como han estado desde el origen de los tiempos, en forma de leyendas, tradiciones, papiros, la biblioteca de Alejandría, el calendario azteca, las estelas mayas, los códices prehispánicos; y los incunables y los libros miniados y los libros de horas y los libros y los libros y los libros… l


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La historia tiene muchos vericuetos que no siempre son visibles o relevantes para el registro de los grandes acontecimientos. En el espléndido libro El espía de Franco, de Luis Rius Caso, se da cuenta, mediante los recursos de la novela y la investigación histórica, no sólo de un hecho por lo menos peculiar: el asesinato de José Gallostra, embajador de Franco, en Ciudad de México, hecho muy imbricado con el exilio español en nuestro país, por un lado, y con la cultura, especialmente la pintura, de esa época.

EL ESPÍA DE FRANCO

HISTORIA DE UNA NOVELA L

A Manuel Felguérez, mínimo homenaje

a Guerra Civil española y el posterior exilio de los refugiados que llegaron a México está teñido de abundantes historias y anécdotas, que van desde las de carácter trágico hasta las de la picaresca oportunista. Es lógico, pues fue un hecho caracterizado por la diversidad, la complejidad de fuerzas e intereses involucrados, y también por el número de personas. Entre ellos –los investigadores lo han destacado muchas veces– sobresale el papel extraordinario jugado por la diplomacia mexicana, su habilidad, su inventiva y su actitud ética y humana. Hay una parte, menos visible, pues es menos llamativa: la parte oscura de esa diplomacia que tenía también. Hay una notable investigación de Clara Lida y José Antonio Matesanz sobre esa parte oscura –o gris– de las relaciones entre México y España durante las primeras décadas del franquismo, cuando nuestro país sólo reconocía como gobierno al republicano, cuya sede –además– estuvo en México, después de un breve momento en Francia en los inicios del exilio. Una de esas historias rocambolescas que vivió ese período fue la visita y labor en México de Gallostra, fabuloso personaje de la picaresca diplomática española que vino a tratar de reanudar las relaciones entre ambos países a finales de los años cuarenta, principios de los cincuenta (no lo consiguió, no se reanudaron sino hasta la muerte del caudillo en 1975). Su viaje a México, sus actividades y, sobre todo, su asesinato en el centro de Ciudad de México, en 1952, son una de esas historias que uno puede calificar como dignas de una novela. Como suele suceder con esas anécdotas, más novelescas que novelables, no alcanzan esa dignidad. Por eso, cuando lo consiguen, como en El espía de Franco, el resultado es notable y ofrece al lector una multiplicidad de ángulos de abordaje y lectura del texto que no se agota ni en la pura peripecia, ni las tesis políticas que pueda tener, ni en la recreación de época.

A NOVELA

El asesinato de José Gallostra y otras historias

José María Espinasa ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

EMPECEMOS POR SU autor: Luis Rius Caso. Hijo del poeta Luis Rius, figura central de la llamada generación hispanomexicana y nieto de otro Luis,

Luis Rius Caso.

su abuelo que llega a México con su esposa e hijos con el exilio en 1939 (y para quienes la novela es un homenaje), es uno de nuestros críticos e historiadores del arte más notables, y un espléndido funcionario cultural en los puestos que ha ocupado. Sus investigaciones sobre el muralismo, sobre algunos pintores del exilio y sobre pintores mexicanos diversos muestran una pluma ágil, elegante y precisa. En 2017 curó, para el Museo de la Ciudad de México, la sección del siglo xx/xxi de “Ocho Siglos. La ciudad de México en el arte”, ambiciosa síntesis de un período de gran complejidad creativa. Es, como menciono, una figura reconocida en la cultura mexicana. Eso matiza el hecho de que, como narrador, sea su primera novela publicada. Luis Rius Caso no es un escritor primerizo y en sus ensayos sobre pintura muestra cualidades que en la novela le son muy útiles: soltura narrativa, rigor como investigador, adecuada arquitectura


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de los capítulos, capacidad de síntesis, caracterización de personajes. Es, por eso, una primera novela que no sufre de los defectos y tentaciones de las primeras novelas y su autor la publica cuando tiene sesenta años (no responde tampoco al tópico del joven narrador), y con ello se suma por derecho propio a una generación de narradores que incluye a Daniel Sada, Enrique Serna, Juan Villoro, Carmen Boullosa, Guillermo Arriaga y Mónica Lavín, entre otros. Si menciono este hecho es para situarlo en el contexto de un grupo de escritores que surgió en los años setenta y alcanza en estas fechas su plena madurez y, a la vez, para pasar a otro aspecto de la novela, su pertenencia a la narrativa que da cuenta de ese exilio. La narrativa con ese tema es abundante, desde las biografías, las novelas biográficas y autobiográficas, o las que son pura ficción, más escasas, pero que se ocupan del asunto. El propio autor señala que su narración es una novela histórica y que está sostenida en una investigación sólida en archivos de distintos países, surgida a partir de un recorte de prensa encontrado en un libro herencia del padre o del abuelo, sobre el asesinato de José Gallostra y Coello de Portugal (el nombre es ya una novela) y en el que desarrolla a través de una anécdota ficticia las diferentes hipótesis políticas que sobre el asesinato se manejaron en su tiempo –anarquistas, órdenes de Moscú, el propio gobierno de Franco, la derecha o la izquierda mexicanas–hasta llegar a la sospecha de que fue un lío de faldas y una mezcla de todas ellas, en una confusión en la que todo es posible. Evidentemente, la novela es un thriller de acción constante, todo articulado a través de un joven pintor mexicano de talento y aspiraciones de muralista, que recibirá el encargo de plasmar el asesinato en una obra. Ese motor anecdótico le permite al autor poner en juego a los ricos españoles antiguos residentes, a las figuras más insignes del exilio en la política –Vicente Lombardo Toledano, Lázaro Cárdenas, Indalecio Prieto–, la cultura y el periodismo. Para el lector que reconoce los nombres –Denegri, Scherer García, Pepe Alameda–, le da un tono enriquecido a la recreación de la época, así como los lugares que describe, sobre todo los restaurantes, ficticios algunos pero todos reconocibles, y las personalidades de la cultura –notable el momento en que aparece Diego Rivera. Dos elementos permiten al narrador tejer su envolvente relato: el ajedrez –la novela abre con un concurso del juego-ciencia en el Casino de la Selva– y los triángulos amorosos, las infidelidades y los sobreentendidos del mundo hispánico en México, basados en el toreo –no el de alta alcurnia de Luis Miguel Dominguín y Manolo Arruza, sino el de baja estofa caracterizado en un personaje extraordinario, el Risueño, segundo asesinado de la novela, y en los ultramarinos en el entorno de la calle López.

Óleo antisolemne de una época UNA DE LAS mayores virtudes de la novela es que su condición de homenaje y recreación de una época no está marcada en exceso por la nostalgia que deviene complacencia y sí, en cambio, por la de un humor agridulce que no es nunca ácido. El mejor ejemplo es el pasaje en que escenifica las reuniones de lectura de “El capuchón”. Allí el restorán El Hórreo, León Felipe y Pedro Garfias presiden una hilarante lectura de poemas con todo y menciones al peor poema leído, entre ellos uno de Juan Ramón Jiménez, y con alusiones a lo largo de todo el libro a Emilio Prados, Luis Cernuda, José

Dos elementos permiten al narrador tejer su envolvente relato: el ajedrez –la novela abre con un concurso del juego-ciencia en el Casino de la Selva– y los triángulos amorosos, las infidelidades y los sobreentendidos del mundo hispánico en México, basados en el toreo –no el de alta alcurnia de Luis Miguel Dominguín y Manolo Arruza, sino el de baja estofa.

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Bergamín y José Gaos, figuras tutelares de la generación hispanomexicana que se adivina entre los amigos de Domingo, el pintor protagonista de la narración. La tensión realista se mantiene gracias al entretejido de noticias en la prensa y trascendidos políticos en torno al caso de Gallostra, incluso con citas documentales. La vida amorosa del pícaro de altos vuelos salpimienta el asunto desde los celos y los intereses familiares. ¿Es acertado el retrato de la época? Es al menos muy verosímil y sin la solemnidad que lo suele acompañar, los heroísmos están muy diluidos y la integridad moral no está erigida en arquetipo. Las figuras son parte del gran teatro del mundo, un mundo que no necesariamente tiene grandeza. Más que ser de una pieza, su condición emotiva está en tener muchas facetas, no siempre claras y congruentes. La mirada política, presente, no se confunde con la mirada moral, mantenida a raya. Delante del mural desfila el México de entonces, deseoso a veces de entrar en él y otras reacio, que tiene como motivo de encargo la cruzada cultural que hacen los llamados poetas mosqueteros, los que el franquismo quiso oponer a la Generación de 1936 en el exilio, mucho más prometedora pero que, al igual que la otra, su contraparte en la península terminó como promesa no cumplida. Me parecen suficientes cualidades para saludar la aparición de El espía de Franco como una gran novela, pero además hay otra cosa todavía, que el autor disimula, tal vez para trabajar en una futura narración: aquello que tiene que ver con un momento esencial de la pintura mexicana, la generación de la ruptura. El personaje central, Domingo, pintor de talento y muralista en ciernes, sufre al final de la novela una crisis mezcla de su alcoholismo, su deterioro físico y su angustia, momentos antes de enfrentar un juicio por asesinato, amañado como todo juicio que se precie en el México de la época, la de la presidencia de Miguel Alemán, el fortalecimiento del pri y la progresiva derrota de las ideas cardenistas. La literatura y la política mexicana han estado presentes todo el tiempo; en cambio, la pintura no tanto. Sí aparecen Diego Rivera, en uno de los mejores momentos de la narración, y Rufino Tamayo casi de pasada, aunque reverencialmente, pero Domingo es una prodigiosa síntesis de rasgos que pueden provenir de Inocencio Burgos, Alberto Gironella y otros creadores de la generación de la ruptura. Esa crisis que menciono lleva a la aparición en Domingo de una nueva idea de la plástica, un nuevo estilo, en el que se adivina el surgimiento del expresionismo y la abstracción, que dio paso a una nueva escuela de pintura en México, la llamada ruptura. Los críticos e historiadores del arte han señalado, a veces tímidamente, la función de fermento y revulsivo que tuvo la presencia de algunos pintores exiliados en México –Ramón Gaya, Enrique Climent, Antonio González Luna–, que o bien permanecieron en una cierta sombra, o bien entraron en conflicto con la escuela mexicana de pintura, en especial con Diego Rivera. Luis Rius Caso es sutil y más que teorizar sugiere y encarna esa condición de cambio y la presenta como una catarsis. Al final, ese cambio es una cuestión de vida casi en sentido biológico, aunque aquí aparezca como una locura semifingida para escapar a la culpabilidad en los hechos. El “espía de Franco” fracasa en sus intrigas diplomáticas, pero el narrador que lo trae a nuestra memoria setenta años después, acierta en su comprensión de un momento clave de la cultura mexicana l


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Desde Nueva Zelanda:

Janet Frame, g Sin duda, el talento literario genuino no se detiene ante ningún obstáculo: la historia personal llena de adversidades e incluso tragedias familiares y la alta calidad de la obra de la poeta y novelista neozelandeza Janet Paterson Frame Clutha (19242004), lo demuestran con creces. Después de años de reclusión en un hospital psiquiátrico, diagnosticada erróneamente con esquizofrenia, y habiéndose salvado de que la sometieran a una lobotomía, llegó a ser candidata al Nobel de Literatura. Escribió diecinueve libros, entre novelas, ensayos, relatos y cuentos para niños.

“P

or tu propio bien”: persuasivo argumento que, eventualmente, puede conducir al ser humano a que consienta su propia destrucción. Una vez que Janet Frame cayó en la cuenta de esto, empezó a forjar, discreta pero perseverante, su camino hacia la salvación de su persona, aferrada a aquel libro de Shakespeare, más amuleto que otra cosa, pues ni siquiera le era permitido leer. Janet no especifica el título del librito, aunque constantemente cita a Shakespeare, muy especialmente a Ofelia, con quien tiene en común el aprendizaje del lenguaje de la locura como táctica de sobrevivencia. ¿Qué delito purgan algunas personas tipificadas como “enfermas mentales”? En el caso de Janet, tener una pelambre color zanahoria y ser ridiculizada por ello. Permitirse ver el mundo con sus propios ojos y desconfiar abiertamente de aquello que se supone “correcto”, “adecuado”, “mejor”. Dibujar y pegar estrellas contra un fondo negro para sus noches privadas. Saber vestirse por sí misma cuando se supone que debe dejarse vestir como un maniquí inanimado y rebelarse a menudo contra la máscara de falsa serenidad que se le impone a fuerza de electrochoques, experiencia que Janet Frame narra con la misma rabiosa nitidez que Sylvia Plath: “peor que el ‘tratamiento’ es la horrible incertidumbre con que se acuestan las internas, preguntándose si al día siguiente se les dará la indicación fatal: “Hoy no hay desayuno para ti.”

“La mujer ideal”

Eve Gil ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

DEBILITADA, DESPOJADA DE todo menos de su voluntad de escribir, Janet aguardaba en la antesala del cadalso: diagnosticada “esquizofrénica”, esta paciente, que previo al manicomio era una brillantísima alumna de la Universidad de Dunedin y también de la Universidad de Otago, donde cursó estudios de psicología, había sido condenada a una lobotomía. Según el diccionario de la Real Academia Española: “ablación total o parcial de los lóbulos frontales del cerebro”, cirugía muy de moda por entonces para “cambiar la personalidad”. Significa que pasaría a ser una autómata a la que (Frame dixit) llevarían de paseo, arreglarían con maquillaje, cubrirían con un pañuelo de flores su cabeza rapada. Se volvería silenciosa, pálida y dócil: ¡la mujer ideal! Entre más electrochoques, más se convencía Janet de que no le quedaba más remedio que desarrollar una especie de caparazón, una máscara imperturbable, digamos mejor, un sistema para morder un pañuelo imaginario que le permitiera aparentar indiferencia y estupidez ante la injusticia y el espantoso peinado semanal a base de petróleo y bencina para contrarrestar los piojos. En el segundo volumen de su extensa autobiografía, que más tarde se agruparía bajo el título de Un ángel en mi mesa, admirablemente adap-

Janet Frame. Ilustración: Rosario Mateo Calderón.


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genio literario y locura tada al cine por Laura Jones y dirigida por otra genial neozelandesa, Jane Campion, narra el instante milagroso en que, narcotizada hasta la indignidad, vio acercarse al superintendente del manicomio, un tal doctor Palmer, que le sonrió de manera distinta diciendo: “La vamos a cambiar de pabellón, señorita Frame. Y ya no habrá lobotomía: acaba de ganar el Premio Hubert Church a la mejor prosa.” El libro que salvó la vida a Janet, La laguna, una colección de historias cortas, escrito parcialmente durante su reclusión, fue el primero de su producción, publicado en 1951. La escritora libró la lobotomía, pero no con bastante tiempo para salvar la dentadura. Una muchacha de veintisiete años despojada hasta de los dientes, aunque, se dice, ya los tenía podridos, efecto de la pésima alimentación y la imposibilidad de una elemental higiene. Se permitió sin embargo el máximo acto subversivo de alguien en su posición: sonreír. Su amiga Nola no se salvaría: ahí estaba también, aguardando su turno. Nola es, probablemente, el personaje al que Janet recuerda con más afecto en su autobiografía, la amiga que poco más tarde, una vez lobotomizada, apenas la reconocería.

Rostros en el agua (fragmento) Janet Frame CUANDO VEÍAMOS A la enfermera de día pasar de un paciente a otro con la lista en su mano nuestro nauseabundo terror se volvía más intenso. “Te van a dar el tratamiento. Hoy no desayunas. Quédate en bata y camisón y quítate los dientes.” Teníamos que ser cuidadosos, mantenernos calmados, controlados. Si nuestros temores resultaban injustificados, sentíamos una ligereza y un alivio vertiginosos, una exaltación que, llevada al extremo, nos exponía a recibir el tratamiento de emergencia. Si nuestro nombre aparecía en la lista fatal debíamos intentar dominar con toda nuestra fuerza, a veces sin éxito, el pánico creciente. Porque no había escapatoria. Una vez que se conocían los nombres todas las puertas eran escrupulosamente cerradas; debíamos permanecer en el dormitorio de observación donde se aplicaba el tratamiento. En ese momento una se volvía toda oídos y escuchaba a los otros pacientes caminar por el pasillo para desayunar; el silencio que se hacía mientras la Hermana Honey, con la cabeza inclinada, los ojos atentamente abiertos, bendecía los alimentos.

Un bolso, un cuadernillo y aspirinas JANET PATERSON FRAME Clutha, a quien el Nobel australiano de Literatura 1973, Patrick White (1912-1990) consideró la más grande autora neozelandesa desde Katherine Mansfield, nació en Dunedin, el 28 de agosto de 1924 y creció en Omaru, la costa este de la isla. Fue una de cinco hijos de un modesto ingeniero ferroviario y de una exmucama de la familia de la escritora con la que más tarde sería reiteradamente comparada su hija, Mansfield. Esta mujer, aunque presente en el hogar, se mantuvo emocionalmente distante de sus hijos, si bien Janet la recuerda componiendo canciones a la orilla del río. Hija de un hombre “taciturno y propenso a mostrarse turbado en momentos de honda emoción”, que evitaría visitarla en el sanatorio, por mucho que la amara, y de una madre avergonzada que se dejó convencer de firmar el permiso para que a su hija le fuera practicada la lobotomía; visitada apenas por una tía cuyo excesivo maquillaje olía a talco rancio y le hizo con sus propias manos el único regalo que recibió durante su reclusión: un primoroso bolso color rosa.

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“Que el Señor les conceda una sincera gratitud por lo que están a punto de recibir.” Y entonces se escuchaba la repentina animación de las cucharas golpeando los tazones, el ruido de las sillas al moverse, el murmullo turbado cuando al final de la comida se buscaba el inevitable cuchillo faltante mientras la hermana advertía con severidad: “Que nadie se levante de la mesa hasta que aparezca el cuchillo.” Después, tras las órdenes de la hermana, más ruido de sillas y más murmullos. “De pie, señoras.” Las puertas laterales se iban abriendo conforme las pacientes eran enviadas a sus distintos lugares de trabajo. Lavandería, señoras. Cuarto de costura, señoras. Casa de reposo, señoras. Después el taconeo de la robusta directora Glass conforme se acercaba por el pasillo, sus pequeños pies calzados de negro, abría el dormitorio de observación y nos examinaba de pie, interrogando a la enfermera, como un ganadero evaluando las cabezas de ganado que en los establos esperan partir en camión al matadero. “¿Están todas aquí? Asegúrese de que no tengan nada que comer.” Esperábamos de pie, en grupos pequeños; o acuclilladas en semicírculo alrededor de la gran chimenea enrejada donde un montón de carbón adormecido humeaba indolente; nuestras manos sujetaban los barrotes ennegrecidos del guardafuego para calentar nuestros dedos congelados. Porque a pesar de los dientes de dragón y de las polvosas mariposas con manchas blancas y de / PASA A LA PÁGINA 10


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VIENE DE LA PÁGINA 9/ DESDE NUEVA ZELANDA...

Janet Frame conoció la tragedia desde muy temprana edad, con los constantes ataques epilépticos de su hermano mayor y único hijo varón, y la tétrica coincidencia en la muerte de dos de sus hermanas que murieron ahogadas con diez años de diferencia (1937-1947). Aunque la pobreza forzaba a los Paterson a mudarse continuamente, la muchachita pelinaranja cultivó, como por impulso, el hábito de la lectura que habría de convertirse en su refugio, incluso cuando se le impidió leer. Durante toda su vida estudiantil fue muy aplicada, ganando numerosos premios, pero siempre solitaria y apartada del resto, carente de amigos, identificada con las heroínas estoicas que sufren en silencio. No tardaría en justificar esa fama de excéntrica que desde niñita le acarrearon su peculiar cabellera y su ensimismamiento poético, volcado en un cuadernillo con lunares rojos. Con todo y que nadie avizoraba un destino prometedor para aquella rara criatura, Janet trabajó muy duro para ganarse un lugar en el mundo. Siendo ya maestra de secundaria, fue hostilizada por un inspector que desaprobaba sus métodos

VIENE DE LA PÁGINA 9/ ROSTROS EN EL...

los cerezos en flor, era siempre invierno. Y para nosotros era siempre una estación peligrosa. Electricidad, el peligro que en los cables canta el viento en un día gris. Pensaba una y otra vez, ¿qué medidas de seguridad debo tomar para protegerme en contra de la electricidad? Y hacía una lista de emergencias “relámpagos, disturbios, terremotos”, y de las precauciones tomadas por el hombre para proteger al mundo a través de su Cruz Roja Seguridad de Dios a quien debemos obediencia o morir desterrados en el témpano de hielo, en una doble soledad. Pero cuando me sentía amenazada por la electricidad no se me ocurría nada, excepto pensar en las botas de hule que llegaban hasta la cadera que mi padre usaba para pescar y que guardaba en el lavadero donde las chamarras apolilladas colgaban detrás de la puerta, junto al montón de viejos magazines de humor, Lo Mejor del Ingenio Mundial, que se leían en el baño. ¿Dónde quedaron el lavadero y la ropa vieja con nidos de arañas y ciempiés en los pliegues? Perdida en tierra extraña, debía ubicarme según los arroyos que fluyen hacia el mar y medir el tiempo con el sol. Sí, yo era astuta. Una vez recordé la relación entre electricidad y humedad, y con el pretexto de ir al baño llené la tina y me metí en ella con bata y camisón, y pensé: ahora ya no me van a dar el tra-

Tenía tanto miedo. Cuando llegué por primera vez a Cliffhaven y entré en la estancia y vi a la gente sentada con la vista fija, pensé, como piensa un transeúnte en la calle cuando ve a alguien mirar el cielo: si yo miro hacia arriba, también lo veré. Y miré pero no lo vi. Y el mirar no era, como suele ser en las calles, una ocasión para que la muchedumbre compartiera un espectáculo; esta era una ocasión para la soledad, para la visión de un circuito cerrado privado.

tamiento, y tal vez pueda ejercer una influencia secreta sobre la pulida máquina color crema, con sus botones y medidores y luces. ¿Tú crees en una influencia secreta? Ha habido ocasiones de una alegría desbordante cuando se descomponía la máquina y el doctor salía, frustrado, de la sala del tratamiento, y la hermana Honey nos daba la maravillosa noticia: “Vístanse todas. Hoy no habrá tratamiento.” Pero ese día en el que me metí en la tina la influencia secreta estuvo ausente, y me dieron el tratamiento, me arrastraron a la sala para que fuera la primera, antes incluso de que a los escandalosos del Pabellón Dos, el de los perturbados, les dieran los “múltiples”, lo que quiere decir que les daban dos tratamientos y a veces tres consecutivos. A esta gente alterada que vestía con sus protectores camisones rojos y sus largas y protectoras calcetas grises y sus apretados calzones rayados que algunos tenían buen cuidado de enseñarnos, la llamaban por sus nombres cristianos o por sus apodos, Dizzy, Goldie, Dora. A veces se nos acercaban y comenzaban a confiar en nosotras o a tocar nuestras mangas con reverencia, como si en verdad fuéramos lo que sentíamos ser, una raza diferente a ellos. ¿No éramos acaso nosotras las enfermas “sensatas” que todavía no sustituíamos la palabra por sonidos animales ni sacudíamos nuestro cuerpo con movimientos incontrolados ni nos disolvíamos en una secreta hilaridad silenciosa? Y sin embargo, cuando llegaba el momento del tratamiento y ellos y nosotras éramos llevados o arrastrados a la habitación que estaba al final del dormitorio, todos sin importar si éramos del pabellón de los perturbados o del de los “buenos” proferíamos el mismo

poco ortodoxos de enseñanza. Empezó a circular la versión de que la inteligente señorita Frame estaba loca. Una absurda tentativa de suicidio con aspirinas la hace acudir por su propio pie a Seacliff, un hospital mental, en busca de ayuda para su profunda depresión. Era 1947, tenía veintidós años de edad. No imaginó que terminarían recluyéndola durante siete años, pues no fue dada de alta sino hasta 1954, tres años después del premio. Describe aquellos años como “un curso intensivo de los horrores de la locura”, muy presente en el resto de su literatura, especialmente en la poética novela Rostros en el agua, donde la protagonista, Istina, alter ego de Janet, relata su experiencia en dos distintos sanatorios, entre sábanas con monogramas de los ejércitos aliados durante la segunda guerra mundial y la persistente pestilencia a orines y

grito ahogado, sofocado, cuando la corriente eléctrica se encendía y caíamos en una inmediata y solitaria inconsciencia. Era el principio de mi sueño. Los vestigios del tiempo se cruzaban y entremezclaban y al impactarse de frente las horas estalló un fuego que ennegreció la vegetación que hace brotar la tierna memoria a lo largo del camino. Tomé un dedal de agua destilada de mar e intenté apagar el fuego. Agité una pequeña bandera verde en el rostro de las horas por venir que cruzaron por la campiña herida rumbo a su destino y mientras los rostros me espiaban desde la ventana vi que eran los rostros de la gente que esperaba recibir el tratamiento de electrochoques. Ahí estaba la señorita Caddick, Caddie, le decían, rijosa y desconfiada, sin saber que pronto moriría y que su cuerpo sería desaparecido por la puerta trasera para llevarlo a la morgue. Y ahí estaba con la vista fija mi propio rostro desde el vagón repleto, entre los apodados vestidos con sus uniformes, batas cortas rayadas y suéteres grises de lana. ¿Qué significaba? Tenía tanto miedo. Cuando llegué por primera vez a Cliffhaven y entré en la estancia y vi a la gente sentada con la vista fija, pensé, como piensa un transeúnte en la calle cuando ve a alguien mirar el cielo: si yo miro hacia arriba, también lo veré. Y miré pero no lo vi. Y el mirar no era, como suele ser en las calles, una ocasión para que la muchedumbre compartiera un espectáculo; este era una ocasión para la soledad, para la visión de un circuito cerrado privado. Y aún es invierno. ¿Por qué es invierno si los capullos del cerezo están en flor? Ya llevo años aquí en Cliffhaven. ¿Cómo puedo llegar a las nueve en punto a la escuela si estoy atrapada en el


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petróleo. Una depresión nerviosa le fue equívocamente diagnosticada como esquizofrenia y los psiquiatras modernos aseguran que es un verdadero milagro que Janet haya emprendido una exitosa carrera literaria (un total de diecinueve libros, entre novelas, ensayos, relatos y cuentos para niños), que la llevaría a ser postulada durante muchos años al Nobel, luego de padecer doscientos electrochoques por semana, durante cuatro años consecutivos: “El tratamiento […] nos deja solos y ciegos, suspendidos en una vacuidez existencial en la que uno se mueve a tientas, como un animal recién nacido al contacto de los primeros consuelos. Luego, al despertar, pequeñas y asustadas, nuestras lágrimas continúan resbalando con lenta e indescriptible aflicción.” Su primera novela, publicada en 1957, Los búhos gritan, gozaría de una excelente recepción de la

crítica. En ella explora de manera ambigua, casi metafórica, la sutil frontera entre razón y locura, la paulatina deshumanización de aquel a quien los médicos diagnostican como loco y cómo la locura estereotipada llega a convertirse en un disfraz para sobrevivir a quienes afirman curarla. Los mejores libros, sin embargo, estaban por venir, como la ya citada Rostros en el agua, que escribió en una cabaña en Ibiza que le ofreció en préstamo el escritor neozelandés Frank Sargeson (1903-1982), publicadas ambas en 1961. Retomaría el tema de la locura en una novela futurista titulada Terapia intensiva (1970), donde se plantea una sociedad en donde las autoridades optan por suprimir a los marginales, si bien los sobrevivientes instaurarán a posteriori una dictadura aún peor. En 1972 publicará una de sus más importantes novelas, Hija del búfalo (1972), por la cual gana

dormitorio de observación esperando el tech? Es un camino tan largo el de la escuela, por la calle Edén después la calle Riblle y la calle Dee más allá de la casa del doctor y de la casa de muñecas de su hijita que tenían en el jardín. Me gustaría tener una casa de muñecas; me gustaría poder hacerme chiquita y vivir dentro de ella, acurrucada en una caja de cerillos con un dosel de raso y en la lija pintadas estrellas doradas por buena conducta. No hay escapatoria. Pronto será la hora del tech. A través de las ventanas del balcón puedo ver a las enfermeras regresar del almuerzo, y el verlas caminar de dos en dos y de tres en tres más allá del arriate de los dientes de dragón, las campánulas y el cerezo, me produce un nauseabundo sentimiento de angustia y condena. Me siento como una niña obligada a comer una comida extraña en una casa extraña y que debe pasar la noche en una habitación extraña con un olor diferente en las cobijas y ribetes diferentes en las sábanas y que al despertar en la mañana ve por la ventana un paisaje diferente y aterrador. Las enfermeras entran al dormitorio. Recogen las dentaduras de los pacientes que van a recibir el tratamiento, las sumergen en el agua de viejas tazas despostilladas en las que escriben con la descolorida tinta azul de un bolígrafo los nombres de sus dueños; la tinta se escurre sobre la impenetrable superficie de la loza, embarrándose, las orillas de las letras parecen el microfilm de patas de moscas. Una enfermera trae un par de pequeños tazones esmaltados despostillados que contienen alcohol desnaturalizado y jabón de éter sulfúrico, para “frotar” nuestras sienes y que el choque “agarre”. Trato de encontrar un par de calcetas de lana grises porque sé que si mis pies se enfrían me voy

a morir. Una paciente tiene el cuidado de ponerse sus calzones “en caso de que aviente las piernas enfrente del doctor”. En el último minuto, cuando la sensación de las nueve en punto nos envuelve, sentadas en las duras sillas, nuestras cabezas echadas hacia atrás, mientras restriegan nuestras sienes hasta lacerar y herir la piel con el algodón empapado y el alcohol se escurre metiéndose en nuestros oídos y provocando súbitos bloqueos del sonido, hay un último estallido de pánico y de gritos, algunos intentan arrebatar las sobras de la comida que dejaron los pacientes de cama, y mientras una enfermera grita: “Baño, señoras”, y se abre la puerta del dormitorio para una breve visita vigilada a los baños sin puertas, con custodios en el pasillo para evitar las fugas, surgen conatos de riñas y patadas al intentar algunas echarse a correr, comprendiendo casi de inmediato que no hay a dónde ir. Las puertas al mundo exterior están cerradas. Sólo te pueden perseguir y arrastrar de regreso y si la directora Glass te pesca te dirá colérica: “Es por tu bien. Contrólate. Ya has dado suficientes problemas.” La directora misma no se ofrece a probar el tratamiento de electrochoques como pudiera ofrecerse a veces alguien sospechoso que para probar su inocencia está dispuesto a comerse la primera rebanada del pastel que pudiera contener arsénico. Los biombos florales se descorren para tapar el fondo del dormitorio donde se han preparado las camas para el tratamiento, las sábanas enrolladas hacia atrás y las almohadas colocadas en ángulo, listas para recibir al paciente inconsciente. Y ahora todo el mundo quiere ir otra vez al baño, y otra vez, conforme crece el pánico, y la enfermera cierra la puerta por última vez, y el baño se vuelve inaccesible. Anhelamos ir, y sentarnos en las frías

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el prestigiado premio Turnovsky. Al nutrirse de una extraordinaria capacidad para el sufrimiento, no más poderoso que su deseo de ponerlo por escrito, presenta el sentir humano en un contexto casi naturalista y se torna dolorosamente suspicaz respecto a las realidades convencionales que no pretende explicar y mucho menos comprender. Su obra maestra fue su novela previa a su autobiografía en tres tomos, titulada Viviendo en el Manioto (1979). Practicante del nomadismo desde su salida del manicomio, Janet pasó el resto de su vida entre España, Inglaterra y su isla natal. En 1983 obtuvo la orden de comandante de las artes y las letras del Imperio Británico. Murió de leucemia a principios de 2004, en el Hospital de Dunedin, yéndose tan tímidamente como llegó. Uno de sus pocos libros traducidos al español es precisamente Un ángel en mi mesa (1985), que compila los tres libros de los que consta su autobiografía, publicado por Seix Barral, en 2009, traducida por Aleix Montoto, Ana María La Fuente y Elsa Mateo. Quienes la trataron la recuerdan como una persona terriblemente divertida, con un perverso sentido del humor y, al mismo tiempo, poseedora de una conmovedora humildad. Aunque se negó sistemáticamente a dar entrevistas y jamás se registró con su verdadero nombre en los hoteles, dejó su voz fielmente grabada en la prosa eufórica y exultante de su literatura: “Antes de la película de Jane Campion me conocían como la loca. Ahora soy la escritora loca y gorda.” l

tazas de cerámica y de la manera más simple tratar de mitigar en nuestras mentes la angustia creciente, como si un proceso corporal pudiera transformar la angustia y al jalarle al baño llevársela como ardientes gotas de agua. Y ahora se escucha una catarrosa tos matinal, el suave rechinar de los zapatos de goma en el pulido pasillo exterior, sincopados con los apresurados pasos ping-pong de otros zapatos con tacón cubano, y llegan el Dr. Howell y la directora Glass, ella abriendo la puerta del dormitorio y haciéndose a un lado para que él entre, y juntos desfilan en regia procesión para unirse a la Hermana Honey que los aguarda en la sala del tratamiento. En el último minuto, como no hay suficientes enfermeras, entra saltando la recién nombrada Trabajadora Social a quien se le ha pedido ayudar en los tratamientos (le decimos Pavlova). “Enfermera, pase al primer paciente.” Muchas veces me he ofrecido a ser la primera porque me gusta recordarme a mí misma que para cuando me despierte, tan breve es el período de inconsciencia, la mayoría del grupo estará todavía esperando en un aturdimiento lleno de ansiedad que a veces los confunde haciéndoles pensar que tal vez ya recibieron el tratamiento, que tal vez se lo dieron arteramente sin que se dieran cuenta. La gente detrás del biombo comienza a quejarse y a llorar. Nos van pasando estrictamente según los “voltios”. Esperamos mientras “acaban” con los del Pabellón Dos. Traducción de Helena Guardia.


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LOS PLANETAS NARRATIVOS DE YURI HERRERA L Diez planetas, Yuri Herrera, Periférica, México, 2020.

Alejandro Badillo |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||

a ciencia ficción y fantasía tienen una historia larga en México. A pesar de la pesada tradición realista que arrastramos, hay ejemplos de escritores que han ido a contracorriente, arriesgándose con temáticas que, aún para muchos, siguen siendo entretenimiento frívolo. En el siglo xx, a partir de la década de los años ochenta, se consolidó un movimiento en el que destacan los nombres de Alberto Chimal, Gerardo Horacio Porcayo y José Luis Zárate, entre otros. Gracias a fanzines, revistas de escasa circulación y, posteriormente, editoriales comerciales y algunos premios, estos autores mantuvieron viva la llama de estos géneros. Yuri Herrera (1970), a quien muchos identifican por su novela Trabajos del reino, publicada en el Fondo Editorial Tierra Adentro en 2004 y reeditada en España con gran éxito de crítica, incursiona en los terrenos de la ciencia ficción y la fantasía con Diez planetas, colección de cuentos en los que la imaginación desbordada unifica historias que lo mismo abordan extraterrestres, que tienen encuentros con humanos –al estilo de Crónicas marcianas, de Bradbury– o inauditas transformaciones corporales y temporales. En momentos en los que domina el hiperrealismo, Herrera apuesta por lo imposible para acercarse a los acontecimientos de estos días. Es interesante hacer una comparación o, mejor aún, un vínculo entre el debut de Herrera y su libro más reciente. En Trabajos del reino explora la realidad del narcotráfico, explotada hasta el hartazgo por la narrativa realista, a través del sutil código de la fábula; en este nuevo título la fábula se desprende, o intenta desprenderse, de cualquier referencia inmediata y se interna en registros cada vez más imaginativos para, desde ahí, interpelar al lector. Por esta razón los textos se alejan de la lógica de la ciencia ficción dura o científica, o de la fantasía que establece una mitología coherente. Al igual que Ray Bradbury, Stanislaw Lem y Etgar Keret, Herrera hace sus reglas en el camino y las cambia en cada uno de sus cuentos. Las historias más afortunadas de Diez planetas son las de corto alcance, donde lo extraño se presenta de inmediato. A medio camino entre el cuento tradicional y la ficción breve, Herrera casi siempre da en el blanco. Ejemplo de estos ejercicios es “La ciencia de la extinción”, que

En nuestro próximo número

SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA

plantea una disolución veloz de la memoria que se resuelve con una imagen nostálgica. Este tipo de cuentos le da la oportunidad al autor de experimentar un poco más con el lenguaje y ofrecer pasajes que conmueven, antes que los elaborados juegos mentales, tan comunes en lo extravagante. Los textos más elaborados del libro tienen algunos problemas; el principal es la abundancia de referencias. Herrera quiere meter demasiada información en poco espacio y crear una cartografía única del universo que presenta. Engolosinado con la invención, el narrador deja que la tensión principal se diluya. Otros cuentos establecen promesas que parecen anzuelos desaprovechados. En “Casa tomada” –ineludible ejercicio intertextual con el famoso cuento de Cortázar– el hogar de una familia adquiere conciencia propia e interactúa con ellos como una especie de demiurgo moral. Sin embargo, las diferentes alegorías que contiene la pieza del argentino quedan, en esta nueva aproximación, ancladas en lo literal, demasiado lejos de una lectura que aproveche mejor la premisa. Diez planetas es, visto a la distancia, un divertimento valioso, un catálogo de extravagancias que, en ocasiones, van más allá y critican a la sociedad humana. En otros momentos sólo tenemos territorios fértiles para la imaginación que parecen lejanos a nosotros. Por supuesto, no son defectos o descuidos del autor, sino apuestas que pueden funcionar para algunos lectores. Yo me quedo con los textos que van más allá de la pirotecnia y tocan el terreno de las fábulas y sátiras antiguas, aquellas que construyen escenarios imposibles para resaltar nuestras contradicciones l

IN MEMORIAM Lamentamos el deceso de nuestro querido amigo, el cineasta

Paul Leduc (1942–2020) Socio fundador de esta casa editorial. QEPD

PAUL LEDUC (1942-2020): LA CONCIENCIA EN LA MIRADA


Arte y pensamiento

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Artes visuales / Germaine Gómez Haro germainegh@casalamm.com.mx

Héctor Zamora: el muro que congrega

Installation view, Héctor Zamora (b. 1974, Mexico), The Roof Garden Commission: Héctor Zamora, Lattice Detour, 2020. Cortesía del artista. Crédito de la imagen: The Metropolitan Museum of Art, foto: Anna-Marie Kellen.

U

na gran noticia para nuestro país es la presencia del artista visual Héctor Zamora (cdmx, 1974) en el Cantor Roof Garden del Metropolitan Museum (met) de Nueva York, una de las instituciones más importantes y prestigiadas del mundo, que alberga 5 mil años de historia de la humanidad a través de su soberbia colección integrada por cerca de 2 millones de piezas de muy diversas culturas del orbe. Desde 2013, el departamento de arte moderno y contemporáneo del Museo invita cada año a un artista a crear una obra site specific para esta fabulosa galería al aire libre, desde la que se puede admirar el skyline de rascacielos que se imponen sobre la exuberante masa verde del Central Park. Héctor Zamora es el octavo artista que interviene este majestuoso espacio, y lo hace en un año de especial relevancia para esta institución que festeja sus 150 años de existencia. Lattice Detour (Desviación de celosía) se titula la imponente pieza que Zamora comenzó a construir in situ en marzo pasado, para su inauguración programada en abril, obviamente cancelada a causa de la pandemia. El trabajo quedó cuatro meses en espera de ser reactivado; felizmente logró ser inaugurado a finales de agosto y estará en exhibición hasta el 7 de diciembre. El reto de construir una obra para esta terraza es descomunal: forma parte del Museo pero es, a su

vez, independiente. Se trata de un espacio público cuya atracción principal para los miles de visitantes que llegan a diario es hacerse fotos frente a una de las más hermosas vistas de Manhattan. En esta ocasión, una fenomenal sorpresa los espera. Se trata de un muro curvo de treinta metros de largo y tres de alto, construido con ladrillos de barro templado fabricados artesanalmente en Monterrey. Normalmente, estos ladrillos se apilan en posición vertical dejando sus oquedades invisibles, pero el artista los colocó en sentido horizontal para permitir que los huecos tengan una función estética y jugar con sus líneas geométricas. A lo largo del día y siguiendo los caprichos de los rayos del sol, los ladrillos proyectan a través de sus oquedades diferentes patrones de diseño que se esparcen por el piso, al ritmo de la luz y la sombra. Siguiendo su interés por el incisivo comentario político que ha caracterizado todo su trabajo, la estructura de barro de Zamora hace alusión al perverso muro fronterizo del presidente Trump, que aquí deviene metáfora de diálogo e interacción entre los visitantes. En entrevista para La Jornada Semanal, Zamora nos comparte el concepto detrás de su obra: “Son propuestas bastante grandes las que yo hago para los espacios públicos; apuesto al riesgo total y eso es parte del sello de mi trabajo, además

del hecho de ser efímero. En este sentido, mi trabajo hasta se opone a la realidad del interior del Museo. Tal vez por eso me escogieron. Lattice Detour es parte del ejercicio que vengo haciendo a partir de los muros de celosía y creo que en el met alcanza el clímax y se vuelve una pieza con múltiples capas de lectura e interpretación con una fuerza que se desbordó más de lo que habíamos pensado. El hecho de que el Museo reabre con esta pieza después de la pandemia se vuelve súper simbólico, tanto por el momento como por los conceptos que la obra trae atrás.” El muro de Zamora es una pieza que invita a la contemplación, pero también incita la reflexión: un muro que en vez de separar, congrega; más que ocultar, devela. Una obra de esencia poética y de alta dimensión ética. Héctor Zamora es imparable. Su trabajo está siendo presentado actualmente en varias partes del mundo, a pesar de la pandemia: en la explanada de la Défense en París; en el Museo de Loza y Cerámica en Malicorne-sur-Sarthe (Francia); en la Fundación Niet Normaal en Holanda y próximamente participará en la iv Bienal Mediterránea en Sakhnin, Israel, y en la Trienal de Brujas, Bélgica. Para Zamora, arte público es sinónimo de crítica política y social: un binomio indisoluble l


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14 25 de octubre de 2020 // Número 1338

Arte y pensamiento

Tomar la palabra / Agustín Ramos

Feminismos, clases, conciencia (ii y último) EN LA PROTESTA de Yesenia y Bea por la violencia impune contra las mujeres, las instalaciones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (cndh) se transformaron en “un espacio libre de violencia”. Yesenia comenzó a luchar tras el feminicidio de su hija. Bea apoya con dinero y víveres y se “pronuncia en favor de los derechos de las mujeres y de la justicia”. La existencia de Yesenia deriva en compromiso a raíz de su experiencia. De Bea conocemos la trayectoria laboral y su formación en universidades particulares. Yesenia participa en el Frente Nacional Ni Una Más México (fnnumm), conformado por quienes como ella han perdido familiares y cualquier esperanza en las instituciones. Bea participa en Bloque Negro (bn), grupo que actúa de incógnito. Habla Yesenia: “Perdí mi empleo y prácticamente me tuve que desprender de todo.” Al revelarse la participación de Bea en la toma de la cndh, ella exime de toda responsabilidad a la empresa de la que es vicepresidenta y se deslinda de las acciones violentas de bn. Yesenia y Bea pertenecen a ámbitos distintos, ocupan lugares distintos y realizan funciones distintas en la sociedad; sus motivos para enfrentar con dureza al presidente López Obrador son tan distintos como distintas son ellas entre sí. Y es el asalto a la cndh lo que subraya sus diferencias y también sus semejanzas. Mientras que bn –con quien identificamos a Bea– decide seguir ocupando la cndh, fnnumm desiste de tal medida. En otra vuelta de tuerca, la individualidad de Yesenia se difumina para realzar un ser colectivo que ni la deja a merced de las acusaciones de bn ni le resta reconocimientos por su contribución fundamental en la conformación del fnnumm. En carta abierta del primero de octubre, fnnumm refrenda su carácter anticapitalista, contrario a los intereses patriarcales, racistas y de clase que –desde su visión– mueven al Estado mexicano a “mantener las estructuras del sistema neoliberal y su política de saqueo y despojo”. Se desmarca de empresarios y políticos con la misma puntualidad con que denuncia y plantea exigencias a los gobiernos federal, de Ciudad de México y del Edomex. Se asume como oposición “de abajo y a la izquierda” “de la 4T”, antagónica a la presión reaccionaria, fascista y golpista de frenaa. Rebate el calificativo “conservador” porque –argumenta–, amén de equivocado confunde a la opinión pública y puede justificar la represión. Sin omitir diferencias de estrategia y métodos con bn –al que sólo se refiere como “okupas”– apoya las peticiones de éste aunque a su juicio no beneficien a los familiares de las víctimas. Propugna la unidad urgente de las colectivas feministas y de las organizaciones sociales y defensoras de derechos humanos. Y firma como “Frente Nacional Ni Una Menos México y organizaciones que lo integran” [enlace en la entrega anterior]. En “Lucha de clases sin clase en el antropoceno” x. López (contraeldiluvio.es, 2019), señala que una nueva clase no es “copia exacta de la clase obrera anterior…, sino una clase formada en nuestra situación. No una clase que se deba formar necesariamente, sino que puede formarse. No una clase en espera de recibir su conciencia ya formada, sino una clase en proceso de formarla. No una clase que deba comenzar sus luchas de cero, sino una clase que pueda tener memoria de sus luchas pasadas…” Y sí, fíjense, en el siglo xviii los operarios de las minas de Real del Monte –hoy Hidalgo– protagonizaron, sin ser obreros, una lucha de contenido obrero contra un capitalismo germinal de quien aún no era capitalista. ¿Representan las luchas feministas la formación en proceso de una nueva clase que sintetizará y superará todas las luchas por la libertad, la justicia, la felicidad? ¿Serán los feminismos y las resistencias comunitarias la alternativa viable, posible, a este Diluvio universal perpetrado por el capitalismo depredador? l

Biblioteca fantasma / Eve Gil

La aparente seguridad ANA SOLÍS POSEE lo que toda mujer contemporánea puede soñar: independencia económica, su propia agencia de publicidad (en sociedad con tres grandes amigos), libertad absoluta para disfrutar la vida, atractivos amantes y, por si fuera poco (aunque era de esperarse) es guapa, alta y voluptuosa. Cuenta, además, con la pasión y la lealtad de Rolando, un hombre apuesto y sensible con quien no ha querido concretar una relación seria, pese a la inmejorable disposición de él. La parte no tan perfecta del conjunto, según se vea, es que trabaja demasiado y ha consagrado su existencia a elevar cada vez más la calidad de sus proyectos publicitarios. Pero las altas expectativas y la búsqueda de perfección no le han impedido disfrutar de la vida, al contrario: disfruta del trabajo y del orden. La única mácula en su vida es un episodio de la infancia que parece cancelado, aunque no borrado: “[Ana] reducía el espacio para el olvido y el equívoco: era una persona que se asombraba y desconcertaba cuando había alguna falla en sus acciones.” Cuando Ana conoce al afamado fotógrafo Héctor Lucero, que es atractivo pero pendenciero, cree que las cosas no pasarán de una cogida. De hecho, Héctor es un tipo bastante machista y manipulador. La impresión cambiará un poco en la siguiente cita que Ana no creyó que se diera, no por su parte. Hay algo en Héctor que la envuelve, más que mera atracción. Se trata de un macho dominante, cuyas palabras y actitudes derrochan sexo. Ana, que siempre ha hecho lo que le da la gana, se siente irremediable y literalmente arrasada por la potente personalidad del fotógrafo, aunque en sus ratos de sensatez reconoce que es un ególatra. Le divierte que ella lo vea coqueteando con otras; la compara con mujeres de su pasado y le habla de otras de su presente, con admiración o con desprecio. Lucero no tardará en hacer sentir a Ana que es inadecuada, que está gorda, aunque emplee un tono bromista y dulzón para hacérselo ver. La Ana del inicio se va deteriorando imperceptiblemente.

Se somete a los ultrajes y humillaciones de su amante y cae enferma cada vez que él desaparece, se aleja, no le contesta el teléfono. Un trauma de la infancia regresa para recordarle que nunca debió confiar en ese hombre, demasiado tarde: Ana, emocionalmente mutilada, está a punto de perderlo todo, incluso lo que más ama, que es el pequeño imperio que ha levantado con sus propias manos. Y uno vuelve a preguntarse: ¿por qué las mujeres se dejan arrollar de esa manera por hombres que ni siquiera están a su altura? ¿Por qué hay hombres que parecen disfrutar pisoteando a las mujeres que los aman? Se dice que la literatura no ofrece respuestas, sino preguntas, pero Cuando escuches el trueno, de Julieta García González (Literatura Radom House, México, 2017) también contesta entre líneas a estas interrogantes. Nacida en Ciudad de México en 1970, García González comenzó a escribir para revistas y antologías de cuentos desde muy joven. Su primera novela, Vapor (2004), tuvo muy buena recepción por parte de la crítica, pero es un divertimento comparada con Cuando escuches el trueno, la segunda. En el ínter ha publicado libros de relatos, por lo que es mucho más conocida como cuentista. Nada de su trabajo previo nos preparaba para este gancho al hígado, en el que cada personaje está finamente construido y se nos va abriendo de manera paulatina y sorprendente. No se trata sólo de Héctor y de Ana, también de aquellos que la rodean y presencian su transformación; su literal desaparición (pierde el apetito, no tolera la comida), y esa preocupación, ese enojo, ese desconcierto nos traspasa, como si Ana fuera nuestra amiga perdida… y no faltarán las que se identifiquen con ella…, la mayoría de las lectoras, me atrevería a afirmar, porque los misóginos y sociópatas como Héctor Lucero se las ingenian de maravilla para confundirse entre la gente común, y las chicas maravillosas como Ana, que han sabido resurgir de sus traumas, deambulan en igual medida, aparentando seguridad en sí mismas l


Arte y pensamiento Bemol sostenido / Alonso Arreola t : @LabAlonso / ig : @AlonsoArreolaEscribajista

Sosa, Lamneck y The New York University New Music Ensamble LA UNIVERSIDAD DE Nueva York se acerca a los doscientos años de existencia. Prestigiosa como pocas, si pensamos en sus programas dedicados al arte encontraremos carreras de tipo tradicional, pero también notaremos que hay proyectos y actividades de vanguardia que ayuntan a diversas disciplinas de manera experimental, novedosa. Prueba de ello es el departamento de Profesiones en Música y Artes Interpretativas. Fundado hace casi un siglo, en él se ponen a prueba perspectivas que llevan a sus estudiantes por derroteros alternativos a los de la sola eficiencia en un instrumento. En ellos alteran su postura frente al uso de la tecnología y la improvisación, dos de sus motores primarios. ¿Por qué hablamos de esto? Hoy hacemos lugar a los cómplices de un disco que ha llegado a nuestras manos por cortesía de Cero Records, sello abocado –como bien explica su cuadernillo– a la “difusión de la música contemporánea, desde la clásica hasta la vanguardia, incluyendo música experimental nueva, rock, cine y música del mundo”. En dicha grabación se reúnen, precisamente, el Ensamble de Nuevas Músicas de la Universidad de Nueva York (flautas, clarinetes, saxofones, percusiones, piano, guitarra) y el compositor mexicano Jorge Sosa. Avecindado en la Gran Manzana desde hace varios años, su contacto con la agrupación sucedió gracias a Esther Lamneck, directora artística y tercera punta del triángulo virtuoso que nos impulsa a escribir. Sosa ha compuesto piezas para ópera, cine, teatro y contubernios en vivo donde la creación espontánea sucede entre límites y mecanismos definidos. La idea es que en este alumbramiento el autor disuelva su rol tradicional permitiendo la libertad del conjunto, pero a través de la dirección de –en este caso– una cómplice y aliada excepcional. Así, la memorización de temas, motivos y contextos puede establecer el basamento para juegos, diálogos superiores en que confluyan la naturaleza, los sonidos de la ciudad, referencias culturales específicas y la individualidad de los intérpretes, quienes producen un enjambre de pensamiento colectivo dispuesto al uso de técnicas extendidas. La primera de las composiciones es “Stray Birds” (2014). Inspirada en un poema del Premio Nobel de la India Rabindranath Tagore, ensaya el ciclo de la reencarnación al centro de una parvada que se extravía pero permanece unida durante su transmutación. La segunda obra es “Carnaval”. Para su abordaje, el ensamble debe reaccionar en vivo a las provocaciones que el autor ha preparado y que va exponiendo de manera pregrabada. En ellas suenan fragmentos carnavalescos provenientes de pueblos indígenas mexicanos. Alterados o no por medios electrónicos, éstos invitan a un estado festivo en que el mundo concreto y el espiritual unen sus lazos. Después suena “Ghost Birds”. Esta es un derivado de “Stray Birds”. Tomando fragmentos de la grabación original, el autor mezcla y hace empalmes para generar una nueva composición, la que supone una mirada al pasado, cuando los pájaros han dejado su huella en la memoria. En la cuarta, “Cells”, se ensaya una tesis específica: fragmentos tomados de improvisaciones previas pueden, a su vez, dividirse y reunirse con un orden distinto durante un proceso de postproducción para entonces volver al ensamble como otro instrumento ante la cual debe reaccionar. Gestos sobre gestos, consigue un juego de espejos. “Longing”, la pieza que cierra el álbum, se inspira en la migración. Es fruto de un poema escrito por Sosa durante el desplazamiento del pueblo sirio en 2016. “Un viaje sereno a través de las olas del océano/ Una melodía se revela en la oscuridad/ Nostalgia… /Todo se queda atrás/ De frente sólo la esperanza/ Convertida en caos.” No hay mejor descripción que sus palabras ni mejor ejecución que la de Lamneck en el clarinete, viajero entre medios electrónicos. Sirva pues esta nota como torpe invitación, lectora, lector, para trazar un poco de su vida en nuevos lienzos sonoros. Arriésguese. Gracias por su paciencia. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos l

LA JORNADA SEMANAL 25 de octubre de 2020 // Número 1338

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Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars

Obviedad y sencillez

LA DECIMOQUINTA edición del Festival Docsmx –que nació como Docsdf– comenzó el pasado jueves 8 y concluye hoy, domingo 25 de octubre. Para quien lo desconozca dígase que, desde hace tres lustros, el Docsmx es la ventana más relevante en México en materia de cine documental, género cinematográfico que, desde hace algunos años, representa el flanco más sólido y propositivo de la producción fílmica nacional. Esta vez, debido a la pandemia, el Docsmx fue esencialmente virtual a través de su plataforma www-docsenlinea.com y es ahí donde cerrará, a las 13:00 horas de hoy, con la transmisión del documental Confinados.

Entre todos LA SIGUIENTE SERÁ una larga lista de nombres pero, debido precisamente a la naturaleza de Confinados, sería injusto omitir alguno: producido por Inti Cordera y Pau Montagud –alma gemela de Docsmx–, así como por Vicent Montagud y Rodrigo Hernández Tejero; dirigido, montado y editado por Yliana Alarcón Lezama y Hugo Delgado Vivar, el documental se conforma con el trabajo individual, aquí vuelto colectivo, de los siguientes realizadores: Adriana Cardoso, Ahmed Ayesh, Albert March, Alfonso Nogueroles, Ana Elena Fierro, Ana Macías, Ana Torres, Andrés Garibay, Angel Bautista Garduño, Angélica Gutiérrez Limón, Antonio Savinelli, Berenice Bautista, Camila Lloris, Carlos Doniz, Carlos Eduardo Linares Archundia, Chaz Digital, Coralia Lipcei, Dany Hurpin, Dawn Westlake, Diego Romero Arias, Edlyn Castellanos, Enrique Tetzpa, Eva Legido Quigley, Fernando Llanos, Fátima Flores, Gerardo Witsuba, Gonzalo Arijón, Gonzalo González Barreiro, Ivett Langarica, Javier Espada, Kaori Flores, Karla Como, Laia, Laura Pérez Gómez, Lia, Lorena, Los Payaboom, Lucía Hidalgo, Luz Herrera, Marcos Nine, María Luisa Peydro, Martha Vanesa Díaz Padilla, María González Díaz, María Jimena Sánchez Granados, María Narcisa Pérez Acosta, Nallely Romero González, Natalia Morcillo, Nicolás Basksht, Paola Ospina, Patricia Hernández Navarro, Paula Minguez Rodríguez, Pilar Campos,

Pilar Fernández Pazos, Quelo Romero, Quetzalli Peláez, Rafael SM Paniagua, René Alejandro Martínez Mandujano, Ricardo del Conde, Ricardo Íscar, Roberto Lezama, Rodrigo Canet, Rodrigo Reyes, Romina Peñate, Salva Perelló Marín, Samuel Sebastián, Sandra Buil, Sara Lasheras, Sebastian Kohan, Sergio Catá Riobóo, Silvia Aquiles, Stephanie García, Suso 33, Vicente G. Arista, Víctor Márquez, Wendy Espinal, Yaiza Palomino Ortega y Zoraida Sánchez.

Una pandemia es muchas SENCILLA Y OBVIA, la intención de Confinados consiste en mostrar el modo en que cada quien ha vivido –y, debe agregarse, sigue y hasta nuevo aviso seguirá viviendo– las medidas de distanciamiento social, de suspensión y restricción de actividades gregarias, con la consecuente reclusión en el espacio propio. Aunque abierto a la participación internacional –hay material de España, Colombia y algunos otros países–, el documental resultó eminentemente mexicano, pero la nacionalidad es uno de los factores cuyo peso se ha vuelto relativo en estos tiempos: sin importar que se trate de un rescatista español que trabaja en altamar o de una anciana triste y solitaria que confiesa estar pasándola muy mal, las sensaciones, los sentimientos, los deseos, los miedos y las esperanzas, entre otras manifestaciones del espíritu, son idénticas en todas partes; aquí y allá se reiteran ideas que a todos, en algún momento, nos han asaltado durante estos meses de total, parcial o relativo confinamiento: “hemos podido apreciar lo más sencillo”, “de nosotros depende adaptarnos y seguir adelante, o quedarnos estáticos y paralizados”, “esta es una oportunidad para reflexionar”, “ojalá surja una nueva sociedad después de esto”, “debemos construir un mundo nuevo”… Sencilla y obvia, como el propio Confinados, es la postura colectiva que reflejan las imágenes de las que se integra: hasta sin buscarla, hay belleza en medio del dolor; todos queremos salir siendo mejores seres, pero ninguno sabemos con exactitud si eso será posible o, sencilla y obviamente, sólo volveremos a ser los que ya éramos l


LA JORNADA SEMANAL

16 25 de octubre de 2020 // Número 1338

Cuento

Eduardo Cerdán*

Tres latidos En español, la palabra para referir que el corazón de cualquier espécimen se contrae y se dilata (latir) es homónima de esa otra que designa una acción exclusiva de los canes: dar un ladrido entrecortado. Afortunada coincidencia: una de las señales más importantes de la vida (latido) se llama igual que el sonido emitido por los perros.

La pollera NO IMPORTABA QUE se me hiciera tarde o que llegara temprano: esa perra ladina, que aunque vieja aún se veía imponente por su tamaño y sus ojazos de lobo, siempre aparecía al mismo tiempo que yo y se echaba frente a mí en la otra banqueta, atenta a que me descuidara tantito para lanzarse por uno de mis pollos o por alguna pieza grande, y estuvo así, robándome a diario durante casi un mes, hasta que una mañana me agarró malhumorada: ya iba ella en la esquina, a punto de doblar a la derecha con una pechuga en el hocico, cuando yo le aventé mi cuchillo largo que por suerte alcanzó a rajarle una pata delantera, la diestra, y entonces, después de que la ladrona se alejara corriendo entre aullidos de dolor, fui a recoger mi cuchillo y a ver si de casualidad ella había soltado la pechuga, pero lo único que dejó

Perro aullando a la Luna (1942), de Rufino Tamayo (1899-1991). Foto AFP

fue un caminito de sangre que yo seguí más tarde, cuando terminé de vender, y que me llevó hasta la puerta de una casa chica que toqué quedito, de donde salió, por Dios que sí, una anciana malencarada que enseguida se arrepintió de abrirme, lo vi en sus ojos amarillentos, y que además tenía, qué casualidad, una herida larga, finita, recién vendada en el brazo derecho.

Sincronía PARA EL PRIMER cumpleaños de su maltés Trouble, la magnate hotelera Leona Helmsley mandó hacerle un pastel con más de veinte ingredientes premium y un mantecado con el hielo derretido del monte Kilimanjaro, pues todo lo de su mascota tenía que ser extraordinario; pero Helmsley, The Queen of Mean, no se detuvo a pensar que más tarde, cuando el cuidador de Trouble la sacara a pasear por una de las zonas más exclusivas de Sarasota, su perra desecharía una plasta informe, apestosa, que en poco se diferenciaría de la que en ese mismo momento un callejero corriente estaría cagando, acaso en su mismo condado, dentro de un infecto lote baldío.

Actos de fe UNA DESERTORA, MONJA que no fue, me dice que de niña, al notar que las versiones sobre la muerte de la perra soviética se mezclaban y se contradecían, mantuvo la creencia de que quizás allá, lejos de nosotros, Laika seguiría viva, siempre en órbita y deambulando por lo desconocido, emitiendo ladridos que se propagarían como un manto protector sobre nuestro planeta. Ese escenario calzaba a la perfección con la bondad de su dios edulcorado. La verdad permaneció oculta durante casi medio siglo: aunque la lanzaron al espacio en 1957, fue hasta 2002 cuando se dio a conocer que la causa de su muerte no había sido ni la falta de oxígeno ni el envenenamiento ni la eutanasia; en realidad, la perra se sumió en una agonía que duró alrededor de seis horas, hasta que su altísima temperatura corporal y el estrés acabaron con ella. Quienes la metieron a la Sputnik 2, se sabe, ya habían anticipado que nunca regresaría. Cursi y exaltada, conmovida por la improbable imagen de Laika explotando como una palomita de microondas, la no-monja me dice que ahora prefiere pensar que la perra aún vive dentro de aquel retrato famoso que la revela serena, acaso contenta, con el hocico que esboza una sonrisa involuntaria como la del axolote: ese extraño anfibio que en la mitología azteca era un dios en fuga, en duelo perpetuo contra la muerte. Que siempre podremos creerla viva a través de la fotografía, mediante lo eterno de un instante, porque, total, en muchos casos parece que lo que entendemos por vida tiene sus cimientos en un montón de actos de fe. *Escritor, editor y profesor en la unam. Ha colaborado en diversas revistas, suplementos, antologías de cuentos y de crítica literaria. Es autor del libro de cuentos Pasos en la casa vacía (2019).


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