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El cuerpo del cine

SI LA VIDA –o lo esencial de ella– consistiera sólo en cifras, la de usted tendría estos números, entre otros: su deceso tuvo lugar el pasado miércoles 15 de febrero y, puesto que nació en 1940, ya no alcanzó a cumplir ochenta y tres años, lo cual habría sucedido el próximo 9 de septiembre. Hace casi seis décadas, en 1964, usted tenía veinticuatro años y debutó en el cine, con un papel ínfimo en Roustabout, una-película-más del siempre exitoso y entonces vigente Elvis Presley. Ese mismo año tuvo otro papel, igual de mínimo, en otro filme ídem titulado Una casa no es un hogar. Hasta ese punto, usted había encarnado a una borrosa y lugarcomunesca colegiala y a una prostituta en un burdel, pero la importancia de los personajes interpretados y las repercusiones en su carrera cambiaron de manera radical para usted al año siguiente: muy en el espíritu de aquella época, fue la parte femenina del trío protagonista de A Swinging Summer, conocida en español como Vacaciones a go-gó. La película tampoco era gran cosa pero fue un escalón determinante para que, en 1966, protagonizara el par de filmes que la catapultaron hasta lo más alto de la fama: el primero fue Viaje fantástico, en el que usted forma parte del cuarteto hipermicrominiaturizado que viaja dentro de un cuerpo humano, y el segundo fue Un millón de años antes de Cristo que, aunque inglesa, era una representación hollywoodense de “cómo sería” la vida humana en la llamada edad de piedra. Hay que decirlo: una vez más, la película no era gran cosa sino incluso una mala copia del antecedente filmado justo el año en que usted nació, pero aquella primera versión no contaba con lo que se volvió el hito absoluto de esta otra; es decir, no contaba con usted y con el inolvidable y hoy mítico bikini que portaba como única prenda. Tanto fue el revuelo que, a partir de entonces, la inclusión de dicha prenda en centenares de filmes, con o sin motivo, bien pudo haber dado lugar al subgénero bikini movies, del cual usted sería la primera e insuperable representante. Lo cierto es que a partir de ese momento usted se convirtió, de una vez y para siempre, en algo denominado de un modo que los tiempos actuales miran mal: se le llamó símbolo sexual y, para más “incorrección política” contemporánea, en virtud de su papel como atractivísima troglodita embikinada también la llamaron el cuerpo, así tal cual.

Como sin duda usted supo porque lo vivió, esos –y otros– reproches a la cosificación eran impensables en aquellos años; de igual modo, estoy seguro, usted debió sonreír para sus adentros, infinidad de ocasiones en los tiempos recientes, ante la hipocresía inevitable de quienes hayan querido obviar que su fama, lo mismo que la de un buen número de colegas suyas, siempre se basó en eso: en el cuerpo, femenino en este caso, y mejor sería entender esa preponderancia y esa admiración sin reservas porque el suyo fue visto como paradigma o modelo de la época contemporánea, digamos de manera equiparable a como sucedía en la Grecia antigua, encomiadora de la belleza, la armonía y la estética de la figura humana. Desgraciadamente, usted y yo sabemos bien que eso sería pedir demasiado de quienes, entre otras posturas barbáricas, pretenden desterrar el consumo de tabaco ya no se diga de los filmes en producción o por producir, sino también de aquellos en los que, por citar sólo un ejemplo canónico, Humphrey Bogart enciende un cigarro tras otro. Así pues, ¿bikinis, sex symbol, el cuerpo? Le hablaba de hipocresía: no es que ese trío de elementos y otros igual de cosificadores hayan desaparecido de las pantallas, claro, sino que se les “tolera” con total mano izquierda. En todo caso habría que felicitarnos, señora Raquel Welch, de que su brillante carrera cinematográfica no comenzara en estos más bien insípidos y demasiado bienportados años dosmiles, sino en aquellos sesenta desabrochados y experimentadores, porque en una de ésas usted sencillamente no habría siquiera comenzado l

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