SEMANAL SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA DOMINGO 31 DE MAYO DE 2020 NÚMERO 1317
PEQUEÑO GRAN RICARDO
In memoriam Little Richard (1932-2020) Alonso Arreola
George Steiner y Harold Bloom: Apolo contra Dionisos Enrique Héctor González
La escritura y sus correspondencias. Homero Aridjis en sus 80 años Rafael Calderón
LA JORNADA SEMANAL
Portada: Rosario Mateo Calderón
2 31 de mayo de 2020 // Número 1317
PEQUEÑO GRAN RICARDO. IN MEMORIAM LITTLE RICHARD (1932-2020) El rock’n roll nació en una población llamada Macon, en Georgia, Estados Unidos, y no fue, como podría pensarse y muchos creen, una invención del Rey Elvis, como tampoco de Chuck Berry, si bien este último es crucial para el desarrollo de un ritmo que terminó siendo, junto con el jazz, la verdadera y más grande contribución del siglo XX a la música. El rocanrol surgió de la mente y las manos al piano de Richard Wayne Penniman o, para ser más claros, de Little Richard, que de ser un desconocido cantante de gospel se convirtió en la figura fundacional de cuantos rocanroleros, ejecutantes o sólo escuchas, ha habido y habrá. Muerto a los ochenta y dos años, el Pequeño Ricardo seguirá sonando y bailando al ritmo surgido de su genialidad.
GEORGE STEINER Y HAROLD BLOOM: APOLO CONTRA DIONISOS Sin duda estas dos figuras esenciales de la crítica literaria de nuestro tiempo, Harold Bloom (1930-2019) y George Steiner (1929-2020), son motivo de esta reflexión en la que se comparan dos posturas diametralmente opuestas y sin embargo fecundas y trascendentes para entender el fenómeno de la creación literaria.
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Enrique Héctor González ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Un niño jamás responde cuando le preguntan qué vas a ser de grande: voy a dedicarme a la crítica. François Truffaut
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os poderes de la simetría son extraordinarios; o los del quiasmo, esa figura que consiste en establecer correspondencias entre elementos que se cruzan sintácticamente (“ni son todos los que están ni están todos los que son”). Así, por azares de la muerte impecable, la vida del insigne crítico literario Harold Bloom (1930-2019) queda como envuelta o cubierta por la de su no menos célebre colega George Steiner (1929-2020), quien apenas lo precedió un año y medio y lo sobrevivió escasos tres meses. Pero lo esencial, lo curioso y significativo, no es este azar numérico sino que ambos profesores estadunidenses (aunque el segundo era realmente “franco-anglo-estadounidense”, según consta) encarnen visiones tan distintas de lo que significa comentar y valorar ese vastísimo corpus de obras y autores de la literatura mundial para el que Bloom utilizó el término de “canon” y al que Steiner nombró simplemente como “tradición”. Ambos críticos judíos, dedicados a examinar cuanto de relevante se ha publicado a lo largo de la historia literaria, encarnan perfiles tan diversos, aproximaciones tan personales al fenómeno de la obra escrita, que no puede ser sino sintomático que hayan sido estrictamente contemporáneos cuando sus maneras de proceder los colocan casi en las antípodas: el crítico que dictamina frente al que explora; la mirada que juzga, que no puede hacer otra cosa sino establecer vectores, influencias, intertextualidades en las obras, y el que compara para separar, para reconocer, para darle a cada cual un sitio no previsto sino investido de lo que permanece oculto, en términos generales, a la mirada común. En una de sus obras más significativas, Gramáticas de la creación (2001), Steiner estipula que dicho término, gramática, implica “una organización articulada de la percepción” y que de nuestra manera de percibirlo todo depende el acomodo que le demos a lo que vivimos y leemos. Nada más obvio pero nada más preciso cuando examinamos la idea a fondo y reconocemos en ella, dice el profesor Steiner, una suerte de materia de organiza-
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ción de todo que empieza con la del propio “yo”, que está en la base de cualquier forma de conocimiento desde la prehistoria humana. ¿Quién es yo? ¿Qué significa ser yo? Seguramente, como apunta otro crítico esencial del siglo pasado, Mijaíl Bajtín, el hombre primitivo debió abrigar graves dificultades para darle contenido a esa primera persona del singular. Si todo era de todos, si todos eran todo, ¿dónde empezabas tú?, ¿dónde no podía inmiscuirme yo sino con tu anuencia? Claro que este asunto nos puede llevar a miles de implicaciones, entre otras, la del comunismo natural de las primeras hordas humanas, donde “yo” y “tú” quizá querían decir bastante menos de lo que dicen en estos tiempos hiperindividualizados, donde quizá se ha sobrevalorado al sujeto más de la cuenta. Pero en asuntos de estricta crítica literaria, se sabe que el responsable último, el culpable de todas las numerosas obras que ha generado la literatura a lo largo de cinco mil años, es casi siempre (por no generalizar) un solo ente, un creador o creadora que firma lo que afirma, avala lo que inventa, cree en lo que crea. Y sin embargo creación e invención no son estrictamente voces sinónimas, reconoce Steiner, no podemos hablar de “invención literaria” sino de “creación literaria”, interferencia que se complica si la remitimos a asuntos religiosos o filosóficos.
Valoraciones, veredictos, generalizaciones e injusticias ENTRE OTRAS MATERIAS que atarearon la mente del profesor Steiner (múltiples e inabarcables como lo pueden ser el examen comparado de Tolstoi y Dostoievsky, las relaciones entre el lenguaje y el silencio, la nostalgia del absoluto o la infinita, agotadora lección que significa la obra de Heidegger), uno se puede asomar a sus reflexiones acerca de cómo el arte y la literatura, antes de implicar particulares visiones del mundo, son quizá “una incapacidad de ver el mundo tal como es”, es decir, una evasión por incompetencia que genera, en algunos casos, obras maravillosas. ¿Es otro el drama de don Quijote? Esta manera que tiene la obra literaria, de naturaleza poco menos que patológica o infantil, de no enfrentar el “prin-
La mirada que juzga, que no puede hacer otra cosa sino establecer vectores, influencias, intertextualidades en las obras, y el que compara para separar, para reconocer, para darle a cada cual un sitio no previsto sino investido de lo que permanece oculto, en términos generales, a la mirada común.
cipio de realidad”, muy probablemente genera en el creador una especie de “sentimiento de culpabilidad” respecto de lo que dijo, lo que quiso hacer, lo que no pudo menos que hacer, lo que no alcanzó a decir. Y de ahí los célebres arrepentimientos frente a la obra cumplida, por ejemplo el de Virgilio, por ejemplo el de Kafka. Es evidente que la esfera de intereses de Steiner es de diámetro mayor que la del propio Bloom, sin que ello quiera decir que el canónico profesor de Yale se ciña exclusivamente a la literatura anglosajona, a la luz de su insistencia en la ansiedad y la anatomía de la influencia literaria o sus estudios sobre la desconstrucción. No obstante, sí es muy claro que se trata de otro tipo de crítico: frente a la mesura y el juicio sustentado en la propia descripción de las obras ejercido por Steiner, la aproximación de Bloom es con frecuencia terminante o apodíctica; frente a la valoración, el veredicto; frente al examen armónico la disrupción, la provocación, la teoría inapelable, el dedo admonitorio. En El canon occidental, por ejemplo, obra en la que Bloom determina que son veintiséis los autores imprescindibles de la literatura en
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América y Europa desde que existen como tales, peca a menudo del providencialismo que denuesta en Freud o Foucault, en la crítica marxista o la feminista, espíritu profético que lo lleva a afirmar que Shakespeare es el autor central de ese canon formado por trece autores anglosajones y trece del “resto del mundo” (siniestra simetría a todas luces chovinista), y que la inteligencia del autor de Hamlet “nunca podrá ser igualada los siglos venideros”. Por la naturaleza misma de esta empresa generalizadora, que constituye su obra más conocida, o por la pedantería natural propia de todo hipersabio, Harold Bloom tiende a ser injusto en sus dictámenes. Por ejemplo, cuando se empeña en el infundio de que Pascal es un mero copista de Montaigne o que el estilo de Poe es “invariablemente atroz”. Sin la gracia, sin la genialidad de Borges (que filtraba ingeniosas insensateces como la especie de que Quiroga, junto a Kipling, era francamente invisible), Bloom ejerce el arte de la descalificación en tono rudo y sagaz y la formulación de supuestos con una soltura que casi parece superchería. Es el caso de su invención de las Cuatro Edades Culturales del Mundo (Teocrática, Aristocrática, Democrática y Caótica) y aun la predicción de que se acerca una quinta que sería de nuevo teocrática. Además de eso, predominan en los juicios del profesor Bloom criterios de competencia olímpica: trata a las obras como si fueran récords Guiness, hay siempre un autor mejor que otro o un libro que “deja muy atrás” a otras obras; hay escritores a quienes “nadie les hace sombra”, soltando especies como la de que “el único X que en el género Y es de la talla de Z” es tal o cual poeta o novelista, casi siempre anglosajón. No tiene remedio: si nadie nace siendo crítico literario es porque nadie quiso serlo nunca. Se trata de un oficio que adviene con los años, quizá como castigo a la falta de imaginación o a las malas hechuras de estilo, como promesa o acto de justicia, como despecho o desquite, dicen algunos. Pero es dable agradecer que, en el siglo pasado y en los veinte que van de éste, haya habido dos ensayistas literarios tan distintos como Bloom y Steiner, tan sugerentes y precisos que, sin duda, ayudan siempre al lector que quiere ir más allá de la mera satisfacción de la lectura, que desea alguna orientación acerca de lo que vale la pena leer ●
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Poeta notable, activista en defensa del ambiente y promotor cultural, Homero Aridjis (Contepec, Michoacán, 1940) ha sido también un versátil traductor cuyo trabajo está esencialmente recopilado en la ya famosa Antología del primer festival internacional de poesía Morelia 1981, resultado del festival homónimo que organizara con notable éxito ese mismo año. Aquí se rememora y se hace justicia a esa faceta de sus labor no tan conocida como bien se merece.
Homero Aridjis. Foto: Carlos Cisneros.
La escritura y sus correspondencias:
HOMERO en sus ARIDJIS ochenta años P Rafael Calderón* ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
or extraño que parezca, Homero Aridjis (Contepec, Michoacán, 1940), nunca ha reunido en un solo volumen los poemas que ha vertido a la lengua castellana. Y dicho volumen no existente se ha echado de menos, aunque esa labor iniciada hace poco más de cincuenta años esté muy bien representada en las páginas donde originalmente fueron publicadas sus traducciones, o por aquellas antologías de poetas traductores mexicanos donde han sido incluidos esos poemas trasladados al español, que han circulado bien hasta llegar a diferentes generaciones de lectores. El énfasis en las traducciones de Homero Aridjis busca, sobre todo, invitar al lector a adentrarse en el singular universo de la poesía de autores extranjeros que lo acompañan en este viaje del reino de la poesía. Complemento exacto de una
trayectoria que brilla con luz propia. Porque, sin duda, la máxima realidad de su encuentro con poetas y lenguas extranjeras sucedió en un momento clave de su vida. Fue, por lo mismo, el antecedente inmediato que le permitió dejar visible la huella perdurable de su estilo con la realización de la Antología del primer festival internacional de poesía Morelia 1981, donde incluye poetas vivos de entonces que él mismo invita a participar al festival en Morelia y, por lo tanto, termina traduciendo poemas de algunos de los participantes. Aridjis, al traducir a algunos de ellos, confirma su quehacer, pero deja así registro vivo de la poesía que entonces está leyendo al incluirlos en la antología que finalmente publicó bajo su cuidado. Es importante para estos tiempos tener presentes sus traducciones, que ofrecen la extraordinaria
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posibilidad de leer a Dante y reconocer ese ingrediente que representa un puñado de versos traducidos por Aridjis de la Commedia, para gozar esos fragmentos con sus respectivas variantes; así como de T. S. Eliot, nos regala un goce de extraordinaria belleza con la metáfora encendida; por esto, memorable es la versión de La tierra baldía, seguida de “Estampa”; asimismo, Henri Michaux y su poema “Hacia la completud”; por lo mismo, tiene presencia Michael Hamburger y su poema: “Amante loco, dama muerta” de categoría única; continúa la travesía con una serie de poemas de W. S. Merwin; así como poemas de Tomas Tranströmer. Incluso, sigue a un autor sueco como Lars Forsell; así como el poema de Breyten Breytenbach, con el que se marca una presencia, aún por descubrir, en lengua castellana; continúa iluminando la senda con san Francisco de Asís: “El cántico de las creaturas”; se hacen presentes dos poetas franceses: Gérard de Nerval y Guillaume Apollinaire; también se registra la síntesis única de William Carlos Williams con su brevísimo “La carretilla roja”; finaliza este recorrido “La rosa enferma” de William Blake, un poema enigmático y de imposible belleza, con el cual nos lleva a reconocer esa poética más singular e innovadora de la poesía que traduce Aridjis en el tiempo y por el espacio de su misma trayectoria. ¿La tierra baldía es el único poema que traduce Aridjis? Por supuesto que no. Con el curso de los años, aquel antecedente registra que ese itinerario se enriquece por la huella que impregnan otros autores como parte de las sorpresas líricas y de las alegrías maravillosas que conforman con los años el corpus poético de sus traducciones. Posiblemente la traducción más temprana sea precisamente La tierra baldía, aunque el autor más frecuentado y significativo es Dante, específicamente algunos cantos de la Commedia, y por eso considero que la lectura en su versión extensa se vuelve parte del homenaje: si leemos ese puñado de cantos como parte del goce y el reconocimiento de la voz, es verdad que uno encuentra visibilidad entre el orden de la lírica y es posible señalar que llega para quedarse como parte de un reconocimiento.
biográfica; dicha edición es el resultado del festival que se realizó con ese nombre en esa ciudad mexicana del estado de Michoacán. Ahí figura una rica variedad de traducciones de Aridjis como muestra brillante y determinada de su visión poética; leer a los poetas es parte de una síntesis entre el traductor y el poeta, es también la suma de su capacidad de convocatoria para traer a Morelia toda una pléyade de autores. Su obra propia es ejemplo dentro y fuera de su generación, y su otra labor corresponde a su paso por el Instituto Michoacano de Cultura (IMC) como director fundador, en 1980, creado por el gobierno de Michoacán. Cabe recordar que bajo su responsabilidad el IMC inició formalmente sus actividades y este instituto cultural se mantuvo en pie hasta entrados los primeros años del siglo XXI. Aquel encuentro es el resumen de la actividad de la poesía contemporánea que inicia el cierre del siglo, con lo cual Aridjis muestra ser un poeta de referencia obligada para la tradición mexicana, capaz de generar confianza; por lo tanto, realizar esta justa literaria más allá de lo local para trascender el orden nacional y consolidarse él mismo como un organizador, pero a escala internacional. En ese festival de Morelia participaron poetas como Jorge Luis Borges; Günter Grass; Eugenio de Andrade; Allen Ginsberg y Vasco Popa, además de poetas mexicanos como Alí Chumacero,
Primer Festival Internacional de Poesía, Morelia, 1981 HASTA LA FECHA, la pasión de traductor de Aridjis sigue siendo poco conocida, pero deja sentir un eco que se vuelve pasión y que bien podemos llamar parte del efecto logrado; sus traducciones son una porción de otras lenguas que llegan a la nuestra y, ya visibles en ésta, consiguen quedarse entre nosotros. Son poemas nuevos, una reinvención, tienen emanaciones de imágenes inesperadas. Asimismo, sirven para conocer la condición del que traduce y ese trabajo de carpintería o artesano, como la denominó Octavio Paz, confirma la labor emprendida. Esto, por el conjunto de poemas, muestra el magisterio de voces acumuladas para ir reconociéndolas: sucede con San Francisco de Asís, Dante, Henri Michaux y algunos otros que es preciso rastrear en páginas de distintas antologías publicadas en México. Para ubicar las traducciones de Homero Aridjis hay que señalar que se encuentran, en primer lugar, en la legendaria y célebre Antología del primer festival internacional de poesía Morelia 1981, la cual corrió bajo su responsabilidad desde la selección, presentación, así como la noticia
El énfasis en las traducciones de Homero Aridjis busca, sobre todo, invitar al lector a adentrarse en el singular universo de la poesía de autores extranjeros que lo acompañan en este viaje del reino de la poesía.
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Tomás Segovia, Marco Antonio Montes de Oca, y los de La Espiga Amotinada (Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Labastida y Jaime Augusto Shelley), así como Ulalume González de León y Ramón Xirau; de los entonces autores de la poesía joven de México: Coral Bracho, Alberto Blanco, Víctor Manuel Mendiola, Verónica Volkow. Registra también, desde lo local, la participación entre otros de Ramón Martínez Ocaranza, Frida Lara Klahr y Gaspar Aguilera Díaz. La Antología del primer festival internacional de poesía Morelia 1981 es una compilación que en sus páginas conserva tres escenarios: local, nacional y la presencia internacional (que podemos denominar como los poetas de lengua extranjera). Es una antología vigente, que no envejece ni tiene omisiones u olvidos ni fecha de caducidad. Los autores incluidos participaron en la ciudad de Morelia con sus lecturas, y para la Antología se recuperó una cantidad mayor de poemas leídos en las sesiones nocturnas, que tuvieron lugar durante una semana. Tres poetas de aquellos que vinieron a Morelia conquistaron más tarde el Nobel de Literatura (el irlandés Seamus Heaney, después el alemán Günter Grass y, más reciente, el sueco Tomas Tranströmer), y uno de estos laureados es traducido por Aridjis. Esa antología es la más brillante que jamás un encuentro de poesía ha vuelto a tener dentro y fuera de México, como resultado de un festival de poesía, por lo que las palabras de la presentación a la antología por Aridjis son al mismo tiempo el testimonio más directo de su discreta actividad de traductor: Esta selección de los poetas que concurrieron al Primer Festival Internacional de Poesía, que se llevó a cabo en Morelia del 17 al 23 de septiembre de 1981, intenta ofrecer un panorama escueto de lo que se leyó en esa ciudad en las sesiones nocturnas que tuvieron lugar cada día durante toda la semana. Incluye, también, ejemplos de materiales leídos durante las sesiones especiales dedicadas a la Poesía Joven de México y la Poesía Michoacana. Participaron en total 28 poetas extranjeros procedentes de 23 países y 37 poetas mexicanos. Hubo cerca de 35 horas de poesía en voz alta, en 19 idiomas, leídos en lenguas originales por los poetas y en traducción por los lectores. Cada noche leyeron sus poemas seis o siete poetas, aproximadamente por media hora, aunque la última noche, la del domingo 23, cada poeta leyó un poema. La mañana del sábado 22 fue dedicada a los poetas jóvenes de México, y la del domingo 23 a la lectura de los michoacanos. A la entrada del Teatro Morelos, donde se realizó el Festival, una librería especializada puso a la venta una sección de libros de poesía. Varios de los poetas extranjeros allí reunidos, y presentados en estas páginas, fueron traducidos por primera vez al español; otros eran conocidos apenas por pequeños grupos enterados de los movimientos de la poesía de nuestro tiempo. Posteriormente al Festival, muchos de ellos se volvieron nombres familiares en el ámbito de nuestras letras y el reconocimiento de su obra se ha ido profundizando a medida que se ha difundido en las publicaciones literarias de nuestro país ●
* Cofundador de la revista PalabraPoesía ( 2006-2015), Premio de Poesía “Carlos Eduardo Turón” 2008. Es autor de Rayo de luz en tierra ajena (2003), La región de las sombras. Poemas 1997-2006 (2008) y Los nombres del silencio. Antología personal (2009). Ha sido incluido en antologías como Entre estas aguas. Poetas del Mundo Latino 2009, entre otras.
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CRÓNICAS POPULARES:
SAN PEDRO INFANTE EN VILLA NICOLÁS ROMERO Un buen día de mayo de 1974, en San Pedro, municipio de Nicolás Romero, Estado de México, un tal Rosalio Huerta Domínguez dijo que él era el verdadero Pedro Infante, y se desató una historia llena de dimes y diretes centrada en la figura de quien, a no dudarlo, es uno de los artistas mexicanos con mayor presencia en el imaginario popular. Esta es la crónica de esa “aparición”.
Gilberto Vargas Arana* ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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l camino a la colonia a Independencia, en la cabecera del municipio de Nicolás Romero, Estado de México, fue bautizado tizado como el Camino de los milagros. Paso a paso se po pobló de sueños melodiosos y adivinanzas zas de rostro. Entre piedras y polvo, voces y calor, discurrió d un torrente de murmullo elevado a un cielo que contempló la aparición. Nunca antes, tantos vecinos ni tantos extraños exploraron ese sendero. Vieron llegar multitudes y partir otras. Un correo parlante insistió en las buenas nuevas. Rumor y chisme se confundieron con las noticias. El imaginario colectivo de Nicolás Romero reavivó uno de los iconos más trascendentes del siglo XX mexicano: Pedro Infante. Otra vez el ídolo de Nosotros los pobres pareció ir paso a paso. Caminó por la calle que baja a un costado de la antigua presidencia municipal, convertida ahora en sede de la delegación municipal de la Cruz Roja. Detrás le siguieron cientos y cientos de creyentes. Los camiones de las líneas de Autobuses de Monte Alto y Rápidos de Monte Alto, del Noroeste y del Valle de México, mejor conocidos como Los agachados, Los caballos, Los lecheros y Los pericos, que todos los días parecían correr impasibles, corrieron sorprendidos por la noticia. Pronto acopiaron una multitud de visitantes. En su ventana, que siempre había anunciado como destino San Pedro-Progreso o San PedroCahuacán, se improvisó un nuevo itinerario: San Pedro-Infante, ruta de un fenómeno que consternó a población de San Pedro, como toda-
vía a es conocida la cabecera mun municipal de Nicolás Romero, ero, y sus alrededores. La confidencia nfidencia íntima p poco a poco dejó de serlo. El huésped uésped que Juan J Beltrán, taquero del rumbo, recibió bió días antes, asombró de la noche a la mañana. En principio todo era misterio, una aparición reservada a los íntimos, pero era sólo preámbulo de caos. En el primer día, los vecinos más próximos advirtieron que alguien llevaba a la casa de Juan una imagen del actor en la película El seminarista, alguien quiere reconocer la fidelidad con la revelación de hombre misterioso; se trataba de un póster de Pedro Infante joven, que miraba un Sagrado Corazón. Durante los siguientes días, el pueblo entero no resistió más y se pronunció: deseaba saber del recién aparecido y, más pronto que tarde, llegaron camiones repletos de curiosos. El señor Rosalio Huerta Domínguez abandonó el anonimato y reclamó su personaje, nada menos que el máximo ídolo popular del país: Pedro Infante, y que el desaparecido en Mérida no era más que su doble. En el octavo día de 1974, el diario La Prensa hizo el anuncio nacional de la aparición: “Lo que faltaba: Pedro Infante vive.” Rosalio Huerta declaró: “Soy el verdadero Pedro Infante. ¡Y quiero que se me haga justicia! Clama un hombre de sesenta y ocho años de edad, de escaso metro setenta y cinco de estatura, quien además acusa a varias productoras de un fraude por varios millones de pesos.” La historia llegó con los primeros colores de mayo de 1974. Los días acontecieron con un sol
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prendido a la ilusión, a la fe pagana. La prensa local alentó la fase de expansión del fenómeno; una de nuestras fuentes, El Noticiero, Diario rotográfico vespertino del Valle de México, publicó el sábado 18 de mayo la noticia que los hombres ya habían construido sin demora y con mucha imaginación: “Aparece Pedro Infante en Villa Nicolás Romero.” Rosalio Huerta dijo ser el legítimo y llorado Pepe El toro; aunque era un hombre de complexión nada robusta. Pronto la noticia provocó p multitud de murmullos y rumores. mu
El Pedro P de los pobres HA VALIDO UN sueño a toda máquina; por el Camino de los milagros anduvieron almas ávidas de fe, algunos tiernos ojos estuvieron en vigilia desde temprano; furtivas lágrimas invadieron de repente los rostros, tan sinceras por la profunda e inédita emoción. Vivieron un idilio con el recuerdo, le miraron su cara ovalada, ojos verdes y dentadura con incrustaciones de oro. Al salir del encanto contaron su parecido con el hijo predilecto de Guamúchil, lo observaron acomodar su sombrero como el Martín Corona de la fotografía que estaba clavada en una de la paredes del hogar ofrecido por la familia Beltrán Luna. “Desde que mi doble murió en el avionazo, las productoras dijeron que él era el verdadero, con el objeto de desconocer las deudas que tenían conmigo y las que ascienden a varios millones de pesos.” Los niños escucharon su relato, mientras acomodaba un paliacate en el cuello. Insistió que el muerto en Mérida, “era su doble que lo doblaba” en sus películas. El presunto Pedro era calvo, con cejas pobladas que se unían justo encima de la nariz, movía sus brazos velludos y no dejaba de sonreír. La gente arremolinada en las ventanas se emancipaba con un grito que pronto es eco: ¡Que cante, que cante, que cante! Las voces eran festivas, discurrían devotas y bautizaron al aparecido como el Pedro de los pobres, mientras él se afanó en demostrar, con dos fotografías, que su doble era el que aparecía sobre todo en los materiales publicitarios, pero que la voz era suya, la escuchada en sus películas. Enseñó dos cromos, uno que ubicó en la pieza donde habitaba, de perfil y tomada cuando era joven, y otra donde aparecía su doble. Las mujeres siguieron cada uno de sus gestos, lo admiraron cuando daba masaje a su bigote, esperaron con atención que una mirada fuera para ellas. Tenía una guitarra y a ratos cantaba para interminables filas de personas deseosas por verlo, por tocarlo. Hasta un conato de motín provocó, cuando las fuerzas municipales intentaron llevárselo, pero esa multitud cohesionada por su imagen lo defendió y protegió; incluso pagaron un peso sobre peso para verlo.
“El hombre que se mató, fue un muchacho que se hizo mi doble después de tres años y medio de que yo comencé a filmar y a cantar... pero yo soy el de todas las películas y las grabaciones. Él sólo se presentaba en mi lugar cuando yo no podía asistir a las giras. Sólo hacía la mímica y lo que la gente oía era un disco con mi voz.” La voz no pareció la misma, y de aquel chorro de voz sólo le quedó un chisguete, pero aun así la multitud se animaba a aplaudirle y venerarlo. Rosalío Huerta no sólo era vitoreado, sino que recibió besos de las mujeres y afirmó contundente que se sometería a las pruebas requeridas para demostrar su autenticidad. Narró que tuvo que arreglarse la boca porque en Acapulco, donde vivió durante diecisiete años, lo estaban envenenando y fue lo que perjudicó su dentadura. El Pedro Infante aparecido se ocupó como carpintero, bolero y vendedor de dulces, negó conocer personalmente a los hermanos del hombre que cayó con el avión de Mérida en abril de 1957, ni a sus esposas, porque aquel Pedro Infante muerto era solamente quien lo sustituía en algunas películas y en la publicidad. “Está usted dispuesto a carearse con Ángel y Pepe, así como con Irma y María Luisa León de Infante?”, pregunta un enviado de La Prensa. “Es que ellos no son mis hermanos, ni ellas fueron mis esposas. Esos parentescos le pertenecen al difunto.” Los curiosos improvisaron guardias, defendieron su creencia. Juan Beltrán dejó de atender su puesto para proteger al famoso invitado, pero la duda comenzó a ocupar espacios. María Luis León proclamó: “Ya basta de enlodar el nombre del que fuera mi esposo... no sólo se trata de defender la memoria de Pedro Infante, sino también de defender al público de ser explotado por el chantajista, charlatán o demente”, que se aprovecha de la idiosincrasia del pueblo. La familia Infante pretendió desenmascarar al tal Rosalio Huerta, lo señaló oriundo de Aguascalientes y que desde hace ocho meses venía estafando a la gente, haciéndose pasar como el inolvidable actor de Cartas marcadas idolatrado no sólo en México sino en todo el Continente Americano. María Luisa León, viuda de Pedro, en compañía de Ángel Infante, acudió ante las autoridades de la Procuraduría de Justicia del Estado de México para denunciar a Rosalio Huerta Domínguez, que se hacía pasar por el único y verdadero Pedro Infante, “atrayendo la atención de propios y extraños que han llegado a pensar que en efecto se trata del verdadero ídolo del cine-canto nacionales por lo que la quejosa notoriamente molesta pidió al procurador de justicia del estado, que se castigue con todo el rigor de la ley al suplantador”. El aparecido adquirió dimensión de noticia sensacionalista, el presunto Infante asistió ante
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las autoridades judiciales de Toluca, quedó en libertad y regresó a Villa Nicolás Romero, donde una legión de admiradores lo visitó más de una ocasión. Afirmó que los familiares de su doble ni siquiera lo conocen, porque “el convenio para que lo representara en público lo tuvieron solamente él y el ahora muerto”. Volvería a lanzar el “reto a quienes nieguen que soy Pedro Infante”.
“El pueblo lo quiere” ROSALIO HUERTA EXPUSO sus argumentos por la aparición tardía: “Tuve varias razones. Primero se atentó varias veces contra mi vida. Luego, según el contrato yo estaba exento de cobrar mis regalías hasta 1971. Pero me deben todo el trabajo realizado en las películas. Estuve un tiempo en Ciudad Juárez, Mexicali, Acapulco, Hidalgo y ahora aquí. Me dediqué a hacer de todo. Hasta de cargador y bolero. Por todos lados me persiguen para matarme y no pagarme los millones que me deben.” Juan Beltrán es quien dio techo al Pedro Infante de Nicolás Romero, y contó su historia: “Lo trajimos de Hidalgo muy grave. Sólo le damos agua de limón y té de manzanilla. Se ha convertido para nosotros en una pesadilla. La gente comienza a venir desde las seis de la mañana y el desfile termina después de las ocho de la noche.” La pesadilla se esfumó pronto, mientras las horas parecían obra del Rey Midas, pues la presencia de Pedro provocó el tañer de pesos y tostones que la gente depositaba en un pocillo de peltre, como un acto de fe para cumplir una manda. La señora Alejandra Luna, esposa de Juan, habló de su creencia: “Yo creo que sí es Pedro. Canta casi igual, aunque anda malo de la garganta. Pero no permitiremos que le hagan nada. El pueblo lo quiere y está dispuesto a cuidarlo y ayudarlo. Mire cómo lo quiere la gente. Lo pide a gritos.” A lo lejos, camino de la colonia Independencia, en el meritito pueblo quieto de San Pedro, municipio de Nicolás Romero, se escuchaba una consola que reproducía uno de los discos del ídolo de México, y la voz que sentenciaba: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar, y diles que yo no fui.” ●
* GILBERTO VARGAS ARANA es periodista, historiador y docente (UNAM), licenciado en Periodismo y Comunicación Colectiva por la FES Acatlán/ UNAM y maestro en Historia por la FFyL y el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Cronista Municipal de Nicolás Romero, Estado de México, es coautor de Cahuacán (2006), de Viento de pueblo. Crónica de la Revolución en los pueblos de Nicolás Romero (2010) y de Nicolás Romero, entre la memoria y el siglo veintiuno. Imágenes de su historia (2011).
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Pequeño gran Ric Sin duda, hay talentos que no sólo alcanzan la grandeza sino que también la generan. Esta es una precisa semblanza y sentido homenaje a uno de ellos, el genial Little Richard (1932-2020) cuya obra impulsó y dejó sus huellas en grandes figuras de la música mundial hoy conocida con el poderoso nombre de rock & roll, y que sin él, tal como se afirma aquí: “Los Beatles, los Rolling Stones, Michael Jackson, Elton John, Prince… ninguno hubiera existido en la forma como lo hizo.”
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acido en el condado de Macon, en el estado de Georgia, en el país de Estados Unidos, en el año de 1934, el Pequeño Ricardo fue un pianista negro, afeminado y roncanrolero que reformó la pluralidad racial, sexual y musical mucho más allá de los límites de su patria u oficio. Dicho de otra forma: tengamos la edad que tengamos y nos dediquemos a lo que sea que hagamos en la vida, el producto de su talento valeroso nos alienta y pertenece a todos. Así, aunque natural por una edad octogenaria, su reciente fallecimiento debe ser motivo de memoria, reflexión y celebración en el más estricto de los sentidos. Corría el año ’82 cuando el Pequeño Ricardo le dijo al conductor David Letterman, durante una entrevista, que con once hermanos debía hacer lo necesario para sobrellevar las cosas. Yendo de la casa a la iglesia o al cine con su familia, resistió lo que pudo ante el llamado del espejo hasta que poco a poco comenzó a maquillarse “para no lucir tan rudo frente a las niñas blancas”. Luego se aceptó como un gay que, al defraudar a sus padres, debía abandonar la casa cumplidos los diecisiete años de edad. Entonces… triunfó. Inventó el Rock & Roll. ¿Cómo? Fluyendo cual agua derramada. Encontrando grietas, poros, salidas insospechadas para su enorme capacidad creativa, incluso abusando de drogas y alcohol. Contra todo pronóstico y habiendo dejado los estudios muy temprano, el Pequeño Ricardo volvió a la escuela en su juventud para poder manejar el éxito sin que tantos le robaran el fruto de su trabajo. Ya en la edad adulta se hizo cristiano evangelista y, según él, regresó al camino de la limpia rectitud.
Alonso Arreola ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Ilustración: Rosario Mateo Calderón.
LA JORNADA SEMANAL 31 de mayo de 2020 // Número 1317
cardo En otros términos: “dejó” de ser homosexual y de vestirse “sucio”. Tal postura fue intermitente y terminó por escindir su tirante existencia. Por un lado estaba el predicador Richard Penniman, por el otro Little Richard, el entertainer de las pelucas, el maquillaje y el vestuario reflejante. Compleja y medianamente liberado, el Pequeño Ricardo comenzó a fluir de nuevo a finales de los ochenta y no paró de girar hasta que las piernas se lo impidieron en 1993. ¡Hay que ver su energía en la inducción póstuma de Otis Redding al Salón de la Fama del Rock and Roll en 1989!, pocos años antes de sus últimas presentaciones en Las Vegas. Allí todavía se le ve feliz, alocado, desbordado pero asumiendo cabalmente su estancia en el mundo como persona y como ídolo de ídolos.
La inmensa prole de Ricardito QUIÉN MÁS PUEDE jactarse de que Jimi Hendrix fuera su guitarrista, James Brown su corista o Billy Preston su tecladista? Parece una ensoñación, pero el Pequeño Ricardo pudo presumir lo increíble. Arquitecto sonoro, sobre sus pirámides nacieron los templos del rock pop y de buena parte del funk, motown y rhythm and blues, que a su vez sirvieron de basamento para nuestro presente. Por ello es que sin su presencia sería imposible imaginar la música popular de las urbes como es ahora, ni en su forma ni en su fondo. Los Beatles, los Rolling Stones, Michael Jackson, Elton John, Prince… ninguno hubiera existido en la forma como lo hizo.
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(In memoriam Little Richard, 1932-2020) Basta ver la famosa y enternecedora fotografía en que unos jovencísimos Paul, John, George y Ringo rodean al Pequeño Ricardo en aquel camerino del Star Club de Hamburgo mientras éste sonríe, satisfecho por su lugar en la historia. Fue entonces cuando los Beatles conocieron a Billy Preston, con quien luego grabarían Let It Be, Abbey Road y The White Album como tecladista invitado. Uno de los muchos efectos dominó que provocó el nacido en Georgia durante su paso por la Tierra. Siempre al borde del precipicio –que en el rock verdadero no era otra cosa que un grito necesario–, su voz fue cristal molido bajo los pies de una audiencia dispuesta a retorcerse bailando, adicta al culto de un preacher que obsequiaba cielos juguetones, indiscutibles. Así lo recordó McCartney al enterarse de su muerte: “De ‘Tutti Frutti’ a ‘Long Tall Sally’ pasando por ‘Good Golly, Miss Molly’’ o ‘Lucille’, Little Richard llegó gritando a mi vida cuando yo era un adolescente. Le debo mucho de lo que he hecho a él y a su estilo; y él lo sabía.” Así se despidió Bob Dylan: “Cuando escuché las noticias sobre Little Richard me sentí muy apesadumbrado. Él era mi brillante estrella y guía luminosa cuando yo sólo era un chico. Fue el espíritu original que me impulsó a intentarlo todo.” No podemos olvidar, además, que cuando Michael Jackson compró el catálogo de los Beatles y de muchos otros artistas en la más polémica transacción de la historia musical, una de las primeras decisiones que tomó fue la de llamar al Pequeño Ricardo para devolverle los derechos
de su obra. Gracias a ello este icono de la música pudo hacerse rico al final del camino, recuperando lo que otros le habían arrebatado. Esa fue una acción ejemplar del llamado Rey del Pop, pues son incontables los compositores que terminan en la miseria o prolongando su estancia escénica por pura necesidad, hasta los límites de la tristeza. Finalmente digamos algo: tras la muerte del Pequeño Ricardo se ha hablado mucho de una Trinidad que se completa en el firmamento del rock. Es cierto. Junto a Elvis y Chuck Berry, nuestro Richard Penniman forma un triángulo mágico. Pero nada es espontáneo. Hurgando, leyendo, revisando entrevistas encontrará los nombres que los influyeron en los años treinta y cuarenta pero que, estando al servicio de iglesias o entramados sociales sin escenario ni reflectores, nunca vieron la fama. Alrededor de ellos no había music bussines, no existía el concepto rock & roll, acuñado hasta los cincuenta por Alan Freed, locutor radiofónico de Cleveland trascendental para la explosión del género. ¿Nombres? Uno: Brother Joe May. Señalar a este pastor virtuoso del gospel resulta obligado. Es él quien aceleró los tempos y coros de la iglesia causando plegarias que abandonaban lo místico para entregarse al trance consciente, al estertor contenido y vibrante, al baile profano que se sabe exhibicionista. Otro: Billy Wright. Cantante de blues cuyo cutis, traje verde y zapatos dorados dejaron sonrisa indeleble en aquel gran niño de Georgia, pequeño por siempre y por siempre Ricardo ●
Del gospel al rock & roll alvo a sus familiares, por supuesto, el nombre Richard Wayne Penniman no le dice nada a nadie, lo cual se debe a que el nacido en Macon, Georgia, a principios de diciembre de 1932, cambió para siempre el nombre con el que quiso ser conocido por el de Little Richard –el Pequeño Ricardo o Ricardito, según el gusto de cada quien–, y es a él, cantante de gospel desde su infancia, a quien su madre enseñó a tocar el piano sin saber en aquel momento, ni ella ni él, que así comenzaría la ruta sonora que condujo a ese Pequeño a la invención del rock & roll, nada menos. Cuesta pensar en que alguien medianamente expuesto a la información masiva, del tipo que sea, y lo mismo cualquiera que suela escuchar música –es decir, miles de millones de personas en el mundo, a lo largo de años y décadas–, ignore que hay un ritmo así llamado, rocanrol, y eso significa que esos miles de millones conocen la invención genial de Ricardito, aunque de él sepan poco o
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nada, jamás lo hayan escuchado o su nombre les haya pasado de noche. Por eso, a manera de mínimo breviario, van a continuación los hitos básicos de su trayectoria: 1947. Comienza a tocar y cantar de manera regular –es decir, ya no más en antros o esquinas callejeras– en un bar llamado Tick Tock. 1951. Como premio en un concurso celebrado en su estado natal, graba sus primeros sencillos, sin mayor éxito. 1953. Funda The Upsetters, su primera banda, con la que también graba al año siguiente, de nuevo sin relevancia. 1954. Compone y, de manera inesperada y con resultados estratosféricos, la mítica pieza “Tutti Frutti”, pilar indiscutible de lo que más tarde sería conocido como rocanrol. 1957. En plena fama y por motivos extramusicales, se retira de los escenarios casi por
completo y aprovecha para estudiar teología y volverse ministro pentecostal. 1962. De regreso a un estrellato que sólo aguardaba a que él reclamase su sitio, lleva a cabo una gira en el Reino Unido, donde los Rolling Stones y los Beatles, para no ir más lejos, literalmente le rinden una muy merecida pleitesía. No es poco lo que resta por decir en una biografía como la de Little Richard, repleta de ascensos y descensos vitales, presencia de censuradores religiosos y de todo tipo que se consideraban con derecho a meterse en sus asuntos, largos períodos de “vida disipada” y retornos al redil, pero lo cierto es que vale más no tanto leer sobre él, sino escucharlo. Puede comenzar con la referida “Tutti Frutti” o bien esa otra maravilla titulada “Long Tall Sally”. Si al escucharla no se le mueve, aun involuntariamente, al menos un pie o un dedo, será señal inequívoca de que usted quizá está más muerto que el Pequeño Ricardo ●
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10 31 de mayo de 2020 // Número 1317
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DE AMORES ÉPICOS Y OTRAS PASIONES Salvar el fuego, Guillermo Arriaga, Alfaguara, México, 2020.
Eve Gil |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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eí Salvar el fuego, de Guillermo Arriaga (Premio Alfaguara 2020), con la intención de disfrutar de un cautivador escritor de cine y novelas, que ha defendido –y demostrado– que uno y otra abrevan en una misma fuente, que es la literatura. Pensaba asimismo en reseñarla, porque disfruto escribir sobre lo que me gusta. Pero cuando al fin cerré el libro, el corazón me brincaba como cuando me angustio o me estreso, o despierto de una pesadilla demasiado vívida. Tras no dormir durante dos semanas consecutivas por no poder interrumpir la lectura, caí como bendita los siguientes tres días posteriores, como quien ha sufrido una persecución. Y ahora intento hacer lo que me proponía en principio. Los amores imposibles son el gran tema de la literatura, y aunque pareciera que vivimos una época en que las aplicaciones para arreglar acostones de una noche, o los chats de las redes sociales han disminuido considerablemente la posibilidad de vivir –o escribir sobre– un amor épico, Arriaga ha encontrado el modo de hacernos regresar, en pleno siglo XXI, a los tiempos en que una pasión era el detonante de una guerra, con todo y Caballo de Troya. Marina lo tiene todo. No sólo aquello que la sociedad considera propio de una vida feliz (un matrimonio estable con un hombre rico, tres hermosos hijos y una vida llena de lujos y viajes), sino también lo que ella misma se ha forjado: una reputación como bailarina de danza contemporánea, además de poseer su propia compañía. Esto no significa que no cargue un cierto sentimiento de insatisfacción relacionado con su vida profesional. Considera que a sus coreografías les hace falta pasión, que se ha mantenido en una medianía políticamente correcta por miedo a alebrestar a los críticos que alaban su contención. Una serie de circunstancias hacen empatar esta frustración con la propuesta que le hacen unos amigos para presentar una arriesgada coreografía en el reclusorio varonil oriente. La primera en dudar que sea buena idea es la propia Marina; sin embargo, logra convencer a sus bailarinas de llevar una coreografía relacionada con la menstruación. Lo último que imagina es que su trabajo logrará conmover a los reos, y menos que conocerá a uno que sabe de música, por el que se sentirá extraordinariamente atraída. Nada puede existir más alejado del entorno de Marina que José Cuauhtémoc Huitztilic, quien purga una condena de cincuenta años por matar a dos personas en Coahuila (un sicario y un policía), habiendo cumplido otra de quince años por parricidio. Esto no parece asustar demasiado a Marina, quien encuentra la forma de regresar a la cárcel, acompañando a otro amigo, escritor, preso durante algunos meses por golpear a un crítico, y que actualmente imparte un taller literario para sus antiguos compañeros. El reencuentro entre la bailarina y el hombretón rubio de rasgos indígenas saca chispas. Tan extraordinaria situación entusiasma a Pedro, uno de los mejores amigos de Marina, que mueve sus influencias para que ella visite a JC y, más adelante, concreten la única posibilidad que tienen que verse a solas y desfogar la imperiosa necesidad que sienten uno por el otro: la visita conyugal. Marina está demasiado
enamorada para advertir los múltiples riesgos que corre, y que podrían hacer estallar la segura burbuja que la contiene; desde extorsión hasta acoso sexual por parte del director del penal. Las cosas van agravándose considerablemente para dos personas que, mal que bien, llevaban vidas sin sobresaltos, JC en la feliz ignorancia de que su cabeza tiene un precio, y para cuando se percata de ello, su relación con Marina pende ya de un hilo. Durante un motín en la cárcel JC toma una decisión precipitada y el amor que Marina experimenta por él se trastoca en un miedo cercano al terror… sin dejar de ser amor. Salvar el fuego es una novela extraordinaria en su sentido más primitivo: rara, fuera de lo común. Lo es también en el sentido que solemos estampar el calificativo. Está narrada desde diversos tiempos, por múltiples narradores y en primera, segunda y tercera personas. Marina se narra en primera persona, JC es narrado en tercera y en segunda, aunque al tratarse de un reo con grandes dotes literarias, nos permite asomarnos a su interior a través de relatos y poemas en prosa. Quien lo narra en segunda persona es su hermano menor, Francisco, que ha adquirido una ventajosa posición social pero no ha vuelto a ver a JC desde que éste le prendiera fuego a su padre postrado en una silla de ruedas. A través de Francisco conocemos la infancia y adolescencia de JC; quién era mucho antes de Marina. Hacia el final, Arriaga nos remite al William Faulkner de El ruido y la furia, al hacer hablar a todos los personajes simultáneamente, en todos los acentos y regionalismos posibles, lo cual acentúa la sensación de agobio y angustia que va en crescendo desde el preciso instante en que dos personajes antagónicos en apariencia ponen sus vidas en juego con tal de estar juntos. Sabemos de antemano que esa relación está condenada a un final devastador… aunque no imaginamos hasta qué punto ●
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LA JORNADA SEMANAL 31 de mayo de 2020 // Número 1317
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DONDE AQUÍ ES ALLÁ Nepantla, Elsa Cross, Era, México, 2019.
Antonio Soria |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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n 2012, El Fondo de Cultura Económica publicó la Poesía completa de Elsa Cross, un grueso volumen de casi ochocientas páginas en el que se incluyen desde Naxos, la primera plaquette firmada por la también catedrática, traductora y ensayista mexicana nacida en Ciudad de México a principios del mes de marzo de 1946, hasta Escalas, poemario publicado originalmente ese mismo año, es decir hace ocho. Sin contar antologías, traducciones y otros textos aparecidos a lo largo del tiempo, desde aquel 2012 hasta la fecha la autora de Bacantes, Visiones del niño Ram, Jaguar, Singladuras y Bomarzo, entre muchos otros, antes de Nepantla publicó al menos otro par de títulos –los también poemarios Más rojo bajo el sol (2014) e Insomnio (2017)–, así como el ensayo Puerta del Este, en 2020. Ciñéndose a sus libros de poesía, son treinta y dos los volúmenes fruto de un trabajo ininterrumpido desde 1966, es decir, a lo largo de cinco décadas y cuatro años. En la presentación de aquella Poesía completa, la propia Elsa definió de manera sucinta e insuperablemente clara su postura ante la poesía y el acto mismo de escribir; no sería un despropósito suponer que el paso del tiempo no ha hecho variar, sino sólo refrendado, aquello que postula y que, por razones obvias, vale la pena reproducir con amplitud aquí: “La poesía ha sido muchas cosas para mí: el registro de una experiencia en el mundo y una forma de conocimiento, ha sido búsqueda y encuentro, una contemplación, un juego, un diario de viaje. Aunque siento que la poesía es intemporal, y nunca he podido ubicar la mía propia dentro de alguna corriente, si tuviera que circunscribirla a una tradición, diría que mi escritura se ha nutrido de una larga sucesión de poetas que han ligado el ser a la palabra y la naturaleza, y han exaltado el canto.” “Nepantla es un instante”, dice el primer verso del cuarto poema –sin título, como el resto–, y a lo largo de las cuatro secciones en que el libro se divide, la autora realiza una suerte de ritornello para ahondar en todo aquello que es y en lo que se desdobla y multiplica Nepantla –ese vocablo nahua que significa “en medio; estar en medio”,
según el Gran diccionario náhuatl, convenientemente citado al principio del volumen–, de manera que también, como más adelante afirma, “Nepantla abre un abismo” que se abre “entre el nombre y la cosa” y está compuesta por sílabas que tienen la forma de “una cosa ensangrentada”. Naturalmente, resulta inevitable asociar Nepantla, el sitio, con la presencia intemporal de sor Juana Inés de la Cruz; tan es así, que aquella población asoció su nombre prehispánico con el de nuestra poeta mayor, y esto es algo que Cross por supuesto sabe y no sólo eso sino, de manera sutilísima, desliza en el hálito más profundo de cada poema y cada verso. Para que un lector desavisado no cometa el error de suponer que hallará referencialidades crasas o alusiones fácilmente localizables, es preciso aclarar que esta Nepantla no es sorjuanesca ni cosa parecida; lo que busca sugerirse aquí es muy distinto: que sin eludir el cobijo inapelable de la décima musa, Cross transita por su propio territorio, es decir, el de sor Juana, pero traído a este tiempo presente, en el que el paisaje y sus elementos naturales son lo que son, objetos, las cosas mismas, pero también los símbolos en los que Cross descubre, reconoce y relanza, como destacando su pervivencia a través de las eras. Se cumple de ese modo un par al menos de los principios poéticos –y de poiesis, cabe sostener– declarados por la autora en el texto arriba citado: su Nepantla se nutre, como no podía ser de otra manera, entre muchos de aquella autora nacida en la tierra de en medio, ahí, “entre las cosas// y sus nombres”, y al hacerlo liga el ser “a la palabra y la naturaleza”. También, por supuesto, se verifica en estas páginas esa búsqueda seguida del encuentro tan cara a la autora, lo mismo que la contemplación –“Vivos helechos/ alzan sus curvas amorosas/ acogiendo en lo fresco/ los visos nómadas/ del sol que se abraza a lo oscuro”– y, como siempre en la poesía de esta autora imprescindible, el juego, uno tan lúdico como lúcido ● Elsa Cross. Foto: La Jornada/ María Luisa Severiano
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12 31 de mayo de 2020 // Número 1317
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LA POESÍA Y SUS LUGARES (COMUNES) Puerto es naufragio, Yamil Narchi Sadek, Elefanta Editorial, México, 2019.
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Mario Fuentes |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
on innumerables las editoriales –no sólo en México– que, bajo el concepto “independiente”, prueban suerte y obtienen, del hipotético universo lector, resultados de lo más variopinto: las hay que insisten, resisten y persisten, y para infortunio de propios y extraños las hay que duran poco más allá de sus primeros entusiastas escarceos. En uno y otro caso lo que permanece, así sea con escasísima visibilidad, son los libros en sí, la constancia de que alguna vez alguien fue publicado. Otro atributo bastante común a las editoras independientes es, como consta en los inexplorados anales del ISBN nacional, la tozuda publicación de poesía. Al respecto, los lugares comunes –que no por serlo dejan de decir la verdad– están a la orden: las editoriales “grandes” nunca publican poesía, a ésta “no la lee nadie”, hay más poetas que lectores de poesía… De suyo abrumador, el peso de consignas como las anteriores conlleva el sepultamiento de muchísimas voces otras, nuevas, diferentes a las pocas conocidas tratándose de poesía, las cuales se cuentan con los dedos y, nuevo lugar común, sobran dedos. Nada de lo antes dicho obsta para que año tras año sigan apareciendo, saludablemente o todo lo contrario, poemarios y más poemarios, verbigracia el número 10, nada menos, que Elefanta Editorial somete a un escrutinio lector muchas veces inescrutable pero, a fin de cuentas, el único con el que (se) cuenta. Yamil Narchi Sadek, el autor, no es de ningún modo un improvisado en estas tareas: textos suyos han aparecido cuando menos en cinco publicaciones especializadas, incluyendo, entre otras, el Periódico de Poesía de la UNAM, sobre cuyo rigor no cabe especulación alguna, además de haber dirigido él mismo un par de revistas literarias y formar parte al menos de un consejo editorial. Con esa experiencia a cuestas, Narchi explora uno de los temas recurrentes, por no decir una vez más comunes, de la poesía de todos los tiem-
pos y todas las lenguas: el mar y su infinito universo. Los cincuenta y cinco folios del volumen, albergue de las treinta y dos piezas que integran la singladura escritural del autor, hablan de economía de recursos, contención y, desde luego, brevedad, atributos todos anejos a la poesía que se quiere de-a-deveras, es decir, ajena a esa verborrea imparable que algunos autores parecen considerar muestra de aliento literario, cuando de lo único que son prueba es de halitosis verbosa. Por el contrario, Narchi ha sido cuidadoso en extremo para evitar que cada poema en particular, así como el conjunto en general, se desborden, y el equilibrio alcanzado no es poco mérito puesto que los “motivos marinos”, como puede saberlo cualquiera que lo haya intentado, son amplísimos pero no infinitos y muchos de ellos son inevitables; así las sirenas, las olas, la arena, la playa, las gaviotas y cualquier otro que acuda a la mente del lector. En las manos de Narchi, pocas veces, casi ninguna y por ventura, el tropo marinero es forzado a figurar sino, muy al contrario, su presencia es pertinente para plasmar entera la imagen, la idea o el estado de ánimo que al autor obsede y presenta en forma de versos. Acaso, y por suerte sólo un par de solitarias ocasiones, incurre en esa virtud tan difícilmente alcanzable que consiste en hablar, pero con fortuna, de la poesía misma o del poema, dentro del poema mismo –“Miré las barcas partir/ y dejé abierta la boca/ esperando el poema.” Pecado menor frente a piezas bastante más que sólo bien construidas, en su mayoría impregnadas de un aire efectivamente oceánico y, cabe decir, de lucha contra una derrota vital a la que Narchi se resiste con todas sus barcas y su oleaje ●
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En nuestro próximo número
SEMANAL EL INSOMNIO Y OTRAS OBSESIONES SUPLEMENTO CULTURAL DE LA JORNADA
Arte y pensamiento Las rayas de la cebra/ Verónica Murguía
LA JORNADA SEMANAL 31 de mayo de 2020 // Número 1317
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La otra escena/ Miguel Ángel Quemain
Crónicas del milagro rutinario La Rendija, el nuevo teatro clásico EN SU ESPLÉNDIDO ensayo autobiográfico sobre el embarazo, titulado Linea nigra, la escritora Jazmina Barrera escribe: “Mi hijo me está convirtiendo en lo que nunca quise ser: novelista.” Esto se deriva, quizás, de una preocupación con la estructura lineal que la novela suele imponer. Es semejante a la del embarazo y el parto sería el clímax. Linea nigra, sin embargo, es al mismo tiempo un texto lineal y rizomático: comienza por ser un “cuaderno de embarazo” que se amplía y enriquece conforme Barrera reflexiona sobre la maternidad, la pareja, la escritura y las artes plásticas. Linea nigra es, sobre todo, un elocuente alegato acerca del lugar que la maternidad ocupa en la tradición literaria, pictórica, fotográfica y médica. Nuestra historia personal es parte de la urdimbre de la especie, aunque ciertas zonas de la experiencia femenina estén ocultas, desplegadas en el envés del tapiz que retrata la vida humana. La historia, señala Barrera, no termina cuando el niño llega al mundo, ni concluirá mientras haya seres humanos sobre la Tierra: somos y fuimos parte de alguien más y esta condición, este formar parte de algo mayor, es irrenunciable. “Estamos hechos de los otros”, cita y se regocija porque, al menos durante un tiempo, fue simultáneamente una mujer y un niño. El feto, nos informa, también mezcla sus células con las de la madre, creando un nuevo lazo entre la mujer y el padre. En Linea nigra los tres acompañantes de la mujer embarazada son su madre, su esposo y su hijo. Una suerte de conjugación de la vida: el pasado de la embarazada es posible gracias a la madre, quien le dio la vida. En el caso de Barrera, la madre también cultiva en la hija la pasión por la pintura, la ritualización de los gestos cotidianos y la enseñanza de los cuidados. Hay en este libro un retrato amoroso y realista de ese vínculo: la madre emerge como una figura sensata y por momentos extravagante, al mismo tiempo frágil y poderosa. Con el humor lacónico que caracteriza su escritura, Barrera consigna su experiencia de mujer embarazada, del temblor de 2017, la conducta casi criminal del médico que la atendió, dizque adalid del parto humanizado, y la enfermedad de su madre. Las sucintas descripciones del alumbramiento son muy conmovedoras, así como los retratos del dolor físico, el miedo y la debilidad. Barrera abre sin tapujos su experiencia. Decide no encubrirla, no usar eufemismos, ni avergonzarse. Esto puede parecer un deseo natural, pero ha sido minucio-
samente reprimido, tanto en el canon literario como en la vida. Barrera lo muestra con mordaz economía. Un ejemplo es la descripción de cómo un hombre, en el público durante una plática sobre el libro Pequeñas labores, de Rivka Galchen, afirma que “no le ve el chiste” a un libro sobre la maternidad. Añade a esto una lista de los comentarios que las mujeres que amamantan en público tienen que escuchar en este país, en el que la vista de un pecho femenino es mucho más alarmante que la acostumbrada foto en el periódico del asesinado, y un breve comentario sobre la escasez de autorretratos de mujeres preñadas hasta el siglo XX. A la tradición de los relatos sobre temas “importantes”, la guerra, la violencia y la muerte, Jazmina Barrera propone añadir otra, escrita también con sangre. No la sangre de la herida, de la crueldad, de la muerte; la sangre del parto, de la menstruación, de la vida. Un canon, dice, una literatura del embarazo y el parto, opuesta a la de sólo el coito; del alumbramiento en contrapunto con la agonía; del cuidado en lugar de la explotación. Lejos de beatificar el parto, lo humaniza; lo hace compatible con la experiencia de la escritura y el diálogo con hombres y mujeres que no tienen hijos. Ante la falsa disyuntiva de escribir libros o tener hijos, Barrera contesta con un burlón y afirmativo ¿por qué no las dos cosas? Linea nigra es la demostración de que es posible ●
EL DIVINO NARCISO de Sor Juana Inés de la Cruz. Deriva en tiempos de contingencia, guión y dirección de Raquel Araujo, a cuya realización digital se suma Oscar Urrutia, quien es el alma de muchas cosas y establece un rumbo que, trenzado con el de Araujo, tiene un aporte sustantivo también en lo visual en tanto artista plástico, gran constructor de imaginaciones y espacios que marcan la escenografía mexicana y, desde luego, lo cinematográfico, que en este contexto quiere decir dotar de un tempo fascinante a la labor de Araujo, que en esta visión sobre sor Juana le da al trabajo momentos de enorme belleza aforística. No quise resistirme a un párrafo tan largo porque pretendía que esa casa de palabras estuviera habitada por esas dos maneras que, en el desglose estético, muestran las cualidades de uno y otro artista, porque vale la pena distinguirlas, dado que los lenguajes que exploran tienen un hilo de Ariadna con origen en el pasado artístico de cada uno, y hoy ofrecen el ejemplo de un trabajo colaborativo de una enorme originalidad en la escena mexicana. Asombran sus logros porque su presencia en la escena nacional tiene que ver con todo lo que la compañía teatral a la que pertenecen, la que fundaron, al proyecto educativo, formativo y artístico de La Rendija, es capaz de vincular entre sí, con lo maya, lo yucateco, lo chilango y lo hispanoamericano, la cultura francesa y el horizonte filosófico que tanto ha fascinado durante toda su vida creativa a Raquel Araujo, con lo cual ha logrado hacer de su trabajo parte de una institución que va más allá de sí misma, para convertirse en patrimonio de un espacio que ha tenido a bien acoger varias producciones nacionales reconocidas y premiadas. No es la primera vez que La Rendija aborda el tema de sor Juana; es parte de la madurez intelectual y artística de Raquel Araujo, una manera de volver a sus orígenes. Dije antes que siempre ha sido una artista fascinada con la filosofía (llamada) occidental, y sin dejar de serlo se ha decidido a mirar al fondo de sí misma y encontrar que, desde nuestros primeros balbuceos, ya sor Juana andaba ahí. Una vez le pregunté a Octavio Paz con qué personajes le gustaría conversar y me dijo que con Buda o con Jesucristo. Pero de inmediato reparó en la grandilocuencia de sus palabras, rectificó y me dijo que con sor Juana, que tal vez con ella sí tendría manera de trazar esa manera de hablar que llamamos conversación. Creo que a la directora terminó por pasarle lo mismo. Su sor Juana es el eslabón que conforma un lazo primordial con el teatro hispanoamericano y eso la llevó a establecer, en medio de todas las carencias posibles, el Noveno Festival de Teatro de la Rendija. Iberoamérica en escena, el año pasado. Nueve años insistiendo en que es posible general un diálogo, más que un aparador de espectáculos, una conversación entre creadores teniendo al espectador, al alumno y al aficionado como parte de ese coloquio. Los laberintos poéticos de Sor Juana, en colaboración con el director y dramaturgo Guillermo Heras, forma parte de esta continuidad que se presentó hace casi un año en su sede con apoyo institucional, que ha aprovechado como creadora beneficiada y coproduciendo con los programas del Fonca, un fideicomiso que no se extingue a pesar de una voluntad extraña de dejar a los artistas a la deriva a sabiendas de que no sólo de pan vive el hombre. Estos yucatecos lograron, hace justo tres años, que sus acentos se escucharan en el Festival Almagro, una ciudad a dos horas de Madrid, donde le devolvieron a la península una obra cuya metamorfosis la instalaba en el conjunto de propuestas de lectura sobre el Siglo de Oro y sobre un teatro que está lejos de sus presupuestos escénicos pero se adaptó al “Corral de Comedias”, primera piedra fundacional del teatro barroco. Todo eso tuvo que pasar para que ahora sea posible verla durante cincuenta y cinco minutos en teatro.unam.mx. Qué tal si discutimos sobre las posibilidades digitales y las metamorfosis de nuestro teatro en la próxima entrega. Todavía seguiremos en casa para entonces ●
LA JORNADA SEMANAL
14 31 de mayo de 2020 // Número 1317
Arte y pensamiento
Prosa Ismos / Orlando Ortiz
Puntualizaciones acerca de un (relativo pero injusto)olvido CREO QUE ABUSÉ un poco de quienes se acercan a echarle un ojo a esta columna, porque en mis últimas colaboraciones escribí de Guillermo Prieto (1818-1897). No puedo ocultar mi admiración por este personaje singular y, me atrevería a decir, único en la historia de nuestras letras y de nuestra historia en general. Creo que en todas las columnas pequé de exceso al mencionar que había sido menospreciado. Quien se asome al espléndido prólogo del doctor Vicente Quirarte en La Patria como oficio (FCE, FLM, y UNAM, 2009), de inmediato me cuestionaría y echaría mis columnas al bote de la basura. Sin embargo, debo decir algo a mi favor. A mediados del siglo pasado, cuando yo estaba por entrar a la UNAM a la carrera de Letras Españolas, la poesía medida y rimada era bastante mal vista, y todavía más si era “potable”, es decir, si se podía “beber”; en el mejor de los casos se le arrumbaba en baúl de la lírica popular o del folclor. En ese entonces, el romance de “La Migajita”, si mal no recuerdo, era lo que más se conocía de Prieto. Únicamente los muy enterados y “especialistas” mencionaban Memoria de mis tiempos o Viajes de orden suprema. De ahí que este escribano haya salido de la universidad con una idea equivocada de este autor. Sin embargo, Guillermo Prieto no siempre fue menospreciado –aunque, como vimos en la carta de Melchor Ocampo que apareció en mi columna anterior, en sus tiempo no faltaron quienes lo descalificaban–; en un escrutinio realizado por el periódico El Nacional, en 1890, para nombrar al “decano de los periodistas”, el comité responsable se pronunció por Guillermo Prieto. Meses después, La República convocó a un certamen similar para averiguar quién era el poeta más popular. Estaban en la palestra Salvador Díaz Mirón, Juan de Dios Peza, etcétera, pero el triunfador fue de nuevo Guillermo Prieto. A sus setenta y dos años de edad recibió un homenaje realizado en el Hotel del Jardín (ubicado en la esquina de las actuales calles de Gante y Francisco I. Madero), donde un joven poeta colocó en la insigne testa una corona de laurel labrada en plata. Creo que para los seguidores de la teoría de la recepción valdría la pena averiguar lo sucedido posteriormente para que Prieto quedara casi en el olvido y fuese ignorado. ¿Evolución de las formas poéticas? ¿Menosprecio a la temática? ¿Lo universal frente al nacionalismo? No podría descartarse que ya en sus años postreros, al decir de sus biógrafos, era un anciano gruñón e
intransigente. Lo de intransigente, me parece, siempre lo fue. En fin. En mis tiempos, los fanáticos del Declamador sin maestro te recetaban el “Nocturno a Rosario”, “El brindis del bohemio”, “Mamá soy Paquito”, y muchas más que comprende ese volumen, pero de “El romance de la Migajita” sólo sabían el nombre, y de otras composiciones de la Musa callejera, ni el nombre sabían. Prieto nunca presumió de ser un crítico literario; no obstante, por lo menos en el prólogo a la Linterna mágica y en Algunos desordenados apuntes que pueden considerarse cuando se escriba la historia de la bella literatura mexicana, se percibe su capacidad de observación y su característica inclinación a expresar su personal opinión sin respetar cánones ni obedecer patrones de juicios viciados o sesgados para encontrar valores donde no los había o que no nos pertenecían. Tal vez también ahí se encuentre el motivo de su inhabilitación como literato, pues entonces y ahora, creo, debe ser imperdonable para los estudiosos de nuestra poesía afirmar que Juan Ruiz de Alarcón debe considerarse poeta español, pero no puede afirmarse que fuera mexicano sólo porque nació aquí; o en el caso de sor Juana escribir que “el defecto de que adolecen sus obras es de su época; pero también es cierto que sor Juana, si se puede presentar con orgullo por su prodigioso ingenio, no debería jamás ofrecerse como modelo”. (Es evidente que Góngora no le gustaba para nada.) De Guillermo Prieto todavía habría mucho que contar, pero no se preocupen, mi próxima columna abordará otro tema. Fundamentalmente literario, a propósito de autores olvidados y cuentistas ●
Avante despacio Odysseas Elytis II* ( 2DA parte) AHÍ DONDE HABITAN los dioses y los más imperceptibles desvíos adquieren dimensiones gigantescas y muestran el peso que tiene en nuestros actos y en nuestra mente aquello que considerábamos carente de importancia. Tal vez –no es extraño– nuestros grandes y continuos fracasos a eso se deban. A esa negligencia. Como sol que de pronto rasga nubes negras y espesas. Sí. El reloj da correctamente la hora. Y se te hacen visibles las casas en la hierba. No. Algo no va bien. Y aparecen en el pasto blanquísimas las casas. Tampoco. Parece aclaración. Forja cumbres la montaña y tú mira casas en la hierba. Eso es. Ese “mira casas en la hierba” que cae como tajo, que realmente desvanece la turbiedad. Si no entiendes la diferencia, si no tienes eso en cuenta en la misma medida en la política, en el amor y en tus escritos, estás perdido. Esto también explica cuán difícilmente avanza la humanidad. Por desgracia, el hombre fácilmente adquiere gran educación y en lo que sólo exige cerebro se distingue. Sin embargo, en lo que exige que participen los sentidos, dormita. Sus órganos sensoriales, en estado permanente de hipotermia, son incapaces de transformar la fuente de estímulo en imagen que proporcionalmente se refleje en el espíritu. De ahí el famoso intelectualismo de nuestra época que corta uno a uno todos los hilos que nos vinculan con la vida inmediata y nos condena a un hambre de abrazos afectuosos y verdaderas lágrimas. Qué tipo de vida “poética” puede ser la tuya cuando incluso la muchacha que besaste, la callejuela oscura donde la besaste y la música que de lejos te llegaba cuando la besaste, tienes que buscar y encontrar en los diccionarios. Ya me cansé. El viento sigue soplando. Me levanto a dar unos pasos, luego me detengo un poco detrás de la puerta de vidrio y observo la batalla por el viento de las begonias y los geranios. Luchan. Todos luchamos. El barco se levanta y golpea las olas; a veces se inclina por una banda, a veces por la otra. Afortunadamente mi carga es pesada y aérea. Pesada por la oposición que hasta ahora no ha habido nadie que la reconozca, que la adopte. Y ligera por los trazos de vivencias a las que se les sustrajo, tras su santificación, el contenido temporal, y han llegado a ser elementos inasibles, alimento de abejas: palabras de Parménides, jazmines de España diríase recién liberados por una mano amada, pelotas de vidrio de las aguas del Cavo Malea1, nubecillas de Parténis2, sentencias de Blake, lágrimas y besos engarzados en rosario, mirtos y otras inocencias de mi mente en estado primigenio. En medio de un mar borrascoso y en contra de los tiempos y las modas, un segundo mundo, de otra especie, fluido, todo flora, al que me tiro de cabeza y emerjo a la superficie veinte años más joven en la concepción de las cosas y lo mudable que representan. Es decir, el caudal de la materia que es imprescindible para llegar y tocar lo permanente que ocultan. Viaje solitario que he intentado con el lugar a mi derecha vacío, sí, pero siempre acompañado por una hilera de plantas que dividen geométricamente el espacio, santos como Hölderlin o Solomós, muchachas recién cortadas como la cereza, mitad realidad, mitad fantasía, que se desplazan ligeras, pero siempre con prendas interiores de arácnido tejido, que primero se frotan en ti como un fósforo y se encienden, y luego tiemblan y se disuelven para dejar en tu brazo quemado por el sol dos o tres gotas de frescura. Ocurre que haga el amor así y me vuelva un devoto como pocos. Notas: * Por error, el capítulo de Avante despacio en el número 1315 (17/v/2020), apareció con el número I cuando en realidad es el II. 1 Cabo Malea. Cabo al sureste del Peloponeso y punto más al sur de la Europa occidental. 2 Constantino Parténis (1878-1967). Pintor nacido en Alejandría.
Versión y notas de Francisco Torres Córdova
Arte y pensamiento
LA JORNADA SEMANAL 31 de mayo de 2020 // Número 1317
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Cinexcusas/ Luis Tovar @luistovars
El trigo de la burra arisca (I de II)
Bemol sostenido / Alonso Arreola T : @LabAlonso / IG : @AlonsoArreolaEscribajista
Centésimo quincuagésimo día HOY ES EL centésimo quincuagésimo día del calendario gregoriano. Día Mundial Sin Tabaco y, también –según el Evangelio de Lucas–, día de la visitación de la Virgen María a su pariente Isabel. Una embarazada de Jesús y la otra de Juan el Bautista, ello supuso el primer contacto entre ambas divinidades. Hoy, además, sucedieron otras cosas curiosas. Verbigracia: en 1611 Felipe III de España publica una ley para que los moros rezagados abandonen Granada; en 1889 se rompe la presa South Fork en Pensilvania, EU, y mueren más de dos mil personas; en 1906 estalla la huelga de Cananea, cuna de la Revolución Mexicana; en 1910 Sudáfrica se independiza del gobierno británico; en 1911 zarpa el Titanic… Con todo ello, empero, lo que hoy nos importa es recordar –por nacimiento u obra– a algunos músicos notables. Buen ejemplo es el del italiano Ferruccio Busoni, quien un 31 de mayo de hace 119 años inauguró el Bechstein Hall de Londres frente a su piano. Hijo de músicos, se destacó desde muy joven. Sea como ejecutante, compositor o maestro, viajó y vivió en muy distintas latitudes. De la Unión Soviética a Estados Unidos pasando por Basilea y Alemania, murió joven, aunque dejó una obra valiosa. Convivió con Franz Liszt, Johannes Brahms y Antón Rubinstein y fue profesor de genios como Kurt Weill y Edgar Varèse. Escuchando sus 24 preludios. Opus 37 notamos ya un claro enrutamiento hacia el sonido contemporáneo. Es deslumbrante, creativo, virtuoso desde luego, pero igualmente conmovedor, maduro en la administración de recursos. Una tras otra, estas composiciones pasan del romántico desvelo a desplantes humorísticos o briosos desempeños de profunda seriedad. Portentosas conjeturas que nos dejan con las cejas levantadas. Estampas atemporales que en manos de Geoffrey Douglas Madge (con él se las recomendamos), y viendo pasar la partitura, causan regocijo extremo. También hoy, pero en 1656, nació el compositor y violagambista francés Marin Marais. No hay mejor forma de escucharlo que a través de Jordi Savall,
ese genio catalán que tanto ha dado a la investigación de repertorios medievales y renacentistas. Mejor aún, mire la película Todas las mañanas del mundo basada en la relación entre Marais y su maestro Monsieur de Sainte-Colombe. La banda sonora es del propio Marais interpretado, precisamente, por Savall. Responsable de la viola en la corte del rey Luis XIV de Francia, se le deben más de seiscientas piezas para este instrumento (solos, en duetos o tríos), las que fueron editadas en cinco libros muy celebrados. Inclinado sobre todo a las suites que suponían uno de los entretenimientos favoritos de la realeza, Marais sentó las bases para la popularidad de la viola, la que luego se trasladaría al violonchelo. La diferencia entre ambos instrumentos, por cierto, es grande. La viola da gamba tiene un timbre más airado, menos potente, una desinencia más frágil; casi no sostiene las notas en su fraseo y se ve forzada a pequeños saltos que la instalan en un baile eterno, delicado, más aún si se ve acompañada por el clavecín. Igualmente, hoy pero hace setenta y dos años, vio la luz el enorme John Bonham, baterista de la banda inglesa Led Zeppelin. Interesante como pocos, este artista dio origen a una perspectiva rítmica que aún sostiene al rock progresivo de nuestro presente. Basta escucharlo en temas como “Black Dog”, en donde mantiene su pulso mientras Jimi Page entrecorta melodías en compases compuestos; o como “Moby Dick”, en donde despliega poderosos y creativos “destartalamientos” que lo llevan a un mítico solo del rock. Finalmente y como colofón, el 31 de mayo pero de 1969, John Lennon y Yoko Ono grabaron el tema “Give Peace a Chance” en el cuarto de un hotel de Toronto, Canadá, en medio de sus “Jornadas en la cama” contra la guerra de Vietnam. ¿A usted le significa algo especial este día, lectora, lector? En fin. Le deseamos salud y bienestar. Llevábamos mucho tiempo escribiendo sobre defunciones y encierro y queríamos hablar de alumbramientos luminosos. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos ●
LEYENDA O REALIDAD, se dice que en plena segunda guerra mundial, cuando Inglaterra enfrentaba un panorama oscuro frente a los embates nacionalsocialistas alemanes, el ministro inglés de guerra le presentó a Winston Churchill un plan para evitar la derrota, que incluía recortes al presupuesto en diversos rubros de la administración, incluyendo a la cultura entre los más draconianos. Cuentan que al ver cuán raquítico, casi nulo, era lo destinado al arte y la cultura en dicho plan, Churchill preguntó: “Entonces, ¿para qué peleamos?” Una pregunta similar es la que nos hacemos –y este juntapalabras reivindica fehacientemente el uso del plural— muchos de quienes, con nuestros votos, hace poco menos de dos años mandatamos cambios muy específicos en el modo de gobernar, administrar y conducir este país nuestro, históricamente tan lastimado desde siempre pero, de manera particular, desde que las recetas del neoliberalismo económico entraron a saco, a principios de los años ochenta del siglo pasado, de la mano de quienes muy pronto serían conocidos como los Chicago boys, ese pequeño pero muy cohesionado grupo de tecnócratas –otro término acuñado en aquellos tiempos– cuyo nirvana administrativo consiste, esencialmente, en elevar a categoría de dogma el rendimiento económico privado, así como el superávit primario, su equivalente gubernamental. “Menos Estado y más mercado” fue la consigna predilecta, detrás de la cual vinieron despropósitos tales como la mítica y, al menos desde 2008, demostradamente falsa “mano invisible del mercado” que, según el Consenso de Washington, era lo único que se necesitaba para que una economía ya fuese regional, nacional, continental o mundial, se autorregulara, para supuesto bienestar colectivo. Sin olvidar, claro, dogmas adyacentes como el carácter supuestamente sacrosanto de la libre competencia –que no es ni libre ni competencia, en función de las desigualdades de origen que a millones le cancelan toda posibilidad ya no se diga de “competir” sino, llanamente, de sobrevivir–, o el de la meritocracia entendida bajo el intelectualmente mediocre y muy injusto prejuicio según el cual, a fin de cuentas, sólo se es ignorante o pobre si uno quiere, “todo está en uno”, etcétera. Así pues, como se dice arriba, en 2018 mandatamos ciertos cambios, muchos de los cuales tienen que ver con arrojar al basurero histórico las recetas bancomundialfondomonetariescas que, una crisis tras otra –por cierto muchas, si no es que todas, provocadas por las tales recetas–, recomendaron salvajes “adelgazamientos” estatales y transferencia de recursos a particulares que, según el librito, ya se encargarían de sacarnos a flote un día, un año o una década de éstas. Eso nunca sucedió, como es evidente para cualquiera. Fue por eso que hace un año y cinco meses logramos al menos asomarnos a la posibilidad de revertir una interminable serie de daños, despojos, olvidos y demás distorsiones de diverso tipo, entre las cuales no sólo el manejo, sino la concepción misma de lo cultural –en tanto patrimonio, manifestación idiosincrásica nacional con sus infinitas variantes, actividad económica relevante, entre sus principales bifurcaciones–, estaba natural y obviamente llamada a ser uno de los aspectos de la vida nacional en el cual, con mayor claridad, fuese apreciable un cambio tan sustancial como fuese posible. Por eso mismo, cualquier situación o medida gubernamentales que suene o huela a retroceso, es decir, que dé la impresión –sea cierta o falsa– de que estamos por perder algo de lo poco ganado en las últimas épocas, tiene como inevitable consecuencia la reacción –ojo con esta palabra, clave para entender no sólo coyunturas sino procesos en conjunto– de una comunidad profesional como la cinematográfica, bastante fogueada en las amargas pero necesarias lides que toca librar de tanto en tanto, para defender lo suyo, sea esto último lo que sea. Es el caso, ahora que los fideicomisos cinematográficos estuvieron en riesgo de desaparecer. (Continuará.)
LA JORNADA SEMANAL
16 31 de mayo de 2020 // Número 1317
Anitzel Díaz
Pintar contra la peste: imágenes y deseo de salvación Del icono bizantino de la Virgen Salus populi romani a la reliquia de un crucifijo de madera en El Vaticano; de Jacopo Robusti, conocido como Tintoretto, a Van Dyck, hasta llegar al diseñador chino Duyi Han con su obra Los santos visten de blanco en las paredes de una iglesia en la provincia china de Hubei, donde comenzó la epidemia, aquí se reflexiona sobre el papel del arte de la pintura y los medios digitales modernos en algunas de las pestes que en el mundo han sido. Detalle de Los santos visten de blanco, Duyi Han.
E
s un viernes a mediodía, once de la mañana. Un viernes silencioso, lento, en pausa. Viernes de cuarentena. Llueve, y en un escenario que aparece azul sobre azul en mi pantalla veo una figura en blanco, solitaria. Casi solitaria. Es El Vaticano: por primera vez en la historia de la Iglesia católica, el Papa reza solo, o casi, pues algunas figuras se dejan ver entre las sombras. En algún momento de la ceremonia, el Papa se detiene frente al icono bizantino de la Virgen Salus populi romani; como muchas de las reliquias religiosas, el retablo viene con su leyenda. Se dice que fue pintada por san Lucas en un trozo de madera de la mesa que se utilizó en la última cena de Jesús con sus apóstoles. Considerado como milagroso en 593, el papa san Gregorio Magno lleva el santo icono por las calles de Roma para implorar el fin de la peste negra. Parece que funcionó. Después, el papa Francisco I oró frente a un crucifijo de madera, reliquia que también cuenta con su leyenda: esta talla de madera de la Edad Media quedó intacta después de un incendio en 1519. Tres años más tarde recorrió los barrios de Roma. Se cree que salvó a la ciudad de la gran peste de 1522. Ambos objetos son la representación de la esperanza, la huella de la historia que sobrevive. Hoy, cuando la atención del mundo se centra en la enfermedad y en la salud, cuando nos hemos dado cuenta de que no somos tan omnipotentes como creíamos, cuando el conocimiento de siglos nos remite al pasado, podemos ver que los métodos utilizados, incluida la cuarentena, provienen del
pasado. La creación, al igual que gran parte del arte más grande que se produjo en Europa durante siglos, sigue siendo consuelo y repositorio del presente. Jacopo Robusti, mejor conocido como Tintoretto por ser hijo de un tintorero, de donde le vino el nombre, nos transporta a Venecia. El artista pintó algunas de sus obras más famosas en la Scuola Grande di San Rocco, dedicada al santo patrono de las víctimas de la plaga. Su trabajo ahí comenzó en 1564 y duró veinte años. Van Dyck dedicó varias obras al milagro de Santa Rosalía, patrona de Palermo. Se dice que, en 1624, los restos de Santa Rosalía fueron hallados en esos días y se hizo una procesión que terminó con la peste. Hoy buscamos el milagro en la medicina, en los héroes y las heroínas que luchan en los hospitales. En varios países se aplaude al atardecer. En China, donde hasta hace poco se declaraba que la religión era el opio de los pueblos, el hombre ante lo inexplicable continúa buscando refugio en la religión y el arte, como siempre, es un acto de reflexión y un espejo de la realidad.
La abundancia de la ausencia CON EL BROTE y la propagación del coronavirus en todo el mundo, el diseñador Duyi Han decidió rendir homenaje a los trabajadores médicos que arriesgan sus vidas para ayudar a los necesitados, con un gran mural que cubre paredes y techos de una iglesia histórica en la provincia china de Hubei,
donde comenzó la epidemia, que representa figuras vestidas con trajes blancos de descontaminación. Titulado Los santos visten de blanco, el proyecto de Han se inspira en el estilo realista de pinturas y frescos de la Iglesia. Sin embargo, en lugar de ilustrar escenas bíblicas de santos o deidades, el mural muestra a los trabajadores médicos de todos los días que se colocan desinteresadamente en la primera línea del virus. Cubiertos por máscaras, guantes y trajes de cuerpo completo, el mural rinde homenaje a los médicos y enfermeras anónimos que son cruciales para ayudar a las personas infectadas con el coronavirus. ¿Qué imagen va a hablar de los tiempos que corren? Un mosaico de representaciones digitales: el retrato del Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus con el fondo azul del logo de la Organización Mundial de la Salud. Un retrato de Angela Merkel durante su discurso a la nación (alemana) sobre el coronavirus. Imágenes de ciudades vacías. Estadios en silencio. Venecia con delfines. Fotos satelitales más verdes y otras de animales regresando a su hábitat. Imágenes de un mundo lleno de ausencias. La de millones de rostros sin rostro. La de una ciudad casi desconocida de Oriente con grandes edificios y rostros sin reflejo, cubiertos por un tapabocas. La de una figura blanca bajo la lluvia en un fondo azul frente a un crucifijo milagroso. Y la que todos estamos esperando: la imagen de un médico, ya sin tapabocas, anunciando una vacuna contra esta plaga. Cada una va a cargar una leyenda. Una data histórica. Guardaremos en la memoria las expresiones ●