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pPor Guillermo Lara

IRAPUTO… IRAPUATO

Por Guillermo Lara

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Esa noche bebimos lo necesario para tocar la puerta del inconsciente que siempre deja un resquicio entre lo real y onírico. La plática se tornó tan profunda que terminó siendo sepultada, mientras la mímica de lo absurdo bailaba entre el homoerotismo y complacencia. Recuerdo la música a un nivel donde mis pensamientos eran gotas de agua sobre rescoldos y mi emoción... Mi emoción ligada a tu prematura calvicie, a esa cara que “debrayaba” entre “un niño con barba o un niño con violencia de omisión”. Admito que la imagen del niño violentado, fue reflejo de mi propio infante perdido y lo amé desde que ambos nos miramos de frente y nos encontramos en la melancolía de caminatas por desolados andurriales que abrazan con más tranquilidad que el seno familiar. ¡Claro que nos besamos! ¡Así! en tu etílico parecías tan frágil, tus ojos pasaban más tiempo cerrados y cuando lograban mirarme, una estrella fugaz aparecía en tu fulgor ocular que me obligue a pedir un deseo: Yo deseaba una felicidad cómplice, que permitiera el devenir de sensaciones físicas y al regresar a nuestros hogares fuéramos tan normales, como justo antes de sabernos y otorgar un primer beso. A nada de caer en tu letargo, te pedí que no me dejaras solo en lo que restaba de oscuridad, me recostaste sobre tu pecho a escasos minutos de tu corazón, el sicalíptico baile entre tus dedos y mis risos no

se hizo esperar, así, Yo sobre tu pecho y ambos sobre el sofá, la música sobre el silencio, la oscuridad sobre la ciudad y en algún tiempo alguien teniendo un prolongado orgasmo o una Banshee, saciada de dolor emprendiendo el vuelo de regreso a casa. Ya me habías repetido varias veces que seguirías ahí, conmigo, supongo que por eso me aproximé más, rocé tu mejilla, acicalé tu ceja izquierda y te moví un poco… No respirabas y de no ser por mí serías una estadística de “muerte de peda” respiraste y tu boca exhaló un torrente violento de concupiscente vapor etílico, que me lanzó a la vieja esquina donde laboraban mis bajas pasiones.

Y te besé! Te besé otra vez Quizás una tercera vez Agité tu cuerpo para activarlo, mi grado de pendejez supuso que si tú mismo te enredaste en mi pelo y me aproximaste a tu pecho ¡existía la intención! Mi honestidad hoy me sigue cobrando la factura. Morfeo te regresó a tu casita de interés social donde la música era tan densa que bien pude darle el golpe, me miraste y nuevamente tus dedos se enredaron en mi pelo mientras tu mano siniestra me abrazaba, entonces “yo creí en algo” y mencioné “el beso” y la pesadez de la música cayó al piso como lluvia ácida. Quiero escribir que tu mirada se tornó confusa y violenta, pero no, no lo mencionaré, no por hoy y jamás en voz alta o sobrio; porque la sobriedad es femenina, susceptible e irónicamente volátil. ¿Cómo saber si yo hice mal? Si tú eres quien me aproximó a ti mientras girábamos en un tornado de 96° Justo ahí, nos entendimos a un nivel donde somos cirrosis en potencia, y eso nos otorga el universal derecho a ser tragicómicamente felices y miserablemente dichosos a voluntad.

Al amanecer la familiaridad brotó, simple y ligera como la moral de la abuela que buscó diversos hombres, para no “conflictuar” paternidades entre sus ocho hijos, nuestros padres hermanos y solo por eso tú y yo seguimos siendo primos. La sangre aunque húmeda y viscosa traiciona como Dios mismo y ni una, ni Él otro curan la resaca moral… Por mucho que lo implores.

Según mi acta de nacimiento yo nací el siglo pasado en la ciudad de Querétaro. Según mi Padre ese día él tenía guardia en la 17 zona Militar. Según mi madre nací durante una helada. Según el diario de Querétaro ese día murió gente por la nevada que cayó en el estado. Según mi terapeuta soy un guerrero, Según mi psiquiatra soy trastorno limite Según yo ando viviendo mi segunda adolescencia, pero aún tengo inmadurez suficiente como para una tercera o cuarta. Me llamo Guillermo Lara y a pesar de mi adultez sollozo en la oscuridad del cine, en el heroísmo de los monitos de pixar, en la intimidad del baño, en lo dramático del cielo cuando parece que Dios pinto el atardecer a mano o también en la adultez de sentirme triste solo porque la felicidad implica menos análisis y más énfasis.

Mario “Tonayan”

Chayito Despachadora en “El Tenampa”

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