La Testa Borracha
IRAPUTO… IRAPUATO Por Guillermo Lara
Esa noche bebimos lo necesario para tocar la puerta del inconsciente que siempre deja un resquicio entre lo real y onírico. La plática se tornó tan profunda que terminó siendo sepultada, mientras la mímica de lo absurdo bailaba entre el homoerotismo y complacencia. Recuerdo la música a un nivel donde mis pensamientos eran gotas de agua sobre rescoldos y mi emoción... Mi emoción ligada a tu prematura calvicie, a esa cara que “debrayaba” entre “un niño con barba o un niño con violencia de omisión”. Admito que la imagen del niño violentado, fue reflejo de mi propio infante perdido y lo amé desde que ambos nos miramos de frente y nos encontramos en la melancolía de caminatas por desolados andurriales que abrazan con más tranquilidad que el seno familiar. ¡Claro que nos besamos! ¡Así! en tu etílico parecías tan frágil, tus ojos pasaban más tiempo cerrados y cuando lograban mirarme, una estrella fugaz aparecía en tu fulgor ocular que me obligue a pedir un deseo: Yo deseaba una felicidad cómplice, que permitiera el devenir de sensaciones físicas y al regresar a nuestros hogares fuéramos tan normales, como justo antes de sabernos y otorgar un primer beso. A nada de caer en tu letargo, te pedí que no me dejaras solo en lo que restaba de oscuridad, me recostaste sobre tu pecho a escasos minutos de tu corazón, el sicalíptico baile entre tus dedos y mis risos no
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