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AVENTURA EN LAS COSTAS MAYAS NOVELA INEDITA CAPITULO VIII MAHAHUAL
A mí me da igual, pero mejor yo voy solo porque ronco – dijo Mike riendo. Yo también – contestó Antón. Creo que esta expedición debe estar costando una fortuna – comentó Camila. Pero seguro lo vale si encontramos el galeón y el tesoro – contestó Mike. Lo encontraremos – aseveró Edgardo, quien estaba al timón de la nave – estoy seguro de que no debe estar lejos de la zona donde anduve buscando.
Unos días después llegó el equipo de buceo solicitado desde Miami, para hacer la mezcla de gases respirable Trimix y reguladores para hacer el intercambio de gases entre las botellas durante el buceo, también modernos chalecos compensadores inflables para facilitar la flotabilidad del buzo en el agua y las novedosas computadoras de buceo con tecnología de punta. Una vez aprovisionado el yate Nereida, llenos los depósitos de combustible y con los cinco miembros de la tripulación a bordo se dispusieron a zarpar.
Escojan los camarotes a su gusto – ofreció Edgardo.
Antón dijo - Te corresponde la cabina del capitán, Edgardo.
Camila y yo ocuparemos un camarote las dos, son amplios y cómodos – contestó Geraldine.
Pero primero iremos a Mahahual por mi amigo Jacinto Can, quien como les conté nos será de gran ayuda en el barco. ¡A ese lo conozco! – intervino Camila – dicen que hace años cuando buceaba en el arrecife pescando con arpón atrapó a un enorme pez mero el cual se resistió con fuerza y cuando él quiso llevarlo a la superficie para subirlo a su lancha la agitación y el sangrado del mero atrajo a un gran tiburón toro y el tiburón intentó llevarse la presa arrancándola del arpón y atacándolo.
Se dice que él reaccionó sorprendido y para defenderse tomó el enorme cuchillo que siempre trae a la cintura y apuñaló al tiburón en las branquias, matándolo y luego quien sabe cómo lo subió a la lancha para llevarlo al puerto de Mahahual y cuando sus amigos pescadores vieron al enorme tiburón en su lancha quedaron boquiabiertos.
Sí – agregó Edgardo – pero también supe que en una ocasión Jacinto encontró mal herida por unos cazadores a una cierva y su cría, los recogió y trató de salvarla sin éxito, pero adoptó y crio al pequeño venado, luego cuando creció lo regresó a la selva.
Pues, aunque tiene un temperamento impulsivo, siente un gran amor por la naturaleza y no mata animales por placer, por el contrario, trata de proteger esta selva y el mar. allí me contarás que te trae por aquí. Gracias Jacinto, con tan buena pesca y tan buena cocinera no nos podemos negar –respondió Edgardo sonriente.
Unas horas más tarde llegaron a la costa de Mahahual que no era más que un pequeño caserío junto al mar sin calles, solo la playa de fina arena blanca y bordeada de palmeras.
Desembarcaron en el muelle y ahí estaba Jacinto, de tez morena, curtido por el sol y el mar en su lancha limpiando la pesca del día, traía puesta una desteñida camiseta, unas raídas bermudas que había hecho cortando unos viejos pantalones largos y descalzo como acostumbran los pescadores cuando están en sus lanchas para no resbalar y en cuanto vio a Edgardo agitó los brazos para saludarlo.
Edgardo se acercó a la lancha y se dieron un afectuoso abrazo.
¡Gran canijo, que gusto de verte! – dijo Jacinto – aunque la última vez que nos vimos casi nos matan por tu culpa.
¡Pero estamos vivos! – contestó Edgardo sonriente – cuéntame cómo está tu esposa Ixchel y tus hijos.
Mis hijos creciendo, Julkín el mayor es un guapo adolescente y el pequeño Kalan es muy listo pero travieso.
Mi esposa está bien, pero siempre me regaña porque dice que me estoy poniendo gordo y que no coma tanto, pero ella tiene la culpa porque cocina muy sabroso – respondió Jacinto riendo y sobándose la barriga.
Así es, pero te ves bien – dijo Edgardo divertido.
Vengan a cenar todos a mi casa, – invitó Jacinto – tengo buena pesca para todos y
Así llegaron con pocos pasos a la casa de Jacinto que era una modesta construcción de tabique y piso de cemento, rodeada por un pequeño huerto con cocoteros y árboles frutales, mango y chico zapote, además había algunas gallinas rodeadas por una malla de alambre, el interior de la casa consistía en una rustica cocina con fogón de leña y una mesa, y de dos habitaciones, una para Jacinto y su esposa y otra para sus hijos, en las que no había camas, sólo hamacas de hilo como se acostumbra en la región, muy adecuadas para el clima caluroso, pues entonces no había electricidad en el pueblo, así que no tenían refrigerador y mucho menos aire acondicionado.
En cuanto vieron llegar a Edgardo los niños corrieron a abrazarlo gritando ¡¡padrino, padrino!!
En efecto Edgardo era padrino de bautizo de los hijos de Jacinto, esto sucedió debido a que años atrás, en una ocasión que él se encontraba en Mahahual para bucear en el arrecife, la esposa de Jacinto estaba en labores de parto de su primer hijo y presentó complicaciones que la comadrona del pueblo no podía resolver y le dijo a Jacinto que su esposa y su hijo seguramente morirían.
Entonces Jacinto corrió a donde se alojaba Edgardo, pues su Jeep era el único vehículo en el pueblo y le imploró – ¡¡ayúdeme señor a llevar a mi esposa a Chetumal al médico, porque ella y mi hijo se mueren!!
Edgardo no conocía a Jacinto entonces, pero sin pensarlo lo subió al Jeep y llevaron a su esposa a pesar de que ya era de noche, cruzando la selva y sabana a campo traviesa y por veredas que sólo él conocía para llegar a Chetumal donde estaba el único hospital de la región, horas después el médico le practicó una operación cesárea que salvó la vida de ella y el niño.
Entonces Jacinto le pidió que bautizara a su hijo, con lo que lo hizo su compadre y parte de su familia, prácticamente la única con la que cuenta Edgardo.
Ixchel también salió a recibirlo con un abrazo, de tez morena clara y bellos ojos negros, vestía un huipil que es una prenda consistente en una blusa y enagua de manta blanca bordadas con diseños de flores multicolores y usaba el cabello con trenzas adornadas con cintas de colores, traía puestos aretes de argolla los cuales por tradición debían ser de oro, que aunque modestos la hacían lucir bella a la usanza mestiza.
Pues Ixchel y Jacinto pertenecían a ese grupo étnico, los mestizos, que son una mezcla de gente maya y española desde generaciones atrás que abandonaron la lengua y religión mayas para adoptar la lengua española y el cristianismo católico, aunque al combinar sus tradiciones con las españolas crearon una nueva y rica cultura que se manifiesta en su comida, música y bailes como la tradicional Jarana yucateca y la cochinita pibil.
En la época del virreinato los españoles los consideraban superiores en la escala social a los indígenas mayas puros, pero inferiores a los peninsulares españoles, lo que ocasionó mucha discriminación y descontento que estalló finalmente con la
“Guerra de castas” entre estos grupos en la región de Yucatán a mediados del siglo XIX, y aun actualmente se llaman a ellos mismos orgullosamente “mestizos”.
Pasaron todos al interior de la casa conde Ixchel les preparó unos ricos panuchos y salbutes, típicos de la cocina yucateca, que son tortillas de maíz que ella misma hacía, que se rellenan con frijoles y se fríen hasta quedar crujientes y luego se aderezan por encima con jitomate, aguacate, salsa y cebolla morada, una verdadera delicia y Jacinto asó varios pescados a las brasas.
¡Que rico!, ya veo por qué dice tu mujer que te estás poniendo gordo Jacinto – dijo bromeando Edgardo.
A mí también me encanta esta comida –dijo Antón – ¡ce savoureux!
¡Delicious! - dijo Mike - ¡aprovechemos ahora, porque cuando estemos en alta mar no habrá comida tan sabrosa!
De acuerdo - dijeron Geraldine y Camila riendo y comiendo.
Al terminar de comer Jacinto dijo – ya se está ocultando el sol, salgamos a la playa a hacer una fogata y platicamos mientras nos tomamos esta botella de ron. Excelente idea -contestaron al unísono. Ya en la playa Geraldine dijo – Camila y yo iremos un poco más allá a hacer otra fogata, queremos platicar cosas de mujeres, si nos disculpan.
De acuerdo dijo Edgardo, adelante.
Ya en torno al fuego Edgardo le contó a Jacinto su plan y le pidió que lo ayudara a pilotear el barco, pues conocía ese mar como la palma de su mano y que llevara su lancha la “Ixchel II”, alcanzándolo ya en mar abierto para que las autoridades del puerto no se enteraran pues les sería útil en caso de necesitar provisiones o acudir a puerto sin tener que ir en el yate para no despertar sospechas, el cual además consumía mucho combustible, en cambio la lancha de Jacinto que, aunque pequeña era marinera y rápida, con proa alta y dos motores fuera de borda era una verdadera flecha navegando, con una gran autonomía y poco consumo de combustible.
Esa lancha fue un regalo de Edgardo cuando Jacinto bautizó a su segundo hijo, pues su anterior lancha estaba muy deteriorada y ya era un peligro, pues podía zozobrar o descomponerse el motor quedando a la deriva perdiéndose en el mar como ya les había sucedido a otros pescadores, Jacinto la nombró como su esposa al igual que su primera lancha.
De acuerdo Edgardo, - dijo Jacinto - ya sabes que yo siempre te acompaño en tus aventuras, pero tengo que convencer a Ixchel pues la última vez que salimos casi nos matan.
¿Por qué dices eso? – preguntó Antón. ¡Mejor que les cuente Edgardo! – contestó Jacinto.
Sí, cuéntanos Edgardo, ¿qué pasó? – secundó Mike.
Recordarán, – contestó Edgardo - lo que les conté acerca de cómo conseguí el manuscrito de Cartagena de Pablo Escobosa que documenta lo sucedido con el galeón Nuestra Señora del Carmen y que a cambio yo le entregaría una máscara de Jade la cual le dije que había conseguido en la excavación de la tumba de un rey Maya, más 10 mil dólares que le pedí. Así es, - contestó Antón y dijiste que nos contarías los detalles luego.
Pues bien, Pablo me dijo que en unas semanas vendría un socio suyo apodado “El Caleño” porque era de Cali, Colombia en su yate rumbo a Miami para hacer una “entrega de mercancía” y que de paso me llevaría el manuscrito y que debía encontrarlo mar adentro frente al atolón banco Chinchorro, a unos 50 kilómetros al este de Mahahual...
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