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Te lo cuento…
cada vez más lejanos, como ecos que huyen. Entonces, con claro alborozo corríamos a su encuentro, la abrazábamos con veneración. Nunca olvidé la impresión que me provocaba la imagen de su cuerpo, acorazado simbólicamente con los aperos de su fe. Penetrar en los recónditos laberintos donde habitan las leyes y las potestades guardianas del arcano acontecer.
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Con su místico lenguaje y su don magnánimo, mi abuela había logrado vencer y repeler a la temible culebra de agua. Merced a su conocimiento resguardado fielmente, junto con otros semejantes suyos que han compartido la creencia y la tradición en la sucesión del tiempo, en esta ocasión, los sembradíos en las parcelas de los campesinos, la milpa de Ozumbilla -mi hogar, mi tierra- y la de otros pueblos circunvecinos habían quedado a salvo de ser devastados por una fuerte granizada o, en su caso, anegada, echándose a perder los cultivos.
Cuando el episodio vivido se había convertido en aprendizaje, mi abuela Zenaida se sentaba en una silla de madera tejida con ixtle, a la sombra de un árbol de Tepozán. Mis hermanos y yo la rodeábamos, de una de las bolsas de su delantal que siempre estaban rebosantes de secretos, sacaba un envoltorio de tela el cual contenía trocitos de delicioso piloncillo que compartía con nosotros, endulzándonos no sólo la tarde, sino también nuestra infancia. Enmarcaba nuestra dicha un esplendoroso arcoíris.
María Candelaria Ortega Meneces